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domingo, 26 de junio de 2022

Julián de la Presa Zorrilla, la Sociedad Benéfica Burgalesa de La Habana y una escuela de Criales.

 
La emigración a Cuba empezó el año 0 de la conquista (se estima que entre 1500 y 1650 pasaron a América 450.000 peninsulares) pero nos vamos a centrar en la emigración “moderna”. Desde mediados del siglo XIX se disparó la emigración europea al mundo. No solo salieron emigrantes de Italia como nos contaba la vieja serie “Marco, de los Apeninos a los Andes” o los irlandeses a EEUU que ha sido reflejada en múltiples películas Yankees. Nuestros compatriotas salieron a caño abierto a La Argentina y Cuba. Se estima que, de 1882 a 1930, el cuarenta y ocho por ciento de los emigrantes españoles tuvieron como destino La Argentina, mientras que Cuba recibió el treinta y cuatro por ciento, Brasil el ocho por ciento, Uruguay el dos y medio por ciento y Méjico y EEUU el dos por ciento. En la Gran Antilla el flujo se mantuvo incluso cuando se independizó. Además, tras 1898, los españoles conservaron sus propiedades y hubo una nueva riada de emigrantes en los primeros años del siglo XX.

 
Por supuesto la emigración se combinó con los movimientos poblacionales internos, pero, centrándonos en la salida al ancho mundo, diremos que la región española que más emigrantes ha aportado, entre 1885 y 1930, es Galicia, con el treinta y seis por ciento, a la que siguen, a gran distancia Asturias, Castilla y Cataluña, con el nueve por ciento cada una, mientras que Cantabria aportó el tres por ciento y el País Vasco el dos por ciento.
 
La gente que llegaba a Cuba se organizaba en asociaciones creadas por zonas de origen. El desarrollo del asociacionismo estuvo vinculado a ese efecto peculiar que hace que los del mismo lugar emigren al mismo sitio siguiendo la estela de emigrantes anteriores. Era “la llamada” que muchos hijos de Las Merindades recibieron para marchar a Madrid, Bilbao o Barcelona en los últimos setenta años. Allí los “llamadores” fueron transmitiendo a los recién llegados los comportamientos, conductas y costumbres de su nueva casa, generándose en las diferentes oleadas de éstos, intensas relaciones endogámicas que favorecían su agrupamiento y participación en las asociaciones que, con anterioridad, habían creado estos protectores. Las asociaciones españolas en Cuba, servían como canales de comunicación con la Madre Patria y permitían mantener una relación intensa con las comunidades de origen. Ellos, los emigrantes, mientras, buscaban el ascenso social en América mediante el trabajo duro, el ahorro, la acumulación y la inversión. Sin olvidar el deseo -que siempre existe- de retornar a su tierra natal.

 
Durante la mayor parte del siglo XIX, la situación de los inmigrantes españoles en Ultramar era realmente difícil y penosa, sobre todo en los primeros años y cuando no disponían del apoyo o protección de familiares o coterráneos llegados anteriormente y no contaban con recursos económicos. Este panorama se agravaba en Cuba por su climatología tropical generadora de graves enfermedades.
 
Esta estampa movió a las minorías de inmigrantes triunfadores, aquellos que habían logrado una posición económica desahogada, a preocuparse por estas situaciones. ¿Solo por amor al prójimo? Bueno, también para reducir o eliminar el riesgo de altercados sociales promovidos por sus compatriotas que podrían afectar negativamente a su medio de vida y su posición social. Las élites recurrirán a las tradicionales instituciones caritativas de beneficencia, modelos heredados del Antiguo régimen, que podían ser desarrollas desde la sociedad civil. En Cuba, finalizada la Guerra de los Diez años y promulgada la Constitución española de 1876, se pudo aplicar la Ley de Asociaciones y Reuniones Públicas. Hecho éste que provocó en toda la isla un auténtico espíritu asociativo. Las asociaciones radicadas en La Habana propiciaron nuevas prestaciones, como la construcción de panteones propios para acoger prioritariamente a los asociados fallecidos, estableciendo, igualmente, algunas pequeñas prestaciones pecuniarias a sus asociados jubilados y con escasos recursos. Ayudas médicas o pasajes de regreso a España.

