Que no te asusten ni la letra ni el sendero de palabras pues, amigo, para la sed de saber, largo trago.
Retorna tanto como quieras que aquí me tendrás manando recuerdos.


domingo, 28 de enero de 2024

“¡Tres navíos en el mar… Otros tres en busca van!”. (IV)

 
Recuperamos la prosa y los Recuerdos de Villarcayo Ricardo San Martín Vadillo sobre su infancia y juventud. Recuerdos que todos atesoramos y que se difuminan, junto a cada uno, en la bruma del tiempo pasado. Desde esta bitácora aprovechamos la cordial relación que tenemos con Ricardo para que nos pinte su acuarela de sentimientos más privados que le han acompañado en su recorrido vital y que, afortunadamente, ha decidido compartirlos fuera del círculo familiar más íntimo.
 
"El tiempo no es, sino el espacio entre nuestros recuerdos". 
Henry F. Amiel
 
Villarcayo durante mis años de juventud, entre 1960 y 1970
 
En el Instituto Santo Tomás de Aquino, creado en septiembre de 1949, recibí una buena enseñanza. Recuerdo con cariño a mis profesores: don Calixto Álvarez Ordóñez (matemáticas, física y química), doña Carolina Villacorta y su esposo don José María, don Vidal Delgado (francés, ciencias naturales, dibujo, educación física y formación del espíritu nacional), don Ricardo, el cura de Torme, (filosofía). Había un bedel al que le faltaba una pierna y llevaba una muleta de madera, con muy mal carácter, llamado “Poldo”. Los jóvenes, que a veces éramos atrevidos y crueles, le cantábamos: “Desde que te vi con la pata de palo, dije para mí, malo, malo, malo”. Recuerdo de doña Carolina que nos daba clases de Lengua Española, literatura y de latín. ¡Qué malo era yo en latín! Y eso que en bachillerato todo se reducía a aprenderse las declinaciones. Don José María era profesor de Historia y de Arte y se estaba preparando las oposiciones y estudiaba durante las clases. Sus enseñanzas de Historia del Arte me gustaban y me dieron una visión global de la creatividad del hombre a lo largo de los siglos y en diferentes culturas.

 
Quizás el profesor que más se volcó con nosotros y me influyó positivamente fue don Calixto, profesor de matemáticas. Yo era pésimo en matemáticas: no estudiaba, no captaba las enseñanzas… Un desastre. Don Calixto deseaba que aprendiésemos, que nos esforzásemos. Nos tiraba del pelo o nos daba algún golpe con una llave en la cabeza (hoy en día habría acabado denunciado por algún padre o madre). A pesar de sus tirones de pelo y algún “cate” en la cabeza mi recuerdo de él es bueno, por su interés, buen humor y dedicación a enseñarnos.
 
A don Vidal le recuerdo dando clase de francés y fumando en pipa. Nos obligaba a hablar en francés y a traducir fragmentos de páginas de periódicos o revistas francesas. Recuerdo “Paris Match” donde, irónicamente, leímos sobre la revuelta de mayo del 68. Y eso que también impartía dibujo y ¡¡Formación del Espíritu Nacional!! Durante una de ellas un atrevido Benito Iturriaga le dijo en clase que la ONU no servía para nada.

 
El lugar donde dábamos clase se había habilitado como instituto, pero antes había sido el “hospital Laredo” (recuerdo haber visto encamado allí a un torero que había resultado cogido de cierta gravedad durante una corrida de toros en las fiestas de agosto). El lugar había sido donado para hacer un Hospital por don Manuel Laredo Polo en 1887 o sobre esas fechas, como una obra de caridad. Sobre su puerta hay una placa que dice: “A la memoria de los muy ilustres cónyuges don Manuel Laredo y Polo y doña María Antonia Sarachaga y Sarachaga, fundadores de este hospital, julio de 1891. Rehabilitado en 2 de diciembre de 2002”. Lo mismo que recuerdo nuestros juegos al futbol en el pequeño patio, entre el instituto y la huerta de la madre de Paquito, y a donde solía caer el balón de forma reiterada. Esos años y profesores fueron recreados y retratados por Fernando Grijalba en su novela El revisor (2010).
 
El instituto estaba junto a la casa de Paco Fernández, amigo de mi tío Félix y no tenía la condición jurídica de los actuales. Era un centro municipal, no estatal, debía estar equiparado y pagado en parte por los padres de alumnos. Allí seguí estudiando con los amigos que había tenido en la escuela: Diego Alfredo Manrique, que después dejó la carrera de Derecho para dedicarse a comentarista musical; José Miguel Montejo, “Miguillas”, que estudió la carrera de Medicina; Benito Iturriaga, Gonzalo Gómez, Miguel Ángel y su hermano Carlos García, Arturo González, Dionisio, “Nisio”, Nicolás Baranda, “Colás”, José Macario, José Martín Uriarte, Elena González, hermana de Arturo, Carlos Gutiérrez, Genín, “Cebra”; Javi, “Serafín”; José Ignacio Sotero, Mauricio Herrero, Pedro Herrero, Manuel Ángel Ruiz-Huidobro, Mari Carmen Herrero, Pilar Barrio Muga, Roberto Rubio, “Chisco”; Víctor Pérez; Manuel Uriarte, Mardones, etc. Mis amigos más próximos eran Diego Alfredo, “Dieguito” Manrique, Gonzalo Gómez (que venía en bici desde Lechedo cada día); Carlos García, hijo de “Ches” el de la Imprenta; y José Miguel, “Miguillas”.

 
Me acuerdo de mi ilusión por el futbol, jugando con mis amigos (hay un par de fotos de sendos equipos en los que trataba de integrarme, aunque tampoco como futbolista destacaba. Allí estamos en una de ellas: José Martín Uriarte; Miguel Ángel, “Fonta”; yo; Nicolás; “Fuelle”; (abajo, en cuclillas): Nisio; Carlos García; Julián, portero; Mardones; Javi, hijo de Serafín. Debe de ser de 1961 o quizás de 1960. Pasados los años, ya padre de familia, estando un verano en Villarcayo, Genín, “Cebra”, buen futbolista, me dio una copia de un equipo de futbol juvenil en la que aparecemos: Genín, como portero; Manolín Uriarte; el telegrafista Alonso (murió de joven); Mardones; (abajo) Roberto, “Chisco” (¿?); Miguel Ángel, “Fonta” y yo. Desconozco de qué año pueda ser, mediados de los años sesenta tal vez. Aún tengo otra foto de varios compañeros del instituto: hay cuatro profesores, dos hombres (al parecer don Francisco y don Cristóbal) y dos mujeres (una de ellas es, sin ninguna duda, doña Carolina, la otra puede ser una tal Araceli), entre los estudiantes estamos: José Martín Uriarte, Nisio; yo; Carlos García, con el balón; Dieguito (no sé qué hace ahí porque no le gustaba el futbol y los deportes se le daban muy mal) y Nicolás.
 
Del Instituto recuerdo las clases en la planta superior donde había una galería acristalada (aún se conserva), los juegos al futbol en el recreo y los balones que caían en la huerta de la madre de Paco Martínez (amigo de Félix). Un precioso reloj muy antiguo de pesas y péndulo que había en la planta superior y los despachos de la directora y profesores en la planta baja. De uno de esos despachos solía sacar yo en préstamo libros de autores clásicos para su lectura. De la biblioteca municipal, arriba del Ayuntamiento, saqué un libro que me impactó y me gustó muchísimo sobre Jacques Cousteau y la exploración submarina.

 
El diploma de Bachiller Elemental, en el año de 1964, me sirve para dejar constancia de que acabé cuarto de Bachillerato ese año, con la nota de “aprobado”. En aquellos años se hacían dos reválidas: la de cuarto y la de sexto, debí examinarme de ambas y aprobarlas, pero no guardo recuerdo del hecho. El título de Bachiller Superior o Universitario lo obtuve el año 1967 (lleva fecha de expedición de 24 de abril de 1968), también con la calificación de “aprobado”.
 
Yo apenas había salido de Villarcayo. Conocía Medina de Pomar, los pueblos de alrededor de Villarcayo, Laredo (donde mi padre me llevaba con su moto Vespa en verano a bañarnos) y Burgos. A las capitales de Bilbao y Burgos solía ir con mi familia (tíos y padre) de compras. Recuerdo con agrado las comidas en una fonda o casa de comidas (que no restaurante) en Burgos: La Gervasia, junto a la estación de autobuses. Se comían unos callos de lo más sabrosos. Mi padre compró un Citroën 2CV, camioneta -una “cirila”, vamos-, y en él comencé a viajar y conocer otros lugares de España (Cataluña, Galicia), Andorra y la vecina Portugal.

