Que no te asusten ni la letra ni el sendero de palabras pues, amigo, para la sed de saber, largo trago.
Retorna tanto como quieras que aquí me tendrás manando recuerdos.


lunes, 27 de junio de 2016

LA INVESTIGACIÓN SOBRE LA ABADÍA SEGLAR DE RUEDA


Hoy dejo este espacio para un amigo de nuestra bitácora que ya ha compartido con nosotros sus experiencias y cariño con respecto a Las Merindades. Lo último que nos ha llegado es su investigación sobre las abadías seglares en nuestro entorno, especialmente la conocida como Abadía de Rueda y que esperamos pronto salga a la luz.

MI INVESTIGACIÓN SOBRE LA ABADÍA SEGLAR DE RUEDA (Villarcayo)

por Ricardo San Martín Vadillo

Atendiendo la amable invitación del mantenedor de esta página procedo a dar una somera idea de lo que ha supuesto mi investigación sobre la Abadía seglar de Rueda.

En primer lugar, ha significado una oportunidad de “visitar” (a través de los documentos manejados) aquel lugar que fue donde jugué con mis amigos de infancia tantas veces (decenas de visitas). Esperaba volver a visitarla: ofrecí mi trabajo, intercambio de documentos, información, tuve una actitud abierta y colaborativa. Se me cerraron las puertas a esa posible visita. Lo lamento. Sé que di y entregué más de lo que recibí. Ahora que no se me pida nada.

Esbozo de una columna de la Abadía de Rueda

Han sido cientos de horas de investigación, de visita de archivos, de obtención de documentos, de transcripciones, un notable desembolso económico (viajes, estancias, compra de documentos, fotocopias…). He pasado dos años casi totalmente centrado en esa investigación (mañana y tarde).

He debido visitar y acceder a multitud de archivos: Archivo Diocesano de Burgos, Archivo de la Catedral de Burgos, Archivo de la Diputación de Burgos (MOSA); Archivo Municipal de Villarcayo; Archivo de la Nobleza (Toledo); Archivo Convento de Santa Clara; Archivo de la Real Academia de la Historia; Archivo de Simancas, documentos de particulares…

Recurrí a bibliografía sobre el tema: muy exigua y leí cuando pude encontrar. Acudí solicitando ayuda de otros investigadores y especialistas en arte y en la zona. Me encontré con dos tipos de respuesta: “No tengo casi nada de ese tema” (creo que en la mayoría de los casos era verdad). O la otra respuesta: “Si, te enviaré lo que tengo”. Casi nunca se producía el esperado envío de información. Silencio, olvido. La ayuda ha sido bien poca por parte de los “especialistas”, he debido recorrer mi camino solo, con poca ayuda de quienes podrían haberme orientado. El mundo de la investigación parece ser así. Lamentable.

Iba consiguiendo información, trabajando de forma autónoma, leyendo cientos de documentos, transcribiendo e iba redactando. Estructuré mi trabajo en 20 apartados (el origen de las abadías seglares, el valor artístico de Rueda, descripción de Rueda a lo largo de los siglos, las otras abadías seglares, el linaje Rueda y otros, privilegios, propiedades, litigios, otras casas: Andino, Torme, etc, compras y ventas, testamentos, final de Rueda, dudas que persisten, fuentes documentales…) Completé 525 páginas. En mi investigación he estudiado no sólo Rueda, sino las otras Abadías seglares: Ribamartín, Rosales, Siones, Tabliega, Vivanco.

Sí, me siento satisfecho del trabajo realizado. He regresado a Rueda y he descubierto mucho de lo que encerraba, de lo que allí se vivió, cómo influyeron los abades seglares en la vida de las Merindades y sus gentes (para bien y para mal). He recuperado un trozo de la Historia de las Merindades y lo he dejado unido a mi infancia y juventud.

He aportado mi grano de arena para la Historia de las Merindades. Preparo una nueva investigación: Viajeros por las Merindades, un libro en línea similar a mis dos libros Alcaudete citado en los libros de viaje (2004) y Viajeros por Alcalá la Real (2012).



Gracias, Ricardo.


Para saber más:




lunes, 20 de junio de 2016

El “general” Solana: Batallitas del abuelo carlista.


Volvemos sobre las guerras carlistas -que tantos momentos sorprendentes nos han dado- para bailarlas unidos a la vejez de un faccioso y a una favorable entrevista que, dentro de su costumbrismo, rehuyó cualquier crítica o reprobación al personaje. Si se lo comparan con lo que vivimos en la actual España post terrorista, nada nuevo.

Es un artículo de “tópicos hispanos” que firma nuestro viejo conocido Eduardo de Ontañón y que puntualizaremos (en la medida de lo posible) durante su lectura:

Villasante (1930)

“Lo mismo que la arquitectura, o la ingeniería, o cualquier otro elemento restaurado del panorama, las guerras han creado un paisaje en torno suyo. Y no un paisaje bélico, con el arrasamiento y exceso de rojos que suelen presentarle los pintores, sino algo más esencial y escueto, más sincero; un paisaje de ambiente y recuerdo.

