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domingo, 7 de marzo de 2021

Dolmen o no dolmen de Busnela.

  
Dolmen es un término bretón que significa “mesa de piedra” y, a pesar de ser bastante ajustado está en desuso en los círculos académicos donde aplican más el de "sepulcros megalíticos". ¿Y eso? Bueno, este sintagma fue acuñado por el reverendo Algemon Herbert y engloba tanto a aquellos monumentos con techumbres planas como a los que adoptan para cubierta otras soluciones como una cúpula.
 
Dolmen de Busnela

Cuando lleguemos ante estos dol… sepulcros encontraremos poco más que ruinas aunque originariamente fueron construcciones formidables y bien ajustadas cuyas paredes eran grandes lajas clavadas verticalmente en el suelo llamadas “ortostatos”. Sobre ellas, que delimitan una cámara, descansaba la cubierta. Toda la edificación era ocultada bajo un montículo de tierra, el túmulo, que podía adoptar en planta diferentes formas (circular, oval, cuadrada...) y que conseguía proteger y señalizar la construcción. Su ausencia, como en el caso de Busnela, sería un marcador de falso dolmen. Por último, el recinto megalítico, convertido bajo el túmulo en una cripta subterránea, desempeñaba el papel de panteón.
 
Simplificando, tendremos tres tipos de dólmenes: los simples, con sólo cámaras poligonales; los sepulcros de corredor, que añadían a la cámara un angosto pasillo de acceso que discurría desde la periferia del túmulo; y las galerías cubiertas, en las que las cámaras, alargadas y de paredes paralelas, cumplían a la vez el papel de espacio funerario y de acceso.

Cortesía de ZaLeZ
 
Con lo que vemos cuando los visitamos difícilmente nos damos cuenta del esfuerzo que constó construirlos y de la grandiosidad que representaba para aquellos individuos. Para que se hagan una idea: hay dólmenes con cubiertas que pesan decenas de toneladas. Sin descartar los pequeños que cumplen las mismas funciones, ojo. Es como si –salvando las distancias- solo fueran pirámides las grandes y no incluyéramos en la clasificación las pirámides de Nubia. Vere Gordon Childe, el gran teorizador de la Prehistoria, considera que las grandes obras públicas sólo pudieron fructificar en sociedades complejas y bien organizadas con capacidad para generar importantes excedentes.
 
Hubo un tiempo en que se creyó que estas construcciones europeas eran fruto de la torpeza de unos habitantes que querían imitar a los egipcios. Sin embargo, desde mediados del siglo XX, gracias al Carbono 14, quedó claro que la antigüedad de los dólmenes occidentales superaba en casi dos milenios a la de las pirámides egipcias o a la de los zigurats mesopotámicos. Nuestros dólmenes son monumentos erigidos durante el Neolítico, casi todos a lo largo del IV milenio antes de Cristo. Hombres que trabajaron sin la ayuda de bestias ni de herramientas sofisticadas con las que desbastar las losas. Las sacaban de las canteras y las desplazaban hasta las tumbas que podían estar a varios kilómetros de distancia.

Cortesía de ZaLeZ
 
Para que se hagan una idea: trasladar una losa de unas 35 toneladas necesitaba del esfuerzo de más de 300 hombres adultos y estos necesitan cubrir sus necesidades por lo cual se añadiría más personas a la empresa. Claro que, también, a menos peso menos gente. Aun así, los arqueólogos no suelen encontrar aldeas, en el entorno de los dólmenes, con el tamaño suficiente para albergar contingentes de población suficientes, circunstancia que convenció a Colin Renfrew de que la construcción hubo de ser fruto de un trabajo cooperativo en el que, además de los titulares de las tumbas, participaron las comunidades vecinas.
 
Y, entonces, ¿quién tenía el honor de ser enterrado ahí? ¿Los que lo construían? Bueno, la excavación de las cámaras descubre abigarrados osarios con restos de numerosos individuos. Sin embargo, la irregular conservación de los esqueletos presentes y la diferente cronología de los elementos de ajuar personal o de las ofrendas que los acompañan revelan que no todos los residentes entraron a la vez, sino que, al igual que sucede en los panteones familiares actuales, lo que tenemos es la suma de inhumaciones individuales a lo largo del tiempo. Los dólmenes fueron, pues, pese a su carácter subterráneo, sepulcros accesibles. La construcción de pasillos que desde el exterior y atravesando el túmulo llegaban a la cámara cumplió la función de facilitar la entrada en los monumentos para dejar nuevos restos.
 
Y, en ese “panteón”, ¿Metían el cadáver a pudrirse o sólo los huesos? El caos de huesos haría pensar que eran osarios pero el análisis de los mismos muestra que, en origen, se depositó el cadáver. ¿Esto es seguro? Pocas cosas son seguras pero nos respalda la presencia de huesos muy pequeños que en un traslado se hubiesen perdido.

Cortesía de ZaLeZ
 
¿Entonces por qué los encontramos revueltos si fueron enterrados completos, recostados sobre uno de los flancos y las piernas plegadas bajo el abdomen? A ese resultado contribuiría la exposición aérea de los muertos; los desplazamientos de huesos ocasionados por la desaparición de los tejidos blandos que los recubren; seguramente, las afecciones producidas por animales; hacer hueco para más enterramientos; o reubicación cuidadosa en otro lugar del dolmen. Se sopesa, incluso, que se retirasen huesos para convertirlos en reliquias como sí se ha comprobado en dólmenes británicos. Estos factores, evidentemente, creaban nuevo espacio en el interior. Podemos decir que en los dólmenes burgaleses nunca han pasado del medio centenar los enterramientos. Con ello romperíamos la idea de que eran tumbas para todos – respondiendo a una pregunta anterior- y durante generaciones. Es ilustrativo, para todas estas preguntas, la preeminencia de varones en estos enterramientos (10 a 3 en la cista de Villaescusa). No han aparecido niños menores de 4 años, lo que obliga a pensar en la existencia de ritos funerarios alternativos para ellos, tal vez en el espacio doméstico. Concluyendo: en los sepelios neolíticos los difuntos se segregaban. Como hoy, si lo piensan.
 
