Que no te asusten ni la letra ni el sendero de palabras pues, amigo, para la sed de saber, largo trago.
Retorna tanto como quieras que aquí me tendrás manando recuerdos.


domingo, 28 de enero de 2024

“¡Tres navíos en el mar… Otros tres en busca van!”. (IV)

 
Recuperamos la prosa y los Recuerdos de Villarcayo Ricardo San Martín Vadillo sobre su infancia y juventud. Recuerdos que todos atesoramos y que se difuminan, junto a cada uno, en la bruma del tiempo pasado. Desde esta bitácora aprovechamos la cordial relación que tenemos con Ricardo para que nos pinte su acuarela de sentimientos más privados que le han acompañado en su recorrido vital y que, afortunadamente, ha decidido compartirlos fuera del círculo familiar más íntimo.
 
"El tiempo no es, sino el espacio entre nuestros recuerdos". 
Henry F. Amiel
 
Villarcayo durante mis años de juventud, entre 1960 y 1970
 
En el Instituto Santo Tomás de Aquino, creado en septiembre de 1949, recibí una buena enseñanza. Recuerdo con cariño a mis profesores: don Calixto Álvarez Ordóñez (matemáticas, física y química), doña Carolina Villacorta y su esposo don José María, don Vidal Delgado (francés, ciencias naturales, dibujo, educación física y formación del espíritu nacional), don Ricardo, el cura de Torme, (filosofía). Había un bedel al que le faltaba una pierna y llevaba una muleta de madera, con muy mal carácter, llamado “Poldo”. Los jóvenes, que a veces éramos atrevidos y crueles, le cantábamos: “Desde que te vi con la pata de palo, dije para mí, malo, malo, malo”. Recuerdo de doña Carolina que nos daba clases de Lengua Española, literatura y de latín. ¡Qué malo era yo en latín! Y eso que en bachillerato todo se reducía a aprenderse las declinaciones. Don José María era profesor de Historia y de Arte y se estaba preparando las oposiciones y estudiaba durante las clases. Sus enseñanzas de Historia del Arte me gustaban y me dieron una visión global de la creatividad del hombre a lo largo de los siglos y en diferentes culturas.

 
Quizás el profesor que más se volcó con nosotros y me influyó positivamente fue don Calixto, profesor de matemáticas. Yo era pésimo en matemáticas: no estudiaba, no captaba las enseñanzas… Un desastre. Don Calixto deseaba que aprendiésemos, que nos esforzásemos. Nos tiraba del pelo o nos daba algún golpe con una llave en la cabeza (hoy en día habría acabado denunciado por algún padre o madre). A pesar de sus tirones de pelo y algún “cate” en la cabeza mi recuerdo de él es bueno, por su interés, buen humor y dedicación a enseñarnos.
 
A don Vidal le recuerdo dando clase de francés y fumando en pipa. Nos obligaba a hablar en francés y a traducir fragmentos de páginas de periódicos o revistas francesas. Recuerdo “Paris Match” donde, irónicamente, leímos sobre la revuelta de mayo del 68. Y eso que también impartía dibujo y ¡¡Formación del Espíritu Nacional!! Durante una de ellas un atrevido Benito Iturriaga le dijo en clase que la ONU no servía para nada.

 
El lugar donde dábamos clase se había habilitado como instituto, pero antes había sido el “hospital Laredo” (recuerdo haber visto encamado allí a un torero que había resultado cogido de cierta gravedad durante una corrida de toros en las fiestas de agosto). El lugar había sido donado para hacer un Hospital por don Manuel Laredo Polo en 1887 o sobre esas fechas, como una obra de caridad. Sobre su puerta hay una placa que dice: “A la memoria de los muy ilustres cónyuges don Manuel Laredo y Polo y doña María Antonia Sarachaga y Sarachaga, fundadores de este hospital, julio de 1891. Rehabilitado en 2 de diciembre de 2002”. Lo mismo que recuerdo nuestros juegos al futbol en el pequeño patio, entre el instituto y la huerta de la madre de Paquito, y a donde solía caer el balón de forma reiterada. Esos años y profesores fueron recreados y retratados por Fernando Grijalba en su novela El revisor (2010).
 