Basta, para comprobarlo, con entrar en este pueblo del final de Castilla –Villasante-, casi rayando con Vizcaya, donde cada torre, cada casa, cada calleja guarda -preciso y estampado- el color de la guerra Carlista, el más pintoresco de nuestros colores.

Más que un pueblo de verdad parece un grabado en madera. O una lámina de la “Historia de las Guerras Civiles”, por Pirala. Así es de estático, de tradicional, de lento. Así tiene pegada a sus muros la calcomanía del siglo pasado.

Con poco esfuerzo sitúa uno por medio de sus calles a carlistas y liberales en plena lucha, disparándose tiros pirotécnicos desde ventanas y campanarios, envueltos en humo y llamas, en todo su elemento de escenografía.

Por eso es grande y alentadora la sorpresa cuando nos enteramos de que todo es verdad, de que las cosas sucedieron con arreglo a nuestra sugestión plástica, de que el pueblo fue en algunas ocasiones “teatro" de la guerra carlista, y tiene su batalla memorable, y su cabecilla, que todavía vive, y sus viejos que recuerdan y su cementerio, con los muertos en la acción de guerra.

Entrada a Villasante desde el Crucero (1930) 

Todo pueblo tiene en sus viejos a los más sinceros, a los más minuciosos cronistas. Pero si el pueblo es de Castilla, donde hay siempre tanta efeméride y tan sabrosa de recordar, las versiones se agudizan y se hacen detalladas y precisas en boca de los viejos. Así en Villasante, donde hay seis, siete, ocho hombres que presenciaron la refriega. Y otros tantos que no la vieron, pero estaban en filas y “conocen otras muchas peripecias'', según uno de ellos me comunica. Ahora quien mejor recuerda en pueblo es el médico, D. Ramón Rueda. A pesar de que por entonces era un chiquillo  -“quince años tenía''-, y guarda las evocaciones rotas, deshilachadas, como en un rompecabezas.

Antes de la batalla, pasó un oficial a caballo por la carretera, y viéndonos en el balcón, nos dijo: “Retírense que va a haber tiros; Anglada se llamaba… sobre las once de la mañana empezó la acción…se oía subir y bajar tropas a galope… En Villasante y los pueblos de alrededor –Bercedo, Quintanilla Sopeña, Noceco estaban los carlistas. Al sur, de El Crucero a El Ribero, los liberales... Los carlistas subieron a la peña, perseguidos por un escuadrón de Albuera. Pero se presentó Navarrete en la peña de Bercedo y se hicieron fuertes. Luego, bajaron a las huertas y formaron el cuadro”. Murieron cinco, que yo vi los cadáveres en la ermita de San Roque, donde tenían los víveres. Uno de los muertos fue el Conde de Agüera; los otros eran también gente de galones.

Uniforme hacia 1874

-¡Qué tiempos de inquietud y revuelta!—digo inconscientemente, haciendo caso al comentario de paz y placidez dictado por el trozo de pueblo manso, solitario, quieto, que se mete por el balcón. -¡Buenos tiempos, amigo! rectifica en seguida el médico -. ¡Más divertido era que ahora! Teníamos música a la tarde! A la mañana salían las tropas por los alrededores, alegrándolo todo con sus uniformes... ¡Ahora no hay nada! (Si vivió seis años más disfrutó nuevamente de los soldados por el pueblo).

De Villasante a Las Machorras, o Las Nieves como ahora quieren llamar al pueblo donde pasa temporadas el general Solana, quien, dirigió la acción carlista de Villasante. De la versión popular a la voz oficial. El viejo general se rodea también de un paisaje empapado de sensación carlista: un campo verde, frondoso, lírico, como el de cualquier valle vascongado. Con prados y caseríos, con un buen color sombrío y campesino que coincide con las estampas de la época.

Ontañón y Solana

La entrevista adquiere sabor oficial.

-¿El general Solana?
-Servidor…
-Deseo saber cómo fue, cómo dirigió usted la batalla de Villasante.
-¡Ah sí! (se atusa el largo bigote blanco de viejo militar) Aquello tuvo poca importancia... Pero, bien: siéntese y escriba.
Y me dicta un verdadero parte oficial (vuelve la palabra “oficial” con sus valores de respetabilidad y seriedad), que, copiado a la letra, es así:

Fue el 15 o el 17 de enero de 1874. (El 16 de enero) Acababa de ser nombrado comandante general de Castilla el general Lirio, que, después de hacerse cargo de las fuerzas de Castilla, emprendió el viaje a la provincia de Santander, pernoctando en Bercedo. El comandante Solana, que mandaba el cuarto batallón de Castilla, pernoctaba en Agüera. En El Haya de Mena, el coronel Navarrete, con las fuerzas de Cantabria. Ese día, el comandante Solana fue a Bercedo a recibir órdenes del general Lirio, cuando en aquel momento se recibieron confidencias de que la columna enemiga que estaba en Medina de Pomar se dirigía, y estaba ya muy próxima, a Villasante.