La genética ha confirmado la vieja tesis de que los enterrados eran miembros de un clan o grupo familiar unido por lazos de sangre. ¿Confirmamos que es una tumba familiar? Sí. Nos hallamos ante una comunidad homogénea y consanguínea que, gracias a los estudios de esmalte dental, no conoció aportes foráneos importantes ni experimentó cambios de residencia llamativos.
 
Pero sorprenden cosas como que en ningún caso en las inmediaciones de los sepulcros parecen haber existido aldeas de tamaño suficiente para albergar a veinticinco adultos de ambos sexos (doce hogares, con los niños correspondientes), que es la cifra que, aplicando una tasa de mortalidad anual de cuatro por mil, propia de poblaciones prehistóricas, sería necesaria para generar en medio siglo los 47 cadáveres presentes, por ejemplo, en Reinoso. De ahí que cada vez se acepte más la idea de que esta población se organizaba en células más pequeñas, casi solo familiares, las cuales, obligadas por el agotamiento periódico de los campos de cultivo que trabajaban, variarían cada pocos años la posición de sus poblados pero sin alejarse de las tumbas. Eso entendería la irrelevancia de los asentamientos y su dificultad para reconocerlos.
 
Pero el interior de los dólmenes investigados nos han dicho mucho sobre sus constructores – o al menos sobre sus “inquilinos”-. Esos agricultores de hace 6.000 años “disfrutaban” de una alta tasa de mortalidad infantil; pocos superaban los 40 años; eran comunes las afecciones óseas y articulares; las caries y los abscesos dentales estaban a la orden del día fruto del excesivo consumo de carbohidratos (cereales). Por cierto, medían unos 1`60 metros.

Cortesía de ZaLeZ
 
Su sistema médico parecía haber perfeccionado las trepanaciones con herramientas de piedra con una más que aceptable tasa de supervivencia, salvo que los que no superaban la operación no fuesen enterrados en el megalito. Los investigadores han llegado a sopesar la idea de que los enterrados sufriesen esta operación como un rito iniciático religioso.
 
Hacia el último tercio del IV milenio los dólmenes decayeron en la función de panteones colectivos que justificó su construcción. Aunque en la Edad de los Metales recuperan cierto protagonismo funerario es fruto de un reaprovechamiento de las estructuras.
 
Intuimos, por tanto, la existencia en el neolítico de un ritual funerario al servicio de unas creencias religiosas y, estas, supeditadas a un orden social. También tenemos en cuenta otra razón para estas tumbas monumentales: ser símbolos de reivindicación territorial. Esto nos explicaría la causa de que los dólmenes no estuviesen junto a las canteras y sí en lugares fáciles de ver desde el entorno y desde los que se controlan visualmente recursos críticos y espacios productivos.
 
Y con toda esta información llegamos y decimos: el dolmen de Busnela puede no ser un dolmen. Vamos, casi seguros que no lo es.

Cortesía de ZaLeZ
 
Para llegar a este posible megalito debemos coger la carretera que parte de Santelices a Cidad de Valdeporres para continuar hacia Busnela. El paisaje que dominaremos a esos 769 metros de altura es de media montaña, con pastos en las partes altas, y salpicado de bosquetes de robles centenarios y hayas. Cuando nos encontremos frente a un conjunto de bloques pétreos que se encuentran rematados en su parte oriental por una pared de siete enormes lastras habremos llegado. Supongo que esto sería lo que vio José Luis Uríbarri (“El fenómeno megalítico burgalés”). La longitud de su eje mayor es de unos siete metros y su altura alcanza los doscientos treinta centímetros. La cámara tiene 3`75 metros de largo por 2 metros de ancho. No se han encontrado evidencias de su uso funerario, al no estar cubierto por un túmulo que protegiera los restos, pero se ha considerado tradicionalmente un dolmen, porque lo parece.
 
Lo que tendríamos delante se trataría, en realidad, de un afloramiento natural de caliza ubicado en el extremo de un altozano. Su peculiaridad consistiría en presentar en su cara sur una amplia concavidad, a modo de abrigo. Los pobladores, en algún momento del pasado que el cartel indicativo señala hace unos 5.000 años, mejoraron y completaron el cierre del cubículo colocando grandes losas –esos ortostatos que mencionábamos- y una cubierta plana al este de la entrada, con lo cual no es desatinado hablar de un megalito. Sin embargo, la ausencia de túmulo, de restos humanos o de ajuar y la falta de cualquier otro documento arqueológico asociado nos reducen el de Busnela a una rareza. Eso sí, una rareza aprovechada por pastores y sus ganados desde hace cientos de años.
 
 
 
Bibliografía:
 
“Tumbas de Gigantes. Dólmenes y Túmulos en la provincia de Burgos”. Miguel A. Moreno Gallo, Germán Delibes de Castro, Rodrigo Villalobos García y Javier Basconcillos Arce.

Dedicado a David, Amanda, Pello y Jon. 
 
 

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