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domingo, 15 de enero de 2023

Cueva de “La Mosquita”: Cristo, Lug y Cernunnos

 
 
Hoy nos acercamos hasta el monte San Miguel -entre Villalaín e Incinillas- en cuyas cercanías tenemos la Cueva de “La Mosquita". El yacimiento está ubicado a lo largo de un farallón rocoso situado junto a un pequeño campo de cultivo y donde se ubica el Arroyo de la Tejera. Estamos en un valluco secundario del río Ebro -a tres kilómetros-, en el sinclinal llamado Villarcayo–Tobalina, orientado de noroeste a sureste. Un espacio de calizas y dolomitas. Además del arroyo de La Tejera, disponemos de la Fuente Saúco y un primitivo manantial reseñado en mapas antiguos.

Cortesía de "Necrópolis medievales excavadas en la roca"
 
La aparición de abundantes piezas de talla lítica nos asegura la presencia de un grupo humano desde el Paleolítico superior en la zona. Pero, es que, la existencia de fragmentos de sigillata y de tegulae muestra que hubo habitantes desde época Romana hasta época Altomedieval. Se ocupó la franja ribereña y el escarpe, donde hay cuevas naturales retalladas, elementos de apoyo en la roca para construcciones, espacios funerarios y accesos a la plataforma rocosa superior, con escalones tallados en los lugares más accesibles. En la parte superior del escarpe encontramos una estructura hundida que para algunos es una cantera.
 
En el trabajo “Eremitorios rupestres altomedievales (el alto valle del Ebro)” de 1989 Alberto Monreal Jimeno citaba la cueva y la tumba exterior más cercana a la boca de la cavidad. Sin embargo, hay una segunda tumba, horadada en el escarpe rocoso a dos metros de altura del suelo y oculta por la vegetación.

Vista panorámica de la cueva

La zona de la cueva principal, es una cavidad natural de toba, que ha perdido su forma original debido a las sucesivas transformaciones de paredes, suelo y techo. De hecho, ha sido retallada, al menos, un par de veces. Esta cueva es el elemento más visible e importante del paraje. Mide unos 5`5 metros de longitud por 3`25 metros de anchura. En su exterior tenemos unas entalladuras que facilitan el acceso. La entrada, muy deformada por la erosión, se abre al Suroeste y da paso a una cámara de planta irregular, cubierta con bóveda natural que alberga una serie de enterramientos. En la parte superior de la pared este hay una cruz con calvario, enmarcada en un espacio rebajado para resaltar su volumen. Indicar que los numerosos rebajes existentes parecen haberse hecho con pico ancho. Asimismo, en la zona izquierda del lado norte, se aprecia una oquedad natural, posiblemente procedente de una antigua corriente de agua.

Cruz tallada
 
A la derecha de la entrada hay un banco o poyo alto excavado en la pared del fondo, en el que se ha labrado una tumba rectangular de tamaño adulto. Junto a este poyo elevado y a menos altura, aparecen dos pequeños bancos corridos. La presencia de nichos para sostener lámparas, que han dejado una fuerte capa de hollín en su entorno, nos permite pensar en el intenso uso del lugar sagrado. En un primer momento, con prácticas que desconocemos pero que quizá estuviesen relacionadas con una figura enigmática de la que hablaremos, que tiene a los pies tres orificios. En la cabecera también se destacan oquedades en la pared, posiblemente para colgar cosas. Y su suelo se retalló para conseguir profundidad en la oquedad natural. Posteriormente se volvería a rebajar, hasta conseguir un nuevo suelo, el actual, quedando colgado parte del antiguo en sus costados.

 
Dentro de la cueva destacan las siguientes tumbas excavadas en el suelo:
 
