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domingo, 25 de febrero de 2024

Animales de Prado Vargas.

 
Volvemos a visitar a los neandertales de Las Merindades, pero, en este caso, para conocer a algunos animales que merodeaban cerca del yacimiento. Recordemos que la cueva de Prado Vargas está en la Merindad de Sotoscueva, pegada a Cornejo y situada a veinte metros por encima del actual curso del río Trema. En los años setenta, el grupo espeleológico Edelweiss encontró un cráneo de Ursus spelaeus y disparó el estudio de Prado Vargas.

 
La cavidad tiene unos 120 metros con una galería rectilínea que se divide en tres secciones: Entrada, pasillo y fondo. Su tamaño y grado de humedad hacen pensar que el sitio pudo haber estado habitado por un pequeño grupo durante ocupaciones estacionales sucesivas alternando con carnívoros ocasionales. El éxito de estas ocupaciones dependió de una sabia explotación del entorno natural que rodeaba el yacimiento, donde se desarrollaron diversas actividades, tanto dentro como fuera de la cueva.
 
Los restos disponibles proceden de excavaciones en varias partes de la cueva. Por ejemplo, el trabajo doctoral de Diego Arceredillo Alonso (2015) se centraba en la cata de la zona de la entrada que no contenía todos los animales que después se han ido hallando. Por su parte el trabajo de Marta Navazo Ruiz (2021) actuaba en el sector de la hornacina. De tener pocos restos y muy fragmentados que dificultaba su correcta identificación se ha ido a disponer de cientos de fragmentos entre los que destacan fragmentos de mandíbulas de ciervo, de zorro, lobo, así como un incisivo de oso de las cavernas. Destaca el hallazgo de un par de astas y cuatro candiles de ciervo, así como la presencia de varias falanges completas.

 
La fragmentación de los huesos indica que los neandertales llevaron extremidades de los animales al interior de la cueva, donde procesaban la carne y fracturaban los huesos para aprovechar la médula. Además, en el estudio de la zona de la entrada se concluyó que la acumulación de los restos solía ser en invierno y primavera cuando rebecos y cabras monteses bajan de las montañas y se refugian en zonas boscosas. Al menos en nuestros días.
 
Nos centraremos en los animales de más de veinte kilos encontrados en Prado Vargas entre los que tenemos Ursus spelaeus, Rhinocerotidae indet., Equus ferus, Sus scrofa, Cervus elaphus, Rupicapra pirenaica, Capra pirenaica, Meles Meles, Canis Lupus, Panthera pardus y Capreolus capreolus. Cerca de 1.200 restos encontrados en la hornacina se pudieron podido clasificar taxonómicamente 190. Los fósiles identificados más abundantes fueron de Cervus elaphus (113), Capra pyrenaica (19) y Equus ferus (14). Se documentó un número mínimo de individuos de veintidós animales de varias edades, la mayoría adultos.

 
En el caso de los pequeños mamíferos, se acumularon como resultado de la depredación. Pero, eso sí, sobre la base de las preferencias ecológicas de los micromamíferos y su abundancia relativa entre los restos, podemos inferir que el paisaje alrededor del sitio Prado Vargas hace 46.000 años era principalmente praderas húmedas y secas, con escasa cobertura forestal y abundante zonas rocosas.
 
Más cosas: el esqueleto craneal, representado particularmente por mandíbulas, está documentado en todos los animales a estudio que son los de más de veinte Kilos. Las diáfisis fueron los huesos largos más abundantes (cuatro de cada cinco), seguidas de las metáfisis y las epífisis. La extracción de médula se observa en todos los tipos de animales. Los neandertales golpeaban en la diáfisis del hueso, la parte más frágil. La presencia relativamente alta de huesos quemados podría ser porque fueron calentados antes de la fractura para facilitar la extracción de la médula.

 
Los restos biológicos cuentan, aparte de la especie, muchas cosas del animal – y de cómo fue comido, pero ese es otro tema-: la edad de la muerte gracias a la erupción como el desgaste de los dientes y el grado de desarrollo o fusión de los huesos o astas. Aunque los dientes aguantan más siglos. Y, en cierta medida, el sexo y el momento del año en que fueron cazados.
 
Desgraciadamente, trabajar con los dientes tienen problemas de aplicación como, en la erupción, la falta de elementos de comparación; la escasa mineralización en los individuos infantiles; diferencias en el desarrollo de los individuos; la alimentación; y el efecto de las enfermedades. El desgaste dental también presenta una serie de inconvenientes: el uso de poblaciones control actuales, las posibles diferencias en la dieta, la diferente velocidad de desgaste y su variación a lo largo de la vida del animal, las diferencias entre los sexos o considerar que una clase de edad tenga siempre asociada la misma altura de la corona. Por ello, las deducciones pueden ser erróneas.

 
Hemos dicho que podemos deducir el momento del año de la muerte y es gracias al comportamiento social de las especies. Claro que, en el caso de especies extintas, se aplican datos basados en poblaciones actuales silvestres de la Península Ibérica. Sabemos cuántas crías tienen las poblaciones actuales, la actitud social de los machos -generalmente solitarios fuera del celo- y de las hembras en grupos matriarcales… Sin contar que el mundo de hace unos 50.000 años no es el de hoy y los animales están influidos por su entorno, por su relación con otros miembros de su especie, con especies competidoras y con las fuentes de alimentación y con los depredadores. Y, no lo olvidemos, la fauna actual está afectada por los humanos al transformar el ecosistema, o cazar.
 
También es importante asociar los diferentes periodos de actividad con la latitud, ya que el patrón social puede variar en función de la temperatura. En un periodo glaciar, por ejemplo, pensaríamos que el comportamiento reproductivo de las especies cambiaría para que las crías pudieran alcanzar el tamaño mínimo para sobrevivir a los periodos de mayor escasez. Esto modificaría los periodos de parto, lactancia y celo, y condicionaría cualquier estudio.

 
Por su parte, el sexo junto con la edad de muerte de las presas proporciona datos acerca de las estrategias de caza y subsistencia de las poblaciones prehistóricas de cazadores recolectores. Podemos determinar el sexo cuando hay diferencias esqueléticas entre los machos y las hembras de una especie, bien a nivel morfológico, bien por mayor tamaño de los machos. En los caballos, por ejemplo, las mandíbulas de los machos normalmente presentan caninos, mientras que en las hembras suelen faltar. Con relación a la mayor longitud de los huesos de los machos tenemos la pega de cómo saber cuál era el tamaño de cada sexo. Cuanta más divergencia sexual tengamos mayor tendencia existe a encontrarnos con un macho dominante de un número variable de hembras. Y estimar el volumen de su población.
 
Otra cosa que nos dicen los huesos es si el animal fue cazado por carnívoros. Estos producen marcas de mordeduras y fracturas, principalmente en las extremidades. En las recientes excavaciones de la hornacina se encontró un 8`4% de huesos marcados por carnívoros. Por el rango de dimensiones de las mordeduras parece coincidir con los carnívoros registrados en la cueva, aunque no se pueden descartar nuevos depredadores. Aceptamos que la baja incidencia de carnívoros se debe a que no era “su” cueva y, quizá, accedían atraídos por los restos dejados por los neandertales.
 
