Que no te asusten ni la letra ni el sendero de palabras pues, amigo, para la sed de saber, largo trago.
Retorna tanto como quieras que aquí me tendrás manando recuerdos.


domingo, 30 de julio de 2023

Paramos en Argés.

 
 
Nos situamos en el Valle de Manzanedo, tan cerca y tan lejos de Villarcayo, y que aparece citado por primera vez en 1352 (“Çiudat de Mançanedo”) para acercarnos al pueblo de Argés. Esta localidad -bueno, esta zona- estuvo ocupada ya en el neolítico-calcolítico como nos lo demuestra un dolmen allí presente; estuvo ocupado en la Protohistoria como se ve en el cercano Castro Redondo; también en época romana, gracias al campamento situado en la península de Las Mesillas; y en la Alta Edad Media a través del eremitorio de San Pedro. Este pueblo formó parte de la jurisdicción del Valle de Manzanedo que, a su vez, estaba incluido en la Junta General de Las Merindades.

 
Un vecino de Argés (Domingo Iohannes de Arages) hizo de testigo en una venta al monasterio de Rioseco permitiendo datar el pueblo en esa escritura de 1207. En 1235 conocemos dos individuos de Argés que hacen de testigos de Castilla Vieja en un documento por el que la abadesa de Villamayor, llamada Marina, permutaba unos bienes con Diego González. Ella entregaba todo lo que tenía en Robledo (Castilla Vieja). Los firmantes de Castilla Vieja son fijosdalgo y labradores, casi todos de lugares del actual Valle de Manzanedo y sus pueblos limítrofes. Entre los hidalgos figura Gil de Farages y entre los labradores Juan Martínez de Farages. En 1237 el rey Fernando III confirmaba al monasterio de Rioseco los bienes que poseía donados por él mismo y sus antecesores y entre ellos se cita solares y heredades en Farages (Argés).

 
Argés se denomina Forrages en 1350 dentro del Becerro de Behetrías. Lo identifican como lugar de señorío de Pedro Fernández de Velasco donde el monasterio de Elines tenía un solar y otro el monasterio de Rioseco, que estaban yermos. Pagaban al rey moneda y servicios. Al Señor le pagaban sus infurciones -tributo que se pagaba por el solar de las casas- en cada solar. La cuantía iba desde ocho almudes de pan mediado (mitad trigo y mitad cebada) y 20 maravedís en moneda a dos almudes de pan mediado y 8 maravedís y sendas gallinas por carnestolendas.
 
Parece que en 1515 Argés estaba yermo según el apeo de los bienes diocesanos de ese año. En 1591 tenía 11 vecinos. Gozó de la protección del rey, según declararon sus pobladores en las respuestas generales del Catastro del Marqués de la Ensenada en 1752. A Argés llegó Felipe López de Irús que se reunió con los lugareños Francisco Ruiz, Felipe García y Tomás de la Serna, cura beneficiado de la población de Manzanedo. El de Argés era Andrés Sánchez que estaba ausente. El catastro dice muchas cosas en un orden y con unas expresiones de su tiempo que, a veces, confunden. Entre otras cosas nos cuenta que el pueblo tenía un “pedazo de monte áspero que llaman Castro Redondo”; que las tierras son de secano que no sirven para hortalizas ni dan frutos dos veces al año. Había olmos, encinas y robles en diversas fincas. Cultivaban trigo, centeno, comuña, maíz, habas, legumbres, lino, yeros, avena y cebada. No había ingenios de ningún tipo en el pueblo, pero sí 75 colmenas, bueyes de labranza, machos, pollinos, caballos, novillos, carneros, cabras, cerdos… Tampoco piensen que eran muchos porque sólo había ocho vecinos (es decir, unos 60 habitantes) que vivían en once casas en el casco urbano. Dado su tamaño carecían de cargos públicos, hospitales, tabernas y demás. Incluso carecían de casa del cura porque este residía en San Miguel de Cornezuelo.

