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domingo, 2 de octubre de 2022

Alfonso VIII, hacer las Navas de Tolosa y morir (1195-1214).

 
 
“Al perro flaco todo son pulgas” dice el refrán y esto le pasaba a Castilla tras el desastre de Alarcos. Alfonso VIII estaba enfrentado a los otros reinos cristianos peninsulares y sin casi soldados. Vemos como Sancho VII de Navarra fortifica el castillo de Cuervo, próximo a Logroño, y desde allí lanza razias contra Soria y Almazán. Alfonso IX de León entra en la Tierra de Campos y llega hasta Carrión y Villalcázar de Sirga… ¡acompañado de huestes almohades!

 
Terrible situación que solo alegraba a los moros y que llevó a Alfonso II de Aragón a pedir que se reuniesen sus homólogos. ¿Por qué? Porque se sentía morir a pesar de no tener cuarenta años y deseaba hacer cosas por el bien de los cristianos y de su alma. La pista de su próxima muerte nos la da su peregrinación a Santiago de Compostela que hacían los reyes peninsulares cuando se les acercaba el fin. Entrado 1196, Alfonso II consigue una reunión en Tarazona y pacificar las fronteras… por poco tiempo. Esta postura se vio reforzada por la acción del anciano papa Celestino III -noventa años en 1196- que mantenía su programa de paz entre los cristianos y guerra contra el musulmán. Para ello, amenazaba a los cristianos con la excomunión para el que colaborara con los sarracenos. Esta política fastidiaba a Alfonso IX de León y favorecía a Alfonso VIII de Castilla.
 
Murió Alfonso II de Aragón y le sucedió su hijo Pedro II. Murió también el papa Celestino III y le sucedió Inocencio III. Nuevo papa que sus hagiógrafos definieron como joven jurista de familia aristocrática, enérgico y de una integridad moral ejemplar. Pedro II ratificó los pactos con Castilla e Inocencio III acentuó el programa cruzado de su predecesor. Todo siguió igual. Y Sancho VII de Navarra y Alfonso IX de León estaban mosqueados porque todo pacto entre Castilla y Aragón implicaba el reparto de Navarra. A partir de mayo de 1198, castellanos y aragoneses golpean las fronteras navarras. Alfonso de Castilla se queda con Miranda de Arga e Inzura.

 
Sancho de Navarra reacciona ofreciendo la mano de una hermana suya al rey Pedro II de Aragón. Era un matrimonio imposible por consanguinidad, pero sirvió para detener la ofensiva aragonesa y ganar tiempo. Los castellanos en los meses siguientes intensifican su actividad en Álava, Guipúzcoa y Vizcaya. Sancho se ve acorralado y entra en tratos con los almohades. El papa, en consecuencia, excomulgará al rey de Navarra. ¡¿Y al de Castilla no?!
 
Alfonso IX de León golpeaba Castilla con la seguridad de que la tregua con los almohades mantendría tranquila la frontera sur. A pesar del riesgo de excomunión. Para dejar clara su alianza, las huestes de Aragón y de Castilla entran juntas en la Tierra de Campos y toman varias plazas, mientras Alfonso VIII fortifica la Transierra. Sancho de Portugal, aprovechando que Alfonso IX ha terminado excomulgado, invade el territorio leonés. Disfrutarán de tres años de guerra (1196-1199). Tanto Castilla como León tenían un incentivo para pactar: guerreaban en dos frentes. Alfonso IX de León, 27 años, desposaría a la infanta Berenguela de dieciocho, la hija mayor de Alfonso VIII de Castilla. Berenguela aportaba como dote las fortalezas que Castilla había conquistado a León. Si el matrimonio tuviera un descendiente, esos castillos pasarían al hijo; si no, volverían a León. Mientras tanto, los castillos de la discordia serían gobernados por nobles castellanos y leoneses. Y ya estaban en paz estos dos Alfonsos.

Escudo de Sancho VII de Navarra
 
El matrimonio de Berenguela de Castilla y Alfonso de León fue “delicado” porque Alfonso era tío segundo de ella, de manera que muchos pidieron la nulidad del enlace. Entre ellos el resto de los monarcas cristianos de España que no querían un bloque de poder castellano-leonés. El papa anulará el matrimonio, y sanseacabó. Pero tuvieron un hijo legítimo: Fernando. Con un frente calmado, Alfonso VIII de Castilla insiste en ganar territorios al norte, los puertos vascos. Así, en torno a 1199, puede hablarse abiertamente de asedio en toda la línea de Álava, Guipúzcoa y el Duranguesado. Sancho de Navarra busca ayuda entre los almohades Será en vano. Más aún, terminará preso en África, y es allí donde, ya entrado el año 1200, se entera de que Vitoria, San Sebastián y Fuenterrabía han caído en manos castellanas. Alfonso VIII tendrá más puertos comerciales y las rutas comerciales que pasaban por Vitoria.

