Que no te asusten ni la letra ni el sendero de palabras pues, amigo, para la sed de saber, largo trago.
Retorna tanto como quieras que aquí me tendrás manando recuerdos.


sábado, 27 de enero de 2018

Duque de Frías haciendo de sumiller


Imagínenselo: El duque de Frías inclinado sobre el rey ofreciéndole un vino de gran calidad para su deleite. ¿Curioso? Mucho. E improbable también. Entonces, ¿De qué estamos hablando? No estamos hablando del encargado de los vinos en los restaurantes y hoteles. Una segunda acepción de esta palabra –según el R.A.E.- es “Jefe o superior en algunas oficinas y ministerios de palacio”.

¡Ajá! Es el jefe de palacio que tenía a su cargo el cuidado de la real cámara. Se dice que es el equivalente al Camarero Mayor (quien desde la baja Edad Media, había sido unos de los cargos más codiciados de la Casa del Rey). Esto colocaba a quienes ejercían estos cargos como preferentes acreedores de su amistad y beneficiarios de sus dádivas. Es decir, que no es lo que conocemos hoy como camarero. Tampoco mayordomo significaba lo que significa hoy pero esa es otra historia.

El emperador Carlos V

Si nos remontamos hasta las partidas de Alfonso X vemos la relación de funciones que debía tener el Camarero de Palacio (o Camarlengo que es una palabra todavía conocida): “Otrosí es Oficial que tiene gran lugar para guardar el cuerpo del Rey: e ha este nome porque él ha de tener las cosas que el rey manda guardar en su paridad […] Porque deue guardar la Camara do el Rey albergare, e su lecho, e los paños de su cuerpo, e las arcas e los escritos del Rey”. Traducido: era un oficial a cuyo cargo estaban los aposentos privados del monarca y todo cuanto contenía. Los camareros de esta época, en teoría, dormían junto a su señor, les guardaban la puerta, vestían y desayunaban con él.

El trato añadirá facultades económicas como el recaudo y administración de los ingresos previstos para la Cámara Real. Pese a que en la tradición castellana el cargo principal de la Casa del Rey era el de mayordomo mayor, el camarero mayor se fue convirtiendo durante los siglos XIV y XV en un peligroso rival y competidor por el cariño real y la influencia.

La llegada de Carlos V y su ceremonial borgoñón trastoca el esquema. En la Casa del Emperador además del camarero mayor existía un segundo camarero y un sumiller de corps que ocupaba el tercer lugar entre los oficiales de la Real Cámara. Ya ha aparecido el cargo y parece ser extraño a Castilla incluso en el nombre. Para evitar conflictos entre camareros y ahorrar en “altos cargos” se potenció el sumiller.

Relación de los Condestables de Castilla.

Había otros cargos que permitían acceder al rey: jefatura de la Casa y la de la Caballeriza pero el cargo de sumiller de corps continuó siendo el más apetecido. El mayordomo mayor y el sumiller de corps debían repartirse los espacios del Palacio, reservando para el segundo los aposentos más privados que componían la Real Cámara. La precedencia de cada uno de estos oficios dependía del momento y del lugar en donde transcurriera la jornada del rey.

El distintivo del cargo de sumiller era la gran llave dorada, que abría y cerraba todas las puertas del aposento real, y que llevaba suspendida de una cinta de su chupa y con el mango asomando por unos de los bolsillos. Controlaba la entrada hasta el rey: filtraba las audiencias privadas e intervenía en el nombramiento de los gentileshombres de cámara, sus inmediatos subordinados.

El rey nombraba al sumiller de corps. Pedro I de Castilla había cedido el cargo de camarero mayor en 1437 en la casa de los duques de Frías, perpetuándose en ella con carácter meramente honorífico. González Dávila se hacía aún eco de esta tradición e indicaba que “los Duques de Osuna y Frías se nombran Camareros mayores a sí mismos, y no los Reyes, pretendiendo les compete el título por derecho muy antiguo”. Y, es que, el cargo estaba reservado en la práctica para los miembros de la grandeza.

Relación de Duques de Frías.

Amistad, confianza, privanza o valimiento habían sido durante la época de los Austrias requisitos indispensables para su elección y designación. Felipe V rompió la tradición porque carecía de lazos personales con la alta nobleza española y sus sumilleres figuraban en el grupo de los primeros seis gentileshombres de cámara designados por él mismo en 1701–elegidos entre los cuarenta que tenía Carlos II–, y se sucedieron unos a otros según estrictos criterios de antigüedad. Una solución de compromiso alejada de la antigua confianza. Habrá que esperar hasta finales del reinado, al marqués de San Juan de Piedras Albas, para que se reanude la costumbre de aunar en la persona del sumiller la confianza regia y el desempeño pleno del oficio.

Felipe V

Y entre estos seis “afortunados” tenemos a Agustín Fernández de Velasco y Bracamonte, conde de Peñaranda, marqués del Fresno y duque de Frías. Este caballero nació el uno de noviembre de 1669 en la villa de Madrid, donde también murió. Casó con Manuela Pimentel y Zúñiga –hija del duque de Benavente- con la que tuvo a Bernardino Fernández de Velasco y Pimentel, que sería el XI duque de Frías; Ramón Fernández de Velasco y Pimentel, IV Marqués del Fresno y Martín Fernández de Velasco y Pimentel, IV duque de Arión y después XII duque de Frías y conde de Haro. Fue quien durante más años ejerció el cargo de sumiller de corps de Felipe V. Supongo que fue elegido, entre otras cosas, porque su padre, Pedro Fernández de Velasco, formó parte del partido pro-francés a la muerte de Carlos II.