 
Cuando vino la mujer de Franco en el año 1963 recuerdo la caravana de coches oficiales, autoridades, banda de música, etc. La Residencia fue evolucionando a lo largo de los años: desde esa primera función de lugar de residencia veraniega para los hijos de los impositores de la caja de ahorros, luego centro de protección de menores, posteriormente centro de residencia de la Tercera Edad o centro de Día para mayores, hasta la actualidad, que es el Centro de Salud y Ambulatorio.
 
Mi padre tuvo la muy buena idea de ofrecerme ir a clases de francés, primero, y luego de inglés con aquellas monjas que se habían instalado en Villarcayo (en el edificio que en la actualidad es Instituto de la ESO), en el Soto. Aquellas clases con las monjas canadienses fueron decisivas en mi vida. Así aprendí unos rudimentos o unos principios básicos de inglés. Me di cuenta que el inglés, lo mismo que el francés, “se me daba bien”, lo aprendía con facilidad y eso me producía satisfacción y autoestima. El paso siguiente por parte de mi padre fue ofrecerme ir a Dublín a practicar inglés durante el verano de 1968. Volé desde Bilbao a Londres. Allí hice escala y luego proseguí viaje a la capital de Irlanda. Ambas experiencias fueron decisivas en mi vida y en mi futuro laboral, de ellas nació mi amor por los idiomas, en especial por el inglés. Nuevos intereses y experiencias iban naciendo en mí. Pero también debí conocer las muertes de mis abuelos en esos años. Empezaban a irse aquellas personas, esenciales en mi vida.
 
Después, cuando acabé el Bachillerato Superior, me acogí a un nuevo plan de estudios en Magisterio de tres años. Así comencé a estudiar Magisterio en la Escuela Normal de Burgos entre los cursos 1967-1970. Eran dos años de estudios y el tercer curso, de prácticas remuneradas en el Colegio San José Obrero de Burgos.


Cuando volvía a Villarcayo desde Burgos, en el bar Tesla jugábamos a las cartas, tomábamos café, alguna copa y fumaba en pipa. Pepe era el dueño, allí nos reuníamos la juventud del pueblo. Recuerdo que por entonces empezaba a hacer mis pinitos de escritura de relatos, muy influido por el romántico Bécquer y relatos como “El monte de las ánimas”.
 
Ahora que los jóvenes se escapan por el mundo por “cuatro duros” resulta candoroso recordar las escapadas realizadas en aquellos años junto con mis amigos de Instituto y algún otro de Bilbao por las orillas del río Nela, comidas campestres, fogatinas, visitar el monte Castellanos, a la Abadía de Rueda, la presa de Danvila o la Fuente de los Italianos. Con las bicis íbamos a los pueblos y lugares de los alrededores: Cigüenza, Canalejas, Tubilla, Escanduso, Escaño, Brizuela, Puentedey, túnel de la Engaña (lo he pasado de varias formas: a pie, en bici, en coche…), Horna, la Aldea, Villalaín, Bisjueces, Incinillas, monasterio de Rioseco, Torme, Fresnedo, Cornejo (explorando sus cuevas); Santa Cruz de Andino, Villarías, Medina de Pomar, vuelta al Crucero en bici, Gayangos, Villacomparada de Rueda, Casillas, Salazar. También llegábamos hasta Valdenoceda, Quintana, el Almiñé y Puente Arenas. Allí, en el Ebro, estuvimos a punto de ahogarnos un amigo y yo un día en que nos bañábamos y nos arrastró la corriente. Salimos de milagro.
 
Creo que no hay un pueblo del entorno de Villarcayo que no recorriésemos (luego, pasados los años y ya con hijos, hice esos mismos recorridos con ellos: subir Bocos, subir La Mazorra, subir a Leva…) Cada verano era tradición subir al menos una vez a la Tesla (Peña del Viento y canto Morrodillo), comer arriba y bajar por la tarde. Íbamos con las bicis a recorrer el valle de Valdivielso visitando sus ermitas románicas (Valdenoceda, San Pedro de Tejada, El Almiñé, etc.).

 
De niño recorrí todos los pueblos del entorno de Villarcayo en el asiento de atrás de la moto Vespa de mi padre. Era un placer en verano visitar los pueblos: mi padre iba por diferentes pueblos a poner inyecciones y hacer curas y yo le acompañaba. Ya con 17 años mi padre me compró esa motocicleta Torrot y con ella visité los pueblos citados y muchos más.
 
A lo largo de veinte años, infancia y juventud, (también después) vi cambiar mi pueblo natal. Dejo aquí (sin orden cronológico) algunas de esas transformaciones y cambios que fui percibiendo en mi peregrinar veraniego:
 
  • Se derribó la antigua iglesia y se levantó la actual, fue un cambio total y radical de estilo y concepción de ese espacio sagrado.
  • Se cerró el cine Capitol, aquel cine en el que tantas películas de vaqueros vi. También otras míticas como “Los diez Mandamientos”.
  • Las cocheras de ANSA estuvieron al principio en la calle Calvo Sotelo, la estación de autobuses en la salida hacia Burgos y después se llevó al emplazamiento actual, frente a la antigua residencia.
  • Se cambió de sitio la ubicación del frontón, luego también bolera.
  • Las antiguas escuelas donde yo recibí la educación primaria se cerraron, se abrieron otros centros educativos junto a las Casas Nuevas y el edificio de piedra en calle Laín Calvo se destinó a Biblioteca Municipal y Casa de la Cultura.
  • Se cerraron las fábricas de embutidos de los Uriarte (en carretera de Burgos) y de la Castellana, en Horna. Se comenzó la creación, siendo alcalde don Eugenio Sainz González, de un Polígono Industrial que fue un rotundo acierto.
  • Conocí los establecimientos hoteleros en Villarcayo: La Rubia, Hostal Margarita, Hotel Rivabella, Mini Hotel… Y luego los vi morir progresivamente.
  • Vi cerrarse algunos bares: “Cantinflas”, “Las Jarras”, “Mesón Pita”, “Otamara”…
  • Durante muchos años la línea férrea que pasaba por Villarcayo-Horna, con estación, apeadero y talleres en Horna fue un nudo de comunicaciones y un foco de creación de empleos (así se constata por el Padrón de 1949 donde muchos vecinos constan con la profesión de ferroviario). Una concatenación de circunstancias económicas y sociales llevaron al cierre y desmantelamiento de toda la línea y se perdió ese medio de transporte de viajeros y mercancías, así como todos aquellos puestos de trabajo.
  • Se cerró la gasolinera de la plaza (llegué a verla funcionar bombeando a mano la gasolina) que regentaba “El Gaso” (nunca supe su nombre). Continuó la de Rivera, en calle San Roque (aún en servicio). Pasados los años se abrió una nueva, El Corzo, entre Horna y Villalaín. Vi cambiar los medios de transporte: de aquellos Seat 1400, el Biscuter de mi tío Félix y sus amigos, aquellos Citroën 11 Ligero, llamados “Pato”, estilizados y bellos, los Citroën 2CV, sencillos y eficaces, el señorial Citroën DS Tiburón, los inestables Renault Gordini (tuve un accidente con el de mi padre), los Renault 4L, Morris Minor, Seat 600, como el que yo tuve, Volkswagen escarabajo, Seat 850, Peugeot 303 o Fordson, a los actuales coches híbridos o eléctricos. Y, por supuesto, su abundancia frente al lujo -y esfuerzo- que suponía tener un coche en mi infancia.
  • En mi casa, con mi padre y mis tíos, siempre vi motos: mi padre tuvo una Guzzi roja, de cambios en el depósito; luego una Lambreta y dos Vespas. Mis tíos Félix y Pedro tuvieron motos potentes: Rieju, Sanglas…
  • Otros cambios: se cerró el matadero antiguo, junto al río; se abrieron las piscinas municipales talando un bosquecillo padre de aventuras y batallas infantiles. Y, por qué no, vertedero ocasional.
 
De aquellos cambios y transformaciones en Villarcayo, aquel año de 1968, recojo la noticia tomada del libro de Manuel López Rojo, “Villarcayo, capital de la comarca Merindades”, página 448: “Los hermanos Vadillo piensan construir numerosas viviendas en la calle Santa Marina […] Llega la fiebre de la construcción, especialmente con don José Gutiérrez Varela y don Pedro Vadillo, hasta 176 viviendas y siete alturas”. Sí, Villarcayo estaba creciendo y cambiando su fisonomía.

