Que no te asusten ni la letra ni el sendero de palabras pues, amigo, para la sed de saber, largo trago.
Retorna tanto como quieras que aquí me tendrás manando recuerdos.


domingo, 27 de septiembre de 2020

Sernas de Oña



La definición de serna que nos da el diccionario de la Real Academia de la lengua Española es: “Porción de tierra de sembradura”. También nos dice que procede del celta “senăra” que es “campo que se labra aparte”. Y ya está. No nos dice más. Les apunto que es una definición demasiada parca para lo que vamos a conocer. Otra definición de “serna” es “el día de trabajo tributado por el vasallo a su señor”, rey o noble laico o religioso. Quizá hayan escuchado el término –similar- de facendera que era un servicio que se prestaba al rey cultivándole sus tierras o ayudándole a recoger el fruto en vez de darle granos, carne y vino. Aparece en el R.A.E. como “Hacendero” en su tercera acepción pero referido a trabajo comunitario. Es decir, era una prestación del vasallo al señor, generalmente en servicios.

Frías.
La serna evolucionará de forma diferente en centro Europa y en la zona mediterránea, será el centro de Francia el corte entre los espacios septentrionales, donde fue más frecuente y dura, y los mediterráneos en que resultó más ocasional y soportable.

Para Miguel Artola Gallego el cobro de sernas y corveas no era significativo siendo muestra de ello su temprana desaparición. Las noticias relativas a la obligación de las sernas se sitúan entre el siglo X y el XII y la máxima obligación, algo excepcional, era de dos días semanales. Evidentemente, el trabajo obligatorio sería un refuerzo de mano de obra en los momentos críticos del calendario agrícola.

Por supuesto este “tributo” debe enmarcarse en una serie de prestaciones, tanto de servicios -sernas, mesajería y acarreos-, de requisas extraordinarias –tallas y pedidos- y el apoyo a la circulación de los señores con albergaria, conducho, yantar, cena, etc. No es posible ofrecer un catálogo de las prestaciones laborales incluidas en las sernas ni conocer su evolución desde mediados del siglo XIII. Solo sabemos que se produjo su paulatina conversión en bienes o dinero.


En el dependiente de Oña priorato de San Juan, tributaban sernas los vasallos de Cillaperlata, Palazuelos de Cuesta Urria y Revilla. En la primera, el fuero de 1200 fijó en dos las jornadas por vecino y año; a finales del siglo XV las sernas se mantenían dedicadas al trabajo del cereal. La única noticia acerca de las otras dos aldeas data de finales del siglo XIII: varios testigos del pleito que enfrentaba a la abadía y al concejo de Frías declararon que los vasallos de Palazuelos y Revilla "dauan ofurciones e sernas e calonnas". Solo podemos imaginarlas idénticas a las de Cillaperlata. Los grandes deslindes de finales del XV y principios del XVI ignoran su existencia, lo que parece indicar su congelación.

En San Pedro de Tejada, también dependiente de San Salvador de Oña, las prestaciones agrarias se materializaban en el entorno del caserío del priorato y en Condado. En Condado, los vasallos satisfacían cuatro jornadas al año: cavar, sembrar, barbechar y segar; en 1469, las manipulaban exclusivamente los renteros monásticos.

San Pedro de Tejada. Iglesia e instalaciones del Priorato.

De entre 1011 y 1186, fase inicial del dominio, carecemos de documentación sobre las prestaciones agrarias. Pese a todo, hay referencia indirectas que pueden ayudar a esbozar una imagen de la situación: El manuscrito en el que diecinueve comunidades premiaban al monasterio mediante la exención "ab omni pecto comuni de concilio nostro et de serna de palacio". Esto presenta las sernas como una exigencia habitual y consolidada en el dominio monástico. Eran semanales, quincenales o mensuales y, prácticamente, todas se aplicaban a la explotación de reservas cerealistas. También los fueros firmados a partir de 1187 incidieron, modificándolas, sobre unas prestaciones a las que se concebía como obligación habitual de los campesinos dependientes.

Asumimos la existencia de servicios agrarios en la primera mitad del siglo XII. Incluso antes, dada la naturalidad de las informaciones. ¿Desde cuándo? ¿Desde antes del monasterio de Oña? Posiblemente. Ninguno de los lugares con sernas fue poblado por el monasterio de San Salvador sino que habían existido con un fuero propio o dependido de un magnate que llegaba a calificar de casati –esclavos- a sus habitantes. Difícilmente hubiera podido la abadía promover allí una reglamentación nueva y más dura -imponiendo sernas, por ejemplo- y desde luego no sin dejar constancia escrita de ello y de sus posibles compensaciones a los lugareños. El monasterio recibió, con los pueblos, la práctica totalidad de los derechos feudales. Cornudilla, otorgada a San Salvador por Fernando I en 1056, fue transferida con todo su circuito territorial y sus habitantes.

Esta hipótesis explica la falta de documentación puesto que la naturalidad de la integración hacía innecesaria su puntualización y razona, de paso, la espontaneidad de las primeras anotaciones. Aclara, además, las diferencias entre las sernas de unos y otros lugares y ventila, finalmente, la cuestión de por qué unas aldeas sí y otras no estuvieron sometidas al derecho de serna (la abadía no pudo imponerlas donde nunca las hubo).


Quizá a la abadía se incorporó un importante volumen de “villae” que reproducían el régimen de dominio directo con servicios en trabajo. En cada una de ellas, el “indominicatum”, lo entregable a palacio, se organizaba de modo distinto según su mayor o menor proximidad al caserío abacial o prioral. La diferencia estribaba en la presencia de un “palacium”, casa de cal y canto que servía de centro de percepción de rentas y de vivienda del casero, núcleo de ordenamiento territorial de la reserva y punto de concentración de los serneros para el trabajo y la pitanza. Por tanto, las sernas podían gestionarse directamente desde Oña o desde sus prioratos de Santo Toribio de Liébana, San Pedro de Tejada, Santa María de Mave y San Juan de Cillaperlata.

La hipótesis, no enunciada, de que las sernas fueron creadas por el monasterio choca con algunas consideraciones que se desprenden de la realidad: ¿qué extrañas razones podrían justificar la implantación de prestaciones en puntos tan dispares, alejados e incontrolables como Miengo, Rubena o Tovillas de Valdegovía?; ¿por qué allí sí y no en Terminón, Trespaderne, Piérnigas o Solduengo de Bureba, lugares todos ellos próximos al coto monástico?; ¿por qué en estos no y si en otros del núcleo de gestión directa por la abadía cuando de idéntica manera se realizaba en la propiedad territorial feudal?.

Se supone que las prestaciones en trabajo eran relativamente elevadas y destinadas a la producción de cereales debido a los datos presentes en la documentación superviviente. Se añadían, para el limitado consumo de los caseros, serneros y familia monástica algunas parcelas de viñedo. Vemos que el trabajo personal se destinaba al abastecimiento de la despensa abacial.

