“Al
perro flaco todo son pulgas” dice el refrán y esto le pasaba a Castilla tras el
desastre de Alarcos. Alfonso VIII estaba enfrentado a los otros reinos
cristianos peninsulares y sin casi soldados. Vemos como Sancho VII de Navarra fortifica
el castillo de Cuervo, próximo a Logroño, y desde allí lanza razias contra
Soria y Almazán. Alfonso IX de León entra en la Tierra de Campos y llega hasta
Carrión y Villalcázar de Sirga… ¡acompañado de huestes almohades!
Terrible
situación que solo alegraba a los moros y que llevó a Alfonso II de Aragón a
pedir que se reuniesen sus homólogos. ¿Por qué? Porque se sentía morir a pesar
de no tener cuarenta años y deseaba hacer cosas por el bien de los cristianos y
de su alma. La pista de su próxima muerte nos la da su peregrinación a Santiago
de Compostela que hacían los reyes peninsulares cuando se les acercaba el fin. Entrado
1196, Alfonso II consigue una reunión en Tarazona y pacificar las fronteras…
por poco tiempo. Esta postura se vio reforzada por la acción del anciano papa
Celestino III -noventa años en 1196- que mantenía su programa de paz entre los
cristianos y guerra contra el musulmán. Para ello, amenazaba a los cristianos
con la excomunión para el que colaborara con los sarracenos. Esta política fastidiaba
a Alfonso IX de León y favorecía a Alfonso VIII de Castilla.
Murió Alfonso
II de Aragón y le sucedió su hijo Pedro II. Murió también el papa Celestino III
y le sucedió Inocencio III. Nuevo papa que sus hagiógrafos definieron como joven
jurista de familia aristocrática, enérgico y de una integridad moral ejemplar. Pedro
II ratificó los pactos con Castilla e Inocencio III acentuó el programa cruzado
de su predecesor. Todo siguió igual. Y Sancho VII de Navarra y Alfonso IX de
León estaban mosqueados porque todo pacto entre Castilla y Aragón implicaba el
reparto de Navarra. A partir de mayo de 1198, castellanos y aragoneses golpean
las fronteras navarras. Alfonso de Castilla se queda con Miranda de Arga e
Inzura.
Sancho
de Navarra reacciona ofreciendo la mano de una hermana suya al rey Pedro II de
Aragón. Era un matrimonio imposible por consanguinidad, pero sirvió para
detener la ofensiva aragonesa y ganar tiempo. Los castellanos en los meses
siguientes intensifican su actividad en Álava, Guipúzcoa y Vizcaya. Sancho se
ve acorralado y entra en tratos con los almohades. El papa, en consecuencia,
excomulgará al rey de Navarra. ¡¿Y al de Castilla no?!
Alfonso
IX de León golpeaba Castilla con la seguridad de que la tregua con los
almohades mantendría tranquila la frontera sur. A pesar del riesgo de
excomunión. Para dejar clara su alianza, las huestes de Aragón y de Castilla
entran juntas en la Tierra de Campos y toman varias plazas, mientras Alfonso
VIII fortifica la Transierra. Sancho de Portugal, aprovechando que Alfonso IX
ha terminado excomulgado, invade el territorio leonés. Disfrutarán de tres años
de guerra (1196-1199). Tanto Castilla como León tenían un incentivo para pactar:
guerreaban en dos frentes. Alfonso IX de León, 27 años, desposaría a la infanta
Berenguela de dieciocho, la hija mayor de Alfonso VIII de Castilla. Berenguela
aportaba como dote las fortalezas que Castilla había conquistado a León. Si el
matrimonio tuviera un descendiente, esos castillos pasarían al hijo; si no,
volverían a León. Mientras tanto, los castillos de la discordia serían
gobernados por nobles castellanos y leoneses. Y ya estaban en paz estos dos Alfonsos.
Escudo de Sancho VII de Navarra
El
matrimonio de Berenguela de Castilla y Alfonso de León fue “delicado” porque Alfonso
era tío segundo de ella, de manera que muchos pidieron la nulidad del enlace. Entre
ellos el resto de los monarcas cristianos de España que no querían un bloque de
poder castellano-leonés. El papa anulará el matrimonio, y sanseacabó. Pero tuvieron
un hijo legítimo: Fernando. Con un frente calmado, Alfonso VIII de Castilla
insiste en ganar territorios al norte, los puertos vascos. Así, en torno a 1199,
puede hablarse abiertamente de asedio en toda la línea de Álava, Guipúzcoa y el
Duranguesado. Sancho de Navarra busca ayuda entre los almohades Será en vano.