 
¿Qué recuerdos tengo de mis años de juventud entre mi vida en Villarcayo y mis estudios de Magisterio en la Escuela Normal de Burgos? ¿Qué hechos destacables puedo recordar de los años 1967 a 1970? 1967 fue el año en que se pudo ver el bikini en las playas españolas, se relajaban las costumbres y se notaba la influencia del turismo. Rafael cantó en Eurovisión “Hablemos del amor”; pero en el mundo sucedían cosas importantes: Estados Unidos seguía luchando en Vietnam (una guerra que terminó perdiendo), sí que gano su guerra Israel contra Jordania, Siria y Egipto, se llamó “la guerra de los Seis Días”; en Grecia hubo un golpe militar que derrocó al rey Constantino; murió el Che Guevara, mítico guerrillero cubano; en música brillaban los Beatles (Sargent Pepper’s Lonely Heart Club Band), The Doors y en España los Brincos y Los Pekenikes nos encantaban a muchos jóvenes, los primeros por sus letras desenfadadas, los segundos por su preciosa música instrumental. En el año 1968, ETA empieza de llevar a cabo sus acciones criminales; el lema para el turismo era “Spain is different”; se celebraban los 25 años de paz; Massiel ganaba Eurovisión con su “La, la, la”; Jeanette cantaba su “Soy rebelde”, yo aun conservo los discos de Simon & Garfunkel; en TVE triunfaba el bigotudo José María Íñigo.
 
En 1969, pudimos ver en televisión el hecho más importante del siglo XX: la llegada del hombre, Neil Armstrong, el 21 de julio de 1969 a la luna: “un gran paso para la humanidad”. Como cantantes recuerdo a Los Panchos, Miguel Ríos, Fórmula V y Karina.
 
En 1970, España gozaba de una balanza comercial muy favorable; Julio Iglesias empezaba a hacerse famoso y cantaba “Gwendolyne”; Nino Bravo demostraba su portentosa voz; Camilo Sexto encandilaba a las chicas; ETA cometía su primer secuestro; Richard Nixon visitaba España; Urtain se hacía campeón de Europa; Félix Rodríguez de la Fuente triunfaba en televisión con su programa “Planeta Azul” y “El hombre y la tierra”; había cantantes “jugando” con las drogas (de ellas morirían): Janis Joplin, Jimmy Hendrix. Los Beatles sacaban “Let it be”. En el mismo Burgos se celebró el 3 de diciembre de 1970 “el juicio de Burgos” contra 16 miembros de ETA: se dictaron varias penas de muerte (algunos países protestaron).

 
No quiero acabar esta serie de artículos - ¿memorias? ¿recuerdos? ¿evocaciones? - sin volver a rendir un homenaje personal a todos aquellos que conocí en mi infancia y juventud. Perdonadme si me olvido de algunos nombres. Estos son algunas de las personas que he guardado en mi memoria: Mi familia: mi madre, Elvira Vadillo; mi padre, Gumersindo San Martín, “Gumer” (a mí, más que por mi nombre, me conocían por “hijo Gumer”), mis abuelos maternos: Silvestre Vadillo y Anselma Celada; mis tíos: Margarita, Félix, Pedro, Paquita (mujer de Pedro); mis abuelos paternos: Víctor San Martín y Carmen Sainz; mi tío Antonio; mis primos: Elvira, Pedro, Begoña y Francisco Javier. Otros vecinos, amigos y conocidos: Miguel, del bar “Miguillas”; Aurelio, “Cachabillas”, municipal; El Tuto y su mujer, la Tuta; Roque y Marina, con su puestecillo de golosinas; Pajaritos, panadería; Roberto, el Chisco, la otra panadería; Adolfo Iglesias, su hijo “Fito”, mi amigo; El Gaso, gasolina y chucherías; Las Remigias, solteras y vendedoras de caramelos, chocolatinas; Andino y sus hijos, Margarita, Remi y Felisín, gaseosas; Serafín, peluquero; Bureba, peluquero y camarero; José Luis, propietario del bar Chico, ricos cangrejos; Abundín, electrodomésticos; Andrés, “El Inglés”, electrodomésticos; Aspirina, mancebo de farmacia de don Joaquín Gil y luego de Peña; Olga y Camila, solteras del bar Toledo; Íñigo y Paulina, pasteleros del Toledo; Pepín del Jauja y luego calzados; Paulino y Toñi, zapatería; Ciano, “Largo Caballero”, bar; Manero, abogado; Tútili; Nisio, taxista; Tapia, alcalde y abogado; Diego Manrique, maestro y abogado; José Ignacio Sobrado, bar de Pita; Sotero Merino, frutería; Bautista (Juan Bravo de Castilla y su Hoja Dominical); Fausto, droguería; Ches, imprenta García; Valentín, fontanero, su mujer Laura; Tiburcio; Paquito el de la Macana, vacas y lechería; El Moneano, vacas; Elifio, comercio de ultramarinos; Tomasín, ultramarinos; José Macario Santamaría; Bocarredo; Engracia, cafetería y pasteles; Polis, bar Capitol y cine; Angelines, maestra; Liborio, carpintero; Baranda, bar y comidas; Antonio, de “La Chaparrilla”, comedor; Chuchi Presa, droguería; Gaspar; Cebra, futbolista; Luisa y Balbina, “Las Zampadas”, pescaderas; Joaquina Melo, ferretería; Peche, ganó un concurso de feos; Pagamucho, chatarrero; Hotel “La Rubia”, Carlos; Avelino Porres y Pinín, su hijo; Villarías, administrador de la Abadía; Mari, el Francés; Joaquín Cuevas: Quinito “Barrabás”; La Chatilla, cocinera del Hotel “La Rubia”; Don Marcos, médico; don Vitoriano, médico; Las Carracas; Lucho, mecánico dentista; Chemari Peña; Echevarría, maderas; El Rubio de Santa Cruz; Santiago, ayudaba a mi tío Félix en el almacén; Fernando Milán; Onésimo Robles y Elvira; Antonio Sainz, primo de mi padre; Javi Uriarte, “piernas largas”; Eloy y Santos, pregoneros y enterradores; Pepe, bar Tesla; Agustín Varona, alcalde; Macario, transporte con carruaje y caballo a la estación de Horna; Salvador Pereda, taller de bicis; Albajara, alcalde; Cantabrana; Poldo, bedel del Instituto; doña Carolina, don José María, su marido; don Calixto; don Vidal; Vitoriano, del bar la Parra, en Horna; Ramón, el taxista; don Julio Danvila; Titi, hija disminuida de Danvila; José Ramón Cabezón; Melchor y Benito; Chafandi, padre de Pedro M. Álvarez; Braulio, zapatero; Paco, zapatero, el Guarnicionero; Guiti, del bar Singer; Gaspar Podríguez; Ángel Isla; Isauro Fernández; Valentín Zamora Uriarte, transportista; Valentín Peña, zapatero; Adolfo Varona, “Fico”, transportista; Felipe Peña Báscones, transportista; Feliciano Zorrilla, carpintero; Avelino Alonso de Porres; Daniel Echevarría, maderas; José Antonio Tapia, alcalde; Agustín Varona, alcalde; Manolo y su mujer, bar Arizona; don Feliciano, en Horna, maestro; Primi, de Horna; don Juan Villodas, alcalde y su hijo Andrés; José Bragado, maestro; Juan, el herrero, en calle Carrigüela; Milagritos, hija de Tiburcio; Clara Uriarte; José Ángel Churruca, su marido; Adolfo Uriarte, carnicero; Suco, de Horna, conductor en la fábrica de harina de Grijalba; Primi Grijalba; Ceto, ultramarinos; Petra, la muchacha que me cuidaba de niño; Eliseo, muebles; Ginés Alcalá; Andrés, “El Tuerto”, Mari, “El Pato”; Goito del Hoyo y su mujer, Maruja, camionero; El Tintorero; Raúl, el fotógrafo; Pin y Jose, mecánicos en el taller de Pedro Vadillo; José Antonio Varona, “Willy”; Manolín Ruiz, furtivo de las truchas; Los Pozanos, muebles; don Jacinto, cura; don José, cura, sus hermanas solteras las telefonistas chismosas; don Jesús, cura; don Fermín, cura; el Ajero; Santosjuanes, dueño de el Bodegón; Bruno, de Villalaín; Los Guindillas, Ramón y Alberto, albañiles; Anuncia, lavaba ropa, viuda; Balbina y Josefa Villanueva, “Las Camorrillas”; David Uriarte; Jesús Fernández Llarena; Basilio González, “Basi”, carnicería; Félix Condado; La Petrona, de negro, siempre solitaria; Porfirio Aguirre, María y José Luis; Rivera, gasolinera; Tano, carnicero; Mardones, amigo de mi padre; Judit Uriarte, carnicería; Diego Manrique, Miguel “Miguillas”, Carlos Gutiérrez, César Gutiérrez de la Torre, Luis Carlos Gutiérrez de la Torre, Hotel la Rubia; Gonzalo Gómez, Pantaleón; Benito Iturriaga; Mauricio Herrero, Horna; Argimiro; Caya, estanco; El Calé, carnicero; Pedro Varona y Adela, bar El Francés; Víctor Pérez; Ángel Isla, camionero; José Luis González, “Chacachá”; Toribia y Doroteo; Alberto Álvarez, “Guindilla”; Campito Bustamante, constructor; Clemente; Antoliano, bar; Arturo y Fernando, Los Hermanos, bar; Colodro, chapista; Julito, de La Vajilla; José Ignacio Peña, farmacia Peña; Lejarza, veraneante; don Isidoro, médico; Juanjo, constructor; el afilador; Eduardo, trabajador del obrador del Toledo; Antolín, piensos Biona; Tonino; La Pitusa; Almiro, trabajos en aluminio; Cuca; Rosario, de Villalaín; Julito, atendía la farmacia de Peña; (de la familia o cercanos: Fulgencio; Tasi; tío Guillermo; tío Andrés, Mari; Irene y Paco; Epifanio; Dioni y Florencio; Miguel Ángel; Balbina y Luisa); Coque; Genito y Merche, de Mozares; Blanca, de Torme; familia Ríos, morcillas, en Mozares luego en Villarcayo; Manuel Troitiño, venta de telas; El Rata, Horna, futbolista; Rafael y Vicente Ortiz, en Horna; Saturnino López, ciclista. A todos, presentes o ausentes: Gracias por haber compartido mi vida.