Claustro de San Salvador de Oña

El periodo que va del 1187 al 1268 coincide con la congelación de la expansión de la gestión directa por la abadía y la modificación del trabajo obligatorio. En este tiempo se concertaron hasta seis fueros que reajustaban las relaciones entre la abadía y sus dependientes. Hemos de asumir que el resto de lugares intentaría y, probablemente, lograría circunstancias similares. Así el fuero de Cornudilla (1187) sirvió de modelo para todas las comunidades que integraban la “Honor de Oña”, exceptuado el propio concejo oniense. Estos fueros tienden a armonizar las sernas encontrándonos servicios de dos o cuatro jornadas anuales frente a los servicios mensuales, quincenales o semanales. Estos servicios, además, están ceñidos a un reducido número de tareas.

La cuestión que nos viene a la cabeza es, ¿por qué concertaron los monjes de Oña esos fueros? ¿Incremento de la productividad y, a la vez, de la renta feudal vía diezmos y arrendamientos?, ¿desarrollo de los mercados rurales y urbanos?, ¿necesidades dinerarias de los señores en un mundo cada vez mejor dotado de moneda?... Seguramente todo. Los fueros buscaban adaptar los intereses señoriales a un mundo rural en expansión y transformación: posibilidades de cobro en especie y dinero en lugar de trabajo; incremento demográfico con la consiguiente caída del precio del trabajo y movimiento de la mano de obra hacia el expandido sur; y mejoras técnicas como el uso de animales y la azada con el arado. Por ello y para mantener –incluso incrementar- la población residente se buscaba que el campesino dispusiese de más tiempo para su parcela. A esto le sumaban la remisión total o parcial de diversos derechos señoriales, cesión gratuita de viejos espacios de la reserva, proporcionalidad de las rentas al potencial familiar campesino...


La reducción del peso de las sernas en los ingresos de Oña se nota también en la exención de acudir a serna otorgada a los clérigos dependientes en 1218; y en la transferencia de villas serneras sin contraprestación idéntica: en 1202, Quintanaseca, Montejo de Ceras y Villanueva de los Montes a Alfonso VIII por Mijangos.

La depreciación de la reserva y del trabajo obligatorio llevó a la modificación de las sernas. El volumen de trabajo se destinó sólo a determinadas labores, constituyendo poco más que un simple apoyo en el momento de las grandes faenas. Producían cereales aunque comenzaba a inclinarse hacia la viticultura, se experimentó un incipiente reparto de gestión entre la abadía y los renteros. Más datos que lo corroboran: la presencia de parcelas de la reserva transferidas en calidad de usufructo a las explotaciones campesinas; y el arrendamiento por vida de algunas aldeas tributarias con su régimen de explotación desde la segunda decena del siglo XIII.

Mijangos

En el periodo de 1269 a 1460 tenemos una intensificación de las sernas para trabajos en los viñedos y una reducción de los plazos de arrendamientos siempre inferiores a los veinte años. Parece que las sernas volvían a ser tomadas en consideración notándose en el reducido número de aldeas serneras desgajadas del patrimonio del monasterio: únicamente Quintana María, transferida a finales del siglo XIII al concejo de Frías en un supremo esfuerzo por liquidar viejos enfrentamientos.

Resulta, sin embargo, bastante problemática la reconstrucción del proceso a partir de los testimonios conservados, escasos y poco expresivos: en 1458, los vecinos de once comunidades próximas a Oña satisfacían tres días al año en la reserva vitícola del monasterio; dos siglos y medio antes -justamente en 1214- una de ellas, Cornudilla, cumplía sólo dos días por vecino y año en una reserva cerealista. Se podría sospechar, pues, que se pasó, entre 1214 y 1458 de dos a tres jornadas y de una orientación cerealista a otra vitivinícola.

Entre 1370 y 1427, las vides crecieron gracias a las adquisiciones del monasterio: en diecinueve operaciones se invirtieron algo más de veintinueve mil maravedís para conseguir nueve parcelas en Oña, tres en Cornudilla, cuatro en Bentretea, dos en Tamayo y dos en Terminón. A mediados del siglo XV, la superficie destinada al viñedo por la casa abacial ascendía, aproximadamente, ochenta y una hectáreas de las cuales treinta y cuatro se ubicaban en el coto monástico, repartidas por Oña, Sorroyo y Tamayo, y las cuarenta y siete restantes se esparcían por los términos de Bentretea, Castellanos de Bureba, Cornudilla, Pino de Bureba, Poza de la Sal y Terminón, lugares todos ellos situados en la vecindad de Oña. Claro que esta tendencia estaría sesgada si obviamos que procederían de un período de reconstrucción tras los estragos ocasionados en viñedos y parrales por una coyuntura climatológica terriblemente adversa. Por lo cual, quizá, no estaríamos acrecentando los viñedos sino recuperándolos.

Frías

Es decir, durante los primeros cincuenta años, el monasterio intentó conjugar el interés por acrecentar la reserva vitícola, para garantizar el creciente consumo de huéspedes y monjes y para cubrir la demanda de una población más numerosa y pudiente, y el ansia por explotar los arrendamientos, solicitados por campesinos emprendedores y nobles venidos a menos. El dilema se resolvió por la vía del reparto territorial del dominio: el núcleo volcó todo su esfuerzo en la producción vitivinícola, modificando sus sernas, y la periferia quedó en libertad de maniobra para optar entre la explotación directa, de orientación cerealista, y el arrendamiento con las sernas incluidas.

Durante el largo siglo restante, el modelo rindió de acuerdo con las posibilidades ambientales: en el núcleo, infinitamente mejor protegido y controlado por los frailes, resistió, primero, y se afianzó, después, con la ya citada ampliación de la reserva vitícola en el tránsito del siglo XIV al XV, acontecida durante un crecimiento demográfica; en la periferia, experimentó los efectos de una cierta paralización tanto por la dureza de los años medios del siglo XIV como por la indecisa política monástica al respecto.

En el periodo de 1461 a 1550 vemos que se reducen las sernas e, incluso, en algunas comunidades desaparecen por despoblamiento del lugar o conmutadas sus sernas por derechos de pasto. También el arrendamiento de aldeas con sus rentas en trabajo, acordado por un período inferior a nueve años, recuperó fuerza, sobre todo en la periferia, donde se concertaron con bastante frecuencia (casos de Arroyuelo y Cadiñanos).


Se reduce la extensión de viñedos y, durante el último tercio del siglo XV y primera mitad del XVI, se refleja el arranque de vides para plantar cereal. Completa el cuadro el abandono de las prestaciones en algunos lugares -como aconteció en 1544 en Cereceda- pero, otros continuaron prestando sernas hasta ¡las desamortizaciones del siglo XIX!

