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domingo, 7 de abril de 2024

Gregorio, el desconocido laureado menés.

 
 
Hoy intentaremos conocer algo de la vida de Gregorio Conde y Ortiz de Taranco que nació en Villasana de Mena en 1792. Nada hay publicado sobre su infancia ni su familia, pero debieron tener “posibles” porque el muchacho seguía estudiando con dieciséis años. Es entonces, diciembre de 1808, cuando abandona sus estudios de tercer año de Filosofía para ingresar como soldado distinguido en el Batallón de Estudiantes de la Real Universidad de Toledo. Por tanto, debemos suponer que estaba estudiando en esa ciudad. ¿No les decía que era una familia con posibles económicos?

Villasana de Mena
 
El Batallón fue creado por profesores de esa universidad en agosto de 1808. Inicialmente fueron seiscientos hombres distribuidos en cuatro compañías con oficiales y suboficiales profesionales extraídos del ejército. Al batallón podían incorporarse alumnos y profesores. Los alumnos gozarían de beneficios académicos que incluían ser aprobados por el tiempo que debieran destinar a la Milicia Nacional junto al Batallón. En la retirada a Sevilla de la Junta Suprema Central y Gubernativa del Reino, el batallón de voluntarios les escoltó llegando a esa ciudad hacia el 17 de diciembre. Dicha junta se formó en septiembre de 1808 en Aranjuez y fue un órgano que ejerció los poderes ejecutivo y legislativo durante la ocupación napoleónica de España. Lo componían representantes de las juntas que se habían formado en las provincias españolas. De Sevilla partiría a la Real Isla de León en enero de 1810.
 
Este batallón de Toledo fue el embrión de la Academia Militar de Sevilla. Para que comprendamos la calidad de los integrantes de la unidad de Gregorio estaba el futuro Regente de España durante la minoría de edad de Isabel II y líder del Partido Progresista Baldomero Espartero.


Conde y Ortiz de Taranco fue ascendido a sargento segundo en 1809. El avance francés empujó al Ejército de Extremadura -donde estaba integrado el Batallón de Estudiantes de la Real Universidad de Toledo- a la isla de León. Será el momento en que nuestro menés fuese transferido al Regimiento de África. En 1810 asciende a subteniente. El 5 de marzo de 1811 tomó parte en la batalla de Chiclana y, a continuación, en la defensa de la isla de León, en la expedición y desembarco en Almería, en el ataque a la Venta del Baúl (Granada) y, en el mes de diciembre, en el sitio y fractura de la línea de Valencia formando su unidad parte del segundo ejército de la derecha español. Su suerte se terminará en enero de 1812 cuando capituló la ciudad ante el mariscal francés Suchet y a Gregorio lo trasladaron a un campo de prisioneros en Francia.
 
El avance de los reinos coaligados hacia Francia y el derrumbe del estado napoleónico permitió a Gregorio fugarse en febrero de 1814 y unirse al ejército aliado ruso. A su regreso a España se reincorporó al ejército con el empleo de subteniente de su antiguo Regimiento de África. Entre octubre de 1816 y junio de 1820 defendió la plaza de Ceuta. De ahí pasó a la Península al Regimiento Provisional de la Princesa. En 1823, a las órdenes del mariscal de campo Juan Downie Forrester -un escocés que vino con Wellington y que fue ascendido por Fernando VII- Gregorio defendió, en Sevilla, las vidas de la Familia Real frente al gobierno del “Trienio Liberal”. Fue apresado en el Real Alcázar; se fugó; y participó, el 13 de junio, en el levantamiento de Sevilla en apoyo del Rey y contra el régimen constitucional. Formó parte de la turba del día 16 en el ataque del puente de Triana contra las tropas del liberal general López Baños.

 
Y tras analizar estos años de la vida de Gregorio y rastrear la prensa nos encontramos a un Gregorio Conde que, en 1821, firma un documento a favor del gobierno como miembro del Regimiento de África. Tras las firmas de muchos militares el texto terminaba: “Lagrimas de ternura derramamos al ver el puro y desinteresado patriotismo de todos los ciudadanos militares; ¡facción liberticida confúndete en el polvo, ó huye de un suelo en donde no se oye más grito que el de constitución ó muerte!” ¿Seguía en el regimiento de África y no en el de la Princesa? ¿Mutó de constitucionalista a absolutista en tres años? ¿Era un militar acomodaticio? ¿Había varios Gregorios Conde?
 
Lo digo porque en Jimena de la Frontera (Cádiz) hubo un levantamiento liberal el uno de agosto de 1824. Conde y Ortiz de Taranco, al mando de seis hombres, arrolló a los antifernandinos y los dispersó. ¿Fue recompensado? ¡Claro! Obtuvo la Cruz de San Fernando de primera clase. Un año más tarde le sería permutada por la Cruz de segunda clase laureada. En diciembre de ese año ingresó en el tercer Regimiento de Granaderos de la Guardia Real de Infantería con el empleo de capitán. Una carrera meteórica a la sombra del poder de la década ominosa.
 
Tras la muerte de Fernando VII, y a pesar de su perfil absolutista, como otros muchos militares se mantuvo fiel a la reina regente y luchó contra los carlistas en la guerra de 1833 a 1840. No sé si se mantendría en el último regimiento mencionado por tres razones: no parece probable que la Guardia Real fuese al frente de guerra; la regente y sus cortesanos mantendrían alejado de ciertos puestos a un “persa”; y le situamos en la retirada de Hernani a San Sebastián, el 13 de mayo de 1835, cuando se le concedió el empleo de primer comandante y la Cruz de segunda clase, laureada, que le sería concedida por Real Orden de 30 de diciembre de 1844, una vez superado el obligado juicio contradictorio. Vemos un Gregorio Conde combatiendo en territorio foral contra los carlistas en la zona de Arroyabe el 31 de agosto de 1836. El texto da a entender que estaría encuadrado en una de las siguientes unidades: regimiento de infantería de San Fernando, el tercero ligero y el de la Reina.

 
Siendo primer comandante graduado de coronel y estando en situación de retirado en Madrid, por Real Orden de 17 de marzo de 1845, se le concedió una pensión de 10.000 reales anuales por estar en posesión de dos Cruces laureadas. Tendría, entonces, unos 53 años. Siguiendo el rastro de la prensa nos encontramos un militar homónimo que cobra del Tesoro Público de Madrid por los servicios prestados en la fecha de 1856. En este caso, de ser nuestro hombre, tendría 64 años de edad que no resultaría extraña.
 
No hemos encontrado la fecha de su muerte ni su estado civil ni si tuvo descendencia.
 
 
 
 
 
Bibliografía:
 
Real academia de la Historia.
Diario Oficial de Avisos de Madrid.
Periódico “El español”.
Periódico “El eco del comercio”.
Periódico “El espectador”.
Gaceta de Madrid.
 
 
 

domingo, 22 de octubre de 2023

Las cartas de guerra del Coronel Frazier.

 
Estamos en una trepidante persecución por parte del duque de Wellington, nombrado por la regencia, el 22 de septiembre de 1812, como Generalísimo de los Ejércitos Españoles. Para que vean que no solo con Fernando VII fueron miopes históricos los de Cádiz. Casi todos los generales patrios lo aceptaron salvo Ballesteros, comandante en jefe del cuarto ejército -el de Andalucía-, que fue depuesto por la regencia y deportado a Ceuta. Arturo Wellesley -duque de Ciudad Rodrigo, Grande de España, portador de la Gran Cruz de San Fernando y de la Orden del Toisón de Oro- al mando de un heterogéneo ejército de ingleses, portugueses, alemanes y españoles fue limpiando de franceses las tierras de Portugal y de la España peninsular. Algunos dirán que también limpiaron otras muchas cosas.

Augustus Simon Frazer
 
Uno de los oficiales de este conglomerado sometido a los ingleses era Augusto Simón Frazer quien era coronel de la Royal Horse Artillery o Artillería real montada. Inglés, por supuesto. Este caballero nació el 5 de septiembre de 1776 en Dunkerke, su padre era Andrew Fraser, coronel del cuerpo de Ingenieros y su madre Charlotte Darnfold. Con 14 años entró en la Royal Military Academy de Woolwich, donde el 18 de septiembre de 1793 alcanzó el grado de teniente en el Real Regimiento de Artillería.
 