 
He sido testigo durante muchos años, aquí he hablado de los años 1949 a 1970, de la vida de Villarcayo y su entorno; he tratado de dejar mi relato personal de ese periodo; de las gentes que conocí, calles, plazas, edificios públicos, tradiciones y costumbres, cambios y transformaciones en la villa. Sigo viniendo a mi pueblo natal cada verano; he escrito cuatro libros sobre Villarcayo y las Merindades y sigo investigando sobre su historia.
 
Soy Villarcayo, soy río Nela, soy huerta familiar, casa de la plaza Santa Marina, soy escuela, soy instituto, soy campa del zorro, soy familia y amigos, soy infancia. Sigo siendo niño (en parte) a mis 74 años. Cada día doy gracias a Dios por mi familia paterna y materna, padre, tíos y abuelos: ellos me transmitieron amor, protección, educación, ejemplo de seriedad y trabajo. Las gentes que conocí en el pueblo forman parte de mí, su recuerdo vive en mi memoria.

 
Villarcayo dejó una huella imborrable en mi memoria, una parte esencial de mi vida y mi personalidad están marcadas por esas etapas: infancia y juventud, entre los años 1949 y 1970. 
 
Villarcayo Sigue. Sigo yo.
  

domingo, 21 de enero de 2024

Notas breves sobre Bóveda de la Rivera.

 
Nos acercamos al Valle de Losa desde La Cerca para ascender hasta la población de hoy: Bóveda de la Rivera. La primera cita documental del nombre de este pueblo data de 1188 cuando Martín Pérez de Moneo y su mujer, Mayor, donan al obispo de Burgos heredades en Villanueva de Bóveda entre otros lugares. Y, sí, no es el mismo nombre exactamente. Lop Diaç de Bouada, el apellido nos ubica su residencia, testificó en la donación.

 
La iglesia de Bóveda está bajo la advocación de San Juan Bautista y, arqueológicamente, está fechada en plena Edad Media. Situada al oeste del pueblo y con hermosas vistas. El cementerio estaba a su alrededor como demostraron las obras que se hicieron en sus inmediaciones. El templo es de base románica, pero totalmente reconstruido en estilo ecléctico, de una sola nave y de pequeñas proporciones. El ábside es rectangular, sencillo. La portada es simple y con arco de medio punto, bajo pórtico cerrado con puerta adintelada. Ahí verán una placa en honor al sacerdote Darío Gómez Zorrilla que llegó a este pueblo en 1941. La torre es una espadaña de corte románico con dos huecos y dos campanas. La pila tiene copa y pie lisos. El retablo mayor es barroco y sus libros parroquiales comienzan en 1631.

 
En el Becerro de Behetrías, 1350, Bóveda es mencionada. Algunos autores señalan que -curiosamente- Bóveda aparece dos veces en él: como Bóveda de Rosales y entre las aldeas de Medina de Pomar. El Becerro nos dice, también, que es un lugar de realengo y, a la vez, encartado de vecinos de Medina de Pomar. También de abadengo del monasterio de Rosales y del monasterio de Oña y, por último, Johan Sánchez de Torres poseía algunos solares. Digamos que el juego estaba muy repartido. Tan repartido que nos hemos dejado dos nombres más: Alfonso de Rebolleda y los hijos de Juan López de Torres ambos con una encartación. Una tierra, vamos. Pagaban todos al rey moneda y servicios salvo el solar propiedad de Medina de Pomar que, seguramente por cuestiones administrativas, pagaba con los vecinos de la -todavía- villa real.

 
Quizá por eso, en 1352 se cita dentro de la jurisdicción de Medina parte de Bóveda de la Ribera. O, quizá, porque el monasterio de Santa Clara, de Medina de Pomar, poseía -al menos en 1368, sino antes- un solar en Bóveda al que llamaban del Moral que arrendó a Marina González de Bóveda de Rosales. El monasterio de Santa Clara compró más  solares en Bóveda de Rosales en 1378. En 1382 se producía una venta judicial contra los bienes de Día Sánchez de Torres, sin duda descendiente del Juan Sánchez de Torres de 1350. En 1416 Marina González de Bóveda de Rosales vende el solar del Moral. Curiosamente el nombre de la vendedora es igual al de la arrendataria de 1368, por lo que esa duplicidad, la diferencia de años y del modo de la propiedad llevaría a sospechar que hay una confusión en los documentos.
 
En 1476 tenemos la primera mención a “la Ribera” como un territorio, cuando se referencia Villota. Bóveda de la Ribera aparece con su nombre actual en 1515, en que tenemos constancia de que su iglesia está advocada a San Juan Bautista. Sin embargo, en el Monasterio de Santa Clara la documentación sigue mencionando Bóveda de Rosales en 1570. ¡Para que luego nos hablen de la adaptabilidad de la iglesia! En 1591 el lugar aparece censado como La Ribera incluida en la Merindad de Losa, aunque se identifica, equivocadamente, con La Riba que pertenecía a la jurisdicción de Medina, y por tanto incluida en las Tierras del Condestable. Ese año, La Ribera tenía 25 vecinos hidalgos y un clérigo. Recuerden que no significa que solo fuesen veintiséis personas las que vivían allí, sino que debemos sumarles sus dependientes. Unas cien personas diríamos que en total. O algo más.

 
Las noticias del siglo XVII indican que La Ribera tenía tres barrios. La iglesia de Bóveda era de patronazgo de la abadía seglar de Rosales. El término tenía en 1707 la ermita de Santa Juliana y los despoblados de Solas, Las Quintanillas, Las Llanas, Salinillas y Castejón.
 
En el Catastro del Marqués de la Ensenada nos recuerdan que es un lugar de Realengo con tierras en que se siembra pasto para el ganado, trigo, centeno, habas y lino. De aquí se sacaba la parte del Abad de Rosales. Algunos ciruelos, nogales y olmos dispersos en lindes, caminos y orillas del río. Disponían de dos molinos harineros: uno municipal y otro de Juan de Resines, un potentado del momento.

 
Sabiendo el precio que está alcanzando la miel de verdad es triste recordar que a mediados del siglo XVIII esta población tuvo cuarenta y seis colmenas propiedad de Juan de Resines -el sacerdote del pueblo-, Clara de Resines y Julián de Brizuela y su hijo. Otros animales a explotar eran bueyes, vacas, potros, rocines, pollinos, cabras…
 
Todo ello para veintiún vecinos, una viuda y un pastor. Cura aparte. Cada vecino disponía de su vivienda familiar en el pueblo sin alquerías ni casas de campo. Tampoco establos separados de las viviendas. Pero sí una taberna que compensaba la falta de hospitales, de conventos, de cambistas y de tiendas. Vale, exagero porque había un sastre que respondía al nombre de Francisco de Brizuela.


Hacia 1827 sabemos que había 77 habitantes capitaneados por un único párroco. Y en el diccionario Madoz (1850) -que les hemos comentado otras veces que, al parecer, tiraba a la baja el número de habitantes por cuestiones militares y tributarias- nos cuenta que tenía dos regidores y treinta y tres casas donde la mayoría es de una altura y que forman las calles del pueblo. Calles limpia y cincuenta y dos personas residiendo en el lugar. El cura seguía siendo puesto por el abad de Rosales. Los cultivos en estas fechas fueron cebada, trigo, centeno, yeros, garbanzos, titos y patatas. Y el ganado era lanar, cabrío, vacuno, yeguar y mular. No contentos con estas especies también cazaban de liebres, perdices, zorros y lobos. Formaba parte del ayuntamiento de Junta de la Cerca que distaba unos cinco kilómetros y donde estaban todos los servicios municipales y asistenciales.
 
No sé si el sacerdote de 1860 era el mismo de diez años antes. No lo sé, pero ese año más cercano cantaba misa en Bóveda de la Rivera Francisco Perea Oribe como cura beneficiado. Y siguió hasta, al menos, el año 1872. En 1881 habitaban el lugar unas 140 almas repartidas en treinta y cinco edificios. Más cuatro inmuebles arruinados. Y la cosa debió ir muy bien económicamente en el lugar porque para 1894 residían allí unos 160 ciudadanos. En 1904 eran 167 habitantes; y 176 residentes en 1908. Y 193 vecinos en 1950 repartidos en cuarenta y cuatro viviendas. ¡Todo un boom poblacional!