Soldados carlistas 1873 (Ferrer Dalmau)

Desconociendo el general Lirio las fuerzas que la columna pudiera tener, preguntó al comandante Solana de qué número se componía, respondiéndole éste que aproximadamente serían unos seiscientos de infantería, con un escuadrón de caballería, y que, desde luego, creía que podría atacársela. El general Lirio, desde este momento, mandó a su ayudante a que las fuerzas de Cantabria subieran inmediatamente, dando órdenes al comandante Solana para que tomara posiciones a la izquierda de nuestro flanco, porque la columna enemiga había rebasado el pueblo de Villasante e inmediatamente roto el fuego.

Aunque el periodista Ontañón da a entender que el jefe era este Solana, el propio aludido declara lo evidente: que el mando era Santiago Lirio y Burgos que, aparte de sus tendencias bélicas, fue uno de los fundadores de la Sociedad Anónima de Crédito y Fomento, Banco de Madrid. En el anexo contaremos algo más sobre él.

La Correspondencia de España (07/04/1873)

El comandante Solana, a toda prisa, ocupó el flanco izquierdo contestando al enemigo. Cuando las fuerzas de Cantabria dieron vista a Villasante, el comandante Solana inició el ataque a la bayoneta a las guerrillas enemigas que querían ocupar la peña de Losa. Al repliegue del enemigo, un escuadrón de las fuerzas de Cantabria cae contra el enemigo haciéndole rebasar del pueblo de Villasante por la carretera.

El periódico LAS CIRCUNSTANCIAS (19/01/1874), de sesgo carlista y que sustituyó al clausurado LA ESPERANZA, cifraba las partidas de Zariátegui y Navarrete en una horquilla de 2.500 a 3.000 y las presentaba como contundentemente derrotadas. Les adelanto que el gobierno solo le dejaba republicar noticias de otros periódicos. Otros como EL IMPARCIAL mostraban su enfado porque las fuerzas republicanas no habían perseguido a los carlistas.

Un escuadrón enemigo copaba las afueras y carga sobre el escuadrón de Cantabria hiriendo al capitán gravemente con catorce heridas y a varios voluntarios. En la carga, el comandante Solana hizo catorce prisioneros, retirándose el enemigo a la desbandada; unos en dirección a Villalázara y otros hacia El Rivero, quedando la columna liberal totalmente destrozada y refugiándose en los otros pueblos del partido de Villarcayo. (Parece que no fue exactamente así, como veremos más abajo).


Las fuerzas carlistas, con el Comandante general Lirio, vinieron a pernoctar a Espinosa de los Monteros, prescindiendo de perseguir al enemigo, porque el objetivo principal era ir a Reinosa, Las Caldas y Torrelavega, como se verificó al día siguiente.

De cinco muertos da cuenta el libro parroquial de defunciones que hay en la iglesia de Villasante: don Julián Cañedo y Sierra, capitán y Conde de Agüera; Benito Alonso, cadete; el cabo Abad, que se llamaba Venancio, según manifestación del jefe de las fuerzas; D. Francisco Somobilla, de quien no hay otras noticias que la de que «era natural de Polientes, en el partido de Reinosa», y Melitón Diez, «casado». Los cinco cadáveres que vieron los viejos en la antigua ermita, a la tarde del día memorable.

El conde de agüera aludido debió ser Francisco Julián Cañedo y Sierra, V conde de Agüera, que nació en 1850 y, si la memoria de Gómez Solana es correcta, murió ese enero de 1874. En plena república. El título se rehabilitó en su hermano Cesar en 1875. Aunque en la edición de la “Guía Oficial de España” de 1875 sigue figurando Julián. ¿Errata?

La Esperanza (06/05/1873) 

—Gente de galones todos ellos—repite un hombre. Sobre la muerte del primero, Conde de Agüera, seguramente el que más galones portaba, hay su correspondiente misterio, como conviene a la formalidad del hecho histórico que Villasante recuerda. Mientras el general Solana afirma que no llegó a morir en el combate, sino que quedó tendido con catorce heridas, y al irle a enterrar se dieron cuenta de que todavía tenía vida, los viejos, y con ellos las actas parroquiales, aseguran «que murió en el encuentro.

Lo cierto es que este combate, de alguna importancia puesto que duró toda una mañana y está citado en las historias, da idea de las escaramuzas de entonces. Toda la mañana guerreando, a pecho descubierto, para cinco bajas... Algo que haría sonreír al más inocente soldado de hoy.