En enero de 1794, como teniente del tercer Regimiento de guardias, participó en la campaña contra los franceses en Flandes bajo el mando del duque de York. En mayo de 1795, regresó a Inglaterra y fue destinado a la Royal Horse Artillery. Participó en la expedición al norte de Holanda, capitán en 1806 y comandó la Royal Horse Artillery en la invasión de Buenos Aires. En 1811, con la misma competencia con que él y los demás ingleses habían atacado los Virreinatos españoles atravesaron a sangre y fuego la península Ibérica en su lucha contra los franceses. En ese momento ya era comandante de la artillería a caballo del ejército británico, participando en las batallas de Salamanca, Burgo de Osma y Vitoria. Un inglés más centrado en el bien de su Corona. Nada memorable para nosotros si no fuese porque dejó escritas unas memorias sobre la “Peninsular War” -nuestra “Guerra de la Independencia”- publicadas por su esposa en 1859 Emma Lynn. Y por ellas sabemos que su unidad pasó por Las Merindades.

Real artillería montada
 
Describamos la situación del avance inglés y español en esos momentos. El día 11 el general Álava envió desde el cuartel general de Melgar de Fernamental un pequeño destacamento a Longa, que se encontraba en el valle del Nela, más allá del Ebro. Recalquemos que este río debía ser atravesado por las columnas de Wellington. Nada fácil en un ejército tan voluminoso y por un terreno tan escabroso. Se trataba, pues, de alcanzar el centro de Las Merindades antes que los franceses bloqueasen los accesos a través del Ebro. Tras el combate del río Hormaza, los ejércitos del rey José iniciaron su repliegue hacia La Bureba la noche del 12 de junio. Al objeto de poder reunir víveres se dispersaron delante del desfiladero de Pancorbo, con la intención de volverse a concentrar tan pronto como atacara Wellington.
 
Las cuatro columnas aliadas principales marcharon hacia el noreste para cruzar el Ebro por tres pasos diferentes. Alcanzaron el río el 14 de junio; al día siguiente, cuando la mayor parte de la fuerza lo había cruzado o estaba a punto de hacerlo, la caballería francesa envió unas patrullas de reconocimiento y descubrió la maniobra de Wellington. El alto mando imperial supuso, por ello, que las columnas aliadas se dirigían hacia Bilbao para seguir desbordando las posiciones francesas.

Infantería española
 
Recojamos en este punto las experiencias de Augusto Simón Frazer tras la voladura del castillo de Burgos y el abandono de esta ciudad por José Bonaparte -José I- el 13 de junio de 1813. En concreto partimos desde los párrafos escritos el 15 de junio a las 14:00 horas.
 
“Reanudo mi relato inacabado. Escribo ahora desde Valdenvieda (¿Valdenoceda?), un pueblecito situado junto al Ebro, en un valle rebosante de frutales y maíz. Marchamos esta mañana poco después del amanecer, y hemos pasado por un país muy abierto y salvaje. El camino desciende hacia el Ebro a través de un abismo rocoso entre dos montañas; al principio parecía tembloroso, y me pareció peor que ninguno de los que había visto: pero nunca podré contar nada parecido a una historia conectada si no vuelvo a nuestra visita a Burgos el día 13”. Que nosotros nos la saltamos. Anotemos también que los nombres de las poblaciones son un problema porque este coronel no se preocupó de anotarlos correctamente y los refleja, literalmente, como le suenan. Eso sí, el valle rebosante de frutales y maíz es, evidentemente, el Valle de Valdivielso. No lo cuenta, pero entendemos que quizá conociese Puente Arenas y El Almiñé al descender por el camino del Pescado, ruta de la Sal o calzada de El Almiñé.

Puente Arenas
 
Sigamos: “Salimos de Burgos a eso de las tres y nos dirigimos lo más aprisa que pudimos a Villadiego, adonde llegamos a eso de las siete, muy contentos de haber visto la roca en la que, como dijo Bonaparte, se habían estrellado las fortunas de la última campaña. Ayer pasé un día muy agradable en casa del mariscal Beresford. Tuvimos una excelente cena, servida en una soberbia vajilla. La mesa del mariscal es considerada la mejor del ejército; según nos han dicho, está provista por la Regencia de Portugal. Nuestro grupo era de ocho personas, y nada podía ser más agradable.
 
Todavía no he cruzado el Ebro, pero me he contentado con mirarlo. Las tropas se agolpan ahora en el desfiladero; un caballo cayó por el precipicio y murió (Debemos entender que habla del cañón de Los Hocinos). Hubo tal alboroto de cañones, dragones, infantería y equipajes que parecía que había vuelto el caos. En medio de la confusión nos entretuvimos viendo a los hombres subirse a los cerezos, de los cuales encontramos todo a la vez con un gran número. Nunca hubo transición más rápida; todo sobre rocas y estéril, todo en el valle exuberancia y abundancia. Si se dan cuenta hoy en día el cambio entre el páramo de Masa y el valle de Valdivielso produce la misma sensación.

Iglesia de Valdenoceda
 
Cuando veníamos anoche de casa del mariscal (entiendo que se refiere a Beresford de Villadiego), nos encontramos con el mayor Buckner, de la artillería, que acababa de llegar al ejército. Una persona recién llegada es como un hombre caído de las nubes, así que le di a Buckner una cama, y le puse en camino esta mañana hacia San Martín, en cuyo puente la tercera división de infantería cruzará hoy el Ebro. Estamos cerca del Puente Arenas; mañana veremos a todo el ejército en la orilla izquierda del Ebro”. San Martín de Humada podría ser un lugar donde envió a Buckner si no fuese porque está algo alejado del cauce del Ebro. Tampoco San Martín de Porres. ¿Quizá es la advocación de un pueblo? Puente Arenas tiene la de Santa María hoy. O ¿quizá San Martín de Elines en Valderredible? ¡Ni loco! También podría referirse a San Martín de Hoz de Valdivielso, o de Panizares, o de Quecedo o de Quintana de Valdivielso que están en este valle. Aunque, seguramente, se refiere al barrio de Valdenoceda tal y como apuesta Ricardo San Martín Vadillo y señala María del Carmen Arribas Magro. Además, es la población aledaña a Los Hocinos, cerca de Puente Arenas y parece un destino lógico.

Los Hocinos
 
La carta LIV la escribió desde Medina de Pomar el 16 de junio de 1813. Empieza declarando que “nunca hubo un valle tan romántico como en el que estuvimos ayer (Valdivielso); nuestra marcha de hoy acaba de sacarnos de él. Después de escribir ayer di un largo paseo con Dickson. No puedo imaginar nada más hermoso; lo habría llamado el valle feliz si mi esposa, mis hijos y otros amigos hubieran estado allí. Vemos que el paso del Ebro se hizo sin problemas y que las cartas no parecían estar destinadas a su esposa. Éstos no estuvieron, pero rosas, madreselvas y mirtos perfumaron nuestros pasos; habas, guisantes y legumbres de todas clases, en profusión. El valle tiene una legua y media de longitud, y contiene catorce aldeas. Está limitado a ambos lados, y casi en ambos extremos, por escarpadas montañas. Salimos de Valdenoreda -Valdenoceda, evidentemente- esta mañana poco después de las cuatro. Enviamos el equipaje antes, para pasar por el puente antes de que se llenara de tropas, y vadeamos el río en una parte donde es muy rápido. A lo largo de una legua, nuestro camino discurrió junto al río, que atraviesa un barranco formado por los más audaces riscos, cubierto en muchos lugares de árboles y arbustos tan exuberantes que uno no puede menos de preguntarse cómo pueden crecer allí. Los Hocinos.
 
En este momento he ido a ver pasar a la primera división. Es parte del cuerpo de Graham, y no la había visto últimamente. Los hombres tenían buen aspecto. Las curiosas figuras de la dama y otros seguidores, de todas las divisiones, son indescriptibles. No pude evitar observar que la única cara sonriente que pasaba era la de una niña de tres o cuatro años; la niña estaba atada a un asno con una cuerda, y se divertía jugando con el extremo de la misma.

Medina de Pomar
 
Por primera vez en la Península he oído hablar bien de los franceses; 4.000 de ellos estuvieron aquí (Medina de Pomar) la semana antepasada; un hombre de aspecto respetable me acaba de decir que el general francés al mando (D'Aroux le llamaba) era un hombre excelente, y que había puesto centinelas en todas las casas de vino, y mantenía a las tropas en orden. Aquí había tres generales y una división. La mayoría de las casas estaban cerradas cuando entramos, y todos los rostros parecían tristes. Mi alojamiento es en una casa deshabitada; estaba cerrada, pero la mujer de la casa me trajo la llave, y fue muy cortés. Poco sabemos del enemigo en este momento, por extraño que parezca, no estamos seguros de quién comanda su ejército: si el mariscal Jourdan o el General Cazan; José Bonaparte es, por supuesto, el comandante nominal, pero meramente nominal.
 
