Que no te asusten ni la letra ni el sendero de palabras pues, amigo, para la sed de saber, largo trago.
Retorna tanto como quieras que aquí me tendrás manando recuerdos.


domingo, 27 de febrero de 2022

Un hombre del siglo XVIII vio un largo tobogán.

 
 
¿Quién no ha visto en el cine esas películas del oeste en donde se talaban árboles que fluían río abajo? O más cerca, ¿Alfredo Landa en “El río que nos lleva”? Por no hablar de un joven Josep Borrell apareciendo en los telediarios del felipismo disfrazado de recio montañés leridano montado en su almadía. ¿Qué tienen en común? Troncos y ríos como transportistas.

 
Pero, ¿Cuándo no hay ríos cerca cómo llevamos cómodamente los troncos? Claro que la pregunta puede ser otra: ¿Debemos talar árboles alejados de los cursos fluviales? A veces, sí. Y el terreno habrá que prepararlo para que las yuntas de bueyes logren trasladar los troncos hasta el molino. Un jaleo. Pero hubo otro método que no era trasladarlo por helicóptero –más que nada porque no estaban inventados-. Se trataba de los canales de troncos. ¿”Lo cualo”? Hablamos de un canal para arrastrar madera desde las montañas donde fueron talados hasta los lugares de transformación utilizando agua corriente… o la ley de la gravedad. ¿Problema? Aunque era una alternativa barata al transporte animal tenía limitaciones de mantenimiento. Los primeros canales eran rampas cuadradas propensas a atascos que podían causar daños y requerían un mantenimiento constante.

 
La necesidad del resbaladero de Lunada surge lejos, tanto en el tiempo como en el espacio. Desde el siglo XVI se buscaba hacer buenos cañones en España. A inicios del siglo XVII la escasez de artillería y de cobre para fundir el bronce era tal que la Junta de Fábricas de Navíos sugiere a Felipe III traer de Flandes dos casas de fundidores de bronce para a Lisboa y La Coruña y otras tantas de hierro que podrían establecerse en Vizcaya, Guipúzcoa o "Las Montañas". Al final las fundiciones de hierro se instalaron en la zona de Liérganes ante el rechazo vizcaíno y el abundante y regular curso del río Miera.
 
Además era fácil obtener allí la energía al estar rodeado de extensos y frondosos bosques y que la mano de obra auxiliar sería abundante y barata dada la pobreza local. Pese a los nuevos intentos del Señorío de Vizcaya para abortar el proyecto, Felipe IV aprueba el dictamen del Consejo el 3 de mayo de 1622. A partir de este momento da comienzo una explotación sin control del arbolado de la comarca. Ante la creciente dificultad en el acopio de carbón vegetal, se dicta en 1718 la Real Cédula por la que se creaba la Dotación de Montes. Esta fijaba un término de cinco leguas a la redonda de las fábricas en el que solamente se autorizaba a éstas a cortar leña gruesa para hacer el carbón necesario para las fundiciones.

Resbaladero de Lunada
Foto Cortesía de José Antonio San Millán Cobo
 
La Dotación trajo la paulatina desaparición de las pequeñas ferrerías y de la mano de obra que en ellas se empleaba, no compensada por los empleos creados por las fundiciones. En el último tercio del siglo XVIII el problema del abastecimiento de carbón empeora y la Dotación de cinco leguas de 1718 se hace insuficiente. En 1783 ha de ampliarse con las zonas de Soncillo, Cilleruelo, Sotoscueva, Valdeporres, Espinosa de los Monteros y las merindades de Castilla la Vieja, Montija y Valle de Losa. Estas zonas crean el problema del transporte de la madera a través de la cordillera ante la baja calidad de los caminos carreteros del lugar.
 