—El cabecilla Solana iba en un caballo blanco, ¡bien lo recuerdo!—me dice otro viejo—. Toda la mañana le estuvo haciendo fuego un paisano desde el pueblo, pero no llegó a darle...(si los carlistas estaban fuera del pueblo, en la peña por el lado de Bercedo, y con las armas que podía llegar a tener un vecino -si es que no se la habían requisado- muy difícil hubiera sido acertar a algo que estuviese a más de veinte metros)

Carta de Solana en "El Cabecilla" 30/09/1882

El general se pasea arriba y abajo del corredor. Luz umbrosa y campesina. Parece que todo cuanto nos rodea tiene prendida una remota inquietud guerrera. Desde mi silla, me atrevo a preguntarle:

¿Hizo usted toda la campaña, mi general?
¡Ya lo creo! Desde el principio. Aquí, en este país levanté la primera partida: eran gentes de Espinosa, del Rebollar, y hasta de Losa.

El general tiene ahora setenta y siete años, conservados con extraordinario vigor. «Setenta y siete años y las piernas rotas tres veces», dice él. En la entrevista me da cuenta de alguno de sus hechos de armas.

—Cerré a Martínez Campos en las casas de Garcíbar... Estaba con cuatro compañías, con orden de no atacar, pero no bien llegué a la posición cuando tuve que romper el fuego. Pedí refuerzos y no llegaron. Con todo, empezó el ataque a las tres de la tarde y no tomaron el alto hasta las once de la noche.

Otro recuerdo curioso:

—A Polavieja y a mí nos nombraron tenientes coroneles en la misma acción, cuando Concha levantó el sitio de Bilbao, que allí debió haber perecido con toda la gente que llevaba... (Como se ve, todo un “hombre de paz” como dejan caer actualmente)

Todavía apoya las palabras con un gesto enérgico. Todavía se le disparan al recordar, como si estuviese en plena contienda. O relatando sus hechos de ayer mismo, en el descansillo, inesperado y gozoso, de la posada de un pueblo acabado de conquistar. Parece como si de pronto fuese a aparecer abajo, en la puerta del jardín, el oficial que viene a recibir órdenes.

—A la orden, mi general.

Después de todo, a nadie nos extrañaría demasiado: ni a él, ni a mí, ni siquiera a la casa, acostumbrada a sus idas y venidas de hombre que vela, que espera, que atisba desde el alto corredor. Y menos al paisaje, disciplinado y manso por las lluvias del Norte”.

EDUARDO DE ONTAÑON

La Discusión (04/04/1874)

Ya está. Si nos fijamos, Eduardo Ontañón se refiere a este carlista como Solana. De hecho parece dar por sentado que con ello vale y no nos dice su nombre completo. Cierto es que durante la tercera carlistada se le conocía bajo ese único sobrenombre. Y que los periódicos “de Madrid” lo definían como secuestrador de alcaldes y secretarios municipales, asaltante y ladrón de ganado, especialmente caballos para las unidades del ejército de Carlos VII. Así lo sufrieron Soba o San Miguel de Luena entre febrero y marzo de 1873.

Su nombre completo era José Manuel Gómez Solana. Y aparece durante el primer año de guerra, aquel 1873, realizando cabalgadas por la Montaña de Burgos y Cantabria. La situación era tal que esta –y otras partidas carlistas- cobraban contribuciones de guerra a las poblaciones. Su cuartel general parecía estar en Espinosa de los Monteros aunque se le vio en marzo de 1874 en la villa de Valmaseda.

Otra de las obsesiones de los carlistas eran los registros civiles y así deja constancia LA NACIÓN el 13 de agosto de 1873: “La Gaceta de hoy publica la siguiente noticia relativa a la insurrección carlista: «La partida carlista Solana, compuesta de 24 hombres, entró en Arredondo (Santander), quemando el registro civil y exigiendo contribuciones.»”.

Incluso tenían aduanas en Soncillo y Pozazal que, si actuaban como las de La Puebla, cobraban a los carros por pasar. En aquel caso eran unas 15 pesetas.


Antes de proseguir con nuestra historia de “capa y espada” lo mejor es ponerles en situación. Describirles el entorno en esos momentos de guerra.

Por las Encartaciones y el oriente de Cantabria los carlistas se movían con soltura. Liberales eran Santoña y Castro-Urdiales. El Coronel carlista Navarrete, llegó a entrar en Laredo con cuatrocientos hombres de Infantería y cuarenta caballos, cobrando tranquilamente un trimestre de contribución y duplicando el número de sus jinetes con la requisa de ganado.

La División castellana operaba por la provincia de Santander, más sencilla orográficamente para sus fines. Serán estos los que participen en la batalla de Somorrostro. No profundizaremos en una batalla alejada de nuestro campo de acción pero, ya que el propio Gómez Solana lo comenta, dejaremos constancia somera de los hechos: Los Castellanos del cuarto batallón de Solana estaban colocados en la sierra de Galdames. Hacia allá se dirigió la División liberal de Martínez Campos que fue frenado permitiendo la retirada de otras unidades carlistas.