Tras esta extensa introducción empezamos a hablar de los animales encontrados en la cueva de Prado Vargas.

Rinoceronte lanudo
 
El primer animal a rastrear es el Rhinocerotinae indet. del que se encontró un diente en la zona de la entrada de Prado Vargas que tenía el esmalte muy grueso y con una rugosidad muy marcada. Esta pieza no puede ser medida ni asignada a un diente concreto debido a su pequeño tamaño. Ni sabemos si el individuo era joven o maduro. El grosor y la rugosidad del esmalte sugieren que se trató de un ejemplar de grandes dimensiones. El esmalte es más grueso que el observado en otras especies de talla grande como los uros o los bisontes y su rugosidad es mucho más acentuada. Por este motivo los investigadores se decantaron por un rinoceronte. Como no podemos incluirlo ni en Stephanorhinus ni en Coelodonta por su mal estado, los asignamos a Rhinocerotidae. Una pena que no lo podamos declarar Coelodonta antiquitatis -Rinoceronte Lanudo- ya que lo tuvimos en la franja cantábrica y son frecuentes sus representaciones en las pinturas y grabados del Paleolítico superior europeo (40.000 a 10.000 años A.C.), alcanzando su cenit en el Auriñaciense (38.000 a 30.000 años A.C.) y disminuyendo en el Magdaleniense (18.000 a 8.000 años A.C.) En la Península Ibérica nos encontramos con una representación en la cueva de los Casares y una probable en la cueva guipuzcoana de Ekain. Con lo cual no perdamos la esperanza de tener nuestro rinoceronte lanudo de Las Merindades.

Mandíbula Rhinocerontinae Indet.
 
El Equus Ferus es miembro de la familia Equidae que surge en América del Norte durante el Eoceno. Se dividirá en dos grandes líneas evolutivas: asnos y cebras actuales (estenoniana) y los verdaderos caballos. A partir del Pleistoceno Medio (desde tres millones de años hasta hace unos 10.000 años) la clasificación se complica diferenciándose cantidad de subespecies definidas por el tamaño y robustez de sus extremidades y por ciertos caracteres de los dientes. En el Pleistoceno Tardío nos encontramos con un mini caballo robusto, con dientes pequeños y protoconos grandes: el E. ferus germanicus. Pero la presencia de gran cantidad de subespecies en la Península Ibérica durante el Pleistoceno Tardío hace difícil establecer caracteres morfológicos en los restos.

 
En la zona de la entrada se identificaron dos ejemplares a partir dientes. Uno sería adulto porque la pieza presenta un desgaste marcado, 26 a 32 meses. El otro sería un senil al tener el diente erosionado por completo la corona. En las excavaciones de los últimos años se han encontrado restos de al menos tres individuos.

Cueva de Ekain
 
Un tercer grupo de restos procederían de Sus scrofa, un jabalí, que surge en el Pleistoceno Inferior. Debido a su tipo de alimentación, que consiste en buscar comida en capas superficiales su distribución europea se limita, durante los interglaciares, a las latitudes medias mientras que la Península Ibérica fue un refugio durante las fases glaciares.

 
En la zona de la entrada se encontraron dos falanges proximales -las situadas en los extremos de manos y pies-. La fusión de las epífisis proximales de las primeras falanges se produce en torno a uno o dos meses. Por esta razón, y viendo que las piezas recuperadas presentaban la epífisis proximal sin fusionar, determinando que pertenecía a un único ejemplar inmaduro. Hay que tener en cuenta que cada individuo tiene cuatro falanges izquierdas y otras cuatro derechas. En la zona de la hornacina se encontraron, inicialmente, restos de un individuo.
 
Más: Cervus elaphus. Los cérvidos son un grupo común en Europa desde el Mioceno Temprano. El Cervus elaphus llega a Europa hace más o menos 900.000 años. Muchas han sido las subespecies descritas para Cervus elaphus pero podemos dividirlas en subespecies sin corona, con corona incipiente y con corona plenamente desarrollada. Actualmente existen seis subespecies de ciervos, siendo las más extendidas, C. elaphus elaphus, propia de todo el continente europeo y el gran cervus elaphus maral de Anatolia, Caucaso e Irán. La subespecie europea conserva lo que se denomina corona, mientras que los otros carecen de ella.

 
Los restos de la zona de la entrada fueron abundantes y presentaban buen estado de conservación. Encontraron doce restos craneales y dentales, diecisiete postcraneales (fragmentos de metápodos) y un metacarpo. Predominan los restos juveniles (de 6 a 43 meses). El resto son adultos. Tengamos en cuenta que las edades de erupción de los premolares se encuentran entre los 27 y 30 meses por lo que al menos tendrían esta edad. Todos los ejemplares fueron cazados, y consumidos, en invierno. En las campañas arqueológicas de la zona de la hornacina se encontraron restos de, al menos, tres individuos.
 
Los siguientes restos pertenecen a la Rupicapra pyrenaica más conocida como sarrio o rebeco pirenaico. La mayor parte de los investigadores sugieren un origen asiático para los rebecos llegando hasta las penínsulas Ibérica e Itálica durante el Pleistoceno Medio; y, más tarde, entraría la rupicabra rupicapra provocando el aislamiento de las poblaciones de sarrio que posteriormente darían lugar a Rupicabra pyrenaica parva en la Cordillera Cantábrica y a Rupicabra pyrenaica pyrenaica en los Pirineos. Pero nada de esto es definitivo. Las clasificaciones morfológicas y los análisis genéticos realizados revelan una gran complejidad taxonómica. Los estudios genéticos chocan, en muchos casos, con las clasificaciones morfológicas.


De todas formas, en la entrada de Prado Vargas se encontraron cuatro restos de rebeco: tres dientes y un resto postcraneal. Son piezas con erosiones mínimas que nos darían una edad de entre los 10 y 68 meses. Corresponderían a dos ejemplares, uno joven y otro adulto que fueron cazados en primavera e invierno respectivamente. La primavera coincide con la época de partos y diciembre con el final del celo. En la hornacina se encontraron restos, al menos, de tres posibles individuos, sino de más.
 
Durante el Pleistoceno Tardío la distribución del rebeco era mayor que los Pirineos y la Cordillera Cantábrica en sus dos variantes, habiéndose encontrado restos en Portugal (Salemas), la Comunidad de Madrid (Pinilla del Valle) e incluso en Córdoba (El Pirulejo).
 
