Nos vamos a un
lugar bucólico del Valle de Mena, Anzo, que encubre una ermita dedicada a una
santa lejana de Las Merindades: una santa de Egipto. Aunque hubo dos. Ermitas, no santas. Pero de
eso ya hablaremos.
Santa María
Egipciaca -la santa en cuestión- nació, probablemente, alrededor del año 344 y murió
hacia el 421, teóricamente un primero de abril y, además, Jueves Santo. Desde
niña pareció ser muy casquivana diciéndonos los textos que se entregaba a sus
parientes y, después, a cualquier hombre que se lo pidiese. Por ello, cuando cumple
12 años se escapa de la casa de sus padres para ofrecerse libremente en Alejandría
y ganar más dinero gracias a la prostitución, el hilado de lino y la
mendicidad. Así los placeres desenfrenados de la carne se mezclaban con la
avaricia. Una acumulación de dos pecados capitales. Es muy típico aumentar la
degradación inicial del santo para su posterior exaltación. En fin, la raíz de
estos pecados suyos era su hermosura que la hacía vanidosa y tentadora a ojos
de los hombres de su tiempo. Por cierto, hombres que pagaban por sus servicios.
Otros santos varones de Dios completaron la descripción diciendo que tenía “un
deseo insaciable y una irrefrenable pasión similar a la ninfomanía” porque
la obra sobre su vida refiere que, en algunos casos… ¡se negaba a cobrar a los
clientes! Entiendo que era peor acostarse por placer que por dinero. Eso, o la
vituperan por ser mujer. Es obvia la advertencia implícita que tal imagen
representa para un público masculino y célibe ya que el cuerpo de la mujer no
solamente les estaba prohibido, sino que era vilipendiado como fuente de todo
pecado. Hay que notar, sin embargo, que ella ejerce sus aficiones dentro de una
economía y tradiciones completamente controladas por hombres.
Cuando tenía 29
años peregrinó a Jerusalén para la Fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz.
¿Había abrazado una vida de virtud? No. Embarcó rumbo a Palestina con el objetivo
de obtener clientes durante el trayecto y en la ciudad santa. Es curioso que
las prostitutas de los contornos de Jerusalén se acercasen a esa ciudad en las
grandes fiestas para hacer negocios. Asuman que si no tuviesen clientes entre
los peregrinos no gastarían tiempo y dinero en trasladarse allí. Según los
relatos de “Vida de Santos” esta “pecadora mujer de negocios” se unió a las
multitudes que iban a la iglesia donde se veneraba la reliquia de la Vera Cruz para
concertar citas. Pero, cuando alcanzo la puerta de la iglesia no pudo
atravesarla porque una fuerza invisible la rechazaba. Habiendo intentado entrar
tres o cuatro veces, se retiró a un rincón del patio del templo. Entonces
entendió que no podía entrar porque era una pecadora.
Rompió a llorar
y a lamentarse por su vida pasada. En este momento de desesperación se fijó en
una estatua de la Virgen María -o un icono de la Theotokos, según relatos- y le
imploró ayuda para entrar a venerar la reliquia de la Vera Cruz prometiendo que
si se le permitía hacerlo dejaría la prostitución y se apartaría del mundo, es
decir, se convertiría en un asceta. Dicho esto, pudo entrar en la iglesia,
adoró las reliquias y besó el pavimento de la iglesia. Al salir regresó junto a
la estatua de Nuestra Señora y, mientras oraba ahí pidiendo guía para su
futuro, escuchó una voz que le decía que si cruzaba el Jordán encontraría
reposo. Ese mismo día llegó a la orilla del Jordán y recibió la Comunión en el
monasterio de San Juan Bautista. A la mañana siguiente cruzó el río y se
internó en el desierto de Judá con solo tres panes (que simbolizan la
eucaristía).
Ahí vivió
absolutamente sola durante cuarenta y siete años (hasta los 76 años
aproximadamente) subsistiendo de hierbas. Es entonces cuando un sacerdote y
monje llamado Zósimo -o Gozimás- que, siguiendo la costumbre de sus hermanos en
aquel tiempo y lugar, pasaba la Cuaresma en el desierto, encontró a María la
egipciaca desnuda. El hombre de iglesia le entregó su manto y ella llamó a
Zósimo por su nombre (¡milagro!) y lo reconoció como sacerdote. Él, a cambio,
escuchó la historia de la vida de la anciana exprostituta.