El instituto estaba junto a la casa de Paco Fernández, amigo de mi tío Félix y no tenía la condición jurídica de los actuales. Era un centro municipal, no estatal, debía estar equiparado y pagado en parte por los padres de alumnos. Allí seguí estudiando con los amigos que había tenido en la escuela: Diego Alfredo Manrique, que después dejó la carrera de Derecho para dedicarse a comentarista musical; José Miguel Montejo, “Miguillas”, que estudió la carrera de Medicina; Benito Iturriaga, Gonzalo Gómez, Miguel Ángel y su hermano Carlos García, Arturo González, Dionisio, “Nisio”, Nicolás Baranda, “Colás”, José Macario, José Martín Uriarte, Elena González, hermana de Arturo, Carlos Gutiérrez, Genín, “Cebra”; Javi, “Serafín”; José Ignacio Sotero, Mauricio Herrero, Pedro Herrero, Manuel Ángel Ruiz-Huidobro, Mari Carmen Herrero, Pilar Barrio Muga, Roberto Rubio, “Chisco”; Víctor Pérez; Manuel Uriarte, Mardones, etc. Mis amigos más próximos eran Diego Alfredo, “Dieguito” Manrique, Gonzalo Gómez (que venía en bici desde Lechedo cada día); Carlos García, hijo de “Ches” el de la Imprenta; y José Miguel, “Miguillas”.

 
Me acuerdo de mi ilusión por el futbol, jugando con mis amigos (hay un par de fotos de sendos equipos en los que trataba de integrarme, aunque tampoco como futbolista destacaba. Allí estamos en una de ellas: José Martín Uriarte; Miguel Ángel, “Fonta”; yo; Nicolás; “Fuelle”; (abajo, en cuclillas): Nisio; Carlos García; Julián, portero; Mardones; Javi, hijo de Serafín. Debe de ser de 1961 o quizás de 1960. Pasados los años, ya padre de familia, estando un verano en Villarcayo, Genín, “Cebra”, buen futbolista, me dio una copia de un equipo de futbol juvenil en la que aparecemos: Genín, como portero; Manolín Uriarte; el telegrafista Alonso (murió de joven); Mardones; (abajo) Roberto, “Chisco” (¿?); Miguel Ángel, “Fonta” y yo. Desconozco de qué año pueda ser, mediados de los años sesenta tal vez. Aún tengo otra foto de varios compañeros del instituto: hay cuatro profesores, dos hombres (al parecer don Francisco y don Cristóbal) y dos mujeres (una de ellas es, sin ninguna duda, doña Carolina, la otra puede ser una tal Araceli), entre los estudiantes estamos: José Martín Uriarte, Nisio; yo; Carlos García, con el balón; Dieguito (no sé qué hace ahí porque no le gustaba el futbol y los deportes se le daban muy mal) y Nicolás.
 
Del Instituto recuerdo las clases en la planta superior donde había una galería acristalada (aún se conserva), los juegos al futbol en el recreo y los balones que caían en la huerta de la madre de Paco Martínez (amigo de Félix). Un precioso reloj muy antiguo de pesas y péndulo que había en la planta superior y los despachos de la directora y profesores en la planta baja. De uno de esos despachos solía sacar yo en préstamo libros de autores clásicos para su lectura. De la biblioteca municipal, arriba del Ayuntamiento, saqué un libro que me impactó y me gustó muchísimo sobre Jacques Cousteau y la exploración submarina.

 
El diploma de Bachiller Elemental, en el año de 1964, me sirve para dejar constancia de que acabé cuarto de Bachillerato ese año, con la nota de “aprobado”. En aquellos años se hacían dos reválidas: la de cuarto y la de sexto, debí examinarme de ambas y aprobarlas, pero no guardo recuerdo del hecho. El título de Bachiller Superior o Universitario lo obtuve el año 1967 (lleva fecha de expedición de 24 de abril de 1968), también con la calificación de “aprobado”.
 
Yo apenas había salido de Villarcayo. Conocía Medina de Pomar, los pueblos de alrededor de Villarcayo, Laredo (donde mi padre me llevaba con su moto Vespa en verano a bañarnos) y Burgos. A las capitales de Bilbao y Burgos solía ir con mi familia (tíos y padre) de compras. Recuerdo con agrado las comidas en una fonda o casa de comidas (que no restaurante) en Burgos: La Gervasia, junto a la estación de autobuses. Se comían unos callos de lo más sabrosos. Mi padre compró un Citroën 2CV, camioneta -una “cirila”, vamos-, y en él comencé a viajar y conocer otros lugares de España (Cataluña, Galicia), Andorra y la vecina Portugal.