Cabra pirenaica

Tras el rebeco nos fijaremos en la Capra pyrenaica. La subfamilia Caprinae incluye a los bóvidos adaptados a climas extremos y terrenos difíciles. Los registros fósiles se encuentran mal documentados pero el primer grupo apareció durante el Mioceno Tardío. La subfamilia Caprinae comprende trece géneros divididos en tres tribus: Caprini, Rupicaprini (aquí están los rebecos) y Ovibovini. La tribu Caprini comprende a las cabras, Capra, a las ovejas, Ovis, y a géneros supuestamente relacionados como Ammotragus, Hemitragus y Pseudois. En la entrada de Prado Vargas se encontraron diez dientes. Su estudio nos ha mostrado que, al menos, hubo un ejemplar que tendría por lo menos veinticinco meses de edad y otro animal trece. Es decir, al menos dos cabras. La zona de la hornacina descubrió restos de, al menos, tres individuos.

Oso Cavernario
 
Siguiendo con nuestra relación hablaremos un poco del Oso de las cavernas, el Ursus spelaeus. El Oso Cavernario fue un mamífero omnívoro de la familia de los úrsidos que vivieron durante el Pleistoceno tardío desde el sur de Inglaterra al Cáucaso. Era grande, unos 130 cm de altura en la cruz. Su nombre procede del chascarrillo de encontrar solo los restos de los muertos en cuevas. Los caídos fuera no se han conservado, evidentemente. Seguramente cosas de una hibernación mal preparada causada por inexperiencia, enfermedad o vejez. De hecho, algunas cuevas tienen miles de huesos acumulados durante un período de 100.000 años o más. Claro que para llegar a esa cifra sólo haría falta dos muertes en una cueva por año. Algo que no sería difícil.
 
Es fácilmente identificable por su cráneo ancho y abovedado como el que hizo saltar las alarmas en Prado Vargas. Disponía de un morro menos pronunciado, frente abrupta y hundida, grandes molares que evidencian una dieta fundamentalmente herbívora, y unas extremidades delanteras más largas y robustas que las traseras. Había un claro dimorfismo sexual pesando las hembras la mitad que los machos.

 
En Prado Vargas se encontró, en un principio, un cráneo de este -casi probable- herbívoro porque su ingesta de carne dependía de la habilidad, gustos del individuo y de los recursos disponibles. En la zona de la hornacina, nivel 4, se encontraron siete restos. Estos se podrían sumar a los que comenta Diego Arcedillo en su artículo de 2010, que eran veinticuatro. De ellos, veintidós fueron identificados: cinco fragmentos craneales, un fragmento de escápula, un fragmento de tibia, un fragmento de radio, un metacarpiano, un fragmento de costilla y doce dientes.

Corzo.
 
Capreolus capreolus: Es el corzo, el cérvido más pequeño de Europa, solitario y muy adaptativo. Vive tanto en bosques cerrados, como en amplias praderas. Actualmente tiene pocos depredadores, excepto el hombre. Tenemos, pues, una continuidad en esta caza desde los neandertales de hace 45.000 años de Prado Vargas. Meles Meles es el tejón común, un pequeño carnívoro del que, en la zona de la hornacina de Prado Vargas, actualmente, se ha encontrado restos de, al menos, un individuo. Y el Canis Lupus es el lobo que sigue recorriendo, dificultosamente, las lomas de Las Merindades. En la zona de la hornacina se encontraron restos de tres individuos. De la Panthera Pardus se encontró un hueso del carpo, un pisiforme de pequeño tamaño bien conservado.
 
Todas las investigaciones realizadas en la zona de hornacina, lo especifican los autores cono Nivel 4, muestra que los neandertales viajaron a través de una variedad de ambientes locales, y que cuando obtuvieron presas, particularmente ungulados adultos pequeños y medianos, seleccionaron partes anatómicas con alto contenido nutricional y las llevaron a la cueva. Los huesos muy fragmentados muestran que las presas fueron procesadas en la cueva con actividades como el descarnado o la fractura de huesos para acceder a la médula. Solo una minoría de los restos fósiles presentan bordes irregulares, lo que indica fragmentación en estado seco o como resultado de otros procesos como el pisoteo o la presión sedimentaria.
 
 
 
Bibliografía:
 
Fundación Atapuerca.
“Análisis paleobiológico de los ungulados del Pleistoceno Superior de la Meseta Norte”. Tesis doctoral de Diego Arceredillo Alonso.
Universidad de Burgos. Noticias.
Fundación Palarq.
Cuaderno de cultura científica.
Periódico “La Vanguardia”.
Nutcracker Man. 
“Late Neanderthal subsistence strategies and cultural traditions in the northern Iberia Peninsula: Insights from Prado Vargas, Burgos, Spain”. Marta Navazo Ruiz, Alfonso Benito-Calvo, Rodrigo Alonso-Alcalde y otros.
“Los macromamíferos del yacimiento del Pleistoceno Superior de Prado Vargas (Burgos, España)”. Diego Arceredillo Alonso.
“Excavación de la cueva de Prado Vargas, Cornejo (Burgos-España)”. T. De torres Pérez-Hidalgo, B. Rodríguez, P. González Álvaro.
www.arrecaballo.es
 

 

  

miércoles, 18 de agosto de 2021

El dolmen de Ahedo de las Pueblas o cómo rastrear dólmenes.

 
Recorremos nuevamente el mundo prehistórico de Las Merindades para indagar la localización de dólmenes en esta tierra. Todos nos hemos acercado al páramo de Masa para enseñar a amigos y conocidos los allí situados. La cuestión es: ¿Por qué nos tenemos que desplazar hasta allí? Vale, la respuesta sería porque están localizados en esos lugares. No quiero decir eso sino por qué no los encontramos fácilmente por los valles de Las Merindades.
 
¿Por qué se acumulan en determinadas comarcas y desaparecen en otras? ¡A saber! No nos podemos poner en la piel de aquellas personas. Las gentes del Neolítico, como las de cualquier otra época, utilizaban patrones de asentamiento que respondían a sus necesidades básicas. Lógico, pero el problema es que hablamos de tumbas que no necesitan ser tan funcionales como los poblados y que están más cargadas de simbología. Asumimos, como principio, que las tumbas se instalaban cerca de los pueblos -no tendría sentido construir monumentos para no verlos o visitarlos-, pero es mera hipótesis.

 
Una de las formas de estudiar el problema es mediante la estadística. Con ella se analizan las características geográficas de los territorios megalíticos y, posteriormente, contrastar el modelo con los vacíos observados. ¿Sencillo? No. Nada. Ni por asomo porque el problema estriba en que el análisis del espacio puede necesitar analizar unas 300 características o más: la composición de la tierra, la geología, litología, minerales, cuevas... ¡todo puede ser factor de atracción o rechazo para un asentamiento!... La geomorfología, las pendientes del terreno, la altitud, los barrancos, los páramos lisos... Sin olvidarnos del clima que, incluso hoy, condiciona el poblamiento. Tenemos que estudiar la temperatura, la variación estacional, la lluvia, el balance hídrico mes a mes, la insolación, el viento…
 
La combinación de geología y clima permite analizar la composición de los suelos, sus características físicas y químicas; estudiar la evolución del agua: sus formas y presencia, la cantidad y calidad que condicionan la presencia de poblaciones y de túmulos; analizar, fruto de lo anterior, la vegetación presente y su abundancia, cobertura o composición. Junto a la vegetación hay que analizar la fauna y, a su vez, la acción del ser humano en el paisaje. Ser humano con un bagaje fruto de las culturas que influyeron en aquellos individuos cuyas señales reconoceríamos o ser humano que hereda y reutiliza los usos y costumbres de sus mayores (poblamientos, formas de trabajo, etc).
 
