Vale, qué es Medina de Pomar
lo sabemos, pero ¿Qué es un sínodo? Pues es una palabra griega para definir “una
asamblea”. Palabra que, en nuestra sociedad, se aplica a los congresos
religiosos católicos. En concreto, el Derecho Canónico ha llegado a entender
por Sínodo una reunión del Obispo con sus sacerdotes para estudiar los
problemas de la vida espiritual, dar o restituir vigor a las leyes
eclesiásticas, extirpar los abusos, promover la vida cristiana, y fomentar el
culto divino y la práctica religiosa. Eso hoy.
Hasta hace pocos siglos
el poder jurisdiccional de los obispos tenía un triple carácter legislativo,
judicial y ejecutivo, y se aplicaba a todos los comportamientos que
transgredían los principios morales y doctrinales de la Iglesia. El deber de un
obispo consistía en mantener el orden social y castigar a los clérigos y fieles
sometidos a su jurisdicción cuya conducta no se adecuase a las leyes divinas y
eclesiásticas. Y el sínodo era el lugar donde se ponían en limpio esas reglas.
La jurisdicción civil y
criminal sobre el clero secular era competencia del obispo de Burgos desde el
año 1185, y, según lo recogido en las constituciones del obispo Gonzalo de Mena
(1382-1394), debía ocuparse de los siguientes casos: la violencia contra
personas del estamento eclesiástico; las relaciones íntimas con mujeres
religiosas, o de cristianos con judíos o moros; los abortos, la sodomía y el
bestialismo; los errores de fe y la simonía; los clérigos excomulgados que
seguían ejerciendo su oficio; los ataques y quema de iglesias; el perjurio; y
todos aquellos casos que planteasen dudas a los curas en cuanto a su posible
absolución. Y los toros, como veremos.
Quizá los sínodos
nacieron al extenderse el cristianismo fuera de las grandes urbes romanas, al
campo, obligando al obispo a reunirse con los presbíteros en fechas concretas o
en momentos excepcionales para estudiar los problemas de la comunidad. Por una
bula de Inocencio II, año 1205, sabemos que en Burgos se celebraba anualmente
un sínodo en la Catedral, al que asistían los abades, priores y clérigos. Por
supuesto desconocemos si todos los años se produjeron y, de producirse, cuáles
fueron sus conclusiones. Salvo aquellos sínodos importantes. Por lo que nos
incumbe citaremos a Juan de Villacreces que fue obispo de Burgos de 1394 a 1404
que concretó quiénes estaban obligados a asistir al sínodo, o dispensados, e
indicaba el número de clérigos representantes que acudían distinguiendo de los
lugares de más allá de Aguilar de Campoó y Medina de Pomar y de los de más acá.
Y todos los sínodos se
reunían en la ciudad de Burgos. Hasta el de noviembre del año 1500. Era el
segundo sínodo del obispo de Burgos fray Pascual, o Pascasio, de Ampudia que
había llamado a “los abades benditos e otros abades e conventos seglares e
reglares destas tierras”. La razón de esta innovación de un sínodo
itinerante era acercarlo a los religiosos que asistían desde la zona norte de
su diócesis. Que estaba muy lejos de Burgos. Medina de Pomar habría sido
elegida porque cubría las necesidades de hospedaje de los asistentes en sus
iglesias, pensiones y hospitales como la Cuarta, la Vera Cruz o el convento de
los franciscanos. Porque Medina de Pomar era un centro de tránsito comercial. Y
porque era el principal enclave de las posesiones del Señor de Medina de Pomar,
Duque de Frías y Condestable de Castilla, Bernardino que estaba casado en
segundas nupcias con Juana de Aragón, hija bastarda de Fernando el Católico. De
hecho, el obispo dormirá en el alcázar de los Velasco (las torres de Medina). También
sabemos que el sínodo se reunió en la iglesia de Santa Cruz y que duró tres
días -del miércoles once al viernes trece de noviembre-.
Durante su sueño obispal
le daría vueltas a los problemas que desgastaban su diócesis como que “(...)
siendo (algunos clérigos), como son, ignorantes e personas de poco
saber... se atreven a cantar e Cantan Epístola, Evangelio e Misa (...)” Por
ello, se sancionaban a estos hombres de religión con 20 doblones.