 
En estos años, como en el resto de reinos peninsulares, Castilla tendrá una política de afirmación del poder regio frente a los magnates para lo cual recurre a la repoblación. Después de las campañas en tierra vasca, Alfonso VIII funda (o refunda) villas marineras en el Cantábrico, impulsa los centros urbanos en el Camino de Santiago y cubre de pequeñas poblaciones los espacios entre el Camino y el mar. Sus fueros contemplan con detalle las actividades comerciales y artesanales. Alfonso VIII estaba aplicando una tosca política económica orientada al comercio interior. En una fecha no distante a 1184, Castilla empieza a acuñar maravedíes de oro, como los andalusíes. Es también el momento en el que aparece en Castilla una ganadería extensiva que abarca desde el cauce del Ebro hasta el sur del Tajo. Desde este último río hacia el sur se optó por repoblar de mano de las órdenes militares. Desconfiaba Alfonso de nobles levantiscos y veletas en sus lealtades.
 
Desde 1198 Castilla y Aragón vuelven a ser aliados por el acuerdo de Calatayud, primero, y después el de Daroca, en 1201. Entre 1206 y 1209 se suceden los pactos de Castilla con León, desde el acuerdo de Cabreros hasta el de Valladolid. En 1207 Castilla firma igualmente paces con Navarra con los acuerdos de Guadalajara y de Mallén. Desde 1208 el heredero de Portugal, que reinará como Alfonso II, está casado con una infanta castellana, Urraca. En 1209 Navarra pacta con Aragón la paz de Monteagudo. La actividad diplomática es incesante. Pero, como hemos visto a lo largo de la historia contemporánea, los pactos no impiden tensiones ni guerras. A pesar de que los problemas entre los reinos siguen vivos, hay una voluntad de acordar. Quizá azuzada por el poder almohade que desde 1999 está gobernado por Muhámmad an-Násir, un hombre duro y fanático que ha jurado llegar a Roma y que su caballo abreve en el Tíber. El conocido Miramolín (por la fórmula árabe “Amir-al-muslimin”, emir de los creyentes) de las crónicas cristianas.

 
En 1210 expiraban las treguas almohaces con los reinos cristianos. Y los reinos españoles no podría hacer la guerra al moro si antes no arreglaban sus querellas. Pero estas no podían solucionarse si el papa no levantaba el veto sobre los matrimonios entre casas reinantes y otros pequeños asuntos como que un reino cristiano que se sintiese amenazado por otro pactaría con los almohades para mantener tranquilo, al menos, uno de sus frentes. Lioso. Y con excomuniones.
 
Los almohades atacan Barcelona ese 1210. Pedro II ha detenido la ofensiva y ataca la región valenciana. El papa ve que no es apoyado por los demás reinos hispanos cristianos que están en paz con los moros. Por ello Inocencio III no pide al rey de Castilla que declare la guerra a los musulmanes, pero insta a los obispos castellanos a que actúen para que Alfonso VIII no impida a sus súbditos correr en auxilio de Aragón. Dos vasallos del rey de Castilla, Alfonso Téllez y Rodrigo Rodríguez, atacan la frontera toledana y toman el castillo de Guadalerza. Hay incursiones castellanas en Baeza, Andújar, Jaén y la cuenca del Segura. El gobernador almohade de Jaén escribe al rey Alfonso VIII y le pregunta si ha decidido romper la tregua, porque, en ese caso, tendría que comunicárselo al califa. Puestos a elegir entre la tregua con el Miramamolín, que ya está a punto de expirar, y la obediencia al papa, los cristianos lo tienen claro.

Alfonso VIII de Castilla
 
En aquel mismo año la corte castellana envía una carta al papa. Pero firmada por el infante Fernando quien expresa al Pontífice su voluntad de combatir al islam “Deseando entregar a Dios omnipotente las primicias de su milicia, con el fin de exterminar a los enemigos del nombre de Cristo de las fronteras de su tierra, que habían ocupado impíamente”. Castilla guerreará al moro. El papa rogará a los obispos de España que insten a sus reyes a imitar el ejemplo castellano y concedan indulgencias a quienes participen en la batalla. Miramamolín vio claro lo que se estaba preparando.
 
