Que no te asusten ni la letra ni el sendero de palabras pues, amigo, para la sed de saber, largo trago.
Retorna tanto como quieras que aquí me tendrás manando recuerdos.


domingo, 29 de septiembre de 2019

Cueva del Hoyo o de los Moros de Manzanedo o “Pero, ¿Cuántas cuevas tenían los moros en Las Merindades?”.



En los límites del pueblo de Manzanedo se localiza la iglesia rupestre conocida como la “Cueva de los Moros” -¡Cómo no!- o "Cueva del Hoyo". Les adelanto que ningún musulmán habitó el lugar. Está casi en lo alto del monte, en una zona de toba bajo una fuente natural de la que surge un arroyo y que, quizá en su día, surtió de agua al castro de la cumbre. Desde el lugar se disfruta de una hermosa vista de Manzanedo y del valle aunque es un paraje solitario.


La iglesia rupestre tiene cerca agua y posibilidades agrícolas y ganaderas. Además el amplio control visual potencia su carácter estratégico. Ya hemos señalado que la tenemos bajo el castro.

Nos lo encontraremos en un estado bastante aceptable dado que muchos de los conjuntos rupestres están muy deteriorados por causas naturales. Entendamos que la naturaleza de la roca, su estructura, su resistencia, su disposición y su orientación influyen en la supervivencia de la obra.

Para acceder al lugar hemos de seguir el camino hormigonado que pasa junto al cementerio y asciende ya convertido en pista forestal. Tras un empinado paseo llegamos junto al arroyo próximo al roquedo de toba en el que está la cueva. Lo del arroyo es importante porque evitaba que se tuviesen que emplear sistemas de recogida y almacenaje del agua de lluvia o tinajas y recipientes para transportarlo y hacer acopio para una temporada. Una vez situados junto a la base del roquedo lo rodearemos por la izquierda hasta llegar a la explanada situada sobre la iglesia. Al final de la explanada, en el borde donde acaba la hierba y comienzan las rocas, aparece un caminito que desciende hasta la entrada de la cueva.


La iglesia se encuentra en una cavidad natural que fue retocada. Está abierta al Suroeste mediante una puerta irregular que presenta huellas de cerramiento en ambos laterales por lo cual asumimos que hubo una puerta. A su Izquierda hay picada una ventana baja desde la que se podría divisar pueblo y valle y que ilumina el templo.

Si nunca se han enfrentado a una iglesia rupestre deben tener en cuenta que su ejecución es radicalmente diferente a las edificadas. De hecho, no se crea el espacio sino que se “vacía” en figuras que podrían llegar a ser imposibles en un edificio. Aquí no hay cargas ni empujes, elementos sustentantes o sustentados. Sólo actúa la resistencia de la roca y por eso los arcos y bóvedas que encontramos son decorativos. Es como un escultor que pica lo que sobra de una obra de arte.


Eso sí, podríamos pensar que las excavaban porque trabajar la piedra de toba es más sencillo que picar piedras, darlas formas y construir un edificio; porque resultaba un escondite bien camuflado y caliente. O podríamos preguntarnos: ¿qué sentido tenía la cueva? Procedamos, una cueva tiene una marcada idea de alejamiento del mundo, contacto con la naturaleza y retiro ascético. Enterrarse en vida, literalmente.

Además, son conocidas las interpretaciones de la cueva como matriz telúrica a donde se ingresa para la iniciación, expiación y purificación, y de la que se saldrá a la vida verdadera. La cueva penetra en la tierra y participa de su poder generador y regenerador. En las cuevas se percibe la relación eterna y original entre el hombre y la tierra. ¡Alucinante! Pero nada nuevo, nada creado por lo eremitas medievales.


Varios pasajes del Antiguo Testamento relacionan la cueva con una protección sagrada. Así, por ejemplo, el profeta Isaías se refiere a la cueva como el refugio del hombre ante el juicio de Dios: “Métete en las peñas, escóndete en el polvo, ante el Señor terrible, ante su majestad sublime...” (Isaías 2, 10), “Se meterán en las cuevas de las rocas, en las grietas de la tierra, ante el Señor terrible...” (Isaías 2, 19), “Aquel día arrojará el hombre sus ídolos..., y se meterá en las cuevas de las rocas y en las hendiduras de las peñas...” (Isaías 2, 20-21). En el Nuevo Testamento no se dice que Jesucristo naciese en una cueva, aunque la tradición cristiana lo mantenga. Pero hay dos episodios evangélicos en los que se establece una clara asociación de la cueva con muerte y resurrección. El sepulcro de Lázaro y el de Jesús.

En las fuentes monásticas orientales se alude con frecuencia a un hábitat en cuevas, sin que se especifique si son naturales o artificiales, aunque algunas regiones, tanto de Palestina y Siria como de otros países, ofrecen una topografía tan abundante en cuevas que resultaría tonto construirlas. Junto a esto es conocido el influjo que las formas de monacato oriental ejercieron sobre Occidente por lo cual podemos admitir que debió haber cierto… bueno, que lo copiaron en occidente.


Tras esta explicación volvemos a nuestra cueva en cuyo techo se abre otro pequeño orificio, a modo de tragaluz, que quizás es un derrumbe natural. Dentro, entre la puerta y el vano artificial, tenemos una especie de hornacina aprovechando el resalte de la roca. La iglesia es de una sola nave, ancha más que larga, de mayor longitud a sus pies que en su cabecera y cubierta con bóveda natural. El muro que delimita la nave por la derecha desde sus pies, está decorada con dos arcos ciegos de medio punto unidos entre sí por una pilastra. Evidentemente, muy erosionados. Da la impresión de haber un banco corrido bajo los arcos.

El muro izquierdo presenta un entrante irregular que profundiza en la roca cual canalillo, y es evidente un banco corrido junto a dos sepulturas de bañera de tamaño adulto, orientadas según el ritual cristiano medieval, con la cabeza al Oeste y los pies al Este. Al menos una de ellas dispuso de losa de cobertura al resistir el rebaje para su colocación. Seguramente la tuvieran ambas. Sobre los restos del banco corrido podemos aventurarnos a opinar que, probablemente, recorriese toda la nave.

Elevada sobre el nivel de la nave aparece la cabecera separada mediante un arco triunfal de medio punto del resto del templo. El lado derecho del arco reposa sobre una media pilastra labrada. Un arco peraltado, vamos. Este espacio está cubierto con bóveda natural retocada para aproximarla a una de cañón aunque parece plana. Tallado en la pared del fondo de la cabecera tenemos un pequeño arco parecido a otro en Argés. Bajo este arco, se aprecia parte del altar de bloque flanqueado por basamentos corridos labrados en las paredes laterales de la cabecera.


En la zona sur el reborde añade un pequeño habitáculo para guardar objetos litúrgicos o sagrados y vemos una pequeña repisa. El fondo es recto pero al mismo se adelanta, excavado en la parte central, un altar. Ha perdido el nicho donde pudieran estar ubicadas las reliquias. Vemos en la zona de los arcos claras señales de la talla, de forma dura y bastante tosca.

El estado de la iglesia se debe, principalmente, a la erosión de la dúctil roca de toba y a la falta de cuidado a lo largo de siglos al haberse encontrado restos de hogueras hechas en el interior que contribuyen al deterioro del mismo. La tumba se encuentra expoliada y, como hemos apuntado, sin tapa de cubierta.

