Este hospital y
asilo fue fundado por Pedro Fernández de Velasco (1399-1470), primer Conde de
Haro y conocido como “el Buen Conde”. La idea de fundar algo así rondaba su
mente desde tiempo atrás porque sus abuelos, Pedro Fernández de Velasco y María
de Sarmiento, habían creado en 1371 el Hospital de la Misericordia para veinte
pobres, diez hombres y diez mujeres que ya entonces estaban por la paridad. Así
el 11 de junio de 1434 obtuvo una licencia de Pablo de Santamaría, obispo de
Burgos, para edificar un hospital de pobres.
No debió de
pasar mucho tiempo entre la concesión de la licencia y el comienzo de las
obras, pues ya el 5 de mayo de 1436 firma una concordia con los clérigos de
Medina de Pomar y el 10 del mismo mes con las monjas de Santa Clara sobre las
memorias que han de celebrar aquéllos en este monasterio y la solemnidad que
han de dar a las mismas. En la escritura fundacional se hablará de esa concordia.
El 20 de julio
de 1437 firmó la carta de renuncia a 40.000 maravedís en las alcabalas de
Burgos que constituyó en un primer momento la dotación económica del hospital.
El 28 de enero de 1438 se consigue un privilegio de Juan ll para trasladar hasta
60.000 maravedís de ser recaudados en Burgos a ser recaudados en la merindad de
Castilla Vieja. El 18 de abril del mismo año está fechado el juro de heredad de
40.000 maravedís del Conde en favor del Hospital de la Vera Cruz, a condición
de que los lugares de donde se extraerá el capital estén de acuerdo en pagar
las alcabalas al Hospital. Durante el mismo mes de abril el provisor,
acompañado del escribano del concejo de Medina de Pomar, recorrió los
diferentes lugares citados en el juro de heredad, recabando de sus habitantes
el compromiso afirmativo de pagar y consignándolo por escrito.
Y por si esto
fuera poco, Pedro Fernández alcanzó Bula de Roma en favor de los moradores del
Hospital a quienes se les concedió indulgencia plenaria “in articulo mortis” con ciertas condiciones que lleva fecha de “quinto nonas octobri” de 1438.
El 13 de
diciembre de 1438 se fecha la escritura de fundación en la que se indica que
las obras de construcción ya se habían iniciado. Este año coincide con el
retiro de la vida pública de Pedro Fernández de Velasco por asociarle a una
conspiración contra el condestable de Juan II, Álvaro de Luna.
El 14 de agosto
de 1455, tras varios años de funcionamiento del hospital, el Conde de Haro
estableció una nueva escritura de ordenanzas matizando la anterior. Aprovechó
para ello que el monarca decidió llevar personalmente la guerra contra los
musulmanes de Granada y nombró dos virreyes para que, desde Valladolid, le
representasen en su ausencia: Pedro Fernández de Velasco (que había vuelto a la
corte –Álvaro de Luna había sido decapitado en 1453-) y Alonso de Carrillo,
arzobispo de Toledo.
En la escritura
de fundación, Pedro Fernández de Velasco hacía hincapié en el concepto de la
caridad cristiana pero, según la visión de finales de la Edad Media, esta era
realización de obras de misericordia: “Como
cada uno de los fieles católicos sea obligado a cumplir las santas obras de
misericordia, que Nuestro Redentor con toda caridad nos encomendó para que,
obrándolas por ellas nos salvásemos, de las quales muy estrecha quenta nos será
demandada el día del juisio, por ende to don Pedro Fernández de Velasco [...]
queriéndolas cumplir por servigio suyo e a reberencia de la Santa Pasión que Él
por nos pecadores quiso resgibir e tomar en la Santa Vera Cruz”. También
servía esta obra pía para conseguir la salvación de las almas del conde, su
mujer, sus antepasados y sus sucesores.