La pregunta del millón es ¿Los recuerdos de un viejo carlista son la verdad verdadera? Contrastémoslo con otras fuentes, tanto de constitucionalistas como de carlistas.


Según “La campaña carlista” de Francisco Hernando, en Santander se custodiaban 80 millones de pesetas que iban para Madrid. Y habían oído que lo guardaban 50 guardias civiles y 200 soldados. Una operación de esas de entrar y salir con la pasta.

El general carlista Elio pasó la operación al general Torcuato Mendiry y este se la asignó al comandante general de Castilla Santiago Lirio. Tendrá siete batallones, 300 caballos y dos piezas de montaña que se dividieron en dos grupos. Lirio dirigió el tercero y el cuarto de Castilla, el batallón de Cantabria y las compañías de Guías, más dos escuadrones montados de Castilla y uno de Cantabria.

Lirio saldrá a zona republicana por el tradicional camino del Valle de Mena para atravesar Las Merindades hacia Reinosa y, allí, cortar la vía férrea a Santander. Con ello evitaba el posible socorro y la fuga desde la población. Tras ello, se uniría a Mendiry que avanzaría hacia esa capital por el camino de Ramales.

Sabemos que a las ocho de la mañana del 16 de enero salió de Medina de Pomar una columna compuesta por cuatro compañías de Guadalajara (unos 500 soldados), 60 voluntarios de Nouvilas y guardias de la República y 50 caballos de Albuera dirigidos por el coronel Díez Ramos, en busca de la facción de Zariátegui, (1.500 infantes y 200 caballos) encuadrado en las unidades de Santiago Lirio.

 
Revista satírica "La Flaca" (19/03/1875)
Al llegar a Gayangos el coronel Díaz Ramos dispuso franqueasen el camino guerrillas de Nouvilas apoyadas por una sección de Albuera y una de las cuatro compañías de Guadalajara. Detrás marcharían los demás. Roto el fuego contra los tiradores enemigos, se replegaron estos sobre el grueso de sus fuerzas, situadas en fuertes posiciones. La caballería carlista se retiró a un monte a su izquierda donde fue detenida por una compañía de Guadalajara, mientras se generalizaba el combate en el centro y la derecha.

Después de una hora de fuego fueron tomadas las posiciones, continuando la lucha tres horas más. Debilitado el fuego carlista, su caballería se retiró y el jefe de la columna liberal ordenó replegarse sobre Villasante, que tenía a su espalda.

Los cazadores de Albuera y los regimientos de Guadalajara cargaron sobre la retaguardia carlista –incluso a la bayoneta-, dispersándola. La prensa progubernamental indicaba que “los carlistas, en completa dispersión, eran perseguidos por nuestros valientes soldados por las alturas de la Peña de Villasante, Bercedo, Agüera, San Pelayo y camino de Espinosa”.

La Correspondencia de España (01/02/1897)

Por ahora ganan los liberales que dominan el pueblo. Lo que pasa es que todavía falta la segunda parte del combate. Los republicanos estaban dentro de Villasante cuando desde Bercedo apareció el cabecilla Navarrete con 1.000 infantes y 300 caballos. Indico que otras fuentes cifran las unidades de Navarrete en 2.000 infantes y 200 caballos. Con este refuerzo los dispersados soldados de Zariátegui se reorganizaron.

Faltaba una hora para la oscuridad (media tarde) y había que replegarse a Medina de Pomar. Se procedió a evacuar el pueblo ordenadamente. Esperaban el ataque de Navarrete que se produjo en cuanto abandonaron la protección de Villasante. El coronel Díaz Ramos, previsoramente, situó una compañía de Guadalajara, apoyada por la caballería de Albuera –al mando del coronel Fernando Díez- , para rechazarlo.

Por su parte, el carlista Lirio distribuye las fuerzas cántabras y manda avanzar a un grupo de caballería, a las órdenes del capitán Manzano, sobre el pueblo. Encuentra Villasante desierto, y asumiendo que se escapaban los republicanos, Manzano sale tras ellos. A la salida les recibe la andanada del coronel Díaz.

La prensa republicana aireó:

“(…) Terminado con este hecho el combate a las cuatro de la tarde regresó la columna a Medina de Pomar. Las pérdidas del enemigo ascienden a 29 muertos, vistos en el campo, entre ellos un coronel y cuatro oficiales, un oficial y dos soldados prisioneros, cinco caballos y armas, pudiendo calcularse el total en 280 heridos. Las nuestras consisten en un soldado y en un caballo muerto, siete soldados heridos, un capitán y siete contusos y seis extraviados (…).”