La cueva ha tenido dos fases de construcción, una primera como eremitorio que posteriormente se convirtió en lugar de culto. La primera fase estaría entre los siglo VI-VII y en ella situaríamos las tumbas ovaladas. En la segunda fase, se transforma el lugar en centro de culto tallándole la cabecera y se ensancha la nave; se añade el banco corrido; y los arcos ciegos del costado sur de la nave. La llegaremos a datar entre el siglo IX y el X gracias a las características de los arcos de medio punto y la bóvedas.


Una horquilla amplia en cuanto al momento de su ejecución porque con las fechas nos encontramos con una dificultad. Se suele admitir que las tipologías de las iglesias rupestres siguen los modelos de la arquitectura convencional. Pero, ¿este influjo es inmediato o pasan varias décadas hasta que se aplica? Además, para poder emplear el método comparativo, necesitaríamos conocer con precisión las cronologías de las iglesias con las que lo compararemos. Seamos sinceros, muchas iglesias hispánicas de la temprana y alta Edad Media generan dudas cronológicas.

No solo eso sino que la obra rupestre escapa a la férrea disciplina y a la lógica constructiva exigida por la arquitectura tradicional, ya que todos los elementos de su interior son solo decorativos como indicábamos antes. Otro elemento que debemos acentuar en las iglesias rupestres son las necesidades de adaptación a la gruta: las asimetrías suelen ser constantes, los muros pueden a veces ser cóncavos o convexos, los arcos no son de carga y suelen carecer de dovelaje, privándonos así de datos orientadores. Además, este tipo de obras rupestres no tienen exteriores, haciendo imposible el estudio del muro, su aparejo, su articulación, molduras, frisos, cornisas, así como los volúmenes de sus arquitecturas.

Dejemos caer que al Oeste de esta “cueva de los Moros” tenemos un habitáculo de-nominado “el Hoyo 2” del que solo queda el fondo, por el desplome de las rocas.


Con relación a la advocación de la “cueva del Hoyo” disponemos de un Santillán en Manzanedo no ubicado, así o bien se trata de algún centro allí situado o podría ser un recuerdo de este propio centro. Hay constancia de dos grupos de grandes propietarios en la zona: los Manrique y los Manzanedo. Uno de ellos era Rodrigo Rodríguez Málrric que vendió al monasterio de Rioseco propiedades en Manzanedo en el siglo XIII, entre ellos era la heredad de San Martín de Ciella que podría ser este eremitorio. Los demás eran diez solares que estaban arrendados, media presa en los molinos, el parral de Palacio, un haza de viña y la quinta parte de las torres.

¿Por qué creemos que San Martín de Ciella fuese esta Cueva de los Moros? Porque es uno de los dos hábitats que quedan sin advocación y “Ciella” es una palabra que se utilizaba en la documentación del medievo para referirse a los eremitorios puesto que su origen latino tiene el significado de celda. Más: San Martín es una advocación ligada en Las Merindades a los eremitorios, del mismo modo que lo es San Esteban.

Apuntamos a San Martín por la referencia unida a Ciella. Un ejemplo paradigmático es el de San Martín de Cella propiedad del monasterio de Oña en Montejo de Bricia (Alfoz de Bricia), documentado también en el siglo XII, que perdió la advocación y es conocido como Cueva del Moro. Pero son todo conjeturas.


En resumen, esta cueva de los Moros o cueva del Hoyo es uno de los ejemplos más característicos de eremitorio rupestre. Posee área de culto -la cabecera con el altar- y estancia de habitación. También se localizan en su interior dos sepulturas de tipo ovalado y arcos ciegos en el costado sur.


Bibliografía:

“Eremitorios rupestres en la comarca de Las Merindades (Burgos)”. Judith Trueba Longo.
“Colección Historia de Las Merindades. El Valle de Manzanedo. El Valle de mena”. María del Carmen Arribas Magro.
“Arquitectura religiosa de oquedades en los siglos anteriores al románico”. Luis Alberto Monreal Jimeno.
“Centros eremíticos y semieremíticos en el valle del Ebro: aspectos metodológicos”. Luis Alberto Monreal Jimeno.
Grupo Espeleológico Edelweiss


domingo, 22 de septiembre de 2019

Sólo puede quedar uno… vivo.



Las causas naturales y, principalmente, la influencia humana reducirán el número de testas coronadas en la península ibérica. Al menos en el lado cristiano.

El condado de Castilla había pasado de Sancho a Fernando; en Pamplona había caído Sancho El Mayor sucediéndole su hijo García Sánchez; y en León tenemos a Bermudo, o Vermudo, el tercero de ese nombre con dieciocho años. Lo único bueno que tiene es su juventud porque a sus pies se extiende un reino rasgado por las luchas nobiliarias y un corrosivo feudalismo. Cumplidos los veinte años estimó que era el momento de liberar de la “obligación” de “protección” que tenía contraída con su cuñado García. Para iniciar ese reconquista saldrá de su refugio gallego para recuperar las tierras entre el Cea y el Pisuerga -parte de Palencia, parte de Valladolid—, a caballo entre los señoríos de Cea, Saldaña y Mozón, ocupadas en su día por Sancho el Mayor e incorporadas al condado de Castilla. Por ello, para Fernando eran suyas… y para Bermudo III también.

Rey Bermudo III de León.

El tema es que entonces no había unas Naciones Unidad o un tribunal internacional de lo que fuese que pudiese dirimir entre las partes. ¿El papado? Tal vez. Miren, esas tierras formaban parte de la dote de Sancha de León, hermana del rey Bermudo. Era la prometida del “suprimido” conde de Castilla García. Muerto este, Sancha fue transferida a Fernando, el actual conde de Castilla. Como ven era un asunto de cuñados y, como todos sabemos, la tensión entre cuñados es de altísima intensidad. Peor aún, estos dos señores eran cuñados por partida doble porque, además, la mujer de Vermudo III de León es Jimena, hermana de Fernando de Castilla, y de García el de Nájera. Un buen autor teatral sacaría chispas de una tragedia familiar de este nivel.

En 1037, a finales de agosto o primeros de septiembre, Bermudo cruza el río Pisuerga en son de guerra. Fernando, alarmado, pide ayuda a su hermano García, el del reino de Nájera y Pamplona, comúnmente: Navarra. Se enfrentarán – probablemente- en Tamarón (Burgos). Bermudo intentará un golpe para compensar su inferioridad numérica. Montado en su caballo Pelagiolo (Pelayuelo) se lanza en busca de Fernando para derrotarle en un combate personal. ¡Un rey valiente! Y descerebrado. Envuelto por sus enemigos es presa fácil. Así, una lanza castellana le derriba del caballo y las crónicas relatan que siete caballeros enemigos cayeron sobre Vermudo y lo mataron.

Análisis contemporáneos han hallado en el cadáver del rey hasta cuarenta heridas de lanza; todas en el vientre, que es donde peor protegía la armadura. Estaba claro que los hijos de Sancho el Mayor lo querían bien muerto. Fue llevado a León y sepultado en el panteón de los reyes, en la iglesia de San Juan. Con Bermudo III desaparecía el linaje del duque Pedro de Cantabria, Alfonso I y el guerrero Fruela Pérez. El trono, por tanto, pasaba a su hermana Sancha, es decir, a la mujer de Fernando de Castilla, el mismo hombre que lo había asesinado.