La contracción de las prestaciones agrarias –con casos incluso por debajo del setenta y cinco por ciento- indica una pérdida en su peso para los responsables de la política económica oniense. Ahora bien, hubo una ampliación de los arrendamientos que indica una mayor confianza en la economía y un traslado de la producción a los renteros quienes optaban por la producción vitivinícola y no la cerealista. Parece verse que la producción se orientaba al mercado más que a la despensa monacal.

Reconsiderando: en San Salvador de Oña los trabajos obligados fueron exigidos, regularmente, en cuarenta y nueve lugares del dominio como mínimo. El origen no vendría de la rapacidad eclesiástica sino fruto de benefactores, que desgajaron las sernas de sus patrimonios cuando eran un recurso generalizado (siglos XI, dos tercios, y siglo XII, el tercio restante). La gestión se repartió entre los prioratos, un tercio, Y la casa madre. De entre los prioratos San Juan de Cillaperlata acumulaba un dieciocho y medio por ciento y San Pedro de Tejada un doce y medio por ciento.

San Salvador de Oña

Podrían verse las sernas altomedievales, en una economía falta de masa monetaria, como una fórmula de cobro tributario por el señor para que este obtuviese bienes que se complementaban con los saqueos y botines de guerra. Como estudiábamos en el colegio tendríamos unas tierras explotadas por el señor y el resto repartido en lotes entre las familias campesinas dependientes que quedaban obligadas a prestar, entre otros servicios, jornadas de trabajo a la hacienda del señor para el acarreo de productos (caminos) y el laboreo del terrazgo (sernas).

El sistema no alcanzó una amplia difusión: porque tuvo que ceñirse a los espacios de control y repoblación señorial y por su propio carácter complementario, que condicionó su aplicación a un reducido conjunto de lugares, generalmente los más próximos o mejor comunicados con la residencia señorial.



Bibliografía:

“Rentas del trabajo en San Salvador de Oña: las sernas (1011-1550)”. Juan José García González.
“La explotación directa de la propiedad dominical monástica en la cuenca del Duero. Los cluniacenses”. Julio A. Pérez Celada.
“Historia de Castilla. De Atapuerca a Fuensaldaña” Juan José García González.





Anexos:


Si nos fijamos en el ámbito administrativo de la casa abacial –de Oña directamente-, podemos citar algunos ejemplos. Así en Aguas Cándidas, cuya primera información sobre prestaciones es de 1458, consta que enviaba al monasterio ocho obreros serneros. Que parece mucho pero vemos que cada vecino otorgaba, anualmente, un obrero para cavar los pagos situados en Oña y que la abadía compensaba el viaje con una cántara de vino. Ocho, pues, de las doce familias residentes estaban sometidas a dichos servicios, quedando exentos los clérigos e hidalgos.

Según el apeo de 1488, los vasallos de Arroyuelo y Cadiñanos prestaban sernas en estos términos: el propietario de una yunta dos días, uno a arar y otro a sembrar o trillar; el dueño de un buey y el azadero igualmente dos jornadas, una a cavar y otra a segar; la viuda una a vendimiar. La adscripción de estos servicios se efectuaba así: los simples solariegos las cumplían en las tierras sometidas a prestamería y los renteros monásticos y las viudas en las heredades directamente explotadas por la abadía.

En Barcina de los Montes, el derecho de serna proporcionaba cuarenta y cinco obreros a mediados del XV. Según todos los apeos conocidos, posteriores a 1400, cada vecino otorgaba tres días al año, dos a cavar y uno a binar.

Recordemos que estamos en unos siglos donde la igualdad de los individuos no se concebía. Como muestra podemos citar el caso de Cereceda donde, a comienzos del siglo XIII, los clérigos, como todos los dependientes de San Salvador, fueron eximidos del cumplimiento de servicios agrarios pero no los restantes vasallos. En 1458 los obreros ascendían a dieciocho, y hasta 1523, en que se citan tres sernas por solariego, destinadas a cavar y binar los pagos monásticos.

La pesquisa efectuada por los administradores de Cigüenza a finales del siglo XV proporciona un informe sobre el estado de las prestaciones. Los solares tributarios ascendían a trece y la frecuencia anual de las sernas oscilaba en los términos siguientes:


Las razones de esta diferenciación pueden ser razones de superficie, de status jurídico personal o en el número de familias que habitaban los solares. Los citados servicios se cumplían por entonces en beneficio inmediato de los renteros.

A finales del XII, cada uno de los diez vasallos infurcionegos de Montejo de Ceras –cerca de Quintana María- cumplía doce jornadas anuales por sernas. En 1202, el lugar fue cambiado a Alfonso VIII por Mijangos.

En 1458, San Salvador obtuvo de Penches hasta treinta y tres serneros. La reglamentación local fijaba en tres —dos a cavar y uno a binar— los servicios que debían cumplir anualmente las familias dependientes.

En el pleito que enfrentó a San Salvador y al concejo de Frías se declaró que los vecinos de Quintana María debían sernas a la abadía en 1230; es la única noticia que poseemos y, por cierto, muy poco explícita ya que no precisa ni su destino ni su frecuencia. En cualquier caso, antes de finalizar el siglo fue transferida al concejo en un supremo esfuerzo por liquidar el contencioso señalado.

San Salvador de Oña

El único dato conocido sobre prestaciones agrarias en Quintanaseca corresponde a los años finales del siglo XII: cada cabeza de familia debía dos días al año. En 1202, el lugar fue cambiado a Alfonso VIII por Mijangos.

En Tamayo, núcleo de población inmediato a la abadía, toda la fuerza de trabajo disponible se reducía al peón que anualmente otorgaba uno de los solares infurcionegos.

Como la mayor parte de los vasallos de las proximidades, los de Tartalés de Cilla cumplían tres sernas al año, dos a cavar y una a binar. A mediados del XV los obreros ascendieron a veintiuno.

A finales del siglo XII, los vasallos infurcionegos de Villanueva de los Montes cumplían sernas una vez a la semana. En 1202, el lugar fue traspasado a Alfonso VIII por Mijangos.

Podríamos seguir detallando localidades pero, por resumir, del monto de lugares sujetos a sernas tendríamos que treinta y tres se inscribían en el ámbito administrativo de la casa abacial y dieciséis en el de los prioratos. San Salvador llegó a poseer sernas en bastantes más lugares que la totalidad de los centros eclesiásticos medievales de la cuenca del Duero.

San Pedro de Tejada


domingo, 20 de septiembre de 2020

Alfonso VI, Consuegra, Uclés, Urraca.



