¿Quién no ha
visto en el cine esas películas del oeste en donde se talaban árboles que
fluían río abajo? O más cerca, ¿Alfredo Landa en “El río que nos lleva”? Por no
hablar de un joven Josep Borrell apareciendo en los telediarios del felipismo
disfrazado de recio montañés leridano montado en su almadía. ¿Qué tienen en
común? Troncos y ríos como transportistas.
Pero, ¿Cuándo no
hay ríos cerca cómo llevamos cómodamente los troncos? Claro que la pregunta
puede ser otra: ¿Debemos talar árboles alejados de los cursos fluviales? A
veces, sí. Y el terreno habrá que prepararlo para que las yuntas de bueyes
logren trasladar los troncos hasta el molino. Un jaleo. Pero hubo otro método
que no era trasladarlo por helicóptero –más que nada porque no estaban
inventados-. Se trataba de los canales de troncos. ¿”Lo cualo”? Hablamos de un canal
para arrastrar madera desde las montañas donde fueron talados hasta los lugares
de transformación utilizando agua corriente… o la ley de la gravedad. ¿Problema?
Aunque era una alternativa barata al transporte animal tenía limitaciones de
mantenimiento. Los primeros canales eran rampas cuadradas propensas a atascos
que podían causar daños y requerían un mantenimiento constante.
La necesidad del
resbaladero de Lunada surge lejos, tanto en el tiempo como en el espacio. Desde
el siglo XVI se buscaba hacer buenos cañones en España. A inicios del siglo
XVII la escasez de artillería y de cobre para fundir el bronce era tal que la
Junta de Fábricas de Navíos sugiere a Felipe III traer de Flandes dos casas de
fundidores de bronce para a Lisboa y La Coruña y otras tantas de hierro que
podrían establecerse en Vizcaya, Guipúzcoa o "Las Montañas". Al final
las fundiciones de hierro se instalaron en la zona de Liérganes ante el rechazo
vizcaíno y el abundante y regular curso del río Miera.
Además era fácil
obtener allí la energía al estar rodeado de extensos y frondosos bosques y que la
mano de obra auxiliar sería abundante y barata dada la pobreza local. Pese a
los nuevos intentos del Señorío de Vizcaya para abortar el proyecto, Felipe IV
aprueba el dictamen del Consejo el 3 de mayo de 1622. A partir de este momento
da comienzo una explotación sin control del arbolado de la comarca. Ante la creciente
dificultad en el acopio de carbón vegetal, se dicta en 1718 la Real Cédula por
la que se creaba la Dotación de Montes. Esta fijaba un término de cinco leguas
a la redonda de las fábricas en el que solamente se autorizaba a éstas a cortar
leña gruesa para hacer el carbón necesario para las fundiciones.
La Dotación
trajo la paulatina desaparición de las pequeñas ferrerías y de la mano de obra
que en ellas se empleaba, no compensada por los empleos creados por las
fundiciones. En el último tercio del siglo XVIII el problema del abastecimiento
de carbón empeora y la Dotación de cinco leguas de 1718 se hace insuficiente.
En 1783 ha de ampliarse con las zonas de Soncillo, Cilleruelo, Sotoscueva, Valdeporres,
Espinosa de los Monteros y las merindades de Castilla la Vieja, Montija y Valle
de Losa. Estas zonas crean el problema del transporte de la madera a través de
la cordillera ante la baja calidad de los caminos carreteros del lugar.
Por ello se
construirá el resbaladero de Lunada, una estructura del estilo de las descritas
al inicio de la entrada. La pena es que no está en Las Merindades porque cae
del lado de Cantabria de Lunada. Fue diseñado por el ingeniero austriaco Wolfgango
de Mucha o Wolfgang Mücha: una estructura de madera, en forma de canalón, sobre
una base de piedra de la que quedan unos pocos restos al final de la carrera. Su
longitud era de 1.700 metros (otros autores estiman hasta 2.400 metros) terminando
en la finca de la Pila. Para su creación se emplearon cientos de hayas. Este
ingeniero tenía conocimientos de las Dotaciones de Montes y del propio río
Miera, donde extraerían las maderas para el carbón de la fundición.