No habrá sido la primera vez, ni la última, en que una regicida sea el heredero de la corona. Y con el reino llega la necesidad de hacerse querer. El conde de Castilla y rey de León, Fernando Sánchez, tiene frente a él a una levantisca nobleza, traidora a su rey, pero sujeta por la legitimidad que posee Sancha. ¿Y eso era importante? Pues… poco. Fernando descubrió que su oposición estaba entorno a Fernando Flaínez, conde gobernador en la ciudad de León y su alfoz. Evidentemente no estaba solo: su hijo Flaíno Fernández y su sobrino Fáfila Pérez, mayordomo que fue del difunto rey Bermudo III (y recordemos que el mayordomo, en la corte leonesa, venía a ser un valido) le respaldaban.

El propio obispo de la diócesis, Servando, está con Flaínez. Y este conde cerrará León y negará la entrada al rey Fernando. Ante esta situación Fernando, y Sancha, se esforzaron en asentarse en el resto del reino. Fue durante el invierno, entre los años 1037 y 1038. Seguramente combinaría la fuerza militar con la política y las relaciones humanas. Estuvo en Galicia, en Sahagún... Diez meses después de la batalla de Tamarón, sólo quedaba pendiente el problema de Fernando Flaínez...

Cortesía de EL FUERO DE LEÓN.

…Que termina con un acuerdo rubricado el 21 de junio de 1038. Hay un diploma del acto. Lo firma el clan Flaínez al completo: el conde Fernando Flaínez, su hermano Pedro Flaínez, su hijo Flaín Fernández y su sobrino Fáfila Pérez. Un acuerdo no suele ser más limpio que un baño de sangre. O no tan sucio. ¿Por qué cedió Fernando Flaínez? ¿Qué se cedió? Esto último es fácil: aseguró al conde que mantendría su estatus, concedió el título condal a su hijo Flaín Fernández y confirmó al clan en el gobierno de la propia ciudad de León y de la comarca del río Esla. ¿Fácil? Quizá debemos puntualizar que la madre del conde Flaínez, Justa Fernández, era hermana de la abuela del rey Fernando, Jimena; ambas, damas de la casa de Cea. Traducido: el conde Flaínez era tío segundo del rey Fernando. ¿Asuntos de familia? Seguramente. Así es la vida.

El día siguiente de la entrada de Fernando en León, 22 de junio, fue consagrado y ungido en la iglesia de Santa María. A partir de este momento un navarro que venía de Castilla pondrá un cuidado exquisito en parecer leonés. Exhibirá el título de imperator, confirmará el Fuero de Alfonso, reunirá a la curia regia -los magnates del reino- y observará escrupulosamente el código visigodo que regía la vida en León incluso a la hora de dictar nuevas leyes...

La crónica comenta, además, que el rey tuvo que “domar el feroz talante de algunos de los magnates”... y los doblegó.

Fernando de León.

¿Y Castilla? ¿Era Fernando Rey de Castilla? Siento decirles que con ese título… NO. Castilla era un condado subsidiario de León. Muy influyente pero solo un condado. Fernando era rey por León, no por Castilla. Nos constan cuatro diplomas de los años 1036 y 1037 que le otorgan el título de conde. Esta tierra a la cual pertenecen Las Merindades era pujante gracias a su sociedad abierta a diversas influencias y el surgimiento de nuevas ciudades y villas. Entiendan que numerosos grupos de colonos se instalan en un territorio que sigue ofreciendo amplios espacios vacíos, los monjes cluniacenses multiplican las fundaciones, los puertos de Cantabria y Vizcaya abren vías de comercio hacia Europa... Anotemos que Fernando I adjudicó la capitalidad del Condado de Castilla a Burgos en 1038 y que Al-Isidri, en 1049, dejó constancia de la grata impresión que le produjeron la aglomeración y el dinamismo de sus bazares.

Pero… ¡Ay! Castilla se encontraba dividida por culpa del abuso de Sancho III el Mayor en cuyo testamento dispone de esta tierra regalando una parte de ella a Navarra. Y García de Nájera, heredero de Navarra, quiere más. Y Fernando, rey de León, quiere recuperar la extensión original del condado de Castilla.

¿Todo claro? Pues según algunas fuentes, los investigadores Moret y Pérez de Urbel habrían opinado que Fernando pagó a García sus mesnadas contra Vermudo III mediante la entrega de estas tierras castellanas. ¡Sea! Pero Fernando al coronarse habría cambiado de opinión. ¿Verdad, mentira? Pero, si hubiera sido cierto ¿lo hubieran permitido los barones castellanos? Aún hay más porque el profesor Lacanda en su “Historia del reino de Navarra” desliza la idea de que ese supuesto se produjo tras la batalla de Tamarón. Tranquilos, no cuadran las fechas porque el reparto fue anterior a 1037. Lo de Tamarón, como veremos, fue otra cosa.

Sobre la zona en poder –dada como pago o heredada- de Navarra podemos decir que José de Moret y Mendi asigna a García: Navarra, Álava, parte de la Bureba, tierras de Losa, Lantarón, Mena y Santander y territorio del Oca hasta el Arlanzón. Por su parte Menéndez Pidal dice que se deslindaba desde Santander, seguía el río Miera, pasaba entre Bricia y Arreba (dejando Castilla Vieja, Bureba y Álava para Navarra), oeste de Monasterio de Rodilla y Atapuerca, hasta tocar en el Arlanzón, casi a las puertas de Burgos.

De la fundación de la iglesia colegial de Nájera en 1052, se deduce que el rey García donó a ésta cuantas iglesias y derechos pertenecían a Valpuesta, desde Zaharra hasta Rodilla, Arlanzón y Poza, siguiendo después por la ribera del Ebro, Bricia, Cudeyo, Santofía, Valle de Mena, Losa y Valdegovía. (“Regnante rege García in Pampilona, in Álava, in Castella – Vetula usque in Burgis, et usque in Briciam et obtinente Cutelium, cum suis terminis in Asturiis…”) Resumiendo, un buen bocado sobre un territorio tradicionalmente castellano y del reino de León. Veríamos que en esas tierras castellanas, García sería súbdito de su hermano Fernando, rey de León.

Nájera

¿Cómo? Debemos ver el mundo con las gafas del siglo XI cuando los dominios territoriales se yuxtaponen, autónomos entre sí con un enlace con el poder regio. Y Castilla estaba subordinada al Reino de León. Lo que el testamento de Sancho el Mayor reparte no es el territorio sino las funciones de gobierno y sus rentas. Vale, lo sé, ¿dónde está la diferencia? Fernando, rey de León, es soberano de toda Castilla, pero es conde sólo en una parte de ella, la que recibió en herencia; García, rey de Navarra, es conde en una parte de Castilla, la que heredó, pero lo es como súbdito del rey de León.