 
En el diccionario de Miñano, hacia 1826, nos comentaba que tenía 39 vecinos. ¿Pocos? Sí. Porque sumaban 188 habitantes que pastoreaba una sacerdote. Ya les digo que me parece una cifra muy, pero que muy, abultada. Un error, casi seguro. Describía Argés situado en una cuesta a distancia de ¡un tiro de bala! del pueblo. Producía unas 400 fanegas de granos, 190 de grana y abundantes hortalizas y legumbres. Los vecinos se dedicaban a la agricultura.
 
Pascual Madoz (1850) nos decía que el pueblo se componía de “treinta casas de dos pisos y de 20 a 25 pies de altura que formaban varias calles incómodas, sucias y sin empedrar”. Nos cuenta que tuvo escuela de primeras letras abierta solo algunas temporadas al año a la que acudían de 15 a 20 niños y niñas. Nos dicen que la iglesia está bajo la advocación de San Pedro con un cura de provisión. Abundaban los robles, encinas y pastizales. Deja constancia de que el Ebro está a seis minutos del pueblo “cuyas avenidas son tan excesivas que la que tuvo lugar el 18 de febrero de 1843 se elevó 28 y medio pies sobre su nivel natural”. Para llegar al pueblo los caminos eran carreteros de pueblo a pueblo. Se cultivaba trigo, centeno, maíz, yeros y legumbres. El ganado era lanar, cabrío y alguna vaca y burro. Constan 52 residentes lo que es reducir a una cuarta parte el número de residentes de hacía 25 años. ¿Error o falsedad? Seguro que no fueron tantas ni son tan pocas.

 
Quizá esa posible mentira fuese perdonada por el cura beneficiado del lugar Luis Ruiz Díez, de cuarenta años, que tenía 97 personas viviendo en Argés. ¡Albricias! Aumentó de nuevo la población. Si lo miramos por vecinos -peculiar calificación administrativa- eran 26 vecinos. La misma cifra figura en 1863. Pero, es que, para 1872 vivían allí 103 personas. Y, según el “Anuario Riera” de 1880, este año residían 120 ciudadanos en cuarenta y ocho casas, “en su mayor parte de dos pisos, y están distribuidas formando alguna calle irregular; hay una fuente de cuyas ricas aguas se surte el vecindario”. Este anuario nos informa que el terreno es de mediana calidad cosechándose trigo, centeno, hieros, maíz y legumbres.

Anuario Riera de 1908
 
Al finalizar el siglo XIX -1894- contaba con 84 personas. De 1905 a 1911, al menos, el párroco era Lino Sanz Llorente que cuidaba del espíritu de sus 65 habitantes. En 1950 había 55 habitantes de hecho. Que nos dice que solo ocupan once viviendas con otras veintiún edificaciones para otros usos. La Guía diocesana le atribuye dos residentes en el año 2000 fruto de la persistente emigración de la segunda mitad del siglo XX.

 
Su iglesia, dedicada a Santa Eulalia, es de construcción sencilla, de una nave. En algunos documentos nos citan que la advocación es San Pedro. Fue restaurada ofreciendo hoy un buen aspecto. Tiene ábside rectangular, la portada es románica simple y la torre es una espadaña rematada en pináculos y cruz, con dos huecos y dos campanillos. Sus libros parroquiales dan comienzo en 1595. Esta iglesia románica podemos datarla en la Plena Edad Media.
 