Por ello se construirá el resbaladero de Lunada, una estructura del estilo de las descritas al inicio de la entrada. La pena es que no está en Las Merindades porque cae del lado de Cantabria de Lunada. Fue diseñado por el ingeniero austriaco Wolfgango de Mucha o Wolfgang Mücha: una estructura de madera, en forma de canalón, sobre una base de piedra de la que quedan unos pocos restos al final de la carrera. Su longitud era de 1.700 metros (otros autores estiman hasta 2.400 metros) terminando en la finca de la Pila. Para su creación se emplearon cientos de hayas. Este ingeniero tenía conocimientos de las Dotaciones de Montes y del propio río Miera, donde extraerían las maderas para el carbón de la fundición.

Wolfgang Müncha
 
El propio Wolfgango lo había diagnosticado: “Facilitar desde las Merindades de Castilla la Vieja la conducción de leñas por Agua hasta las Reales Fabricas de la Cavada, con el fin de reducirla a carbón al pie de los mismos hornos de las fabricas: con cuyo motivo se le encargó la dirección de las obras Hidráulicas del rio Miera, Canales, Diques, e Ynclusas”. Así el arrastre por acarreo de las maderas hasta el portillo de Lunada, en la misma divisoria, y su deslizamiento por un “escurridero” hasta el nacimiento del río.
 
Ese de Mucha había llegado a la Cavada el 30 de noviembre de 1790 y el 30 de Marzo de 1791 elaboró un informe donde propuso seguir fundiendo con carbón de leña, fabricar el carbón junto a las fábricas, racionalizar la explotación de los montes, seguir empleando los minerales de Somorrostro… El Informe fue aprobado y la primera consecuencia fue la creación de la Empresa del Miera con la que se trataba de resolver el problema del transporte de la leña desde Las Merindades.

Cortesía de José Antonio San Millán
 
Para ese transporte Müncha aumentó el caudal del río Miera mediante esclusas en diversos tramos y construyó el resbaladero. El proyecto estimaba el transporte de 100.000 carros a la Fábrica de la Cavada por 600.000 reales, añadiendo 150.000 reales en las obras del canal con exclusas, rotura de rocas y demás estructuras. Dicho presupuesto se aprobó el 4 de julio de 1791. El inicio de construcción fue el 8 de agosto de 1791 y para el 26 de ese mismo mes ya comenzaron las pruebas.
 
En la empresa del Miera trabajaban habitantes de las zonas colindantes -“por propia voluntad o por obligación” según palabras de Mucha al ministro Antonio Valdés- o por cuadrillas pagadas a un mayor salario. Preferían el empleo forzoso de vecinos.
 
Según Fernando González Camino, el resbaladero principiaba en lo alto del Portillo, en una gran explanada cerrada de cal y canto donde se preparaban las leñas para ser resbaladas. La primera versión del resbaladero se ejecutó apoyado sobre maderas de haya en tijera con una longitud de 2.112 metros. En algunos puntos las maderas que resbalaban “saltaban” del cauce. ¡Llegaron a golpear a dos operarios! Calculan que pudo haber permitido el transporte de unos 1.200 carros de leña. Tristemente, no hay rastros de este primer resbaladero. El definitivo estuvo asentado sobre piedra que minimizase el deterioro climatológico. El ingeniero encargado por el ministro Pedro de Varela Ulloa, Müller, dijo que mediría unos 6.100 pies (1.696 metros) con una pendiente media de veinte grados. Esta inclinación buscaba que el descenso fuese a velocidad moderada y que los troncos pudiesen avanzar sobre la superficie de rozamiento. El ancho oscilaba entre los tres metros y los cinco metros. La obra salvaba un desnivel de 400 metros en dos minutos.

Cortesía de José Antonio San Millán
 
El tramo superior era de 500 metros de longitud. Tuvo dos secciones: una casi rectilínea, con una escasa pendiente y empedrada, que terminaba en un muro de contención que rompía esa pendiente con un aplanamiento y ensanchamiento; otro tramo con una pendiente de treinta grados y trazado en zigzag que reducía el factor de inclinación del terreno. Se construyó con una base de piedra caliza de cuatro metros y medio en las zonas más anchas, con cierta inclinación hacia el interior, en cuyas curvas podían girar los troncos.
 