¿Quién ganó? ¿Quién perdió? Depende. Los republicanos lograron replegarse ante fuerzas superiores pero dejaron a los carlistas sin neutralizar y permitieron que estos prosiguiesen hacia las montañas cántabras, hicieran noche en Espinosa y terminaran reuniéndose con Mendiry.

Tras intentar tomar Santander y fracasar los carlistas se conformaron con desmontar la vía férrea y cortar el tendido telegráfico. Ante la proximidad de las fuerzas del Capitán General de Burgos, Lirio, Navarrete y Solana se retiraron en dirección a Puente Viesgo y al valle de Toranzo.






Bibliografía:

Periódico “El Boletín del Comercio”.
Periódico “El Imparcial”.
Periódico “El Cabecilla”.
Revista “Estampa”.
Periódico “La correspondencia de España”.
Periódico “La discusión”.
Periódico “La esperanza”.
Periódico “La Iberia”.
Periódico “La discusión”.
Periódico “La Nación”.
Periódico “La regeneración”.
Periódico “Las circunstancias”.
“Recuerdos de la guerra civil. La campaña carlista de 1872 a 1876” por Francisco Hernando.
“Campaña del Norte de 1873 a 1876” por Antonio Brea.
“Batallas en Las Merindades” por Felipe González López y Aitor Lizarazu Pérez.
Revista "La Flaca"



Anexos:

EL GENERAL SANTIAGO LIRIO Y BURGOS: Nació el 1 de Mayo do 1814 en Fuentecilla de Abajo (Valladolid). En la primera guerra carlista se unió al cura Merino y salió de Peñafiel con el batallón realista del mismo pueblo, yendo con él su padre, uno de los jefes del batallón, el día 22 de Octubre, incorporándose a las fuerzas de Merino en La Rioja veinte días después.

Esos voluntarios fueron batidos y el Cura Merino, con veinte jefes y oficiales, incluido Santiago Lirio, pasaron a Portugal el 24 de Diciembre. En Marzo de 1834, organizados dos escuadrones en Portugal, gracias a la protección de D. Miguel, volvieron a España. Durante un año largo operaron en las provincias de Burgos y Soria.

El 26 de Setiembre de 1835 pasaron a luchar en las Provincias Vascongadas y Navarra. Santiago Lirio partió con Gómez, como ayudante del brigadier Villalobos, y, muerto éste en Córdoba, pasó como ayudante del general en jefe al cuartel general.  Fue hecho prisionero y canjeado en Santander. De nuevo en campaña adquirió el empleo de capitán y el grado de teniente coronel.

El convenio de Vergara le permitió pasar con ese grado al regimiento húsares de la Princesa. Abandona el ejército y pasa a América con un destino civil.

Nunca dejó su relación con Carlos VI y sus antiguos compañeros de armas. Y cuando estalló la revolución de 17 de Setiembre de 1868, triunfó el 29, y el 14 de Octubre, Santiago, está en París para servir a su causa. Será ayudante de campo y consejero de Carlos VII hasta que empezó la campaña de 1871.

Abierta ésta ocupó el cargo de subsecretario de la Guerra y, luego, comandante general de la división de Castilla; con ella, emprendió su marcha para coadyuvar al ataque de Mendiry sobre Santander.

Casado con María Vallier tuvo dos hijos, Santiago y José.




LA DIVISIÓN DE CASTILLA: Esta división tenía en 1873 de comandante general a D. Manuel Salvador Palacios, veterano de la primera guerra carlista, en la que había ganado dos cruces de San Fernando y llegado a brigadier, primer jefe de la célebre brigada de Tortosa. Con la nueva carlistada los voluntarios castellanos se dirigieron hacia las provincias vasco-navarras y formaron compañías sueltas, diferenciadas de las unidades de las provincias forales. Llegó a haber en Vizcaya hasta dos batallones castellanos, el del Cid y el de Arlanzón, mandados por Bruyel y por D. Telesforo Sánchez Naranjo, antiguo capitán de carabineros.

Con las compañías sueltas de las otras provincias, con algunas partidas que escaparon de Castilla se refugiaban en el Norte, y con los muchos voluntarios que acudían allá, organizó el general Palacios los batallones de Burgos, Palencia y Cruzados de Castilla, los cuales se refundieron más tarde en dos que unidos a los que había en Vizcaya formaron la División de Castilla, con hasta seis batallones, de los que fueron jefes, en el transcurso de la campaña, además de los ya citados Bruyel y Naranjo, D. Maximiano del Pino, el veterano D. Alejandro Atienza, D. José Manuel Gómez Solana, los antiguos oficiales de infantería del ejército D. Rodrigo Medina (hijo del Marqués de Esquivel) y D. José Rovira y Ladrón de Guevara, Pérez Nájera y algún otro.

Esta unidad participó en las batallas de Somorrostro, Abarzuza y Lacar.



lunes, 13 de junio de 2016

Fiestas de guardar (o pagar) y ejemplos (de beneficiados) a elogiar


Con esta entrada en vuestra bitácora terminamos el paseo con los curas beneficiados y su influencia en la vida y costumbres de Las Merindades. Espero que les haya sorprendido tanto como a nos.