Inicialmente, en 1038, hubo un acuerdo. Se demarcaron unos límites tras la batalla de Tamarón para bendecir la situación existente de hecho. ¡Increíble! ¡Una solución pacífica y amistosa que beneficia a ambas partes! Eso es: increíble. Pronto se prodigan gestos de distancia, hostilidad… y el más campanudo es García que buscará esposa en la francesa casa de Foix y no en León. Es la primera vez en siglos que un rey de Navarra busca esposa fuera del ámbito de la vieja corona asturleonesa. Señal de que García quiere romper lazos con León. Más: en las arras que García entrega a Estefanía de Foix para sellar su compromiso matrimonial, le traspasa derechos sobre numerosos territorios y villas del condado de Castilla, incluidos los más occidentales, esto es, los de más conflicto con el Reino de León: Colindres, Mena, etc. ¡Toma! ¿Qué significa esto? Lo evidente: aumentar el control sobre “su” Castilla.

Evolución de la frontera entre León y Nájera-Pamplona.
Y no hay dos sin tres: los tenentes nombrados por García en Castilla serán navarros prescindiendo de los señores locales. Optó por gente de su confianza directa. Más señales que parecían preparar la separación de su parte de Castilla de la soberanía de León.

Con la que se cocinaba era raro que no tuviésemos a la Iglesia por medio, y más en aquellos tiempos: a la altura de 1047 García patrocina la reforma de la iglesia de Santa María del Puerto en Santoña que especifica el interés de Navarra por dominar la costa del Cantábrico y cerrar la salida de la Castilla recortada al mar y a la sal. Eso ahogaría la economía de Burgos. León se contuvo y eso que hacia el año 1052 el rey de Navarra reajusta la administración eclesiástica de su Castilla. La diócesis de Valpuesta desaparece y se incorpora a la de Nájera-Calahorra y, por poner otro ejemplo, los dominios de San Millán de la Cogolla se extienden hacia los territorios castellanos limítrofes. Y Oña.

Un último clavo para remachar la cruz de la guerra fue el asunto de las parias del reino moro de Zaragoza. El dinero es el dinero.

Parece que la guerra era inevitable a causa del choque de intereses. Además, los nobles de Castilla estaban agraviados por la “navarrización” del territorio y presionaban a Fernando para recuperar el poder perdido.

Solo era cuestión de encontrar la ocasión.

Y este llega, según nos cuenta la tradición, cuando García cayó enfermo y se recluyó en su palacio de Nájera. Era una ocasión, eso sí. Pero, ¿Para quién? Fernando acudió a visitarle. ¡La ocasión! El enfermo intentó –o lo pareció- apresarle. El rey de León escapó a uña de caballo. Quizá por eso cayó enfermo. Y García le giró su correspondiente visita. ¿Otra ocasión? Sí porque las fuentes apuntan a que buscaba acortar el sufrimiento de Fernando por la vía de acabar con su vida. Entonces hubo un giro de guion y Fernando encierra a su hermano García en el castillo de Cea.

García III de Nájera y Pamplona.

Debo pedir un aplauso para los hombres de armas del rey de Navarra porque lograron liberarlo… “Y desde entonces y con gran furia -dice la fernandina Crónica Silense- buscó ya abiertamente la guerra, ansioso de sangre de su hermano, y comenzó a devastar todas las fronteras que están a su alcance”. No había ya freno ni discreción teniendo escaramuzas a lo largo de la frontera castellana.

La misma crónica informa que Fernando mandó emisarios a García “proponiéndole que cada uno viviera en paz dentro de su reino y desistiese de decidir la cuestión por las armas, pues ambos eran hermanos y cada uno debía morar pacíficamente en su casa”. García los rechazó. Escalada de tensión entre dos reyes gallitos o, tal vez, reyes empujados por sus arribistas.

García invadió la Castilla leonesa. Era el primer día de septiembre de 1054. Instaló su campamento en el valle de Atapuerca, en la ruta que une Nájera y Burgos, siguiendo el Camino de Santiago. Un ancho llano, a tres leguas de Burgos (unos 20 km), muy apto para mover ejércitos con comodidad y sin riesgo: allí acamparon las huestes del rey navarro: tropas de su reino y moros (seguramente de la taifa de Zaragoza o de Tudela, tributaria del rey navarro). Así era la vida entonces: permeable y mutable.

Estas tropas mixtas están separadas de la ciudad de Burgos por una breve serranía, con cerros dispuestos en media luna: la sierra de Atapuerca. Una buena posición defensiva que amenaza Burgos, ya sea por el sur, a través de Ibeas de Juarros, ya por el norte, por Rubena, o incluso por los dos lados a la vez, en tenaza sobre la capital castellana. La zona escogida estaba bien pensada, no solo como campamento, sino como señalización de un objetivo económico destacado.


Fernando intentará obtener una posición mejor ocupando puntos más elevadas que las del enemigo para atacar cuesta abajo, duplicando así la potencia de la ofensiva. Conseguirá durante la noche subir a los cerros que se extienden frente al despliegue navarro y afirmarse en las cumbres. Tampoco piensen que era mucha altura porque hablamos de unos cincuenta metros de elevación. Pero es suficiente. Gonzalo Martínez Díez estima que Fernando se acercó a García por tierras del antiguo alfoz de Arlanzón, tenencia del reino de Nájera y Pamplona en 1054.

Al alba, las huestes de Fernando atacan. Obligan a los navarros a atender distintos puntos de ataque a la vez con lo que pierden toda capacidad de maniobra. Toda la atención está en García, rey de Pamplona, porque los leoneses buscan atraparlo vivo, por ruego de la reina Sancha de León.

No se obedeció al regio ruego. Matan a García. La batalla ha terminado. ¿Quién mató al rey de Navarra?

Opción A: los caballeros leoneses del séquito de Fernando. ¿Por qué? Porque García, al fin y al cabo, comandó con Fernando el ejército que en su día mató al rey leonés Bermudo. Y ya que no podían matar a Fernando, que era ahora su rey, mataron a García.

Opción B: caballeros castellanos que se la tenían jurada al rey de Navarra por las humillaciones infligidas a su orgullo (recordemos que García había entregado el gobierno de su parte de Castilla a caballeros navarros, en detrimento de los castellanos). Claro que, con respecto a esta posibilidad, autores como Aitor Pescador Medrano reduce la presencia de tenentes navarros solo al área de La Rioja.

Opción C: quienes empuñaron el arma letal fueron unos caballeros navarros que, agobiados por los impuestos de García, habían tenido que abandonar sus tierras y refugiarse en Castilla, y ahora se tomaban la venganza.

Opción D: El rey Fernando I de León porque “muerto el perro se acaba la rabia”.

Fernando de León y de Castilla acumulaba ya dos cadáveres: su cuñado Bermudo y su hermano García. No es extraño que la crónica tratara de suavizar al máximo la siniestra fama que empezaba a acompañar al personaje. Piadoso, hizo que condujeran el cadáver de su hermano a la iglesia de Santa María de Nájera, fundada por el difunto, y donde fue enterrado.


El hijo de 14 años del difunto García, Sancho, fue proclamado rey en Atapuerca. Pamplona tuvo que aceptar la superioridad leonesa. El triunfo de Fernando no significó la recuperación inmediata de la totalidad de la parte del condado castellano bajo poder navarro. Recuperó Oca, Bureba y Castilla Vieja y eso de forma escalonada.

Nos explicamos: La documentación del monasterio de San Salvador de Oña de entre los años 1056 y 1065 confirman el control del leones sobre la Bureba; sobre el valle de Valdivielso (1 de junio de 1057) y la tenencia de Tedeja con una primera penetración en Las Merindades de Castilla Vieja. Según un diploma del 14 de mayo de 1055, un año después de Atapuerca, todavía conservaba el joven rey Sancho Garcés IV la llamada Castella Vetula. Solo esta.