 
 
Bibliografía:
 
“Diccionario geográfico-estadístico-histórico de España y sus posesiones de ultramar (1846-1850)”. Pascual Madoz.
“Diccionario geográfico-estadístico de España y Portugal”. Sebastián Miñano y Bedoya.
“diccionario geográfico, estadístico, histórico, biográfico, postal, municipal, militar, marítimo y eclesiástico de España y sus posesiones de ultramar”. Pablo Riera Sans.
“Anuario del comercio, de la industria, de la magistratura y de la administración”.
“Anuario Riera”.
“Indicador general de la industria y el comercio de Burgos”.
“Amo a mi pueblo”. Emiliano Nebreda Perdiguero.
“Las Merindades de Burgos: un análisis jurisdiccional y socioeconómico desde la Antigüedad a la Edad Media”. María del Carmen Sonsoles Arribas Magro.
“Estadística del Arzobispado de Burgos”.
“Censo de Población de las provincias y partidos de la Corona de Castilla en el siglo XVI”. Tomás González.
“Nomenclátor de las ciudades, villas, lugares, aldeas y demás entidades de población de España formado por el Instituto Nacional de estadística con referencia al 31 de diciembre de 1950”.
Becerro de Behetrías.
“Colección Historia de Las Merindades de Burgos. El Valle de Manzanedo. El Valle de Mena”. María del Carmen Arribas Magro. 
 
 
 

sábado, 15 de julio de 2023

El camino bercediano.

 
 
¿Cuándo nos damos cuenta que estamos a las puertas de una guerra? Generalmente nunca. Las personas que padecen una guerra suelen pasar por unos segundos de conmoción antes de entrar en pánico. Y, para sorpresa de los individuos del futuro, la vida transita suavemente intentando resolver problemas del día a día. Como construir una nueva carretera al final del reinado del rey felón.

 
Fernando VII pasó por Burgos en 1828 y, viendo el panorama, ordenó hacer una vía que uniese Burgos con el mar Cantábrico. El rey firmó un Real Decreto expedido en Palencia el 20 de Julio de 1828 donde accedía a las peticiones del intendente de la provincia de Castilla Vieja y el Ayuntamiento de las Merindades de Castilla la vieja, para construir un camino sólido desde Burgos por Villarcayo al pueblo de Bercedo donde debería unirse con el que estaba haciéndose desde Castro-Urdiales. Una ocasión de oro la actitud real porque se llevaba buscando este nuevo camino durante unos tres siglos y que se terminó en solo dos años de trabajo. Sin maquinaria moderna. Finalizado, “administrativamente”, el 10 de Julio de 1831.
 
En 1832, se presentó una memoria sobre la ejecución de dicho camino. Fue presentada por la junta de Burgos, encargada de esa obra, y que estaba compuesta por León de Ormaechea (intendente de la provincia de Burgos), Bernardo Antonio Sainz de Varanda (Dean en la diócesis de Burgos), Francisco García Sainz (arcediano de Valpuesta), Juan Fernández Calderón, Toribio José Cortés (Regidor perpetuo de Burgos) y Manuel García Cármenes. Este último era el vocal secretario de esa junta. Y el Ministerio de Gracia y Justicia supervisó la obra (¿Ministerio de Fomento u Obras Públicas?) para evitar las luchas de competencias entre autoridades y otras incidencias.

 
La construcción -¿no sería mejora?- de este camino hacía pensar a la Junta de Burgos en un desarrollo económico de Las Merindades permitiendo así aumentar su renta, su comercio y fijar población. Parece que hace doscientos años se manejaban los mismos argumentos que hoy. Se dijo que facilitaría el establecimiento de fábricas de harinas y molinos de agua al borde del camino a Bercedo. Que se podría vender la excelente madera de los montes circundantes al nuevo camino carretero. Maderas de nogal, cerezo o haya preparada gracias a las sierras movidas por agua que se construirían.
 
Los hitos de esta ruta por Las Merindades empezaban en Villalta y seguía por Pesadas, Valdenoceda, venta de Los Hocinos, Incinillas, Villalaín, Villarcayo, Bocos, Gayangos, Baranda, Villalázara, Villasante y, finalmente, Bercedo. Que es la ruta que recorremos habitualmente con la CL-629. Y, me dirán, que ese camino ya estaba hecho. Que… ¿acaso no pasó por él Carlos I de Castilla o Carlos V del Sacro Imperio Romano Germánico? Sí, existía. Y, sí, pasó por aquí el emperador, pero no era exactamente este camino.