Este caballero, Pedro Fernández de Velasco, fue consejero de Estado hasta su muerte en Madrid el 4 de enero de 1713. Había nacido en la Villa y Corte el 5 de julio de 1633. Su padre, el de Pedro, fue Luis "el mudo" de Velasco, I marqués del Fresno y su madre Catalina de Velasco y Roxas. Pedro estuvo casado con Antonia de Bracamonte, V condesa de Peñaranda. Los hijos de esta pareja fueron: Agustín Fernández de Velasco y Bracamonte, X Duque de Frías; Luis de Velasco y Bracamonte y María de la Soledad de Velasco y Bracamonte.

Relación de Sumilleres de Corps

Centrándonos nuevamente en Agustín les diremos que nació en 1669 y fue caballero y comendador de la orden de Alcántara y gentilhombre de cámara con ejercicio de Carlos II desde 1697. Fue confirmado también en su cargo por Felipe V en 1701. En 1703 se le concedió la grandeza de España por los méritos de su abuelo materno y de su tío, de quien heredó el condado de Peñaranda. Como tantos otros miembros de la alta nobleza, el duque de Frías dudó entre el francés y el austriaco pero acabó fiel a la causa de Felipe V.

Agustín desempeñó interinamente el gobierno de la Real Cámara en varias ocasiones y fue nombrado sumiller el 8 de enero de 1728, cargo que desempeñó hasta su muerte, ocurrida en Madrid el 24 de agosto de 1741. El duque de Frías fue el último de los sumilleres de corps que formaba parte del primer grupo de gentileshombres de cámara con ejercicio designados por Felipe V al comienzo de su reinado. Su sucesor, don Juan Pizarro de Aragón, marqués de San Juan de Piedras Albas, ya fue elegido por ser favorito del rey.

Digamos que, aunque el cargo era de libre designación el favor real recaía en los mismos linajes y familias. En el caso de la sumillería de corps, facilitaba la transmisión hereditaria del cargo el que los hijos de los jefes de Palacio solieran por costumbre ser honrados con la llave de gentileshombres de cámara del rey y, con frecuencia, destinados a los cuartos de los príncipes e infantes en donde podían promocionarse a sus jefaturas.

Carlos III

Felipe V alteró el status quo. A su llegada a Madrid, reformó la Cámara (al igual que el resto de la Casa del rey). Había motivación económica -¡cómo no!- pero también política: rodearse de franceses. Esta situación no podía hacer otra cosa que desembocar en choques, desequilibrios de poder y quiebras en la jurisdicción tradicional de los oficios. Así la concesión de audiencias fue acaparada por el nuevo secretario de la Cámara decayendo con ello la autoridad del sumiller.

Una muestra de estas luchas la tenemos en octubre de 1733 con la administración de los gastos ordinarios de la Real Cámara de fondo. Realmente el lío proviene de la disputa entre españoles y franceses en la Cámara Real. Tras la muerte de La Roche le había sucedido en la secretaría de la Cámara Juan Bautista José Legendre. Con el puesto obtuvo la inquina de Juan de Estrada, su oficial mayor, y de Carlos Gómez-Centurión Jiménez, Diego Tufiño, el veedor y contador, quienes eludieron presentarle las cuentas dejadas al morir La Roche. En 1736 Legendre retiró a Estrada sus poderes para manejar los caudales de la Cámara al tener noticia de que había conseguido para Tufiño el cobro de cantidades importantes de sus haberes en Tesorería Mayor, mientras apenas entraban fondos en la tesorería de la Cámara y el resto de los empleados no cobraban. Tufiño era además secretario del sumiller de corps, Agustín (el duque de Frías), quien había amparado la operación. Ante esto Legendre consiguió del rey la intervención de las cuentas de la Cámara. La muerte del duque de Frías en 1741 cerró la crisis, volviendo el control de los caudales de la cámara a estar bajo la jurisdicción del nuevo sumiller, el marqués de San Juan de Piedras Albas. ¡Así se las gastaban en la selva de la Corte!

Fernando VI

Con Carlos IV ocurrió lo que se esperaba: monopolizaron el cargo quienes le habían servido siendo Príncipe de Asturias. El primer sumiller de corps elegido por el nuevo rey fue Diego Antonio Pacheco Téllez Girón y Fernández de Velasco, décimo tercer duque de Frías y octavo de Uceda. No solo eso también era: XIII duque de Escalona, V marqués de Menas Albas, X marqués de Frómista, VIII marqués de Belmonte, VIII marqués de Caracena, XIII marqués de Berlanga, VII marqués de Toral, VI marqués de Cilleruelo, X marqués de Jarandilla, XIII marqués de Vill, VII marqués del Fresno, XI marqués de Frechilla y Villarramiel, X marqués del Villar de Grajanejos, XV conde de Haro, XVII conde de Castilnovo, XVIII conde de Alba de Liste, X conde de Peñaranda, VIII conde de Pinto, XII Conde de Deleitosa… Bueno, pues eso: todo un Grande.

