Hoy
nos acercamos hasta el monte San Miguel -entre Villalaín e Incinillas- en cuyas
cercanías tenemos la Cueva de “La Mosquita". El yacimiento está ubicado a
lo largo de un farallón rocoso situado junto a un pequeño campo de cultivo y
donde se ubica el Arroyo de la Tejera. Estamos en un valluco secundario del río
Ebro -a tres kilómetros-, en el sinclinal llamado Villarcayo–Tobalina,
orientado de noroeste a sureste. Un espacio de calizas y dolomitas. Además del
arroyo de La Tejera, disponemos de la Fuente Saúco y un primitivo manantial
reseñado en mapas antiguos.
Cortesía de "Necrópolis medievales excavadas en la roca"
La
aparición de abundantes piezas de talla lítica nos asegura la presencia de un
grupo humano desde el Paleolítico superior en la zona. Pero, es que, la existencia
de fragmentos de sigillata y de tegulae muestra que hubo habitantes desde época
Romana hasta época Altomedieval. Se ocupó la franja ribereña y el escarpe,
donde hay cuevas naturales retalladas, elementos de apoyo en la roca para
construcciones, espacios funerarios y accesos a la plataforma rocosa superior,
con escalones tallados en los lugares más accesibles. En la parte superior del
escarpe encontramos una estructura hundida que para algunos es una cantera.
En
el trabajo “Eremitorios rupestres altomedievales (el alto valle del Ebro)” de
1989 Alberto Monreal Jimeno citaba la cueva y la tumba exterior más cercana a la
boca de la cavidad. Sin embargo, hay una segunda tumba, horadada en el escarpe
rocoso a dos metros de altura del suelo y oculta por la vegetación.
Vista panorámica de la cueva
La
zona de la cueva principal, es una cavidad natural de toba, que ha perdido su
forma original debido a las sucesivas transformaciones de paredes, suelo y
techo. De hecho, ha sido retallada, al menos, un par de veces. Esta cueva es el
elemento más visible e importante del paraje. Mide unos 5`5 metros de longitud
por 3`25 metros de anchura. En su exterior tenemos unas entalladuras que
facilitan el acceso. La entrada, muy deformada por la erosión, se abre al Suroeste
y da paso a una cámara de planta irregular, cubierta con bóveda natural que
alberga una serie de enterramientos. En la parte superior de la pared este hay
una cruz con calvario, enmarcada en un espacio rebajado para resaltar su
volumen. Indicar que los numerosos rebajes existentes parecen haberse hecho con
pico ancho. Asimismo, en la zona izquierda del lado norte, se aprecia una
oquedad natural, posiblemente procedente de una antigua corriente de agua.
Cruz tallada
A
la derecha de la entrada hay un banco o poyo alto excavado en la pared del
fondo, en el que se ha labrado una tumba rectangular de tamaño adulto. Junto a
este poyo elevado y a menos altura, aparecen dos pequeños bancos corridos. La
presencia de nichos para sostener lámparas, que han dejado una fuerte capa de
hollín en su entorno, nos permite pensar en el intenso uso del lugar sagrado.
En un primer momento, con prácticas que desconocemos pero que quizá estuviesen
relacionadas con una figura enigmática de la que hablaremos, que tiene a los
pies tres orificios. En la cabecera también se destacan oquedades en la pared,
posiblemente para colgar cosas. Y su suelo se retalló para conseguir
profundidad en la oquedad natural. Posteriormente se volvería a rebajar, hasta
conseguir un nuevo suelo, el actual, quedando colgado parte del antiguo en sus
costados.
Dentro
de la cueva destacan las siguientes tumbas excavadas en el suelo:
- Tumba
1. Forma rectangular. Situada en el altar ha perdido por completo la pared
occidental, mientras que la opuesta ha sido ligeramente retocada. En el centro
se aprecia un orificio donde pudieron estar colocadas, en algún momento, posibles
reliquias. Las medidas son de 1`75 metros de longitud, 43 cm en la zona más
ancha y 37 cm en la más estrecha, sur y norte respectivamente.
- Tumba
2. Rectangular. En la zona este de la cueva, en la cabecera del santuario ya
cristianizado. Ocupa un nivel inferior, a los pies del altar. Se aprecian aún
restos del trabajo para abrirla, pero ha perdido las paredes. Tiene una cuidada
orientación norte–sur, una longitud de 1`92 metros, una anchura máxima de 50 cm
y la mínima de 42 cm. El extremo sur está completamente recto mientras que la
parte opuesta presenta un tallado tendente a la forma casi circular.