El propio
Wolfgango lo había diagnosticado: “Facilitar
desde las Merindades de Castilla la Vieja la conducción de leñas por Agua hasta
las Reales Fabricas de la Cavada, con el fin de reducirla a carbón al pie de
los mismos hornos de las fabricas: con cuyo motivo se le encargó la dirección
de las obras Hidráulicas del rio Miera, Canales, Diques, e Ynclusas”. Así el
arrastre por acarreo de las maderas hasta el portillo de Lunada, en la misma
divisoria, y su deslizamiento por un “escurridero” hasta el nacimiento del río.
Ese de Mucha había
llegado a la Cavada el 30 de noviembre de 1790 y el 30 de Marzo de 1791 elaboró
un informe donde propuso seguir fundiendo con carbón de leña, fabricar el
carbón junto a las fábricas, racionalizar la explotación de los montes, seguir
empleando los minerales de Somorrostro… El Informe fue aprobado y la primera
consecuencia fue la creación de la Empresa del Miera con la que se trataba de
resolver el problema del transporte de la leña desde Las Merindades.
Para ese
transporte Müncha aumentó el caudal del río Miera mediante esclusas en diversos
tramos y construyó el resbaladero. El proyecto estimaba el transporte de 100.000
carros a la Fábrica de la Cavada por 600.000 reales, añadiendo 150.000 reales en
las obras del canal con exclusas, rotura de rocas y demás estructuras. Dicho
presupuesto se aprobó el 4 de julio de 1791. El inicio de construcción fue el 8
de agosto de 1791 y para el 26 de ese mismo mes ya comenzaron las pruebas.
En la empresa
del Miera trabajaban habitantes de las zonas colindantes -“por propia voluntad o por obligación” según palabras de Mucha al ministro Antonio Valdés- o por
cuadrillas pagadas a un mayor salario. Preferían el empleo forzoso de vecinos.
Según Fernando
González Camino, el resbaladero principiaba en lo alto del Portillo, en una
gran explanada cerrada de cal y canto donde se preparaban las leñas para ser
resbaladas. La primera versión del resbaladero se ejecutó apoyado sobre maderas
de haya en tijera con una longitud de 2.112 metros. En algunos puntos las
maderas que resbalaban “saltaban” del cauce. ¡Llegaron a golpear a dos
operarios! Calculan que pudo haber permitido el transporte de unos 1.200 carros
de leña. Tristemente, no hay rastros de este primer resbaladero. El definitivo
estuvo asentado sobre piedra que minimizase el deterioro climatológico. El ingeniero
encargado por el ministro Pedro de Varela Ulloa, Müller, dijo que mediría unos
6.100 pies (1.696 metros) con una pendiente media de veinte grados. Esta
inclinación buscaba que el descenso fuese a velocidad moderada y que los
troncos pudiesen avanzar sobre la superficie de rozamiento. El ancho oscilaba
entre los tres metros y los cinco metros. La obra salvaba un desnivel de 400
metros en dos minutos.
El tramo superior
era de 500 metros de longitud. Tuvo dos secciones: una casi rectilínea, con una
escasa pendiente y empedrada, que terminaba en un muro de contención que rompía
esa pendiente con un aplanamiento y ensanchamiento; otro tramo con una
pendiente de treinta grados y trazado en zigzag que reducía el factor de
inclinación del terreno. Se construyó con una base de piedra caliza de cuatro
metros y medio en las zonas más anchas, con cierta inclinación hacia el
interior, en cuyas curvas podían girar los troncos.
Los otros dos
tramos discurrían rectos, separados por una curva. Los diseñadores tuvieron problemas
para salvar el cauce de un regato que da a la parte norte de la estructura. La
curva era de difícil drenaje y sufría la acumulación de nieves e, incluso, de
desprendimientos de rocas. Ante este problema, Wolfgango de Mucha creó un “desnevadero”.