 
Cuando vino la mujer de Franco en el año 1963 recuerdo la caravana de coches oficiales, autoridades, banda de música, etc. La Residencia fue evolucionando a lo largo de los años: desde esa primera función de lugar de residencia veraniega para los hijos de los impositores de la caja de ahorros, luego centro de protección de menores, posteriormente centro de residencia de la Tercera Edad o centro de Día para mayores, hasta la actualidad, que es el Centro de Salud y Ambulatorio.
 
Mi padre tuvo la muy buena idea de ofrecerme ir a clases de francés, primero, y luego de inglés con aquellas monjas que se habían instalado en Villarcayo (en el edificio que en la actualidad es Instituto de la ESO), en el Soto. Aquellas clases con las monjas canadienses fueron decisivas en mi vida. Así aprendí unos rudimentos o unos principios básicos de inglés. Me di cuenta que el inglés, lo mismo que el francés, “se me daba bien”, lo aprendía con facilidad y eso me producía satisfacción y autoestima. El paso siguiente por parte de mi padre fue ofrecerme ir a Dublín a practicar inglés durante el verano de 1968. Volé desde Bilbao a Londres. Allí hice escala y luego proseguí viaje a la capital de Irlanda. Ambas experiencias fueron decisivas en mi vida y en mi futuro laboral, de ellas nació mi amor por los idiomas, en especial por el inglés. Nuevos intereses y experiencias iban naciendo en mí. Pero también debí conocer las muertes de mis abuelos en esos años. Empezaban a irse aquellas personas, esenciales en mi vida.
 
Después, cuando acabé el Bachillerato Superior, me acogí a un nuevo plan de estudios en Magisterio de tres años. Así comencé a estudiar Magisterio en la Escuela Normal de Burgos entre los cursos 1967-1970. Eran dos años de estudios y el tercer curso, de prácticas remuneradas en el Colegio San José Obrero de Burgos.


Cuando volvía a Villarcayo desde Burgos, en el bar Tesla jugábamos a las cartas, tomábamos café, alguna copa y fumaba en pipa. Pepe era el dueño, allí nos reuníamos la juventud del pueblo. Recuerdo que por entonces empezaba a hacer mis pinitos de escritura de relatos, muy influido por el romántico Bécquer y relatos como “El monte de las ánimas”.
 
Ahora que los jóvenes se escapan por el mundo por “cuatro duros” resulta candoroso recordar las escapadas realizadas en aquellos años junto con mis amigos de Instituto y algún otro de Bilbao por las orillas del río Nela, comidas campestres, fogatinas, visitar el monte Castellanos, a la Abadía de Rueda, la presa de Danvila o la Fuente de los Italianos. Con las bicis íbamos a los pueblos y lugares de los alrededores: Cigüenza, Canalejas, Tubilla, Escanduso, Escaño, Brizuela, Puentedey, túnel de la Engaña (lo he pasado de varias formas: a pie, en bici, en coche…), Horna, la Aldea, Villalaín, Bisjueces, Incinillas, monasterio de Rioseco, Torme, Fresnedo, Cornejo (explorando sus cuevas); Santa Cruz de Andino, Villarías, Medina de Pomar, vuelta al Crucero en bici, Gayangos, Villacomparada de Rueda, Casillas, Salazar. También llegábamos hasta Valdenoceda, Quintana, el Almiñé y Puente Arenas. Allí, en el Ebro, estuvimos a punto de ahogarnos un amigo y yo un día en que nos bañábamos y nos arrastró la corriente. Salimos de milagro.
 
Creo que no hay un pueblo del entorno de Villarcayo que no recorriésemos (luego, pasados los años y ya con hijos, hice esos mismos recorridos con ellos: subir Bocos, subir La Mazorra, subir a Leva…) Cada verano era tradición subir al menos una vez a la Tesla (Peña del Viento y canto Morrodillo), comer arriba y bajar por la tarde. Íbamos con las bicis a recorrer el valle de Valdivielso visitando sus ermitas románicas (Valdenoceda, San Pedro de Tejada, El Almiñé, etc.).