Todos los datos obtenidos de estas diversas fuentes deben ser tratados informáticamente para ver el espacio determinado en múltiples dimensiones.
 
Hecho todo ello nos encontraríamos con una clara relación entre los lugares megalíticos y las formaciones geológicas del Cretácico que solían ser calizas y margas. Tierras cerealistas, además. También se observa que las estepa esclerófilas (vegetación cuyas especies arbóreas y arbustivas están adaptadas a largos períodos de sequía y calor y que posee hojas duras y entrenudos cortos) de páramos y bordes de las sierras son los territorios con mayor presencia de enterramientos bajo túmulo. Zonas con una insolación baja (es decir, que la cantidad de energía en forma de radiación que llega a un lugar de la Tierra en un día concreto es baja), con evaporación desde el suelo y evaporación desde la superficie cubierta por plantas de nivel moderado y un balance hídrico elevado.

 
Entendemos, por tanto, que las zonas llanas y secas con plantas pobres y escasas y los suelos destinados al uso ganadero o maderero son las preferidas. Otro elemento a destacar es el alejamiento de las grandes cuencas de agua. ¿Qué nos dice esto? Que para surtirse de agua solo necesitaban fuentes y charcas para el ganado. Sobre la vegetación en la zona de los enterramientos megalíticos actualmente es de tipo atlántica (quejigares y encinares no mediterráneos). El páramo como comarca agraria y el buen rendimiento de cereal son otras dos características reseñables. Hemos dicho que se analizó la fauna, pues la que se podría indicar es la de las aves roqueras y pequeños mamíferos de zonas húmedas.
 
En los terrenos con mayor presencia de enterramientos se asentaron posteriormente los pueblos prerromanos cántabros y autrigones, aunque se trataría de una consecuencia, y no de una causa. Asimismo, si un territorio se usa actualmente como pastizal o erial, tiene mayores posibilidades de haber sido un lugar con restos megalíticos.
 
Parece ser que para la ubicación de las tumbas megalíticas no tienen incidencia las cuevas, la orientación del terreno, las cañadas, los núcleos de población o los caminos. ¿Caminos? Al menos los actuales. Tampoco encontramos dólmenes en las cuencas bajas de los ríos en la zona del norte de Burgos frente a lo que ocurre en muchos lugares de Extremadura y Andalucía. Ni en las cumbres de las cordilleras montañosas, ni en los suelos aluviales ni en zonas de vegetación mediterránea.

Dolmen de Ahedo de las Pueblas 
(Cortesía de Rutas y Tracks)
 
Es posible incluso elaborar mapas predictivos, suponiendo que otros territorios comparten las características de las zonas megalíticas estudiadas. Casi siempre aparecen dólmenes donde ya había más, y no en los lugares vacíos. A modo de ejemplo, en toda la comarca de Medina de Pomar no hay ni un solo vestigio, frente a un centenar en Polientes o Sedano. Pero precaución porque es fácil suponer dónde van a abundar los dólmenes pero no quiere decir que donde no tendrían que aparecer, después, aparezcan.
 
Nos había quedado la duda sobre la relación entre los caminos y los dólmenes. Es evidente que las antiguas vías no tendrían que coincidir con las carreteras actuales y, de hecho, vemos que la inmensa mayoría de los dólmenes tienen un acceso complicado hoy en día. Entonces, ¿Cuáles eran los caminos en la Prehistoria? ¿Se puede saber? ¡Hombre! Se puede llegar a estimar y presuponer. ¿Cómo? A través de procesos informáticos donde se crease un mapa de costes (el esfuerzo de subir o bajar), al que superponer las barreras naturales como: los cauces de los ríos; las líneas de escarpe; las fuentes; los posibles terrenos de cultivo; etc. Se consigue así, gracias a estos elementos y un “navegador” para optimizar las rutas, un mapa de líneas.
 
Estas líneas atravesaban los páramos y se entrecruzaban entre sí buscando los trazados con la menor pendiente posible, evitando los escarpes y el paso por cauces fluviales. Se vio que los dólmenes estaban ubicados junto a los supuestos caminos de tránsito natural y con preferencia en los cruces de los mismos. De forma sorprendente, el programa informático se empecinaba en cruzar barrancos por lugares insospechados, pero los investigadores, una vez sobre el terreno, comprobaron que por allí discurrían viejos caminos o eran sendas de los animales salvajes. Quizá los caminos humanos eran trazados por el ganado por librarse de la vegetación; o tal vez en una malla que uniría los recursos naturales; o, por qué no, rutas dirigidas específicamente a sus propios monumentos.

Croquis del dolmen de Ahedo de las Pueblas
 
Por ello debemos entender que, aunque ahora nos parezca apartado y en medio de la nada, algún camino transitaría junto al Dolmen de Ahedo de las Pueblas. Hoy para llegar al dolmen debemos continuar por la carretera al norte de la población camino del parque eólico. Al llegar al collado se sigue la línea de aerogeneradores que coincide con la ruta GR-1. Tras haber andado como un kilómetro se llega al yacimiento que está a una altitud de 918 m sobre el nivel del mar. Lo verán cerca de unas grandes rocas.

Fotografía cortesía de ZaLeZ
 
Es un túmulo de unos 3`00 m de longitud y 0`90 m de anchura. El área de enterramiento lo encontramos bien delimitado mediante cuatro ortostatos. Es un dolmen simple, rectangular, similar a los de Baiarrate y Aznabasterra en el País Vasco. Está orientado de este a oeste con un túmulo de unos trece metros de diámetro. Cubrir el dolmen no significaba que se desease ocultarlo, más bien, se ejecutaba esta tarea para realzarlo y señalarlo. Nos damos cuenta de que este es de reducido tamaño que pudo servir de tumba individual. Podríamos suponer que se usase de forma temporal en relación a unos grupos de vida trashumante. La losa de cobertura se conserva en un lateral de la tumba colocada a un costado como si, en su día, se hubiese levantado en busca de “tesoros”. En la superficie del túmulo se observan trazos de otras lajas que pudieran haber servido como refuerzo estructural. Su datación es difícil estando en una horquilla de 3.000 a 2.000 años antes de Cristo.

Fotografía cortesía de ZaLeZ
 
El estudio de la cista no recuperó resto humano alguno, pero es indudable su carácter funerario. Abasolo y García escribieron sobre este dolmen, excavado en 1974, en 1975. Siguiendo lo indicado en esta entrada diremos que no es un dolmen aislado sino que hay constancia de otro a una distancia cercana a los tres kilómetros: el de Robredo.
 
