Estamos
en esos días tristones donde ya no hay posibilidad de engañarse con los flecos
del verano. Las noches son largas y los días oscuros. Son momentos para
permanecer dentro de casa, junto al hogar. Época que disponía de sus ritos
paganos que no nos han llegado en su totalidad. Y los que nos han llegado lo
han sido de una forma distorsionada. Incluso del periodo cristiano desconocemos
parte del ritual de nuestra zona. En el norte peninsular hubo comarcas en las
que se reunían las familias en estas fechas para compartir ágapes durante
varios días; se acudía al camposanto para depositar sobre las sepulturas
alimentos -pan, vino, carne- y disfrutar de dichas viandas junto a la tumba del
finado. ¿Creían que esto era solo mejicano?
Una
de las tradiciones más llamativas era la del toque de ánimas, en la que una
mujer salía a recorrer las callejas de su aldea tocando una pequeña campana
mientras rezaba un Padrenuestro en cada esquina, para que sus vecinos
recordasen las fechas tan especiales en las que se encontraban y orasen por
todas las almas. También se desaconsejaba trabajar durante las horas cercanas a
la noche de Todos los Santos, e incluso en la misma festividad, porque se temía
que las almas del purgatorio castigasen al irreverente.
Hubo
lugares de Castilla donde se tocaban las campanas en la noche del día 1 al 2 de
noviembre, mientras se daba buena cuenta de una opípara cena. Era el toque de “ánimas”.
Y, aunque les resulte extraño, se vaciaban hortalizas como la calabaza para
colocarles una vela dentro a modo de lámpara que se colgaba de las ventanas o
se disponían sobre los muros del cementerio. Seguramente este ritual recordase los
fuegos fatuos que se observaban en los cementerios y que se asumía eran las
almas que ascendían al cielo.
Hablábamos
al empezar el texto del Hogar, el refugio de la familia, lo que protegía de las
inclemencias meteorológicas y de los depredadores y, además, de la oscuridad
física y espiritual. Por ello, existían técnicas para construir, bendecir o
acomodar las cosas en la casa. El azul para pintar puertas, dinteles y
ventanas, aplicada en todo el mundo intentaba alejar maldiciones y brujas. Lo
seguimos viendo en el Valle de Zamanzas o las cercanías de Espinosa de los
Monteros. Pero, es que, ese color ahuyentaba -a su vez- a los insectos, tan
molestos en casa y capaces de dañar comestibles y enseres. ¡¿lo qué?! ¿Los
insectos reconocen los colores humanos? El truco está en que la pintura azul se
obtenía con azurita y diversas grasas y aceites, logrando oleato de cobre, de
gran valor insecticida, cosa que agradecían los habitantes de aldeas y que, por
ello, lo convirtieron en remedio para peligros esotéricos.
En
el entorno de Villarcayo se recuerda a la curandera y medio hechicera María “La
Cantera”. Era una mujeruca anciana, enjuta, de pocas palabras y de trato huraño
que acudía rápida a prestar sus servicios a parturientas y enfermos. Su visión
recordaba a las brujas de cuento, pero sus actos eran de una experta sanadora
rural. Uno de sus remedios consistía en restregar por la espalda de aquellos con
dolores lumbares, artrosis y similares un estropajo áspero y abrasivo impregnado
de desconocidos ungüentos y cataplasmas que ella elaboraba. ¡Y funcionaba! En
otros momentos, cuando una embarazaba sufría dolores o el parto se complicaba,
La Cantera, parapetada de cremas, pócimas y demás preparados herbáceos, la
auxiliaba.
En
la zona de Munilla de Hoz de Arreba también se recuerda a una bruja, o
brujas. Los ancianos del lugar las tenían muy presentes. Quizá por ser un lugar
aislado favorable para el paso de las maléficas que de un valle a otro atajaban
por entre aquellos riscos... Algunos vecinos hablaban de ciertos que ocurrían
en el interior de las casas y que eran achacados a la presencia de brujas. Los
huevos caídos de un cesto en medio de la cocina, sin aparentemente nadie en la
estancia; las patatas desperdigadas por el suelo, arrojadas por una mano
invisible de los sacos; el malestar de los animales en las cuadras..., todo era
obra sin duda de las brujas para esas gentes.
Como
en aquella ocasión que estando presente en el pueblo una vieja tenida por bruja
-y adoctrinadora de brujas-, una campesina se quedó atónita cuando acudió a las
pocilgas para dar de comer a sus gorrinos y sus animales estaban paralizados.
Ante esta situación la dueña de la piara persiguió a la “bruja” para que
volviese a la normalidad a sus cerdos. Nada extraño en aquella España de historias
traídos a nuestros días en las voces de sucesivas generaciones de ancianos.
Quizá por eso nos suenan muchos de estos relatos ubicados en otros lugares.
Como Huidobro, al norte del Valle de Sedano, donde se pensaba que los alborotos
que se producían durante las noches en las cuadras eran debidos a que una bruja
se encontraba cerca de la casa o incluso había entrado al hogar. Para evitar
esto era costumbre cerrar los agujeros de las gateras porque se “sabía” que las
brujas eran capaces de convertirse en gatos negros. Cruces, estampas de santos
y demás remedios, colgaban de cuadras y pesebres para evitar que las valiosas reses
enfermaran o tuviesen malos partos.
Y
como no hay dos sin tres, para cerrar esta entrada hablaremos de una bruja con el
nombre de María que residía en Villamartín de Sotoscueva. Mejor dicho, dos
brujas, madre e hija. De ellas se contaba que habían sido vistas convertirse en
gatos negros para poder entrar más fácil y discretamente en las casas de sus
convecinos y robarles. Les acusaban, a su vez, de ser las culpables de los destrozos
en establos y gallineros durante la noche. Evidentemente, no eran muy queridas.
Por ello, cuando un paisano observó un gato negro sospechoso, pues, le arrojó
una piedra para evitar males mayores y para que se alejara de su casa de esta
manera tan expeditiva. Y le quebró una pata. Al día siguiente, mientras nuestro
protagonista se encontraba narrándolo al resto de los lugareños, nadie daba
crédito a sus ojos al poder contemplar, en esos precisos momentos, el paso de
la vieja María renqueante y coja, por lo que todos creyeron en su poder de
convertirse en gato, habiendo resultado herida en su encontronazo del día
anterior recién conocido.
Bibliografía:
“Misterios
y enigmas del norte de Burgos”. Fran Renedo Carrandi.
“Brujería
y Literatura tradicional en Castilla y León”. Luca Presicci.
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