Entre las resoluciones -constituciones-
que adoptará el Concilio de Medina tenemos una cruzada contra el alcoholismo y la
indecencia al decir que “(...) los que frecuentan tabernas e comen e beben e
juegan en ellas e que se dan tanto al vino que se embriagan e toman dello; que
se abstengan e temperen en el bever e se quiten e aparten de dicho vicio”. Pero
esto no era suficiente, sino que recalcaban que no podía ser que “(...) yendo
a los mortorios e que están en las casas de los finados beviendo e pasando d
día e la noche (...)”. Tal cual, ¡como si fuese un funeral irlandés! Aún
más: amonestaban a los “(...) que van a vigilias e a velar de noche e facen
Bayles e dicen cantares deshonestos en las Iglesias y hermitas (...)”.
No creo que la gente de
aquel tiempo fuese mojigata y rehuyese por el temor de dios el canto, la danza,
la pantomima y la expresión corporal. Pensemos que hasta el rey coleccionaba
hijos bastardos -naturales les llamaban- y que, los cánticos, ayudaban a
aflorar el sentimiento religioso. Pero con “moderación cristiana” porque se
comentó en aquella reunión que en la Procesión del Corpus Christí había “(...)
mucha indevoción y otras deshonestidades de nota que se causan e siguen de los
Juegos e juglares que se hacen en la procesión; e que por ellos muchos dexan de
oír Misa... e que otros comen a beven antes que la oigan (...)”. Quizá porque
los hombres de Iglesia también son humanos se apostilló que “eso” se hiciese “(...)
después tomado el Sacramento a la Iglesia Mayor (...)”.
Si esto les parece fuera
de tono sepan que en una de las conclusiones de este concilio provincial de
Medina de Pomar se apenaban de que “(...) en las Montañas (de Burgos)
hay un malo e destestable uso; los más que van a las iglesias a oír misa,
llevan lanzas e azconas (dardos arrojadizos) e vallestas e otras armas;
e acontece que entre elos nacen ruydos e cuestiones de que se siguen feridas e
muertes e otros males (...)”. Quizá fuese una tradición local o parte de
las luchas banderizas entre las casas principales. Tal vez por eso el sínodo
era tajante en su prohibición, pero no mucho: “(...) lo cual no queremos que
se extienda a espadas e puñales (...)”. Que, si se fijan, eran las armas
que llevaban los nobles.
Lo de tirar de acero
-ricos y pobres- era un problema más grave de lo que podía parecernos hoy
puesto que se aprovechaban hasta las procesiones para saldar cuentas entre los
pueblos: “(...) gue de los ajuntamientos que hacen los pueblos en las
procesiones han nascido e nascen muchos ruydos, feridas e muertes (...)”.
Lo que los llevó a regular que “(…) veniere cada pueblo distinta e
apartadamente por sí”.
En esto de la sangre se
prohibía la celebración de corridas de toros en los cementerios. Así, bajo el epígrafe
“De los Toros”, estableció: “Defendemos e mandamos, so pena de excomunión, a
todas las personas de nuestro obispado, que en los cimiterios de las yglesias
del dicho obispado no se corran toros; e si se corrieren en plaças o en otras
partes, defendemos que ningún clérigo de orden sacra salga a los correr ni
capeas, so pena de un excesso a cada uno que lo contrario fiziere: la meytad
para el que lo acusare e la otra meytad para los reparos de nuestra cárcel de
santa Pía”.
También tuvo tiempo este
sínodo de preocuparse de los más necesitados: “(...) con osadía temeraria
sin ninguna vergüenza ni temor de Dios, dicen e proponen muchas abusiones...
que engañan a los simples e les sacan lo que tienen pata sustentación... lo cual
es cosa abominable (...)”. No sé a ustedes, pero resulta tan tierno… Porque
esa explotación no ha parado nunca.