 
 
Bibliografía:
 
“Tumbas de Gigantes. Dólmenes y túmulos en la provincia de Burgos”. Miguel A. Moreno Gallo, Germán Delibes de Castro, Rodrigo Villalobos García y Javier Basconcillos Arce.
Blog “Áreas recreativas de Cantabria y alrededores”.
“1954-2004: medio siglo de megalitismo en la provincia de Burgos”. Miguel Moreno Gallo.
 

domingo, 7 de marzo de 2021

Dolmen o no dolmen de Busnela.

  
Dolmen es un término bretón que significa “mesa de piedra” y, a pesar de ser bastante ajustado está en desuso en los círculos académicos donde aplican más el de "sepulcros megalíticos". ¿Y eso? Bueno, este sintagma fue acuñado por el reverendo Algemon Herbert y engloba tanto a aquellos monumentos con techumbres planas como a los que adoptan para cubierta otras soluciones como una cúpula.
 
Dolmen de Busnela

Cuando lleguemos ante estos dol… sepulcros encontraremos poco más que ruinas aunque originariamente fueron construcciones formidables y bien ajustadas cuyas paredes eran grandes lajas clavadas verticalmente en el suelo llamadas “ortostatos”. Sobre ellas, que delimitan una cámara, descansaba la cubierta. Toda la edificación era ocultada bajo un montículo de tierra, el túmulo, que podía adoptar en planta diferentes formas (circular, oval, cuadrada...) y que conseguía proteger y señalizar la construcción. Su ausencia, como en el caso de Busnela, sería un marcador de falso dolmen. Por último, el recinto megalítico, convertido bajo el túmulo en una cripta subterránea, desempeñaba el papel de panteón.
 
Simplificando, tendremos tres tipos de dólmenes: los simples, con sólo cámaras poligonales; los sepulcros de corredor, que añadían a la cámara un angosto pasillo de acceso que discurría desde la periferia del túmulo; y las galerías cubiertas, en las que las cámaras, alargadas y de paredes paralelas, cumplían a la vez el papel de espacio funerario y de acceso.

Cortesía de ZaLeZ
 
Con lo que vemos cuando los visitamos difícilmente nos damos cuenta del esfuerzo que constó construirlos y de la grandiosidad que representaba para aquellos individuos. Para que se hagan una idea: hay dólmenes con cubiertas que pesan decenas de toneladas. Sin descartar los pequeños que cumplen las mismas funciones, ojo. Es como si –salvando las distancias- solo fueran pirámides las grandes y no incluyéramos en la clasificación las pirámides de Nubia. Vere Gordon Childe, el gran teorizador de la Prehistoria, considera que las grandes obras públicas sólo pudieron fructificar en sociedades complejas y bien organizadas con capacidad para generar importantes excedentes.
 
Hubo un tiempo en que se creyó que estas construcciones europeas eran fruto de la torpeza de unos habitantes que querían imitar a los egipcios. Sin embargo, desde mediados del siglo XX, gracias al Carbono 14, quedó claro que la antigüedad de los dólmenes occidentales superaba en casi dos milenios a la de las pirámides egipcias o a la de los zigurats mesopotámicos. Nuestros dólmenes son monumentos erigidos durante el Neolítico, casi todos a lo largo del IV milenio antes de Cristo. Hombres que trabajaron sin la ayuda de bestias ni de herramientas sofisticadas con las que desbastar las losas. Las sacaban de las canteras y las desplazaban hasta las tumbas que podían estar a varios kilómetros de distancia.

Cortesía de ZaLeZ
 
Para que se hagan una idea: trasladar una losa de unas 35 toneladas necesitaba del esfuerzo de más de 300 hombres adultos y estos necesitan cubrir sus necesidades por lo cual se añadiría más personas a la empresa. Claro que, también, a menos peso menos gente. Aun así, los arqueólogos no suelen encontrar aldeas, en el entorno de los dólmenes, con el tamaño suficiente para albergar contingentes de población suficientes, circunstancia que convenció a Colin Renfrew de que la construcción hubo de ser fruto de un trabajo cooperativo en el que, además de los titulares de las tumbas, participaron las comunidades vecinas.
 
Y, entonces, ¿quién tenía el honor de ser enterrado ahí? ¿Los que lo construían? Bueno, la excavación de las cámaras descubre abigarrados osarios con restos de numerosos individuos. Sin embargo, la irregular conservación de los esqueletos presentes y la diferente cronología de los elementos de ajuar personal o de las ofrendas que los acompañan revelan que no todos los residentes entraron a la vez, sino que, al igual que sucede en los panteones familiares actuales, lo que tenemos es la suma de inhumaciones individuales a lo largo del tiempo. Los dólmenes fueron, pues, pese a su carácter subterráneo, sepulcros accesibles. La construcción de pasillos que desde el exterior y atravesando el túmulo llegaban a la cámara cumplió la función de facilitar la entrada en los monumentos para dejar nuevos restos.
 
Y, en ese “panteón”, ¿Metían el cadáver a pudrirse o sólo los huesos? El caos de huesos haría pensar que eran osarios pero el análisis de los mismos muestra que, en origen, se depositó el cadáver. ¿Esto es seguro? Pocas cosas son seguras pero nos respalda la presencia de huesos muy pequeños que en un traslado se hubiesen perdido.

Cortesía de ZaLeZ
 
¿Entonces por qué los encontramos revueltos si fueron enterrados completos, recostados sobre uno de los flancos y las piernas plegadas bajo el abdomen? A ese resultado contribuiría la exposición aérea de los muertos; los desplazamientos de huesos ocasionados por la desaparición de los tejidos blandos que los recubren; seguramente, las afecciones producidas por animales; hacer hueco para más enterramientos; o reubicación cuidadosa en otro lugar del dolmen. Se sopesa, incluso, que se retirasen huesos para convertirlos en reliquias como sí se ha comprobado en dólmenes británicos. Estos factores, evidentemente, creaban nuevo espacio en el interior. Podemos decir que en los dólmenes burgaleses nunca han pasado del medio centenar los enterramientos. Con ello romperíamos la idea de que eran tumbas para todos – respondiendo a una pregunta anterior- y durante generaciones. Es ilustrativo, para todas estas preguntas, la preeminencia de varones en estos enterramientos (10 a 3 en la cista de Villaescusa). No han aparecido niños menores de 4 años, lo que obliga a pensar en la existencia de ritos funerarios alternativos para ellos, tal vez en el espacio doméstico. Concluyendo: en los sepelios neolíticos los difuntos se segregaban. Como hoy, si lo piensan.
 
La genética ha confirmado la vieja tesis de que los enterrados eran miembros de un clan o grupo familiar unido por lazos de sangre. ¿Confirmamos que es una tumba familiar? Sí. Nos hallamos ante una comunidad homogénea y consanguínea que, gracias a los estudios de esmalte dental, no conoció aportes foráneos importantes ni experimentó cambios de residencia llamativos.
 