El enemigo está indeciso, sus planes parecen desconcertados por nuestro repentino avance. Sabemos que está angustiado por las provisiones. Todo el maíz seco del pequeño valle que dejamos hoy (Valdivielso) ha sido llevado a Breveisca (Lease “Briviesca”). El país adyacente probablemente ha sido igualmente drenado. Creemos que Miranda y Vitoria serán abandonadas por falta de provisiones, y es posible, si podemos avanzar rápidamente, que Pampeluna (Pamplona) no reciba una guarnición por falta de suministros. Sabemos, por una carta interceptada, que el enemigo tiene grandes temores a causa de Pampeluna (Pamplona), y que sus dificultades con respecto a los suministros son muy graves; nuestros propios suministros pueden ser limitados, aunque esperamos que se pueda establecer una comunicación abierta con Santander, a sólo catorce leguas de aquí (El cálculo de esta distancia es errónea si, como supongo, emplea la legua imperial de 4`8 km.). La Guerrilla de Longa, con 4.000 hombres, está cerca; Mendizabel también lo está. Espoz y el Empecinado están en Aragón; los dos últimos se han visto obligados a retirarse rápidamente. Se dice que una de las columnas de O'Donnel (de 15.000) viene del lado de Madrid; tal es nuestra situación actual. Parte de nuestro ejército ha sufrido privaciones parciales, pero nunca ha carecido de pan más de uno o dos días, y estos casos han sido raros, y posiblemente han ocurrido más por falta de previsión que de medios de transporte. La calle (de Medina de Pomar) bajo mi ventana está atestada de mulas, y hay ruido y bullicio suficientes para trastornar la cabeza más sensata... Adieu”.

 
No terminó ahí sus referencias a Las Merindades, sino que su carta LV estuvo también fechada en nuestra comarca. Casi a la salida de la misma porque fue en Berberana el 18 de junio de 1813 y a las 21:00 horas. Procedamos:
 
“Hemos estado completamente ocupados desde el mediodía hasta las 7 p.m., y una tarde más fría rara vez se produce en noviembre en Inglaterra; viento del norte, con lluvia ocasional. Marchamos esta mañana desde San León (¿San Pantaleón? Vemos que no nos cuenta al detalle sus movimientos como si de un diario se hubiese tratado. Lo cual resulta una pena porque nos deja sin contar su desplazamiento desde Medina de Pomar hacia San Pantaleón de Losa. ¿Visitó Medina? ¿Subió a ver el Atlante de San Pantaleón? ¿Por qué caminos pasó?), y pensamos en poco más que tomar nuestros cuarteles tranquilamente aquí, pero el enemigo debe necesariamente disputar el punto, y mostrando cerca de 16.000 hombres, nos obligó a tomarnos la molestia de hacerle retroceder. Los franceses son compañeros galantes y realmente hacen bien su parte (¡Anda que no es engreído en inglesito!). El asunto de hoy fue cerca de Osma (una población de Álava junto a Berberana), a una milla y media. Hubo muchos disparos, pero pocas pérdidas por ambas partes. La primera vez que vimos al enemigo, cerca de Osma, volvió a la carga, mostrando seis escuadrones y otros tantos batallones, pero de repente regresó con extrema vivacidad y se convirtió en atacante a su vez. Esto fue probablemente para descubrir nuestra fuerza; sin embargo, no nos encontró de ninguna manera dispuestos a girar, y se retiró de nuevo. Nuestra división ligera fue destacada esta mañana temprano para tratar de cortar el paso a algunos batallones enemigos que regresaban a través de las montañas hacia Espejo. 

Tumba de Augustus Frazier

La división se encontró con tres batallones cerca de Villa Neuva (¿?), a media legua de Espejo: cargó contra un batallón, tomó unos 200 prisioneros y el equipaje de los otros dos batallones. Ni los detalles de este asunto, ni los del nuestro de hoy, se conocen claramente en este momento, pero escribo por si no tengo otra oportunidad. En efecto, sospechamos que el marqués enviará una relación de su paso por el Ebro. Orduña es nuestra por las operaciones de hoy; nuestro movimiento para mañana no se conoce todavía”.
 
 
Bibliografía:
 
“Cartas de Sir Augustus Simon Frazer, KCB, comandante de la artillería real a caballo durante la Campaña Peninsular y Waterloo”. Publicadas por su esposa.
Historia militar de San Sebastián.
Real Academia de la Historia.
“En vísperas de la Batalla: estrategias y planes operativos”. José Pardo de Santayana. Sobre la batalla de Vitoria.
“Viajeros por Las Merindades”. Ricardo San Martín Vadillo.
“Las Siete Merindades de Castilla Vieja. Valdivielso, Losa y Cuesta Urría”. María del Carmen Arribas Magro.
 
 

domingo, 20 de noviembre de 2022

Perseguido por “robapán”.

 
La Guerra de la Independencia española, dentro del ciclo de las guerras napoleónicas, propició la aparición de un formato literario que llamaríamos “memorias de soldados” que recogían sus impresiones sobre nuestra primera guerra patria del siglo XIX. Claro que salpimentado con anécdotas y observaciones acerca de las tierras y gentes donde éstos se desarrollaron. Bien es cierto que no son relatos históricos porque, este género tiene su buena cantidad de imprecisiones. Distinguiríamos, por ello, dos tipos de viajeros: los “notariales” que se limitan a dar testimonio de lo que ven o creen haber visto; y los “turistas” que confunden adrede lo que han visto con lo que, consciente o subconscientemente, hubieran deseado ver.

 
Un factor que nos dejan las “memorias de soldados” es las muestras de camaradería entre ellos. Un camarada era un miembro conocido de unidad militar, del batallón, de la sección… Era el elemento básico de solidaridad entre la tropa. Más profundo era el “fellow”, un compañero-amigo, a quien se le podía confiar la vida. La amistad se originaba al cobijo de la vida cotidiana en los campamentos o en las largas y difíciles marchas a través de los caminos y montes de la Península: compartir enseres habituales, raciones de alimentos, compartir el ocio y conversaciones, las guardias y salidas vivaqueras. Y la fidelidad religiosa, en especial católicos británicos, a modo de lazo de defensa mental dentro de sus propias filas.
 
Incidimos en “el reparto de la comida”, donde lo más frecuente en el inicio de una amistad duradera era el reparto voluntario entre hombres de confianza de los alimentos que tenían. Al respecto, las raciones reglamentarias dentro del Ejército Británico eran abundantes, pero poco apetitosas, monótonas y no muy nutritivas. Estaban basadas en grandes cantidades de un tipo de galleta de cereal, combinadas con legumbres y hortalizas. Además, los productos de mejor capacidad nutritiva iban a parar a los hombres de graduación y rango más altos, con las consecuentes derivaciones en cuanto a vigor y capacidad de aguante en lo cotidiano y, posteriormente, en situaciones de combate de la tropa. El rancho fraguaba amistades dado que son múltiples los casos de soldados veteranos ofreciendo algún trozo de pan de centeno, galletas de cereal o incluso trozos de carne a los soldados novatos que no solían preservar bien sus alimentos. También encontramos amistades surgidas en la obtención de alimentos o en la información de localización de huertas o establos. Paralelamente hemos de reseñar que, si bien el Ejército Británico se autoabastecía con sus propias viandas (siendo prácticamente las únicas fuerzas armadas mínimamente eficaces en tal tesitura logística), en cuanto existía escasez entre las tropas la reacción inmediata era doble: la compra y el saqueo, bien de granjas y huertas, bien de poblaciones civiles enteras.

 
Por supuesto, había otros factores que aunaban amistades como el alcohol, el cuidado de los enseres de los compañeros, el compartir guardias de regimiento o batallón mientras los compañeros descansaban -que, además se hacían en pareja-, o el redistribuirse el peso durante las marchas (con casi 45 kilos de macuto a las espaldas, entre provisiones, enseres y munición).
 
Todo esto lo podemos ver reflejado en la traducción de la obra “Portrait of a soldier” del Private Edward Costello, del nonagésimo quinto de Rifles:
 
“Tras algunas escaramuzas y cañoneos (los franceses) prosiguieron su retirada hacia Burgos. A la mañana siguiente nos sobresaltó una tremenda explosión, que en un principio indujo a muchos de nuestros hombres a pensar que se trataba de un terremoto, hasta que comprobamos que se debió a la explosión de una mina, con la que los franceses habían destruido el castillo y algunos de las obras de la localidad de Burgos.