 
Claro que la cosa empeorará tras esa fecha y en 2003 los empadronados fueron 20 personas. Por último, y ya como una tradición en este tipo de entradas mencionaremos alguno de los maestros que impartieron, o debieron impartir, su sabiduría en Bóveda de la Rivera: Anselmo Zorrilla; Pedro Rojo de Rebolledillo (1903) nombrado pero que no sé si tomó posesión dado el salario; Crescencio Rueda Blas (1903) que obtiene una plaza de maestro dotada con 250 pts. frente a las 625 ptas. que tiene dotada, por ejemplo, la plaza de Villalba de Duero; Anastasio Moradillo Ibeas (1904); Pablo Domingo Manso, nombrado en septiembre de 1904 pero no parece que tomó posesión; Gumersindo Gastiasoro Ruiz (1904); Salvador Prada Guillén (1906); Severiano Alonso (1906); Ignacio Lobo Cuadrado (1907); Raimunda Galar Villar que presentó su renuncia en septiembre de 1909 habiendo sido nombrada en junio de 1908; Raimundo Solar (1908) ¿será la Raimunda Galar que citamos antes?; Mónica Caño (1909); Paterna Valgañón Cuende (al menos 1924 a 1926); o Bernardina Cereceda Bringas que llega al puesto en 1930 y en 1938 abandona el pueblo a pesar de haber sido repuesta en su cargo ese año tras la suspensión de empleo y sueldo aplicado a los profesores hasta superar un proceso de depuración.
 
 
 
Bibliografía:
 
“Amo a mi pueblo”. Emiliano Nebreda Perdiguero.
“Las Siete Merindades de Castilla Vieja. Valdivielso, Losa y Cuesta Urria”. María del Carmen Arribas Magro.
Becerro de Behetrías.
“Las Merindades de Burgos: Un análisis jurisdiccional y socioeconómico desde la Antigüedad a la Edad Media”. María del Carmen Sonsoles Arribas Magro.
“Diccionario geográfico-estadístico de España y Portugal. (1826-1829)”. Por Sebastián Miñano y Bedoya.
“Diccionario geográfico, estadístico, histórico, biográfico, postal, municipal, militar, marítimo y eclesiástico de España y sus posesiones de ultramar”. Pablo Riera Sans.
“Diccionario geográfico-estadístico-histórico de España y sus posesiones de ultramar (1845-1850)”. Pascual Madoz.
“Anuario del Comercio, de la industria, de la magistratura y de la administración”.
“Anuario Riera General y Exclusivo de España”. Eduardo Riera Solanich.
“Indicador general de la industria y el comercio de Burgos (1894)”.
Estadística del Arzobispado de Burgos.
“Nomenclator de las Ciudades, villas, lugares, aldeas y demás entidades de población de España formado por el Instituto Nacional de Estadística con referencia al 31 de diciembre de 1950”.
“La historia y la geografía burgalesas reflejadas en su toponimia”. José Pérez Carmona.
Periódico “El Papa-Moscas”.
Periódico “Diario de Burgos”.
Revista “El magisterio español”.
Periódico “El Magisterio salmantino”.
Periódico “El Castellano”.
Catastro del Marqués de la Ensenada.
 
 

domingo, 14 de enero de 2024

Sancho IV de Castilla: Ira con suerte.

 
 
Lo interesante de Sancho IV de Castilla (1258-1295) es que no era el príncipe heredero natural, sino que tuvo la oportunidad tras la muerte de su hermano Fernando en 1275. Como segundón sí participó en la política del reino y así, en 1272, fue nombrado por su padre alférez y almirante de la Orden Militar de Santa María de España. Fue mayordomo de la casa de Alfonso X entre 1276 y 1277 con unos dieciocho años de edad. También destacó en la lucha contra el Reino de Granada, tras hallarse junto a su padre en la entrevista con Jaime I en Requena, por la que se trató de los proyectos de intervención militar castellano-aragonesa en tierras granadinas.

 
Como entenderemos, todo iba muy bien hasta que Fernando de la Cerda muere. En ese momento se alentarán las aspiraciones al trono de Sancho frente a sus sobrinos, que parecen ser respaldadas por Alfonso X. De hecho, se procedió a su jura como heredero del Trono en las Cortes de Segovia de 1278. En los meses siguientes, Sancho, asumió funciones de gobierno mientras su padre consolidaba la frontera andaluza. En 1281, el príncipe Sancho participó en la campaña hasta la ciudad de Granada. Pero, será regresando de ella cuando se calentó el enfrentamiento entre el rey y heredero al girar Alfonso a favor de sus nietos. Y esa tensión se proyectó entre los miembros de la Corte. Una parte de la nobleza, encabezada por el señor de Albarracín Juan Núñez de Lara exigió el reconocimiento de los infantes de la Cerda, y la parte mayoritaria de la nobleza, encabezada por el señor de Vizcaya Lope Díaz de Haro, exigió que se mantuviese a Sancho según la norma tradicional castellana. El conflicto sucesorio se agravó cuando la reina Violante se enfrentó a Alfonso X al tomar partido por sus nietos los infantes de la Cerda y, temiendo por la seguridad de estos, huyó con ellos y con su nuera, Blanca de Francia, a Aragón para ponerse bajo la protección de Pedro III, que instaló a los infantes en el castillo de Játiva.

Corona de Sancho IV de Castilla
 
¿Y todo esto por qué? Por una reforma legal de Alfonso X que colocaba, tras el padre, a los hijos varones y no a los hermanos del primer heredero. Recordemos que, en 1280 o 1281, para evitar la guerra civil y resolver el conflicto de la herencia de los infantes de la Cerda, Alfonso X y Felipe III de Francia -abuelo materno de los niños de la Cerda- celebraron varias reuniones. Alfonso X ofreció un reino feudatario en Jaén y quinientas libras de rentas para sus nietos, pero a Felipe III le pareció poco y pidió el reino de Castilla o el de León. Evidentemente no hubo acuerdo. Pero la oferta de Alfonso X empeoró sus relaciones con Sancho que se mudó a Córdoba.

Felipe III de Francia
 
Allí captó lealtades a cualquier precio -como un sanchista del siglo XXI-. El rey buscó el acuerdo, pero ya no había ocasión para ello. Cada uno buscó aliados. En 1282 -año en que Alfonso X deshereda a Sancho- buena parte de la nobleza, la Iglesia y ciudades importantes respaldaban a Sancho. Y Sancho atacó: se intituló “hijo mayor y heredero al trono”. La cosa pareció irle bien hasta que enfermó y, ante la duda, sus partidarios le fueron abandonando. Este fue el caso de los infantes Juan y Jaime. Finalmente, cuando Sancho se disponía a entrevistarse con su padre con el objeto de llegar a un acuerdo, Alfonso X murió. Era el 4 de abril del año 1284.
 
Sancho lo supo en Ávila desde donde marchó a Toledo junto con su esposa María de Molina. ¿Hemos hablado ya de esta señora? Creo que no. Y me parece conveniente centrarnos en los asuntos del corazón de Sancho ahora porque “el muerto” puede esperar algún párrafo. En el citado año 1282 otra de las causas del desheredamiento fue la negativa de Sancho a cumplir con el matrimonio concertado por su padre. El muchacho debía haber cumplido con Guillerma de Moncada, hija de Gastón, vizconde de Bearne. Pero Sancho se casó, en julio de ese mismo año, en Toledo con María Alfonso de Meneses, hija del infante Alfonso de Molina – hermano de Fernando III- y nieta de Alfonso II de Aragón. El matrimonio no fue reconocido por Alfonso X, ni tampoco fue sancionado con la correspondiente dispensa papal. ¿Esto último era un problema? Pues era condición indispensable para que jurídicamente el enlace fuese reconocido, debido al grado de consanguinidad entre los contrayentes.

 
Del matrimonio nacieron siete hijos: Isabel, Fernando, Alfonso, Enrique, Pedro, Felipe y Beatriz. Y una reata de bastardos. ¿Bastardos? ¡Todos sus hijos eran bastardos! Y no solo eso porque sin la dispensa de Roma lo que ocurría con Sancho y María es que cometían incesto y pública infamia por su consanguinidad. Además, para los curas seguía siendo válido el matrimonio -no consumado- de Sancho con la hija de Gastón de Bearne. Un lío para alguien que iba a ser rey.

 
A cambio María fue uno de los apoyos más sólidos del rey y de sus intereses hasta mucho después de la propia muerte de Sancho, durante las minorías de Fernando IV y de Alfonso XI.

