Que no te asusten ni la letra ni el sendero de palabras pues, amigo, para la sed de saber, largo trago.
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domingo, 30 de octubre de 2022

Algo de brujerío en Las Merindades.

 
 
Estamos en esos días tristones donde ya no hay posibilidad de engañarse con los flecos del verano. Las noches son largas y los días oscuros. Son momentos para permanecer dentro de casa, junto al hogar. Época que disponía de sus ritos paganos que no nos han llegado en su totalidad. Y los que nos han llegado lo han sido de una forma distorsionada. Incluso del periodo cristiano desconocemos parte del ritual de nuestra zona. En el norte peninsular hubo comarcas en las que se reunían las familias en estas fechas para compartir ágapes durante varios días; se acudía al camposanto para depositar sobre las sepulturas alimentos -pan, vino, carne- y disfrutar de dichas viandas junto a la tumba del finado. ¿Creían que esto era solo mejicano?
 
Una de las tradiciones más llamativas era la del toque de ánimas, en la que una mujer salía a recorrer las callejas de su aldea tocando una pequeña campana mientras rezaba un Padrenuestro en cada esquina, para que sus vecinos recordasen las fechas tan especiales en las que se encontraban y orasen por todas las almas. También se desaconsejaba trabajar durante las horas cercanas a la noche de Todos los Santos, e incluso en la misma festividad, porque se temía que las almas del purgatorio castigasen al irreverente.

 
Hubo lugares de Castilla donde se tocaban las campanas en la noche del día 1 al 2 de noviembre, mientras se daba buena cuenta de una opípara cena. Era el toque de “ánimas”. Y, aunque les resulte extraño, se vaciaban hortalizas como la calabaza para colocarles una vela dentro a modo de lámpara que se colgaba de las ventanas o se disponían sobre los muros del cementerio. Seguramente este ritual recordase los fuegos fatuos que se observaban en los cementerios y que se asumía eran las almas que ascendían al cielo.
 
Hablábamos al empezar el texto del Hogar, el refugio de la familia, lo que protegía de las inclemencias meteorológicas y de los depredadores y, además, de la oscuridad física y espiritual. Por ello, existían técnicas para construir, bendecir o acomodar las cosas en la casa. El azul para pintar puertas, dinteles y ventanas, aplicada en todo el mundo intentaba alejar maldiciones y brujas. Lo seguimos viendo en el Valle de Zamanzas o las cercanías de Espinosa de los Monteros. Pero, es que, ese color ahuyentaba -a su vez- a los insectos, tan molestos en casa y capaces de dañar comestibles y enseres. ¡¿lo qué?! ¿Los insectos reconocen los colores humanos? El truco está en que la pintura azul se obtenía con azurita y diversas grasas y aceites, logrando oleato de cobre, de gran valor insecticida, cosa que agradecían los habitantes de aldeas y que, por ello, lo convirtieron en remedio para peligros esotéricos.

 
En el entorno de Villarcayo se recuerda a la curandera y medio hechicera María “La Cantera”. Era una mujeruca anciana, enjuta, de pocas palabras y de trato huraño que acudía rápida a prestar sus servicios a parturientas y enfermos. Su visión recordaba a las brujas de cuento, pero sus actos eran de una experta sanadora rural. Uno de sus remedios consistía en restregar por la espalda de aquellos con dolores lumbares, artrosis y similares un estropajo áspero y abrasivo impregnado de desconocidos ungüentos y cataplasmas que ella elaboraba. ¡Y funcionaba! En otros momentos, cuando una embarazaba sufría dolores o el parto se complicaba, La Cantera, parapetada de cremas, pócimas y demás preparados herbáceos, la auxiliaba.
 
En la zona de Munilla de Hoz de Arreba también se recuerda a una bruja, o brujas. Los ancianos del lugar las tenían muy presentes. Quizá por ser un lugar aislado favorable para el paso de las maléficas que de un valle a otro atajaban por entre aquellos riscos... Algunos vecinos hablaban de ciertos que ocurrían en el interior de las casas y que eran achacados a la presencia de brujas. Los huevos caídos de un cesto en medio de la cocina, sin aparentemente nadie en la estancia; las patatas desperdigadas por el suelo, arrojadas por una mano invisible de los sacos; el malestar de los animales en las cuadras..., todo era obra sin duda de las brujas para esas gentes.

 
Como en aquella ocasión que estando presente en el pueblo una vieja tenida por bruja -y adoctrinadora de brujas-, una campesina se quedó atónita cuando acudió a las pocilgas para dar de comer a sus gorrinos y sus animales estaban paralizados. Ante esta situación la dueña de la piara persiguió a la “bruja” para que volviese a la normalidad a sus cerdos. Nada extraño en aquella España de historias traídos a nuestros días en las voces de sucesivas generaciones de ancianos. Quizá por eso nos suenan muchos de estos relatos ubicados en otros lugares. Como Huidobro, al norte del Valle de Sedano, donde se pensaba que los alborotos que se producían durante las noches en las cuadras eran debidos a que una bruja se encontraba cerca de la casa o incluso había entrado al hogar. Para evitar esto era costumbre cerrar los agujeros de las gateras porque se “sabía” que las brujas eran capaces de convertirse en gatos negros. Cruces, estampas de santos y demás remedios, colgaban de cuadras y pesebres para evitar que las valiosas reses enfermaran o tuviesen malos partos.
 
Y como no hay dos sin tres, para cerrar esta entrada hablaremos de una bruja con el nombre de María que residía en Villamartín de Sotoscueva. Mejor dicho, dos brujas, madre e hija. De ellas se contaba que habían sido vistas convertirse en gatos negros para poder entrar más fácil y discretamente en las casas de sus convecinos y robarles. Les acusaban, a su vez, de ser las culpables de los destrozos en establos y gallineros durante la noche. Evidentemente, no eran muy queridas. Por ello, cuando un paisano observó un gato negro sospechoso, pues, le arrojó una piedra para evitar males mayores y para que se alejara de su casa de esta manera tan expeditiva. Y le quebró una pata. Al día siguiente, mientras nuestro protagonista se encontraba narrándolo al resto de los lugareños, nadie daba crédito a sus ojos al poder contemplar, en esos precisos momentos, el paso de la vieja María renqueante y coja, por lo que todos creyeron en su poder de convertirse en gato, habiendo resultado herida en su encontronazo del día anterior recién conocido.
 
 
 
Bibliografía:
 
“Misterios y enigmas del norte de Burgos”. Fran Renedo Carrandi.
“Brujería y Literatura tradicional en Castilla y León”. Luca Presicci.
 
 

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