Más aún, terminará preso en África, y es allí donde, ya entrado el año 1200, se
entera de que Vitoria, San Sebastián y Fuenterrabía han caído en manos
castellanas. Alfonso VIII tendrá más puertos comerciales y las rutas comerciales
que pasaban por Vitoria.
En
estos años, como en el resto de reinos peninsulares, Castilla tendrá una política
de afirmación del poder regio frente a los magnates para lo cual recurre a la repoblación.
Después de las campañas en tierra vasca, Alfonso VIII funda (o refunda) villas
marineras en el Cantábrico, impulsa los centros urbanos en el Camino de Santiago
y cubre de pequeñas poblaciones los espacios entre el Camino y el mar. Sus
fueros contemplan con detalle las actividades comerciales y artesanales. Alfonso
VIII estaba aplicando una tosca política económica orientada al comercio
interior. En una fecha no distante a 1184, Castilla empieza a acuñar maravedíes
de oro, como los andalusíes. Es también el momento en el que aparece en
Castilla una ganadería extensiva que abarca desde el cauce del Ebro hasta el sur
del Tajo. Desde este último río hacia el sur se optó por repoblar de mano de
las órdenes militares. Desconfiaba Alfonso de nobles levantiscos y veletas en
sus lealtades.
Desde
1198 Castilla y Aragón vuelven a ser aliados por el acuerdo de Calatayud,
primero, y después el de Daroca, en 1201. Entre 1206 y 1209 se suceden los
pactos de Castilla con León, desde el acuerdo de Cabreros hasta el de Valladolid.
En 1207 Castilla firma igualmente paces con Navarra con los acuerdos de
Guadalajara y de Mallén. Desde 1208 el heredero de Portugal, que reinará como
Alfonso II, está casado con una infanta castellana, Urraca. En 1209 Navarra
pacta con Aragón la paz de Monteagudo. La actividad diplomática es incesante. Pero,
como hemos visto a lo largo de la historia contemporánea, los pactos no impiden
tensiones ni guerras. A pesar de que los problemas entre los reinos
siguen vivos, hay una voluntad de acordar. Quizá azuzada por el poder almohade
que desde 1999 está gobernado por Muhámmad an-Násir, un hombre duro y fanático
que ha jurado llegar a Roma y que su caballo abreve en el Tíber. El conocido
Miramolín (por la fórmula árabe “Amir-al-muslimin”, emir de los creyentes) de
las crónicas cristianas.
En
1210 expiraban las treguas almohaces con los reinos cristianos. Y los reinos
españoles no podría hacer la guerra al moro si antes no arreglaban sus querellas.
Pero estas no podían solucionarse si el papa no levantaba el veto sobre los
matrimonios entre casas reinantes y otros pequeños asuntos como que un reino
cristiano que se sintiese amenazado por otro pactaría con los almohades para
mantener tranquilo, al menos, uno de sus frentes. Lioso. Y con excomuniones.
Los
almohades atacan Barcelona ese 1210. Pedro II ha detenido la ofensiva y ataca la
región valenciana. El papa ve que no es apoyado por los demás reinos hispanos
cristianos que están en paz con los moros. Por ello Inocencio III no pide al
rey de Castilla que declare la guerra a los musulmanes, pero insta a los
obispos castellanos a que actúen para que Alfonso VIII no impida a sus súbditos
correr en auxilio de Aragón. Dos vasallos del rey de Castilla, Alfonso Téllez y
Rodrigo Rodríguez, atacan la frontera toledana y toman el castillo de
Guadalerza. Hay incursiones castellanas en Baeza, Andújar, Jaén y la cuenca del
Segura. El gobernador almohade de Jaén escribe al rey Alfonso VIII y le
pregunta si ha decidido romper la tregua, porque, en ese caso, tendría que
comunicárselo al califa. Puestos a elegir entre la tregua con el Miramamolín,
que ya está a punto de expirar, y la obediencia al papa, los cristianos lo tienen
claro.
Alfonso VIII de Castilla
En
aquel mismo año la corte castellana envía una carta al papa. Pero firmada por el
infante Fernando quien expresa al Pontífice su voluntad de combatir al islam “Deseando
entregar a Dios omnipotente las primicias de su milicia, con el fin de
exterminar a los enemigos del nombre de Cristo de las fronteras de su tierra,
que habían ocupado impíamente”. Castilla guerreará al moro. El papa rogará
a los obispos de España que insten a sus reyes a imitar el ejemplo castellano y
concedan indulgencias a quienes participen en la batalla. Miramamolín vio claro
lo que se estaba preparando.