Para inicios de 1211, los almohades concentran sus ejércitos en Marruecos. En Toledo, Alfonso VIII escribe al papa y le pide que envíe un legado para que le ayude a negociar el apoyo de los otros monarcas cristianos peninsulares. Inocencio III contesta en febrero de 1211 que no puede hacerlo pero que faculta al arzobispo de Toledo y a otros prelados para castigar con la censura eclesiástica a cualesquiera reyes cristianos que atacaran Castilla mientras ésta combate al moro. Miramamolín está cruzando el Estrecho de Gibraltar. Aún no ha empezado la primavera cuando las huestes de Castilla -sin subterfugios- golpean la frontera almohade. En mayo, Alfonso VIII y su hijo Fernando, al frente de las milicias concejales de Madrid, Guadalajara, Huete, Cuenca y Uclés, prodigan las incursiones en su frente este, la zona levantina, llegando hasta Játiva.
 
Miramamolín envía en septiembre de 1211 para arrasar la fortaleza de Salvatierra, defendida por los caballeros calatravos. Cayó tras cincuenta y cinco días de asedio. Esto causó conmoción en toda la cristiandad porque, a través de los cistercienses, la noticia se conoció en toda Europa. Gracias a esta situación, Alfonso VIII tuvo una rezón para pedir al papa que proclamara formalmente una cruzada en España.

 
Una cruzada significaría que miles de combatientes de toda la cristiandad acudirían a engrosar la fuerza castellana y que cualquiera que atacara Castilla durante la cruzada quedaría excomulgado. Es decir, bloqueaba a leoneses y navarros. En la predicación de la cruzada jugó un fuerte papel el arzobispo de Toledo, Rodrigo Jiménez de Rada. A partir de junio de 1212, y durante varias semanas, unos 30.000 provenzanos, italianos, lombardos, bretones, alemanes fueron llegando a Castilla y, junto a ellos, una ingente muchedumbre de mujeres, jóvenes y otras gentes.
 
Durante junio el jefe almohade avanzaba hacia Sierra Morena. En Toledo los cruzados europeos confluyeron con las tropas hispanas. Alfonso VIII de Castilla había movilizado todo lo que tenía: cerca de cincuenta mil hombres entre sus propias huestes y las milicias de veinte concejos castellanos. Estaban también las tropas de Pedro de Aragón, cerca de veinte mil hombres y las de Sancho VII de Navarra. Igualmente había caballeros de Portugal y de León, aunque sus respectivos reyes no participaron en la batalla. Los cruzados europeos salieron rana y no comprendían las “reglas de juego” de la guerra ibérica: no degollar a los vencidos, no atacar a los judíos, ser frugales… la mayoría retornó más allá de los Pirineos. Las tropas cristianas quedaron así reducidas a dos tercios. Aun así, Alfonso VIII de Castilla no detuvo la campaña: entre finales de junio y primeros de julio los cristianos recuperaron Alarcos, Caracuel, Benavente, Piedrabuena...

 
Julio de 1212. El ejército cristiano desciende desde La Mancha hacia los pasos de Despeñaperros. Al sur de la sierra, se acumula un ejército musulmán todavía mayor. El jefe musulmán dispone a sus tropas en torno a Despeñaperros para evitar problemas logísticos. Cuando los cristianos llegaron a las montañas, descubrieron que los pasos de Despeñaperros estaban tomados por los moros. ¿Qué hacer? Nada porque un providencial pastor -como en las Termópilas- informa a Lope de Haro, hijo del señor de Vizcaya, de la existencia de un paso desguarnecido conocido como Puerto del Rey y Salto del Fraile. ¡Qué conveniente! Resumiendo: los cristianos franquean Despeñaperros y llegan frente al ejército del Miramamolín.
 