Diego Antonio nació el 8 de noviembre de 1754 y morirá en París el 11 de febrero de 1811. Era hijo de Andrés Manuel Alonso Pacheco Téllez-Girón y Toledo, VII duque de Uceda y María Portería Fernández de Velasco y Pacheco, IX condesa de Peñaranda de Bracamonte. Se casó con Francisca de Paula de Benavides de Córdoba con la que tuvo a Bernadino Fernández de Velasco y Benavides, XIV duque de Frías y IX duque de Uceda.

Carlos IV

Andrés Téllez Girón, VII duque de Uceda, era gentilhombre de cámara con ejercicio desde 1742 y había sido nombrado para la servidumbre personal de Fernando VI a comienzos de 1758. Por ello, estuvo también al cuidado del monarca en sus últimos meses de enfermedad en Villaviciosa. Andrés Téllez Girón fue recompensado por Carlos III siendo destinado a servir al cuarto del Príncipe a principios de 1760, y ascendido a sumiller de corps al erigirse la Casa del futuro Carlos IV en abril de 1765. Aunque se le concedió la futura de sumiller del rey en diciembre de 1788, no pudo llegar a tomar posesión del cargo al fallecer al poco de empezar 1789. Sería su hijo, gentilhombre del Príncipe también desde 1775, quien alcanzará el puesto.

Diego, el hijo de Andrés, desarrolló una vida militar y diplomática muy activa al tiempo que ejercía la sumillería de corps. En 1794 hubo de partir al ejército de Navarra durante la Guerra de la Convención, entre agosto de 1798 y enero de 1801 fue embajador extraordinario en la corte portuguesa y en julio de 1802 fue nombrado consejero de Estado, presentando entonces su renuncia al cargo de sumiller. El XIII duque de Frías volvió a desempeñar cargos palatinos con José I, siendo nombrado su mayordomo mayor. Participó también en la redacción del estatuto, carta otorgada o constitución de Bayona. Moriría en febrero de 1811, siendo embajador de José I en la corte de su hermano Napoleón Bonaparte. Dicen que murió arruinado y cargado de deudas por sus gastos al servicio de José Bonaparte.


Toda una pena porque la vida del sumiller de corps, como hemos visto, era una buena y provechosa vida. De todas formas se sabía de donde cojeaba el sumiller y hubo, a lo largo de los siglos, reformas de la Real Cámara buscando embridarlo. La del el marqués de la Ensenada en 1749 que establecía un número fijo de criados para la Cámara –setenta y cuatro en total– y un único salario para cada empleo, prohibiendo cualquier otro pago bajo cualquier nombre que se le ocurriese al sumiller. Sería la Secretaría de Hacienda quien decidiese. No hay que ser un genio para darse cuenta que esto reventaba el nepotismo del sumiller. O lo intentaba redirigir hacia otros poderosos.

Además de la confianza regia, contar con unas buenas relaciones en los círculos de la Corte fue siempre una garantía de seguridad y de estabilidad para los ministros. El propio marqués de la Ensenada, a comienzos del reinado de Fernando VI, reconocía que sus antecesores en el cargo de Hacienda “los más han mirado como protectores suyos a los magnates de Palacio, los cuales tienen por máxima hacerse respetar y temer de los Ministros para lograr sus fines particulares, en lo cual es sumamente perjudicado el Real servicio”.

Palacio Real de Madrid

El puesto de sumiller de corps era de los mejores cargos a tener en la Corte aunque su salario era el más bajo de las tres jefaturas de la Casa del Rey. Pero, como ya estamos indicando, había otras ventajas. El sumiller tenía las regalías de repartir entre los criados los vestidos y ropa blanca que se desecharan del real guardarropa, así como los sobrantes diarios del plato del rey… ¡con los que servía su propia mesa!

En 1787 Carlos III reconoce que el cargo del sumiller estaba peor dotado que el resto de las jefaturas de palacio y que en la reforma de 1761 no se había tenido en cuenta la Real Cámara para su arreglo, duplicó su importe hasta los 80.000 reales. Sin embargo, el roce hacía el cariño –del rey- y se obtenían pingües favores. Es el caso del duque de Frías que pudo conservar sus sueldos en la Casa del Rey –tanto el de sumiller de corps como el de alcalde del Real Sitio de El Pardo–al tiempo que se ausentaba de la Corte para prestar otros servicios a la corona.

Como el resto de las jefaturas de Palacio, el oficio de sumiller proporcionó siempre una importante protección económica a sus titulares. Ninguno se vio privado de la posibilidad de promocionarse a otros oficios o un honroso retiro. Su capacidad de patronazgo menguó en comparación con el siglo XVII pero no dejaron de colocar a sus parentelas dentro y fuera del propio Palacio reforzando su autoridad personal dentro del entramado cortesano. Tampoco fue extraña la concesión de títulos para sus personas o sus allegados y menudearon las más altas condecoraciones del reino fueran éstas los ambicionados toisones, las insignias de la orden de San Genaro o la recién creada de caballeros de la Orden de Carlos III.


Bibliografía:

“Al cuidado del cuerpo del Rey: Los sumilleres de corps en el siglo XVIII” por Carlos GÓMEZ-CENTURIÓN JIMÉNEZ.
“Fundación Casa ducal de Medinacelli”.

viernes, 19 de enero de 2018

El Indiano Fernández


Hoy volcamos nuestra mirada, nuevamente, en uno de esos ciudadanos anónimos que como viejos romanos buscaron el bien de su gente mediante la filantropía. ¡Sobre todo después de haber sudado en América!