Los otros dos tramos discurrían rectos, separados por una curva. Los diseñadores tuvieron problemas para salvar el cauce de un regato que da a la parte norte de la estructura. La curva era de difícil drenaje y sufría la acumulación de nieves e, incluso, de desprendimientos de rocas. Ante este problema, Wolfgango de Mucha creó un “desnevadero”.

Cortesía de José Antonio San Millán
 
Para fortalecer la estructura se usaban clavos de nueve pulgadas y se regaba con agua el tobogán para que disminuyera la fricción y pudieran descender los troncos en diferentes épocas del año. Para conseguir al agua, se construyó un arca con forma cuadrada y un vano canalizado hasta el resbaladero. Además para la supervisión del descenso se encontraban algunas atalayas, desde donde se daban señales para que dejasen resbalar las maderas o no bajasen más.
 
Al final del último tramo se encuentra la estación de cambio de pendiente que junto con la aún existente rampa servían para la ralentización de los troncos, hasta llegar a la finca de la Pila donde eran recogidos, registrados y agrupados para su posterior transporte a un estanque represado situado en la parte inferior del muro. Esta finca de la Pila tuvo que ser allanada para poder almacenar las maderas y echarlas al agua. Fue comprada en 1793 por unos 150.000 reales. El agua que se usaba en el descenso por el resbaladero era canalizada para que no crease un cauce natural por mitad de la finca y para aumentar el caudal del río Miera. La cabaña que hay en la finca de Pila se llama Casa del Rey por el escudo real de Carlos III. Es de estilo neoclásico y servía como almacén de maderas y como servicio de quienes trabajaban en el resbaladero. Tiene cierto parecido con las típicas cabañas pasiegas. Se desconoce cómo era su distribución interior originaria.

Carlos III de España
 
Una vez con la madera en esta finca era lanzada a un estanque, inicialmente construido en madera. Pero comprobaron que en verano el cauce del Miera estaba seco. Por ello, se rehízo en mampostería y se construyeron otras presas: Valbuena, Vernayán… Este problema persistiría por lo que se tuvieron que plantear la creación de presas río abajo como es el caso en el arroyo de Vernaya en las Corcadillas, obra mucho mayor que las anteriores. También se modificó el cauce del río Miera en varias ocasiones. Cuando consideraban que había suficientes troncos en la represa junto a la finca de la Pila, abrían las compuertas y agua y troncos bajaban hasta la primera presa situada en La Concha. Allí, un enrejado retenía los leños. Cuando el caudal del Miera era suficiente, se levantaba el enrejado y los maderos seguían el cauce del río hasta otro retén situado en La Cavada.

Cortesía de José Antonio San Millán Cobo
 
Los primeros troncos llegaron a la Cavada el 5 de septiembre de 1792. Sin embargo las obras, que ya se habían iniciado en 1791, continuaban en 1795, especialmente las de acondicionamiento del lecho del río.
 
El proceso de tala se hacía de junio a finales de noviembre. Talaban por el pie del árbol, dejando solo las hayas que tuviesen menos de cuatro pulgadas de grueso para aprovechar al máximo el monte. Aunque, dada la exigencia maderera, de Mucha esquilmó el entorno. Una vez cortados, los árboles debían ser pelados, hendidos, troceados y apilados en los lugares de tala. Se apilaban en 16 pies de largo y 5,5 de alto. En estos apiladeros se retocaban los troncos para que adquirieran las características adecuadas para deslizarles por el resbaladero: debían de medir unos 7 pies (2`1 metros) de longitud, y 1 pie (0`30 metros) de anchura, y poseer un extremo más grueso que el otro para que no se trabara tanto en su descenso por el tobogán o por el río. Estos pesados tocones se subían en carros tirados por dos bueyes o, cuando escaseaban por vacas. Los caminos hacia Lunada eran de diversas calidades siendo el mejor el de la Real Hacienda y el camino real de Espinosa. Durante la ascensión existían apiladeros de tránsito.