Después que
hubieron conversado y orado juntos se citaron en el Jordán la noche del Jueves
Santo del siguiente año y la exputa le pidió que trajera consigo el Santísimo Sacramento.
Cuando llegó el momento del año siguiente, Zósimo puso en un pequeño cáliz una Ostia
y llegó al lugar acordado. Al poco, apareció María en la rivera oriental del río
y, haciendo la señal de la cruz, caminó sobre el agua (¡milagro!) hacia el lado
de poniente. Tras comulgar levantó sus manos hacia el cielo y gritó en alta voz
las palabras de Simeón: "Ahora puedes disponer de tu sierva en paz, oh
Señor, según tu palabra, porque mis ojos han visto tu salvación".
Tras esto, encargó
a Zósimo que fuese durante el año al lugar donde la conoció en el desierto -que
estaba a una distancia de unas veinte jornadas- y le puntualizó que la
encontraría en la condición que Dios ordenara. Como podrán suponer cuando llegó
Zósimo se encontró el cadáver incorrupto de María egipciaca. En la tierra,
junto a ella, estaba escrita la petición de que la enterrara. Dejaba constancia
de que había muerto la misma noche en que Zósimo le había administrado la
Comunión (¡Más Milagros! El cuerpo había recorrido veinte jornadas en una
noche). El monje, auxiliado por un león, la enteró. Cuando regresó a su
monasterio contó, por primera vez, la historia de la vida de María egipciaca.
La vida de la
santa fue escrita no mucho tiempo después de su muerte por alguien que aseveraba
que escuchó los detalles de los monjes del monasterio al que había pertenecido
Zósimo. Suelen citar como posible autor de esta “vida de santos” a San Sophronios
(Sofronio), que llegó a ser Patriarca de Jerusalén entre 634-638. Pero otros
sitúan la historia antes del año 500 y su autor sería desconocido. La fecha de
la santa es un tanto incierta. Los Bollandistas sitúan la muerte de María
egipciaca el 1 de abril del 421, otros eruditos la sitúan un siglo después. Según
el calendario juliano de uso en la época, hay 24 años en el que el 1 de abril
fue jueves. De éstos, los años en los que la Pascua caería el 4 de abril son el
443, 454, 527, 538, y 549. Es notable que el Synaxarion exponga que Zósimo
vivió durante el reinado del emperador Teodosio el Joven, que reinó del 408 al
450. Según la tradición, Zósimo vivió casi cien años, muriendo en el siglo VI,
y en la “Vita” se dice que tenía cincuenta y tres años de edad cuando se reunió
con Santa María de Egipto.
La Iglesia
Griega celebra su fiesta el 1 de abril, mientras que el Martirologio Romano la
asigna al 2 de abril, y el Calendario Romano al 3 de abril. Las reliquias de la
santa son veneradas en Roma, Nápoles, Cremona, Amberes, y algunos otros
lugares. Santa María Egipcíaca es patrona de las mujeres penitentes. En España,
se llamaba “Egipcíacas” a las mujeres que abandonaban la prostitución y eran
atendidas por órdenes religiosas.
En Barcelona, por
ejemplo, se fundó una casa de egipcíacas en 1372 y todavía hoy existe este
nombre en el callejero de la ciudad. Allí existió en los siglos XVI y XVII
(1579-1669) un convento de monjas agustinas arrepentidas. En Roma, el templo
romano de Portunus está dedicado a santa María Egipcíaca desde el año 872.
Se representa a
Santa María Egipciaca, en la iconografía clásica, como una anciana canosa y de
piel ajada por el sol, que ha perdido la belleza física, desnuda o cubierta con
el manto que pidió a Zósimo. Suele llevar también tres panes, que la
hagiografía dice que compró antes de marcharse al desierto y de los cuales ya
hemos hablado.
La historia de
esta santa tuvo una amplia difusión literaria desde su primera aparición, en
griego, en el siglo VII. De los albores del castellano se conserva también una
versión poética: “Vida de Santa María Egipciaca”, del siglo XIII, adaptación
del poema francés “Víe de Santa Marie L’Egyptienne”. El poema se inscribe en
una corriente de piedad mariana a la que pertenecen, en la misma época, “Los
Milagros de Nuestra Señora” de Gonzalo de Berceo, o las “Cantigas de Santa
María” de Alfonso X, que arranca del impulso dado por la teología de san Bernardo
de Claraval a la devoción a la Virgen. Además tenemos una versión en prosa,
“Estoria de Santa María Egipaca”, traducción de una adaptación en prosa del
poema francés; una traducción en prosa de la versión latina de Pablo el Decano;
y las traducciones de la versión de Jacobus de Vorágine en su “Legenda áurea”.