Cillaperlata

No les descubro nada nuevo si les digo que las fiestas en España, y por tanto en Las Merindades, están mediatizadas por el santoral católico. Menos divulgado es la coincidencia de estas fiestas con acontecimientos económicos (pago de rentas de heredades, de censos, etc., recogida del préstamo del trigo, de las arcas de misericordia, etc.) y sociales (en Navidad o Año Nuevo se elegían los cargos locales) pero sobre todo regulaban el calendario laboral: fijando los días de trabajo y los de fiesta, prohibiendo trabajar domingos y festivos y supervisando las fiestas del pueblo.

Por supuesto, que esta situación tenía cierta flexibilidad cuando peligraba la cosecha en los campos: "los que hagan trabajos serviles los domingos y fiestas de guardar si es muy necesario pidan licencia al cura bajo pena de 2 ds.", y al revés "cuide (el beneficiado) de la observancia de los sagrados días de fiesta anunciando a sus feligreses los castigos que Dios ha hecho en todos los tiempos contra los quebrantadores de las fiestas a cuyo pecado deben atribuir las malas cosechas" por lo que tendrán que solicitar licencia para trabajar, principalmente en el mes de agosto, oscilando las cantidad entre un celemín de trigo por cada vecino o 6'5 reales. Un buen sistema: primero prohíbo trabajar cuando es necesario y, luego, les permito hacerlo si pagan una sanción.

Pedrosa de Tobalina

El concepto que se recogía en los ingresos de los libros de fábrica era "por licencia de beldar y acarrear" o "por acarrear pan en día de fiesta". Años más tarde, y a pesar de la crisis y de las malas cosechas, el pago de la licencia ascendía a 2 libras de aceite por vecino en Sta. María de Garoña, siendo del mismo valor la pena por trabajar en día de fiesta. Trabajar en fiesta sin licencia conllevaba el pago de penas que oscilaban entre 2 rs. y 12 rs.

Algunas ordenanzas prohibían esos días incluso el viajar. Estaban obligados a ir a misa los domingos y días que mandaba la Santa Madre Iglesia "todos con sus familias de siete años arriba", castigándose a quienes no iban e incluso a los que llegaran tarde o salieran antes de acabar la misa. Las penas eran impuestas por el mayordomo de la iglesia y por el jurado, ordenándole el visitador que "como hay parroquianos que se niegan a pagar las penas por no ir a misa los domingos y festivos les mande pagar dentro de nueve días so pena de excomunión y que no sean admitidos a los oficios... hasta que se cumpla". Para las mujeres casadas esto representaba un grave problema porque también se ordenaba "no lleve a la iglesia a niños menores de cuatro años bajo pena de 4 rs. cada vez". Te multaban por ir y por no ir. Y dentro, si te comportabas mal te caían 8 mrs. Se penalizaba al que blasfemara de Ntro. Sr. o de Ntra. Sra. o de los Santos.

Después de misa, los días festivos, y después de anochecer los días de trabajo, los vecinos de Pedrosa debían de rezar el Rosario "y luego que se ponga el sol toque las tres avemarías y explique la doctrina y enserie el modo de confesar".

Soncillo

Los concejos organizaban procesiones ciertos días del año a las que debían acudir los vecinos. En algunos lugares llegaron a ser semanales, domingo por la tarde o lunes por la mañana. En Montejo de Cevas eran todos los lunes del mes de mayo, teniendo que ir a Ntra. Sra. de la Puente, sede de la Cofradía de la Riba en Barcina del Barco, y volver, lo que suponía más de una treintena de kilómetros. En Ranedo y Promediano se sacaba la Santa Cruz, que se portaba de una parte a otra del pueblo, a la que debían acompañar el marido y mujer de cada casa, y si la procesión salía de los términos del pueblo se mandaba fuera uno de los mayores de cada casa.

Si no se podían posponer las labores domésticas y agrícolas iban sólo los niños, puntualizando que vaya "uno de los mayores de cada casa y que ninguno deje la procesión de cómo sale de la iglesia hasta que vuelva". En algunos lugares no se libraban de la asistencia ni los impedidos.

Hemos conocido en esta serie la intromisión de los representantes de Dios en el campo civil. Bueno, en justa compensación nos sorprendemos con que los cargos civiles tenían atribuciones en el campo religioso. El regidor era el encargado principal de elegir el mayordomo de la iglesia, en algunos lugares se recomendaba dar este oficio a los que fueran familiares del Sto. Oficio de la Inquisición, y a los Síndicos de la Trinidad, Redención de cautivos y de S. Francisco y quien hacía el padrón de la primicia. Los bailes por la noche se penaban con 10 ds. y 30 días de cárcel si se realizaban después del toque de Avemarías o al anochecer. Se insistía en los males derivados del juego y del vino pero no debieron tener mucho eco ya que en 1776 el justicia ordinaria y alcalde ordinario se dirigen a los concejos, regidores, vecinos quejándose del incumplimiento de esta norma.

