“Muchas son las ventajas que tiene el
partido liberal frente al carlista: más y mejores generales; más tropas; más
disciplinadas y de más valor, y aun también más fieles; un gobierno fijo, arreglado,
completo, respetado y poderoso, recursos legales, la opinión nacional, la
fuerza de una milicia numerosísima que cuantas veces se ha ofrecido la ocasión
ha competido en denuedo con el ejército en el campo de batalla.
Con tantos elementos no es de admirar hayamos
conseguido algunas victorias contra nuestros enemigos que sostienen esta guerra
sin orden ni medios seguros y prevenidos, fuera de la libertad de obrar sin ley
y sin honor, que si bien se pondera puede ser que equivalga a todo lo que
tenemos nosotros dentro del orden y la ley, y con un gobierno bien constituido”.
Lo que acaban de
leer es un fragmento de un artículo editorial de “El Castellano” del doce de
octubre de 1837. Evidentemente está del lado de Isabel II y la Reina
Gobernadora, su madre. Como en toda guerra contiene muchos elementos de apoyo a
la moral de las tropas y de la retaguardia: Son mejores, son más y disponen de
mejores medios y el respaldo de la ley y la virtud encarnada en el “honor”.
Bien, pero… ¿era esto cierto? ¿Cierto del todo? ¿Quizá cierto en parte?
Debemos comprender
que una de las primeras bajas en una guerra es la verdad –ya lo sé: tampoco
tiene buena salud en la paz-. Asumamos que existía una censura gubernativa que
impedía, principalmente, publicar en España textos desfavorables a Isabel II.
Por ello, la propaganda carlista se imprimió, fundamentalmente, en Francia y se
introdujo por los más variados métodos. Pero todo esto no impedía que se
divulgasen otras informaciones que afectaban negativamente al campo Cristino o
a la moral de las tropas.
Porque se puede
hablar mucho sobre la moral de las tropas Isabelinas. Aparte de la tensión de
morir en combate nos encontramos con trampas para retrasar la licencia de
quintos, infiltración de agentes carlistas, deserciones individuales o por unidades
para pasarse a los carlistas o desaparecer, mutilaciones previas a la incorporación
o al sorteo de quintos para librarse de ir al frente, retrasos en los pagos de las
nóminas de los soldados…
Los Carlistas encontraban
un reemplazo constante y numeroso de esta forma. Las familias y el clero, enviaban
a los soldados consejos para que faltaran a su deber. Así pues, se tomaron
duras medidas no solo contra los desertores, sino también contra sus familias,
tanto más fuertes según se prolongaba la guerra. ¡Se expulsaba a la familia del
desertor a zona carlista!
Con relación a
la falta de liquidez la obra de Pirala cuenta que Oráa buscaba recursos por
todas partes para tratar de pagar a la tropa y contenerla: “A todos pedía, y en una ocasión, casi con lágrimas en los ojos se
presentó al ayuntamiento de Vitoria, manifestándole que se marcharía todo el
ejército a la facción sino le daban dinero para pagarle”. Por su parte,
Espartero hubo de recurrir a los bienes de su mujer y amigos para tratar de restablecer
la situación. Es decir: pocas bromas con el tema de luchar solo por el honor de
la Reina.
La duración de
la guerra empeoró la situación provocando una creciente politización del
ejército cristino, agudizado por la rivalidad personal entre diversos generales.
Esto también ocasionará serios problemas de disciplina. Muchos de ellos provocados
por la Milicia Nacional o los cuerpos francos pero también por el ejército
regular. La primera fue la de agosto de 1836 a través de los sargentos y
soldados de la Guardia Real que se sublevaron en La Granja e impusieron a la Reina
la Constitución de 1812.
En agosto de
1837, coincidiendo con la expedición de don Carlos, la insubordinación de los
oficiales de la Guardia Real en Aravaca, consentida por Espartero, origino la
caída de Calatrava y el inicio de un nuevo giro hacia el moderantismo. Ese
verano hubo revueltas en más lugares lo que mostraba hasta qué punto se había
resquebrajado la disciplina en el ejército liberal. El 15 de agosto, como
consecuencia de los rumores que se habían hecho correr sobre la llegada de
grandes remesas de dinero destinadas a pagar a las tropas, se subleva en
Miranda el provincial de Segovia, que ya había dado numerosas pruebas de insubordinación,
y asesina al general Ceballos Escalera, que trata de mantener el orden. En
Vitoria, los francos de Zurbano y el regimiento de Almansa asesinan al
gobernador militar, al jefe de la plana mayor y a varias autoridades civiles y
militares, al tiempo que se dan gritos a favor de Zurbano, Alaix y la Constitución.
En Pamplona son los cuerpos francos quien, con el consentimiento del gobernador
de la plaza, asesinan al general Sarsfield, el coronel Mendivil y diversos
civiles.
Las medidas con
que respondió el estamento militar fueron muy duras. Por ejemplo: “Toledo: En la plaza del Tránsito de esta
ciudad, a las 4 de la tarde del día de hoy, ha sido pasado por las armas
Paulino Díaz, asistente del desgraciado capitán asesinado en la sublevación
ocurrida entre Villatobas y Corral de Almaguer el día 21 del último Agosto: fue
el que le tiró el segundo tiro del cual murió”. Esta era una noticia
publicada en el periódico “El Castellano” el 14 de octubre de 1837. Solo para
señalar cómo estaban los ánimos.
