Que no te asusten ni la letra ni el sendero de palabras pues, amigo, para la sed de saber, largo trago.
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domingo, 1 de enero de 2023

El sínodo de Medina de Pomar.

 
 
Vale, qué es Medina de Pomar lo sabemos, pero ¿Qué es un sínodo? Pues es una palabra griega para definir “una asamblea”. Palabra que, en nuestra sociedad, se aplica a los congresos religiosos católicos. En concreto, el Derecho Canónico ha llegado a entender por Sínodo una reunión del Obispo con sus sacerdotes para estudiar los problemas de la vida espiritual, dar o restituir vigor a las leyes eclesiásticas, extirpar los abusos, promover la vida cristiana, y fomentar el culto divino y la práctica religiosa. Eso hoy.
 
Hasta hace pocos siglos el poder jurisdiccional de los obispos tenía un triple carácter legislativo, judicial y ejecutivo, y se aplicaba a todos los comportamientos que transgredían los principios morales y doctrinales de la Iglesia. El deber de un obispo consistía en mantener el orden social y castigar a los clérigos y fieles sometidos a su jurisdicción cuya conducta no se adecuase a las leyes divinas y eclesiásticas. Y el sínodo era el lugar donde se ponían en limpio esas reglas.

 
La jurisdicción civil y criminal sobre el clero secular era competencia del obispo de Burgos desde el año 1185, y, según lo recogido en las constituciones del obispo Gonzalo de Mena (1382-1394), debía ocuparse de los siguientes casos: la violencia contra personas del estamento eclesiástico; las relaciones íntimas con mujeres religiosas, o de cristianos con judíos o moros; los abortos, la sodomía y el bestialismo; los errores de fe y la simonía; los clérigos excomulgados que seguían ejerciendo su oficio; los ataques y quema de iglesias; el perjurio; y todos aquellos casos que planteasen dudas a los curas en cuanto a su posible absolución. Y los toros, como veremos.
 
Quizá los sínodos nacieron al extenderse el cristianismo fuera de las grandes urbes romanas, al campo, obligando al obispo a reunirse con los presbíteros en fechas concretas o en momentos excepcionales para estudiar los problemas de la comunidad. Por una bula de Inocencio II, año 1205, sabemos que en Burgos se celebraba anualmente un sínodo en la Catedral, al que asistían los abades, priores y clérigos. Por supuesto desconocemos si todos los años se produjeron y, de producirse, cuáles fueron sus conclusiones. Salvo aquellos sínodos importantes. Por lo que nos incumbe citaremos a Juan de Villacreces que fue obispo de Burgos de 1394 a 1404 que concretó quiénes estaban obligados a asistir al sínodo, o dispensados, e indicaba el número de clérigos representantes que acudían distinguiendo de los lugares de más allá de Aguilar de Campoó y Medina de Pomar y de los de más acá.
 
Y todos los sínodos se reunían en la ciudad de Burgos. Hasta el de noviembre del año 1500. Era el segundo sínodo del obispo de Burgos fray Pascual, o Pascasio, de Ampudia que había llamado a “los abades benditos e otros abades e conventos seglares e reglares destas tierras”. La razón de esta innovación de un sínodo itinerante era acercarlo a los religiosos que asistían desde la zona norte de su diócesis. Que estaba muy lejos de Burgos. Medina de Pomar habría sido elegida porque cubría las necesidades de hospedaje de los asistentes en sus iglesias, pensiones y hospitales como la Cuarta, la Vera Cruz o el convento de los franciscanos. Porque Medina de Pomar era un centro de tránsito comercial. Y porque era el principal enclave de las posesiones del Señor de Medina de Pomar, Duque de Frías y Condestable de Castilla, Bernardino que estaba casado en segundas nupcias con Juana de Aragón, hija bastarda de Fernando el Católico. De hecho, el obispo dormirá en el alcázar de los Velasco (las torres de Medina). También sabemos que el sínodo se reunió en la iglesia de Santa Cruz y que duró tres días -del miércoles once al viernes trece de noviembre-.