Villalta (Google)
 
Entiéndanme, desde que pasó el emperador hubo al menos cuatro diferentes reconocimientos del terreno y el camino por Ingenieros comisionados al efecto. El ingeniero Antonio Bolaño, ayudante de la Inspección de caminos, conocido por sus trabajos científicos acerca del canal de Albacete, en las nivelaciones para la apertura de otro para comunicación del Ebro con el Duero y en otras ramificaciones en Castilla la vieja, en certificación que extendió en Laredo a 26 de Septiembre de 1801 dijo: “Que habiendo sido Comisionado por la Dirección general para el reconocimiento topográfico del curso debido dar a la nueva carretera empezada á abrir desde aquella Capital (Laredo) a Castilla, y del territorio verdaderamente interesado en sus beneficios, y habiendo verificado sus más prolijas y exactas operaciones halló que para producir dicha carretera todas las utilidades de su objeto, que es el surtido de vinos, aguardientes, granos, aceites y demás artículos del interior de que necesitaba el país de la Costa, y dar salida a la abundante pesquería de aquella ensenada y ría y a los hierros en bruto y labrados de muchas terrerías, martinetes y fraguas que trabajan en sus costados y demás producciones y artefactos de su suelo, era indispensable habilitar a curso cómodo de ruedas no solo los brazos proyectados de la carretera principal desde el campo de Villasante el uno por las inmediaciones de Villarcayo, Hocinos y Cuesta de la Hoz de Valdivielso a Villalta, para Burgos, Palencia, Valladolid etc. y el otro por las cercanías de Medina de Pomar, la Horadada y Oña a la Bureba, Sierra de Cameros, Osma y Aranda”. Añadió: “Que debe hacerse otro camino desde el puerto de Castro-Urdiales por las Encartaciones, Valmaseda y Valle de Mena a incorporarse con la primera carretera en Montija con palpable utilidad del comercio de Bilbao y mucha parte de Vizcaya en las de Castro-Urdiales, Villalta y Campos, y al de Santander y territorio que sale por el puerto de El Escudo en las cuatro viadas del inferior”.

Mapa de caminos de España 1835
 
Subrayar que para 1830 se esperaba que la diputación del Señorío de Vizcaya terminase el corredor del río Cadagua hasta Valmaseda y se valoraba como algo sencillo mejorar el camino entre Bercedo y el límite con Vizcaya. En el siglo XVIII una casa de comercio de Bilbao había construido en lo alto de la cuesta de Nuestra Señora de la Hoz, en la venta de afuera, u Hocinos y entre Villasante y Bercedo grandes almacenes para la custodia de las lanas merinas cuando sobrevenían temporales que impedían los trasportes. Vemos que era un camino transitado e interesante económicamente.
 
Fijémonos en lo que escribió Antonio Bolaños. En su texto deja entender que hasta ese siglo XIX los caminos no eran todos totalmente carreteros, sino irregulares, estrechos, con grandes pendientes y con unos firmes que no facilitaban el tráfico rodado. Por esta causa la arriería siempre estuvo muy desarrollada. No obstante, por resultar más seguro y económico el carro o carreta -una carreta podía llevar la carga de varios mulos- sustituyó siempre que fue posible al tráfico mulatero. No era extraño que una determinada carga se trasvasase de carro a mulo y viceversa varias veces a lo largo de un envío. La razón era superar los pasos difíciles o las grandes pendientes. Por último, la carretería dañaba las vías con sus pesadas ruedas, requería madera y pastos y, además, caminos anchos.

Vieja curva (Páramo de Masa). Google.
 