 
De niño recorrí todos los pueblos del entorno de Villarcayo en el asiento de atrás de la moto Vespa de mi padre. Era un placer en verano visitar los pueblos: mi padre iba por diferentes pueblos a poner inyecciones y hacer curas y yo le acompañaba. Ya con 17 años mi padre me compró esa motocicleta Torrot y con ella visité los pueblos citados y muchos más.
 
A lo largo de veinte años, infancia y juventud, (también después) vi cambiar mi pueblo natal. Dejo aquí (sin orden cronológico) algunas de esas transformaciones y cambios que fui percibiendo en mi peregrinar veraniego:
 
  • Se derribó la antigua iglesia y se levantó la actual, fue un cambio total y radical de estilo y concepción de ese espacio sagrado.
  • Se cerró el cine Capitol, aquel cine en el que tantas películas de vaqueros vi. También otras míticas como “Los diez Mandamientos”.
  • Las cocheras de ANSA estuvieron al principio en la calle Calvo Sotelo, la estación de autobuses en la salida hacia Burgos y después se llevó al emplazamiento actual, frente a la antigua residencia.
  • Se cambió de sitio la ubicación del frontón, luego también bolera.
  • Las antiguas escuelas donde yo recibí la educación primaria se cerraron, se abrieron otros centros educativos junto a las Casas Nuevas y el edificio de piedra en calle Laín Calvo se destinó a Biblioteca Municipal y Casa de la Cultura.
  • Se cerraron las fábricas de embutidos de los Uriarte (en carretera de Burgos) y de la Castellana, en Horna. Se comenzó la creación, siendo alcalde don Eugenio Sainz González, de un Polígono Industrial que fue un rotundo acierto.
  • Conocí los establecimientos hoteleros en Villarcayo: La Rubia, Hostal Margarita, Hotel Rivabella, Mini Hotel… Y luego los vi morir progresivamente.
  • Vi cerrarse algunos bares: “Cantinflas”, “Las Jarras”, “Mesón Pita”, “Otamara”…
  • Durante muchos años la línea férrea que pasaba por Villarcayo-Horna, con estación, apeadero y talleres en Horna fue un nudo de comunicaciones y un foco de creación de empleos (así se constata por el Padrón de 1949 donde muchos vecinos constan con la profesión de ferroviario). Una concatenación de circunstancias económicas y sociales llevaron al cierre y desmantelamiento de toda la línea y se perdió ese medio de transporte de viajeros y mercancías, así como todos aquellos puestos de trabajo.
  • Se cerró la gasolinera de la plaza (llegué a verla funcionar bombeando a mano la gasolina) que regentaba “El Gaso” (nunca supe su nombre). Continuó la de Rivera, en calle San Roque (aún en servicio). Pasados los años se abrió una nueva, El Corzo, entre Horna y Villalaín. Vi cambiar los medios de transporte: de aquellos Seat 1400, el Biscuter de mi tío Félix y sus amigos, aquellos Citroën 11 Ligero, llamados “Pato”, estilizados y bellos, los Citroën 2CV, sencillos y eficaces, el señorial Citroën DS Tiburón, los inestables Renault Gordini (tuve un accidente con el de mi padre), los Renault 4L, Morris Minor, Seat 600, como el que yo tuve, Volkswagen escarabajo, Seat 850, Peugeot 303 o Fordson, a los actuales coches híbridos o eléctricos. Y, por supuesto, su abundancia frente al lujo -y esfuerzo- que suponía tener un coche en mi infancia.
  • En mi casa, con mi padre y mis tíos, siempre vi motos: mi padre tuvo una Guzzi roja, de cambios en el depósito; luego una Lambreta y dos Vespas. Mis tíos Félix y Pedro tuvieron motos potentes: Rieju, Sanglas…
  • Otros cambios: se cerró el matadero antiguo, junto al río; se abrieron las piscinas municipales talando un bosquecillo padre de aventuras y batallas infantiles. Y, por qué no, vertedero ocasional.
 
De aquellos cambios y transformaciones en Villarcayo, aquel año de 1968, recojo la noticia tomada del libro de Manuel López Rojo, “Villarcayo, capital de la comarca Merindades”, página 448: “Los hermanos Vadillo piensan construir numerosas viviendas en la calle Santa Marina […] Llega la fiebre de la construcción, especialmente con don José Gutiérrez Varela y don Pedro Vadillo, hasta 176 viviendas y siete alturas”. Sí, Villarcayo estaba creciendo y cambiando su fisonomía.