Yusuf ben Tashfin, ochenta años y flaco, tiene buena pegada y noqueará Al-Ándalus. Pero solo al islam hispano. El caudillo almorávide encarna la potencia militar y la pureza de la fe. Y, es la resurrección de Al-Ándalus frente a unos reyes de taifas sumisos a los cristianos que, ante la “espontánea revolución popular”, trataron de renovar sus pecadores lazos con los reinos norteños. Tarde, la revolución almorávide había comenzado.


Dejábamos a Yusuf ben Tashfin camino de Granada cuyo rey, Abdalá, había pedido ayuda a Alfonso VI. El rey de León corrió a socorrerlo, pero no llegó a tiempo. Los almorávides habían entrado en la ciudad. Los paladines de la fe prendieron al rey Abdalá, le humillaron ante su pueblo y lo enviaron al norte de Marrakech.

El siguiente fue el rey de la taifa de Málaga, Tamim (hermano de Abdalá). A África. En ambos casos, Yusuf se aseguró de contar con todas la bendiciones de los alfaquíes, que dictaron sentencias contrarias a los reyes de taifas. Digamos que el africano explotó su perfil goebbelsiano y convirtió su conquista del poder en una revolución. ¿Pero había ideología tras Yusuf o solo manipulación? Parece que creía en su misión religiosa. Las taifas se habían habituado a una situación de dependencia: gobernantes musulmanes de origen árabe o bereber (aunque de linajes ya abundantemente hispanizados), sobre una población mayoritariamente hispana, y una importante cantidad de cristianos entre sus súbditos con tierras ricas y poca fuerza militar. Frente a eso, los almorávides representaban la reislamización.

Yusuf no entendía de componendas con la cristiandad -ni con la interior de la España mora ni con la de los reinos cristianos- como las que habían caracterizado a los Reinos de Taifas. El designio era la islamización a fondo de la sociedad andalusí. Por eso recibió el incondicional apoyo de los alfaquíes y demás guardianes de la ortodoxia islámica.


Visto el destino de los hermanos Abdalá y Tamim en Granada y Málaga, los demás reyes se apresuraron a protegerse. ¿Cómo? Doblándose ante Alfonso VI. El cual, naturalmente, también estaba interesado en mantener el statu quo. ¿Quiénes pactaron con los cristianos? Al-Qadir en Valencia, al-Mustaín en Zaragoza, quizás al-Mutawagil en Badajoz y con toda seguridad al-Mutamid en Sevilla, así como su hijo Fath, que gobernaba en Córdoba. Todos ellos se convertirán en enemigos del poderoso Yusuf. Con Granada y Málaga en sus manos, Yusuf ben Tashfin se apoderó de Tarifa, instaló allí su base y volvió a África, pero antes dejó a un hombre con instrucciones precisas. El hombre: Abu Bakr, el jefe de las tropas saharauis. Su objetivo: al-Mutamid de Sevilla.

Abu Bakr se lo pensó mucho y bien. Tardó casi nueve meses en rendir la ciudad. Impidió la llegada de tropas leonesas ocupando el valle alto del Guadalquivir y Despeñaperros. Es decir, Córdoba. Esta la defendía Fath, un hijo de al-Mutamid, que murió con la caída de la ciudad. Pero envió a su esposa Zaida a Toledo en petición de auxilio. Era marzo de 1091. Esta, viuda de Fath y nuera de al-Mutamid, escapó con todos sus hijos y buena parte del tesoro real. Refugiada en el castillo de Almodóvar, corrió enseguida a Toledo para ofrecer a Alfonso VI un nuevo pacto: a cambio de su ayuda militar, al-Mutamid le entregaría las plazas fuertes del norte de la taifa de Sevilla, que eran Uclés, Amasatrigo y Cuenca. Alfonso dijo que de acuerdo y envió una expedición al mando de Álvar Fáñez que no pasó de Almodovar. Junto a las tropas africanas había miles de voluntarios. Tomada Córdoba, Abu Bakr estrechó el cerco sobre Sevilla. Ocupó Jaén, Ronda, Calatrava, Almodóvar, Carmona... Sevilla cayó en septiembre de 1091. ¿Al-Mutamid? ¡A África!

Alfonso VI y Zaida según una serie de televisión.

Sobreviven Badajoz -donde al-Mutawagil se sostendrá hasta 1094-, Zaragoza y Valencia. Serán los ejes de la defensa cristiana e hispanomusulmana. León ocupa la frontera portuguesa con la taifa de Badajoz (Lisboa, Santarem y Cintra). Deja al mando, como gobernador, al caballero Suero Méndez, bajo la dirección de Raimundo de Borgoña, el yerno del rey Alfonso. El problema era la trama de alianzas y tensiones en Valencia y Zaragoza. Esta, amenazada por Aragón, tiene pactos con Alfonso VI y con el Cid, pero éstos, además de estar enfrentados entre sí, no ven como enemigo al rey de Aragón. En cuanto a Valencia, amenazada por los almorávides y por Alfonso VI, debía su protección al Cid y a Zaragoza. Un laberinto.

Si esto no fuera suficiente, la propaganda almorávide se voceaba desde las mezquitas. Tanto al-Mustaín como al-Qadir tenían interés en pactar con los cristianos. Además, Zaragoza y Valencia contaban con abundante población mozárabe. Es decir que, además de la pugna entre musulmanes partidarios de las taifas y musulmanes partidarios de los almorávides, había otra pugna dentro de las propias taifas entre población musulmana y población cristiana.

Estatua de El Cid.

El Cid ha constituido una amplia zona bajo su control en la taifa de Valencia. Rodrigo Díaz de Vivar se traslada a Zaragoza y trata de convencer a al-Mustaín para que se coaligue con él: entre ambos pueden mantener Valencia a salvo de los almorávides. Pero el Cid no es el único que ambiciona la ciudad: Alfonso de León también tiene puestos allí sus ojos. ¿Pero el Cid no gobierna en nombre de Alfonso VI? Ya no. El leonés diseña una operación terrestre con Aragón y Barcelona y naval con Génova y Pisa para la primavera de 1092. Alfonso había cometido el error de no advertir al Cid de sus movimientos. Error deliberado, sin duda: no iba el rey a pedir auxilio a un vasallo. Bueno, da igual: todo le salió mal. Las flotas italianas no se presentaron. Los aragoneses y los catalanes tardaron en llegar o, simplemente, decidieron en algún momento dar la vuelta. El hecho es que la gran expedición alfonsina fue un fracaso. Encima, ante el asalto, los partidarios valencianos de los almorávides dan un golpe de Estado. Será el final del rey al-Qadir. Y el Cid se cabreó y se vengará en las tierras riojanas de García Ordóñez.

