Hay un refrán
castellano que nos dice que “a toro
pasado todos sabemos que es macho” por lo cual no podemos asumir que quienes
optaron por una postura que, con el paso del tiempo, se vio que era errónea
fuesen una panda de necios. Además, la educación recibida y el sentir ambiental
afectan a lo que entendemos como correcto. Valga esto como pobre disculpa de
quienes creyeron en Fernando VII.
Durante la
Guerra de la Independencia se le conoció como el (rey) “deseado” pero para los
liberales transmutó en el rey felón y hoy es difícil decir algo bueno de su
acción personal y política. Su educación fue deficiente pero Fernando no era un
ignorante y durante su reinado fueron creados el Museo del Prado y el Conservatorio
de Música de Madrid aunque regaló indolentemente a Wellington las obras robadas
por José Bonaparte. Sus contemporáneos hablaban de un hombre vulgar, sin
grandeza, dado al trato familiar con criados, aficionado al lenguaje zafio,
apasionado por las diversiones populares, adicto a las salidas nocturnas en
busca de mujeres y, sorprendentemente, santurrón. No sólo esto sino que tenía
más “virtudes”: débil carácter, muy influible por sus allegados, hipócrita,
desconfiado, tímido, cobarde, perfil psicopático, déspota y un ser cruel
dispuesto a cualquier cosa para satisfacer su egoísmo. ¿De verdad era deseado?
Con ese perfil
no es extraño comprobar que fuese un intrigante desde joven y más desde el
momento en que tuvo cierta capacidad. Despunta a partir de 1802 apoyado en el “partido
fernandino” (el canónigo Escoiquiz, los duques del Infantado y de San Carlos, y
el marqués de Ayerbe) buscó eliminar a Godoy y fulminar el reformismo ilustrado
emprendido durante los últimos años del reinado de Carlos IV. En este sentido
no dudó en lanzar insidias referidas a la posible relación sexual entre su
madre y el valido Godoy.
En 1807 los
fernandinos prepararon un golpe de estado para colocar a Fernando VII y fueron
pillados. El dignísimo hijo se arrastró como una babosa implorando el perdón. Carlos
IV lo perdonó pero ordenó juzgar al resto de los conspiradores localizados
gracias al chivatazo del propio Fernando.
Mal informado
sobre lo sucedido, el pueblo llano creyó inverosímil la participación del
príncipe de Asturias en un acto contra el rey. Supuso que era una maniobra de
Godoy para denigrar al “príncipe
inocente”, víctima de la ambición del valido y de la depravación de la
reina. Esta buena prensa le vino estupendamente a Fernando para organizar el
motín de Aranjuez donde eliminaron a Godoy y a Carlos IV.
Total para nada
porque al poco teníamos a los franceses en Madrid y se llevaron a Fernandito a
Francia como un corderito: engañado. Allí permaneció prisionero y sin corona
jugando al billar en el castillo-palacio de Valençay. ¡Y cobrando una pensión
de Napoleón! Allí ejerció de perfecto lameculos napoleónico, se negó a
considerar cualquier plan de fuga, felicitó por escrito a Napoleón por sus
victorias en España y a José por su acceso al trono... Pero, ¿De verdad
deseábamos el retorno de este tío?
A fines de 1813 Napoleón
estaba acosado y necesitaba cerrar frentes. Presentó un tratado a Fernando VII
diciéndole donde tenía que firmar y prometiéndole su regreso al poder español. El
tratado de Valençay del 11 de diciembre de 1813 no fue ratificado por la
Regencia constitucional, el poder ejecutivo legalmente establecido en España. No
importó. No obstante, Napoleón soltó a Fernando VII y, este, el 24 de marzo de
1814 llegó a Gerona. Había locura, pasión y un entusiasmo desmedido a su paso. En
Valencia descansó -¿Descansar? ¿De qué?- durante dos semanas que fueron
dedicadas a preparar el golpe contra la constitución. El regreso del “príncipe
inocente” simbolizaba la victoria española sobre Napoleón. Fernando volvía,
pues, muy fortalecido ante la opinión pública. Era el rey “legítimo”, frente al
“intruso” José Bonaparte y al “tirano” Napoleón -y sobre todo el “príncipe
inocente”- que sin ser responsable de los males de la patria, se había inmolado
por ella sometido a un duro cautiverio. Entró en Madrid el 13 de mayo.