- Tumba
3. Trapezoidal. Muy ancha en la cabecera. Se talló en el nuevo espacio del
interior de la cueva, correspondiente a su primera ampliación. Sus dimensiones son
1`85 metros de largo, 85 cm de ancho en la cabecera y 45 cm en los pies. La
parte de la cabecera está erosionada.
- Tumba
4. Rectangular, con tendencia a mayor anchura en la cabecera. Está alineada y
comparte espacio y fase constructiva con la Tumba 3. Tiene una longitud de 1`85
metros y una anchura de 60 cm la cabecera y de 55 cm en los pies.
- Tumba
5. Este enterramiento se alinea con las numeradas como 3, 4 y 6 pero está ya ligeramente
colocada hacia el interior en relación con la alineación del muro sur tallado del
lugar de culto. La parte norte ha sido eliminada por la tumba número 9. Se conservan
las paredes sur y oeste mientras que las otras han desaparecido. Se aprecia el
trabajo de excavación, la talla, con pico o elemento similar. Sus medidas son
de 80 cm de longitud y una anchura de 54`4 cm en la zona sur y 30 cm en la
opuesta. Sería una tumba infantil.
- Tumba
6. Está algo más elevada que las dos tumbas precedentes, conserva parte del
arranque de las paredes y se aprecian las señales de la excavación del hueco.
Sus medidas son 1`88 metros de longitud, siendo su anchura de 60 cm en la zona
sur y 25 cm en la norte.
- Tumba
7. Es la más occidental del conjunto y se sitúa en el mismo reborde de la cueva.
Se trata de un enterramiento infantil de tipo ovalado. Sus medidas son 85 cm de
largo y 33 cm de ancho.
- Tumba
8. Es la única que tiene una ubicación fuera de lo habitual pues se sitúa en la
zona que podemos considerar ángulo noroeste, donde se abre hacia la única parte
de la cueva que conserva su estado natural. Se sitúa en dirección
sudoeste–noreste. Se aprecia que se ha iniciado la excavación, pero parece que
nunca fuera concluida o que lo deleznable de las calizas de ese sector haya
ocasionado su arrasamiento, quedando solo el fondo. Tiende hacia la forma
rectangular con 69 cm de largo por 29 cm de ancho. ¿Infantil?
- Tumba
9. Está algo más elevada que las cistas 3 y 4 y corta -y destruye parte de- la
tumba 5. Se conserva una fracción del arranque de sus paredes, seccionándose su
costado derecho y pies al retallarse el espacio en sentido transversal, hacia
la nueva cabecera del templo. Los extremos menores tienden a la forma
ligeramente circular y se aprecian aún las señales del pico. Sus dimensiones
son de 1`15 metros de largo y 30 cm de media de ancho. Representa una segunda
fase de ocupación de la zona de enterramientos en el interior de la cueva,
tanto por su diferente orientación como por el hecho de superponerse a la Tumba
5. Así mismo es anterior al segundo retalle de la cueva, en sentido
transversal, que conformaría el espacio interior tal y como hoy lo encontramos;
al verse afectada por los trabajos de reorientación del lugar de culto y enterramiento,
que eliminarían parte de su costado derecho y los pies, al rebajarse el nivel
del suelo en el que se encontraba confeccionada.
Cada
momento de ocupación parece verse representado en un grupo de tumbas. Así, las tumbas
3, 4, 5 y 6 representan el primer momento de ocupación del suelo de la cueva para
enterramiento. Su cronología cabe establecerla entre el retalle del interior de
la cueva para configurar un espacio de culto y el segundo trabajo para
ampliarla en sentido transversal al primero. La Tumba 9 vendría a representar
un nuevo momento en la vida del recinto. Las tumbas 1 y 2 se relacionan con la
última fase de ampliación del interior de la cueva con cabecera al este, propio
de los templos antiguos y medievales, y rematada por hornacina con cruz en su
interior y altar tallado en el testero. Las tumbas 7 y 8 no se han clasificado.
Algunos
autores entienden que fueron enterramientos familiares dada la presencia de
tumbas infantiles. Otros sopesan que fuesen enterramientos de notables,
posiblemente religiosos, descartando fuesen miembros de la aristocracia local
por situarse en estos casos a los pies y no en la cabecera de los templos, como
es el caso del cercano San Pedro de Argés.