Gobernará Valencia el cadí Ben Yahhaf, un juez que veía mal las componendas de al-Qadir con los cristianos. Instaura un gobierno de “verdaderos musulmanes”, una especie de república islámica. Al-Qadir, se fuga, pero Ben Yahhaf ordena que se le persiga y mate. Cuando el Cid llegó a Valencia anunció que vengaría la muerte de su aliado. El cadí Ben Yahhaf esperaba los refuerzos de los almorávides, pero nanay. El hijo de Yusuf consideraba más importante recuperar Lisboa y se limitó a enviar a Valencia una pequeña guarnición. La estrategia del Cid consiguió que en el verano de 1093 los almorávides se retiraran y que el cadí pagara las mismas parias que al-Qadir -1.000 denarios semanales-. Esto sonó mal en África y se ordenó a Abu Bakr que marchara contra Valencia para acabar con el Campeador.


Aprovechando que El Cid estaba fuera de valencia los ciudadanos habían enviado una embajada a los almorávides pidiendo ayuda. La única salida que tuvo Rodrigo fue tomar Valencia para enfrentarse a los africanos desde una posición de fuerza. Además, Alfonso VI le había otorgado derecho de señorío sobre cuantas tierras conquistase. ¡Y ese derecho seguía en vigor! Con Valencia bajo su mano, Rodrigo se convertiría en señor de un auténtico reino: un reino de taifas... cristiano. Al final las tropas de Yusuf no pasarían de Almusafes. La ciudad cayó en julio de 1094 tras un duro asedio. Ben Yahhaf fue juzgado por el asesinato de al-Qadir y quemado vivo. Y la mezquita consagrada como Catedral. Alfonso podía asumir que el tema de Valencia estaba, más o menos, solucionado.

Bautismo de Zaida.

¡Alfonso VI tenía nueva pareja!: Zaida. Esta le había dado el ansiado hijo varón. Por lo demás, eran años de sinsabores: en el otoño de 1094 se pierde Lisboa; y muere Sancho Ramírez de Aragón y Navarra siendo sustituido por su hijo Pedro que continúa el acoso a la taifa de Zaragoza. Inevitablemente la ofensiva contra Huesca iba a enfrentar al rey de Aragón y Navarra -ambas seguían bajo la misma corona- con Alfonso VI de León. Huesca tenía que caer. Alfonso no faltó al pacto con Zaragoza.

La batalla decisiva fue en Alcoraz, al lado mismo de la ciudad sitiada. Era el 19 de noviembre del año 1096. Ganaron los aragoneses. En la batalla brilló un joven hermano del rey Pedro: Alfonso, que pasaría a la Historia como “el Batallador”. Huesca ya era aragonesa. Y en ésas estaba Pedro I de Aragón, cuando el Cid pedía refuerzos ante un nuevo desembarco almorávide, necesitaba socorrer Peña Cadiella. Allí fueron el rey Pedro y su hermano Alfonso. Los de Aragón, junto a las tropas del Cid, llegaron hasta Peña Cadiella y abastecieron la plaza. Pero cuando el ejército cristiano emprendió el camino de regreso hacia Valencia, se encontró con que los almorávides le habían cerrado el camino: apostadas en el castillo de Bairén se proponían aniquilar al ejército del Cid y, luego, tomar Valencia. No lo consiguieron. La batalla de Bairén de 1097 decidió al Cid a cristianizar enteramente la ciudad.

Pedro I de Aragón.

Y en ésas estábamos cuando, de repente, una noticia voló por toda la Península: el viejo Yusuf ben Tashfin, el emperador almorávide, con más de noventa años, desembarcaba de nuevo en España y se dirigía, otra vez, contra Toledo. Las alarmas volvían a sonar.

Alfonso pidió ayuda a Pedro I de Aragón, y éste, cabal, ofreció sus tropas. El rey de León mandó también mensajes al Cid, y el Campeador igualmente envió a sus huestes comandadas por su hijo, Diego Rodríguez. La ofensiva de Yusuf constaba de dos brazos: Uno, el más nutrido, se dirigía hacia Toledo, la capital de Alfonso VI; el otro, hacia Cuenca, probablemente para llegar desde allí hasta Valencia o, al menos, para aislar a Valencia del territorio cristiano. Alfonso decidió cortar el paso al contingente principal de los invasores y corrió hacia la plaza de Consuegra, varios kilómetros al sur de Toledo. Era el 15 de agosto cuando el rey cristiano vio lo que se avecinaba.


Los refuerzos que llegaban desde Valencia tuvieron la mala fortuna de encontrarse por el camino con la hueste almorávide que marchaba contra Cuenca. Fueron concretamente los jinetes de Álvar Fáñez los que tuvieron que afrontar la prueba. Cerca de la ciudad se vieron envueltos por los almorávides. La refriega fue dura. Algunos jinetes cristianos cayeron allí. Otros pudieron volver a Valencia. Todavía un tercer grupo, el del propio Álvar Fáñez, logró zafarse del enemigo. Aquí las fuentes se contradicen: unos dicen que Álvar Fáñez llegó a Consuegra; otros, que no.

Ese 15 de agosto de 1097, Alfonso VI había dispuesto a sus tropas en dos grandes alas. Una, la izquierda, la mandaban Pedro Ansúrez y, si llegó, Álvar Fáñez. No era el grupo más numeroso, pero sí el más compacto, con tropas muy experimentadas y caballeros de élite. La otra, la derecha, la componían los hombres del Cid, que eran los mejor armados, al mando de Diego Rodríguez, hijo del Campeador, y junto a ellos se alineaban las huestes del conde de Nájera, García Ordóñez, con la orden expresa de proteger con su caballería la vida del hijo del Cid.


¡¿ García Ordóñez?! ¿Uno de los principales enemigos del Cid? ¿Saben lo que pasó? Que se retiró dejando al hijo del Cid en la estacada durante el repliegue ordenado para evitar ser embolsados. El único hijo varón del Cid, y heredero del señorío valenciano del Campeador, moría con diecinueve años de edad. Con las líneas deshechas y una parte del contingente aniquilado, el ejército de Alfonso se parapetó tras el castillo de Consuegra. Ocho días duraría el asedio; y después de esos días, los almorávides se marcharon. Seguían sin valer para los asedios. En cuanto a los almorávides que habían llegado hasta Cuenca, también volvieron grupas, aunque, eso sí, después de dejar allí a sus partidarios como dueños de la ciudad. Estaba claro que el horizonte de Yusuf ben Tashfin no era penetrar en los reinos cristianos, sino restablecer el dominio musulmán sobre el territorio de las viejas taifas... al menos, de momento.

Consuegra

Y después de Consuegra, ¿qué? Después de Consuegra, desolación. Alfonso VI debía abandonar cualquier propósito de extender sus territorios. El problema político volvía a gravitar en torno a la cuestión zaragozana, donde Pedro I de Aragón no iba a renunciar a sus pretensiones. Pero el mayor golpe se lo llevó el Cid, que perdió a su único heredero. Es probablemente en este momento cuando Rodrigo Díaz de Vivar arregla el compromiso de sus hijas, Cristina y María. La primera se casará con el infante Ramiro Sánchez de Pamplona, que pronto partirá como cruzado a Tierra Santa; la otra, María, lo hará con el conde de Barcelona Ramón Berenguer III.