Para fortalecer
la estructura se usaban clavos de nueve pulgadas y se regaba con agua el tobogán
para que disminuyera la fricción y pudieran descender los troncos en diferentes
épocas del año. Para conseguir al agua, se construyó un arca con forma cuadrada
y un vano canalizado hasta el resbaladero. Además para la supervisión del
descenso se encontraban algunas atalayas, desde donde se daban señales para que
dejasen resbalar las maderas o no bajasen más.
Al final del
último tramo se encuentra la estación de cambio de pendiente que junto con la
aún existente rampa servían para la ralentización de los troncos, hasta llegar
a la finca de la Pila donde eran recogidos, registrados y agrupados para su
posterior transporte a un estanque represado situado en la parte inferior del
muro. Esta finca de la Pila tuvo que ser allanada para poder almacenar las
maderas y echarlas al agua. Fue comprada en 1793 por unos 150.000 reales. El
agua que se usaba en el descenso por el resbaladero era canalizada para que no
crease un cauce natural por mitad de la finca y para aumentar el caudal del río
Miera. La cabaña que hay en la finca de Pila se llama Casa del Rey por el escudo
real de Carlos III. Es de estilo neoclásico y servía como almacén de maderas y
como servicio de quienes trabajaban en el resbaladero. Tiene cierto parecido
con las típicas cabañas pasiegas. Se desconoce cómo era su distribución
interior originaria.
Una vez con la
madera en esta finca era lanzada a un estanque, inicialmente construido en
madera. Pero comprobaron que en verano el cauce del Miera estaba seco. Por
ello, se rehízo en mampostería y se construyeron otras presas: Valbuena,
Vernayán… Este problema persistiría por lo que se tuvieron que plantear la
creación de presas río abajo como es el caso en el arroyo de Vernaya en las Corcadillas,
obra mucho mayor que las anteriores. También se modificó el cauce del río Miera
en varias ocasiones. Cuando consideraban que había suficientes troncos en la
represa junto a la finca de la Pila, abrían las compuertas y agua y troncos
bajaban hasta la primera presa situada en La Concha. Allí, un enrejado retenía
los leños. Cuando el caudal del Miera era suficiente, se levantaba el enrejado
y los maderos seguían el cauce del río hasta otro retén situado en La Cavada.
Los primeros
troncos llegaron a la Cavada el 5 de septiembre de 1792. Sin embargo las obras,
que ya se habían iniciado en 1791, continuaban en 1795, especialmente las de
acondicionamiento del lecho del río.
El proceso de
tala se hacía de junio a finales de noviembre. Talaban por el pie del árbol,
dejando solo las hayas que tuviesen menos de cuatro pulgadas de grueso para
aprovechar al máximo el monte. Aunque, dada la exigencia maderera, de Mucha esquilmó
el entorno. Una vez cortados, los árboles debían ser pelados, hendidos, troceados
y apilados en los lugares de tala. Se apilaban en 16 pies de largo y 5,5 de
alto. En estos apiladeros se retocaban los troncos para que adquirieran las
características adecuadas para deslizarles por el resbaladero: debían de medir
unos 7 pies (2`1 metros) de longitud, y 1 pie (0`30 metros) de anchura, y
poseer un extremo más grueso que el otro para que no se trabara tanto en su
descenso por el tobogán o por el río. Estos pesados tocones se subían en carros
tirados por dos bueyes o, cuando escaseaban por vacas. Los caminos hacia Lunada
eran de diversas calidades siendo el mejor el de la Real Hacienda y el camino
real de Espinosa. Durante la ascensión existían apiladeros de tránsito.