Cortesía de José Antonio San Millán Cobo
 
A pesar de ser una de las grandes obras de la época y lugar, esta denominada “Empresa del Miera” no tuvo el éxito que se esperaba, pues si en el primer año de funcionamiento debían escurrir 100.000 carros de leña no se consiguieron ni tan solo 50.000, y en los años sucesivos solo reducían el número esperado de troncos que debían bajar por este. Estos desajustes se debían en parte a los frecuentes inconvenientes que se encontraba su ingeniero, tales como el caprichoso río Miera, que requerían obras aparte (represas, encauzamientos…), o las frecuentes reparaciones que este ingenio precisaba. Y que no eran acompañadas de éxitos funcionales suficientes. Añadamos el error estratégico del ministerio de Marina de optar por una costosa obra en una tecnología obsoleta como eran las ferrerías con carbón vegetal. Sumemos los conflictos con los lugareños por el aprovechamiento forestal y las autoridades locales que llegaron hasta el Consejo de Castilla.
 
Por todo ello, a mediados de 1796, una real orden paralizaba las cortas de maderas. De nada valió el informe favorable emitido al respecto por el ingeniero Müller en octubre de ese año. En noviembre, el valedor de Müncha era cesado en favor de Casado de Torres con poder para cerrar las obras del Miera. Y éste parece haberlo considerado así en carta a de Mucha de 4 de mayo de 1797, cuando le comunicaba que “ya ha llegado el caso” y llevó a la cárcel al austríaco.

Final del Resbaladero de Lunada
 
En este ambiente aterrizó Jovellanos en Espinosa de los Monteros para ver el Resbaladero de Lunada. Era el jueves siete de septiembre de 1797. Al ir acercándose a los montes de Espinosa de los Monteros “que corren por la derecha, muy apurados; cercados por el rey; sembrados, sin ninguna producción al parecer; grandes montes de haya, apurados; dejadas algunas, pero pocas, distantes y no bien repartidas para la repoblación (Muestra del esquilme sufrido a manos de Wolfgang). Muchas pilas de madera (los citados apiladeros). Hallamos en un llano antes de subir, no tiradas, ya muy deterioradas, casi todas sin corteza. Pasiegos que se ocupan en conducir carbón en sus cuévanos: les pagan a doce reales la carga o diez y medio, según los sitios en que está, hecho de cuenta del rey en Bustalejo y Azana; mujeres y hombres al porte, y aun niños; los cuévanos, de carga y de media carga, y aun los hay de un cuarto de carga. Un hombre que lleva en el suyo carga y cuarto; en un monte cercano cuesta el porte a diez reales la carga. Las altas peñas se presentan en forma circular; sus crestas, escarpadas y como rotas por alguna reventazón, se descomponen; grandes masas se vienen sobre el camino; dos de ellas pasarían de seiscientos quintales; varios cráteres de diferentes tamaños se ven en el centro; uno harto grande al lado del camino, ya cerca del portillo; esta voz equivale a la de puerto.
 