Nos fijamos en Domingo Fernández Peña que fundó las escuelas de Quintanilla del Rebollar. Lo dejó dicho en su testamento del año 1919 aunque no serían construidas hasta 1934 como lo explicaba una placa hoy desaparecida.

No he podido averiguar los años exactos que estuvo abierta a la formación de los niños pero, seguramente, rondaría los treinta, o cuarenta años máximo. A primeros de los años 90 del siglo XX el edificio estaba en ruinas.

Domingo era soltero, natural de este pueblo pero vecino de la villa de Bilbao y otorgó testamento ante el notario Francisco Santiago Marín el 9 de abril de 1919. En este documento legaba 400.000 pesetas para la creación y fundación de estas escuelas gratuitas (en enseñanza, libros y menaje) para niños y niñas de Quintanilla del Rebollar, El rebollar, Redondo, Herrera, Hornillalatorre, Barcenillas de Cerezos y Cornejo.

A tiempo porque este caballero moriría el 13 de junio de 1919 en su casa de Bilbao a los 81 años de edad.

La institución se llamó “Fundación Fernández” y ella se encargó de adquirir los terrenos y construir el edificio para las dos escuelas (niños y niñas) con sus habitaciones para el maestro y la maestra.


Fueron albaceas y ejecutores del testamento Pablo Corral Villate, Raimundo Larrazábal Ibarrola, Manuel Gómez González, Jacinto Larrazábal Cabasas y Ruperto Miquelarena Ulacia. La escritura de la fundación se otorgó en Bilbao el 18 de Mayo de 1924 ante mismo notario que el testamento -Sr. De Santiago y Marín- siendo los firmantes Manuel Gómez González y Ruperto Miquelarena Ulacia. Se constituía así la “Fundación Fernández” y se encomendaba su patronazgo a la Junta provincial de Beneficencia de Burgos. Esta última comisionaba para las gestiones que fuesen necesarias a Pedro Díaz Montero y Antonio Atocha Fernández.

Como nota curiosa vemos que el número de albaceas se había reducido sobremanera a causa de la muerte de Pablo Corral Villate (23/11/1919), la renuncia de Jacinto Larrazábal Cabasas (07/03/1923) y pleitos contra Raimundo Larrazábal e Ibarrola a consecuencia de denuncias formuladas por los dos albaceas restantes.

Evidentemente, la Junta provincial de Beneficencia aceptó el Patronato manifestando haberse hecho cargo de los bienes de la Fundación, de los cuales deberían destinarse 100.000 pesetas a la construcción del edificio escolar.


En diciembre de 1927 el capital con que contaba la Obra pía eran 600.409`85 pesetas, repartidas en la siguiente forma: 496.000 nominales en títulos de la Deuda perpetua interior al 4 por 100; 55.500, también nominales, en varios electos cotizables; 1.000 en que se evalúa el solar destinado al edificio Escuela, y 47,909`85 en efectivo metálico. Con ello, la Junta provincial de beneficencia elevó al ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes el proyecto del edificio escolar redactado por el Arquitecto José Tomás Moliner. Su presupuesto ascendía a un total de 129.222`69 pesetas. El proyecto fue informado favorablemente por la Oficina técnica de construcción de Escuelas, dependiente del dicho ministerio.

El tres de junio de 1929 se abrieron los pliegos para la contrata de construcción con un coste “definitivo” de 142.658 `62 pesetas. Por supuesto hubo un plazo previo para presentar ofertas y estudiar el proyecto con el pertinente depósito del 5 por 100 del presupuesto de la contrata -10 por 100 en el caso del ganador- y, entre el condicionado, dejar constancia del plazo de 10 meses para ejecutar la obra.

Por Real Orden del 30 de diciembre de 1926 se clasificaba como benéfico de carácter particular y se determinaba que se destinasen 100.000 pesetas a la construcción del edificio invirtiendo el resto en una inscripción intransferible de la Deuda pública, a nombre de la propia Fundación. En el mismo documento se aprobaba el proyecto del arquitecto y se determinaba su realización por contrata mediante concurso público.

El centro en la década de 1990

El tiempo, y el abandono, ejercieron su función hasta que el Servicio Territorial de Medio Ambiente, de la Junta de Castilla y León restauró y abrió al público “La Casa del Monumento Natural” el 8 de diciembre de 2005. Legalmente han sido cedidas por las Entidades Locales propietarias para este uso.

El 21 de marzo de 2006 se procedió a su inauguración con la presencia del Presidente de la Junta de Castilla y León del momento, Juan Vicente Herrera, y demás autoridades. Actualmente las viejas escuelas son la Casa del Parque del Monumento Natural de Ojo Guareña donde hay un centro de interpretación del entorno con Sala de Reuniones, una Biblioteca y un Aula-Taller Laboratorio.


Bibliografía:

Periódico “el Magisterio Español”.
B.O.E.
“Memorias de Burgos. Entre la tierra y la voz” de Elías Rubio Marcos.
Periódico “Diario de Burgos”.
Periódico “El Sol”.




jueves, 11 de enero de 2018

Vargas Blues band (o la triste banda de Vargas de Toranzo)


El acto epopeíco de la primera guerra carlista en la vieja provincia de Santander, hoy Cantabria, es la Batalla de Vargas. La fecha es el tres de noviembre de 1833 y, por ello, es una de los primeros combates de aquella guerra civil. Los del pretendiente aspiraban a tomar Santander pero se encontraron con sus ciudadanos, que habían optado por el bando isabelino, en Vargas. Ganaron los isabelinos y, aunque diríamos que no fue más que una escaramuza, el combate fue ensalzado en los medio liberales y en la ciudad de Santander. Se nombraron calles, se otorgaron medallas, fue referencia obligada en discursos… Transcendió, probablemente, porque evitó que los carlistas tomaran una capital de provincia y un puerto grande.