Villalaín al fondo

El dinero afectaba en alto grado a los ritos –como ya hemos visto- y en especial en bodas o entierros. Se planteó reducir los costes para las familias mediante la ley, el poder de la ley frente a la tradición. Tanto el poder civil como el eclesiástico actuaron. Así el visitador ordenó a los beneficiados que prohibiesen a los vecinos y moradores de cualquier estado y calidad ir a comer en entierros, ni novenarios, ni otros oficios de difuntos, en casa del difunto o sus herederos, ni a misas nuevas.

Parte de este trasiego de dinero tenía como fin un elemento fundacional de la Santa Madre Iglesia: la caridad. Gracias a que se registraba todo en los libros de entre los que nos han llegado leemos cosas como que en 1645 pasaron cristianos nuevos -¿Residuos moriscos conversos?-, a quienes se les socorrió con 8 rs. porque "venían con despacho de los señores provisores de este arzobispado en que se mandaba se les diera limosna". ¿Si no hubiera sido así les habrían dado limosna? Un siglo más tarde se registró el mismo hecho en S. Martín de Don. ¡Un siglo! ¡100 años! Seguro que se han perdido muchos libros porque esta falta de caridad…

Villanueva la Lastra

Tal vez hemos cargado las tintas en las peculiaridades del clero desde el Renacimiento hasta hace poco, por ello resaltaremos la vida de uno de aquellos beneficiados. Tenemos a Vicente Sebastián de Herrán (1707-1784) que nació y murió en Plágaro y que fue un Ilustrado, altruista y amante de su pueblo. Cantó su primera misa en 1731, con 24 años. En 1739 estaba ya como beneficiado en su pueblo y de dónde sacó la mayor parte de su riqueza. Fue preceptor público de Gramática teniendo alumnos del Valle y alrededores, incluso de Álava. Con unos sesenta años comenzó su plan de mejora de la iglesia parroquial y ermitas.

Con sus bienes se sufragaron numerosas obras, dentro y fuera del templo parroquial, incluso la escalera de caracol de la espadaña porque estimaba que las campanas estaban bajas y el muro que rodea el terreno que hay en torno a la iglesia y el cementerio. Sobre el pórtico mandó construir las trojes por las que la Fábrica debía pagar a los beneficiados 3 rs. cada año.

Plágaro (Abandonados al silencio)

Del interior retocó el cañón del coro y los balaustres de madera, el púlpito, las escaleras de acceso al mismo y su guarda voz, las gradas de ambos altares, la cajonera, los asientos de piedra del fondo debajo del coro, un nuevo retablo mayor actualmente desaparecido, encomendado a tres retablistas y un escultor (el antiguo se pasó a la capilla de Ntra. Sra.) y el suelo fue recubierto con losas del tamaño de una sepultura. Abrieron dos ventanas y se ensanchó la del altar mayor. Se lució con yeso toda la iglesia para después pintar al fresco los Misterios de Cristo en la capilla. Para completar la obra donó telas para diversos usos.

Su fortuna debía de ser muy elevada ya que, además de las obras que realizó en la iglesia, dejó a la fábrica un censo de 100 ds. de principal y al Beneficio otro de 6.050 rs. y 14.600 rs. en seis censos. En 1774 consta que había prestado 250 ds. de principal para un pleito de Mijaralengua para beneficio del común, cuyos réditos se aplicarían a misas, mantenimiento de las ermitas de S. Vicente y de los Santos Cosme y Damián, que reedificó a su costa, sin contar las joyas y ornamentos que legó a las ermitas e iglesia parroquial.

En uno de sus testamentos ordenó que fuera enterrado en la sepultura que se había mandado fabricar encima de las gradas al lado del evangelio junto al altar de Nuestra Señora de la Portería, para cuyo culto legó siete heredades.

Villarcayo

Fundó mayorazgo en un sobrino. No es por malmeter pero les recuerdo que trabajó toda su vida en ese pueblo. Hoy está  abandonado.

Otros nombres serían el arzobispo D. Juan Ochoa de Salazar, que fundó el monasterio del Sto. Ángel en S. Martín de Don; el canónigo Juan Ortiz de Oteo, el arcipreste Diego Gómez de Frías, Pedro Salazar, Pedro Gómez del Campo, capellán del Duque de Nájera que fundaron arcas de misericordia, hospitales y humilladeros o fueron destacadas personalidades en el nuevo mundo como Juan de Castillo, obispo que fue de Cuba.


Bibliografía:

“Iglesia y sociedad en la edad moderna: La Merindad menor de Castilla Vieja” por María José Lobato Fraile.
Abandonados al silencio: Plágaro.