Terrible
traición a unas cortes, las de Cádiz, que habían resuelto la crisis política mediante
la transformación del trono absoluto y caprichoso en monarquía constitucional
con la Constitución de 1812. El soberbio Fernando entendía que el deseo de los
españoles era ver a su rey sin las limitaciones constitucionales. Pleno
soberano. ¿Difícil conseguirlo? No. Tenía el respaldo de Napoleón y… ¡de
Wellington! Ese ingles al que los constitucionalistas habían hecho líder de sus
ejércitos y que, a su paso, fue destruyendo las fábricas que competían con la
producción inglesa -¡Menudo aliado!- odiaba a los autores de la Constitución de
1812. Y a la Constitución. Así, Wellington, generalísimo de las tropas aliadas
hispano-británicas facilitó el camino a Fernando para derogar la Constitución,
declarar nulas las decisiones de las Cortes y restaurar la monarquía absoluta. La
estrategia se había completado nombrando capitán general de Castilla la Nueva a
Francisco de Eguía, absolutista acérrimo, quien se adelantó a la comitiva real
y se encargó expeditivamente de organizar la represión en la capital, arrestar
a los diputados doceañistas y despejar el panorama para la entrada triunfal del
monarca.
Pero esto no
estaba en la calle, ni en la prensa, ni en los púlpitos. ¡Ah! Los púlpitos.
Esos lugares que dirigían la moral y los comportamientos ciudadanos -mejor
dicho: de los súbditos- pusieron todo de su parte para el retorno del Antiguo
Régimen. En este contexto tenemos que encuadrar el texto publicado en el
“Diario de Madrid” con el encabezamiento “Quintanilla del Rebollar 10 de mayo
de 1814” que presentamos a continuación:
“El pueblo de Quiatanilla del Rebollar, uno
de los que componen la merindad de la Sonsierra de la jurisdicción de
Villarcayo, cuyo patriotismo ha acreditado constantemente a favor de la causa
de la nación y derechos del Rey entre los mayores riesgos, apenas tuvo noticia
el cura párroco de Sr. Don Severo Fernández y Peña de la llegada a España de nuestro
deseado y adorado Monarca el Sr. D. FERNANDO VII, de acuerdo con su
ayuntamiento convocó a todos sus feligreses para dar gracias al Todopoderoso
por tan inesperado suceso, disponiendo se echasen a vuelo las campanas, y se
cantase una misa solemne y Te Deum. Enseguida, y concluido este acto religioso,
sacó varias copias de la noticia que, con inclusión de la carta de S. M.
escrita desde Gerona, le comunicó un pariente suyo residente en esta corte, y
las mandó repartir por los pueblos inmediatos, que a su ejemplo, y animados de
los propios sentimientos de amor y lealtad hacia su Rey, hicieron iguales
regocijos, deshaciéndose en Viva el Rey, viva la religión, viva la patria.
Al siguiente día sé dispuso la misma
función con vuelta entera de campanas, tiros de fusil, y por la noche hogueras e
iluminación en anuncio y celebridad de las vísperas de una rogativa pública que
se hizo al otro día, tercero de los regocijos, dirigiéndose al santuario de la milagrosísima
imagen de María santísima con el título del Rebollar, para implorar la
felicidad de la nación, que han contemplado aquellos humildes moradores
cumplida con la venida de su adorado Rey FERNANDO, salud de éste y acierto en
su reinado, y por la libertad igualmente y posesión en su silla de N. S. P. Pío
VII y prosperidad de la Iglesia, y repitiendo llenos de una fe cristiana la
oración que su piadosísimo párroco les puso en sus manos, y han dicho
constantemente desde el principio de la invasión enemiga en nuestro reino, y es
la siguiente: “Jesús dulcísimo, inflamad nuestros corazones en vuestro divino
amor por la honra de vuestro santísimo nombre: sed mi Jesús en vida y en
muerte; sed Jesús para vuestra Iglesia y para el Papa, vuestro vicario; para nuestra
España y su Rey D. FERNANDO; para todas las personas que conmigo tienen
relaciones espirituales y temporales; para los pecadores; y los justos, y para
todos mis próximos vivos y difuntos. Amen”.