Ramón Berenguer III

La decisión tenía un alcance político decisivo, porque en la práctica significaba ceder a Aragón y a Barcelona, y no a Castilla, la herencia del esfuerzo bélico del Cid. Quizá Rodrigo no vio claro que León pudiera mantener la actividad guerrera tan lejos de sus fronteras naturales. El hecho es que de esos matrimonios saldrán linajes de reyes: García Ramírez, el restaurador del Reino de Pamplona, fue nieto del Cid, y un rey de Castilla, Alfonso VIII, será tataranieto del Campeador.

Pero ahora, en 1099, muere el Cid sin heredero varón, ¿qué pasaba con Valencia? Todas las tierras ganadas por el Cid quedaron bajo el mando de Jimena, la esposa de Rodrigo. Pero la situación era ciertamente difícil: los almorávides no tardaron en enterarse de que el gran guerrero cristiano había muerto y pronto reanudaron el acoso contra Valencia.


El truco para que un soldado de fortuna como Rodrigo sobreviviese se basaba en dos pilares: buenas relaciones con la taifa de Zaragoza –su retaguardia- y mover tropas para reforzar la plaza frente a las ofensivas almorávides. Sus herederos no podían hacerlo porque o bien estaban en perpetuo conflicto con Zaragoza o no disponían de ejército suficiente. Sólo Alfonso VI de León, bien avenido con la taifa zaragozana, podría enviar tropas a Valencia, pero le restaba brazos para defender otros puntos de su frontera.

Mazdalí, primo de Jusuf, cercaba Valencia (agosto de 1101) y los territorios que, hasta ese momento, obedecían al Cid pagaban ya tributo a los almorávides. ¿Qué hicieron los cristianos? La leyenda cuenta que Jimena exhumó el cadáver embalsamado de Rodrigo, ordenó que lo montaran en un caballo y lo sacó a las puertas de la ciudad, lo cual hizo huir a los sitiadores.


La realidad es menos poética: Jimena pidió ayuda a Alfonso VI que acudió con un ejército mandado por él mismo. Ante la llegada de los cristianos, los moros levantaron el sitio. Alfonso VI persiguió a los almorávides hasta Cullera, donde hubo una batalla de contención: allí quedó la línea de frontera entre las dos fuerzas. ¿Qué hacer ahora? Pues, abandonar una posición tan débil y alejada. Era mayo de 1102. Jimena recogió el cadáver de su marido y los viejos castellanos incendiaron la ciudad. La población cristiana de Valencia se marchó también. Centenares de hombres volvían a Castilla transportando el cuerpo de su jefe muerto. El Cid será enterrado en Burgos, en San Pedro de Cardeña.

La conquista de Valencia fue un movimiento decisivo para los almorávides, que ahora contaban con una base privilegiada para hostigar al condado de Barcelona y, sobre todo, para conquistar la taifa de Zaragoza. Además Yusuf, con más de noventa años, nombraba heredero a su hijo Alí y le ponía al frente de la provincia andalusí.


En el año de 1104 moría en el valle de Arán el rey Pedro I de Aragón y Navarra con treinta y seis años y sin hijos. Con él Aragón había crecido hasta amenazar la ciudad de Zaragoza. Por desgracia su muerte planteaba un “problemín” sucesorio. Pedro había estado casado con Inés de Aquitania, que le dio dos hijos enfermizos: Isabel y Pedro junior. Cuando murió la reina Inés, Pedro se casó con una dama italiana llamada Berta, que no le dio hijos. Isabelita (+1101) y Pedrito (+1104) murieron pronto. Reinará el hermano varón siguiente al rey difunto: Alfonso, soltero, treinta y un años y un “Ardor Guerrero” extremo, muy religioso y… misógino.

Yusuf ben Tashfin moría en su palacio de Marrakech en el año 1106, a la avanzadísima edad de noventa y siete años. En su Al-Ándalus los cristianos seguían siendo ciudadanos de segunda, como en cualquier territorio bajo la ley Coránica, pero en peores condiciones que cuando los reinos de taifas. El verdadero objetivo de Yusuf se había cumplido: frenar la degradación del islam ibérico e impedir nuevos avances cristianos.


Lo que hubo fue una interminable sucesión de constantes refriegas a lo largo de toda la frontera leonesa, desde Portugal hasta Cuenca. Y la suerte de las armas, en general, será adversa para los cristianos, como le ocurrió al yerno del rey, Raimundo de Borgoña: después de perder Lisboa fue encargado de repoblar tierras de Salamanca y Segovia y terminó estrellándose en la batalla de Malagón.

La situación en el conjunto de la España cristiana era difícil. El clima de impotencia militar frente al empuje almorávide terminaba de complicar las cosas.

El rey de Zaragoza, al-Mustaín, pedirá apoyo a los almorávides contra “El Batallador”. En este ambiente se tornará fundamental consolidar las fronteras. Y eso significa reconocer a los aguerridos pobladores de la frontera. Los colonos de las películas de vaqueros. Alfonso VI necesitaba asegurar los pasos del Sistema Central y Aragón consolidar las posiciones ganadas en el llano.


Alí ben Yusuf, hechura de su padre pondrá a un hermano suyo, Tamim, al frente del gobierno de Al-Ándalus con capital en Granada. En la primavera de 1108 lanzará su primera ofensiva contra Uclés. Este lugar estaba en el camino que llevaba de Toledo a Zaragoza. ¿Por qué Uclés? Porque está menos defendido que Toledo y, no menos importante, no es el único objetivo estratégico de Alí: está Zaragoza.

Cuando un mensajero llega a Sahagún, donde estaba Alfonso VI, trae noticias confusas: que un poderoso ejército almorávide se dirige desde Granada hacia el norte. ¡¡¡¡Toledo!!!! El rey llama a sus nobles. Él no irá: tiene sesenta y ocho años y sus viejas heridas le están martirizando. Además, en ese momento acaba de casarse de nuevo. Pocos años antes había muerto la madre del heredero, la mora Zaida, probablemente de sobreparto. Su nueva esposa es la italiana Beatriz de Este. Nominalmente encabezará el ejército su hijo, Sancho. El mando efectivo lo tendrá su ayo y tutor, García Ordóñez, el de Nájera, así como el imprescindible Álvar Fáñez.