  • Tumba 1. Forma rectangular. Situada en el altar ha perdido por completo la pared occidental, mientras que la opuesta ha sido ligeramente retocada. En el centro se aprecia un orificio donde pudieron estar colocadas, en algún momento, posibles reliquias. Las medidas son de 1`75 metros de longitud, 43 cm en la zona más ancha y 37 cm en la más estrecha, sur y norte respectivamente.
  • Tumba 2. Rectangular. En la zona este de la cueva, en la cabecera del santuario ya cristianizado. Ocupa un nivel inferior, a los pies del altar. Se aprecian aún restos del trabajo para abrirla, pero ha perdido las paredes. Tiene una cuidada orientación norte–sur, una longitud de 1`92 metros, una anchura máxima de 50 cm y la mínima de 42 cm. El extremo sur está completamente recto mientras que la parte opuesta presenta un tallado tendente a la forma casi circular.
  • Tumba 3. Trapezoidal. Muy ancha en la cabecera. Se talló en el nuevo espacio del interior de la cueva, correspondiente a su primera ampliación. Sus dimensiones son 1`85 metros de largo, 85 cm de ancho en la cabecera y 45 cm en los pies. La parte de la cabecera está erosionada.
  • Tumba 4. Rectangular, con tendencia a mayor anchura en la cabecera. Está alineada y comparte espacio y fase constructiva con la Tumba 3. Tiene una longitud de 1`85 metros y una anchura de 60 cm la cabecera y de 55 cm en los pies.
  • Tumba 5. Este enterramiento se alinea con las numeradas como 3, 4 y 6 pero está ya ligeramente colocada hacia el interior en relación con la alineación del muro sur tallado del lugar de culto. La parte norte ha sido eliminada por la tumba número 9. Se conservan las paredes sur y oeste mientras que las otras han desaparecido. Se aprecia el trabajo de excavación, la talla, con pico o elemento similar. Sus medidas son de 80 cm de longitud y una anchura de 54`4 cm en la zona sur y 30 cm en la opuesta. Sería una tumba infantil.
  • Tumba 6. Está algo más elevada que las dos tumbas precedentes, conserva parte del arranque de las paredes y se aprecian las señales de la excavación del hueco. Sus medidas son 1`88 metros de longitud, siendo su anchura de 60 cm en la zona sur y 25 cm en la norte.
  • Tumba 7. Es la más occidental del conjunto y se sitúa en el mismo reborde de la cueva. Se trata de un enterramiento infantil de tipo ovalado. Sus medidas son 85 cm de largo y 33 cm de ancho.
  • Tumba 8. Es la única que tiene una ubicación fuera de lo habitual pues se sitúa en la zona que podemos considerar ángulo noroeste, donde se abre hacia la única parte de la cueva que conserva su estado natural. Se sitúa en dirección sudoeste–noreste. Se aprecia que se ha iniciado la excavación, pero parece que nunca fuera concluida o que lo deleznable de las calizas de ese sector haya ocasionado su arrasamiento, quedando solo el fondo. Tiende hacia la forma rectangular con 69 cm de largo por 29 cm de ancho. ¿Infantil?
  • Tumba 9. Está algo más elevada que las cistas 3 y 4 y corta -y destruye parte de- la tumba 5. Se conserva una fracción del arranque de sus paredes, seccionándose su costado derecho y pies al retallarse el espacio en sentido transversal, hacia la nueva cabecera del templo. Los extremos menores tienden a la forma ligeramente circular y se aprecian aún las señales del pico. Sus dimensiones son de 1`15 metros de largo y 30 cm de media de ancho. Representa una segunda fase de ocupación de la zona de enterramientos en el interior de la cueva, tanto por su diferente orientación como por el hecho de superponerse a la Tumba 5. Así mismo es anterior al segundo retalle de la cueva, en sentido transversal, que conformaría el espacio interior tal y como hoy lo encontramos; al verse afectada por los trabajos de reorientación del lugar de culto y enterramiento, que eliminarían parte de su costado derecho y los pies, al rebajarse el nivel del suelo en el que se encontraba confeccionada.

 
Cada momento de ocupación parece verse representado en un grupo de tumbas. Así, las tumbas 3, 4, 5 y 6 representan el primer momento de ocupación del suelo de la cueva para enterramiento. Su cronología cabe establecerla entre el retalle del interior de la cueva para configurar un espacio de culto y el segundo trabajo para ampliarla en sentido transversal al primero. La Tumba 9 vendría a representar un nuevo momento en la vida del recinto. Las tumbas 1 y 2 se relacionan con la última fase de ampliación del interior de la cueva con cabecera al este, propio de los templos antiguos y medievales, y rematada por hornacina con cruz en su interior y altar tallado en el testero. Las tumbas 7 y 8 no se han clasificado.

 
Algunos autores entienden que fueron enterramientos familiares dada la presencia de tumbas infantiles. Otros sopesan que fuesen enterramientos de notables, posiblemente religiosos, descartando fuesen miembros de la aristocracia local por situarse en estos casos a los pies y no en la cabecera de los templos, como es el caso del cercano San Pedro de Argés.