Gaspar Melchor de Jovellanos

Vista del resbaladero: pie a tierra; a su lado, o por el mismo, bajamos hasta el pie, cosa de media legua escasa: el primer tercio, obra antigua, débil y muy derrotada; el resto, obra nueva sobre fuertes paredones; grandes trabes de trecho en trecho le sostienen; sobre ellos dos maderas curvas empotradas; de trabe a trabe un gran pontón empalmado en ellas; arriba fuertes troncos, cuya unión se empalma en las cabezas de los costados con cortes; otros debajo para formar el costado y lecho del escurridero, en forma curva; su extensión, a mi juicio, como de tres mil varas, con más o menos, pero siempre mucha pendiente y tomando la dirección espiral cuando lo pide la montaña; al extremo había una horrible caída para las maderas; destrozábanse; se continuó sobre altos paredones otro trozo de escurridero; llega hasta el río Miera, que viene por una cañada de la izquierda; gran plazuela delante para recoger las maderas; muchas casi perdidas en lo alto del portillo; muchas más abajo esperando la primera avenida; cuatro empleados con seis reales para guardarlas, y D. N. Miranda, que ahora corre con los carbones; fuera de la vista, y como a un tiro de fusil, está empezada la primera esclusa o presa, que es un pantano para retener las aguas del río y laderas y proveer el cauce; empieza luego éste con paredones de piedra seca bien fuertes; luego se halla la primera antigua presa provisional, pequeña, de madera; sigue un trozo de cauce como el primero, con la diferencia de ser un lecho de troncos planos por la superficie; ya aquí se ve agua en el río; la poca pasa por bajo del todo; este cauce desemboca en el nuevo de sillería, formando un medio circulo; su diámetro como de nueve a diez pies; su fondo diferente, según las exigencias del sitio; piedras labradas sin escoda; faltan betunes; se filtran aguas, pero como debe servir sólo en tiempo de avenidas, nada importa si ya labran por bajo el cimiento; la línea espiral; fuertes paredones de retén a los costados, y sobre ellos anchas y cómodas banquetas; plantío de hayas en ellos; pocas presas; las más secas por falta de aguas en este verano; su longitud como mil varas; sigue luego el cauce en la misma forma, pero de piedra seca en costados y fondo; por consiguiente, la curva no tan perfecta; las filtraciones mayores; mide éste como doscientas varas; me mostraron el sitio en que acaba, y me parece que distaría mil varas. Para proveer este cauce se empezó otra presa o pantano con nombre de esclusa: obra magnifica, sólida, bien ejecutada; está a medio hacer; recogerá gran copia de agua do otro brazo del Miera que viene del valle de Vega; debe entrar al canal de que hablé poco ha; estas esclusas y el cauce de sillería son las obras en que llegó la suspensión.

Dibujos de Jovellanos describiendo el Resbaladero
 
Está ya acabada la casa, para nosotros cerrada; sólo estaba franca la cocina; la llave Miranda, a la malicia; bien construida, sin magnificencia; tiene su capillita, sin espadaña ni campana; aquí comimos nuestro fiambre de muy buena gana.
 
Observaciones:
 
  • Primera, es inmensa la madera gastada en las obras provisionales, y más en el escurridero nuevo; cortóse para el monte de Baluera.
  • Segunda, creció este mal por el desperdicio del ramaje, inútil para estas obras, que pedían piezas gruesas y no hubieran dado mucho carbón.
  • Tercera, que el resbaladero de haya es expuesto a la inclemencia de soles, aguas, hielos y nieves; debe ser de poca duración, y exige reparaciones y aun reconstrucción de tiempo en tiempo, lo que amenaza los mismos inconvenientes.
  • Cuarta, que siendo flojo el terreno del fondo, por ser un compuesto de piedras sueltas y tierra arenosa desprendidas de la montaña lateral, acaso sucederá lo misino con los paredones.
  • Quinta, que esta montaña está en descomposición, y siempre amenaza con escombros y a veces ruinas.
  • Sexta, que el cauce se hizo de piedra caliar (caliza), que aunque está tan a la mano como la de asperón, es de mucho costo su saca y labra.
  • Séptima, lo dicho antes acerca de la falta de betunes.
  • Octava, que aunque sé ha cuidado de evacuar las aguas vertientes de las altas montañas laterales del cauce, todavía algunas amenazan sus defensas por haberse dispuesto buenos contrafosos, fortificados para conducirlas.
  • Novena, que las maderas para carbones, demorando primero en el monte, segundo en el portillo, porque se hace a la vez, tercero en la plazuela, por ídem y porque van primero frotadas por el escurridero y luego mojadas por el cauce y en el dique, deben quedar menos aptas para el carbón, dar menos cantidad, y ésta de calidad más floja, singularmente por ser de haya; así se confiesa, aunque parece que este carbón hace mejor hierro.
  • Décima, que este sistema es dispendioso, porque pide empleados en el monte, apiladero, escurridero, encauzadero y dique, reparaciones útiles, etc. Enormes pilas de madera en el llano de la Maza del Moro; ¿por qué se reducen a carbón en vez de cortar en los montes, y lo mismo las que están en el portillo?”
 
Como estamos viendo las impresiones de Jovellanos no eran muy positivas. Incluso entendía que el transporte por agua era negativo para la calidad del carbón vegetal. Habrán visto que criticó, también, la cantidad y coste de los trabajadores.