Finalmente, en
septiembre, se sublevó el primer batallón del regimiento de Mallorca que estaba acantonado en
Gayangos (Las Merindades-Burgos). Este regimiento fue creado el 13 de mayo de
1662, en Jaén, en cumplimiento de la Real Cédula de esa fecha, donde se mandaba
al corregidor Luis de Cea y Angulo hacer una leva de mil hombres y crear un
tercio de diez compañías. Este Tercio se llamó “Tercio Nuevo de la Armada del
Mar Océano”, siendo destinado al servicio de la Marina Real. Para el mando se
designó al Teniente de Maestre de Campo Pedro Fernández Navarrete, caballero de
la Orden de Santiago.
En 1704 pasó a
llamarse “Regimiento Nuevo de la Armada del Mar Océano” y, popularmente en la
Guerra de Sucesión como “Regimiento de Santa Cruz”, por ser su coronel el
marqués de dicho título. La Ordenanza de 28 de febrero de 1707 lo designó como
“Regimiento de la Armada num. 1”, pasando a llamarse “Regimiento de Infantería
Mallorca num. 14” el 10 de febrero de 1718. Posteriormente cambió su numeración
varias veces. En 1815 absorbió al Regimiento Segundo de Vizcaya y en 1818 al segundo Batallón del Regimiento de Hibernia. En 1823 se dividió en dos Batallones
independientes bajo los nombres de “Batallón de Infantería num. 39” y “Batallón
de Infantería num. 40”. Estos dos Batallones desaparecieron al disolverse aquel
año el Ejército Constitucional. En 1828, por Decreto de 29 de marzo y
Reglamento de 31 de mayo, se dio nueva vida al Regimiento de línea “Mallorca num. 12”. En el mes de junio se organizaron sus Batallones en Zaragoza con fuerzas
procedentes del “Bailén num. 5” ligero y “África num. 7” de línea.
En marzo de 1829
sus efectivos se reunieron en Pamplona y en 1830 se dotó al “Mallorca num. 12” de
un tercer Batallón. En 1833 se le dio el num. 13, que ya no cambiaría hasta la
Guerra Civil de 1936-1939. Por tanto, con este numeral nos lo encontraremos en
Gayangos. Espero que no sean supersticiosos. Porque no lo son. ¿Verdad?
En 1837, según
el “Estado Militar de España” el Coronel del regimiento era Francisco Javier
Rodríguez Vera con el coronel José María Miranda ejerciendo como Teniente
Coronel Mayor. Al frente del primer batallón –protagonista de esta entrada- el
Teniente Coronel José Sánchez Navarro y como su Mayor Comandante, el Teniente
Coronel Pedro María Suárez.
El artículo de “El
Español” no tiene desperdicio. Hay una mezcla de imprecaciones y halagos a la
tropa sumados a llamadas al espíritu de cuerpo y a la defensa de la Reina. Léanlo
y luego seguimos:
¿Interesante? Parece
que sí. La jerarquía militar del momento estaba preocupada por los diversos
motines y deserciones que se producían entre sus tropas y recurrieron a la mano
dura para solucionarlo. Vemos que recuerda a la novela –y después película de Stanley
Kubrick- “Senderos de Gloria” que estuvo prohibida en España hasta la llegada
de la democracia. ¿Por qué sería?
La obra está
parcialmente inspirada en la ejecución por insubordinación de cuatro soldados
franceses durante la Primera Guerra Mundial. Pertenecían a la Brigada 119 de
infantería. Fueron rehabilitados en 1934 aunque siguieron muertos. El
comandante de esa brigada era el general Géraud Réveilhac que no le importaba
nada derramar sangre mientras no fuera la suya. Incluso llegó a ordenar que se
bombardearan sus trincheras para que sus tropas atacasen. Claro que el
comandante de las baterías se negó sin una orden por escrito pero, más tarde,
ordenó repetir un ataque aduciendo que ese día no se había alcanzado el
porcentaje de bajas considerado como aceptable.
Para que las
tropas obedeciesen a este tipo de elementos se llevaban a cabo fusilamientos
por cobardía. Líbreme Dios de pensar que los sargentos segundos Julián Escudero
y Manuel Bustamante, el cabo de tambores Gregorio Álvarez con los cabos
segundos Francisco Cuesta y Manuel Lample y los soldados Bernardo Cerezo,
Mariano S*ne*o, Eusebio Merino, y Ciriaco Pérez junto a los otros dieciséis castigados
eran unos cobardes. Lo que sufrieron era una práctica muy común en los ejércitos
del siglo XIX y hasta la primera guerra mundial que era fusilar a soldados
mediante un macabro sorteo entre el batallón. De esa brutal práctica trata “Senderos
de Gloria”. Y eso se aplicó en Gayangos.
Era la “Decimatio”
romana. Un sistema para ante actos de cobardía de la unidad. Era un escarmiento
para el resto de los soldados. Imagínense el sufrimiento de esos soldados de
reemplazo que fueron seleccionados para purgar la pena de un delito que,
seguramente, no habían cometido. Ese dolor, esa angustia… Recuerden a sus
compañeros obligados a dispararles… Por eso hay tantos halagos al regimiento en
los textos militares que han leído. Por eso se insiste en que sean leídos
varios días…
Y esto pasó en
Gayangos.
Bibliografía:
Periódico “El
Castellano”.
Periódico “El
Español”.
“El regimiento Mallorca
nº 13 (“el invencible”) en la guerra de Cuba (1895-1898)”.
Enrique de
Miguel Fernández-Carranza, Raúl Izquierdo Canosa y Francisco Javier Navarro
Chueca.
“La primera
guerra carlista”. Alfonso Bullón de Mendoza y Gómez de Valugera.
Estado Militar
de España (1937)
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