 
Monreal señalaba el cambio de funcionalidad de este tipo de espacios en el valle del Ebro pasando de vivienda o lugar de culto a lugar funerario en su momento de decadencia. Pero, lo que puede despistarnos, es que se pudo haber producido el enterramiento de personas importantes dentro del templo, unido a las sepulturas exteriores. Como podría ser en este caso. Otros autores, basándose en el poyo alto de la entrada que definen como cama de ermitaño, junto con la existencia de muescas y mechinales, asumen que esto fue una celda eremítica. Esta idea se vería reforzada por la presencia de ranuras y mechinales en paredes y techo que serían indicadores de una compartimentación interior de la cueva mediante madera. Claro que esos mechinales pudieron servir para separar y destacar los dos ámbitos de una iglesia. Otrosí, mientras las tumbas interiores son enterramientos excavados en la roca, las dos exteriores son sepulturas de nicho típicas de los eremitas. Así pues, se piensa que la cavidad fue retocada para convertirla en una celda eremítica y poco después, tras ser abandonada, sirvió de cámara funeraria de carácter familiar. Sin obviar los posibles enterramientos realizados en sagrado ni descartar la existencia de un pequeño monasterium que atendiese el culto de este santuario.

 
La primera de las sepulturas exteriores, recogida en los trabajos de Monreal (1989), es rectangular con los bordes redondeados y con arcosolio presentando una superficie tallada al completo sobre el farallón calizo. Se diferencian dos niveles en altura, separados por tres mechinales para vigas. Finalmente, en los costados se detectan unas hendiduras, cuidadosamente talladas, para colocar un posible elemento de cierre. Las medidas de la estructura son 1`40 metros de altura. Por su parte, la planta presenta una longitud de 2`20 metros y una anchura de 1`05 metros.

 
Con la misma orientación que el muro del farallón, a unos dos metros en altura de la base actual, se encuentra otra oquedad modificada con una sepultura trapezoidal, excavada en las calizas del cortado hasta formar una cista lateral rematada por un arcosolio. Es probable que, inicialmente, estuviese a más de dos metros de altura de la base ya que se han acumulado sedimentos de la parte superior del escarpe. Parece mantener cierta línea de continuidad con la apertura de la entrada de “La Mosquita”, que se encuentra emplazada en su lado derecho. Las medidas del espacio son de longitud 1`70 metros de base y 1`84 metros en la parte superior de la cista; una profundidad de 32`5 cm que se suman a los 64 cm del arcosolio retallado en la roca. El relleno de la tumba consistía en un paquete de tierra muy húmica. En la excavación de la tumba se encontraron, en la cabecera, los restos de una mandíbula y un disco de piedra. De su análisis no se dedujo ni la edad ni el sexo, pero permitió datar el yacimiento en la primera mitad del siglo VII y lo conecta con otros espacios tanto del área cántabra como burgalesa.

 
Uno de los aspectos más interesantes de la Cueva de “La Mosquita” son sus pinturas rupestres. Serían una figura animal (un équido) y un antropomorfo. Situándonos en la entrada y con la mirada dirigida hacia el muro, a la altura aproximada de la vista y justo encima de tres orificios circulares que trazan una línea horizontal, se pueden observar una serie de trazos de color rojizo, verticales y horizontales, siendo los segundos más pequeños que los primeros. Es la figura antropomorfa. En la actualidad se pueden ver los perfiles del cuerpo, piernas y sobre todo la cabeza. El “cuerpo” estaría cubierto con una vestimenta que apenas deja entrever la anatomía. Lo mejor conservado son los trazos de la cabeza, con sus ojos, la boca y algo que podría asemejarse a una barba. Se remata con una forma encima de la cabeza que nos recuerda al símbolo de la Luna o a unos cuernos.

 
En el lado derecho del muro norte, a la altura del altar, se observa un trazo más pequeño del mismo color que los anteriores, con el que se ha esbozado lo que parece un “caballo”. Se conserva la parte de trazo que se corresponde con la cabeza, el lomo y el cuello.

 
El tratamiento a través de la herramienta Dstretch ha permitido obtener una batería de imágenes difíciles de captar por nuestro ojo y ver las clases de pigmentos utilizados. Aquí pigmentos naturales, tanto en el hombre como en el caballo. Y, también, la existencia de una película de whewellita (calcita y dolomita) formando una estratificación. Estos elementos serían aglomerantes circunstanciales de la pintura por la karstificación de la roca soporte. También se obtuvieron trazas de fosfato de calcio debidas, seguramente, al uso de hueso calcinado como pigmento, o a un residuo mineral de algún ligante o aditivo orgánico que pudiera haberse empleado.