Estamos en mayo de 1108. La hueste almorávide dirigida por Alí, con sus habituales contingentes senegaleses -espadas indias, tambores y escudos de piel de hipopótamo-, llega hasta Jaén. Allí se le unen refuerzos de Córdoba: son las columnas mandadas por Ibn Abi Ranq. El ejército enfila entonces hacia Baeza y penetra en La Mancha. Entre La Roda y Chinchilla afluyen nuevos refuerzos: las tropas de Murcia y también las de Valencia.

En Toledo, el infante Sancho Alfónsez -el heredero- y sus nobles tutores envían mensajes en todas direcciones. Piden refuerzos para Toledo a las plazas de Calatañazor y Alcalá, entre otras. Pero hay algo raro: los invasores van al este, a Uclés.

Castillo de Uclés.

El 27 de mayo de 1108, las primeras vanguardias almorávides aparecen en Uclés. El ejército cristiano parte desde Toledo con los refuerzos recibidos. La masa musulmana se precipitó sobre las frágiles defensas de Uclés como un ciclón. Los mudéjares que allí vivían recibieron a los invasores como a libertadores: ellos fueron quienes mostraron a los almorávides por dónde entrar. Fue un baño de sangre. Al anochecer de ese día sólo quedaba la alcazaba con un puñado de defensores. Los cristianos llegaron a Uclés el día 28. En poco más de dos días habían logrado cubrir los cien kilómetros que separan ambas localidades.

Sancho traería entre 3.000 y 3.500 combatientes entre caballeros, escuderos, mozos de caballos, encargados de las provisiones y colonos reclutados sobre el terreno. No es mucho, solo lo suficiente para ahuyentar a los almorávides. Claro que, como en Las Termópilas, aparece un traidor del ejército cristiano, un joven musulmán que se presentó ante Tamim y le dio todo género de detalles sobre el ejército leonés. Con esos datos darían la batalla contra los cristianos.


Al alba del 29 de mayo de 1108, viernes, los musulmanes salen al encuentro de los leoneses. En vanguardia van las tropas de Córdoba; las de Murcia y Valencia, en las alas; Tamim se reserva el centro con sus huestes de Granada. Enfrente, los cristianos alinean a los suyos: Álvar Fáñez ocupa el centro del dibujo táctico; en un flanco, el conde García Ordóñez con el infante Sancho; en el otro, el conde de Cabra. Repartidos, entre ambos, las tropas de los alcaldes de Toledo, Calatañazor y Alcalá de Henares, así como las huestes de otros condes leoneses y castellanos. En retaguardia, una tropa auxiliar de judíos.


Cuando las alas musulmanas buscaban con su caballería ligera envolver a los cristianos algo nos sale mal: la retaguardia cristiana, formada por aquella tropa auxiliar de judíos, se dio a la fuga y permitió que las tropas de León quedaban rodeadas por todas partes. Cambio de planes para los de Alfonso VI que se concentran en salvar al heredero, Sancho. Para empeorar la situación la guarnición cristiana de Uclés no saldrá de sus muros. Álvar Fáñez y García de Nájera tendrán que arreglárselas solos. El conde García Ordóñez, alférez del rey, ha caído interponiendo su cuerpo entre el heredero de León y las espadas almorávides. Otros muchos caerán hasta conseguir apartar de allí al joven. La retirada es muy difícil. Sus caballos son grandes, corpulentos, cubiertos de gualdrapas y protecciones que los hacen letales en el avance, pero muy lentos en la retirada. Los musulmanes no tardan en alcanzarlos. Los cristianos se dividen. El infante buscará cobijo en el castillo de Belinchón y el grueso de las tropas, al mando de Álvar Fáñez, tomará el camino de Toledo.


Un destacamento musulmán se lanza en persecución del grupo que protege al infante Sancho. Los caballeros de su escolta pondrán sus vidas entre el infante y sus perseguidores. Siete condes, con sus guerreros más allegados, se plantan en el camino y hacen frente a los moros. Son como los espartanos: sin vuelta atrás. Conocemos los nombres de seis de ellos: Martín Flaínez y su hijo Gómez Martínez (de los Flaínez de León); los hermanos Diego y Lope Sánchez, con su tío el magnate Lope Jiménez; y el conde llamado Fernando Díaz. El séptimo que pudo ser el propio conde de Nájera.


Sicuendes

Los musulmanes, con su nulo sentido de la caballerosidad, bautizaron al lugar como Siete Puercos. Sólo años más tarde, cuando Uclés sea recuperada, se cambiará su nombre por Siete Condes. La denominación derivará a Sicuendes, donde hubo un poblado a mitad de camino entre Tribaldos y Villarrubio. Hoy allí no queda nada. Ni el recuerdo de su sacrificio. No sirvió de nada. Sancho llegó a Belinchón, un poblado musulmán, con una pequeña guarnición cristiana. Cuando los musulmanes supieron lo que había pasado se sublevaron. La guarnición, y el infante, perecieron.

En Uclés, los restos del ejército cristiano fueron aniquilados. Después, los musulmanes cumplimentaron su macabro ritual: decapitaron a los cadáveres, amontonaron las cabezas en sanguinolentos túmulos y sobre ellos subieron los almuédanos para llamar a la oración. Y hecho esto, Tamim, el jefe almorávide, regresó a Granada.

Los de la guarnición de Uclés decidieron, tras que llegara la calma, evacuar la plaza. Fue su perdición: los gobernadores de Murcia y Valencia permanecían en los alrededores y habían dispuesto tropas emboscadas en previsión de que los cristianos se retiraran. Muchos cristianos murieron; otros fueron hechos esclavos.

-¿Dónde está mi hijo?- Preguntaría Alfonso VI a Álvar Fáñez. Sólo algunos días más tarde se encontró su cuerpo muerto en Belinchón. Sancho, catorce años, fue enterrado junto a su madre, Zaida, en Sahagún.

Monasterio de benedictinas de Santa Cruz de Sahagún.
Lugar de descanso de Alfonso VI, Zaida y su hijo.

Las consecuencias de la batalla de Uclés fueron desastrosas. Perdido ese punto estratégico, todos los territorios fronterizos que habían pasado a León con la mora Zaida volvieron a manos musulmanas: Ocaña, Amasatrigo, Huete, Belinchón, Cuenca. Los mermados ejércitos de Alfonso tuvieron que concentrarse en la defensa de Toledo; la misión se le encomendó al veterano Álvar Fáñez.

Con el infante Sancho moría el único heredero varón de Alfonso VI. Al rey ya sólo le quedaban hijas. La mayor, Urraca, hija de su matrimonio con Constanza de Borgoña. Otras dos, Elvira y Sancha, hijas de su matrimonio con Zaida. Y aún dos más, Teresa y otra Elvira, que engendró en su amante Jimena Muñoz, poderosa dama que ejercía como tenente del castillo de Cornatel, en El Bierzo. ¿Quién heredaría el trono?