Calle La Habana
 
Cuando se creaba una de estas entidades, se la dotaba de estatutos, reglamento y cargos. Después los promotores contactaban con sus lugares de origen para establecer una delegación autorizada de la nueva sociedad. Ésta era la encargada de hacer operativas “las intenciones y proyectos de la sociedad”. Así el inmigrante llegaba a convertirse con el tiempo en dirigente de la colectividad nacional, regional, comarcal o municipal, según el modelo de organización asociativa a que perteneciese. Aunque, generalmente, pertenecía a varias pues el éxito económico y social les impelía a participar en más de una asociación.
 
En 1893 se crea la “Sociedad Benéfica Burgalesa de La Habana”. El domicilio social estaba en La Habana, 79 esquina a Obra Pía. Aunque también pudo haber estado en esa calle de La Habana, 100. Su objetivo se centraba “en socorrer a los Burgaleses, sus esposas e hijos que, necesitándolo, imploren fundadamente su auxilio en caso de indigencia”. La circunscripción de sus funciones a las estrictamente caritativas limitaba su desarrollo, explicaba el escaso número de socios y su reducida operatividad en un principio. Su primer presidente será Fidel Alonso de Santocildes y Julián de la Presa Zorrilla será vocal, al menos, en 1894. Una buena parte de los burgaleses que vivían en La Habana y algunos residentes en otros lugares de la isla serán socios de esta sociedad. En 1930 la Sociedad Benéfica Burgalesa contaba con 173 socios y había invertido en socorros 214 pesos oro. En 1952 contaba con más de cuatrocientos afiliados.

 
El inmigrante recién llegado pasaba a formar parte del sistema que habían constituido sus predecesores, y las periódicas oleadas de nuevos inmigrantes perpetuaban la organización. La jerarquía existente dentro del campo laboral que ocupaban los inmigrantes permitía la explotación entre ellos mismos. Se conocía y aceptaba el hecho de que, a través de su sometimiento, poco a poco se ascendía en el escalafón laboral. Así, de chico de los recados y de los servicios más bajos, se pasaba a ser dependiente de tercera, de segunda y de primera y, con el paso de los años y a fuerza de ahorrar conseguiría ser socio del negocio, para posteriormente poder establecerse por su cuenta, generalmente asociado a otro u otros del terruño, en ocasiones mediante la obtención de préstamos de algún exitoso “paisano”. ¿Les suena a lo que hacen los chinos hoy en España?
 
Con la independencia cubana los españoles quedaron privados de los derechos civiles y limitó su acceso a la actividad política. Esta situación llevó a las asociaciones de emigrantes -incluida la burgalesa- a potenciar sus actividades de asistencia. La buena calidad de las prestaciones, sobre todo sanidad y la enseñanza, atrajo hacia los centros a numerosos españoles agrupados por su lugar de origen, aunque no estrictamente, y también a muchos cubanos.

 
Como hemos estado leyendo, una característica de los que emigraron con éxito fue la filantropía. No solo en Cuba, sino que se preocuparon de dotar a sus pueblos natales de escuelas, hospitales, asilos, iglesias, ateneos, casinos, fuentes, caminos, parques, de todo aquello que necesitaban y no tenían. Intentaron que sus paisanos tuviesen la cultura y el bienestar que ellos no habían tenido y que los expulsó de España. Ya hemos comentado en esta bitácora el caso de Domingo FernándezPeña que sabía de la necesidad de luchar contra el analfabetismo y contra la enseñanza poco eficiente.
 
En este ambiente, y con estas necesidades, llegó un joven Julián de la Presa Zorrilla a La Habana donde, seguramente, recorrería el proceso de aprendizaje desde los puestos más bajos hasta tener su comercio. Fue el propietario de la ferretería llamada “La Machina” -como la máquina de arbolar barcos- que estaba situado en la calle de San Pedro, 10 de La Habana. Se hizo con un respetable capital y fue un miembro activo y socio fundador de la asociación de burgaleses que hemos descrito arriba. Este señor, nacido hacia 1848, falleció el doce de diciembre de 1912 (12/12/12) en Begoña (Vizcaya) a los 64 años de edad y, entre sus legados, dejó a la Sociedad Benéfica Burgalesa la cantidad de 2.000 duros. O dólares, que de todo se lee.