Dada la localización de Atapuerca debió ser fácil ocupar la Bureba y la comarca de Montes de Oca y avanzar por las cuencas superiores de los ríos Ubierna o Úrbel.

Un diploma del año 1062, de la comarca de Montes de Oca, declara que reinaba “Fredinando principe in Legione et in Burgis et in tota Castella” con lo cual el dominio efectivo de Castilla Vieja estaría entre 1055 y 1062. Hay constancia del el reconocimiento de la autoridad de Fernando I de León en la villa de Condado en el valle de Valdivielso dentro de los tres años siguientes a 1055.

Por último, el asunto de las parias seguiría dando problemas –León recibía unos 40.000 dinares al año- pero Fernando I es el poder más visible de la cristiandad. Y eso ayuda en este tema.

Y, no nos olvidemos, Oña. Centramos un poquito el foco en este monasterio. El abad Iñigo acrecentó su influencia y poder gracias al nuevo orden navarro en Castilla Vieja. Así, tras oficiar el entierro de Sancho III el Mayor, celebrado en Oña, ocupó un lugar prominente en la corte de García, el de Nájera. Junto con los abades de San Millán de la Cogolla e Irache confirma, en 1052, el acta fundacional de Santa María de Nájera. Pero tras la batalla de Atapuerca aceptará a Fernando I como nuevo dueño de Castilla. ¡Hombre!



Bibliografía:

“Historia de las antiguas Merindades de Castilla”. Julián García Sainz de Baranda.
“Moros y Cristianos”. José Javier Esparza.
“Historia de Castilla de Atapuerca a Fuensaldaña”. Juan José García González y otros.
“La frontera de Castilla con el reino de Pamplona en el siglo XI”. Gonzalo Martínez Díez.
“Las Merindades de Burgos: Un análisis jurisdiccional y socioeconómico desde la Antigüedad a la Edad Media”. María del Carmen Arribas Magro.
“Guía del antiguo reino de Castilla”. Emilio Valverde Álvarez.
“Tenentes y tenencias del Reino de Pamplona en Álava, Vizcaya, Guipúzcoa, La Rioja y Castilla (1004-1076)”. Aitor, Pescador Medrano.
“Alfoces y Tenencias”. Gonzalo Martínez Díez.
“La batalla de Atapuerca”. Luciano Huidobro Serna.
“Atlas de Historia de España” Fernando García de Cortázar.




domingo, 15 de septiembre de 2019

Visiones del 18 de Septiembre.



Cuando hablamos de historia es un lugar común decir que los hechos históricos están sujetos a interpretación. Personalmente opino que los hechos no pueden estar al albur de la interpretación sino que lo que se podrá interpretar, o primar, son unas causas de ese hecho frente a otras o, incluso, crear y rechazar factores y consecuencias de un dato histórico.

Otro elemento asociado al anterior es el momento en que se produce esa interpretación de los factores que resulta, generalmente, clarificador del momento en que se publica el análisis más que del hecho histórico a estudiar. Cualquiera que analice los manuales de historia que se han venido estudiando en las escuelas españolas lo puede entender muy bien. Incluso en función de lo que no se dice o de lo que ya no se dice podemos ver las tendencias ideológicas preponderantes en cada momento. Por citar nuestro ejemplo: Uno de los aliados del general Franco fueron los carlistas que habían sido quienes incendiaron Villarcayo por lo cual no era “políticamente correcto” celebrar la resistencia a esos asaltantes.

Un caso paradigmático en este sentido es la evolución de la visión de la ciudad de Numancia a lo largo de nuestra historia como aglutinador –o no- del sentimiento Nacional español. Una Numancia resistente como muestra de la antigüedad de la corona española de Carlos V; revalorizada dándole a un regimiento su nombre; como resaltador de la raza vascongada según Erro; mito de la Guerra de la Independencia; Orgullo de la provincia de Soria; espejo regeneracionista; muralla del socialismo ante el fascismo en la guerra de 1936-1939…

Es por esto que haremos un recorrido nada exhaustivo, nada significativo, sobre algunas de las visiones en prensa del combate e incendio de Villarcayo de 1824.

La primera de ellas es la noticia publicada en el periódico “Crónica de Las Merindades” de Octubre de 2018 donde se resalta la necesidad de explicar los orígenes de la primera carlistada y el incendio de Villarcayo de 1834 y se hablaba de otras pérdidas ajenas a aquel suceso. Me resulta una visión turística y festiva. Nada de reivindicación política o étnica.



Daremos un ligero saltito colocándonos en el once de marzo de 1984 cuando José María Codón nos contaba un capítulo de su biografía del cura Merino en el “Diario de Burgos” dominical donde, recorriendo una serie de líderes carlistas, nos mete de rondón el incendio de Villarcayo y la Audiencia Territorial de Burgos con la excusa de un Zumalacárregui. Aunque él mismo dice en otro artículo anterior en el tiempo que dicha audiencia se constituyó el 26 de enero de 1834 y no coincidiendo con el asalto a la capital de Las Merindades.

Detalle del artículo.

Con otro bote bajamos hasta el 20 de septiembre de 1979 cuando el “Diario de Burgos” cedía otra vez tribuna a José María Codón para hablar, escribir, sobre la fundación del colegio de abogados de Burgos porque para eso él era uno de ellos. El dato era que este colegio había sido fundado el 18 de septiembre de 1834. El autor del artículo “Infausto aniversario del colegio de abogados de Burgos” se dolía de las transformaciones en la planta judicial y, durante su alegato, peroraba sobre los jueces mitológicos de Castilla y sobre las llamas y cenizas de ese día de 1834 en Villarcayo. Parece que, a esas alturas con la tierna democracia española, la lucha entre liberales y carlistas del siglo XIX era una cansina referencia en un aparente abogado de provincias.

Otro saltito a 1967 cuando se recurre, otra vez, a este caballero para hablar sobre la audiencia territorial de Burgos (una estructura judicial anterior a los actuales Tribunales Superiores de Justicia de las Comunidades Autónomas) y deja caer, como si nada, el incendio de Villarcayo junto a la creación del colegio de abogados de Burgos. Ya me dirán: “¡¿Qué obsesión tiene este hombre con el incendio de Villarcayo?!” Y yo les respondo: ¡Y tanto! Pero debemos entender que había nacido en Villarcayo el año de 1913, setenta y nueve años después del combate. Comprensible, por ello, que permaneciese fresco en la mente de sus mayores y en la tradición oral. Tenemos esto claro gracias a la noticia que nos contaba el diario “El Papa-moscas”: el último luchador en ese combate del año 1834 había fallecido en 1898. Félix Martínez tenía 89 años y, si no nos equivocamos en las cuentas, 25 años cuando tomó las armas para la defensa de la Villa. Paréceme que aquello sí era un compromiso político son nada bueno que sacar. Ni carguito, ni subsecretaría, ni nada.

En fin, sigamos nuestro paseo a salto de yenka por el tiempo pasado y la relevancia que se le daba al incendio de Villarcayo (al de 1834) con una noticia del “Diario de Burgos” de 1824 que no estaba firmado por nuestro ya afamado señor Codón y en el que se resalta el “viril patriotismo” y el amor a la Patria Chica. De hecho, lo compara con Numancia. ¡Como para publicar algo así hoy! Nos dice, además, que dicha celebración se celebraba todos los años como exaltación del valor de Villarcayo.