A pesar de ser
una de las grandes obras de la época y lugar, esta denominada “Empresa del
Miera” no tuvo el éxito que se esperaba, pues si en el primer año de
funcionamiento debían escurrir 100.000 carros de leña no se consiguieron ni tan
solo 50.000, y en los años sucesivos solo reducían el número esperado de
troncos que debían bajar por este. Estos desajustes se debían en parte a los
frecuentes inconvenientes que se encontraba su ingeniero, tales como el
caprichoso río Miera, que requerían obras aparte (represas, encauzamientos…), o
las frecuentes reparaciones que este ingenio precisaba. Y que no eran
acompañadas de éxitos funcionales suficientes. Añadamos el error estratégico
del ministerio de Marina de optar por una costosa obra en una tecnología obsoleta
como eran las ferrerías con carbón vegetal. Sumemos los conflictos con los
lugareños por el aprovechamiento forestal y las autoridades locales que
llegaron hasta el Consejo de Castilla.
Por todo ello, a
mediados de 1796, una real orden paralizaba las cortas de maderas. De nada
valió el informe favorable emitido al respecto por el ingeniero Müller en
octubre de ese año. En noviembre, el valedor de Müncha era cesado en favor de
Casado de Torres con poder para cerrar las obras del Miera. Y éste parece
haberlo considerado así en carta a de Mucha de 4 de mayo de 1797, cuando le
comunicaba que “ya ha llegado el caso”
y llevó a la cárcel al austríaco.
En este ambiente
aterrizó Jovellanos en Espinosa de los Monteros para ver el Resbaladero de
Lunada. Era el jueves siete de septiembre de 1797. Al ir acercándose a los
montes de Espinosa de los Monteros “que
corren por la derecha, muy apurados; cercados por el rey; sembrados, sin
ninguna producción al parecer; grandes montes de haya, apurados; dejadas
algunas, pero pocas, distantes y no bien repartidas para la repoblación (Muestra
del esquilme sufrido a manos de Wolfgang).
Muchas pilas de madera (los citados apiladeros). Hallamos en un llano antes de subir, no tiradas, ya muy deterioradas,
casi todas sin corteza. Pasiegos que se ocupan en conducir carbón en sus
cuévanos: les pagan a doce reales la carga o diez y medio, según los sitios en
que está, hecho de cuenta del rey en Bustalejo y Azana; mujeres y hombres al
porte, y aun niños; los cuévanos, de carga y de media carga, y aun los hay de
un cuarto de carga. Un hombre que lleva en el suyo carga y cuarto; en un monte
cercano cuesta el porte a diez reales la carga. Las altas peñas se presentan en
forma circular; sus crestas, escarpadas y como rotas por alguna reventazón, se
descomponen; grandes masas se vienen sobre el camino; dos de ellas pasarían de
seiscientos quintales; varios cráteres de diferentes tamaños se ven en el
centro; uno harto grande al lado del camino, ya cerca del portillo; esta voz
equivale a la de puerto.
Vista del resbaladero: pie a tierra; a su
lado, o por el mismo, bajamos hasta el pie, cosa de media legua escasa: el
primer tercio, obra antigua, débil y muy derrotada; el resto, obra nueva sobre
fuertes paredones; grandes trabes de trecho en trecho le sostienen; sobre ellos
dos maderas curvas empotradas; de trabe a trabe un gran pontón empalmado en
ellas; arriba fuertes troncos, cuya unión se empalma en las cabezas de los costados
con cortes; otros debajo para formar el costado y lecho del escurridero, en
forma curva; su extensión, a mi juicio, como de tres mil varas, con más o
menos, pero siempre mucha pendiente y tomando la dirección espiral cuando lo
pide la montaña; al extremo había una horrible caída para las maderas;
destrozábanse; se continuó sobre altos paredones otro trozo de escurridero;
llega hasta el río Miera, que viene por una cañada de la izquierda; gran
plazuela delante para recoger las maderas; muchas casi perdidas en lo alto del
portillo; muchas más abajo esperando la primera avenida; cuatro empleados con
seis reales para guardarlas, y D. N. Miranda, que ahora corre con los carbones;
fuera de la vista, y como a un tiro de fusil, está empezada la primera esclusa