Esos “anchos caminos” se empezarán a construir, con una visión moderna, a partir de la carretera de Reinosa a Santander proyectada en 1748 por el ingeniero militar Sebastián Rodolphe. Se terminó en 1753 reinando Carlos III. Para estas nuevas vías se excavaba hasta llegar al terreno firme, colocándose en sus márgenes una pared o muralla de losas de, al menos, tres pies de rey de altura. En la caja así formada por el firme y las losas de los márgenes, se iban colocando: primeramente, una cama de piedra gruesa; sobre ésta, otra de piedra menuda, que con pisones se iba convirtiendo en cascajo menudo que encajaba sobre el primer lecho de piedra gruesa. Este cascajo, en las capas superiores iba disminuyendo de tamaño por el efecto del golpeo, y finalmente, a todo el perfil se le daba forma abombada para facilitar el drenaje de la carretera.
 
La junta directiva, la Junta de Burgos, se constituyó el 26 de agosto de 1828 con la primera misión de obtener un fondo de dos millones de reales. Santiago de Arcocha, vecino de Burgos, estuvo encargado de la recaudación de los fondos. Recurrieron a varios capitalistas -hoy serían bancos- a los que ofrecían los escasos arbitrios -tributos o tasas- con los que contaban. Fernando VII había decretado destinar para los gastos de esta obra, los fondos del arbitrio que se impuso sobre Las Merindades de Castilla la Vieja para el camino de Laredo. Los financieros dijeron que no eran garantías suficientes, que les presentasen un proyecto, un presupuesto y una previsión de ingresos… y que ya hablarían.

La Mazorra (1945)
 
Aparte de los asuntos financieros, se nombró un director facultativo que midiese y delinease el futuro camino, levantara los planos de los puentes necesarios y presentase datos exactos. Este profesional seguro que habría estudiado el libro de Tomás Manuel Fernández de Mesa, denominado “Tratado Legal y Político de Caminos Públicos y Posadas” de 1755. Se preconizaba que los caminos fuesen rectos para evitar rodeos y disminuir las distancias, pero pragmáticamente hablaba de compensación de tierras, lo que daba lugar a las curvas que también definía. Y que se trazaron “en porción de círculo” para facilitar los giros. Los caminos también variaban en su anchura según la importancia de la ruta. Hoy hablaríamos de dos, tres, cuatro carriles. Así los diseñaban con un ancho entre 30, 28 y 24 pies (el mínimo era unos 6`7 metros). Se proponía modular el ancho en función de la población y que en las cercanías de las ciudades debían ensancharse más debido al aumento de la circulación.
 
Pero todas estas moderneces costaban dinero, por eso los arbitrios citados. Para conseguir fondos se citó a numerosos pueblos para que aportasen dinero y un delegado acordado por la mayoría de votos de los Ayuntamientos de la provincia. Aun así, hubo un diputado o vocal específico de Las Merindades en la junta diferenciado del citado provincial. ¿Causas? Habían presionado para que se hiciese la carretera y eran los principales pagadores. Los delegados fueron nombrados el 26 de diciembre de 1828.

Granja de Los Hocinos (Google)
 
Más datos. La carretera mediría 336.000 pies castellanos  (0´278635 metros por pie) con un coste por pie de 13 reales. Esto daba 4.368.000 de reales de vellón. Se redondeó a 4.500.000 reales –como diría la ministra de Hacienda del gobierno de Pedro Sánchez: “Chiqui, ¡¿qué son cuatro millones y medio?!”- para el pago de las posibles expropiaciones. Digo posible porque se buscó que la carretera pasase siempre que pudiese por terrenos baldíos. Los capitalistas no picaron porque no había una clara, y segura, previsión de ingresos. Además, Fernando VII, subió impuestos para pagar deudas con Inglaterra y Francia. Y eso podría haber significado que los ciudadanos tenían menos dinero para otros impuestos. Como hoy.
 