 
El 16 de junio (de 1813) pasamos por el bonito y pequeño pueblo de Medina de Pomar, y acampamos al otro lado de él, cerca de la orilla de un gran río (¿Río Trueba? ¿Río Nela?). En esta marcha sufrimos mucho por la deficiencia de suministros de la comisaría, como raciones que rara vez recibimos. Yo y uno o dos más, con unos pocos centavos, decidimos partir a escondidas, ya que no se nos permitió movernos de nuestro campamento, y comprar pan en un pequeño pueblo que vimos al otro lado del río, que vadeamos sin ser vistos, y entramos en el pueblo. Allí, sin embargo, la alarma de la gente se hizo muy grande ante nuestra aparición, y no queriendo aparentemente tener ningún trato con nosotros, pidieron un precio inmenso por el pan. Irritados por esta conducta y empujados por el hambre, tomamos un pan cada uno y arrojamos el precio habitual en el país. Al ver que estábamos todos totalmente desarmados, porque ni siquiera teníamos nuestras armas individuales (fusil y bayoneta), la gente empezó a protestar contra nosotros y tuvimos que correr por nuestra seguridad. Hicimos esto, llevando los panes con nosotros, hasta que fuimos alcanzados por algunos campesinos de pies ligeros armados con cuchillos y garrotes. Puesto que nuestras vidas estaban en peligro por el pan tan caro obtenido, nuestro grupo recurrió a las piedras para defenderse. "Muerte a los perros ingleses". “Matad a los perros ingleses”, era el grito generalizado de los españoles, mientras blandían sus navajas. Evidentemente, estaban a punto de precipitarse sobre nosotros, por lo que mis propias aventuras personales y las de mis compañeros, con toda probabilidad, se habrían terminado en el acto, cuando varios hombres de los regimientos 43 y 52, pertenecientes a nuestra división, volvían corriendo, como nosotros, tras buscar comida entre los españoles.

 
Apenas habíamos escapado del ataque de los españoles y llegamos a la orilla del río, cuando el general sir Lowry Cole se acercó al galope con parte del estado mayor, que de hecho podría denominarse la policía del ejército. "¡Hola! ustedes, bribones saqueadores de la división ligera, ¡deténganse! " fue la orden del general, mientras se levantaba las gafas que usaba de la sien. Nos quedaba un único recurso, que era zambullirnos en el río, que en esa parte era muy profundo, y cruzar a nado con el pan entre los dientes. Nos lanzamos de inmediato, cuando Sir Lowry, en un tono agitado, que honraba su corazón, gritó: “¡Vuelvan a la orilla, hombres, por el amor de Dios, se ahogarán! Vuelvan y no les castigaré ". Pero los temores del general eran innecesarios; pronto salimos en el otro lado.
 
Al llegar a nuestro campamento nos encontramos con que habían pasado lista varias veces y que nos habían puesto “ausentes sin permiso”; pero tuvimos la suerte de escapar con una leve reprimenda.
 
No puedo dejar de hacer aquí algunas observaciones con referencia a los hombres que componían nuestro batallón en la Península. El lector podrá imaginarse que aquellos hombres, que tenían la costumbre de buscar comida después de un día de marcha, no eran más que soldados indiferentes. Permítame, con algunas pretensiones del nombre de un veterano, corregir este error e informar al lector, que estos fueron los mismos hombres cuya valentía y atrevimiento en el campo excedieron con creces los méritos de sus camaradas más tranquilos en el cuartel.

 
Se podría decir que nuestros hombres, durante la guerra, se componían de tres clases. Uno era celoso y valiente hasta la devoción absoluta, pero que, además de sus "deberes de lucha", consideraba como un derecho una pequeña indulgencia; la otra clase apenas cumplía con su deber cuando estaba bajo la mirada de su superior; mientras que el tercero, y me alegra decirlo, el más pequeño con mucho, eran merodeadores y cobardes, su excusa era la debilidad por falta de raciones; se arrastraban hacia la parte trasera y rara vez se les veía hasta después de que se había librado una batalla…”
 
Vale, ya hemos visto lo que hace este muchacho hambriento en Medina de Pomar. Pero, ¿Quién es este soldado? Es Edward Costello, del nonagésimo quinto regimiento de rifles del ejército británico, nació en Mountmellick (Irlanda) en 1788, se unió a la Milicia de la Ciudad de Dublín en 1805 y al primer batallón del regimiento comentado en 1808, con veintiún años, mientras era zapatero. Su batallón se embarcó en mayo de 1809 rumbo a la Península Ibérica. Su compañía estaba al mando de Pete O'Hare, el capitán principal del primer Batallón, por lo que pronto estuvo en la lucha. En marzo de 1810 participó en la escaramuza de Barba del Puerco, donde cuarenta y tres soldados del nonagésimo quinto mantuvieron a 600 infantes ligeros franceses durante media hora antes de ser reforzados. Fue herido en la Acción del Río Coa en julio del mismo año.

 
En 1812 sobrevivió al asalto de Ciudad Rodrigo y Badajoz y fue galardonado con la medalla de regimiento "Esperanza Desamparada". Al final de la guerra, debió haber estado con el 2/95 o el 3/95, ya que el 1/95 -el suyo- no estuvo presente en la Batalla de Orthez. Recibió la Medalla de Servicio General Militar con 11 broches: Busaco, Septiembre 1810; Fuentes d'Onor, Mayo 1811; Ciudad Rodrigo, Enero 1812; Badajoz, Abril 1812; Salamanca, Julio 1812; Vitoria, Junio 1813; Pirineos, Julio 1813; Nivelle, Noviembre 1813; Nive, Diciembre 1813; Orthes, Febrero 1814; Toulouse, Abril 1814.
 
También estuvo en la campaña de Waterloo de 1815. En la Batalla de Quatre Bras estaba en el acto de apuntar a unos escaramuzadores franceses cuando una bola golpeó su dedo en el gatillo, arrancándolo y girando el gatillo a un lado. Su batallón perdió más hombres el 16 de junio que el 18 de junio en la batalla de Waterloo. Regresó con su batallón a Waterloo y luego continuó hacia Bruselas, donde finalmente le curaron la herida.

 
El 26 de mayo, Costello fue ascendido a cabo, rango que mantuvo hasta su baja del ejército en 1819. Se reenganchó en 1836, cuando se alistó como voluntario, a los 47 años, en la Legión Auxiliar Británica de la Reina Isabel II, combatiendo en la Primera Guerra Carlista. Fue nombrado teniente y reclutó a 500 veteranos de la Guerra de Independencia como regimiento de fusileros del séptimo de Infantería Ligera. Una vez en España, fue ascendido a Capitán. A los pocos meses de su llegada a España volvió a ser herido e, inválido, retornó a Inglaterra. Por este servicio fue galardonado con la medalla de la Legión Británica en España 1835-1836. Dos años más tarde obtuvo un puesto como Yeoman Warder en la Torre de Londres -el conocido Beefeater-, cargo que ocupó hasta su muerte en 1869 a la edad de 84 años.
 
La autobiografía de Edward Costello se encuentra entre las mejores escritas por la tropa. “Adventure of a Soldier” se publicó en 1841, pero una gran parte, compuesta poco después de su regreso de la Guerra Carlista, apareció por primera vez en forma serializada en el United Service Journal de Colbourn de 1839-1840 como las Memorias de Edward Costello. Una segunda edición del libro se publicó en 1852.

 
El regimiento donde luchó Edward, el nonagésimo quinto de rifles, era una unidad de las que hoy llamaríamos “de élite” que vestía un característico uniforme verde oscuro adornado con cuero negro, alejado de las tradicionales casacas rojas inglesas. Costello comentó que “me encantó la apariencia elegante de los hombres con su uniforme verde”. Claro que esta peculiaridad en sus colores los llevaba a recibir “fuego amigo”. Pero lo que destacaba de este regimiento no era su uniforme -un primer intento de camuflaje- sino su entrenamiento, tácticas y dirección. Fue la plasmación de la experiencia de las guerras americanas (Guerra Francesa, Guerra de los Siete Años y la Revuelta de sus colonias americanas) donde las tácticas de sigilo, puntería y formaciones abiertas tenían mucho peso en la guerra.
 