Pero sorprenden cosas como que en ningún caso en las inmediaciones de los sepulcros parecen haber existido aldeas de tamaño suficiente para albergar a veinticinco adultos de ambos sexos (doce hogares, con los niños correspondientes), que es la cifra que, aplicando una tasa de mortalidad anual de cuatro por mil, propia de poblaciones prehistóricas, sería necesaria para generar en medio siglo los 47 cadáveres presentes, por ejemplo, en Reinoso. De ahí que cada vez se acepte más la idea de que esta población se organizaba en células más pequeñas, casi solo familiares, las cuales, obligadas por el agotamiento periódico de los campos de cultivo que trabajaban, variarían cada pocos años la posición de sus poblados pero sin alejarse de las tumbas. Eso entendería la irrelevancia de los asentamientos y su dificultad para reconocerlos.
 
Pero el interior de los dólmenes investigados nos han dicho mucho sobre sus constructores – o al menos sobre sus “inquilinos”-. Esos agricultores de hace 6.000 años “disfrutaban” de una alta tasa de mortalidad infantil; pocos superaban los 40 años; eran comunes las afecciones óseas y articulares; las caries y los abscesos dentales estaban a la orden del día fruto del excesivo consumo de carbohidratos (cereales). Por cierto, medían unos 1`60 metros.

Cortesía de ZaLeZ
 
Su sistema médico parecía haber perfeccionado las trepanaciones con herramientas de piedra con una más que aceptable tasa de supervivencia, salvo que los que no superaban la operación no fuesen enterrados en el megalito. Los investigadores han llegado a sopesar la idea de que los enterrados sufriesen esta operación como un rito iniciático religioso.
 
Hacia el último tercio del IV milenio los dólmenes decayeron en la función de panteones colectivos que justificó su construcción. Aunque en la Edad de los Metales recuperan cierto protagonismo funerario es fruto de un reaprovechamiento de las estructuras.
 
Intuimos, por tanto, la existencia en el neolítico de un ritual funerario al servicio de unas creencias religiosas y, estas, supeditadas a un orden social. También tenemos en cuenta otra razón para estas tumbas monumentales: ser símbolos de reivindicación territorial. Esto nos explicaría la causa de que los dólmenes no estuviesen junto a las canteras y sí en lugares fáciles de ver desde el entorno y desde los que se controlan visualmente recursos críticos y espacios productivos.
 
Y con toda esta información llegamos y decimos: el dolmen de Busnela puede no ser un dolmen. Vamos, casi seguros que no lo es.

Cortesía de ZaLeZ
 
Para llegar a este posible megalito debemos coger la carretera que parte de Santelices a Cidad de Valdeporres para continuar hacia Busnela. El paisaje que dominaremos a esos 769 metros de altura es de media montaña, con pastos en las partes altas, y salpicado de bosquetes de robles centenarios y hayas. Cuando nos encontremos frente a un conjunto de bloques pétreos que se encuentran rematados en su parte oriental por una pared de siete enormes lastras habremos llegado. Supongo que esto sería lo que vio José Luis Uríbarri (“El fenómeno megalítico burgalés”). La longitud de su eje mayor es de unos siete metros y su altura alcanza los doscientos treinta centímetros. La cámara tiene 3`75 metros de largo por 2 metros de ancho. No se han encontrado evidencias de su uso funerario, al no estar cubierto por un túmulo que protegiera los restos, pero se ha considerado tradicionalmente un dolmen, porque lo parece.
 
Lo que tendríamos delante se trataría, en realidad, de un afloramiento natural de caliza ubicado en el extremo de un altozano. Su peculiaridad consistiría en presentar en su cara sur una amplia concavidad, a modo de abrigo. Los pobladores, en algún momento del pasado que el cartel indicativo señala hace unos 5.000 años, mejoraron y completaron el cierre del cubículo colocando grandes losas –esos ortostatos que mencionábamos- y una cubierta plana al este de la entrada, con lo cual no es desatinado hablar de un megalito. Sin embargo, la ausencia de túmulo, de restos humanos o de ajuar y la falta de cualquier otro documento arqueológico asociado nos reducen el de Busnela a una rareza. Eso sí, una rareza aprovechada por pastores y sus ganados desde hace cientos de años.
 
 
 
Bibliografía:
 
“Tumbas de Gigantes. Dólmenes y Túmulos en la provincia de Burgos”. Miguel A. Moreno Gallo, Germán Delibes de Castro, Rodrigo Villalobos García y Javier Basconcillos Arce.

Dedicado a David, Amanda, Pello y Jon. 
 
 

domingo, 21 de octubre de 2018

Los oscuros dioses pintados de Ojo Guareña.



Debemos saltar hasta el periodo precristiano. Aunque no nos resulte creíble –ni a nosotros ni a los hijos de cualquier otra religión actual- hace más de 13.500 años (datación máxima aproximada de las pinturas más antiguas en cueva Palomera) y hasta la época visigótica (siglos VI-VIII) fueron otros los destinatarios de las oraciones de aquellos que vivían en Las Merindades. Y esa fecha marca la introducción, más o menos amplia, del cristianismo en Hispania. Santa María de los Reyes Godos y Santa María de Mijangos son las pruebas.


Del objetivo de esta entrada –la religiosidad telúrica- no hay más que algunos enterramientos humanos, diversos utensilios de piedra, hueso y cerámica (principalmente votivos), grabados y pinturas en las paredes de cuevas. También lo que cuentan griegos y romanos en la agonía de la religiosidad megalítica. Al fin y al cabo es una etapa que finaliza en el cuarto milenio antes de Cristo.

La religiosidad parece que ha acompañado siempre al ser humano. No como un estadio de la evolución humana, sino perteneciendo a la estructura misma del ser racional. En eso no nos sigue ningún otro animal del planeta. Aclarado esto, ¿cómo eran esos dioses? (O ese dios).

Agrupación en la Sala de las Pinturas.

Verán, tratar de estudiar la religiosidad prehistórica es adentrarse en la oscuridad por un suelo resbaladizo… como el de las cuevas. El concepto de la divinidad depende de la humanidad de cada tiempo: su situación, su sistema de vida y su estructura familiar. En nuestra ayuda vienen las dos concepciones existentes para analizar los credos prehistóricos: religiones étnico-políticas y religiosidad telúrico-mistérica. Las primeras son las que pertenecen a un grupo étnico –naces y ya tienes tu dios- y las otras, pues, no.


Por otro lado, debemos abandonar la visión del hombre paleolítico como un ser embrutecido, simiesco, apenas humano e incapaz de religiosidad o de arte. Ojo Guareña niega esa afirmación. Les sitúo: Queimada (varios triángulos inversos de color negro), Chipichondo (única pintura en ocre rojo), Sala de las Pinturas –zona aledaña a la Sala de la fuente- (46 triángulos inversos o con el vértice hacia abajo, 5 serpentiformes, 5 capriformes (cabras de cabeza triangular), 4 ciervos, 2 caballos, dos bóvidos (uro), un mustélido, 1 jabalí, 1 elefante de líneas sencillas y logradas, 7 contornos de cuadrúpedos inacabados (équidos, cérvidos), 6 figuras humanas (de ellas tres disfrazadas, los denominados "brujos", la restantes esquemáticas). En total 93 representaciones figurativas e informales o signos, es decir, 64 muestras del arte informal, no figurativo, y 29 más o menos figurativas.