Pero dejemos esas conjeturas para otro momento porque lo que toca ahora es conocer ese suceso histórico y la participación de gente de Las Merindades en el incidente. Recuerden que los carlistas no tenían ninguna de las capitales de las provincias forales. El reciente gobernador de Santander, Manuel María de la Sierra, tenía noticias de dos columnas “de la facción” que avanzaban con el objetivo de tomar Reinosa y reorganizarse allí. ¿Preocupado? Cuando supo que el brigadier José de Mazarrasa se había levantado con los Voluntarios Realistas de Hoznayo y de Ampuero, sí.

La columna carlista principal era la del teniente coronel - ¿comandante?- Juan Felipe de Ibarrola que había salido desde Bilbao y a comienzos de noviembre operaba en la zona del puerto de El Escudo y Reinosa. Este grupo armado se dividirá en dos: la columna que bajará el puerto de El Escudo hacia Toranzo; y la de Santiago Villalobos – dos mil hombres- que ocupaba Reinosa y que avanzaría por el río Besaya hacia Torrelavega.

Movimiento de las unidades

La idea, ya evidente para sus contemporáneos, era converger todos los carlistas movilizados en Vargas de Toranzo para embocar Santander. Claro que Ibarrola, tras su captura, definió como punto de reunión Torrelavega.

La mañana del día 2 ya se encontraban en Vargas unos trescientos hombres de Echevarría e Ibarrola esperando a las tropas de Villalobos, que aún permanecían en Torrelavega. No solo eso, se esperaba que llegasen los batallones de Voluntarios Realistas de Cabezón, Buelna e Iguña.

El día tres Echevarría e Ibarrola bajan El Escudo al mando de los Voluntarios realistas de Frías, Medina de Pomar, Losa, Villarcayo, Valle de mena y Espinosa de los Monteros. Junto a ellos marchaba un contingente de caballería y los riojanos que ostentaban el pomposo nombre de Segunda División del ejército Real de La Rioja. Añadamos a todos los que se unieron a Echevarría en su avance porque no debemos olvidad que el legitimismo era una ideología muy extendida en toda España y no solo en los territorios forales. Pensemos, por ello, que –tal vez- también marcharon los partidarios de Soncillo al mando de Pedro de La Serna.


Hemos de detenernos aquí para detallar quienes eran los mandos de estos batallones de Voluntarios Realistas de Las Merindades que desfilaban hacia la lucha:

  • Medina de Pomar: Su primer Comandante era Vicente Rozas y el segundo Norberto Fernández Arciniega y, en su máxima disposición, arrastrarían a unos 290 hombres.
  • Espinosa de los Monteros: Primer Comandante, el Marqués de Chiloeches y la Celada pero con el título malamente lo identificamos por lo que les adelanto un nombre: Bibiano de Porras. El segundo era Antonio Bravo con unos 332 Voluntarios entre los que pudieron llegar a figurar: Esteban Barquín, Manuel de Villasante, Manuel García, Juan de Chavez, Sandalio de Arce o su cuñado José López.
  • Villarcayo: Primer Comandante era Francisco Gómez Zorrilla y su segundo José María López de Borricón. Su cifra sería de 343 carlistas.
  • Losa. Primer Comandante, D. Tomas Fernández Quintano.
  • Valle de Mena. El primer comandante era José López Borricón.


A las 09:30 h del día 3, el coronel Fermín Iriarte decidió salir al encuentro de las tropas carlistas al mando de una formación de hombres compuesta por dos compañías de Granaderos y Cazadores del Batallón de Vecinos Honrados de la ciudad de Santander, 40 hombres del regimiento de Laredo, 60 cazadores de montaña armados y pagados por el Ayuntamiento santanderino. No contaba con caballería la tropa mandada desde Santander, pero “el coronel Guajardo, conociendo la importancia de alguna fuerza de caballería invitó a los vecinos para que los que tuviesen caballos y quisieran hacer el servicio de esta arma se presentaran con las que les pertenecían”. Se consiguió reclutar a veinte hombres que formaron una pequeña escuadra al mando del citado coronel Guajardo. En total unos 350 voluntarios. A ellos se uniría la compañía de 70 carabineros al mando del capitán Sancho Pardo que se replegaba desde Vargas.

Cruz de Vargas

Incorporados a la columna los carabineros del capitán Sancho Pardo, ésta prosiguió su avance. Recibieron el chivatazo de “la vieja de Vargas” y con estas noticias –que fueron recibidas con gran satisfacción por Fermín Iriarte- y la información sobre el terreno y los caminos más apropiados por Felipe Peña, un muchacho de Vargas que iba en su columna, se prepararon para la batalla.

A esas alturas los carlistas de Ibarrola y Echevarría habían ocupado Puente Viesgo y los campos de Vargas y esperaban a las unidades de Villalobos que no terminaban a llegar. Estaban confiados porque no esperaban una salida de los liberales de Santander, de ahí que el avistamiento de la columna de Iriarte les descolocase. Ibarrola colocó a sus hombres a la derecha del camino real, cubierto por un arbolado, lo que le protegía de un posible ataque de la caballería cristina. Otro contingente de tropas carlistas tomó posiciones en el pueblo. Lo que se intentaba era coger a los hombres llegados de Santander entre dos fuegos.


