Que no te asusten ni la letra ni el sendero de palabras pues, amigo, para la sed de saber, largo trago.
Retorna tanto como quieras que aquí me tendrás manando recuerdos.


domingo, 31 de enero de 2016

El cura de Zangández (Anexo)



Realizo esta entrada exprés para hacerles partícipes de unas fotos que complementan una serie de entradas realizadas en 2014:










Estas fotos me las remitió Don D.A.U. (sus iniciales, claro) y son una muestra del libro de recortes sobre este caso de Ortega Frías que fue el abogado defensor de Mauricio Alonso, cura de Zangández.




Este abogado burgalés que comenzaba en la profesión llegaría a participar, como defensor, en el juicio del crimen de Fuencarral.








jueves, 28 de enero de 2016

¡Tamayo quiere vivir!


Para muchos es solo una palabra vacía, sin significado, a lo sumo un apellido oscuro, como muchos otros… para unos pocos es su nombre de familia, lo que les resulta suficiente, o no. Sepan que es algo más: un pueblo de la vieja Merindad de Castilla Vieja.

Pero es uno de tantos lugares convertido en ofrenda a la naturaleza donde las únicas pisadas que se sienten son fruto de caminantes o de amantes del pasado, de su pasado.

Tamayo frente a Oña (Google)

¿Por qué se abandona un pueblo? Las razones son varias que pueden actuar de forma aislada o coordinada y, a veces, sin que actúen el pueblo muere:

  • El agotamiento del sostén económico.
  • Un desastre natural.
  • La guerra con sus secuelas de exterminio.
  • Traslado de la población por causas administrativas.
  • Migración en busca de mejores sustentos. Lenta o rápida.
  • Aislamiento de las vías principales de comunicación.
  • Carencia de servicios que hacen la vida más cómoda.


¿Y Tamayo? Indaguemos.

Tamayo, que está en la vertiente sur de la sierra que separa los valles de Caderechas y Valdivielso, situado al pie y falda de una pendiente que le defiende de los vientos del Norte, a escasos dos kilómetros de Oña, en una prominencia sobre el río Oca, languidece.

Por Tamayo pasaba una strata via separada de la actual carretera que va más al sur. Este camino fue puesto de relieve por Cadiñanos puntualizando que la vía era la que enlazaba Castro Urdiales con el desfiladero de la Horadada y la Bureba. Algunos apuntan a ese cambio de la carretera como una razón de su desaparición.

Cuando nos acercamos a sus calles tomadas por las hierbas vemos sus casas caderechanas -un entramado de piedra y adobe- vacías y escombradas que cubren su desnudez con el verde de las plantas. Nada queda del pueblo famoso por sus recuas de arrieros, nada, solo el silencio.

Incluso el Street View ha recorrido la población

Los primeros rastros del pueblo los encontramos en el año 967 cuando lo sitúan como referencia para el lugar de Sorroyo. Y es que las risas, los juegos infantiles, el llanto y el espanto ante los enemigos ya crecían cuando en el 7 de marzo de 993 los hermanos Ovieco, Odesenda y Fernando venden a Diego y su mujer Prolina una heredad en Tamayo por 10 sueldos de plata. Conocemos la existencia de viñas (¿de chacolí?), huertos y viviendas.

Una leyenda atribuye a don Gómez, caballero del Rey Alfonso II “el casto”, la construcción de su casa solar y dos torres llamadas las Torres de Tamayo. Creado el monasterio benedictino, en el 1011, figura como posesión de Oña. Lo que sí sabemos es que Don Sancho, Conde de Castilla, y su mujer Doña Urraca, conceden a los vecinos de Tamayo y de Oña la plantación y el cultivo de la Nava el 28 de febrero de 1011.

Castillo de Tamayo (Cortesía de Castillos del Olvido)

Si se fijan el documento indica que son dos pueblos diferenciados. En 1148 se detallan las posesiones de Oña y… ¡No aparece Tamayo! Pero desde 1152 dependerá ya eclesiásticamente de Oña.

Hemos hablado de la construcción de una casa fuerte de la que escasamente queda un paño. Puede que de origen bajomedieval sabemos que en el siglo XV existía. Bien pudiera haber sido la primera construcción del lugar –idea afianzada por la leyenda de don Gómez- al tener una ubicación estratégica en un paso de acceso y de defensa hacia o para los pueblos habitantes del norte.

Los restos, situados en la parte alta del pueblo, no muestran escudo alguno. Desgraciadamente fueron usados como cantera para otras casas. Desde su posición se divisan los accesos, cercanías, terrenos, construcciones e incluso el pueblo de Oña.

El castillo se otorga a la familia de los Salazar a finales del siglo XII-XIII que lo reconstruyen. Pistas de ello lo vemos en los cartularios de Oña donde se hace referencia a Tamayo y a una serie de personajes como “caballeros”, “infanzones”, o cuando se habla en un apeo del siglo XVI, de los “Señor Lope de Salazar”, como “Señor de las Torres de Tamayo”.