Otra constitución de
este sínodo -por no ser exhaustivo- era indicar que de cada Arceprestazgo fuese
el arcipreste con cuatro clérigos escogidos al sínodo. Supongo que corrigiendo
-o insistiendo en- lo que se aprobó en 1404. Aún más, se dijo que “amonestamos
a los clérigos que prosiguen parcialidad en las montañas de Giles y Negretes. Y
a los clérigos que se entremeten en negociaciones seglares”. Y algo muy
importante: desde este sínodo se mandó que los párrocos llevasen un libro en el
que anotasen los nombres de todos los que bautizaren y los de los padres,
abuelos y padrinos.
Bibliografía:
Periódico “Diario de
Burgos”.
“Otra historia de la
tauromaquia: toros, derecho y sociedad (1235-1854)”. Beatriz Badorrey Martín.
“Arquitectura de Medina
de Pomar”. Inocencio Cadiñanos Bardecí.
Real academia de la
historia.
“La potestad
jurisdiccional del obispo y cabildo catedralicio burgalés durante el siglo XV”.
Jorge Díaz Ibáñez.
Anejos:
Pascual de Ampudia:
Nacido en Palencia en 1442 y muerto en Roma (Italia) el 19 de julio de 1512. Aunque
su nombre era Pascual de Rebenga, pero, siguiendo la costumbre de la época,
cambió su apellido por el lugar de su nacimiento al profesar en la orden
dominicana. Sus padres eran labradores, que redondeaban sus escasos ingresos
con el oficio de yeseros, labor en la que les ayudaba Pascual.
Hacia 1457 le llevó
consigo a Palencia un tío suyo dominico y allí, en el convento de San Pablo,
fue aceptado al comprobar sus dotes intelectuales. En torno a 1465 fue enviado
a Bolonia a completar sus estudios. Por aquel entonces el convento dominico de
Bolonia se había adherido a la reforma y era tenido por una casa observante. Es
posible que Pascual fuera enviado a él en compañía de otros religiosos con el
objeto de ir preparando la reforma de los conventos españoles de la Orden.
Debió volver a Castilla
en 1481 cuando los dominicos observantes de Castilla piden y obtienen del papa
Sixto IV que retornen los frailes hispanos que estaban en Lombardía. Fray
Pascual ejerció la docencia antes de ser nombrado en 1487 vicario general de la
reforma. Desde ese momento se vio inmerso en la lucha que enfrentaba a los
dominicos observantes con los claustrales, reacios a todo intento reformista.
Se sabe que en julio de este mismo año interviene en la fundación del colegio
de San Gregorio de Valladolid, pero el 20 de agosto de 1488 es destituido de su
cargo de vicario por presiones de los claustrales. Fray Pascual se dirigió
inmediatamente a Roma y el 21 de diciembre de ese mismo año fue confirmado como
vicario general de la congregación de la observancia de España. Incluso
consiguió al año siguiente la bula Sacrae religionis, del papa Inocencio VIII,
por la que se confirmaban las gracias y privilegios de los observantes. En
septiembre de 1489 convocó un capítulo en Salamanca, del que salieron
fortalecidos los observantes frente a los claustrales.
En el capítulo de Segovia,
del año 1490, fray Pascual cesó en su cargo de vicario general y posiblemente
pasó a ser prior del convento de Palencia. En el capítulo de 1493 fue censurado
y penitenciado por algo sucedido durante el desempeño de este oficio, pero se
ignoran los detalles. A pesar de lo cual, los Reyes Católicos, en septiembre de
1494, lo nombran visitador y reformador de los conventos dominicos femeninos de
Castilla, y en 1495 el capítulo lo destina al convento de San Pablo de Burgos
como profesor.
Poco tiempo pudo ejercer
tal misión, porque el 27 de junio de 1496, a instancias de los Reyes Católicos,
era nombrado por el papa Alejandro VI obispo de Burgos. Fray Pascual se
resistió cuanto pudo, pero, finalmente, hubo de aceptar y fue consagrado en la
catedral burgalesa el 5 de febrero de 1497. En el entretanto había sido
comisionado por la reina para reformar el monasterio benedictino de San Pedro
de Cardeña (Burgos). Pero la tarea en la que puso más empeño fue la reforma de
su propia diócesis, procurando primero conocerla bien por medio de las visitas
pastorales. Realizó la primera en 1498, caminando a pie con la sola compañía de
un religioso dominico, llegando hasta las regiones más apartadas del norte de
la diócesis. La segunda visita la hizo en 1502, también personalmente. Ayudado
por procuradores, llevó a cabo una tercera en 1503. La última tuvo lugar en
1510.