 
¿Qué recuerdos tengo de mis años de juventud entre mi vida en Villarcayo y mis estudios de Magisterio en la Escuela Normal de Burgos? ¿Qué hechos destacables puedo recordar de los años 1967 a 1970? 1967 fue el año en que se pudo ver el bikini en las playas españolas, se relajaban las costumbres y se notaba la influencia del turismo. Rafael cantó en Eurovisión “Hablemos del amor”; pero en el mundo sucedían cosas importantes: Estados Unidos seguía luchando en Vietnam (una guerra que terminó perdiendo), sí que gano su guerra Israel contra Jordania, Siria y Egipto, se llamó “la guerra de los Seis Días”; en Grecia hubo un golpe militar que derrocó al rey Constantino; murió el Che Guevara, mítico guerrillero cubano; en música brillaban los Beatles (Sargent Pepper’s Lonely Heart Club Band), The Doors y en España los Brincos y Los Pekenikes nos encantaban a muchos jóvenes, los primeros por sus letras desenfadadas, los segundos por su preciosa música instrumental. En el año 1968, ETA empieza de llevar a cabo sus acciones criminales; el lema para el turismo era “Spain is different”; se celebraban los 25 años de paz; Massiel ganaba Eurovisión con su “La, la, la”; Jeanette cantaba su “Soy rebelde”, yo aun conservo los discos de Simon & Garfunkel; en TVE triunfaba el bigotudo José María Íñigo.
 
En 1969, pudimos ver en televisión el hecho más importante del siglo XX: la llegada del hombre, Neil Armstrong, el 21 de julio de 1969 a la luna: “un gran paso para la humanidad”. Como cantantes recuerdo a Los Panchos, Miguel Ríos, Fórmula V y Karina.
 
En 1970, España gozaba de una balanza comercial muy favorable; Julio Iglesias empezaba a hacerse famoso y cantaba “Gwendolyne”; Nino Bravo demostraba su portentosa voz; Camilo Sexto encandilaba a las chicas; ETA cometía su primer secuestro; Richard Nixon visitaba España; Urtain se hacía campeón de Europa; Félix Rodríguez de la Fuente triunfaba en televisión con su programa “Planeta Azul” y “El hombre y la tierra”; había cantantes “jugando” con las drogas (de ellas morirían): Janis Joplin, Jimmy Hendrix. Los Beatles sacaban “Let it be”. En el mismo Burgos se celebró el 3 de diciembre de 1970 “el juicio de Burgos” contra 16 miembros de ETA: se dictaron varias penas de muerte (algunos países protestaron).