El “Catalogo de fortificaciones medievales de la Bureba” de Ricardo Cuesta Juarrero nos cuenta que “se levanta sobre un paralelogramo alargado hacia el noroeste con una esquina, la del sureste, redondeada debido a la adaptación al montículo rocoso en el que se apoyó. Mide 45 metros de largo por unos 20 de ancho. Los muros no llegan al metro de grosor. La puerta se abrió al oeste por ser el único lado accesible a la fortaleza, Al pie de las torres mana una fuente en el interior de una cueva, en la que se asegura que hizo penitencia durante muchos años San Iñigo”.

Plano del castillo de Tamayo

Doña María Alonso, manceba del rey don Pedro, heredó el solar y fundó un mayorazgo formado por la casa, la mitad de la iglesia –donde se enterraba a la familia- ciertas otras posesiones y la torre de Tamayo. Del mayorazgo dependían también unos torrejones en las afueras de Tamayo de los que no queda nada.

En 1427 la dama de esta torre María Alfonso Delgadillo, y su hijo García de Salazar, se enfrentó al todopoderoso monasterio de Oña por una cuestión de derechos. Los frailes acusaban a la señora de construir su torre en tierras del monasterio. Ella argüía que Tamayo era Behetría suya y que, previamente, ya existía una torre en el lugar. La Chancillería dio la razón a María, aunque le prohibió seguir edificando. García de Salazar, de la Casa de los infanzones de Tamayo, mantenía la prestancia de su linaje en la Corte de Juan II.

Claro que a principios del siglo XVII parece la torre, y una venta que poseían, estaban caídas. Constan algunas reparaciones en la torre.

Interior de la Iglesia de Tamayo (Cortesía de ZaLeZ)

Aparte de los “castillos” tenemos los edificios eclesiásticos como imprescindible referencias de los pueblos. Si la advocación principal es San Miguel ya pueden suponer que la fiesta mayor era el 29 de septiembre. Y, dada la ermita, celebraban el 5 de agosto por la Virgen de las Nieves. Esta fiesta veraniega era especial. Partían en procesión llevando a San Miguel y continuaba con bailes en la calle del Sol. Cuando anochecía continuaban bajo la luz de un pellejo de vino ardiendo durante horas por la pez que les suele impregnar.

Esta ermita amenazaba ruina en 1924 cuando retiraron las imágenes que albergaba. Su Cristo Crucificado, San Juan, La Magdalena y la Virgen de las Nieves están hoy en la iglesia oniense de San Juan. Por lo visto de nada sirvió el derribo de la ermita de San Sebastián, en 1863, con la que se reconstruyó la primera. De la tercera ermita en discordia, San Frutos, no hay rastro alguno.

La iglesia está mejor. Pero cuentan que en los últimos años del pueblo, con la escalera del campanario caída, las campanas eran tocadas gracias a la facilidad para trepar el moral adherido a la espadaña. La portada es gótica con dos archivoltas superpuestas y una cornisa de guardapolvo del siglo XIV. El resto de la fachada hasta el campanario es renacentista, con arcos de medio punto del siglo XVI. Las bolas del remate de la espadaña son del siglo XVII-XVIII.

El 1752 tendrá tres sacerdotes: un cura beneficiado, un capellán de la iglesia y un capellán de Cantebrana. Las peleas con los frailes de Oña seguían y se reflejan en el catastro de Ensenada, que resalta que está rodeado de propiedades de Oña y que solo cultivaban viñas de ínfima calidad, guindas y centeno.

Página inicial del Catastro de Ensenada correspondiente a Tamayo

Gracias a Dios había colmenas, solo siete, propiedad de Matías Alonso, Pedro Alonso, dos de Tomas Martínez, Francisco Linaje y dos de María Alonso de Prado. Y 86 cabezas de carnero, ovejas y crías; 59 caballerías para el negocio del transporte; y cinco caballerías para uso de sus dueños.

Todo esto lo mantenían en marcha los 23 vecinos y sus familias que habitaban 28 casas y que se rascaban el bolsillo para hacer frente al censo de 19.800 rv. de principal y al 2% de impuestos a favor de Oña más otros pagos, incluidos los pleitos con Oña. Ni siquiera poseían tabernas donde ahogar sus penas, ni hospitales, cambistas, mercaderes, Médicos, Cirujanos, Boticarios o Escribanos. Los servicios médicos eran cubiertos por los titulares de Oña. Eso sí, arrieros, muchos: 13 y, dado que era un censo económico, se detallan nombres y número de machos o caballerías. Y un tejedor de lienzos. Y seis jornaleros que trabajaban tierras de Oña principalmente. Y sus pobres: 6 niños y una mujer que pide limosna.

El diccionario de Miñano nos remite a la entrada de las Caderechas donde nos indica la producción general de la comarca: frutas, lino y chacolí.