La referencia más antigua de este evento lo recogemos en 1895 donde se resalta la importancia del “Círculo Recreativo Villarcayense” y, en un estilo alambicado nos relata los eventos que se hicieron para recordar el asalto. Por cierto, participaba el citado Félix Martínez y el ayuntamiento en pleno. Dejaba caer el reportero que en los discursos se deseó la paz en la provincia de Cuba.


En estos artículos se evidencia orgullo por la hazaña y, en el caso de las noticias sobre la fiesta, respeto y consideración por un sacrificio en defensa de la constitución y un régimen liberal.

Bibliografía:

Periódico “Crónica de Las Merindades”.
Periódico “Diario de Burgos”.
Periódico “El Papa-moscas”.
“El pasado y la identidad española, el caso de Numancia”. José Ignacio de la Torre Echavarría.



domingo, 8 de septiembre de 2019

Calzada del Almiñé.



Empecemos hablando del camino que sale de Burgos por Peñahorada y Cernégula que llevaba, de forma directa, al puerto de Laredo. Directo pero accidentado, eso sí. Un camino de mulas adaptado a carros en el páramo de Masa. Es fácil de reconocer porque, básicamente, es la carretera actual.

Foto cortesía de "Visita Las Merindades".

Entraba en Las Merindades por El Cuerno o Villalta, Pesadas, El Almiñé, Puente-Arenas, desfiladero de Los Hocinos… lo dejamos aquí porque nos salimos del mapa acotado. Desandemos el camino. Llegando a El Almiñé nos enteramos que existieron dos caminos de ascenso al páramo, según un documento de 1499. Cuenta que “fasta ençima el puerto de Santa Maria de la Hoz, el uno que ba a la yglesia y el otro al lugar de Pesadas, y entramos caminos acuden al lugar del Cuerno”. Se refiere a la bifurcación que existe a algo más de un kilómetro de El Almiñé, tras la cual, el camino empedrado de la izquierda llega directamente a la ermita de la Virgen de la Hoz –antes de la Visitación y de Santa Isabel-, y el de la derecha, se encuentra con dos puentes de fechas posteriores de buena fábrica y de un solo ojo que salvan un pequeño arroyo, y dan acceso a un antiguo camino que sube al páramo haciendo curvas y contracurvas para superarlo de una manera más suave.

Es ese citado camino empedrado el que se conoce comúnmente como la “Calzada de El Almiñé” asociándola, solapadamente, con una vía romana. Que no digo que no la hubiese, ojo. En fin, el tramo entre el Almiñé y la Hoz, de unos tres kilómetros de longitud, salva un desnivel de unos 350 m, por cuya razón se llamaba “La Cuesta”, temida por carreteros y arrieros y difícil de mantener en buen estado por la dureza del terreno. Podemos llegar a ver más tramos empedrados del camino de Laredo, o camino del pescado, pero nada comparado como el tramo desde El Almiñé al páramo el cual asombra cuando vemos que, pegada a una ladera, la vía se levanta a una altura de unos 4 metros sobre el barranco.

Fotografía cortesía de "Tierras de Burgos".

Viendo esa parte nos vuelve a venir el adjetivo “romano” pero no tendríamos razones para asignárselos. ¿Medieval, tal vez? Quizá. O ni eso. Existen documentos del siglo XVIII referidas a obras en este camino que llegan a denominarlo “Camino Nuevo” por la enjundia de las mismas. ¿Nuevo porque se rehace totalmente o porque se asienta sobre un trazado nuevo?

En una Real Orden de Felipe V, del año de 1720, se indica cómo en 1719 se hizo remate de la obra en el maestro de cantería Antonio del Castillo, vecino de Secadura (junta de tilo). El presupuesto y repartimiento de costos se hizo en Villarcayo, el 12 de agosto de 1720, y era de competencia del licenciado Basco de Parada y Castillo – Corregidor de las siete merindades de Castilla Vieja-. El presupuesto de la obra (cinco kilómetros) era de 11.400 ducados de Vellón, más otros 800 ducados prometidos a Domingo Carrera y Antonio Palacios y una partida de gastos burocráticos. Unos 4.500.000 mr. ¿Y la “pasta” venía de “Madrid”? Pues no. El dinero se recaudaba entre los vecinos de los lugares situados a veinte leguas a la redonda. Tocó a cada vecino, que no alma, a 633 maravedís.

Y, cuando de pagar se hablaba –y se habla- todos se ponen de uñas. ¿Dónde terminaban esas veinte leguas (5`6 Km) de radio? Pues en muchos puntos de esos 38.000 km cuadrados… en el fondo del mar. Claro que si entendemos “a la redonda” como veinte leguas por todos los caminos que salen del lugar la cosa mejora. Hasta que empezamos a discutir cuanto mide una legua. La legua jurídica antigua medía 15.000 pies, menos de 4`2 km. Ahí lo dejo.

Cortesía de "Visita Las Merindades".

Otra Real Orden del rey Felipe V, de 1722, dice que “en la Cuesta de El Almiñé, que al tiempo que se formaron condiciones se había diseñado camino nuevo que se había de abrir para uso de todo género de carruajes, por no haberlo antes, sí solo una senda penosa para los bagajes, se había notado que por donde lo dirigían aún quedaría más difícil, peligroso e insuficiente, en especial desde la condición 29 hasta la 32, que mandaba hacer dos puentes y gastar una peña que, ejecutado, sería precipicio; y sin embargo de que este inconveniente era subsanable dirigiendo la línea sin el paso del arroyo a que habían de servir los dos puentes, sustituyendo estos en otra parte no menos esencial, se hallaba hoy un camino que llamaban de la Hoz que dirigía a la Ermita de Ntra. Señora de la Visitación, sita en la más superior parte de la Cuesta, que antes era senda, y hoy, a expensas de la devoción, era camino ancho capaz de (sic) transitar por él cualquiera género de carruaje, más corto que el acondicionado, aunque no tan fácil de extender las líneas precisas para cortar cuesta tan agria, que fortificando los estribos que hoy eran de piedra seca con la obra acondicionada para el otro camino podría servir sin añadir alguna costa, precediendo regulación de Maestro así de esta permuta de camino como de las precisas mejoras de que hacíais representación...

Después de lo cual, en carta de 30 de abril pasado, Nos representasteis... habíais nombrado a Pedro del Real y Francisco del Prado, vecinos del lugar de Drobo (sic), quienes habían acondicionado la obra que necesitaba el citado camino, y la habían tasado en 32.500 reales de vellón; y el que dirigía al paraje que llaman El Cepo, incluso en el cuerpo de obra del Puente de Arenas, decían necesitaba para su perfección de 1.000 ducados de coste, pareciéndoles éste más conteniente por lo menos oculto, estrechándose como se estrechan las eminencias en el que dirigía a la Ermita y considerando se inundaba más de nieve...

El Maestro a cuyo cargo estaba la obra del Puente... había expresado tenía por más conveniente a los caminantes el camino que dirigía a la Ermita por más breve, y se allana a ejecutarlo en el precio tasado sin ninguna baja, por no poder servir a camino real la obra de piedra seca ejecutada por el Ermitaño que hoy sostenía el que se usaba, en cuya inteligencia parecía había de ser menos costosa...