A estas y otras demostraciones públicas
han añadido todos sus moradores en general y particular, animados del mismo
espíritu que su celosísimo pastor, otras muchas rogativas privadas, suplicando
al cielo por la posesión feliz, de nuestro religiosísimo Monarca en su propio
trono, con todas las luces y poderes que es necesario para que triunfe victorioso,
y haga triunfar a la santa religión de todos sus impíos y combatientes, que han
intentado e intentan degradar a nuestra católica nación con su inmoralidad; y
la impaciencia con que esperan este feliz acontecimiento acalora los ánimos
para pedir con más fervor.
En todos los actos públicos han tenido muy
presente y como en triunfo el retrato de S. M., que por un particular
acontecimiento es digno de notarse la singular conservación de este retrato
para confusión de los malvados. Le tiene y posee el expresado párroco como una
prenda inestimable por lo que representa, y por ser regalo que le hizo y le remitió
en el mes de noviembre último el citado su pariente desde esta corte, cuya
adhesión al Rey su amo y al bien de la patria es bastante notoria, acreditada
durante la dominación enemiga, sufriendo por dos veces prisiones largas de
cárcel, y en la última muy próxima a salir al suplicio por su decidido
patriotismo en defender los derechos de la justa causa, y de los más
beneméritos y esclarecidos españoles, y quitando al gobierno intruso por cuantos
medios le han sido posibles el acrecentamiento de sus robos, a pesar de la
conjuración dé algunos desnaturalizados malos españoles, que con infames
delaciones le acusaron muchas veces al detestable Satini y al sanguinario
Arribas.
Cuando en febrero del año de 1812 fue
conducido por segunda vez a la real cárcel de esta corte por disposición de
aquel mal ministro y comisión dada al presidente de la junta llamada criminal,
pasó este enseguida a allanar y confiscar su casa y echarse sobre todo:
encontró el referido retrato a la cabecera de la cama, donde por lo regular le tenía
colocado, y al verle el juez del intruso le toma en la mano, y con un tono satírico
y burlesco se dirige hacia la afligida consorte del perseguido, y la dice: “Sin
duda que N. espera al Mesías”; y alargándosele se le entrega, diciendo como
burlándose: “Tome vmd., guárdesele, y dígale que espere en él hasta que venga”.
¡Ah! malvados y hombres de poca fe, y que solo la teníais en la soñada
omnipotencia del mayor tirano que conocieron los siglos, en ese azote de la
humanidad, Napoleón, ¡no os confundís al ver cómo no han sido vanas nuestras
justas esperanzas, nuestra fe y constancia! ¡Así queda confundida vuestra
arrogancia.=P. T. y P.”
Este texto era
publicado en el ejemplar del 13 de julio de 1814 cuando ya habían sido detenidos
los miembros de la Regencia, los ministros y los partidarios de la soberanía
nacional. Recordemos que el golpe de estado se consumó en la madrugada del 11
de mayo con la disolución de las Cortes exigida por Eguía y ejecutada sin
oposición por su presidente Antonio Joaquín Pérez, uno de los firmantes del Manifiesto
de los Persas.
No solo fue esta
población la que se congratulaba por el retorno del rey sino que Juan Fernández
Calderón y Cecilio de Regulo, que eran los diputados de la Merindad de Castilla
la Vieja se encontraban publicados en el “Procurador general del rey y la
Nación” bajo el epígrafe “Congratulación de Las Merindades de Castilla” que refleja
el sentir popular el 12 de mayo de 1814. O, al menos, de las autoridades. Aunque
se publicó el 16 de octubre de ese año:
“Señor: Dios ha oído nuestras oraciones;
y fijando el término de nuestras desgracias en la llegada de V. M. a su reino,
ha llenado la medida de todos nuestros deseos y esperanzas. Llorábamos la
división que desolaba la Monarquía; sentíamos la impiedad que se levantaba
contra la religión y sus ministros, y cercados de novedades experimentábamos ya
los tristes efectos de una anarquía, que por todas partes andaba pregonando el
libertinaje a la sombra de una reforma que desterraba la justicia, confundía
las clases del estado, y nos dejaba sin orden y sin costumbres; como que las de
los reformadores y las de sus enviados eran una de las pruebas de esta verdad
que más nos atormentaba. Los franceses no nos dieron tanto que temer con toda
su fuerza armada, como aquella vana filosofía que buscando una igualdad que
nunca ha encontrado, ha costado tan cara a la Francia misma cuyas detestables
máximas se iban predicando y haciendo adoptar con dolor y desconsuelo en la
miserable España.