Actuando sobre esta experiencia y recibiendo la aprobación del duque de York (el jefe del ejército británico), el coronel Coote Manningham estableció un “Cuerpo Experimental de Fusileros” en 1800 en Horsham Camp, Inglaterra. Este regimiento se formó tomando tropas de los otros regimientos del ejército. Más tarde, este método fue reemplazado por el método tradicional de reclutamiento en las tabernas. En la Guerra de Independencia la misión de esta unidad fue enfrentarse a los escaramuzadores franceses y evitar que estos se enfrentaran a las líneas británicas. Armados con el rifle corto calibre 62 Baker, con miras para 90 a 250 metros y más precisión que los tiradores franceses armados con fusiles. Como los franceses, los soldados de este regimiento tenían la misión de eliminar en las batallas a los oficiales franceses, suboficiales, tambores (que estaban acostumbrados a transmitir órdenes) y artilleros. Los fusileros formaban una pantalla frente a los campamentos del ejército para detectar ataques sorpresa. Los fusileros fueron entrenados para disparar detrás de la cubierta en posiciones de pie, de rodillas, boca arriba y boca abajo. Sin embargo, la velocidad de disparo de un rifle era de un disparo por minuto frente a los tres disparos por minuto de un mosquete. La razón de la recarga lenta fue que los fusileros usaban una bola parcheada que tenía que ser golpeada por el orificio para asegurar que el proyectil encajara firmemente en el cañón.

 
Sin olvidar la bayoneta de 59 centímetros de largo que estaba fijada al costado de la boca del arma. La longitud de la bayoneta se utilizó para compensar la longitud más corta del rifle. El peso de la bayoneta de la espada hizo que el rifle fuera pesado en la boca y afectó la puntería del arma. El uso práctico de la bayoneta era cortar leña, trinchar carne y limpiar la maleza para acampar. El fusilero tenía una caja de cartuchos para llevar 52 cartuchos, una bolsa de bolas para 30 bolas sueltas, un cuerno de pólvora para contener la pólvora finamente molida, morral (bolsa de pan), cantimplora y mochila. La mochila británica resultó tan incómoda durante la marcha que los fusileros buscaron las mochilas francesas y las utilizaron siempre que fue posible.
 
Con todo esto pueden hacerse una composición clara de lo que fue Edward Costello y su bagaje cuando salía corriendo de Medina de Pomar hacia la vega escapando de los enfadados habitantes del lugar.
 
 
 
Bibliografía:
 
“Memorias de guerra y crónicas de viajeros, dos visiones de la Guerra de la Independencia y de Andalucía”. Marion Reder Gadow y Pedro Luis Pérez Frías.
“Los Hombres de Wellington: “Amigos en el Averno”. La amistad, conjunto emocional de supervivencia entre las tropas británicas. España y Portugal, 1808-1813”. José Gregorio Cayuela Fernández.
“Viajeros por Las Merindades”. Ricardo San Martín Vadillo.
“Portrait of a soldier”. Private Edward Costello, 95th Rifles.

domingo, 6 de noviembre de 2022

Un menés Patriota y Persa.

  
Hablaremos de un militar que en una guerra civil –una de tantas a las que los políticos nos han empujado- optó por el candidato perdedor y, por tanto, por el “malo”. Supongo que es una consecuencia de la política sobre sentimientos y no sobre necesidades. ¡Venga! No nos desviemos. El protagonista del día nació en Sopeñano (Valle de Mena, Las Merindades) el treinta de marzo de 1787, un año antes de la muerte del rey Carlos III. Fue bautizado con el nombre de Francisco Vivanco y Barbaza-Acuña. Ingresó en el Ejército como sargento voluntario –otras fuentes dicen que como cadete- el 25 de mayo de 1808 en el regimiento de Infantería de Auria de Valencia que estaba al mando de Vicente González Moreno para luchar contra la invasión francesa.
 
Al principio anduvo mucho porque su regimiento marchó a Cataluña pero en Tortosa recularon y terminaron en Bonache de Alarcón donde supieron de la victoria de Bailén. Entonces enfilaron camino de Zaragoza para romper el primer sitio de la ciudad pero los franceses se retiraron antes de su llegada. Los españoles tenían deseos de sangre y caminaron tras ellos alcanzándolos entre Tudela y Alfaro el 20 de agosto de 1808. Pero como los franceses se reforzaron el regimiento de Auria desanduvo el camino hacia la capital aragonesa. Acto inútil.

 
Su unidad fue destacada en Tudela para enfrentarse al refuerzo de 90.000 soldados franceses que había llegado. Estando el Regimiento en Egea de los Caballeros salió Vivanco con una comisión para Zaragoza de cuyas resultas ascendió a Teniente del Batallón ligero de voluntarios de Jaca el primero de Enero de 1809. Se encargó de llevar a Zaragoza dos piezas de artillería desde Jaca lo que le permitió participar en la acción de la villa de Leciñena el 18 de enero. Junto a otros dieciséis hombres se ofreció voluntario para retrasar el avance francés siendo el único superviviente del grupo. En Jaca le habían dado por muerto pero al verle aparecer el Coronel organizó una comida a todos los Oficiales del Batallón como celebración.

 
No permaneció mucho tiempo allí porque tras el enfrentamiento del Monte Oruel el 24 de febrero de 1809 sintió que los patriotas se rendirían y, por ello, escapa de sus líneas el 26 de febrero hacia Cataluña. En su biografía cuentan la anécdota de que, llegando empapado, se le quemó la ropa al secarla y tardó unos cuatro días en poder partir hacia Tortosa. En esta población se presentó ante el mayor General de la División de Aragón, Manuel Obispo, quien el 5 de marzo lo destinó, como Teniente, a la quinta Compañía del primer Batallón de voluntarios de Zaragoza. Esta unidad luchó en la acción de Valdealgorfa en 18 de abril de 1809 y en las de Valjunquera, Torre del Compte (Teruel), Beceite y Alcañiz. El 23 de mayo obtuvo una cruz de distinción.


Los combates siguieron por Aragón y, Francisco, tras la derrota de Belchite escapó a uña de caballo llegando a las once de la noche a la ciudad de Alcañiz. ¡De donde tuvo que huir al día siguiente! Los siguientes meses fueron de hambre, miseria y acciones de guerrilla junto a combates regulares. El Conde de La Bisbal, Enrique José O´Donnell, a principios de 1810, dispuso que la División pasara a operar al interior de Cataluña y en los campos de la ciudad de Lérida donde fue herido Francisco Vivanco. Por ello lo ascendieron a Capitán de Infantería. Y cayó prisionero.
 
Junto a otros prisioneros empezaron el recorrido hacia Francia pudiendo escaparse el 10 de Mayo de 1810 en la villa de Alcubierre (Huesca) y, tras avanzar por Aragón y ser ayudados por paisanos de zonas patrióticas y zonas de control francés como el pueblo de Escatrón donde le dejaron –a él y a los dos soldados que le acompañaban- una mula y un criado con todo lo necesario para alimentarse en el camino. Despacharon al criado a las dos horas de salir. El día 17 de mayo de 1810 se incorpora a la división de Palafox que le destina a la toma del castillo de Alcañiz, que sale mal, y Vivanco se refugia en Teruel. Finalmente, tras pasar por Valencia, se incorpora al Batallón primero de Voluntarios de Zaragoza, que estaba en Tarragona.

 
De la sartén a las brasas, diríamos, porque participó del sitio de Tarragona de 1811 donde estuvo destacado en el fuerte exterior de San Carlos. Fue herido de bala de fusil en la cabeza y su hagiógrafo cuenta esta historia de rencillas: “Pasó al Hospital de sangre que se hallaba en la Marina, para que el cirujano que se había negado acudir al recado que en el acto que fue herido le mandaron diciéndole pasase al mismo fuerte a hacerle la primera cura; por lo que al entrar Vivanco en dicho Hospital, le dijo al expresado cirujano: “Ahora para enmendar la plana puede usted ponerme alguna cosa que me perjudique”. Efectivamente, así lo hizo en aquélla primera cura, y desconfiando de su mala fe, se dirigió al Hospital de sangre de la plaza, y presentándose al cirujano mayor llamado López, le hizo una explicación de lo que le había ocurrido con el otro. Le levantó la cura del primero, y enterándose de lo que le había aplicado, le dijo: “Si no se le hubiera quitado a usted lo que le había aplicado el otro cirujano, no hubiera sido extraño que a las cuarenta y ocho horas hubiese usted ido a la Eternidad”.
 