¿Solución? El gobierno de “Su Majestad”, a través del ministro de Gracia y Justicia Francisco Tadeo Calomarde y Arría Hinojosa y Rabadán, gravó a cada uno de los 66.252 vecinos de la provincia de Burgos con el impuesto de un real y cuartillo de vellón por año y otro real de vellón por cada una de las fanegas de sal que consumiesen. 82.815 reales el primero y 53.760 reales el segundo. Como no era suficiente se extendió este gravamen a todas las provincias que se beneficiaban directamente con la obra, pero solo en la cantidad de un real y un cuartillo por casa útil. Esto último se estimó en un líquido anual de 488.371 reales vellón. Las provincias donde se impuso este gravamen fueron: León, Ávila, Palencia, Salamanca, Segovia, Valladolid, Zamora, Soria y Burgos. No estaba Santander porque pagaba el camino de Burgos a Santander ciudad. La cantidad era de 36.454 reales. Y, sí, pienso como ustedes: ¿no estaba muy lejos León de Bercedo?

Francisco Calomarde
 
De los fondos obtenidos se aplicaron 37.900 reales para el pago de la Dirección facultativa, los de gestión de Junta, y los de Intervención y Depositaría. Y 225.000 reales de vellón anuales para satisfacer los réditos de los capitales que se adquiriesen. Se reservará un fondo de 200.000 reales para amortizar anualmente 100 acciones seleccionadas por sorteo. Compensando ingresos y gastos se obtuvo 25.471 reales a favor de la empresa.
 
La recaudación la ejecutaban los subdelegados principales de la policía a cambio del cuatro por ciento por razón de gastos de repartimiento y premio de depositaría y además el coste de impresiones de cupos y circulares a los pueblos. La junta gestora, para favorecer la transparencia de cuentas, autorizaba a todo acreedor de más de veinte mil reales, 1.000 pesos fuertes, para examinar las cuentas y enterarse de la inversión de los fondos. Con todo lo dicho, y hecho, la junta hizo circular un manifiesto con la valoración económica descrita y acordó abrir un empréstito hasta en cantidad de cuatro millones y medio de reales por acciones endosables y negociables de cien pesos fuertes cada una, de las cuales ofreció amortizar ciento cada año por sorteo riguroso el día de San Fernando, pagando mientras un interés anual del cinco por ciento. Se ofrecieron a los capitalistas cuantas garantías pudieran desear, les convidó a tomar parte en una empresa de que por todos los términos regulares podían prometerse una ganancia segura, y finalmente extendió este mismo proyecto a admitir también empresarios que tomasen a su cargo obras a pagar en esta clase de papel moneda.

 
El director facultativo dividió la obra en varios tramos para facilitar la concurrencia de licitadores a los diferentes tramos. Los que ganaron la contrata aceptaron recibir algunas cantidades en metálico a cambio de renunciar durante tres años al derecho a la amortización de las acciones con las que cobraban. Para diciembre de 1830 se había pagado certificaciones a estos empresarios por 877.703 reales en metálico y 3.898.000 en acciones. Una gran cantidad si tenemos en cuenta las previsiones porque la Junta asumía que el total rayaría los 8.000.000 de reales. Si han tenido una empresa sabrán lo que son los problemas de liquidez. Ese pago con acciones fue convertido en efectivo por debajo de su valor. Algo así como “descontar papel”.
 
Las expropiaciones, obviando el justiprecio en que se pudo valorar sus bienes, se pagaron con acciones porque la Junta de Burgos no tenía liquidez. El tasador fue uno de los celadores facultativos de la propia Junta para justificar así su coste durante el parón invernal. Estas acciones podían ser endosadas o vendidas y tenían amortización periódica, con la sola diferencia de que no ganaban más que un cuatro por ciento en lugar del cinco señalado a las otras. La administración, pues eso era la Junta de Burgos, lo justificaba porque sólo habían perdido bienes inmuebles frente a los capitalistas inversores que habían aportado dinero. ¿Cómo se quedan? Igual que yo. Y que ellos. Más aún, la Junta, al ser propietaria de los terrenos por donde transitaba el viejo camino y tenerlos que vender en subasta pública, los dividió en trozos y los tasó admitiendo que en los remates se pagase con las acciones procedentes de la expropiación. Cómo si se intercambiasen lotes. Un lío, pero algo parecido a pagar con fichas de un casino.