Episodios de la
vida de María de Egipto están pintados al fresco en el Monasterio de San
Salvador de Oña, en nuestra comarca. Vale, genial, pero ¿qué tiene que ver una
santa tan lejana con el Valle de Mena?
Bueno, porque se
apareció en este valle de Las Merindades, y eso fue la causa de la construcción
de la primera iglesia. Porque hubo dos. La aparición fue en Anzo y se produjo
en el mismo lugar donde ahora se alza la ermita de su advocación. Se comprobó el
suceso con numerosos testimonios en la información que mandó abrir Francisco Manso de
Zuñiga, Arzobispo de Burgos, para depurar el hecho y condenar cualquier
superchería que pudiera caber en el mismo. Dictaminaron que fue verdadero en
una carta pastoral que dirigió a los fieles de su diócesis.
La leyenda
cuenta que allí se apareció la virgen a un pastorcillo de ovejas, Lázaro de
Crisantes, de 13 años. Era 1645. Pidió la santa a Lázaro que se edificase un
templo en su honor allí mismo. El muchacho regresó al pueblo y sus convecinos -calculen
no más de treinta familias- no le creyeron. ¿Podía ser porque era un mocoso de
trece años? ¿Porque podían pensar que era una alucinación? ¿Porque podían
pensar que era una triquiñuela del sacerdote?… Conminaron al chico a que
volviera al lugar a ver si se repetía el milagro. Hecho. Y Santa María
Egipciaca volvió a aparecerse ante Lázaro. Para que fuese creída la aparición,
tomó unos hilos del gabán del mocoso y, con ellos, formó una cruz que fue
prendida al Rosario de Lázaro. Ya saben, para demostrar un milagro… ¡Hacer algo
que pueda hacer cualquiera!
Esta prueba fue
tan impactante que los meneses no sólo construyeron la ermita, sino que
convirtieron a Santa María Egipciaca en patrona del valle. Una versión más
detallada cuenta que los vecinos de Anzo intentaron construir la ermita en el
mismo casco urbano del pueblo, pero los materiales de construcción desaparecían
por la noche y aparecían milagrosamente en el monte La Revilla. Y de nada
servía el esfuerzo de los vecinos para evitar este misterioso traslado hasta
que comprendieron que detrás de las palabras del pastor había un poder
sobrenatural contra el que era imposible luchar.
Para dicha
construcción se unieron todos los vecinos, accediendo al "mandato de
María" como dice una de las estrofas del cántico a Santa María Egipciaca
que todavía se conserva por aquellos lares. Desde entonces al barrio más
cercano a la ermita también se le llama de Santa María. Según los papeles de
Manuel de Novales, en el siglo XVII, cuando apenas se extendía la devoción a la
Egipciaca fuera del lugar de Anzo, se licenció al cura de Vivanco (del año
1654) para que pudiera celebrar dos misas consecutivas, una de ellas en
Cantonad.
Por supuesto
esta ermita tuvo una escultura de la santa que patrocinaba este templo. Era de madera
y representaba la Aparición de Santa María Egipcíaca al pastorcillo. La imagen que
conocemos mide poco más de un metro de altura, con base de madera estando el
resto cubierto de estuco endurecido y pintado de colores brillantes. Detrás
lleva la marca (o firma) del escultor. Sus formas recuerdan ligeramente a la
Magdalena de Pedro de Mena, santas a las que a veces se ha confundido en las
representaciones artísticas. A los pies de la estatua estuvo la figurita del
pastorcillo, pero hoy ha desaparecido. El autor fue Manuel Francisco Álvarez de
la Peña y fue realizada hacia 1770. Eso nos dejaría pensar en la existencia de
una escultura previa.