Aunque algunas muestran su interior relleno, la mayoría corresponden a siluetas contorneadas, con frecuentes representaciones de líneas de despiece y, en algún caso, aprovechamiento de aristas o de grandes huellas de corriente para proporcionar un volumen adicional a las figuras. Excepto un caprino, en el que para representar su cuerpo se ha aprovechado un triángulo relleno, todos los zoomorfos presentan su cabeza orientada a la derecha.

Si nos centramos en el nivel inferior de la Sala de la Fuente se localizan abundantes tizonazos, multitud de grabados muy finos (zigzags y retículas) concentrados en torno a la formación que proporciona el nombre a la sala. Pero el santuario principal se localiza en un nivel superior al que se accede con cierta dificultad tras superar una pronunciada rampa de roca, alisada y lustrosa como consecuencia de su reiterado empleo. Aquellos individuos esculpieron trece escalones en su piso arcilloso, siendo visibles las estrías dejadas por los palos utilizados para su excavación.


Dejemos constancia, también, de la distribución de las marcas. Sugieren un trayecto o secuencia simbólica, lo que unido a la utilización del carbón de madera y un estilo y técnica de ejecución uniforme hacen pensar en un santuario homogéneo y decorado en un espacio de tiempo corto.

Las pinturas negras de la Sala de las Pinturas fueron datadas por Soledad Corchón en 10.950 o 11.540. Poseen estilos diversos pero el estudio las situaría en el final del Magdaleniense y comienzos del Aziliense. Se encuadrarían en el llamado estilo V, que confirmaría la continuidad del arte paleolítico y sus tradiciones, en algunos lugares apartados como Ojo Guareña, al menos hasta el 9.000, tras la transición del Pleistoceno al Holoceno. Con lo cual Cueva Palomera sería del final del Arte Tardiglaciar.


Aparte de unos pocos signos grabados, como una retícula, zigzags y trazos aislados, la mayoría de sus motivos están pintados y entre ellos destacan los signos, especialmente triángulos con el vértice invertido, 38 de ellos con su interior relleno en tinta plana, más otros 12 contorneados.

En la Sala de las Pinturas también se registran varios antropomorfos esquemáticos, entre los que destaca uno que se dispone horizontalmente y que parece asir un largo trazo, probablemente una soga, que lo enlaza con el cuello del caballo más naturalista del santuario, pintado en actitud "encabritada" al presentar la cabeza ligeramente agachada y las patas traseras estiradas hacia atrás, configurando una escena que ha sido interpretada como intento de doma puntual de un équido salvaje. Otro de los antropomorfos más singulares aprovecha uno de los triángulos contorneados invertidos para configurar la cabeza, simulando una máscara. Se han añadido, con trazos esquemáticos, las extremidades.


Parece ser que esta sala se abandonó abruptamente porque la parte central del suelo está hundida por un socavón de dos metros y medio de profundidad. ¿Cómo hubieran evolucionado estas pinturas? No lo sabremos nunca. Además de las pinturas, hay grabados trazados con sílex o con los dedos sobre la capa arcillosa de la pared en cueva de San Tirso, Kaite II, Cubía, y, por supuesto, en distintas partes de Cueva Palomera: Chipichondo (Aquí, además, un relieve), Cartón, Fuente, Grabados, Simas Dolencias, Macarrones.


No solo eso. Podemos encontrarnos huellas de pies descalzos en la cueva de San Tirso y en Palomera (Galerías de las Huellas, Queimada, balcón sobre la sala Cartón). En la sala de las Huellas (Palomera) hay numerosas pisadas de pies descalzos de un grupo de entre 6 y 10 personas, impresas en la arcilla del suelo de dos galerías y de una sala intermedia en un recorrido de unos 400 m (ida y vuelta). Se han encontrado restos de antorchas de madera carbonizada datados en torno al 15.600 antes de Cristo.


En el techo de la cueva de San Tirso hay grabados invisibles sin una iluminación especial. Trazados con sílex representan líneas dentadas, serpentiformes, dibujos esquemáticos en forma de red (¿Para atrapar espíritus?), de escalera, de vulva, de peine, de pluma, etc. Como resultan más esquemáticas nos permite suponerlas más recientes que las similares de Palomera, Cubía o Kaite II. Estos signos figuran en cuevas desde España hasta Siberia, ¡los mismos en todas! ¿Formarán una especie de código?

Claro que todas estas pinturas podían haber tenido un origen lúdico, por pasar el rato, lo “típico” de una sociedad de subsistencia (es una ironía). Pero la interpretación profana no basta para justificar la mayoría del arte rupestre paleolítico. ¿Podrían las marcas ser causadas por ritos mágicos? ¿O ritos religiosos?


Tradicionalmente consta que las pinturas de animales tenían un origen mágico porque –decían- que las acciones sobre la imagen repercutían sobre el animal real en virtud de una energía misteriosa. Pero va a ser que no. Solo un cuatro por ciento de las pinturas de animales tienen el signo catalogado como flecha (una especie de V). Además las supuestas flechas van hacia el animal y, cuando lo toca, es en partes no vitales. En una caza real tiene explicación la falta de puntería pero no en una escena de caza mágica. Otrosí, Pintan unos animales que luego no comen. O se lo comen todo, todo, todo porque no se han encontrado restos. Entonces, ¿Para qué los pintaban? ¿Por amor al arte?

Más: las pinturas suelen estar en lugares retirados y de difícil acceso como en Ojo Guareña. Si hay difícil acceso tendremos difícil exhibición, ¿no? Por ello, su ocultamiento y protección parece indicar una barrera. ¿Para quién? Para los no iniciados. ¿En qué? En algún culto primitivo.

Y, “a más a más”, fijarémosnos en la capacidad de abstracción que está presente en el arte rupestre desde sus inicios. La abstracción se aprecia en la integración de las figuras -figurativas o no- en un sistema metafísico de índole artística y religiosa (interpretación mágica, totémica, animista...). Pensemos en la serie de rayas, existentes en la galería de las Simas de Ojo Guareña. Evidentemente no podemos demostrar que el hombre paleolítico dispusiese de esta capacidad de abstracción pero…


Otra pista en este sentido es el culto a los muertos. Enterramientos, ofrendas, huesos recubiertos de almagre (símbolo de la sangre y de la vida), la posición fetal de los cadáveres y demás. El cementerio de Atapuerca muestra que el Homo Heilderbergensis (desde 450.000 años a. C.) ya tenía el pensamiento simbólico, como nosotros.