El combate comenzó con un intercambio de ataques de fusilería entre las dos fuerzas. Iriarte encargó el despliegue de sus guerrillas al coronel Leoncio Bárcena e intentó desalojar a los carlistas situados en el arbolado, ya que se había dado cuenta de la estratagema de Ibarrola. Una carga de la caballería carlista fue rechazada por los Cazadores de Laredo hasta en dos ocasiones. Ibarrola empezó a desesperarse al ver la resistencia de las tropas liberales.

Ante esta situación, Iriarte decidió que cargara la caballería con los escasos veinte jinetes con que contaba. Fue de vital importancia que los granaderos de las compañías de vecinos de Santander consiguieran mantener la ventajosa posición que los liberales tenían en el puente.

Esta carga dejó prácticamente desarbolada la vanguardia carlista, que a duras penas logró resistir el envite. Las tropas carlistas, a pesar de estar en superioridad numérica apenas ofrecieron una breve resistencia y al poco rato se batieron en retirada desoyendo las órdenes de sus jefes de hacer frente al ataque. Huyeron dejando tras de sí numerosos despojos entre los que se pudieron reseñar 10.270 cartuchos, 11 barriles de pólvora, 4 cajas de guerra y otros efectos.

Frías

Sobre la cifra de muertos, cada fuente consultada aporta datos diferentes: el Boletín de la Provincia de Santander habla de 60 muertos, mientras que el párroco de Vargas, cifra en 112 los prisioneros, entre los que se encontraba Ibarrola, y cinco muertos, que fueron enterrados en el cementerio de la iglesia parroquial de Santa María de Vargas.

La lista de jefes carlistas detenidos fue publicada por “La revista española” y en ella aparecen varios procedentes de Las Merindades:

  • Coronel graduado de infantería y capitán ilimitado en Orduña D. Juan Felipe Ibarrola.
  • Ayudante mayor que fue con grado de capitán del provincial de Laredo, de cuyo destino fue privado en el año de 1828, Don Henrique Labin.
  • Capitán retirado a dispersos en el pueblo de Saornil , provincia de Burgos , D. Pablo del Hierro.
  • Subteniente retirado en Sebin, provincia de Vizcaya, Fernando Goti.
  • Subteniente de voluntarios realistas de la ciudad de Frías, D. Andrés Arnaez.
  • Teniente del batallón de voluntarios realistas de la expresada ciudad D. Mateo Saenz de Parayuelo.
  • D. Rafael Saravia, ex-guardia de Corps, natural de Villarcayo.
  • Teniente de voluntarios realistas de la  quinta compañía de Medina de Pomar, D. Blas Fernández.
  • D. Basilio López, ex-guardia, natural de Espinosa de los Monteros.


Todos los prisioneros serían trasportados a Santoña el día 6.

Tras la derrota carlista el ayuntamiento de Santander ordenó que se examinasen las casas cercanas a la batalla, por si acaso se hubiese refugiado allí algún faccioso.

Medina de Pomar

Echevarría volvió en retirada a Villarcayo con un poco menos del centenar de hombres. Villalobos se retiró hacia Aguilar y Cervera en donde volvió a ser derrotado por los cazadores de la Guardia Real. Mazarrasa, sin esperar a las tropas que debían unírsele en Solía huyó a los montes de Soba desde donde después pasó a ocupar un lugar importante junto a las tropas del Pretendiente y tuvo una decisiva intervención en el transcurso de la guerra.

El significado político y social de la escaramuza de Vargas (una media hora mal medida de combates) no reside en su valor militar –solo- sino que el triunfo de la milicia urbana de Santander (Si son cinéfilos les recordará a la Milicia de Denver de “La batalla de las colinas del Whiskey”). Hizo que los burgueses se sintiesen identificados con la causa “Cristina”. Por eso, desde Madrid, se quiso premiar con generosidad a las ciudades que se habían puesto de su lado en aquellos primeros momentos. Esta cuestión -el apoyo de los capitales burgueses a la causa liberal-, no era una minucia, puesto que Fernando VII había desarticulado el ejército y la Reina Niña no tenía, de hecho, quien la defendiese. Es lógico que la Regente quisiese enaltecer la victoria de Vargas y a quienes habían contribuido a lograrla.


Militarmente impidió que los partidarios del pretendiente lograsen extenderse y levantar partidas con más facilidad a lo largo de la costa cantábrica. Y, respecto a Las Merindades, anuló su potencial militar carlista para el futuro.



Bibliografía:

“La relevancia de la acción de Vargas -noviembre de 1833- en la primera guerra carlista: del mito al hecho” por Carlos VECI LAVÍN y Javier MARTÍNEZ SELLERS.
“La primera guerra carlista” Tesis doctoral de Alfonso Bullón de Mendoza y Gómez de Valugera.
“Historia de la guerra civil” por Antonio Pirala.
“Fastos españoles o efemérides de la guerra civil”
“La I Guerra Carlista en la comarca del Pas-Pisueña (1833-1839)” por Ramón Villegas López.
“Estado Militar de España” (Año 1933).
Periódico “La Revista Española”.
Mauranus Proyecto




Para Saber más:





miércoles, 3 de enero de 2018

Molinos en Las Merindades


Los molinos fueron uno de los más útiles elementos tecnológicos de la antigüedad al permitir producir harina de una forma más eficiente. Menos gente empleada y mayor producción. Estos ingenios pueden ser de agua, de viento, de fuerza animal, de vapor… Pero los que aquí interesan son los de agua que para eso esta es tan abundante en nuestras Merindades. E importante, no lo duden.