 
Con estas fotografías se observa junto con el antropomorfo conocido otro más pequeño, donde se aprecian las piernas y parte del cuerpo y la cabeza. Estas imágenes pintadas siguieron presentes en el mundo altomedieval como se ve en el yacimiento de Revenga donde una figura humana similar fue interpretada, primeramente, como demonio o brujo para después definirla como “figura femenina esquemática, que podría llevar un tocado a la manera de un cuarto creciente, por lo que podría estar representando al astro lunar”. Estando así vinculada al uso funerario del lugar y el mundo de los muertos. Quizá sea así… o no, porque otros analistas enlazan esta figura del brujo con la Hispania Céltica, con divinidades como Lug o Cernunnos.

 
Por tanto: son pinturas realizadas por los hombres. Pero, ¿cuándo? Los trazos corresponderían a la primera fase de ocupación apoyándonos en que las pinturas se sitúan en el muro norte (en el caso de la figura antropomorfa justo frente a la entrada natural de la cueva, a la altura de la vista, con tres mechinales a sus pies, que soportarían una pequeña repisa) cuando la orientación del mismo era en sentido sur–norte y el espacio sagrado se ubicaba precisamente en el muro donde encontramos los grafitos. Sabiendo que la sepultura en altura con restos humanos data de entre los siglos VI y VII, y que las pinturas serían anteriores nos situaríamos en el momento en que el espacio tenía un uso de culto precristiano, con orientación sur–norte. Por tanto, como muy tarde se pudieron realizar en el siglo V o VI d. C. en los estertores del Imperio Romano Occidental y primeros años del reino Visigodo.

 
Por si esto fuera poco, la historiografía ha situado este “eremitorio” entre los siglos VIII y IX de nuestra era, periodo al que pertenecen todas las sepulturas existentes. Y no olvidemos que el paraje donde está el yacimiento de “La Mosquita” se llama “San Miguel”. Apuntemos que, entonces, hay presencia de divinidades precristianas que, en un momento dado y visto el ritual funerario, se cristianizan. Este hecho ocurre a partir del siglo VII, como podemos comprobar en las dataciones dadas para las tumbas. “La Mosquita” no solo sería un centro eremítico más, sino un lugar de culto precristiano que pervive en épocas altomedievales.

 
La ubicación de tumbas excavadas en la roca del interior de la cueva podría suponer un segundo momento en la vida de este pequeño recinto, si consideramos que ocupan el suelo del centro de culto y aledaños, desbordando la limitación preconfigurada del mismo por los trabajos de talla de la primera cavidad natural. Un nuevo momento es el representado por la ampliación del espacio interior, ahora en sentido transversal, tallándose una cabecera al este, provista de altar labrado en la roca y hornacina superpuesta con cruz inscrita dentro de él. Nos encontraríamos con el momento de cristianización efectiva del primitivo recinto precristiano. En este nuevo centro se instalaron las tumbas 1, sobre el altar, y Tumba 2 a sus pies. Cabe mencionar que a estas sepulturas se asocia la figura del équido pintado en la pared de la cueva, lo que nos hace sospechar el mantenimiento de figuraciones precristianas en una fase ya claramente cristiana. La fase final de la cueva de “La Mosquita” se relaciona en el exterior con las tumbas practicadas en el escarpe, para las cuales ya poseemos datación radiocarbónica, que la sitúan a principios del siglo VII.

 
La presencia de un santuario precristiano, posteriormente transformado en centro cristiano, es de gran valor y viene a señalar una característica que vemos repetida otras tierras castellanas, de León o gallegas.
 
 
 
Bibliografía:
 
“Las siete merindades de Castilla Vieja. Castilla Vieja, Sotoscueva, Valdeporres y Montija”. María del Carmen Arribas Magro.
“Eremitorios rupestres en la comarca de Las Merindades (Burgos)”. Judith Trueba Longo.
“El yacimiento arqueológico de La Mosquita (Villalaín, Burgos). Avances en el estudio del hábitat rupestre y los centros de culto en el norte de Burgos”. L. Alberto Polo Romero, Irene Palomero Ilardia y Francisco Reyes Téllez.
Blog NECRÓPOLIS MEDIEVALES EXCAVADAS EN LA ROCA.
Web“Merindades”.

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