 
Durante su sueño obispal le daría vueltas a los problemas que desgastaban su diócesis como que “(...) siendo (algunos clérigos), como son, ignorantes e personas de poco saber... se atreven a cantar e Cantan Epístola, Evangelio e Misa (...)” Por ello, se sancionaban a estos hombres de religión con 20 doblones.
 
Entre las resoluciones -constituciones- que adoptará el Concilio de Medina tenemos una cruzada contra el alcoholismo y la indecencia al decir que “(...) los que frecuentan tabernas e comen e beben e juegan en ellas e que se dan tanto al vino que se embriagan e toman dello; que se abstengan e temperen en el bever e se quiten e aparten de dicho vicio”. Pero esto no era suficiente, sino que recalcaban que no podía ser que “(...) yendo a los mortorios e que están en las casas de los finados beviendo e pasando d día e la noche (...)”. Tal cual, ¡como si fuese un funeral irlandés! Aún más: amonestaban a los “(...) que van a vigilias e a velar de noche e facen Bayles e dicen cantares deshonestos en las Iglesias y hermitas (...)”.
 
No creo que la gente de aquel tiempo fuese mojigata y rehuyese por el temor de dios el canto, la danza, la pantomima y la expresión corporal. Pensemos que hasta el rey coleccionaba hijos bastardos -naturales les llamaban- y que, los cánticos, ayudaban a aflorar el sentimiento religioso. Pero con “moderación cristiana” porque se comentó en aquella reunión que en la Procesión del Corpus Christí había “(...) mucha indevoción y otras deshonestidades de nota que se causan e siguen de los Juegos e juglares que se hacen en la procesión; e que por ellos muchos dexan de oír Misa... e que otros comen a beven antes que la oigan (...)”. Quizá porque los hombres de Iglesia también son humanos se apostilló que “eso” se hiciese “(...) después tomado el Sacramento a la Iglesia Mayor (...)”.

 
Si esto les parece fuera de tono sepan que en una de las conclusiones de este concilio provincial de Medina de Pomar se apenaban de que “(...) en las Montañas (de Burgos) hay un malo e destestable uso; los más que van a las iglesias a oír misa, llevan lanzas e azconas (dardos arrojadizos) e vallestas e otras armas; e acontece que entre elos nacen ruydos e cuestiones de que se siguen feridas e muertes e otros males (...)”. Quizá fuese una tradición local o parte de las luchas banderizas entre las casas principales. Tal vez por eso el sínodo era tajante en su prohibición, pero no mucho: “(...) lo cual no queremos que se extienda a espadas e puñales (...)”. Que, si se fijan, eran las armas que llevaban los nobles.
 
Lo de tirar de acero -ricos y pobres- era un problema más grave de lo que podía parecernos hoy puesto que se aprovechaban hasta las procesiones para saldar cuentas entre los pueblos: “(...) gue de los ajuntamientos que hacen los pueblos en las procesiones han nascido e nascen muchos ruydos, feridas e muertes (...)”. Lo que los llevó a regular que “(…) veniere cada pueblo distinta e apartadamente por sí”.
 
En esto de la sangre se prohibía la celebración de corridas de toros en los cementerios. Así, bajo el epígrafe “De los Toros”, estableció: “Defendemos e mandamos, so pena de excomunión, a todas las personas de nuestro obispado, que en los cimiterios de las yglesias del dicho obispado no se corran toros; e si se corrieren en plaças o en otras partes, defendemos que ningún clérigo de orden sacra salga a los correr ni capeas, so pena de un excesso a cada uno que lo contrario fiziere: la meytad para el que lo acusare e la otra meytad para los reparos de nuestra cárcel de santa Pía”.

 
También tuvo tiempo este sínodo de preocuparse de los más necesitados: “(...) con osadía temeraria sin ninguna vergüenza ni temor de Dios, dicen e proponen muchas abusiones... que engañan a los simples e les sacan lo que tienen pata sustentación... lo cual es cosa abominable (...)”. No sé a ustedes, pero resulta tan tierno… Porque esa explotación no ha parado nunca.
 