Esa visión de la
salvación por los actos proviene de la segunda mitad del siglo XV cuando se
desarrolló la idea de que cada uno debería rendir cuentas en función de lo que
hubiese recibido de Dios en su vida. Evidentemente esto afectaba más a los
nobles y a los más favorecidos. Es por ello que el número de pobres estaba
determinado por los “números” de la religión Católica. El hospital de la Vera
Cruz preveía camas para acoger hasta veinte personas “trece de ellas a reberengia e a onor del santo colegio de Nuestro
Redentor e de sus dose apóstoles y los otros siete a reberengia de los siete
dones del Spíritu Santo”.
Los trece primeros
serían pobres que residirían de forma permanente en la institución, entre los
que habría que contar al provisor y a su mujer. Los otros siete serían enfermos. En la escritura de
1455, este número se aumentaba hasta veinticinco: trece pobres, en honor de los
apóstoles y Cristo; siete enfermos y cinco residentes (el provisor, su mujer y
tres enfermeras) “a reverenzia de las
cinco plagas de Nuestro redentor para salvar el humano linage recevió en el
árbol de la Vera-cruz”. Este simbolismo era normal en este tipo de fundaciones.
Los pobres eran
considerados intercesores benditos para la salvación del alma del difunto –del
noble difunto- y, de esta forma, los pobres compensaban la limosna recibida
mediante oraciones y el cumplimiento de una regla casi monástica. Esta recogía
que cada día debían decir las horas canónicas, y pasar el resto de la jornada
trabajando en la huerta, barriendo y limpiando la iglesia del monasterio… o
leyendo: “Es mi voluntad que, así los
sanos como los enfermos que para ello estobieren, digan cada dia las horas
canónicas por “pates-nostres” en esta manera: veynte e quatro por maetines; e
cinco por laudes; e siete por prima, e otros siete por terçia, e otros siete
por sesta, e otros siete por nona; e dose por biesperas; e siete por cunpletas;
e cinco por finados con “requien eterna dona eis domine e lus perpetua lucead
eis” e, en comienço e fin de todo ello, “requiescant in paçe” , disiendo la
dicha prima, e terçia, e sesta, e nona, e biesperas, e cunpletas al tiempo que
las monjas las dixieren estando a todas las oras. E, después que ellos acabaren
cunpletas, digan, mientras las monjas acaban las suyas, sus maetines, pues los
podrán acabar durante el tiempo que ellas disen sus conpletas, por que se ellos
non ayan de lebantar a maetines, pues los unos por su hedad e los otros por su
enfermedad se les fará trabajo (…)”.De esta forma, no solo su pobreza, sino
que también su comportamiento ejemplar ayudaría a que sus plegarias fueran
escuchadas.
Para tanto rezo el
Hospital de la Vera Cruz estaba comunicado el Monasterio de Santa Clara mediante
una ventana que daba directamente a la cabecera de la iglesia. Bajo ese paso estaba
el panteón familiar con lo que las plegarias de los pobres subían hacia Dios sobre
las tumbas de los fundadores de la casa, contribuyendo a su salvación eterna.
¡Vaya con el “Buen Conde” de Haro! Un poquito interesado en sí mismo.
No solo eso sino
que Pedro Fernández de Velasco y su mujer previeron una participación
especialmente activa de la comunidad de pobres en sus ceremonias funerarias.
Así el “Buen Conde” había previsto que una vez fallecido su cuerpo fuera
trasladado ¡en primer lugar! a la iglesia del hospital, donde los pobres
celebrarían su vigilia como si de uno más se tratara -supongo que para
despistar a San Pedro-. Posteriormente debía ser trasladado a la iglesia del
monasterio de Santa Clara en “las andas y
ataúd en que se ponen los pobres que en el dicho ospital fallezcan y de allí
sea levado por los pobres del hospital”. De esta forma los patronos buscaban
identificarse con los pobres y que estos actuasen como intercesores gracias a
sus buenas obras en el asilo. Todo esto es lo que me lleva a pensar que la
bondad del conde de Haro era bastante interesada. No pensemos que era Teresa de
Calcuta. ¿Vale?