Pasó al Hospital de Patriarca y, viendo la debilidad de las defensas, Vivanco se reunió con su Batallón en el fuerte de la Cruz. Cuando parecía todo perdido logró armar un contraataque con unos mil hombres acosando a una Compañía de Cazadores franceses. Y… ¡Vivanco, y el general Juan Courten, se rindieron! No llegaron a ser fusilados, eso sí. Pero no se quitaron el miedo a serlo hasta que empezaron a andar hacia Reus. A su llegada les amontonaron en la puerta del convento de San Francisco. No será hasta el tercer día que les dieron “los mendrugos de pan que quedan en los almacenes de provisiones para los ratones y la basura de las sardinas, y aún todo en pequeña cantidad, de cuyas resultas se atracaron de agua”. Nada extraño en esa guerra donde el trato a los prisioneros era terrible.

 
La siguiente noche fue en la iglesia de Cambrils. A la mañana anduvieron hacia el Perelló. Aquí tenemos otra muestra escrita de la fortaleza y honor de nuestro héroe cuando varios Oficiales se quedaron retrasados. Uno de ellos era Lapuerta, un Teniente de su Batallón de Zaragoza, a quien un dragón francés decidió matar por no mantener el ritmo. Vivanco amonestó al gabacho por faltar a todas las leyes divinas y humanas y le salvaron la vida al cargar, entre varios, con Lapuerta hasta acabar la jornada del Perelló.
 
El 21 de julio de 1811 llegaron a Tortosa y fueron recluidos, mandos y tropa, en uno de los calabozos del castillo grande que llevaba unos dieciséis años sin uso y que estaba lleno de porquería y ratas. Los oficiales se quejaron pidiendo que se tuviera “la consideración correspondiente a su clase”. Consiguieron que, acompañados de centinelas, pudiesen bajar cada dos horas a la ciudad cuatro o seis todos los días. Vivanco salió al paseo a los dos o tres días de haber llegado. Tuvo la suerte de hallar una familia conocida con la que pudo concertar su fuga. Esa misma tarde, con la excusa de recoger una camisa que le regalaba una señora, consiguió volver a salir. Todo se desarrolló en la plaza de Tortosa cuando su “centinela enemigo iba alejándose del punto en que se hallaba, Vivanco lo iba ejecutando al mismo tiempo con paso atrás sin quitar la vista de aquél, y en el momento que pudo conseguir llegar a la primera esquina, dio la vuelta, tomando por otra calle por la que salió a la plaza, y después de varias vueltas, logró llegar a la puerta de la casa de la señora con quien había hablado por la mañana, y encontrándola abierta, se entró en ella, y un cuarto bajo desde donde avisó, y al momento bajó la misma, y en el acto le cortó con unas tijeras las patillas, luego vino su marido y lo afeitó”. Esa noche lo trasladaron a una casa segura propiedad de un tío en la que estaban alojados dos oficiales franceses con los que Vivanco cenó. Digamos que esto redondeaba la frialdad y valor de nuestro protagonista.

 
Francisco marcharía de la ciudad vestido de estudiante en compañía del dueño de la casa y otro vecino, con la excusa de ir a cazar. Los tres avanzaron con un borrico, atravesaron el puente de salida sin problema e, incluso, cruzaron un Regimiento de Coraceros acampado en medio del camino. Nadie les preguntó nada. Lo que hace pensar –independientemente de lo que diga el relato de las aventuras de Vivanco- que no había mucho seguimiento de los fugados o que los controles de la población civil eran mínimos. Lo que lleva a la segunda derivada de pensar que si se fugó cuatro veces este muchacho no fue solo por su bizarría.
 
Vivanco hizo noche en la zona límite con Aragón, en una fábrica de papel, y al día siguiente salió, con un guía, en dirección a lo más elevado del puerto de Tortosa para entrar en Aragón. Era el único camino libre de franceses. Fue un viaje penoso que permite al autor de la biografía agigantar la figura del futuro carlista e insistir en que estaba protegido por la divinidad al sobrevivir a una serie de graves contusiones. Bien entrada la noche, llegaron a una masía cuyo casero conocía el guía. Le dijo a Vivanco: “Esta noche no duerme usted en cama, porque se quedaría tullido; le pondré a usted en un pajar y de este modo lo evitaremos y se quedará usted bueno” ¿Durmió sobre paja? No, colgado por debajo de los brazos.

 
De allí partió para Beceite (Teruel) donde se presentó al Coronel Ignacio Nicolau, puesto por los franceses, y -Vivanco- le dijo: “Sé las órdenes que usted tiene con respecto a los fugados del Ejército español y por lo mismo me voy a la fábrica de papel de mis patrones Barranco, de donde no saldré en unos cuantos días, y luego que me reponga un poco, seguiré mi derrota adonde Dios me ayude”. ¡Una muestra más de hombría! Nicolau le contestó: “Vaya usted sin cuidado que nadie le molestará a usted”. No duden que es mentira porque este párrafo permite mostrar la villanía y falta de palabra de los afrancesados. A los tres días, y a las tres de la mañana, un enviado de un sacerdote le chivaba que venían a apresarle por brigante y a fusilarlo. Sin tiempo para vestirse para el frío saltó a la nieve y malvivió hasta llegar a Ateca, a tres leguas de Calatayud (Zaragoza).
 
Allí se unió a la primera División española, mandada por el General Alejandro Basecoux, y como se hallaba en ella el tercer Batallón de su Regimiento, fue destinado en su misma clase a una de sus Compañías. Este Regimiento se movió por las provincias de Madrid, Mancha, Murcia y Valencia, hasta el 12 de Julio de 1812, que se halló en la acción de Caracuel (Ciudad Real), en la que Vivanco se distinguió con la segunda mitad de su Compañía de Granaderos, segundo de Badajoz, desalojando a los enemigos que se hallaban guarecidos en los pajares y castillo. Continuó las operaciones con su mismo Regimiento, y, en 1813, se puso a las órdenes del General Pedro Sarsdfiel, que mandaba la vanguardia del Ejército inglés en Cataluña, compuesta de seis mil infantes y quinientos caballos, todos españoles, con la que se halló en la acción de 6 de Enero de 1814, en el puente de Molins de Rey y en la de 23 de Febrero del mismo año en los campos de Barcelona. Por cierto, Vivanco era capitán desde 1813.

 
Tras liberar Barcelona las tropas del General Sarsdfiel avanzaron hacia la frontera de los Pirineos. Francisco Vivanco también se halló en la entrada a Francia el 23 de agosto del año de 1815, internándose hasta la villa de Pradés. Continuó en Francia hasta que se les ordenó para que retrocediera al Pirineo, y a los pocos días pasó a la ciudad de Vich, en donde permaneció hasta que recibió orden de ir de guarnición a Barcelona, en cuya ciudad permaneció hasta últimos de 1816, cuando salió con su Regimiento para Sevilla, desde cuyo punto fue Vivanco, con varios otros oficiales, en enero de 1817 destinado al Regimiento Infantería de Irlanda, en el que estuvo hasta su extinción, que se verificó en Málaga a mediados de 1818.
 
Vivanco, con el primer Batallón a que correspondía, tuvo entrada en el Regimiento del Rey, primero de línea, en la ciudad de Jaén, desde donde pasó a la de Almería. En este destino debió tener algún problema que no detalla el biógrafo que derivó en que lo destinaran al Ejército de Ultramar que se hallaba en Cádiz en mayo de 1819. Se le adscribió al Batallón ligero, segundo de Cataluña, que mandaba el primer Comandante Francisco Fernández Espadas, el que de acuerdo con el Subinspector Brigadier Gaspar Blanco, le dio la Compañía de Cazadores. No estuvo a gusto y tuvo un trato frío con todos los Oficiales, excepto el primer Comandante y el Capitán más antiguo llamado Ignacio Castellá, que luego pasó a La Habana.

Escudo de Francisco Vivanco
 
Espadas perdió el mando a principios de junio, según contaba Vivanco, porque Enrique José O'Donnell y Anhetan, Conde de La Bisbal, supo que Espadas no le apoyaría en proclamarse primer Cónsul. El Conde dio la orden para que todo el Ejército expedicionario concurriese al Palmar del Puerto de Santa María el día 7 de Julio de 1819, excepto el Batallón de Vivanco, que se le mandó permaneciera en la población de la Isla de León, o San Fernando. De toda aquella tropa sólo había dos oficiales fieles al absolutismo de Fernando VII: Vivanco e Ignacio Castellá.