Otra constitución de este sínodo -por no ser exhaustivo- era indicar que de cada Arceprestazgo fuese el arcipreste con cuatro clérigos escogidos al sínodo. Supongo que corrigiendo -o insistiendo en- lo que se aprobó en 1404. Aún más, se dijo que “amonestamos a los clérigos que prosiguen parcialidad en las montañas de Giles y Negretes. Y a los clérigos que se entremeten en negociaciones seglares”. Y algo muy importante: desde este sínodo se mandó que los párrocos llevasen un libro en el que anotasen los nombres de todos los que bautizaren y los de los padres, abuelos y padrinos.
 
 
Bibliografía:
 
Periódico “Diario de Burgos”.
“Otra historia de la tauromaquia: toros, derecho y sociedad (1235-1854)”. Beatriz Badorrey Martín.
“Arquitectura de Medina de Pomar”. Inocencio Cadiñanos Bardecí.
Real academia de la historia.
“La potestad jurisdiccional del obispo y cabildo catedralicio burgalés durante el siglo XV”. Jorge Díaz Ibáñez.
 
 
 
Anejos:
 
Pascual de Ampudia: Nacido en Palencia en 1442 y muerto en Roma (Italia) el 19 de julio de 1512. Aunque su nombre era Pascual de Rebenga, pero, siguiendo la costumbre de la época, cambió su apellido por el lugar de su nacimiento al profesar en la orden dominicana. Sus padres eran labradores, que redondeaban sus escasos ingresos con el oficio de yeseros, labor en la que les ayudaba Pascual.
 
Hacia 1457 le llevó consigo a Palencia un tío suyo dominico y allí, en el convento de San Pablo, fue aceptado al comprobar sus dotes intelectuales. En torno a 1465 fue enviado a Bolonia a completar sus estudios. Por aquel entonces el convento dominico de Bolonia se había adherido a la reforma y era tenido por una casa observante. Es posible que Pascual fuera enviado a él en compañía de otros religiosos con el objeto de ir preparando la reforma de los conventos españoles de la Orden.
 
Debió volver a Castilla en 1481 cuando los dominicos observantes de Castilla piden y obtienen del papa Sixto IV que retornen los frailes hispanos que estaban en Lombardía. Fray Pascual ejerció la docencia antes de ser nombrado en 1487 vicario general de la reforma. Desde ese momento se vio inmerso en la lucha que enfrentaba a los dominicos observantes con los claustrales, reacios a todo intento reformista. Se sabe que en julio de este mismo año interviene en la fundación del colegio de San Gregorio de Valladolid, pero el 20 de agosto de 1488 es destituido de su cargo de vicario por presiones de los claustrales. Fray Pascual se dirigió inmediatamente a Roma y el 21 de diciembre de ese mismo año fue confirmado como vicario general de la congregación de la observancia de España. Incluso consiguió al año siguiente la bula Sacrae religionis, del papa Inocencio VIII, por la que se confirmaban las gracias y privilegios de los observantes. En septiembre de 1489 convocó un capítulo en Salamanca, del que salieron fortalecidos los observantes frente a los claustrales.
 
En el capítulo de Segovia, del año 1490, fray Pascual cesó en su cargo de vicario general y posiblemente pasó a ser prior del convento de Palencia. En el capítulo de 1493 fue censurado y penitenciado por algo sucedido durante el desempeño de este oficio, pero se ignoran los detalles. A pesar de lo cual, los Reyes Católicos, en septiembre de 1494, lo nombran visitador y reformador de los conventos dominicos femeninos de Castilla, y en 1495 el capítulo lo destina al convento de San Pablo de Burgos como profesor.
 
Poco tiempo pudo ejercer tal misión, porque el 27 de junio de 1496, a instancias de los Reyes Católicos, era nombrado por el papa Alejandro VI obispo de Burgos. Fray Pascual se resistió cuanto pudo, pero, finalmente, hubo de aceptar y fue consagrado en la catedral burgalesa el 5 de febrero de 1497. En el entretanto había sido comisionado por la reina para reformar el monasterio benedictino de San Pedro de Cardeña (Burgos). Pero la tarea en la que puso más empeño fue la reforma de su propia diócesis, procurando primero conocerla bien por medio de las visitas pastorales. Realizó la primera en 1498, caminando a pie con la sola compañía de un religioso dominico, llegando hasta las regiones más apartadas del norte de la diócesis. La segunda visita la hizo en 1502, también personalmente. Ayudado por procuradores, llevó a cabo una tercera en 1503. La última tuvo lugar en 1510.
 