Cortesía de "Merindades Sensaciones por descubrir".

La indecisión técnica era causa de grave detención en las obras pero también los problemas financieros con motivo del repartimiento de las cargas presupuestadas ante las cuales numerosos lugares adujeron no estar incluidos en las veinte leguas, como San Asensio, o estar exentos por privilegios como Madrigal del Monte. La villa de Laredo no quiso remitir el cupo con el pretexto de tener que reparar sus muelles.

Un año más tarde, en 1723, con fecha de 2 de octubre, el mismo Felipe V se dirigía al Corregidor de las Siete Merindades. Recordaba el rey, que con fecha de 18 de marzo de 1723, “José Antonio Díaz Tamayo, en nombre de Antonio del Castillo, maestro de cantería en quien se remató dicha obra y reparos, presentó ante los de Nuestro Consejo una relación en que dijo que a cargo de su parte había estado dicha obra, la cual tenía fenecida y acabada y declarada por Maestros y Veedores de Puentes... en la cual (postura) hizo de mejora 7.000 reales poco más o menos”.

Alegaba, también, los gastos extra y fianzas que depositó y las molestias causadas por la oposición por parte de lugareños al camino elegido. El total de las obras importaba 15.400 reales.

Siguiendo entre los legajos, se hallaron aquellos en que Agustín Ruiz, maestro de obras encargado de puentes, caminos y calzadas de Las Merindades desde 1766 solicitaba la comparecencia de varios testigos en septiembre de 1770. Indicaba, a grandes rasgos, que el presupuesto dispuesto por Diego de la Riba no era suficiente y, además, achacaba el retraso de las reparaciones a los duros inviernos anteriores.

En estos autos intervino como defensor de las obras el Licenciado Antonio Bustillo. Porque, en aquellos años, un proyecto de obras públicas se planteaba como una causa forense, trayéndose a favor y en contra de las “partes” (el puente, la calzada, tal vez los usuarios de los caminos...) testigos aleccionados.

Disposición de la calzada (Google)

El Maestro recabó el testimonio de varios trajinantes y usuarios familiarizados con el recorrido. Así, un vecino de Santa Olalla, Manuel Ruiz de Huidobro, asiduo a las ferias de Villarcayo y otros trajines informaba que “desde la última casa donde vive Manuel Fernández, toda la Cuesta arriba hasta lo alto de la Hoz, además de ser los más tercios (pendientes) de ella muy penosos y agrios, está intransitable, de modo que... de no componerse con calzada encajonada sería imposible el que se pueda transitar, por las muchas aguas que de los Altos caen, y estar muy pendiente... Desde dicha casa última hasta el llano de la Majada, necesitan precisamente de calzada, y hacer un pedazo de paredón que se ha caído; y desde dicha Majada arriba, en otros cuatro bien largos, también”.

Felipe Rodríguez, vecino de El Almiñé, comentaba sobre la cuesta: “(…) el deterioro y menoscabo de dicha cuesta tanto que hoy se halla intransitable por haberse llevado las aguas la tierra, cascajo y encascado que tenía debajo, hasta haber llegado a la peña; y en otras partes haber dejado el encascado suelto, habiendo en paraje hoyada muy profunda de vara o más, que sin conocido riesgo y mucho cuidado no pueden bajar carros. Y en un tramo que tiene llano debajo de la Majada se van las aguas por el camino. Y luego que se sale del pueblo, se ha arruinado un pedazo de paredón o fuerte, el cual tiene para sostener el camino. A cuyas causas contempla no es posible mantenerse dicha cuesta con encascado y cascajo y tierra encima, pues las aguas precisamente lo han de ir llevando”.

Y, visto lo visto, se nombra a los Maestros Francisco Berrardón, de 50 años, y Matheo Fernández, de 41, para que reconozcan el estado del tramo entre La Hoz y Villarcayo, con atención especial a la calzada de La Hoz a El Almiñé. Prestaron su declaración jurada en Villarcayo, el primero de noviembre de 1770, ante el Corregidor de las Merindades Fulgencio Antonio de Molina y Salcedo, abogado de los Reales Consejos.

Cortesía de "Visita Las Merindades".

Tras todo esto, ¿Es romana la calzada de El Almiñé? ¿Qué entendemos por romano? ¿Su trazado es suficiente para llamarla romana? ¿Es necesario que existan obras de ingeniería del periodo? Debemos asumir, por los comentarios de los testigos, que podría ser que la ruta del siglo XVIII transitase sobre otra abandonada mil años antes, parcamente utilizada en el intervalo y que gracias a la reactivación económica local se replantea sobre la traza anterior, con ligeras variantes. Eso sí: los romanos estuvieron aquí y subirían al páramo de Masa por algún lado, digo yo. ¿Cuál?

Ni la tabla peutingeriana ni el itinerario de Antonino nos aclaran la cuestión. Isaac Moreno Gallo tampoco dice mucho sobre Valdivielso, además nos indica el camino hacia la meseta a través del cañón de la Horadada y Briviesca o por Juliobriga y el camino de la actual carretera Santander Burgos (más o menos). Por su parte, Huidobro Serna prefería situar una vía romana a lo largo del valle de Valdivielso hacia Oña. Julián García Sainz de baranda tampoco ve romana la de El Almiñé.

Pensemos que, aún sin saber eso, su estructura no se adscribe a la típica calzada romana. Otrosí, tampoco podemos hablar de que lo que vemos es la reforma de una vía existente puesto que ni siquiera el trazado del Camino Nuevo carreteril de los documentos coincide con el más antiguo de herradura. Pero la seguimos viendo romana ¿Y eso, por qué? Asumamos, para comprenderlo, que el ritmo de desarrollo tecnológico que tenemos hoy no es trasladable al pasado. La técnica caminera varió poco hasta la introducción de los adoquines, el macádam (piedra machacada y prensada), el hormigón y el asfalto. Con ello una obra del siglo XVIII puede colar como romana. Podemos darle este sentido a la afirmación de Gil Abad que dice que “a finales del XVIII, la red caminera era parecida a la romana”. Aun así, en el caso que nos ocupa hay que tener cuidado al interpretar los documentos. No perdamos de vista que el trazado y conservación de las obras públicas era, y es, objeto de fuertes intereses y pugna entre poblaciones, que defienden sus respectivas “variantes”.

Concluyendo: no es romana porque la cuesta de El Almiñé es una obra realizada en el siglo XVIII. Aunque desconocemos el alcance real de las obras de cantería por mucho que digan los papeles –seguro que entonces se engordaban los trabajos como hoy- y cuyo presupuesto resulta bajo e igual para todos sus tramos, independientemente de la obra necesaria. Ni más ni menos, como si se tratara de un simple arreglo, a pesar de lo que se pondera lo mucho que hay que hacer. Y es que, digamos una vez más, los documentos no se escribieron para nuestra información, sino para cubrir unos objetivos concretos e incluso inconfesables. Como hoy.




Bibliografía:

“Papeles viejos de Castilla-Vieja. Crónicas de ayer en el archivo de Villarcayo” Jesús Moya.
“Caminos burgaleses: los caminos del norte (Siglos XV y XVI)”. Tesis doctoral de Salvador Domingo Mena.