Cortesía de José Antonio San Millán
 
“Comido que hubimos, emprendimos a caballo la subida por ladera que está a la izquierda del escurridero (bajando); es ponderable su aspereza, altura y fragosidad; a pie; perdimos el aliento; hacia mucho sol, pero un Nordeste refrigerante nos sostuvo; después de tres descansos y una buena hora de tiempo, doblamos el portillo (esta falta del camino es del caso), y despedidos para siempre de él, deshicimos nuestro camino”.
 
Este ingenio se encuentra en el municipio de Soba, en el margen derecho del río Miera. Desde el 9 de marzo de 2004 está inventariado por el Gobierno de Cantabria como Bien de Interés Cultural considerarse una obra de gran magnitud, cuyo propósito era el transporte de maderas por las escarpadas pendientes de Lunada para finalizar en la Real Fábrica de Cañones de La Cavada y Liérganes, a las cuales se las debe en gran parte la escasa presencia de arbolado en las partes altas del valle del Miera y del norte de la provincia de Burgos.

Cortesía de José Antonio San Millán
 
En 1800 un gran temporal de nieve causó daños en los retenes y en el tablao del resbaladero y aun así se decidió repararlos "por si se vuelve a hacer uso de la Empresa de Miera". En la actualidad se nota, en cierto modo, el recorrido que seguía y algunas de las estructuras sobre la que se situaba, como las tajeas para salvar las vaguadas y el final del resbaladero, que denota una inclinación diferente que servía para aminorar la velocidad del descenso.
 
Esta obra, que costó alrededor de 3 millones de reales, marcó de manera singular el paisaje que hoy se puede vislumbrar en el alto valle del Miera y Las Merindades, el cual se ve escaso de arbolado, debido a las grandes talas que se hacían y al modo de pastoreo de los pasiegos.
 
 
 
Bibliografía:
 
“Diarios (memorias íntimas) 1790-1801”. Gaspar Melchor de Jovellanos.
“De Idria a Cantabria: Arqueología de dos presas para flotación de maderas en la cabecera del río Miera a finales del siglo XVIII”. José Sierra Álvarez.
“Boletín del museo de las villas pasiegas nº 10 (1993). El resbaladero de Lunada”. J. Ignacio López”.
Boletín Oficial de Cantabria.
Periódico “Crónica de Las Merindades”.
Lugares con historia: resbaladero de Lunada.
 
Para saber más:
 
 
 
Anejos:
 
Wolfgang Mücha (1758-1826): Nacido como primogénito de una casa distinguida de Carniola (hoy, Eslovenia). De joven destacó en matemáticas, y química metalúrgica lo que le hizo ser el protegido del príncipe de Likeinstein. Tras varios trabajos para este, le ofrecieron ser oficial del Cuerpo de Artillería. En esta posición adquirió fama al mejorar el rendimiento de las minas de hierro y en las fábricas de cañones de Mariazell (Austria). En 1787 fue nombrado profesor en el Colegio de Bombarderos de Mariahöf (Austria). No le agradaba el puesto y así se lo dijo al ingeniero de Marina y director de la Real Fábrica de la Cavada, Fernando Casado de Torres e Irola, ante el ofrecimiento de trabajar para España. Este aceptó si le pagaban “[…] un sueldo de 4000 florines y una superior graduación militar”. Tras mucha inquietud ante su posible encarcelamiento, y de un largo viaje, llega a La Cavada el 30 de octubre de 1790. Su cometido general era “reconocer y examinar el estado de las fábricas de la Cavada, método de aquellas fundiciones y lo demás que pertenezca a este ramo”. En dicho contexto se le encarga la mejora de la fundición y el ensayo de la fundición al coque. Pero a pesar de las buenas sensaciones del comienzo, para de Mucha no sería si no un quebradero de cabeza al encontrarse, no sin parte de culpa, un sin fin de problemas con la población local, con las características del medio y problemas de financiación que le llevarían a perder el apoyo de sus defensores como Valdés, su cargo y su asignación y rango.
 
 
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Por favor, tenga usted buena educación. Los comentarios irrespetuosos o insultantes serán eliminados.