Para
inicios de 1211, los almohades concentran sus ejércitos en Marruecos. En
Toledo, Alfonso VIII escribe al papa y le pide que envíe un legado para que le
ayude a negociar el apoyo de los otros monarcas cristianos peninsulares. Inocencio
III contesta en febrero de 1211 que no puede hacerlo pero que faculta al
arzobispo de Toledo y a otros prelados para castigar con la censura
eclesiástica a cualesquiera reyes cristianos que atacaran Castilla mientras
ésta combate al moro. Miramamolín está cruzando el Estrecho de Gibraltar. Aún
no ha empezado la primavera cuando las huestes de Castilla -sin subterfugios-
golpean la frontera almohade. En mayo, Alfonso VIII y su hijo Fernando, al frente
de las milicias concejales de Madrid, Guadalajara, Huete, Cuenca y Uclés,
prodigan las incursiones en su frente este, la zona levantina, llegando hasta
Játiva.
Miramamolín
envía en septiembre de 1211 para arrasar la fortaleza de Salvatierra, defendida
por los caballeros calatravos. Cayó tras cincuenta y cinco días de asedio. Esto
causó conmoción en toda la cristiandad porque, a través de los cistercienses,
la noticia se conoció en toda Europa. Gracias a esta situación, Alfonso VIII tuvo
una rezón para pedir al papa que proclamara formalmente una cruzada en España.
Una
cruzada significaría que miles de combatientes de toda la cristiandad acudirían
a engrosar la fuerza castellana y que cualquiera que atacara Castilla durante
la cruzada quedaría excomulgado. Es decir, bloqueaba a leoneses y navarros. En
la predicación de la cruzada jugó un fuerte papel el arzobispo de Toledo, Rodrigo
Jiménez de Rada. A partir de junio de 1212, y durante varias semanas, unos
30.000 provenzanos, italianos, lombardos, bretones, alemanes fueron llegando a
Castilla y, junto a ellos, una ingente muchedumbre de mujeres, jóvenes y otras
gentes.
Durante
junio el jefe almohade avanzaba hacia Sierra Morena. En Toledo los cruzados
europeos confluyeron con las tropas hispanas. Alfonso VIII de Castilla había
movilizado todo lo que tenía: cerca de cincuenta mil hombres entre sus propias
huestes y las milicias de veinte concejos castellanos. Estaban también las
tropas de Pedro de Aragón, cerca de veinte mil hombres y las de Sancho VII de
Navarra. Igualmente había caballeros de Portugal y de León, aunque sus
respectivos reyes no participaron en la batalla. Los cruzados europeos salieron
rana y no comprendían las “reglas de juego” de la guerra ibérica: no degollar a
los vencidos, no atacar a los judíos, ser frugales… la mayoría retornó más allá
de los Pirineos. Las tropas cristianas quedaron así reducidas a dos tercios. Aun
así, Alfonso VIII de Castilla no detuvo la campaña: entre finales de junio y
primeros de julio los cristianos recuperaron Alarcos, Caracuel, Benavente,
Piedrabuena...
Julio
de 1212. El ejército cristiano desciende desde La Mancha hacia los pasos de
Despeñaperros. Al sur de la sierra, se acumula un ejército musulmán todavía
mayor. El jefe musulmán dispone a sus tropas en torno a Despeñaperros para
evitar problemas logísticos. Cuando los cristianos llegaron a las montañas,
descubrieron que los pasos de Despeñaperros estaban tomados por los moros. ¿Qué
hacer? Nada porque un providencial pastor -como en las Termópilas- informa a Lope
de Haro, hijo del señor de Vizcaya, de la existencia de un paso desguarnecido
conocido como Puerto del Rey y Salto del Fraile. ¡Qué conveniente! Resumiendo:
los cristianos franquean Despeñaperros y llegan frente al ejército del
Miramamolín.