 
Tras Ávila -volviendo a la línea principal de nuestro relato-, Sancho IV fue a la Catedral de Toledo para la solemne coronación, dando lugar a otras ceremonias públicas de acatamiento del nuevo Monarca. Llegados a este punto, las ciudades y muchos personajes “procerda” asumieron que el rey era Sancho IV. Junto al nuevo rey estaban, entre otros nobles, Lope Díaz y su hermano Diego y le era hostil Juan Núñez de Lara. Gracias a Dios tenía el apoyo de su abuelo, el rey Jaime I de Aragón. Que murió. Por ello, en febrero de 1285, Sancho IV se reunió con su tío Pedro III en Uclés (Cuenca) para ratificar sus necesarios pactos y compromisos de ayuda mutua. Pero ante el inminente enfrentamiento entre Aragón y Francia, Sancho advirtió que sólo acudiría si no tuviera que repeler a los moros del sur. El aragonés prometió retener a los infantes de la Cerda y combatir a Juan Núñez de Lara, señor de Albarracín, máximo valedor de estos. Este Lara se exilió en Francia. Por si acaso.
Pedro III de Aragón.
 
Estupendo porque el infante Juan trataba de proclamarse rey en Sevilla donde se hallaba el núcleo amigo de Alfonso X. Allí se dirige Sancho, pero cuando llega a Córdoba encuentra a su hermano, Juan, y a otros nobles que le juran lealtad. Siguen todos hacia Sevilla donde convocará Sancho IV las Cortes del reino para confirmar su coronación. Sancho IV recompensó a sus aliados (alférez: el marido de su hermana Violante, Diego López de Haro) y… ¡a sus enemigos! especialmente a su siempre descontento hermano menor, el infante Juan, al que colocó en el importante puesto de mayordomo mayor de palacio. ¡Qué paciencia!
 
Tras calmar Sevilla se desplaza a Badajoz para afirmar su autoridad en un lugar que el testamento de su padre le excluía. Además, quizás se proponía también entrevistarse con su sobrino Dionís de Portugal a fin de ventilar la cuestión del Algarbe. Luego Salamanca, Zamora, Benavente y León. Seguirá desplazándose por el reino realizando pactos y confirmando lealtades.

Dionisio I de Portugal.
 
Ese 1285 Castilla fue invadida por los benimerines que superaron rápidamente la frontera andaluza, asediaron Jerez y saquearon los alrededores de Sevilla. El ataque fue motivado por la mala contestación de Sancho IV a los embajadores de Abú Yusuf. Sancho marchó a Jerez, donde estaban acampados los moros que levantaron el campo. El castellano no los persiguió al ser convencido por el infante Juan y por Lope Díaz de Haro para que no lo hiciera. La actitud de Juan y Lope levantó sospechas en otros cortesanos. Esta guerra le permitió al rey de Castilla incumplir lo pactado en Uclés, negando, en mayo, la ayuda que le pidió Pedro III para hacer frente a la invasión del rey francés. Pedro III no aceptó la excusa y la paz entre los dos reinos se resintió. En aquella época no eran tan simples y crédulos como pensamos: Pedro III asumía que Sancho IV estaba interesado en la amistad de Felipe III para que este le apoyase ante el Papa en el tema de la dispensa. Por su parte Sancho firmó un tratado de paz con el emir marroquí, en Sevilla, el 21 de octubre de 1285.

 
Lo bueno del asunto fue que para noviembre de ese año habían muerto Pedro III de Aragón, el papa Martín IV -quien se había negado a conceder la bula matrimonial a Sancho- y Felipe III de Francia. Le faltó tiempo a Sancho IV para enviar a su privado Gómez García, abad de Valladolid, a la corte del nuevo monarca francés -y navarro-, Felipe IV el Hermoso. Este propuso al enviado de Sancho IV la anulación del matrimonio con María de Molina y desposarle con su hermana, a cambio de retirar definitivamente su apoyo a los infantes de la Cerda. Para cerrar el trato, se concertó una entrevista entre ambos reyes, en la ciudad de Bayona, en la primavera de 1286, a la que Sancho IV acudió sin saber lo que le cocían. Al enterarse de ello, encolerizado en extremo, finiquitó la entrevista, negándose a repudiar a su esposa. En el otoño del mismo año, Sancho IV retiró su favor a Gómez García, al que designó, como compensación y exilio político, obispo de la lejana sede metropolitana de Mondoñedo.
 
El hueco de Gómez García lo cubrió Lope Díaz de Haro, señor de Vizcaya, con el cargo de mayordomo mayor del Rey. Este mismo 1286 Sancho continuó con la reorganización del reino celebrando Cortes en Palencia, ordenando la disolución de las hermandades formadas durante la sublevación contra Alfonso X y acuñando una nueva moneda bajo el nombre de cornado. En marzo de ese año, el sultán Abú Yusuf enfermó y murió en Algeciras, siendo sucedido por su hijo Abú Yaqub.

Felipe IV de Francia
 
El rey confió mucho en Lope Díaz de Haro otorgándole el título de conde en 1287, la tenencia de los castillos y fortalezas, una llave de la real chancillería y otros grandes honores. Su influencia sobre el rey fue creciente, hasta el punto de que Sancho IV arrendó, en junio de este año, al judío Abraham Barchilón, vasallo de Lope, todas las rentas reales. Por tanto, Lope Díaz de Haro se convirtió en el dueño de las rentas de la corona. En ese momento el vizcaíno tocó el techo de su poder. Sancho empezó a mosquearse cuando comprendió que su valido generaba resistencias y alardeaba de sus enchufados familiares. Ejemplos eran los problemas en la frontera portuguesa por Alvar Núñez de Lara (clan partidario de los de la Cerda) y por el consejero real y obispo de Astorga Martín García. Una curiosidad: Lope era concuñado del rey al estar casado con la hermana de la reina.

 
En las cortes de Toro (febrero de 1288) el infante Juan y Lope Díaz de Haro aconsejaron a Sancho IV la firma de un tratado de paz y amistad con Aragón para eliminar el riesgo de los infantes de la Cerda. Por su parte, Aragón ayudaría ante la curia pontificia (totalmente a merced del rey francés) en la cuestión de la deseada dispensa papal. Tras unas acaloradas discusiones, no triunfó la propuesta. Lope y el “hermanito Real” promovieron altercados en la zona de Salamanca para mostrar su fuerza. Supieron atraerse el descontento del pueblo llano azuzando el odio a los judíos que aparecían -¡hay que fastidiarse!- como arrendadores de los impuestos reales.
 
Alfonso IV tenía el sobre nombre de “el bravo” no por su arrojo bélico sino por su mal genio e impulsividad. Teniendo esto en cuenta nos vamos a una reunión del consejo del rey en Alfaro el 8 de junio de 1288. Allí Sancho pidió cuentas a Lope y a Juan. La cosa se empezó a salir de madre y el rey abandonó la sala para que los demás pudieran deliberar con libertad. A los pocos minutos volvió y le pidió a Lope que le devolviese los castillos o que se considerase preso. El conde, enfurecido, sacó el puñal y fue hacia el rey, que también sacó la espada al tiempo que tropezaba con una alfombra. Los hombres del rey, al verlo en peligro, atacaron al conde y le cortaron la mano que sostenía la daga. Al mismo tiempo, el rey se rehízo y a su vez hirió mortalmente al señor de Vizcaya. La misma suerte corrió Diego López de Campos. Y lo mismo pudo ocurrir con el infante Juan si no llega a ser por la intervención de la reina que estaba en una habitación contigua. Calmado Sancho sólo mandó encarcelar a su hermano. Personalmente me resulta una historia sorprendente. ¿Qué hubiera hecho Lope tras matar al rey? ¿Pensaba coronar a Juan? En fin, tras lo de Alfaro se celebran cortes en Haro y ascienden nuevos intrigantes, digo personajes: el obispo de Astorga Martín García y el arzobispo de Toledo, Gonzalo Pétrez Gudiel.

 
Sancho IV deberá aplacar un intento de levantamiento en el Señorío de Vizcaya tras la muerte de su señor. Y acelera su acercamiento a la corona francesa, concretado en el acuerdo de Lyón, del 13 de julio del año 1288, por el que Felipe IV se comprometió a defender ante el Papa el asunto de la dispensa matrimonial para Sancho IV y María de Molina a cambio de ayuda Castilla y por León en la pugna francesa contra Aragón.
 
La respuesta del Alfonso III de Aragón fue jurar a Alfonso de la Cerda como rey de Castilla y de León en Jaca. El 17 de diciembre, ambos alfonsos firmaron un acuerdo de alianza comprometiéndose a no pactar por separado con Sancho IV. Formaron parte de dicha alianza Diego López de Haro -heredero del señorío de Vizcaya tras la muerte de su sobrino- y Gastón de Moncada, dos que se la tenían jurada al rey. Ya sólo quedaba una cosa por hacer: atacar a Sancho IV. La víctima fue la villa de Almazán. El contragolpe se hizo contra Tarazona y su huerta.