Aunque pudiese
parecer que el conde era un alma generosa porque dejó escrito que mandaba que
el 20 de Septiembre de cada año se diese de comer en el Hospital a 24 pobres y
200 maravedíes a cada uno, por ser el día en que falleció el padre del
fundador; lo mismo habían de practicar el día de San Jerónimo y traslación de
San Martín y el 4 de Julio de cada año lo habían de verificar con 51 pobres,
por ser el día de su nacimiento, dando además a cada pobre en este día medio
cuartal de pan, media azumbre de vino y 200 maravedíes y cada año se aumentaría
un pobre, mientras viviera el conde, para que mantuviese la correlación con su
edad.
A pesar de todo,
el hospital de la Vera Cruz prestó servicios prácticos para los residentes. Se
distinguían perfectamente los once pobres y los siete enfermos. Incluso en el cálculo
de las necesidades para cada grupo, especialmente en lo relativo a las
dotaciones de comida: “E que den a los dichos
honse pobres e al dicho probisor e a su muger, a cada uno cada día, tres
quartillos de vino, que monta a cada uno por año treinta cántaras e dos
açunbres e medio, e a todos los dichos honse pobres e al provisor e su muger
quatroçientas e quarenta e seys cántaras e medio açunbre. E que den a los
dichos syete enfermos, a cada uno cada día, medio açunbre de vino, que monta a
cada uno por un año veynte e dos cántaras e syete açunbres de vino, e a todos
los dichos syete pobres çiento e sesenta cántaras e un açunbre. Así monta a
todos los dichos veynte pobres en cada un año seysçientas e seys cántaras e un
açunbre e medio de vino”.
También se construyó
una enfermería con camisones con que los enfermos pudieran cambiarse por las
noches; almohadas; además de botines para que los calzasen sin necesitaban
levantarse por la noche o para estar de día si su estado no les permitía
moverse y llevar zapatos. “E que aya cada
pobre çinquenta maravedís para tres pares de botines; e treynta e quatro
maravedís para dos camisones; e dies e seys para quatro pares de pañetes en
cada un año, que son çient maravedís, que se montan a todos los dichos pobres
por un año dos mil maravedís. E que sean fechas para los dichos veynte pobres
veynte birretas para las cabeças cada un año, para las quales sean dadas quatro
varas de burel prieto, que cueste cada vara veynte maravedís, que son ochenta
maravedís. E que den cada un año veynte pares de calçones, que les lleguen
fasta la rodilla; e que aya en cada par media vara de blanquera, que son diez
varas, que cueste cada una a dies e seys maravedís, que montan en ellas çiento
e sesenta maravedis. De las quales birretas e calçones estén en la enfermería
siete pares de calçones e las siete birretas sin ser dende sacadas fasta el fin
de dicho año, para que se sitúan e aprovechen dello los enfermos que en el
dicho ospital estobieren”.
Otra novedad que
incorporaba el hospital de la Vera Cruz frente al de la Cuarta era la
contratación de profesionales sanitarios: un físico y un cirujano. Serían los del
concejo de Medina. Se les pagaría una cantidad extra por sus servicios al
hospital. Las ordenanzas de 1455 añadieron la contratación de tres mujeres,
denominadas enfermeras, que se encargarían de lavar, hacer las camas, preparar
la comida y atender a los pobres y a los enfermos en sus necesidades.
Tanto los pobres
como los enfermos del hospital debían recibir una vestimenta específica que los
identificara como habitantes de la institución caritativa del Conde de Haro. Supongo
que para que todo el mundo supiese de la generosidad de Pedro Fernández de
Velasco. Además este vestuario debía repartirse anualmente el día de los
difuntos. Así se reforzaba esta conexión entre la obra caritativa y la
contrapartida salvífica. Sobre esta vestimenta se realizaba una lectura
simbólica: “El qual dicho sayal es mi
voluntad que sea prieto a reberencia de la Santa Pasión que Nuestro Redentor la
vera Crus tomó por nos pecadores salvar. Quiero por devogión della que trayan
siempre los honse pobres continuos que han de ser, demás de los siete enfermos
e del casero e casera, en meytad de los pechos en las dichas gramayas la señal
de la crus blanca puesta en una targeta de paño colorado en remenbransa de la
Santa Sangre que en ella fue derramada por salvar el umanal linaje”.