Además de estas visitas
convocó varios sínodos diocesanos. El primero tuvo lugar en Burgos a finales de
1498. El segundo se celebró el año 1500 en Medina de Pomar. El tercero se
reunió en Burgos en 1503. En 1509 quiso celebrar un nuevo sínodo en Briviesca,
pero la oposición del cabildo catedral le hizo desistir de ello. Finalmente,
convocó un nuevo sínodo en 1511, en la catedral burgalesa. Las disposiciones emanadas
de estas asambleas, de carácter claramente pastoral, buscaron una profunda
reforma del clero y fieles de la diócesis, sin detenerse ante la labor
obstruccionista del cabildo burgalés y de cuantos se oponían a las mismas.
Pero no pararon aquí los
desvelos reformistas del obispo; en 1501 visitaba el monasterio benedictino de
Santo Domingo de Silos e informaba a la reina Isabel de la urgencia de su
reforma. Se sabe que predicaba asiduamente y que compuso un sencillo sermonario
para utilidad de los predicadores, que se ha perdido. Consiguió de la Santa
Sede un visitador apostólico para el cabildo catedral, el nuncio apostólico en
Castilla, Juan Rufo, que comenzó la visita el 10 de marzo de 1508, y que
concluyó con la aprobación de unos nuevos estatutos. Obtuvo también de Roma una
bula del papa Julio II (del 31 de mayo de 1509), por la que se prohibía en la
diócesis entregar los beneficios patrimoniales a quienes no fueran hijos del
lugar donde se hallasen establecidos. Con ello se pretendía cortar los abusos
de quienes se procuraban tales beneficios sin tener ningún vínculo con ellos,
únicamente para gozar de sus rentas sin ni siquiera tener obligación de
residencia. Tuvo incluso que ver en el sonado proceso contra la beata de
Piedrahíta entre 1509 y 1511, que fue absuelta de la acusación de alumbradismo
a pesar de su dictamen en contrario. Pero, además, con su ejemplo personal,
fray Pascual evitó una de las lacras más frecuentes entre los altos cargos de
la época cual era el nepotismo; sólo uno de sus sobrinos, Alonso de Rebenga,
alcanzó una canonjía en la catedral burgalesa.
Visitó Roma al menos
tres veces durante su pontificado, en 1499 como comisionado de los Reyes
Católicos ante el papa Alejandro VI para tratar asuntos relativos a la reforma;
en 1506 para conseguir del papa Julio II su aprobación para la visita
apostólica del cabildo burgalés. Y, finalmente, en 1512, llamado por el mismo
papa a participar en el V concilio Lateranense. Con este motivo dirigió un
completo memorial al rey Fernando, exponiendo con detalle aquellos puntos que a
su entender debían tratarse en el concilio y cuya reforma urgía.
Este afán reformista no
iba acompañado del impulso constructor que caracteriza a muchos otros prelados
de la época; no fue fray Pascual un obispo que dejara memoria por las obras que
costeara, siendo estas menores en su catedral. En cambio, fundó una capilla y
ayudó a costear la obra de la torre de la iglesia de San Miguel de Ampudia, rehízo
a sus expensas el convento de San Pablo de Palencia y costeó las obras del
claustro y otras dependencias del convento de San Pablo de Burgos.
Fray Pascual partió de
Burgos para Roma el 23 de abril de 1512, como pobre peregrino y sin más
compañía que su sobrino, el canónigo Rebenga, un medio racionero y un fraile de
su orden. Pero llegado a la urbe cayó enfermo y no pudo participar en las
sesiones sinodales. Murió el día 19 de julio de ese mismo año en el convento
dominico de Santa María sopra Minerva, en cuya iglesia fue enterrado en un
sencillo sepulcro, costeado por su sobrino.
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