Presa en el río Nela en Villarcayo

Pero, y por pichar el globo que en otras latitudes más ombliguistas de España se esfuerzan en hinchar, no es un invento castellano. Vitrubio nos dice que los primeros molinos de agua se emplearon en la Roma clásica. Incluso se empleaban como sierra para cortar madera o piedra.

El molido –por situarnos- es una de las últimas fases de la trasformación del cereal. A partir de los siglos VIII-IX tenemos constancia de su existencia en nuestra zona. En el año 790 figura la donación que efectúa el abad Quelino a su monasterio de Cillaperlata de ciertas posesiones entre las que cita tres molinos en Tobera. También el muy controvertido documento del año 800 –la carta fundacional de San Emeterio y San Celedonio de Taranco y San Esteban de Burceña en el territorio de Mena- firmado por el abad Vítulo y su hermano Ervigio.

En Valpuesta, y a tenor del acta fundacional del monasterio erigido en este lugar y que redacta el obispo Juan en el año 804, se describe la calzada que va a Valdegovía: "et suos molinos in flumine Flumenzillo": De igual forma, en el año 822 se documenta la concesión de unas heredades al monasterio de San Román de Tobillas por parte de su fundador, el abad Avito, entre las que se encuentran "molinos et suas ferragines".

Quintanilla de Valdebodres (Cortesía de "Tierras de Burgos")

Más, hacia el año 872, en la fundación de San Martín de Losa se cita la existencia de "VII molinos iuxta nostra casa" y "Il molinos sub casa in rivo maior''. Ya no se parará, encontraremos molinos por todo el Valle del Ebro.

El molino hidráulico se convirtió en la infraestructura básica para la vida agraria de Las Merindades, sobre todo en el siglo XVIII, cuando fue un elemento técnico esencial. Pero no adelantemos acontecimientos y desandemos –una vez más- el camino hasta los siglos X y XI.

En ese momento los monasterios acumularán patrimonio fruto de las donaciones Reales y de particulares que al ingresar en el monasterio integraban sus propiedades (casas, tierras de labor, prados, viñas, etc.) en la orden. También se produjo un incremento de la natalidad y de la repoblación. Provistos de fueros otorgados por la monarquía en compensación por su arriesgada empresa, los vecinos de cada lugar se organizan en concejos. Estos se dotarán, como antes hicieran los monjes, del equipamiento productivo necesario para llevar a cabo sus actividades económicas (molinos, lagares, hornos, etc.).

Y lo que tenemos, entonces, son elementos comunitarios cuyo uso requirió reparto de tiempos de empleo. En una posesión mancomunada, esta figura consuetudinaria, consolidadas jurídicamente por el uso y la costumbre, eran un bien patrimonial que podía ser transmitido, donado o enajenado como cualquier otro. Y con ello nos enfrentábamos a la multiplicación de propietarios de fracciones menguantes. Esta situación permitía a los pequeños tener su parte de actividad pero facilitaba a los poderosos la comprar progresiva de derechos de molino sin tener que recurrir a los cuantiosos gastos que suponía una construcción. Como si comprasen las acciones de una empresa.

Sea como fuere, el empuje demográfico ejercido durante los siglos XI, XII Y XIII y la roturación de nuevas parcelas acentuaron la construcción de molinos. Esta, además, ayudó a la expansión económica en la Baja Edad Media. La ecuación era simple: Molinos igual a desarrollo económico y mejor alimentación. Así, los monarcas, percibidos de su importancia, incluyen su regulación en los diversos fueros y cartas puebla. Ejemplos en este sentido serían los fueros otorgados por Alfonso VIII de Castilla a Medina de Pomar en 1181 o a Frías en 1202.

Sus articulados conferían a los pobladores ventajas para la construcción de molinos como la libertad de hacerlos, y mantenerlos "a salvo y libre" en sus heredades, así como la plena potestad de tomar el agua que se precise allí donde la hubiera o el acogimiento a determinados beneficios fiscales. Paralelamente surge la competencia a los poderes concejiles y monásticos: la nobleza local.

Molino de Daniel en Arija (Cortesía de www,arija.org)

Y no será una coexistencia pacífica. La importancia del molino lo transmutó en pieza de poder y control. Los poderosos buscaron su monopolio. En muchas ocasiones por la fuerza, impidiendo que los concejos, único contrapoder frente al dominio señorial, construyeran nuevos molinos o controlando el agua.

¿Controlando el agua? ¡Pero si en Las Merindades hay agua de sobra! No era cuestión de escasez sino de propiedad. A pesar de lo que decían las Partidas de Alfonso X y el resto de legislación castellana que publicaban que el uso de las aguas y la propiedad de las riberas de los ríos eran un derecho comunal que regulaba y administraba el concejo nos encontrábamos con los privilegios que los monarcas iban concediendo y renovando –generalmente- a las ordenes monacales. Y, si a pesar de todo, se podía avanzar con la idea del molino estaba el freno económico. Era caro construir uno y eso frenaba a muchos concejos. Vemos así como el gran propietario molinero de Frías en la Alta Edad Media fue el monasterio de Santa María de Vadillo (o Baillo) y eso a pesar de que Alfonso VIII concediera en 1202 a la entonces villa unos fueros que permitían a cada vecino levantar su propio molino.