Sepulcro de Alfonso de la Cerda.
 
En 1289 los enfrentamientos en la frontera de Aragón entre los partidarios de Alfonso de la Cerda culminaron en la derrota castellana de Pajarón (Cuenca). En octubre, Sancho IV recibió en Guadalajara una embajada de Felipe IV para organizar la reunión de los dos reyes en Bayona. Era importante para el castellano esa reunión al verse debilitado por los aragoneses. Con la embajada vino Juan Núñez de Lara, antiguo señor de Albarracín y defensor de los derechos de los infantes de la Cerda que, recuerden, se encontraba refugiado en Francia. Sancho IV le recibió afectuosamente y le entregó las villas fronterizas de Moya y Cañete en señorío, además, le nombró “frontero” contra Aragón. El Tratado de Bayona aunó más a Castilla y Francia frente a Aragón. ¡Estupendo! Porque en ese 1290 la salud de Sancho se resiente tras padecer malaria que, por segunda vez en un lustro, hizo “calentar en la banda” al heredero. Pero las lealtades de los nobles son cambiantes y el Lara se pasa al bando aragonés derrotando a los castellanos en Chinchilla. Alucinantemente, gracias a la reina María de Molina, Núñez de Lara se reconciliará con Sancho y lo sellarán con la boda de Juan Núñez de Lara, el Mozo, con una descendiente de la familia real castellana y en condiciones patrimoniales muy favorables.
 
En marzo de 1291, Sancho IV conoció el tratado de Tarascón entre Francia, la Santa Sede y Aragón, donde se obligaba a Aragón a tener buena amistad o, al menos, treguas con Castilla. Por ello, Alfonso III de Aragón envió a Sancho IV embajadores para cumplimentar el tratado, pero Sancho les dio largas. Y luego, durante ese marzo, empezaron los disturbios gallegos.

 
Aunque las luchas entre los concejos y los prelados por el dominio de las ciudades gallegas no eran nuevas, ahora estaban implicados Juan Núñez de Lara y Juan Alfonso de Alburquerque, adelantado mayor en Galicia y amigo del obispo de Lugo. A finales de julio Sancho IV llegó a Galicia y destituyó al de Alburquerque. En Orense, consiguió la paz entre los contendientes y una tregua por diez años, pero tras la marcha del rey se produjo un gran motín con numerosos asesinatos. Sancho IV administró justicia y volvió a Valladolid cuando se restableció la paz. Allí, para atraerse nuevamente a Juan Núñez de Lara -¿¡Qué necesidad había?!-, concertó el matrimonio de su hijo Alfonso con la hija del de Lara pero falleció el infante. Para compensarlo, el rey le nombró mayordomo mayor. Pero los Lara no dejaron de crear problemas a Sancho IV. Esta vez fue Juan Núñez “el Mozo” el que pidió la libertad del infante Juan, prisionero en el castillo de Curiel desde la tragedia de Alfaro, con el compromiso de garantizar la fidelidad del reo. El rey, harto de conflictos o por complacer a los Lara, accedió en agosto a la excarcelación.

 
A pesar de todo lo que le estaba ocurriendo, Alfonso IV de Castilla quería ampliar las fronteras de su reino. Por el sur, claro. Para una acción como la que deseaba necesitó a los genoveses y su flota. Y no dejar enemigos a sus costados. En septiembre de 1291, Sancho IV y María de Molina se dirigieron a la frontera de Portugal para ratificar las paces con Dionisio I. En el viaje conoce la muerte de Alfonso III de Aragón. Dionis I – el Dionisio I- ratificó el compromiso matrimonial entre el heredero castellano Fernando, de seis años, y la infanta portuguesa Constanza, de veinte meses de edad. Con este tratado, con la alianza con Francia y con el cambio de política del nuevo rey de Aragón Jaime II, que había suspendido las hostilidades en la frontera con Castilla, Sancho IV y Aragón firmaron el tratado de Monteagudo, el 29 de noviembre de ese 1291. Sancho IV entregó a Jaime II la carta plomada, hecha en tiempos de Alfonso X, de la cesión de Albarracín a la Corona de Aragón, sin considerar el posible conflicto con Juan Núñez de Lara. También se esbozó un plan de ataque conjunto para acabar con la presencia naval de los benimerines en el estrecho de Gibraltar. Dado el objetivo es lógico saber que el emir de Granada se sumó a la aventura. En este tratado también se repartió el futuro dominio del norte de África (¡olé tus…!). Para sancionar la nueva amistad del acuerdo de Monteagudo se proyectó el matrimonio de la infanta Isabel, hija de Sancho IV, con el rey aragonés, Jaime II.

 
La flota cristiana derrotó a las fuerzas del sultán Aben Yacub pero los benimerines desembarcaron y asediaron Vejer y saquearon el entorno de Jerez y Sevilla. Sancho IV no acudió con tropas a la frontera quizá al suponer que las existentes en la zona solucionarían el problema. En enero de 1292 se subleva Juan Núñez de Lara cabreado por los acuerdos de Monteagudo sobre Albarracín. Las buenas palabras de Sancho no lo calmaron. La estrategia regia fue quitar a Núñez de Lara las villas cedidas más Moya y Cañete y exiliarle en Francia. Poco después, Sancho IV recibió a dos embajadores de Felipe IV que le comunicaron, entre otros asuntos, que el rey francés había enviado diplomáticos a la corte de Roma para procurar la dispensa papal del matrimonio real. A través de los mismos enviados, Sancho IV se excusó ante Felipe IV de haber pactado con Jaime II con el argumento de que así evitó que este se aliara con los benimerines. Creo que pensó que “si cuela, cuela”.
 
Un charco más que pisó fue el ceder a su hijo Enrique, de unos cuatro años de edad y mudo, el señorío de Vizcaya y no a María Díaz de Haro, hija del difunto Lope Díaz de Haro, y que tiene avenida en Bilbao. No paraba nuestro Sancho y en marzo firmó pactos de amistad con el sultán de Tremecén (actual Argelia) que era enemigo de los benimerines. En abril afianzó la alianza con Francia al confirmar los pactos de Bayona en lo referente a Aragón, ya que estos mencionaban a Alfonso III y no a su sucesor Jaime II. No debió colar la anterior escusa.

Jaime II de Aragón
 
En mayo, Sancho IV llegó a Sevilla para ponerse al frente del ejército y marchar contra los benimerines. Allí le esperaba el ejército aliado y la reina, que dio a luz al infante Felipe a los pocos días. En un principio el plan era cercar Algeciras, pero luego se dispuso que fuera Tarifa la acosada. En junio, las tropas cristianas apoyadas por las del reino nazarí atacaron la ciudad por tierra, y las flotas de Castilla y Aragón lo hicieron por mar. En septiembre, los cercados, que estaban escasos de alimentos, no pudieron resistir las acometidas cristianas y se rindieron. En octubre, después de negociar las capitulaciones, Sancho IV entró en la ciudad y puso una guarnición al mando de Rodrigo Pérez Ponce, maestre de Calatrava.
 
En diciembre, el infante Juan, que se había distinguido por su bravura en la campaña de Tarifa, volvió enfrentarse a Sancho IV. Y fingiendo temer un nuevo encarcelamiento, marchó a Portugal. A finales del mismo mes, Muhammad II pidió a Sancho IV la cesión de Tarifa a cambió de varios castillos y una gran cantidad de dinero. La negativa del castellano provocó que el nazarí enfriara su alianza con Castilla y se aproximara a los benimerines.

 
Creo que nos habíamos olvidado de la resiliencia -palabra muy sanchista- de nuestro animosos infante Juan que vuelve a las andadas en febrero de 1293. Se alía con Juan Núñez de Lara “el Mozo” -ese favorecido por el bien quedar del rey con el clan Lara- y son derrotados. El rey, pese a su carácter, les perdona la vida y pacta su reconciliación. ¿Para qué? Para nada porque el infante volverá a traicionar a su hermano y, para resolver el asunto, el rey lo expulsa a Portugal con engaños. Y Juan escapa a Marruecos protegido por Aben Yacub. ¡Amor de hermano! Por su parte, Sancho IV, convocó cortes en Valladolid y medió entre Aragón y Francia para limar las tensiones por la presencia aragonesa en Sicilia.
 
En 1294 Tarifa vuelve a estar acosada. Y la salud de Sancho IV decidió fastidiarle de forma casi continua lo que obligó a su camarero mayor -no mayordomo- , Juan Mathe de Luna, a reunir rentas, provisiones y fuerzas para resistir el embate de granadinos y benimerines (más el infante Juan) contra Tarifa. Es en este momento cuando se produce el sacrificio del hijo de Alfonso Pérez de Guzmán, Guzmán el Bueno. No será un ejército de rescate quien levante el sitio sino un brote de peste entre los musulmanes. También será preciso sofocar el alzamiento de Diego López de Haro para hacerse con el señorío de Vizcaya, del que había sido desposeído.