Enrique José O´Donnell
 
Vivanco contaba que varias veces trataron de asesinarlo y destacaba la fecha del 4 de Enero de 1820, hallándose acantonado su Batallón en la villa de Trebujena. Hacía tres días de la proclamación de Riego en Cabezas de San Juan y era común hablar de la desgraciada muerte que le iban a dar a Vivanco. Este reaccionó “presentándose en la Plaza a la cabeza de sus Cazadores, cuya fuerza era de ciento cincuenta y quizás la mejor Compañía de todo el Ejército, y después de haberla pasado revista, mandó trajeran del almacén varios pares de zapatos que repartió acto continuo”. Diría yo que tropa sobornada y controlada. La descripción que da el relato sobre los hechos militares de Francisco Vivanco roza el histrionismo: “Después de haber hecho algunas reflexiones (Vivanco), se fue a despedir del señor Corregidor, y tanto éste como su señora se le pusieron de rodillas, y llorando amargamente le suplicaron por Dios y por la Virgen se dejase conducir por los demás, pues que de lo contrario, era ya público lo iban a asesinar, pues era el único obstáculo que tenían en todo el Batallón para llevar a efecto el meditado y acordado plan; a cuya súplica contestó Vivanco lleno de fe: “Señores, yo, porque se presenten poderosos obstáculos, no he de variar de dirección, pues que si muero en la demanda no hago sino llenar el hueco de mis deberes, por lo que espero tendrán la bondad de encomendarme a Dios para que me dé acierto y fuerzas”; con lo que se marchó Vivanco a casa del Sr. Cura, Patrón del Capellán del Batallón, llamado Rute (más perverso que todos los demás juntos), y a la de don N. Villagrán y todos le hicieron la misma súplica; contestación dada la misma, poco más o menos”. Resumiendo: Marchó a Lebrija con sus tropas y las entregó al Jefe de Estado Mayor, General Francisco Ferras, en la villa de Utrera, mil doscientos hombres “que el Averno había destinado para hacer la guerra a su Soberano”.

Rafael de Riego
 
La unidad de Vivanco participó en el sitio de la Isla del León, donde estaban Riego y Quiroga, ocupando el puente Suazo el uno de febrero de 1920. Este soldado contaba que el día 9 recibieron orden y contraorden de jurar la constitución y que algún mando intentó pasar su unidad al lado de Riego pero que se le amotinaron los hombres. También quisieron hacer lo mismo con el Batallón de Vivanco, que no tuvo efecto por la fidelidad de la tropa del Rey. Al romper el día diez oyó Vivanco, por las calles de Chiclana música de guitarra y otros instrumentos, tocada por la tropa, y habiendo salido a la calle oyó que decían viva el Rey absoluto y mueran los de las cintas verdes. (Se advierte que el día anterior, a resultas de la proclamación de la Constitución, se llenaron de moños verdes los oficiales de todas clases comprometidos con Riego). También vio que la mayor parte de la División hacia el camino de la Isla de León con Artillería. Vivanco reunió unos cien hombres que pudo juntar y se presentó a Aimerich. Fue enviado a ocupar la venta del Álamo, próxima a la Cortadura del Camino Real de la Isla, donde se pusieron dos piezas de Artillería.

 
El General también se presentó en dicha venta, e informado de la proximidad de dos parlamentarios respaldados por una columna enemiga, ordenó dispararles. Antes de retirarse ordenó a Vivanco que permaneciera esperando y luego que tuviera noticias de hallarse bien cubiertos todos los puestos de la línea, se retirase a Chiclana a darle novedades y comer con él.
 
Finalmente llegó la noticia de la jura de la Constitución por Fernando VII (10 de marzo de 1820) y Aimerich reunió a sus oficiales y les informó. Vivanco le respondió: “Pues mi General, estoy seguro que si el Rey en persona no pasa al campamento y al frente del Ejército le manifiesta que esa es su Soberana voluntad, no lo cree, pues sólo se oye en todo él la única voz de viva el Rey absoluto, y para que usted se llegue perfectamente a entender cuál es su estado, hace tres días que mi Batallón se ha empeñado en proclamarme Coronel, como lo ha hecho, cuyo empeño es transcendental, hasta concluir con el resto de todos los Jefes y Oficiales por traidores a su Soberano, pero sin embargo, yo tengo la suficiente influencia y carácter para contenerlo en la más rigurosa disciplina y subordinación, como lo he hecho en los tres días anteriores. Quizás habrá en cada uno de los Cuerpos algún Jefe u Oficial que reúna iguales circunstancias, y en este caso, sería más fácil que usted consiguiese lo que mejor le pareciera”. Y prosigue Vivanco contándonos que incitó a su superior a marchar a la Corte, con sus tropas, para verificar las palabras de Fernando VII. Evidentemente Aimerich no le hizo caso y dispuso las cosas para reconducir la situación. En la subsiguiente reorganización el Batallón de Vivanco pasaría al Campo de Gibraltar. Cuando iban a salir hacia Medina Sidonia -14 de marzo de 1820- recibió Vivanco la orden de llevar un oficio al Puerto de Santa María para entregarlo a un General de Estado Mayor quien le entregó otro para el Subinspector General, que estaba en Sevilla, quien después de haberlo leído, le dijo: “Yo no entiendo esto”. A lo que contestó Vivanco: “Ni yo tampoco, mi General, siempre será porque soy hombre de bien”. Entendiendo como este tipo de hombre a lo más reaccionario del momento. Le tuvieron unos veinte días en Sevilla antes de reincorporarse a su Batallón, que se hallaba en la ciudad de Algeciras. Vivanco era un militar molesto lo que se reflejaba en las pocas amistades y afinidades que tenía entre la oficialidad. Por ello obtuvo una especie de pase a disposición del General en Jefe, Juan O´Donojú. Todo lo dicho lo destinó el 8 de mayo de 1820 al Depósito de Ultramar, establecido en Écija. Una especie de destierro.


En 3 de diciembre de 1820 lo apresaron e incomunicaron en la villa de Cabra (Córdoba) por su constante adhesión a los derechos absolutos del Soberano. El primero de marzo de 1821 se le recluyó en su alojamiento, y el catorce del mismo se le amplió al pueblo. El 27 de octubre de 1821 lo trasladaron a la ciudad de Bujalance con las mismas restricciones. Relata que el 3 de Noviembre trataron de asesinarlo dieciséis hombres entre Jefes, oficiales y Nacionales entre diez y once de la noche. Sus palabras sobre el tema resultan significativas de su carácter: “tuvieron que tomar parte para que no lo efectuasen, el Comandante de Armas y Corregidor; mas yo creo firmemente que más contuvo a los asesinos la parte del pueblo que se puso en mi favor”.
 
Entendamos que todo este texto relatado por Francisco Vivanco con retoques para su publicación está impregnado de cierto grado de soberbia y predestinación con trazas de ser Vivanco un protegido celestial. En Bujalace, el 28 de noviembre de 1821 le abre la Capitanía General de Andalucía dos causas por desafecto al sistema constitucional que le degradó. El 4 de Enero de 1822 –Vivanco dice 1823 y también la enciclopedia ESPASA pero, como veremos, esta fecha es ilógica-, pasó a Castro del Rio (Córdoba). Tiempo después se decidieron ir a buscarlo y llevarlo a Sevilla bajo la vigilancia del Sargento mayor de la Real Brigada de Carabineros, Juan Espinosa de los Monteros. En Sevilla se pensaba fusilar a Vivanco. Pero el menés se alió con los carabineros y prohombres de Castro del Río y organizan un pronunciamiento contra el gobierno. Vivanco ordenó que un oficial llamado Ríos saliese en la madrugada del día 26 de junio para la ciudad de Córdoba con el objeto de manifestar a un tal Cuéllar que se había verificado en Castro del Río el pronunciamiento y levantase en armas al regimiento de la ciudad.

 
Y aquí debemos hacer un grave inciso. No es algo extraño en los relatos históricos de primera mano fruto de recuerdos o a causa de errores en las transcripciones. Me explico: las fechas que tenemos en las memorias de Francisco Vivanco no pueden ser correctas, al menos en el año. Es imposible que la fecha sea 1823 porque los cien mil hijos de San Luis entran en España en abril de 1923. Por otro lado, autores como Ubaldo Martínez-Falero del Pozo lo confinan en Cabra en el momento del levantamiento.
 