Vadillo controlaba a lo largo del río Tobera, Molinar o Ranera, los siguientes ingenios:

  • El de la Puentecilla, suyo desde 1428 tras un pleito. A comienzos del siglo XVIII aparece como "pisón o batán para saiales". Según Cadiñanos Bardecí este molino se hallaba a continuación de otro, llamado del Embid, que "a comienzos del siglo XVI, pertenecía al alcaide Fernán Sánchez de Alvarado" y hacia 1700 estaba casi arruinado.
  • El de la Parra. Fue propiedad particular, del monasterio del Espino de Santa Gadea del Cid antes que de Vadillo.
  • El de Ascucha llegó a sus manos gracias a las donaciones.
  • El del Caballero y el desaparecido molino de Rehoyo, situado aguas abajo, donde también estaba el molino de Floria que perteneció al cabildo de San Vicente y aparece documentado en el siglo Xlll.


Si les sirve de consuelo poético, a mediados del siglo XVIII y como consecuencia de la decadencia del monasterio ya no contaba con ninguno. Cosa que no le ocurrió al monasterio de San Salvador de Oña cuyos Benedictinos, por mor de su poder político y económico, dispusieron de los cuatro molinos que funcionaban en la villa en 1752 y de otros en Quintana de Valdivielso y Trespaderne.

Los molinos harineros hidráulicos propiamente dichos, como estamos viendo, están junto a los cauces de agua, pero no la toman directamente del río. El agua canalizada para aumentar su fuerza actúa sobre una rueda que accionará una serie de engranajes, y éstos, a su vez, impulsarían el movimiento en vertical de una piedra de moler.

Molino de Herrán (Cortesía de Terranostrum.es)

El paso de los años, y de los siglos, les mantuvo en su lugar. Con mejoras, eso sí. Continuaron en los cauces de los ríos y arroyos, adaptando sus materiales a los tiempos, pasando de la madera al hierro, etc. A partir del siglo XV serán omnipresentes en el paisaje de Las Merindades sin encontrarnos villa o aldea que no lo tuviese (salvo que no contara con agua o dinero suficiente). Como hemos dicho, fue el siglo XVIII el periodo de su mayor esplendor gracias a los gobiernos ilustrados.

El nacimiento de la máquina de vapor, en la Inglaterra del siglo XVIII supuso el comienzo de la decadencia del molino que fue abandonándose a excepción de los ámbitos rurales donde su uso se perpetuó hasta el siglo XX.

Los modelos de molino que nos encontramos en Las Merindades son: molinos de ruedas verticales (Aceñas) y molinos de ruedas horizontales (rodeznos).


En las aceñas tenemos un juego de engranajes compuestos por ruedas dentadas que actúan según la fuerza del agua, y que dan movimiento a las piedras de moler. Fue descrito por Vitrubio en la antigua Roma. Son esas “norias” de palas que pueden ser empujadas por el agua por arriba o por abajo. De esta tipología encontramos escasos ejemplos: en Valdenoceda, los Hocinos, Medina de Pomar y Frías.

El caso típico en Las Merindades es el molino de rodeznos. En él la rueda se coloca de forma horizontal que es la forma más sencilla de producir energía hidráulica, ya que la fuerza del agua mueve un eje con menos engranajes y éste la piedra voladera del molino.


Hemos comentado la existencia de un canal para el agua que accede a la rueda. Era una forma de controlar el agua. Pensemos que en el deshielo o en el estiaje la maquinaria y la producción se veían afectadas.

El edificio sólo recibía mantenimiento en ocasiones puntuales, como reparaciones de cubiertas, canales, saetines o limpieza. Por otro lado, la maquinaria, de gran resistencia y dureza, sólo requería ser reparada de manera excepcional. De esta puesta a punto del conjunto se encargaba el propio molinero.


Por tanto, teniendo en cuenta la gratuidad de la energía (renovable diríamos hoy) y la obtención de materia prima a través de la maquila, podemos concluir que la inversión económica para mantener en funcionamiento un molino era bastante reducida y no suponía un fuerte desembolso.

En cuanto a los constructores de molinos, la mayoría procedía de la zona norte (Cantabria, Vizcaya o Guipúzcoa). Se trataba, en general, de carpinteros, maestros canteros y albañiles contratados por nobles, eclesiásticos o concejos.

Los siglos XVII y XVIII, a pesar de la crisis, fueron una época próspera en la construcción de molinos: se levantaron nuevas construcciones sobre ríos o arroyos, aunque las actuaciones más abundantes fueron las reparaciones y el mantenimiento y, en menor medida, la reconstrucción total.


El plano tradicional de un molino es la de un edificio de planta rectangular dividida en varias alturas y con cubierta a dos aguas. La sala de la molienda se ubicaba en la planta baja mientras que las plantas superiores servían para almacenar el grano.


Bibliografía:

“Los molinos en Las Merindades de Burgos” de María Jesús Temiño López-Muñiz.
“Ingenios hidráulicos en Las Merindades de Burgos”. Molinos harineros, ferrerías y batanes a mediados del siglo XVIII” de Roberto Alonso Tajadura.
“Arte popular. Arquitectura hidráulica del norte de Burgos, de la Ilustración a fines del siglo XIX” Tesis de Aarón Blanco Nieto.