Monreal
señalaba el cambio de funcionalidad de este tipo de espacios en el valle del
Ebro pasando de vivienda o lugar de culto a lugar funerario en su momento de
decadencia. Pero, lo que puede despistarnos, es que se pudo haber producido el enterramiento
de personas importantes dentro del templo, unido a las sepulturas exteriores. Como
podría ser en este caso. Otros autores, basándose en el poyo alto de la entrada
que definen como cama de ermitaño, junto con la existencia de muescas y
mechinales, asumen que esto fue una celda eremítica. Esta idea se vería
reforzada por la presencia de ranuras y mechinales en paredes y techo que serían
indicadores de una compartimentación interior de la cueva mediante madera.
Claro que esos mechinales pudieron servir para separar y destacar los dos
ámbitos de una iglesia. Otrosí, mientras las tumbas interiores son
enterramientos excavados en la roca, las dos exteriores son sepulturas de nicho
típicas de los eremitas. Así pues, se piensa que la cavidad fue retocada para
convertirla en una celda eremítica y poco después, tras ser abandonada, sirvió
de cámara funeraria de carácter familiar. Sin obviar los posibles
enterramientos realizados en sagrado ni descartar la existencia de un pequeño
monasterium que atendiese el culto de este santuario.
La
primera de las sepulturas exteriores, recogida en los trabajos de Monreal
(1989), es rectangular con los bordes redondeados y con arcosolio presentando
una superficie tallada al completo sobre el farallón calizo. Se diferencian dos
niveles en altura, separados por tres mechinales para vigas. Finalmente, en los
costados se detectan unas hendiduras, cuidadosamente talladas, para colocar un
posible elemento de cierre. Las medidas de la estructura son 1`40 metros de
altura. Por su parte, la planta presenta una longitud de 2`20 metros y una
anchura de 1`05 metros.
Con
la misma orientación que el muro del farallón, a unos dos metros en altura de
la base actual, se encuentra otra oquedad modificada con una sepultura trapezoidal,
excavada en las calizas del cortado hasta formar una cista lateral rematada por
un arcosolio. Es probable que, inicialmente, estuviese a más de dos metros de
altura de la base ya que se han acumulado sedimentos de la parte superior del
escarpe. Parece mantener cierta línea de continuidad con la apertura de la
entrada de “La Mosquita”, que se encuentra emplazada en su lado derecho. Las
medidas del espacio son de longitud 1`70 metros de base y 1`84 metros en la
parte superior de la cista; una profundidad de 32`5 cm que se suman a los 64 cm
del arcosolio retallado en la roca. El relleno de la tumba consistía en un
paquete de tierra muy húmica. En la excavación de la tumba se encontraron, en
la cabecera, los restos de una mandíbula y un disco de piedra. De su análisis
no se dedujo ni la edad ni el sexo, pero permitió datar el yacimiento en la
primera mitad del siglo VII y lo conecta con otros espacios tanto del área
cántabra como burgalesa.
Uno
de los aspectos más interesantes de la Cueva de “La Mosquita” son sus pinturas
rupestres. Serían una figura animal (un équido) y un antropomorfo. Situándonos
en la entrada y con la mirada dirigida hacia el muro, a la altura aproximada de
la vista y justo encima de tres orificios circulares que trazan una línea
horizontal, se pueden observar una serie de trazos de color rojizo, verticales
y horizontales, siendo los segundos más pequeños que los primeros. Es la figura
antropomorfa. En la actualidad se pueden ver los perfiles del cuerpo, piernas y
sobre todo la cabeza. El “cuerpo” estaría cubierto con una vestimenta que
apenas deja entrever la anatomía. Lo mejor conservado son los trazos de la
cabeza, con sus ojos, la boca y algo que podría asemejarse a una barba. Se
remata con una forma encima de la cabeza que nos recuerda al símbolo de la Luna
o a unos cuernos.
En
el lado derecho del muro norte, a la altura del altar, se observa un trazo más pequeño
del mismo color que los anteriores, con el que se ha esbozado lo que parece un “caballo”.
Se conserva la parte de trazo que se corresponde con la cabeza, el lomo y el
cuello.
El
tratamiento a través de la herramienta Dstretch ha permitido obtener una
batería de imágenes difíciles de captar por nuestro ojo y ver las clases de
pigmentos utilizados. Aquí pigmentos naturales, tanto en el hombre como en el
caballo. Y, también, la existencia de una película de whewellita (calcita y
dolomita) formando una estratificación. Estos elementos serían aglomerantes
circunstanciales de la pintura por la karstificación de la roca soporte.