En la escritura
de 1455, este punto referido a la vestimenta de los pobres se modificó. En
primer lugar se decidió que solo los residentes permanentes, es decir los
pobres, el provisor, su mujer y las enfermeras, tuviesen que utilizar estas tarjetas
de paño colorado en medio de las sayas. “e
mando que siempre trayan los dichos trece pobres continos e tres enfermeras los
hombres en las pieles en meitad de los pechos e las enfermeras asi mesmo en los
escapularios la señal de la crud en que fue puesto el bien aventurado señor apóstol
San Andrés blanca en una tarjeta de paño colorado en memoria de la Santa
Sangre”.
Además, en el
texto también se especificaba un cambio en el símbolo que debía aparecer en
estas insignias. En vez de la primitiva cruz, referencia a la Vera Cruz a la
que estaba dedicado el hospital, a partir de 1455, los residentes de forma
permanente en el hospital debían llevar la divisa del Buen Conde de la cruz
aspada. Esta divisa aparecía también mencionada en la escritura fundacional,
pero su aparición quedaba restringida a los cabeceros de las camas.
De esta forma,
el conde “marcaba” sus pobres, su "familia electiva". Pobres que, por
cierto, estaban obligados a pernoctar en el hospital so pena de expulsión. Además,
la selección de estos pobres revela una particularidad que alejaba esta
fundación de lo meramente asistencial. Los primeros pobres fueron seleccionados
por el propio conde y en la escritura fundacional estableció que, a medida que
fueran quedando plazas libres, se fuera completando su número entre un grupo
muy determinado de personas: “que sea
preste de misa o ome de solar conosgido que con armas e caballo aya servido a
mi o a mi linaje, así a los antegesores como a los sugesores aviendo visguido
con ellos o conmigo; o en caso que no sean de solar conosgido ni aya servido,
que sea ome que aya seydo de honra e fasienda”. En la segunda escritura se
modificó ligeramente la recepción de los pobres, prohibiendo la acogida a religiosos
excepto a un clérigo como máximo y estableciendo una prelación también
territorial. Sin embargo se mantenía la idea de que se escogieran los pobres
entre aquellos que “conmigo hobieren
vivido e con los de mi linaje así con mis antecesores como sucesores,
mayormente los que se hobieren visto en onrra e facienda e despues venieren en
necesidat epobreza”. Así pues, el hospital estaba concebido como lugar de
retiro para hidalgos o servidores de la casa de Velasco, viejos y empobrecidos.
Una puntualización: cuando hablamos de asilados viejos la edad a partir de la
cual se ingresaba en la institución era de 40 años. ¡40 años! Resumiendo, el
Conde empleaba sus criados pobres para que rezasen por la salvación eterna del
alma de Pedro Fernández de Velasco.
Eso sí,
oficialmente las premisas de preferencia de admisión tendríamos en primer
lugar, a los vecinos y moradores de Medina de Pomar; en segundo lugar, a los
vasallos y renteros de la entidad; en tercer lugar, a los vecinos y moradores
de las aldeas próximas a Medina; en cuarto lugar, a los vasallos del conde de
Haro; y, en quinto lugar, a cualquier persona que se encuentre en una situación
de pobreza. El último el pobre de toda pobreza y eso se explica porque en las clausulas
aparece que para formar parte de los residentes del hospital había que entregar
a la institución la totalidad de sus bienes. O la mitad si se tenía descendientes.
Te librabas si tu patrimonio era inferior a los 1.000 maravedíes.