Gayangos
 
Hubo el deseo de que el camino estuviese protegido por árboles a ambos lados del mismo. De hecho, es algo que hemos visto por muchas carreteras menores de Las Merindades. Evidentemente en las actuales esto es un riesgo por la posibilidad de que un coche choque contra un árbol, pero entonces salvaba de una insolación a los transeúntes. La Junta de Burgos esperaba que les ayudase a ello el corregidor de Las Merindades de Castilla la vieja, el Licenciado Gabriel Gutiérrez. Y esto era debido a que se ordenaba a los ayuntamientos que plantasen esos árboles. Como deferencia se les dejaba elegir las especies a plantar. Aun así, la Junta estaba preocupada por el posible arbolado en el Páramo de Villalta -Páramo de Masa-, zona árida, azotada por los vientos del norte y con poblaciones demasiado humildes. Allí, además, los árboles eran necesarios para ayudar a los viajeros a no perderse en las ventiscas.
 
Conseguida la sombra se pensó en las fuentes. En su memoria de 1832 a Fernando VII dejaba constancia de haber construido una en Burgos y de que se construirían más en todos aquellos sitios con aguas saludables y abundantes. Eso sí, baratitas.

Valdenoceda
 
Y, por emplear terminología moderna, la concesionaria de la vía, la ya conocida Junta de Burgos, debía pensar un sistema para el mantenimiento de la carretera. Para ello decidió cobrar por su uso (como hoy) mediante los “portazgos”. Inicialmente lo fijó a tanto alzado, a las bravas, pero con la intención de bajarlo o subirlo si hubiera sido necesario. Los portazgos se cobraban, en Las Merindades, en la Venta de Afuera -Hocinos- o en la Intervención de Villalázara. Por ejemplo: Cada burro o mula eran 6 maravedís, cada caballo eran 6 mrs o carruaje con un caballo costaba 20 mrs. Eso sí, estaban exentos vehículos de la Casa Real, correos ordinarios, entre otros. Destacaremos que no pagaban los carruajes y caballerías que llevaban solo aperos de labor, mieses, estiércol y demás efectos de agricultura.
 
La nueva carretera se fragmentó para su construcción. El primer trozo discurría desde la puerta de San Gil hasta Villatoro con ocho alcantarillas y una fuente. El segundo llegaba hasta las ventas de Quintana-Ortuño, casi todo de grava, con sus veintidós alcantarillas y el antiguo puente de Vivar del Cid reconstruido. El tercero finalizaba en Las Torcas, disponía de veintiocho alcantarillas y un puente nuevo sobre el río Ubierna. Con el cuarto trozo se llegaba a Hontomín. El siguiente era hasta Cérnegula, con treinta alcantarillas. El sexto segmento de trabajo terminaba en el límite de Las Merindades: Villalta.

Puente de Valdenoceda (Google)
 
De Vilalta a Pesadas, con catorce alcantarillas. La octava parte llegaba hasta el inicio del puerto de La Mazorra. La siguiente fue hasta la peña del Ayre con toda su explanación, veintidós alcantarillas y varios puentes. Pasado ese punto empezó la décima sección. La desubicada peña del Ayre fue desmontada. El camino continuó unos 240 metros hasta un puente y una alcantarilla y 60 metros de pared de tres metros de espesor y trece de altura. El metro lineal salía a unos 1.400 reales de vellón. Una cifra alta en consonancia con lo que era salvar ese puerto. La siguiente fase fue un nuevo puente sobre el Ebro que era definido así: “Un puente de nueva planta sobre el Ebro de un arco de figura elíptica de 75 pies de diámetro, formado por tres centros, siendo el radio mayor de 105 pies con que se monteó el último tercio. Tiene 46 pies de elevación desde la superficie de las aguas ordinarias, por 31 de fondo la bóveda que quedó enteramente cerrada”.
 