La ermita sufrió
el abandono y deterioro -la virgen fue llevada tiempo ha a la iglesia de Anzo- pero
se le colocó una nueva cubierta y acondicionó el entorno en 2020. Si se acercan
a observarla verán que no data de finales del siglo XVII sino que es una
reconstrucción y ampliación realizada en el siglo XIX. La primitiva
construcción era de base rectangular levantada hacia 1650, con muros de piedra
básicamente ciegos y que se acondicionó y remató con una potente cornisa perimetral
y una proporcionada espadaña, a la vez que campanario, construido en sillería y
con el mismo tipo de piedra caliza oscura de la zona.
Los muros de
carga del edificio presente, incluso la puerta de madera, estaban en buen
estado funcional por lo que únicamente requirieron en 2020 labores de
conservación y mantenimiento. Se reajustaron las piedras que conformaron la cornisa
de remate y esto permitió que la cubierta a tres aguas se asentase sobre los tres
muros perimetrales y en el muro final del ábside. Las ventanas, recercadas en piedra
de la misma calidad que la cornisa y la espadaña, se han dejado como estaban
por encontrarse en buen estado en cuanto a su estabilidad y geometría. Ahora
solamente resta que la Junta Vecinal de Anzo y la Iglesia se comprometan a
restaurar el interior arruinado de la ermita que no se contemplaba en este
proyecto.
Se construyó, asimismo, otra ermita dedicada a Santa María Egipciaca en el más céntrico Mercadillo,
dado que era patrona del valle. La había patrocinado Luís del Valle Salazar,
del hábito de Santiago y del Consejo de Su Majestad, que buscaba que la patrona
del valle tuviese un mejor templo. Claro que no fue él solo, sino que
acoquinaron también Fr. Pedro de Iñigo, ex-Provincial de la orden de San
Francisco (con ocho mil reales); Pedro de Ubilla-Vallejo, Abad de Burgohondo
(con trescientos reales); y Manuel de la Azuela, Pedro de Angulo y Tomás Ortiz
de la Riva que proporcionaron todo el hierro empleado en la obra. En 1776 se
terminó esta ermita.
La religiosa
María Josefa de Santa María Egipciaca (antes María Josefa del Valle Salazar),
del convento de Villasana de Mena, y la que era abadesa de la misma casa,
prepararon las ropas y los ornamentos del altar. Luís del Valle Salazar donó
estas reliquias: “una de la Santa y un dedo de los Santos Mártires de Cárdeno”,
con las correspondientes “auténticas”. Ofreció, además, una imagen de la Virgen
María de plata; una Verónica, de filigrana, y un Cristo de marfil, con los
cabos y la peana de plata entre otras cosas.
Aparte de estas
personas de renombre muchos vecinos del Valle, gente pobre, contribuyeron como
peones de obra o transportando los materiales. Santa María Egipciaca fue
durante poco tiempo patrona del Valle de Mena hasta ser sustituida por Ntra.
Señora de Cantonad. Esta iglesia, tras pasar varios años abandonada y sirviendo
de establo para animales, hasta que de ella solo quedaban las paredes, fue
vendida y reconvertida en un taller de coches: “Talleres Ordunte”.
La finalidad
fundamental del edificio de esta ermita de Mercadillo sería la de servir de lugar de Junta de Partidos
del valle, que en realidad se habían comprometido a hacerlo en la de Anzo pero
que no cumplía por su lejanía y aislamiento. Es posible que, para “compensar”
dicho abandono, se encargara tallar a Álvarez, por medio del mencionado Valle
Salazar residente en Madrid, la imagen de la que hemos hablado.
Con la
desaparición de esta ermita, o iglesia, se perdió parte de la historia política
del Valle de Mena porque en la iglesia de Santa María Egipciaca juraban los
representantes del valle. El 31 de diciembre de cada año las cuatro juntas que
tenía el territorio elegían sus oficiales: cuatro diputados regidores
generales, dos procuradores, dos jueces de alzada, dos alcaldes de Hermandad,
un fiscal y dos alguaciles, mayor y menor. El juramento de aceptación se
celebraba en la ermita de Santa María Egipciaca. De hecho, las reuniones de las
Juntas Generales de Hijosdalgo tenían lugar en el consistorio de Mercadillo,
junto a la mencionada ermita, costumbre que hubo de abandonarse tras el
incendio que los carlistas provocaron en esos edificios a fines de 1835. Quizá
por la desaparición de este templo de Mercadillo los oficiales de justicia, al
ser elegidos, juraban sus cargos bajo la ermita de Santa María Egipciaca en Anzo.