Los enfermos
tenían otras limitaciones. No eran admitidos los dolientes que sufriesen una
enfermedad incurable. Así el hospital no perdía en tiempo ni el espacio. Hoy lo llamamos “medicina
de guerra” que es lo mismo que se aplicó en lo más duro del Covid-19. Los
recuperables, a su vez, al cumplir el año de ingreso eran expulsados estuviesen
curados o no.
Un último grupo
de individuos ayudados por el hospital de la Vera Cruz fueron los caminantes, fuese
hombre o mujer, que se encontrase en una situación de necesidad, podía refugiarse
en el hospital. Le entregaban comida y cama para una noche. Esta cama se supone
estaba en el refectorio, en los dormitorios, o bien, en la cocina.
Pero el papel de
la Vera Cruz no quedaba limitado al de receptores de la caridad de la familia
Velasco e intercesores por el alma de sus miembros fallecidos. El hospital de
la Vera Cruz y sus habitantes permanentes contaba con una impresionante
biblioteca, donada por el Conde de Haro de sus propios libros. La presencia de
estos hidalgos y de esta importante biblioteca, y sobre todo su contenido
principalmente caballeresco y devocional, han permitido interpretar este
hospital como un lugar de formación para los nobles jóvenes del linaje o de
familias clientelares. Como hemos dicho varias veces, los alojados en este
hospital no eran pobres de cualquier condición, eran hidalgos que habían
servido al conde, preferentemente en el ámbito de lo militar. Y ya vimos cómo
una de las actividades recomendadas para estos “pobres” durante el día era la
lectura, lo cual implicaba una determinada formación cultural. Más aún si
tenemos en cuenta la diversidad y complejidad de estos libros, con obras en
francés y en latín.
El propio conde
había previsto que estos libros fueran accesibles para todas las personas,
religiosas o no, que, además de los pobres, quisieran acudir al hospital “queriendo recevir buen exemplo e doctrina
de las escrituras santas ordenadas con buen deseo de quello que hobieren celo
del servicio de Nuestro Señor e buen reximiento de sus pueblos fallen e hayan e
que lo recevir”. Es decir, la biblioteca del hospital no solo tenía un
destino religioso y devocional, sino que sus fondos permitirían a las personas
que la visitasen instruirse sobre el buen gobierno y la dirección de los
pueblos y por ello, entre sus fondos se encontraban crónicas de reyes, espejos
de príncipes, libros de estrategia militar y legislación caballeresca... además
de libros de filosofía (Séneca, especialmente), historias de santos y libros de
devoción.
La función de
los caballeros ancianos como mentores y guías de los jóvenes está
suficientemente atestiguada en la Castilla bajomedieval. Así, las crónicas
indican que era una estrategia desarrollada por la corte real y en la que había
participado el propio primogénito de Pedro Fernández de Velasco: “Entre los Grandes que con el Rey quedaron
en Baena, vivía de continuo contacto con los ancianos una escogida juventud”.
Pedro, seguramente, pretendió desarrollar una institución similar, encabezada
por él mismo a partir de su retirada de la vida pública en 1460. De esta forma,
el hospital serviría de lugar de formación de jóvenes y de consejo. Un lugar de
deliberación, en el sentido retórico y caballaresco del término: “un caballero deliberante, es decir,
añadiendo teoría a la práctica, o añadiendo saber al problema político
candente, se convierte así, en el centro de admiración de un grupo de nobles y
prelados, potencialmente en el centro de una corte”. Tenemos así otra
función mucho más profana del hospital de la Vera Cruz: ser el centro una corte
de caballeros ancianos que educasen a las futuras generaciones que
garantizarían el mantenimiento de la honra del linaje Velasco.