De parte almohade combatieron más de cien mil hombres, y del lado cristiano unos setenta mil. Alrededor de la medianoche del día 16 de julio de 1212 estalló el grito de júbilo y de la confesión en las tiendas cristianas, y la voz del pregonero ordenó que todos se aprestaran para el combate del Señor. Luego se desplegaron las líneas para combatir. Allí estaban los príncipes castellanos Diego López con los suyos mandó la vanguardia; el conde Gonzalo Núñez de Lara con los freires del Temple, del Hospital, de Uclés y de Calatrava, el núcleo central; su flanco lo mandó Rodrigo Díaz de los Cameros y su hermano Álvaro Díaz y Juan González y otros nobles con ellos; en la retaguardia, el noble rey Alfonso y junto a él, el arzobispo Rodrigo de Toledo. En cada una de estas columnas se hallaban las milicias de las ciudades, tal y como se había dispuesto. El valeroso rey Pedro de Aragón desplegó su ejército en otras tantas líneas; García Romero mandó la vanguardia; la segunda línea, Jimeno Cornel y Aznar Pardo; en la última, él mismo, con otros nobles de su reino. El rey Sancho de Navarra, notable por la gran fama de su valentía, marchaba con los suyos a la derecha del noble rey, y en su columna se encontraban las milicias de las ciudades de Segovia, Ávila y Medina.

 
El Miramamolín juega sus piezas: una tropa más numerosa, sin caballería pesada, pero con formaciones muy ágiles que atacan a la caballería cristiana por los flancos y, sobre todo, con arqueros letales que desorganizan a la vanguardia enemiga. La caballería cristiana despliega refuerzos en los flancos para protegerla de ataques, los infantes combaten mezclados con los caballeros para que el ataque enemigo no desorganice a las gentes de a pie. La caballería española arrasó sin contemplaciones las primeras líneas de la fuerza mora, compuestas sobre todo por chusma voluntaria de la yihad. Pronto llegaron al pie de las lomas donde se hallaba la fuerza central del Miramamolín. Pero ése era el momento que el hábil moro esperaba: con la caballería cristiana cansada por la cabalgata y, ahora, combatiendo cuesta arriba, al-Nasir ordena la carga de sus veteranos almohades, que se lanzan pendiente abajo y chocan con los cristianos, los clavan en el terreno y empiezan a desorganizar sus líneas.

 
El centro del ataque castellano se mantiene. Eso sí, los de López de Haro atraviesan una difícil situación: rodeados de enemigos, en cualquier momento pueden convertirse en blanco de los arqueros moros. Alfonso VIII decide intervenir personalmente para dirigir la última carga. Una nueva masa compacta de caballería, salpicada de infantes y con el propio rey al frente, arrolla la línea de combate, disgrega la resistencia mora y se planta ante la última línea de defensa del Miramamolín. Es el palenque, una gruesa empalizada fuertemente amarrada con cadenas y protegida por una línea de guerreros enterrados hasta las rodillas. Eran los “imesebelen”, que quiere decir los desposados. Voluntarios fanáticos que habían jurado dar su vida en defensa del islam y que se hacían enterrar así, hasta las rodillas, para evitar la tentación de huir y asegurarse el sacrificio luchando hasta la muerte. Murieron, claro.

 
Los moros calculaban que pocos cristianos alcanzarían ese palenque, pero Alfonso VIII había calculado muy bien los tiempos y ordenó su última carga cuando a los moros les quedaba ya muy poca fuerza por movilizar, de manera que las tropas cristianas que llegaron hasta el palenque fueron muy numerosas y perforaron las defensas. Una vez dentro, los moros ya no tenían nada que hacer: los arqueros y los honderos no tenían espacio físico para usar sus armas, y nada podía oponerse entonces a una carga de caballería pesada. La escabechina fue terrible. El Miramamolín, derrotado, huyó a toda prisa a lomos de un burro. El arzobispo de Toledo y los demás clérigos presentes en el campo de batalla entonaron el Te Deum Laudamus.

 
La batalla de Las Navas de Tolosa fue fundamental en la historia de España, y de Europa. Cualquier intento musulmán por recuperar el terreno perdido quedaba definitivamente desarbolado. Los pasos hacia Andalucía eran, ahora, cristianos. Las querellas entre los reyes del norte se resolvieron en la euforia del triunfo.
 
En Al-Ándalus, las elites locales aprovecharon para manifestar su malestar con la prepotencia de los gobernantes bereberes. En África, mientras tanto, la derrota surtía el efecto letal de una maldición sobre el propio califa. Todo había terminado para Muhammad al-Nasir. Alfonso VIII no descansó y con el botín tomado al enemigo aprovisiona a su ejército y en un solo día lanza a sus huestes contra varios objetivos simultáneamente: Vilches, Ferral, Baños, Tolosa... Inmediatamente después la coalición cristiana llega ante Baeza y Úbeda, que son arrasadas. Detrás, en los castillos capturados, quedan guarniciones estables que se ocuparán de mantener firme la frontera. Una frontera que ya ha descendido definitivamente hasta la línea de Sierra Morena.
 