De parte
almohade combatieron más de cien mil hombres, y del lado cristiano unos setenta
mil. Alrededor de la medianoche del día 16 de julio de 1212 estalló el grito de
júbilo y de la confesión en las tiendas cristianas, y la voz del pregonero
ordenó que todos se aprestaran para el combate del Señor. Luego se desplegaron
las líneas para combatir. Allí estaban los príncipes castellanos Diego López
con los suyos mandó la vanguardia; el conde Gonzalo Núñez de Lara con los
freires del Temple, del Hospital, de Uclés y de Calatrava, el núcleo central;
su flanco lo mandó Rodrigo Díaz de los Cameros y su hermano Álvaro Díaz y Juan
González y otros nobles con ellos; en la retaguardia, el noble rey Alfonso y
junto a él, el arzobispo Rodrigo de Toledo. En cada una de estas columnas se
hallaban las milicias de las ciudades, tal y como se había dispuesto. El
valeroso rey Pedro de Aragón desplegó su ejército en otras tantas líneas;
García Romero mandó la vanguardia; la segunda línea, Jimeno Cornel y Aznar
Pardo; en la última, él mismo, con otros nobles de su reino. El rey Sancho de
Navarra, notable por la gran fama de su valentía, marchaba con los suyos a la
derecha del noble rey, y en su columna se encontraban las milicias de las
ciudades de Segovia, Ávila y Medina.
El
Miramamolín juega sus piezas: una tropa más numerosa, sin caballería pesada,
pero con formaciones muy ágiles que atacan a la caballería cristiana por los
flancos y, sobre todo, con arqueros letales que desorganizan a la vanguardia
enemiga. La caballería cristiana despliega refuerzos en los flancos para protegerla
de ataques, los infantes combaten mezclados con los caballeros para que el
ataque enemigo no desorganice a las gentes de a pie. La caballería española
arrasó sin contemplaciones las primeras líneas de la fuerza mora, compuestas
sobre todo por chusma voluntaria de la yihad. Pronto llegaron al pie de las
lomas donde se hallaba la fuerza central del Miramamolín. Pero ése era el
momento que el hábil moro esperaba: con la caballería cristiana cansada por la
cabalgata y, ahora, combatiendo cuesta arriba, al-Nasir ordena la carga de sus
veteranos almohades, que se lanzan pendiente abajo y chocan con los cristianos,
los clavan en el terreno y empiezan a desorganizar sus líneas.
El
centro del ataque castellano se mantiene. Eso sí, los de López de Haro atraviesan
una difícil situación: rodeados de enemigos, en cualquier momento pueden convertirse
en blanco de los arqueros moros. Alfonso VIII decide intervenir personalmente
para dirigir la última carga. Una nueva masa compacta de caballería, salpicada
de infantes y con el propio rey al frente, arrolla la línea de combate,
disgrega la resistencia mora y se planta ante la última línea de defensa del
Miramamolín. Es el palenque, una gruesa empalizada fuertemente amarrada con
cadenas y protegida por una línea de guerreros enterrados hasta las rodillas.
Eran los “imesebelen”, que quiere decir los desposados. Voluntarios fanáticos
que habían jurado dar su vida en defensa del islam y que se hacían enterrar
así, hasta las rodillas, para evitar la tentación de huir y asegurarse el sacrificio
luchando hasta la muerte. Murieron, claro.
Los
moros calculaban que pocos cristianos alcanzarían ese palenque, pero Alfonso
VIII había calculado muy bien los tiempos y ordenó su última carga cuando a los
moros les quedaba ya muy poca fuerza por movilizar, de manera que las tropas
cristianas que llegaron hasta el palenque fueron muy numerosas y perforaron las
defensas. Una vez dentro, los moros ya no tenían nada que hacer: los arqueros y
los honderos no tenían espacio físico para usar sus armas, y nada podía
oponerse entonces a una carga de caballería pesada. La escabechina fue
terrible. El Miramamolín, derrotado, huyó a toda prisa a lomos de un burro. El
arzobispo de Toledo y los demás clérigos presentes en el campo de batalla
entonaron el Te Deum Laudamus.
La
batalla de Las Navas de Tolosa fue fundamental en la historia de España, y de
Europa. Cualquier intento musulmán por recuperar el terreno perdido quedaba
definitivamente desarbolado. Los pasos hacia Andalucía eran, ahora, cristianos.
Las querellas entre los reyes del norte se resolvieron en la euforia del triunfo.
En
Al-Ándalus, las elites locales aprovecharon para manifestar su malestar con la
prepotencia de los gobernantes bereberes. En África, mientras tanto, la derrota
surtía el efecto letal de una maldición sobre el propio califa. Todo había terminado
para Muhammad al-Nasir. Alfonso VIII no descansó y con el botín tomado al
enemigo aprovisiona a su ejército y en un solo día lanza a sus huestes contra
varios objetivos simultáneamente: Vilches, Ferral, Baños, Tolosa...