Además, este hospital
estaba relacionado con la fundación de la orden de caballería de la “Vera Cruz”,
establecida también por el Conde de Haro. Sabemos que esta es la primera orden
de caballería castellana fundada por alguien fuera de la familia Real. Data de entre
1445 y 1454. En las guardas de una traducción de Séneca de Alonso de Cartagena,
que pertenecía al hospital de la Vera Cruz, se han conservado las ordenanzas y
la primera lista de caballeros y damas pertenecientes a la orden. En ella están,
entre otros, diversos miembros de la familia del conde: sus hermanos, Hernando
y Alonso de Velasco; su hijo primogénito, Pedro (el futuro condestable); su
mujer, Beatriz de Manrique; su cuñada, Juana Manrique y Mencía Manrique, la
mujer del adelantado de Castilla; sus hijas María, Juana y Leonor, prometida
con el Príncipe de Viana y después abadesa del monasterio; y su sobrino, Martín
Fernández Portocarrero.
Todas estas
funciones se desarrollaban en este espacio adosado al monasterio de Santa Clara de Medina de
Pomar. Fue consolidado entre los años 1981 y 1984 por Vicens Hualde, pero diez
años después el edificio estaba prácticamente arruinado. En 1993 sufrió una
intervención de urgencia que detuvo, o al menos ralentizó, su deterioro.
Por la escritura
fundacional sabemos que su arquitecto fue Diego García, vecino de Astudillo,
que seguramente sería también el encargado de llevar a cabo la reforma de la
iglesia del monasterio de Santa Clara que se desarrolló en la misma época. Se
construyó todo de cantería y piedra labrada. El hospital se erigió en el corral
del monasterio y adosado al mismo. Tenía un acceso independiente desde el
exterior por una puerta renacentista decorada con los escudos de los Velasco,
de Beatriz de Manrique y la cruz de San Andrés. También era posible acceder al
hospital desde el compás del monasterio, mediante una galería cubierta que lo comunicaba
con la iglesia. Este acceso sería el utilizado por los pobres para acudir a las
misas.
El edificio
estaba estructurado en torno a un patio cuadrado con dos pisos que se abrían
mediante arcos, escarzanos (tipo de arcos rebajados) en el piso bajo y de medio
punto en los superiores, con una balaustrada de arquillos góticos. También
existía un tercer piso que correspondería a un añadido posterior. Las galerías
que dan al patio se cubrían con bóvedas de crucería simple, con las claves
decoradas con los escudos de los fundadores. La circulación entre los pisos se
realizaba mediante una escalera de caracol situada en el ángulo noroeste. En
época posterior se añadió una gran escalera de tres tiros con balaustrada que desapareció.
El piso principal estaba dedicado a los pobres y enfermos. La planta baja está
repartida en compartimentos pequeños quizá para oficinas, y en los extremos,
grandes silos. En la Crónica de los Reyes de Castilla se dice que en estos
silos había mandado “encerrar mil fanegas
de grano para las emprestar a las personas pobres y necesitadas en la mi villa
de Medina v su vecindad y a los vasallos e los sentinos del dicho hospital que
menester lo oviesen en cada año... E den por ello buenas prendas e recabdos a
la vista y cargo del provisor u hospitalero para lo pagar el día de Santa M. de
setiembre”. Este mismo autor nos habla de que existió, sobre un pedestal,
el busto de una señora tocada con las ropas de “aquel tiempo”.
Sabemos que había
una vivienda para el provisor que los arquitectos y restauradores identificaron
con el espacio entre el hospital y el compás del monasterio. Además tenía una
cámara para el Conde de Haro y dependencias para los miembros de su familia que
quisieran retirarse alguna temporada. Se ha conservado parcialmente una gran
estancia en la planta baja con dos chimeneas que serviría como cocina y
calefacción.
En el patio y a
su izquierda estuvo el cementerio, limitado en el lado norte por la ermita de
Santa Lucía o San Millán. En medio había una cruz renacentista de piedra,
sirviéndole de base una escalinata y sobre ella una columna de ocho lados. Que
quizá sea la que se ve a la entrada del complejo de Santa Clara.