Bibliografía:
“Aleteia” web
www.alfayomega.es
“Aciprensa” web.
Enciclopedia
Católica.
“Santa María de
Egipto: la vitalidad de la leyenda en castellano”. Connie L. Scarborough.
Blog “Tierras de
Burgos”.
“Noticia del
noble y real valle de mena, provincia de Cantabria”. Anónimo.
“Ordenanzas del
Valle de Mena (Burgos, siglos XVI-XVI”). Pedro Andrés Porras Arboledas.
“Dos imágenes de
Manuel Álvarez en la provincia de Burgos”. Inocencio Cadiñanos Bardecí.
“Boletín
Trimestral del Ayuntamiento del Valle de Mena”. Algunas de las fotografías de esta entrada son cortesía de José Antonio San Millán Cobo.
Anexos:
Bollandista: Una asociación de
estudiosos eclesiásticos dedicados a editar las Actas de los Santos (Acta
Sanctorum). Esta obra es una gran colección hagiográfica comenzada durante los
primeros años del siglo diecisiete y continuada hasta nuestros días. Los
colaboradores se llaman bolandistas, como sucesores de Bolland, el editor del
primer volumen. La colección contiene 68 volúmenes.
MANUEL ALVAREZ: Lo que
sabemos de este artista es gracias a Ceán Bermúdez que lo rescató del archivo
de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Este escultor de la
segunda mitad del siglo XVIII nació en Salamanca en 1727 y mostró grandes dotes
escultóricas como vemos en sus encargos, proyectados algunos por Ventura Rodríguez,
como la madrileña fuente de Apolo. Manuel Francisco Álvarez de la Peña (o
Pascua) se formó con Simón Tomé Gavilán, de gustos barrocos, que por entonces
gozaba de cierto prestigio en esa ciudad. Después estudió con Alejandro
Carnicero, pero no satisfecho se trasladó a Madrid en 1751 entrando en el
estudio de Felipe de Castro, llegado poco tiempo antes de Roma, de quien
imitaría los nuevos gustos neoclásicos. AlcAnzo Álvarez tal prestigio que,
junto con el maestro, realizaría en años posteriores varias obras para el
Palacio Real y su capilla. Para su ciudad natal ejecutó también varias
esculturas que por desgracia han desaparecido en su mayoría. En 1752 ingresó de
alumno en la Academia realizando como tema de examen la figura del Mercurio de
Algardi, en barro, que por su interés sería colocada en el centro del salón de
la Casa de la Panadería. Dos años después obtenía el primer premio de primera
clase de escultura por lo que se le pensionó con una beca para completar su
formación en Roma. No pudo tomar posesión de dicha plaza por su precaria salud,
aunque en alguna ocasión recordó a la Academia que no renunciaba “de pasar a
perfeccionarme a Roma”. Su aplicación personal y el estudio de los modelos
clásicos de yeso del centro suplirían esta ausencia. En 1757 era ya académico
de mérito ascendiendo en 1762 a teniente director por la escultura. Durante
estos años su actividad como escultor refleja todavía gustos barrocos, aunque
atenuados, bien manifiestos en las estatuas de la citada fuente de Apolo, la
Inmaculada del Palacio Real, la imagen de la Fe en San Isidro el Real... Formas
cercanas a las de otros compañeros de Álvarez como su maestro Felipe de Castro,
Salvador Carmona o Bergaz. En 1784 es nombrado Director de la escultura por
muerte de Juan Pascual de Mena, por votación unánime a pesar de haberse presentado
también académicos de tanto prestigio como Isidro Carnicero y Alfonso G. Bergaz.
En estos años se acentúan sus gustos y formas clasicistas por lo que comienza a
denominársele “El Griego”. La desaparecida “Huida a Egipto” de la Capilla de
Belén, en la parroquia de San Sebastián, de inspiración rafaelesca, podría ser
una buena muestra de lo dicho. El 20 de febrero de 1786 Manuel Álvarez asciende
al alto cargo de director de la Real Academia por tres años, que el Rey Carlos
III prorrogaría otros tres más. Sus últimos años fueron de postración en cama
lo que le impidió trabajar consolándose, quizá, con haber sido nombrado
escultor honorario de Cámara de Su Majestad. El 13 de marzo de 1797 fallecía Álvarez
a los 70 años de edad.
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