Además de estas visitas convocó varios sínodos diocesanos. El primero tuvo lugar en Burgos a finales de 1498. El segundo se celebró el año 1500 en Medina de Pomar. El tercero se reunió en Burgos en 1503. En 1509 quiso celebrar un nuevo sínodo en Briviesca, pero la oposición del cabildo catedral le hizo desistir de ello. Finalmente, convocó un nuevo sínodo en 1511, en la catedral burgalesa. Las disposiciones emanadas de estas asambleas, de carácter claramente pastoral, buscaron una profunda reforma del clero y fieles de la diócesis, sin detenerse ante la labor obstruccionista del cabildo burgalés y de cuantos se oponían a las mismas.
 
Pero no pararon aquí los desvelos reformistas del obispo; en 1501 visitaba el monasterio benedictino de Santo Domingo de Silos e informaba a la reina Isabel de la urgencia de su reforma. Se sabe que predicaba asiduamente y que compuso un sencillo sermonario para utilidad de los predicadores, que se ha perdido. Consiguió de la Santa Sede un visitador apostólico para el cabildo catedral, el nuncio apostólico en Castilla, Juan Rufo, que comenzó la visita el 10 de marzo de 1508, y que concluyó con la aprobación de unos nuevos estatutos. Obtuvo también de Roma una bula del papa Julio II (del 31 de mayo de 1509), por la que se prohibía en la diócesis entregar los beneficios patrimoniales a quienes no fueran hijos del lugar donde se hallasen establecidos. Con ello se pretendía cortar los abusos de quienes se procuraban tales beneficios sin tener ningún vínculo con ellos, únicamente para gozar de sus rentas sin ni siquiera tener obligación de residencia. Tuvo incluso que ver en el sonado proceso contra la beata de Piedrahíta entre 1509 y 1511, que fue absuelta de la acusación de alumbradismo a pesar de su dictamen en contrario. Pero, además, con su ejemplo personal, fray Pascual evitó una de las lacras más frecuentes entre los altos cargos de la época cual era el nepotismo; sólo uno de sus sobrinos, Alonso de Rebenga, alcanzó una canonjía en la catedral burgalesa.
 
Visitó Roma al menos tres veces durante su pontificado, en 1499 como comisionado de los Reyes Católicos ante el papa Alejandro VI para tratar asuntos relativos a la reforma; en 1506 para conseguir del papa Julio II su aprobación para la visita apostólica del cabildo burgalés. Y, finalmente, en 1512, llamado por el mismo papa a participar en el V concilio Lateranense. Con este motivo dirigió un completo memorial al rey Fernando, exponiendo con detalle aquellos puntos que a su entender debían tratarse en el concilio y cuya reforma urgía.
 
Este afán reformista no iba acompañado del impulso constructor que caracteriza a muchos otros prelados de la época; no fue fray Pascual un obispo que dejara memoria por las obras que costeara, siendo estas menores en su catedral. En cambio, fundó una capilla y ayudó a costear la obra de la torre de la iglesia de San Miguel de Ampudia, rehízo a sus expensas el convento de San Pablo de Palencia y costeó las obras del claustro y otras dependencias del convento de San Pablo de Burgos.
 
Fray Pascual partió de Burgos para Roma el 23 de abril de 1512, como pobre peregrino y sin más compañía que su sobrino, el canónigo Rebenga, un medio racionero y un fraile de su orden. Pero llegado a la urbe cayó enfermo y no pudo participar en las sesiones sinodales. Murió el día 19 de julio de ese mismo año en el convento dominico de Santa María sopra Minerva, en cuya iglesia fue enterrado en un sencillo sepulcro, costeado por su sobrino.
 

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