El décimo tercer segmento fue el cañón de los Hocinos donde hubo que picar numerosas peñas y construir murallones en toda la línea de camino que sigue la izquierda del Ebro. De allí rápidamente hasta Villarcayo a lo largo de 7.990 varas (unos siete kilómetros) con 17 alcantarillas.

Baranda
 
De Villarcayo se creó otro pedazo para ejecutar hasta Villalazara con unos catorce quilómetros, cuarenta y dos alcantarillas y cuatro pontones de sillería de arco rebajado. Se recalzó el puente antiguo de Bocos sobre el río Nela, formando un tajamar. Se construyó también de nueva planta un puente de tres arcos escarzanos sobre el rio Trueba. Finalmente, de Villalazara a Bercedo.
 
Las dimensiones de este camino eran de seis metros y un cuarto con unos cuarenta centímetros de piedra martillada, un metro cada costado para formar el paseo y, además, las cunetas necesarias para las aguas. A su vez, se colocaron los miliarios para marcar las leguas y tornarruedas (sistemas para elevar ruedas a poca altura) en los sitios en que lo exige la altura de los terraplenes.
 
El director facultativo de la carretera fue el arquitecto y académico José Julián Calleja y Larramendi, quien desde el mes de diciembre de 1829 delineó el camino, levantó su plano total y los parciales de los puentes, extendió las condiciones facultativas para los remates de trozos y vigiló incesantemente las obras. En un mundo donde nos apenamos tremendamente por los accidentes laborales ya, hace doscientos años, la Junta de Burgos se sentía orgullosa porque no ocurrió ni una sola desgracia, a pesar del gran uso que se hizo de la pólvora.

Gasolinera de Bercedo
 
En la construcción participaron las “Fomento de Construcciones y Contratas” del momento recreadas en una serie de empresarios de obras públicas que se repartieron tramos y tareas: Manuel de Hormaeche, vecino de Munguía en Vizcaya, Joaquín y Antonio Oribe, Juan Manuel de Sagarminaga, Julián de Urquijo, Manuel José de Epalza, Juan de Derteano, de Bilbao, y Domingo Garmendia, José Antonio Labaca, y Bartolomé Martínez, de Castro-Urdiales.
 
Pero una vez entregada la obra no terminaba la cosa. Hasta este momento, y después en muchísimas carreteras, el sistema de mantenimiento de los caminos consistía en un peón por cada legua castellana. Siendo sueve les diré que era inservible. Imagínenselos con su azadilla, seguros en su puesto “de funcionario”, con otras tareas privadas -sus huertas, su ganado…- centrándose en tirar tierra a los agujeros que se producían en la vía. Así podían engañar al Celador facultativo. La Junta de Burgos contrató por quinientos ducados a un Celador facultativo que vigilase a los asentistas. Se contrataría 16 peones camineros por cinco reales diarios. Se asignó el contrato al principal empresario de las obras como truco para garantizarse el buen hacer del mismo en esa construcción. Se calculó mucho y bien el número de empleados necesarios y sus dotaciones. ¡Que había que construirles las casas! Diría que casi doscientos años después la autopista Vasco Aragonesa ha pensado de igual forma al eliminar los cobradores humanos sustituyéndoles por sistemas de autoservicio.
 
Nada nuevo bajo el sol… de Las Merindades.
 
 
Bibliografía:
 
“Memoria sobre el origen del camino de Burgos a Bercedo mandado construir por Real Decreto de 20 de julio de 1828”.
“Caminos burgaleses: los caminos del norte (Siglos XV y XVI)”. Salvador Domingo Mena.
“El estado asume la iniciativa (siglos XVIII Y XIX)”. Ignacio García-Arango Cienfuegos-Jovellanos.
Google.