Escuelas de Julián de la Presa
 
Lo encontramos en España porque había llegado ese verano para pasar unos meses de vacaciones. Estaba soltero y era natural de Criales, en Las Merindades (Burgos). Su testamento, otorgado en La Habana el 28 de abril de 1912 y que se protocolizó el 16 de enero de 1913 ante el Notario de aquella capital José Ramírez de Arellano, legó 15.000 pesos oro español para instituir en dicho su pueblo una escuela para niños y niñas. De esos 15.000 pesos se invirtieron en la construcción del edificio escuela 7.000 pesos. El resto fue a papel del Estado y con sus intereses se tendría que pagar al maestro y maestra, mobiliario y material de enseñanza. Nombró por patronos a sus hermanos Eusebio y Pedro Zorrilla Basteguieta (sí, hay lío con los apellidos, quizá fueron primos y no “hermanos”) y a su fallecimiento al Ayuntamiento de mencionado Críales.
 
Fallecido Eusebio, su otro hermano Pedro Zorrilla formalizó la escritura de fundación en 26 de agosto de 1922 ante el Notario de Medina de Pomar Teodoro Rodríguez Rivas, y teniendo en cuenta que el capital del legado era insuficiente para dotar de sueldo decente a dos maestros, en virtud de las facultades amplias que le concedió el fundador, y teniendo presente que en referido pueblo existía una escuela nacional mixta, creó una escuela de niñas dedicada a labores, economía doméstica, etc. El capital fundacional lo constituye una casa escuela y una inscripción intransferible numero 5.315 por un capital de 59.700 pesetas, que renta anualmente 1.910`40 pesetas. El sueldo de la señora Maestra era de 1.500 pesetas y el resto se destinó para material de enseñanza y reparos.

 
No solo había dejado estos legados citados, sino que, como dice una de las notas de prensa consultadas: “entre su inmensa fortuna, ha legado una partida de mandas a algunos familiares y amigos: lo legado pasa de ciento setenta y cuatro mil duros oro español”. Hemos comentado que se acordó de crear una escuela en su pueblo, pues también dispuso de 20.000 duros para la iglesia y cementerio de Criales. Y, aunque nos pille lejos físicamente, parte de su herencia se destinó a otras sociedades y asilos en Cuba.
 
Dispone de una calle en su pueblo y, a los cincuenta años de su muerte, se le dedicó una lápida situada bajo la torre, a la entrada de la iglesia: “A don Julián de la Presa, Hijo Predilecto e Insigne de esta Villa, en el 50 aniversario de su muerte, 12-XII-12. El vecindario le dedica este recuerdo conmemorativo y la calle alta. Criales, año 1962”.


 
 
 
Bibliografía:
 
“Apuntes sobre la historia de las antiguas Merindades de Castilla”. Julián García Sainz de Baranda.
Actas del Ayuntamiento de Medina de Pomar.
Periódico “El Papa-Moscas”.
Periódico “Diario de Burgos”.
“El sueño de muchos. La emigración Castellana y leonesa a América”. Juan Andrés Blanco Rodríguez.
“El asociacionismo y la promoción escolar de los Emigrantes del norte peninsular a América”. Trabajo coordinado por Moisés Llordén Miñambres y José Manuel Prieto Fernández del Viso.
Revista “Fuentes y documentos de la emigración castellana y leonesa”.
“El asociacionismo zamorano en Cuba: La Colonia Zamorana”. Juan Andrés Blanco Rodríguez, Ángel San Juan Marciel.
“El Centro Castellano en Cuba, 1909-1961”. Juan Andrés Blanco Rodríguez.
“Memoria de la Sociedad Benéfica Burgalesa” de 1895
 

2 comentarios:

  1. El ejemplo de don Julián de la Presa nos deja ver la verdad de aquel dicho medieval sobre nuestra tierra y sus gentes: "Nunca fue Castilla de buenos hombres vacía", o, lo que es lo mismo, que en nuestra tierra siempre hubo gente válida, buena y respetable.
    Por otra parte, es una pena que en nuestra comarca no proliferasen más los "indianos" que tanta obra civil hicieron por las tierras bajas de la vecina Cantabria.
    Un cordial saludo y gracias por el blog.

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