También se obtuvieron trazas de fosfato de calcio debidas, seguramente, al uso
de hueso calcinado como pigmento, o a un residuo mineral de algún ligante o
aditivo orgánico que pudiera haberse empleado.
Con
estas fotografías se observa junto con el antropomorfo conocido otro más
pequeño, donde se aprecian las piernas y parte del cuerpo y la cabeza. Estas
imágenes pintadas siguieron presentes en el mundo altomedieval como se ve en el
yacimiento de Revenga donde una figura humana similar fue interpretada,
primeramente, como demonio o brujo para después definirla como “figura
femenina esquemática, que podría llevar un tocado a la manera de un cuarto
creciente, por lo que podría estar representando al astro lunar”. Estando
así vinculada al uso funerario del lugar y el mundo de los muertos. Quizá sea
así… o no, porque otros analistas enlazan esta figura del brujo con la Hispania
Céltica, con divinidades como Lug o Cernunnos.
Por
tanto: son pinturas realizadas por los hombres. Pero, ¿cuándo? Los trazos corresponderían
a la primera fase de ocupación apoyándonos en que las pinturas se sitúan en el
muro norte (en el caso de la figura antropomorfa justo frente a la entrada
natural de la cueva, a la altura de la vista, con tres mechinales a sus pies,
que soportarían una pequeña repisa) cuando la orientación del mismo era en
sentido sur–norte y el espacio sagrado se ubicaba precisamente en el muro donde
encontramos los grafitos. Sabiendo que la sepultura en altura con restos
humanos data de entre los siglos VI y VII, y que las pinturas serían anteriores
nos situaríamos en el momento en que el espacio tenía un uso de culto
precristiano, con orientación sur–norte. Por tanto, como muy tarde se pudieron
realizar en el siglo V o VI d. C. en los estertores del Imperio Romano
Occidental y primeros años del reino Visigodo.
Por
si esto fuera poco, la historiografía ha situado este “eremitorio” entre los
siglos VIII y IX de nuestra era, periodo al que pertenecen todas las sepulturas
existentes. Y no olvidemos que el paraje donde está el yacimiento de “La
Mosquita” se llama “San Miguel”. Apuntemos que, entonces, hay presencia de
divinidades precristianas que, en un momento dado y visto el ritual funerario,
se cristianizan. Este hecho ocurre a partir del siglo VII, como podemos
comprobar en las dataciones dadas para las tumbas. “La Mosquita” no solo sería un
centro eremítico más, sino un lugar de culto precristiano que pervive en épocas
altomedievales.
La
ubicación de tumbas excavadas en la roca del interior de la cueva podría
suponer un segundo momento en la vida de este pequeño recinto, si consideramos
que ocupan el suelo del centro de culto y aledaños, desbordando la limitación
preconfigurada del mismo por los trabajos de talla de la primera cavidad
natural. Un nuevo momento es el representado por la ampliación del espacio
interior, ahora en sentido transversal, tallándose una cabecera al este,
provista de altar labrado en la roca y hornacina superpuesta con cruz inscrita
dentro de él. Nos encontraríamos con el momento de cristianización efectiva del
primitivo recinto precristiano. En este nuevo centro se instalaron las tumbas 1,
sobre el altar, y Tumba 2 a sus pies. Cabe mencionar que a estas sepulturas se
asocia la figura del équido pintado en la pared de la cueva, lo que nos hace sospechar
el mantenimiento de figuraciones precristianas en una fase ya claramente cristiana.
La fase final de la cueva de “La Mosquita” se relaciona en el exterior con las
tumbas practicadas en el escarpe, para las cuales ya poseemos datación
radiocarbónica, que la sitúan a principios del siglo VII.
La
presencia de un santuario precristiano, posteriormente transformado en centro cristiano, es de gran valor y viene a señalar una característica que
vemos repetida otras tierras castellanas, de León o gallegas.
Bibliografía:
“Las
siete merindades de Castilla Vieja. Castilla Vieja, Sotoscueva, Valdeporres y
Montija”. María del Carmen Arribas Magro.
“Eremitorios
rupestres en la comarca de Las Merindades (Burgos)”. Judith Trueba Longo.
“El
yacimiento arqueológico de La Mosquita (Villalaín, Burgos). Avances en el
estudio del hábitat rupestre y los centros de culto en el norte de Burgos”. L.
Alberto Polo Romero, Irene Palomero Ilardia y Francisco Reyes Téllez.
Blog
NECRÓPOLIS MEDIEVALES EXCAVADAS EN LA ROCA.
Web“Merindades”.
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