 
No quiero acabar esta serie de artículos - ¿memorias? ¿recuerdos? ¿evocaciones? - sin volver a rendir un homenaje personal a todos aquellos que conocí en mi infancia y juventud. Perdonadme si me olvido de algunos nombres. Estos son algunas de las personas que he guardado en mi memoria: Mi familia: mi madre, Elvira Vadillo; mi padre, Gumersindo San Martín, “Gumer” (a mí, más que por mi nombre, me conocían por “hijo Gumer”), mis abuelos maternos: Silvestre Vadillo y Anselma Celada; mis tíos: Margarita, Félix, Pedro, Paquita (mujer de Pedro); mis abuelos paternos: Víctor San Martín y Carmen Sainz; mi tío Antonio; mis primos: Elvira, Pedro, Begoña y Francisco Javier. Otros vecinos, amigos y conocidos: Miguel, del bar “Miguillas”; Aurelio, “Cachabillas”, municipal; El Tuto y su mujer, la Tuta; Roque y Marina, con su puestecillo de golosinas; Pajaritos, panadería; Roberto, el Chisco, la otra panadería; Adolfo Iglesias, su hijo “Fito”, mi amigo; El Gaso, gasolina y chucherías; Las Remigias, solteras y vendedoras de caramelos, chocolatinas; Andino y sus hijos, Margarita, Remi y Felisín, gaseosas; Serafín, peluquero; Bureba, peluquero y camarero; José Luis, propietario del bar Chico, ricos cangrejos; Abundín, electrodomésticos; Andrés, “El Inglés”, electrodomésticos; Aspirina, mancebo de farmacia de don Joaquín Gil y luego de Peña; Olga y Camila, solteras del bar Toledo; Íñigo y Paulina, pasteleros del Toledo; Pepín del Jauja y luego calzados; Paulino y Toñi, zapatería; Ciano, “Largo Caballero”, bar; Manero, abogado; Tútili; Nisio, taxista; Tapia, alcalde y abogado; Diego Manrique, maestro y abogado; José Ignacio Sobrado, bar de Pita; Sotero Merino, frutería; Bautista (Juan Bravo de Castilla y su Hoja Dominical); Fausto, droguería; Ches, imprenta García; Valentín, fontanero, su mujer Laura; Tiburcio; Paquito el de la Macana, vacas y lechería; El Moneano, vacas; Elifio, comercio de ultramarinos; Tomasín, ultramarinos; José Macario Santamaría; Bocarredo; Engracia, cafetería y pasteles; Polis, bar Capitol y cine; Angelines, maestra; Liborio, carpintero; Baranda, bar y comidas; Antonio, de “La Chaparrilla”, comedor; Chuchi Presa, droguería; Gaspar; Cebra, futbolista; Luisa y Balbina, “Las Zampadas”, pescaderas; Joaquina Melo, ferretería; Peche, ganó un concurso de feos; Pagamucho, chatarrero; Hotel “La Rubia”, Carlos; Avelino Porres y Pinín, su hijo; Villarías, administrador de la Abadía; Mari, el Francés; Joaquín Cuevas: Quinito “Barrabás”; La Chatilla, cocinera del Hotel “La Rubia”; Don Marcos, médico; don Vitoriano, médico; Las Carracas; Lucho, mecánico dentista; Chemari Peña; Echevarría, maderas; El Rubio de Santa Cruz; Santiago, ayudaba a mi tío Félix en el almacén; Fernando Milán; Onésimo Robles y Elvira; Antonio Sainz, primo de mi padre; Javi Uriarte, “piernas largas”; Eloy y Santos, pregoneros y enterradores; Pepe, bar Tesla; Agustín Varona, alcalde; Macario, transporte con carruaje y caballo a la estación de Horna; Salvador Pereda, taller de bicis; Albajara, alcalde; Cantabrana; Poldo, bedel del Instituto; doña Carolina, don José María, su marido; don Calixto; don Vidal; Vitoriano, del bar la Parra, en Horna; Ramón, el taxista; don Julio Danvila; Titi, hija disminuida de Danvila; José Ramón Cabezón; Melchor y Benito; Chafandi, padre de Pedro M. Álvarez; Braulio, zapatero; Paco, zapatero, el Guarnicionero; Guiti, del bar Singer; Gaspar Podríguez; Ángel Isla; Isauro Fernández; Valentín Zamora Uriarte, transportista; Valentín Peña, zapatero; Adolfo Varona, “Fico”, transportista; Felipe Peña Báscones, transportista; Feliciano Zorrilla, carpintero; Avelino Alonso de Porres; Daniel Echevarría, maderas; José Antonio Tapia, alcalde; Agustín Varona, alcalde; Manolo y su mujer, bar Arizona; don Feliciano, en Horna, maestro; Primi, de Horna; don Juan Villodas, alcalde y su hijo Andrés; José Bragado, maestro; Juan, el herrero, en calle Carrigüela; Milagritos, hija de Tiburcio; Clara Uriarte; José Ángel Churruca, su marido; Adolfo Uriarte, carnicero; Suco, de Horna, conductor en la fábrica de harina de Grijalba; Primi Grijalba; Ceto, ultramarinos; Petra, la muchacha que me cuidaba de niño; Eliseo, muebles; Ginés Alcalá; Andrés, “El Tuerto”, Mari, “El Pato”; Goito del Hoyo y su mujer, Maruja, camionero; El Tintorero; Raúl, el fotógrafo; Pin y Jose, mecánicos en el taller de Pedro Vadillo; José Antonio Varona, “Willy”; Manolín Ruiz, furtivo de las truchas; Los Pozanos, muebles; don Jacinto, cura; don José, cura, sus hermanas solteras las telefonistas chismosas; don Jesús, cura; don Fermín, cura; el Ajero; Santosjuanes, dueño de el Bodegón; Bruno, de Villalaín; Los Guindillas, Ramón y Alberto, albañiles; Anuncia, lavaba ropa, viuda; Balbina y Josefa Villanueva, “Las Camorrillas”; David Uriarte; Jesús Fernández Llarena; Basilio González, “Basi”, carnicería; Félix Condado; La Petrona, de negro, siempre solitaria; Porfirio Aguirre, María y José Luis; Rivera, gasolinera; Tano, carnicero; Mardones, amigo de mi padre; Judit Uriarte, carnicería; Diego Manrique, Miguel “Miguillas”, Carlos Gutiérrez, César Gutiérrez de la Torre, Luis Carlos Gutiérrez de la Torre, Hotel la Rubia; Gonzalo Gómez, Pantaleón; Benito Iturriaga; Mauricio Herrero, Horna; Argimiro; Caya, estanco; El Calé, carnicero; Pedro Varona y Adela, bar El Francés; Víctor Pérez; Ángel Isla, camionero; José Luis González, “Chacachá”; Toribia y Doroteo; Alberto Álvarez, “Guindilla”; Campito Bustamante, constructor; Clemente; Antoliano, bar; Arturo y Fernando, Los Hermanos, bar; Colodro, chapista; Julito, de La Vajilla; José Ignacio Peña, farmacia Peña; Lejarza, veraneante; don Isidoro, médico; Juanjo, constructor; el afilador; Eduardo, trabajador del obrador del Toledo; Antolín, piensos Biona; Tonino; La Pitusa; Almiro, trabajos en aluminio; Cuca; Rosario, de Villalaín; Julito, atendía la farmacia de Peña; (de la familia o cercanos: Fulgencio; Tasi; tío Guillermo; tío Andrés, Mari; Irene y Paco; Epifanio; Dioni y Florencio; Miguel Ángel; Balbina y Luisa); Coque; Genito y Merche, de Mozares; Blanca, de Torme; familia Ríos, morcillas, en Mozares luego en Villarcayo; Manuel Troitiño, venta de telas; El Rata, Horna, futbolista; Rafael y Vicente Ortiz, en Horna; Saturnino López, ciclista. A todos, presentes o ausentes: Gracias por haber compartido mi vida.