o presa, que es un pantano para retener las aguas del río y laderas y proveer
el cauce; empieza luego éste con paredones de piedra seca bien fuertes; luego
se halla la primera antigua presa provisional, pequeña, de madera; sigue un
trozo de cauce como el primero, con la diferencia de ser un lecho de troncos
planos por la superficie; ya aquí se ve agua en el río; la poca pasa por bajo
del todo; este cauce desemboca en el nuevo de sillería, formando un medio
circulo; su diámetro como de nueve a diez pies; su fondo diferente, según las
exigencias del sitio; piedras labradas sin escoda; faltan betunes; se filtran
aguas, pero como debe servir sólo en tiempo de avenidas, nada importa si ya
labran por bajo el cimiento; la línea espiral; fuertes paredones de retén a los
costados, y sobre ellos anchas y cómodas banquetas; plantío de hayas en ellos;
pocas presas; las más secas por falta de aguas en este verano; su longitud como
mil varas; sigue luego el cauce en la misma forma, pero de piedra seca en
costados y fondo; por consiguiente, la curva no tan perfecta; las filtraciones
mayores; mide éste como doscientas varas; me mostraron el sitio en que acaba, y
me parece que distaría mil varas. Para proveer este cauce se empezó otra presa
o pantano con nombre de esclusa: obra magnifica, sólida, bien ejecutada; está a
medio hacer; recogerá gran copia de agua do otro brazo del Miera que viene del
valle de Vega; debe entrar al canal de que hablé poco ha; estas esclusas y el
cauce de sillería son las obras en que llegó la suspensión.
Está ya acabada la casa, para nosotros
cerrada; sólo estaba franca la cocina; la llave Miranda, a la malicia; bien
construida, sin magnificencia; tiene su capillita, sin espadaña ni campana;
aquí comimos nuestro fiambre de muy buena gana.
Observaciones:
- Primera, es inmensa la madera gastada en las obras provisionales, y más en el escurridero nuevo; cortóse para el monte de Baluera.
- Segunda, creció este mal por el desperdicio del ramaje, inútil para estas obras, que pedían piezas gruesas y no hubieran dado mucho carbón.
- Tercera, que el resbaladero de haya es expuesto a la inclemencia de soles, aguas, hielos y nieves; debe ser de poca duración, y exige reparaciones y aun reconstrucción de tiempo en tiempo, lo que amenaza los mismos inconvenientes.
- Cuarta, que siendo flojo el terreno del fondo, por ser un compuesto de piedras sueltas y tierra arenosa desprendidas de la montaña lateral, acaso sucederá lo misino con los paredones.
- Quinta, que esta montaña está en descomposición, y siempre amenaza con escombros y a veces ruinas.
- Sexta, que el cauce se hizo de piedra caliar (caliza), que aunque está tan a la mano como la de asperón, es de mucho costo su saca y labra.
- Séptima, lo dicho antes acerca de la falta de betunes.
- Octava, que aunque sé ha cuidado de evacuar las aguas vertientes de las altas montañas laterales del cauce, todavía algunas amenazan sus defensas por haberse dispuesto buenos contrafosos, fortificados para conducirlas.
- Novena, que las maderas para carbones, demorando primero en el monte, segundo en el portillo, porque se hace a la vez, tercero en la plazuela, por ídem y porque van primero frotadas por el escurridero y luego mojadas por el cauce y en el dique, deben quedar menos aptas para el carbón, dar menos cantidad, y ésta de calidad más floja, singularmente por ser de haya; así se confiesa, aunque parece que este carbón hace mejor hierro.
- Décima, que este sistema es dispendioso, porque pide empleados en el monte, apiladero, escurridero, encauzadero y dique, reparaciones útiles, etc. Enormes pilas de madera en el llano de la Maza del Moro; ¿por qué se reducen a carbón en vez de cortar en los montes, y lo mismo las que están en el portillo?”
Como estamos
viendo las impresiones de Jovellanos no eran muy positivas. Incluso entendía
que el transporte por agua era negativo para la calidad del carbón vegetal.
Habrán visto que criticó, también, la cantidad y coste de los trabajadores.