Volvemos. El Subteniente Cuéllar había reunido el Regimiento provincial en su cuartel y, sabiendo que la oficialidad no le secundaba, soliviantó a la tropa y salieron a la calle. Tenían el problema de los Nacionales cuyo cuartel estaba frente al del ejército. Los venció. Igual que a los Nacionales de la puerta de Sevilla, por la que salieron esa noche para reunirse con Vivanco por la mañana. Eran aclamados por la masa del pueblo tanto porque los liberales del lugar habían escapado como porque siempre se aclama al que tiene las armas. Y las usa. Vivanco organizó una Junta de entre los oficiales que tenían ambas unidades. Se le dio mucha importancia al pronunciamiento de Castro del Río, pues fue la ocasión inicial para los sucesos anticonstitucionales en Madrid pocos días después.

Francisco Vivanco como Coronel en La Habana
 
El primer Regimiento de Infantería “Constitución”, creado por Riego, partió de Lucena hacia Córdoba en cuanto tuvo noticias del pronunciamiento. Informado Vivanco avanzó contra ellos que tuvieron que refugiarse en Montilla. Esta población estaba defendida por un pequeño castillo y cercada con una pared capaz de contener a las armas de Infantería y Caballería. Vivanco debía decidir si retirarse o tomar la población. Atacará. Lo hizo por la puerta del Arco de la Alameda. Tras varios sangrientos avances y contraataques los constitucionales se atrincheraron en el castillete y la iglesia mayor quedando los realistas dueños del resto de la ciudad. Y se retiraron. ¿por qué? Pues Vivanco dice que por que se quedaron sin municiones. Eso sí, deja una muestra de ingenio y valentía al ser el último en retirarse gritando: “a ver, esa Compañía de Cazadores, por aquí; esa Compañía de Granaderos, por allí”.
 
Retornaron tranquilamente a Castro del Río y tras descansar salieron para Bujalance donde llegaron el 4 de julio de 1822, y luego con dirección a Montoro, proclamando en todos los puntos al Rey como absoluto. El día 7 de julio de 1822 estaba la División Real en la villa de Adamuz donde fue sorprendida al alba. Aquí vuelve Vivanco a mostrarse como un “miles gloriosus” al ordenar evacuar a su caballería e infantería y contarnos que se quedó atrás con ocho carabineros para recoger a quienes quedasen descolgados. En fin. Dicho esto, Vivanco fue el primero que rompió el cerco. Arguye que ese portento ha de “atribuirse a un auxilio particular de la Divina Providencia” pero atrás se quedó toda la infantería. Con unos ochenta hombres y todos los caballos escapa el menés.

 
A partir de este momento surgirán discrepancias entre los realistas sobre todo al recibir una carta del General de la División gubernamental con garantías para su rendición. El único que se opone a pactar es Vivanco. Será una constante en su vida esa inflexibilidad. Y, por ello, tras el acuerdo de los demás absolutistas con las fuerzas del gobierno, estuvo primero recluido en una habitación y, una vez que el pueblo estuvo controlado por los constitucionales, le retiraron los carceleros. Vivanco era ya ducho en fugas y sobornó a un lugareño para que le buscase un lugar por donde escapar y un caballo. El sitio para fugarse estaba en un muro de un metro y medio de alto en una callejuela. Saltó el caballo con Vivanco y el guía seguidos enseguida de una patrulla constitucional. Escaparon.
 
El día 21 de julio de 1822, ya solo, llegaba a la ciudad de Lucena y permaneció oculto unos días, hasta que concertó con un contrabandista para que le acompañara a la plaza de Gibraltar donde entró el 2 de agosto de 1822. El 21 de agosto salió de allí para Marsella. Pero en Algeciras estaban al corriente de su salida y partió en su persecución un bergantín. No le pillaron. Vivanco llevaba una carta de recomendación dada por un capuchino, para un rico comerciante español llamado José Guerrero: “Ahí pasa el Capitán Vivanco a incorporarse en los Ejércitos Realistas de Cataluña o Navarra, a quien tratará usted como si fuese a mi propia persona”. Pero ese José Guerrero no le ayudo. Por ello, Vivanco pidió ayuda a… ¡las autoridades francesas! Concretamente al Capitán General Ange Hyacinthe Maxence de Damas de Cormaillon, el Barón de Damas. Le dieron dinero y ayuda para llegar a la frontera española en Cataluña.

Barón de Damas
 
Retomamos las andanzas de Vivanco presentándose ante la Regencia en Seo de Urgel el 4 de noviembre de 1822. Para el día 9 de noviembre era Comandante de Batallón y después nombrado Gobernador de Urgel. El veintinueve defendió la posición frente a las tropas de Mina y con el refuerzo a retaguardia de 5.000 franceses. Nuestro “héroe sin abuela” relató que el Coronel del Regimiento francés Infantería núm. 26 se acercó “a Vivanco y le dijo, agarrándolo del brazo izquierdo: “Señor Comandante. venga usted conmigo, que no es justo que un Jefe tan decidido y valiente como usted, perezca miserablemente, después de haber sido el asombro de los enemigos del Rey y de toda esta División”, conduciéndolo a presencia del General, que lo recibió con un particular agasajo, y luego le dio un pasaporte amplio para que pudiera viajar por donde mejor le acomodase por todos los puntos del Reino de Francia, distinguiéndole de todos los demás en dejarle sus mismas armas, siendo el único, pues a nadie se le había permitido semejante privilegio”. Casi nada.

 
Mucho agasajo pero fue trasladado al frente de Navarra bajo las órdenes de Carlos Manuel O’Donnell y Anhetan, a quien se presentó en la villa de Lumbier a últimos de Diciembre de 1822. Realizó diversas comisiones entre la que se incluye el fiasco de la investigación al Brigadier Santos Ladrón. Cuando el General Conde de España tomó el mando de la División de Navarra, Vivanco formó parte del estado mayor de O´Donnell. El 7 de abril de 1823 entrará en ejército francés en España y O'Donnell ocupó la vanguardia y habiendo llegado a la ciudad de Burgos, allí descanso algunos días, y envió fuerzas para tomar Valladolid, con la que fue Vivanco, llegando hacia el 24 de enero de 1823. Fue atacado en Palacios de Goda (Ávila) y luego comisionado para varios puntos de Castilla la Vieja en busca de las partidas sueltas de todas armas… El 2 de Junio de 1823 salió para Ávila para organizar corporaciones municipales realistas y para encarcelar opositores. Tuvo la ayuda de los que serían las unidades de Voluntarios realistas de la Década Ominosa. Días después llega el General francés Margarit a la ciudad de Ávila. Vivanco se presentó en su alojamiento, y fue preguntado por los presos. Dijo que estaban presos por “traidores a su Dios y a su Rey”. El francés los liberó. Y Vivanco en sus memorias se desquita diciendo que los liberó porque había sido Margarit sobornado.

Duque de Angulema
 
Por orden del Capitán General de Castilla la Vieja salió para Valladolid el 25 de octubre y sus memorias indican que permaneció hasta el 7 de noviembre sin destino, al parecer, por sus posturas extremistas. Pidió pasaporte para Madrid, adonde llegó el 12 de noviembre de 1823, poniéndose a disposición del Capitán General, José María de Carvajal y en 9 de abril de 1824 fue destinado al Batallón ligero de La Rioja. El 20 de agosto se le nombra primer Jefe del Batallón ligero de la Unión, con destino en la isla de Cuba, para donde se embarcó en el puerto de El Ferrol con mil y un hombres el día 5 de diciembre de 1824, y desembarcó en La Habana el 16 de febrero de 1825. Vivanco fue nombrado comandante interino del Castillo de Nuestra Señora de África, conocido como el del Príncipe, el 9 de abril de 1825.
 
Hasta el 9 de diciembre estuvo organizando su batallón. Por supuesto cayó enfermo del vómito negro y el segundo año enfermó de calenturas inflamatorias de las que malamente se recuperó durante el ejercicio. El tercer año le molestó una irritación a la vista, que lo tuvo ciego lo menos tres meses. Aquí el texto vuelve a la carga con la manía de que querían asesinar a Vivanco porque era recto, leal al rey y muy religioso.

Castillo del Príncipe de La Habana
 
El 28 marzo de 1828 retornó a la Península para recuperar su salud en Valladolid y Madrid hasta que, en noviembre de 1830, fue nombrado ayudante del subinspector de la VI Brigada de Voluntarios Realistas de Castilla la Vieja en Palencia.


 
Bibliografía:
 
Periódico “Diario de Burgos”.
Real Academia de la Historia.
“Memorias de la vida militar del Mariscal de Campo Francisco Vivanco y Barbaza-Acuña”. Edición de José María González de Echávarri y Vivanco.
“La crónica de Córdoba y sus pueblos”. Asociación Provincial Cordobesa de Cronistas Oficiales.
“Atlas de historia de España”. Fernando García de Cortázar.