Con estas razones argumentales podremos suponer que había religiosidad en esa época. Pero, ¿de qué tipo? Algunos opinan que la religiosidad telúrica es la propia del arte paleolítico y de Ojo Guareña. ¡¿Qué?! Se refiere a la religiosidad de la madre tierra. Al fin y al cabo, quien nace, vive y muere en una cueva no ve a su divinidad como un dios del cielo. No les veo levantando los ojos hacia las alturas para ver la magnificencia de la divinidad. En una cueva uno se siente "dentro de algo" que te acoge, dentro de las entrañas maternas de la Tierra. ¿Se los imaginan observando estas pinturas dentro del húmedo y oscuro abrazo de la cueva, iluminados a la luz de astillas de enebro?


Esta religiosidad telúrica concibe a la divinidad como femenina –la diosa Madre Tierra-, vinculada a su esencia, representada originariamente en forma de animal, preferentemente de serpiente, macho cabrío, toro y similares.

Nuestra “intelligentsia” presentó a las Venus paleolíticas como recreación de la diosa madre Tierra. En las cuevas de Las Merindades, desgraciadamente, no hemos encontrado ninguna. Pero no se pierde la esperanza dado que se han encontrado en cuevas desde Asturias a Siberia. Ya saben: órganos sexuales resaltados, obesas –o preñadas-y con anchas caderas.


Hay otra forma más estilizada de representar a la diosa madre Tierra: el triángulo inverso. La condición vaginal de las cuevas, que comunican las entrañas de la tierra con el exterior, explica que en griego se llamaran “Delta” (triángulo) a las bocas de las cuevas. Eran consideradas santuarios de Deméter, la tierra-madre todavía en tiempos históricos. En Las Merindades de esos triángulos tenemos en abundancia. Son el eje y el tema central de todo el sistema artístico y religioso. Todos con el vértice hacia abajo. Todos menos uno son isósceles en Ojo Guareña. Evidentemente representa lo que todos pensamos: el pubis femenino. Hay triángulos en otra muchas cuevas, pero en ninguna cueva hay tantos ni tan reiterados, como si se tratara de una aliteración pictórica e ideológica para grabar la creencia básica. Son el tema central del sistema pictórico de este seguro santuario paleolítico. Además tienen forma triangular su misma entrada, el suelo y una roca saliente llena de huellas digitales.


Esta religiosidad telúrica venera también la vegetación con su eclosión primaveral y la alternancia: primavera frente a invierno o vida contra muerte. En sus ciclos anuales. La vegetación aparecía encarnada en un animal que evolucionará en un joven dios, o diosa, que muere y resurge en sincronía con el ciclo vegetal. Y es aquí donde nos aparecen la serpiente, los bóvidos, caprinos -sobre todo el macho cabrío-, équidos, cérvidos, etc.


Aunemos a estos animales la luna, sus fases y el agua. Ellos crean las manifestaciones divinas en la religiosidad telúrico-mistérica. Su poder influye en casi todos los sectores de la vida humana: la fertilidad agraria, la fecundidad humana y animal, la salud, así como la adivinación del porvenir y la subsistencia tras la muerte. De todas estas manifestaciones de la divinidad la más conocida es la serpiente. En Ojo Guareña tenemos los serpentiformes de la Sala de las Pinturas. Idem en Kaite II. Cuando llegó el cristianismo esta religión de la tierra estaba profundamente arraigada en la conciencia de las gentes de la cuenca mediterránea. Por eso, la Iglesia no pudo eliminar sus creencias y ritos, ni tampoco asimilarlos. Para apartar de su culto a los cristianos, vinculó los animales divinos con el demonio. Recuérdese el papel del macho cabrío en la brujería y la presencia negativa que ya tenían en el antiguo testamento la serpiente y el toro por su vigencia en la religiosidad cananea.


También son representaciones de esta religiosidad las figuras humanas disfrazadas (cornamentas y pieles). Las de Ojo Guareña han sido catalogadas como brujos y chamanes (H. Breuil). Se les ve como "el Señor de los animales" o el "Señor primordial y sobrenatural de las fuerzas mágicas". Podrían ser considerados, al menos, como anticipos de los jóvenes dioses postpaleolíticos, vinculados con la diosa madre Tierra. ¿Y si digo que Dionisio o Baco procederían de aquí? Para algunos autores el nombre y algunos aspectos del "carnaval" proceden de su entrada triunfal en una "nave" (carrus navalis) en los puertos del Mediterráneo al comienzo de la primavera. Dionisos, o Baco, dios de las viñas era acompañado por los sátiros. Entonces se representaban las comedias y tragedias, cuyo premio consistía en un tragos, o sea, en un pellejo de macho cabrío (un odre) lleno de vino.

En las religiones telúrico-mistéricas uno se incorporaba mediante un rito de iniciación. En varias cuevas hay huellas de pies descalzos, siempre pocas y la mayoría de pies pequeños, o sea, de niños o adolescentes. Apoyado en este dato, no han faltado quienes hayan descubierto, en las huellas, residuos de un rito de iniciación en la pubertad. Es posible. Pero Ojo Guareña parece contradecirlos: hay muchas, algunas de pies exageradamente grandes, en las llamadas por ello Galerías de las Huellas.


Todo esto seguro que nos resulta muy lejano. Y no es eso, ¡es algo cercanísimo! Nos ha acompañado desde aquel lejano momento. Fijémonos en dos palabras tan dispares a primera vista: humus (tierra) y homo (hombre) pero que no lo serían porque nos vincularía con el significado telúrico que grita el origen terreno -de tierra- del hombre. Asociémoslo con la práctica de “inhumar” los cadáveres humanos. Que refleja el retorno al seno de la madre… tierra.

Quizá nuestra sociedad moderna nos aleja de lo que está oculto bajo el asfalto pero, parecería, que parte de la sociedad reclama aceptar a La Tierra como un gigantesco ser vivo y divino. En cuanto tal, la llaman Gaia (Gea), nombre griego eolio y más bien poético de la tierra y de la arcaica diosa griega Tierra.



Bibliografía:

“Las Merindades de Castilla Vieja en la historia” trabajo coordinado por Rafael Sánchez Domingo.
“Las religiones” por Manuel Guerra Gómez.
“El arte rupestre de Ojo Guareña: singularidad y pervivencia en el tiempo”. Ana Isabel Ortega Martínez y Miguel Ángel Martín Merino (G.E. Edelweiss).
“Arte Rupestre en el Karst de Ojo Guareña (Merindad de Sotoscueva-Burgos): Trabajos de Documentación y Estudio en La Sala de La Fuente”. Juan A. Gómez-Barrera, Ana I. Ortega Martínez, Miguel A. Martin Merino, José J. Fernández Moreno, Jesús Del Val Recio, Marcos García Díez, Francisco Ruiz García, Pablo Latorre González Moro Y Leandro Cámara Muñoz.
“Datacion de las pinturas y revisión del arte paleolítico de cueva palomera (ojo Guareña, Burgos, España)” María Soledad Corchón, Hélène Valladas, Julián Bécares, Maurice Arnold, Nadine Tisnerat Y Hélène Cachier.
Periódico “Crónica de Las Merindades”.