¿Acabaría Alfonso VIII la reconquista? Sabemos que no, pero había que preguntárselo. ¿Cuál fue la causa de perder esta oportunidad? Una feroz hambruna acentuada por una epidemia de peste aparecida ese mismo 1212. El invierno de 1213 a 1214 padeció severas heladas. Y de marzo a junio de 1214 se produjo una sequía que arruinó las cosechas. Pero, ¡¡¿Con quién estaba Dios?!!

 
Dadas las circunstancias el espíritu guerrero mermó mucho. Como la vida de los principales actores de esta tragedia. Muhammad al-Nasir, el Miramamolín, regresó a Rabat y poco después muere envenenado. Hereda su hijo de dieciséis años, Abu Yakub II al-Mustansir. Pedro II de Aragón también murió al año siguiente, en septiembre de 1213, en combate cuando asediaba la ciudad de Muret, frente a las huestes de Simón de Monfort. Cosas del lío cátaro. Alfonso VIII de Castilla falleció en octubre de 1214. Jiménez de Rada contó la muerte del rey Alfonso: “Habiendo cumplido cincuenta y tres años en el Reino el noble Rey Alfonso, llamó al Rey de Portugal su yerno para verse con él; y habiendo empezado su camino dirigido a Plasencia, última ciudad de su dominio, empezó a enfermar gravemente en cierta aldea de Arévalo que se llama Gutierre Muñoz, donde últimamente, agravado de una fiebre, terminó la vida y sepultó consigo la gloria de Castilla, habiéndose confesado antes con el Arzobispo Rodrigo, y recibido el sumo Sacramento del Viático, asistiéndole Tello, obispo de Palencia, y Domingo, de Plasencia”. Será enterrado en el real monasterio de Las Huelgas reales de Burgos.

Tumba de Alfonso VIII y su esposa
 
¿Quién reinará en Castilla? ¿Su primogénito Fernando? No, había muerto antes de la cruzada de Las Navas, en Madrid, a los veintitrés años, víctima de una enfermedad desconocida. Le seguía en la línea sucesoria el otro hijo varón de Alfonso, Enrique, que tenía diez años. La regencia la ejerció la reina Leonor de Plantagenet, que murió en noviembre de 1214. Sin problema, se buscó otra regente: la hermana mayor del rey niño Enrique. ¿Sin problema? Pues, no. Ella era la esposa anulada de Alfonso IX de León y madre de Fernando. Los Lara -¡siempre los Lara!- se oponen y maniobrarán para quedarse con la regencia de Castilla. Y los “antilara” también se alteraron. Castilla vivirá años de pactos y contrapactos. Los Lara intentarán, por dos veces, casar al niño rey Enrique. En el fondo eran esfuerzos baldíos porque la materia de sus negocios era un niño y un día de junio de 1217, con trece años, se peleaba a pedradas con otros críos en el palacio episcopal de Palencia. La buena puntería de uno de sus contrincantes lo mató con una pedrada en la sien. ¿Quién será el nuevo heredero? Berenguela. ¡¿Cómo se quedan?! Y ella tenía a su hijo Fernando, un mocetón de dieciséis años que podía ceñir sobre sus sienes las coronas de Castilla y de León. Berenguela prepara su lanzamiento con un matrimonio de campanillas con la princesa alemana Beatriz de Suabia, nieta de dos emperadores, Federico Barbarroja e Isaac II de Bizancio.
 
Con este giro de la situación, ¿qué pasaba con Alfonso IX? Estaba a sus asuntos, pero, fíjense, sólo tenía como heredero varón a Fernando, el hijo de Berenguela, convertido ya en rey de Castilla tras la asunción y posterior abdicación de su madre. ¿Iba a legar Alfonso IX el Reino de León a un rey de Castilla? Intentó cederlo a sus hijas Sancha y Dulce poniendo a la Orden de Santiago como garante de la herencia. Pero cuando muera Alfonso IX, en 1230, a Fernando III le costará muy poco hacerse con el Reino de León.
 
 
Bibliografía:
 
Podcast “Memorias de un Tambor”.
“Atlas de historia de España”. Fernando García de Cortázar.
Desperta Ferro ediciones.
“Moros y cristianos”. José Javier Esparza.
 
 

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