Apenas un año después de Uclés, en julio de 1109, el rey expiraba en Toledo. Dejaba tras de sí una obra de gobierno muy notable: había reconquistado tierras hasta el Tajo, había recuperado la idea imperial leonesa, había hecho florecer el Camino de Santiago, había europeizado a conciencia el reino introduciendo la liturgia romana y los usos feudales... Fue un rey decisivo.

Las disputas por la corona marcarán los próximos años. Dos grandes partidos dividirán a la corte de León. Y la guerra, como suele ocurrir, será la que dé y quite razones. Urraca es la primogénita del difunto Alfonso VI. Nacida hacia 1080, siendo niña fue prometida en matrimonio a Raimundo de Borgoña, aquel cruzado que vino a España cuando la batalla de Sagrajas. El rey Alfonso construyó para ellos un poderoso condado: toda la actual región de Galicia, en torno a la sede de Santiago, y además las tierras al sur del Miño reconquistadas en la estela de la campaña sobre Santarem y Lisboa. Urraca y Raimundo de Borgoña habían dirigido la repoblación de Salamanca y Ávila; peor les había ido en el oeste del reino, donde perdieron Lisboa. Raimundo murió un año antes del desastre de Uclés y su esposa, Urraca, quedaba viuda con veintiocho años y dos hijos: Sancha y Alfonso, ambos de muy corta edad.

Urraca, hija de Alfonso VI

La otra hija que entra en liza es Teresa Muñoz, de veintiséis años, casada con otro cruzado borgoñón, Enrique, y Alfonso les construyó un condado en tierras portuguesas, en torno a Coimbra, que se convirtió en el señorío familiar. Y Enrique, por su parte, aprovechó que la puerta estaba abierta para entrar hasta el fondo. ¿Cómo? Nombrando obispos adictos -franceses todos ellos- en las tres diócesis de sus condados, que eran Coimbra, Braga y Oporto.

El rey, antes de morir, había convocado concilio en Toledo. La corona, por orden de sucesión, pasaba a la viuda Urraca. Mujer sin hombre que la gobernase. Por ello, era preciso buscarle un marido. Un marido poderoso, para que el reino quedase reforzado. Un marido ducho en las artes de la guerra, porque enfrente estaban los almorávides. Un marido como Alfonso I el Batallador.

Alfonso I "El batallador".

Y Urraca, ¿qué pensaba de todo esto? Urraca tenía un novio o, al menos, un amante: don Gómez González Salvadórez, alférez del rey, conde de La Bureba. El partido castellano de la corte apoyaba a don Gómez como esposo de Urraca. Pero para Alfonso VI no valía gran cosa y, además, generaría conflictos internos. Por el contrario, una unión de León y Aragón sería invencible en el campo de batalla. Así Urraca se vio casada con Alfonso I el Batallador. Y cuando el rey de León murió (uno de julio de 1109), el enlace se celebró de inmediato. El nombre de Alfonso el Batallador tenía la virtud de causar terror entre los musulmanes. Los almorávides, que habían dispuesto tropas en torno a Toledo para tantear un asedio, levantaron el campo en cuanto se enteraron de la boda, no fuera a aparecer Alfonso por allí. Se fueron a cercar Madrid, pero también allí fallaron; decididamente, la guerra de asedio no era el punto fuerte de los almorávides.

La boda, el contrato o pacto matrimonial, se celebró en el castillo de Monzón de Campos, en Palencia en septiembre u octubre de 1109. Actuó como padrino el veterano Pedro Ansúrez, magnate principal del Reino de León y Castilla. Aquel pacto contenía dos cláusulas de unión: si engendraban un hijo varón, éste heredaría todos los reinos -León, Castilla, Navarra y Aragón-; y, si no tenían hijos, cuando Alfonso muriese, Urraca se haría con las tierras del aragonés. En caso de morir primero Urraca, sus tierras las heredarían conjuntamente Alfonso y los hijos que pudiesen tener en común. Si no tenían descendencia conjunta, Alfonso I "El Batallador" disfrutaría vitaliciamente de las tierras de su esposa en usufructo, que al fallecer él pasarían a Alfonso, el hijo que Urraca había tenido en su primer matrimonio. Esto extendía la idea imperial leonesa a todo el territorio cristiano y representaba una merma del poder de los nobles y los señores feudales.

Urraca I de León y Castilla.

Así, aparecieron dos corrientes: Una, la unionista, partidaria de la unión de coronas representada por el magnate Pedro Ansúrez con vínculos familiares con Cataluña y Aragón; y, enfrente, otra corriente más potente en Galicia, Castilla, León... en todas partes. ¿Quiénes estaban en contra del matrimonio? Para empezar, el alto clero del Reino de León, casi todo de origen francés, traído por la difunta reina Constanza, y capitaneándoles el arzobispo de Toledo, Bernardo de Sauvetat.

¿Por qué se oponían?

  • El clero porque Alfonso de Aragón, cruzado vehemente, tenía su propia idea sobre cómo organizar la jerarquía eclesiástica.
  • La nobleza gallega porque con Urraca y Raimundo había ganado puestos de influencia que ahora temía perder.
  • Teresa, su hermana, y su marido Enrique, desde su señorío en Portugal veían con muy malos ojos el reforzamiento de la idea imperial.


Un bando exige que sea Urraca quien ejerza el poder en León y Castilla, pues ella es la reina propietaria. Lo encabeza Gómez González, el conde de La Bureba, el amante de Urraca. Otro bando -el de Pedro Ansúrez- defiende que el poder ejecutivo pase a Alfonso I el Batallador. Ansúrez está en minoría y será desterrado de la corte. Será Alfonso I el que consiga que vuelva a Toledo.

Y mientras tanto, el partido de quienes se oponen al matrimonio hará correr un bulo: que el enlace es nulo por derecho canónico, asunto que salió, al parecer, de Pedro Agés, obispo de Palencia.

El conflicto comenzará por Galicia. ¿Por qué? Porque el pacto nupcial de Alfonso y Urraca había dejado pendiente un asunto muy enojoso: ¿qué pasaba con los hijos del primer matrimonio de Urraca, y especialmente con el varón, Alfonso Raimúndez? Alfonso tenía sólo cuatro años, pero, según el testamento del rey, a ese niño le correspondía Galicia si su madre, Urraca, volvía a casarse.

Y Urraca había vuelto a casarse. ¿Defendían estos gallegos el derecho del pequeño Alfonso Raimúndez al trono gallego? No exactamente: lo que querían era evitar a toda costa la unificación de toda la cristiandad peninsular. A partir de esta protesta particularista comenzará una cadena de conflictos que desgarrará la España cristiana.



Bibliografía:


“Moros y Cristianos”. José Javier Esparza.
“Atlas de Historia de España”. Fernando García de Cortázar.
“Historia de España” de Salvat.
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