En el lado sur,
adosada a la iglesia de Santa Clara, se situaba la iglesia del hospital, que se
abría hacia la cabecera de la monástica mediante una ventana con reja desde la
que los pobres demasiado ancianos o los enfermos podrían asistir a los oficios
religiosos sin necesidad de desplazarse. En 1616, cuando se renovó por completo
la cabecera, esta comunicación fue respetada. Sabemos que tenía una sacristía adosada, donde se guardaban gran
parte de los ornamentos litúrgicos. También existía un espacio estrictamente
habilitado como librería, ya que así aparece mencionado en un inventario
bibliográfico de 1615. Este espacio, además, servía como archivo, ya que
aparece mencionada un arca de madera con los documentos y escrituras del
hospital.
Entre los restos
conservados, destaca la gran presencia que se otorga a la decoración heráldica
en el recinto. Todas las claves de las bóvedas están decoradas con los escudos
de los Velasco, Beatriz de Manrique y la cruz de San Andrés, algunos todavía
con color. A esto hay que sumar la decoración efímera que no se ha conservado,
pero multiplicaba la presencia de la heráldica: en las sayas de los pobres, en
los cabeceros de las camas y los cortinajes, los ornamentos litúrgicos...
Además señalar la balaustrada del patio central, decorada con travesaños y que
formaban la divisa de la cruz aspada que, de esta forma, adquiría una presencia
relevante en el centro del ideal caballeresco y devocional del conde de Haro.
Para rematar la
visita creo muy atractivo recurrir a Julián García Sainz de Baranda para
pedirle que sea nuestro “cicerone” en un recorrido por las ruinas que él
conoció del hospital de la Vera Cruz aquel 1916-1917: “(…) está situado junto al Convento de Santa Clara, da al campo de su
propiedad y se entra a él por una anteportada almenada, que en su frente tiene los
escudos heráldicos de los Vélascos. Entrando a mano izquierda de su patio, se
halla hoy un pequeño jardín, conocido vulgarmente con el nombre del
“Malvarejo”, en cuyo centro se alza sobre escalonado y ochavado pedestal, alta
columna de piedra que remata en la efigie de Cristo Crucificado: este jardín
fue en otro tiempo el cementerio del Hospital. Frente a la anteportada y
atravesando el patio, se llega al portalón que da acceso al mismo y
atravesándole, se encuentra en un patio cuadrado; siguiendo sus aristas y
lados, sube una esbelta escalera de las llamadas de corte, que da acceso al
piso principal; una hermosa galería ciñe al patio y amplios claustros ponen en
comunicación las habitaciones destinadas al Provisor y los pobres. Encima de
éste se encuentra aún otro piso, hoy completamente destartalado, en el que se
conserva la tradición, de que en él vivió humildemente el fundador, y aun se
señala el cuarto que ocupó muy cerca del cual se halla otro que se comunica con
la iglesia del Convento, por medio de una tribuna desde la que oía misa el Buen
Conde de Haro y practicaba sus rezos”.
Bibliografía:
“Fundación,
dotación y ordenanzas del “hospital de la Vera Cruz” de Medina de Pomar
(a.1438)”. Cesar Alonso de Porres Fernández.
“Los libros
donados por el primer conde de Haro al Hospital de la Vera Cruz de Medina de
Pomar: un testimonio de la bibliofilia de un magnate en la Castilla de mediados
del siglo XV”. Diego Arsuaga Laborde.
“Arquitectura de
Medina de Pomar”. Inocencio Cadiñanos Bardecí.
“El patrocinio
arquitectónico de los Velasco (1313-1512): construcción y un contexto de un
linaje en la Corona de Castilla”. Tesis doctoral de Elena Paulino Montero.
“Apuntes
históricos sobre la ciudad de Medina de Pomar”. Julián García Sainz de Baranda.
“Medina de
Pomar. Arqueológico y centro de turismo”. Julián García Sainz de Baranda.
“Pedro Fernández
de Velasco, primer conde de Haro: un estudio de la figura de un ricohombre en
la Castilla del cuatrocientos”. Diego Arsuaga Laborde.
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