 
Guzmán "El Bueno" lanzando el puñal 
para que sacrifiquen a su hijo.

Sancho IV era un hombre de su momento y acumulaba enfermedades y desgaste físico extremo (a pesar de ser el rey). La puntilla fue la tuberculosis. Y no era cuestión de físicos, de médicos, porque tuvo muchos y buenos: los judíos Yuçaf, Çag y Abraham, estos dos últimos hermanos; y los cristianos como maestre Nicolás, fray Pedro de Pontevedra o fray Albert. Evidentemente poco consiguieron con Sancho y la merma de las capacidades regias “autorizó” la mayor influencia de los principales nobles y las banderías políticas y de lealtades. El Rey hizo testamento en Alcalá de Henares señalando como tutora de su heredero a María de Molina al iniciarse el año 1295. De ahí marcharon al Convento de Santo Domingo el Real de Madrid, donde se dispusieron nuevas previsiones sobre la gobernación del reino con un nuevo rey. Y partieron en dirección a Toledo. Sancho IV había previsto ser sepultado en la Capilla Real de la catedral, que él había mandado construir. En fin, que Sancho murió el 25 de abril sin cumplir los treinta y siete años.


Abstrayéndonos de la política, este reinado fue una época de relativo florecimiento comercial. En el interior del reino se asistió al desarrollo de las ferias comerciales. El comercio marítimo de Castilla y de León se expandió por el Atlántico, gracias a la libertad de exportación e importación decretada. Culturalmente, Sancho IV mandó finalizar la Crónica General, comenzada por su padre, completándose su redacción en 1289. Hay autores que han desarrollado una lista de obras que situarían a Alfonso IV a la altura de Alfonso X. Citaríamos el “Libro de los Castigos e documentos” y “La Gran conquista de Ultramar”. En este contexto de labor cultural, no conviene dejar de hacer referencia a sus iniciativas en materia universitaria y de enseñanza que tuvieron su reflejo en distintas localidades como Sevilla, Alcalá de Henares, Valladolid o Salamanca.

 
Como final de la entrada hablaremos de moda. Sabemos por el libro de cuentas de Sancho IV, que vestía generalmente de escarlata, “con tabardo et sobretabardo de viado, las pennas lesendrinas y las aljubas y pellotes de carcasona prietos; los guardas iban vestidos con sayas y calzas de paño tinto, pellotes y mantos de viado; los ballesteros de viado et blao; los escuderos con sayas y pellotes de paño tinto, capas de viado con peñas prietas y calzas de paño de suerte”. ¿Cómo se quedan?
 
 
 
 
 
Bibliografía:
 
“Historia del Reinado de Sancho IV de Castilla”. Mercedes Gaibrois de Ballesteros.
Periódico “eldiario.es”
Real Academia de la Historia de España.
Reyes Medievales.
“Historia de Castilla. De Atapuerca a Fuensaldaña”. Juan José García González.
“La Casa del Rey de Castilla y León en la Edad Media”. Jaime de Salazar y Acha.
“Las dinastías reales de España en la Edad Media”. Jaime de Salazar y Acha.
“Historia de España”. Salvat.
“Atlas de historia de España”. Fernando García de Cortázar.
 
 
Anexos:
 
Adjuntamos aquí algunos datos familiares que, por no saturar de información el principal de la entrada, tanto del rey Sancho IV “el bravo” como de sus hijos.
 
Sancho, rey de Castilla, León, Córdoba, Murcia, Jaén y Sevilla (1284-1295), mayordomo del rey (1276 a 7 de julio de 1277), nacido en Valladolid el 12 de mayo de 1258 y fallecido en Toledo el 25 de abril de 1295, sepultado en la catedral de Toledo. En 4 de abril de 1270, en Burgos, había sido concertado su matrimonio con Guillermina de Bearn, hija de Gastón VII, vizconde de Bearn, y de Matha de Bigorre, pero este matrimonio no se llevó a efecto. Casó en Toledo en el mes de julio de 1282 con María Alfonso, hija del Infante de Molina (María de Molina), señora de Molina y Mesa (1293), regente del reino (1295-1301) y (1312-1321), nacida en 1264 y fallecida en Valladolid el 1 de junio de 1321; sepultada en Santa María la Real de Valladolid, hija del infante Alfonso de León señor de Molina, y de Mayor Alfonso de Meneses. Hijos:
 
  • Infanta Isabel, señora de Guadalajara, nacida en Toro el año 1283, falleció el 24 de julio de 1328, siendo enterrada en la abadía de Prieres, Morbihan. En 23 de febrero de 1285 es llamada “la Infanta doña Isabel nuestra fija y heredera”. Casó primero en Soria el 1 de diciembre de 1291 con Jaime II , rey de Aragón y conde de Barcelona, matrimonio no consumado y anulado en agosto de 1295. Casó en segundas nupcias en Burgos en 1310, después del 22 de junio, con Juan III , duque de Bretaña y conde de Richemont, viudo de Isabel de Valois, nacido el 8 de marzo de 1286 y muerto camino de Caen el 30 de abril de 1341, inhumado en los carmelitas de Ploërmel, Morbihan; sin descendencia.
  • Fernando IV.
  • Infante Alfonso, nacido en Valladolid circa junio de 1287 y muerto niño en Valladolid en agosto de 1291, enterrado en los Dominicos de Valladolid.
  • Infante Enrique, nacido en Vitoria entre septiembre y diciembre de 1288 y muerto en Toro en 1299, sepultado en los Dominicos de Toro.
  • Infante Pedro, señor de los Cameros, Almazán, Berlanga, Monteagudo, Cifuentes, mayordomo mayor del rey (desde 25 de febrero de 1310 hasta 29 de enero de 1311) y regente del reino. Nacido en Valladolid en 1290, después del 14 de mayo 2446 y muerto en acción de guerra en la Vega de Granada el 25 de junio de 1319; sepultado en las Huelgas de Burgos. Casó en Calatayud por Navidad de 1311 o en enero del año siguiente 2448 con la infanta María de Aragón, nacida en Valencia entre abril y mayo de 1298 y fallecida en Barcelona en 1347 y sepultada en Santa Catalina de Barcelona, hija de Jaime II, rey de Aragón, y de la reina Blanca, princesa de Nápoles.
  • Infante Felipe, señor de Cabrera y Ribera, adelantado mayor de Galicia (1304-1306), regente del reino: 1319-1325. Nació en Sevilla en 1292, antes del 21 de noviembre y murió en Madrid después de testar el 12 de abril, antes de 5 de junio de 1327, sepultado en Santa Clara de Allariz. Casó antes del 20 de febrero de 1315 con Margarita [de la Cerda], nacida en Francia circa 1293 y fallecida después de testar en Santa Olalla el 4 de mayo de 1328; sepultada en Santa Clara de Allariz; sin descendencia.
  • María, que vivía cuando su padre hizo testamento en Madrid el 12 de abril de 1327. Hija ilegítima con Estefanía Gómez.
  • Infanta Beatriz, nacida en Toro en 1293 y fallecida en Lisboa el 25 de octubre de 1359. Casó en Lisboa el 12 de septiembre de 1309 con Alfonso IV, rey de Portugal, muerto en Lisboa el 28 de mayo de 1357; con descendencia.
  • Hija natural con María Alfonso de Meneses, mujer de Juan García, señor de Ucero, hija de Alfonso Téllez de Meneses Tizón y de Mayor González Girón.
  • Violante Sánchez, señora de Ucero, nacida antes de 1280 y falleció como freira y comendadora de la Orden de Santiago en Sancti Spíritus de Salamanca después de 27 de diciembre de 1327. Casó (carta de arras en Layosa de Galicia, el 17 de abril de 1293) con Fernando Rodríguez de Castro, señor de Lemos, Monforte, pertiguero mayor de Galicia y ricohombre de Castilla, murió en Monforte, después del 10 de noviembre de 1302, en combate con el infante Felipe que relata la crónica del rey, año 1305; con sucesión.
  • Hija natural con una señora de la Bureba.
  • Teresa Sánchez, hija del rey, nacida antes de 1280, casó en primeras nupcias con Juan Alfonso de Meneses, I conde de Barcelos (8 de mayo de 1298), señor de Alburquerque y Medellín, alférez mayor de Portugal, fallecido poco después de testar el 5 de mayo de 1304; sepultado en Pombeiro. Casó en segundas nupcias con Ruy Gil de Villalobos, ricohombre de Castilla, hijo de Ruy Gil, señor de Villalobos, y de María de Haro, señora de Autillo; con descendencia de ambos.
  • Hijo ilegítimo con Marina Pérez.
  • Alfonso Sánchez, que era niño en 1293 y casó con María Díaz de Haro, hija de Diego López de Salcedo, adelantado mayor de Guipúzcoa (1272-1282), y de María Álvarez; sin descendencia.
  • Juan Sánchez, que era también niño en 1293.