En este conflicto llega V. M. para poner
fin a tantos desórdenes, y atajar tan funestas consecuencias como afligían al
reino; porque solamente a la acrisolada virtud de V. M. estaba destinada está
gloria, y preparada del cielo tan interesante obra. Así es que Las Merindades
de Castilla la Vieja con su capital Villarcayo no pueden contener en sí el gozo
que les proporciona tan feliz arribo; ni dejar de manifestar a V. M. que están
prontas con sus vidas y haciendas a sacrificarse contra los que presumen
rebajar los derechos del trono, y atentar contra el altar.
La España entera no ha tenido otro objeto
en su admirable y desigual empresa, que la defensa de su Rey y la conservación
de su religión; créalo así V. M, y dígnese admitir el voto sincero y la más
constante fidelidad, de estos vasallos que han sabido mantener sus nobles
sentimientos entre el horror de las bayonetas y entre tantos trabajos juntos. =
Dios guarde á V, M. muchos años. Villarcayo. Mayo 12 de 1814.= Señor = A los R.
P. de V. M. = Los diputados de Las Merindades de Castilla la Vieja, con poder
de ellas. = Juan Fernández Calderón. = Cecilio de Regulo”.
El 13 de mayo, Fernando
VII, que había permanecido en Aranjuez desde el día 10 a la espera de los
acontecimientos, entró triunfalmente por fin en Madrid. De todas formas
Fernando no retornó al modelo de monarquía del Antiguo Régimen. El 14 de mayo
de 1814 firmó un decreto por el que se declaraban abolidas todas las reformas
aprobadas por las Cortes de Cádiz, incluida la Constitución.
Desde ese
momento se inició un régimen del terror, dirigido desde palacio por la
camarilla que exaltaba la voluntad real. Fernando VII gobernaba sin
limitaciones de ningún tipo ni procedencia: desmanteló la obra de los
constitucionales, hizo inoperantes los organismos históricos que atemperaban el
poder regio, traicionó a la aristocracia que le había apoyado y no satisfizo a
la Iglesia en todo lo que esta le pedía. Fernando centró su política en el control
personal del poder mediante la represión del disidente y de unos servidores de fidelidad
ciega a su señor. Por su parte, la Inquisición, símbolo del Antiguo Régimen,
suprimida en 1808 por Napoleón y en 1813 por las Cortes de Cádiz, fue
restituida en 1814, porque Fernando VII la consideró necesaria para perseguir a
los liberales.
Para salvar su
vida o evitar la cárcel, los liberales que pudieron se exiliaron,
mayoritariamente a Inglaterra y Francia. El exilio político y los intentos de
los liberales de levantar a la población española contra el absolutismo (hubo
varios, todos saldados en fracaso) constituyeron rasgos sobresalientes del
reinado de este monarca. Otros, no menos relevantes, fueron la pérdida de
América, salvo Cuba y Puerto Rico y el acusado retroceso internacional de
España, hecho este bien patente ya en el Congreso de Viena (1814-1815).
Emilio Parra,
autor de la biografía “Fernando VII: un rey deseado y detestado”, afirma que
Fernando es el peor rey que ha tenido España, incluso más de lo que se
piensa: "Fue el peor de los monarcas
de las dinastías Habsburgo y Borbón. Fue tirano, solo miró en beneficio propio
e impuso sin miramientos su autoridad, exigiendo a todo el mundo suma fidelidad
a su persona".
Bibliografía:
Revista “Historia
y Vida”.
www.Biografíasyvidas.com
Revista
“Historia de National Geografic”.
Periódico “El
País”.
Real academia de
la Historia. Artículo de Emilio La Parra López.
Periódico “El
procurador general de Rey y de la Nación”.
Periódico
“Diario de Madrid”.
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