“Comido que hubimos, emprendimos a
caballo la subida por ladera que está a la izquierda del escurridero (bajando);
es ponderable su aspereza, altura y fragosidad; a pie; perdimos el aliento;
hacia mucho sol, pero un Nordeste refrigerante nos sostuvo; después de tres
descansos y una buena hora de tiempo, doblamos el portillo (esta falta del
camino es del caso), y despedidos para siempre de él, deshicimos nuestro camino”.
Este ingenio se
encuentra en el municipio de Soba, en el margen derecho del río Miera. Desde el
9 de marzo de 2004 está inventariado por el Gobierno de Cantabria como Bien de
Interés Cultural considerarse una obra de gran magnitud, cuyo propósito era el
transporte de maderas por las escarpadas pendientes de Lunada para finalizar en
la Real Fábrica de Cañones de La Cavada y Liérganes, a las cuales se las debe
en gran parte la escasa presencia de arbolado en las partes altas del valle del
Miera y del norte de la provincia de Burgos.
En
1800 un gran temporal de nieve causó daños en los retenes y en el tablao del resbaladero
y aun así se decidió repararlos "por
si se vuelve a hacer uso de la Empresa de Miera". En la actualidad se
nota, en cierto modo, el recorrido que seguía y algunas de las estructuras
sobre la que se situaba, como las tajeas para salvar las vaguadas y el final
del resbaladero, que denota una inclinación diferente que servía para aminorar
la velocidad del descenso.
Esta obra, que
costó alrededor de 3 millones de reales, marcó de manera singular el paisaje
que hoy se puede vislumbrar en el alto valle del Miera y Las Merindades, el
cual se ve escaso de arbolado, debido a las grandes talas que se hacían y al
modo de pastoreo de los pasiegos.
Bibliografía:
“Diarios
(memorias íntimas) 1790-1801”. Gaspar Melchor de Jovellanos.
“De Idria a
Cantabria: Arqueología de dos presas para flotación de maderas en la cabecera
del río Miera a finales del siglo XVIII”. José Sierra Álvarez.
“Boletín del
museo de las villas pasiegas nº 10 (1993). El resbaladero de Lunada”. J.
Ignacio López”.
Boletín Oficial
de Cantabria.
Periódico “Crónica
de Las Merindades”.
Lugares con
historia: resbaladero de Lunada.
Para saber más:
Anejos:
Wolfgang
Mücha (1758-1826): Nacido como primogénito de una casa distinguida
de Carniola (hoy, Eslovenia). De joven destacó en matemáticas, y química
metalúrgica lo que le hizo ser el protegido del príncipe de Likeinstein. Tras
varios trabajos para este, le ofrecieron ser oficial del Cuerpo de Artillería.
En esta posición adquirió fama al mejorar el rendimiento de las minas de hierro
y en las fábricas de cañones de Mariazell (Austria). En 1787 fue nombrado
profesor en el Colegio de Bombarderos de Mariahöf (Austria). No le agradaba el
puesto y así se lo dijo al ingeniero de Marina y director de la Real Fábrica de
la Cavada, Fernando Casado de Torres e Irola, ante el ofrecimiento de trabajar
para España. Este aceptó si le pagaban “[…]
un sueldo de 4000 florines y una superior graduación militar”. Tras mucha
inquietud ante su posible encarcelamiento, y de un largo viaje, llega a La
Cavada el 30 de octubre de 1790. Su cometido general era “reconocer y examinar el estado de las fábricas de la Cavada, método de
aquellas fundiciones y lo demás que pertenezca a este ramo”. En dicho
contexto se le encarga la mejora de la fundición y el ensayo de la fundición al
coque. Pero a pesar de las buenas sensaciones del comienzo, para de Mucha no
sería si no un quebradero de cabeza al encontrarse, no sin parte de culpa, un
sin fin de problemas con la población local, con las características del medio
y problemas de financiación que le llevarían a perder el apoyo de sus
defensores como Valdés, su cargo y su asignación y rango.
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