Anejos:

Extractos del informe de dos maestros sobre la construcción de las calzadas de la cuesta de la Hoz:

Se nombra a los Maestros Francisco Berrardón, de 50 años, y Matheo Fernández, de 41, para que reconozcan el estado del tramo entre La Hoz y Villarcayo, con atención especial a la calzada de La Hoz a El Almiñé. Prestaron su declaración jurada en Villarcayo, a 1 de noviembre de 1770, ante el Corregidor de las Merindades D. Fulgencio Antonio de Molina y Salcedo, abogado de los Reales Consejos. Aquí una serie de extractos de la misma.

Así, la descripción parte de lo alto de la Cuesta de la Hoz “hasta la primera casa del lugar del Almiñé, en que vive Manuel Fernández, frente del Mesón que llaman (del) de Quintana, que está de la otra parte del arroyo... y como estaba dicho camino a terraplén y cascajo encima, se lo ha llevado y desbaratado (el agua), ni era posible subsistir en aquella forma, a cuya causa... (Don Diego de la Riba) previene hacer calzada de 3.650 pies, y en lo restante de la Cuesta terraplenar e igualarla... y hoy necesita más reparos y calzada, y el terraplén que dice en lo restante de la Cuesta no puede subsistir”.

Pasan a enumerar los reparos y construcciones precisas, con el pre-supuesto de cada tramo:

“Santuario y Casa de las Lanas, desde la misma bajada por el Camino Nuevo, a distancia de 780pies de línea hasta encontrar con lo llano que hay enzima de un pontón que está para pasar de dicho Camino a otro que va por aquella ladera, se ha de hacer de calzada (de) piedra a cacho, terraplenando e igualando primero todo su pavimento. Luego sobre ello hacer el empedrado en la forma dicha metido a cacho, y de 20 en 20 pies una hilada de adoquines boltrados en escarzano, cariados, y por medio su hilada de adoquines maestra, también cariados, para la resistencia y firmeza de él; y las aguas, recuas, carros, coches y calesas, de que es bastante el curso, especial mente de recuas y carros, por ser el camino más real, público y común para los puertos de Montaña y Vizcaya, tráfico de lanas a Vil hado, y el de grano y otros comestibles para estas Merindades, Valle de Soba, Ruesga y otras partes. Y encima de dicho empedrado, una cama de cascajo menudo para que se introduzca y cierre dicho empedrado. Uno y otro material de buena calidad, por haberlo inmediato, y de la misma calidad y modo todas las demás calzadas que se fueren acondicionando en dicha Cuesta y camino hasta la primera casa de dicho lugar de El Almiñé. Que de la vanguardia que existe en dicho camino a la parte del solano hacia arriba se ha de hacer otra enlazada en ella, con 3 pies de planta rematada en 2, y de alto otros 3, sus cobijas puestas a cacho para seguridad, y de larga 300pies de línea hasta igualar con el empedrado, y dándola un pie de cimiento en los parajes que lo permita el tercio...”

(El costo del tramo, lo estiman en 3.420 reales de vellón.)

“Pasada dicha calzada delineada por 480 pies de línea hasta poco más abajo del pontón que va citado, todo el camino se halla bueno y tratable, a excepción de alguna corta hoyada que se rellenará de buen cascajo, en donde se mantendrá por estar llano...

Siguiendo dicho Camino y Cuesta abajo de la distancia referida, y a la vista de la Cueva que llaman de la Capitana, se fabricará otra calzada en la misma forma que la anterior en la distancia de 540 pies de línea, y desde dicho pontón abajo, en la de 180 pies, se abrirá un cimiento para poner cobijas que sostengan por aquella parte otra calzada que tenga 2 pies de ancha, hasta enlazar con la que hay vieja”.

(Costo del tramo: 2.300 r.v.)

“Desde dicha calzada para abajo, en la distancia de 1.020pies de línea, se halla el camino tratable por estar muy poco pendiente... Desde la salida y revuelta de dicha Cueva de la Capitana hasta debajo de la Peña que se dice del Gallo, por estar todo el camino desbaratado e intratable en la distancia de 1.050 pies de línea, hasta cerca de un pontón o cantarilla por donde atraviesan las aguas el camino para salir al arroyo de la otra parte, que se halla hundido y encenagado, se hace forzoso hacer otra calzada del mismo género y en los propios términos que las anteriores, y hacer un arquito a rafeta con 4 pies de ancho y otros 4 de alto para el buen recibo y expediente de aguas...”

(Presupuesto del tramo: 4.350 r.v.)

“Desde esta última calzada, en la distancia de 330pies, no se precisa obra. Siguiendo dicha Cuesta y Camino hacia abajo en la distancia de 960pies y hasta cerca del corralón o tinada en donde cierra el ganado el lugar de El Almiñé, por estar intratable y desbaratado el camino, y con boyadas muy fuertes, se hace preciso hacer otra calzada y terraplén en la forma que las anteriores... por lo muy agrio y penosa, y poner las cobijas que le faltan”.

(Presupuesto: 3.840 r.v.)

“Siguiendo dicho camino y cuesta por dicho corral y llanura que sigue, en la distancia de 1.500 pies de línea, está el camino tratable… Terraplenar su pavimento en algunas partes con el cascajo que hay inmediato y a que quede igual su piso; y por las orillas del arroyo o zanja en las partes que parezca necesario... se pondrán sus cobijas crecidas a cacho para que no rompa y se salga a dicho camino las aguas del arroyo o zanja, cuyo costo se regulará con el rompimiento y abertura de la zanja.

Desde dicho sitio y medida referida, al seguir la bajada, que es al dividirse este camino del que ahora han tomado para bajar gentes, caballerías y carros en distancia de 960 pies de línea camino abajo por estar todo desbaratado e intratable, es preciso hacer otra calzada en la propia forma que la advertida en las anteriores...”

(Costo presupuestado: 3.840 r.v.)

“Siguiendo dicho camino, a poca distancia desde donde ha abierto camino para su era y cueva dicho Manuel Fernández, (se proyecta otra calzada en un recorrido de 210 pies) ...que es hasta llegar frente a la hermita, pasado la casa de dicho Manuel Fernández, y frente del referido lugar, frente al Mesón del de Quintana”.

(Presupuesto: 840 r.v.)

“Desde el referido corral del ganado se ha de comenzar a abrir el arroyo o zanja para el expediente de las aguas y separarlas del camino, con 3 pies de ancho y 2 y medio de profundidad, siguiendo dicha zanja toda la orilla del camino por la parle del regañón hasta dar más arriba de dicha Casa Mesón, rompiendo en varios parajes porciones de peña que atraviesan dicho arroyo..., y hacer todas las cobijas que le faltan hasta el Mesón.

Asimismo levantar el paredón que se halla arruinado en 30 pies de línea con 5 de planta rematándole en 4, y profundizando sus cimientos 3, y su altura a nivelar con el camino según que está lo demás terraplenado con buen cascajo en diferentes partes que lo necesita, desde el rompimiento de dicha zanja hasta el Mesón.

En las calzadas que van acondicionándose se han de hacer también 12 artesonados en ángulo, en las partes que sean para ello más a propósito, de 10 pies de ancho y uno de hondo para recibir las aguas”.

(Costo: 2.500 r.v.)

Con esto hemos llegado a El Almiñé.