 
He sido testigo durante muchos años, aquí he hablado de los años 1949 a 1970, de la vida de Villarcayo y su entorno; he tratado de dejar mi relato personal de ese periodo; de las gentes que conocí, calles, plazas, edificios públicos, tradiciones y costumbres, cambios y transformaciones en la villa. Sigo viniendo a mi pueblo natal cada verano; he escrito cuatro libros sobre Villarcayo y las Merindades y sigo investigando sobre su historia.
 
Soy Villarcayo, soy río Nela, soy huerta familiar, casa de la plaza Santa Marina, soy escuela, soy instituto, soy campa del zorro, soy familia y amigos, soy infancia. Sigo siendo niño (en parte) a mis 74 años. Cada día doy gracias a Dios por mi familia paterna y materna, padre, tíos y abuelos: ellos me transmitieron amor, protección, educación, ejemplo de seriedad y trabajo. Las gentes que conocí en el pueblo forman parte de mí, su recuerdo vive en mi memoria.

 
Villarcayo dejó una huella imborrable en mi memoria, una parte esencial de mi vida y mi personalidad están marcadas por esas etapas: infancia y juventud, entre los años 1949 y 1970. 
 
Villarcayo Sigue. Sigo yo.
  

6 comentarios:

  1. Te olvidas de María " la Riacha" muy cerca de donde vivías. Soy su nieta María Carmen Bustamante...gracias Ricar. Por esos recuerdos tan emotivos. Un saludo .

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  2. El nombre del "Gaso" era Federico.

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  3. Un ciudadano ilustre era "Nato". ¿No lo recuerdas?

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  4. ¿No te acuerdas de "Nato"?

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  5. Insisto, porque no lo veo publicado. No sé menciona a Nato, a Pelayo, ni a Anita la de Villacanes.

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  6. El nombre del "Gaso" era Federico. Lo conocía bien porque iba a tomar café y la merienda al bar Jesús situado en la plaza del quiosco. Soy David, uno de los sobrinos de Pepe el del Tesla. Un saludo.

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