Inmediatamente después la coalición cristiana llega ante Baeza y Úbeda, que son
arrasadas. Detrás, en los castillos capturados, quedan guarniciones estables
que se ocuparán de mantener firme la frontera. Una frontera que ya ha
descendido definitivamente hasta la línea de Sierra Morena.
¿Acabaría
Alfonso VIII la reconquista? Sabemos que no, pero había que preguntárselo. ¿Cuál
fue la causa de perder esta oportunidad? Una feroz hambruna acentuada por una
epidemia de peste aparecida ese mismo 1212. El invierno de 1213 a 1214 padeció
severas heladas. Y de marzo a junio de 1214 se produjo una sequía que arruinó
las cosechas. Pero, ¡¡¿Con quién estaba Dios?!!
Dadas las
circunstancias el espíritu guerrero mermó mucho. Como la vida de los
principales actores de esta tragedia. Muhammad al-Nasir, el Miramamolín, regresó
a Rabat y poco después muere envenenado. Hereda su hijo de dieciséis años, Abu Yakub
II al-Mustansir. Pedro II de Aragón también murió al año siguiente, en septiembre
de 1213, en combate cuando asediaba la ciudad de Muret, frente a las huestes de
Simón de Monfort. Cosas del lío cátaro. Alfonso VIII de Castilla falleció en
octubre de 1214. Jiménez de Rada contó la muerte del rey Alfonso: “Habiendo
cumplido cincuenta y tres años en el Reino el noble Rey Alfonso, llamó al Rey
de Portugal su yerno para verse con él; y habiendo empezado su camino dirigido
a Plasencia, última ciudad de su dominio, empezó a enfermar gravemente en cierta
aldea de Arévalo que se llama Gutierre Muñoz, donde últimamente, agravado de
una fiebre, terminó la vida y sepultó consigo la gloria de Castilla, habiéndose
confesado antes con el Arzobispo Rodrigo, y recibido el sumo Sacramento del Viático,
asistiéndole Tello, obispo de Palencia, y Domingo, de Plasencia”. Será
enterrado en el real monasterio de Las Huelgas reales de Burgos.
Tumba de Alfonso VIII y su esposa
¿Quién
reinará en Castilla? ¿Su primogénito Fernando? No, había muerto antes de la cruzada
de Las Navas, en Madrid, a los veintitrés años, víctima de una enfermedad
desconocida. Le seguía en la línea sucesoria el otro hijo varón de Alfonso,
Enrique, que tenía diez años. La regencia la ejerció la reina Leonor de
Plantagenet, que murió en noviembre de 1214. Sin problema, se buscó otra
regente: la hermana mayor del rey niño Enrique. ¿Sin problema? Pues, no. Ella
era la esposa anulada de Alfonso IX de León y madre de Fernando. Los Lara -¡siempre
los Lara!- se oponen y maniobrarán para quedarse con la regencia de Castilla. Y
los “antilara” también se alteraron. Castilla vivirá años de pactos y
contrapactos. Los Lara intentarán, por dos veces, casar al niño rey Enrique. En
el fondo eran esfuerzos baldíos porque la materia de sus negocios era un niño y
un día de junio de 1217, con trece años, se peleaba a pedradas con otros críos en
el palacio episcopal de Palencia. La buena puntería de uno de sus contrincantes
lo mató con una pedrada en la sien. ¿Quién será el nuevo heredero? Berenguela. ¡¿Cómo
se quedan?! Y ella tenía a su hijo Fernando, un mocetón de dieciséis años que
podía ceñir sobre sus sienes las coronas de Castilla y de León. Berenguela prepara
su lanzamiento con un matrimonio de campanillas con la princesa alemana Beatriz
de Suabia, nieta de dos emperadores, Federico Barbarroja e Isaac II de
Bizancio.
Con
este giro de la situación, ¿qué pasaba con Alfonso IX? Estaba a sus asuntos,
pero, fíjense, sólo tenía como heredero varón a Fernando, el hijo de
Berenguela, convertido ya en rey de Castilla tras la asunción y posterior
abdicación de su madre. ¿Iba a legar Alfonso IX el Reino de León a un rey de
Castilla? Intentó cederlo a sus hijas Sancha y Dulce poniendo a la Orden de
Santiago como garante de la herencia. Pero cuando muera Alfonso IX, en 1230, a
Fernando III le costará muy poco hacerse con el Reino de León.
Bibliografía:
Podcast
“Memorias de un Tambor”.
“Atlas
de historia de España”. Fernando García de Cortázar.
Desperta
Ferro ediciones.
“Moros
y cristianos”. José Javier Esparza.
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