Llegando al diccionario de Madoz (mediados XIX) tenemos escuela primaria y más casas (70) que en el siglo anterior pero un número similar de vecinos. La población es de 25 vecinos y 90 habitantes, que viven del cultivo de cereales, legumbres, vino y fruta y de la cría y caza de perdices y palomas. Junto a la parroquia de San Miguel nos revela la presencia de una ermita bajo la advocación de la Virgen de las Nieves que hoy está totalmente arruinada. Y fuera de la población otras dos. Falla en cuanto a la antigüedad de la población: 430 años.

Madoz recoge la noticia de un terremoto que en los días 19 y 20 de marzo de 1848 pudo hacer desaparecer a Tamayo del mapa. Un arriero fue a avisar a la población del movimiento de tierras, dos días…

“(…) que fueron de terror y espanto para los vecindad de esta población, ocurrió un horroroso fenómeno que pudo haberla hecho desaparecer de la faz de la tierra dejaremos aquí consignado este acontecimiento de terrible recuerdo, para admiración de la posteridad. Un arriero que salía de la población principió a sentir que la tierra se conmovía a sus pies, y asustado retrocedió como pudo a ella, donde contó lo qué ocurría. No tardaron las gentes en convencerse de la certeza de cuanto el arriero les contaba. Las piedras se sacudían unas con otras; la tierra ostensiblemente se avanzaba hacia el lugar; el viñedo y árboles frutales que allí había desaparecieron, convirtiéndose aquel sitio ameno en peñasco árido y escabroso, las lomas y colinas en llanos, los llanos en terrenos desiguales y elevados. Ninguno conoce sus heredades, por haberse borrado las señales de sus respectivos linderos. Uno busca su heredad del trigo en punto donde a su parecer debía estar, y la encuentra sembrada de patatas, y así lo demás; de suerte que nadie absolutamente conoce sus propias fincas. Lo más particular que ofrece este fenómeno es su larga duración, sintiéndose por 2 días continuos, aunque con más o menos violencia. El cielo se cubrió como de polvo por aquella parte donde tuvo lugar esta catástrofe, que afortunadamente no llegó en el pueblo de Tamayo más que a una casa que derribó; a pesar de su proximidad a Oña, nada percibieron ni sufrieron estos habitantes hasta la relación de los de Tamayo”.

¡Alucinante!

En 1894 el inventario de M. Velasco dice que hay 94 edificios habitables, 27 vecinos o 136 habitantes. Estos datos nos hacen pensar en que se toman por edificios las diferentes casas/pisos de las que hay constancia.

Con relación a los sacerdotes detallaremos que en 1894 era párroco don Cándido Oñate; en 1897 y 1898 nos encontramos a Pablo Colina que, al año siguiente, es sustituido por Apolinar García. Dura un año porque desde 1900 a 1903 canta misa Rafael Santocildes. Desde 1904 a 1911 tenemos a Víctor Aispuro.

Estadística laboral en Tamayo

Y desembarcamos en el siglo XX. Parece ser que se produjo una “epidemia” de incendios que empujó a la emigración a sus moradores. ¿Tema de fraude de seguros? Esta es una de las razones legendarias del fin de Tamayo y de la comentada inacción de Tamayucos y vecinos de Oña. ¿Curioso? Menos que  una presunta excesiva consanguinidad de los vecinos.

Tenemos alguna referencia más sobre las construcciones que figuran en el Registro Fiscal del año 1905 donde se indica a un total de 68 edificaciones. Pero 126 vecinos de hecho y 127 de derecho. En 1908 se pasa a 87 habitantes de hecho y 92 de derecho.

En 1924 el negocio de los arrieros moría pero el ferrocarril Santander Mediterráneo vino a ayudar a la economía de los veinte vecinos, y sus familias, que aguantaban en la población. Trabajadores gallegos y portugueses se avecindaron y se abrieron dos tabernas, había herrero y un fabricante de romanas. De todas formas la economía de las viejos residentes continuó girando sobre la cosecha de uvas tempranillo y graciano, con las que hacían chacolí, y los árboles frutales que habían cubierto las tierras abandonadas por la vid.

Cuevas (ZaLeZ)

Desgraciadamente la filoxera destruyó las viñas y el recuerdo del chacolí burgalés llenándose hoy el imaginario popular con la idea de que es un producto exclusivamente vizcaíno.

La guerra civil trastocó, como en muchos lugares, la población. Tras esa catástrofe se avecindaron en Tamayo trabajadores de las serrerías y resineras de Oña; los jesuitas dieron trabajo de lavanderas a mujeres de la localidad; y la construcción del canal Cereceda-Trespaderne atrajo nuevas almas al lugar. Una ilusión de repunte de la población hasta mediados de siglo. ¡Incluso se habitaron las cuevas que habían servido de bodegas para el chacolí!

Desde ese momento, y hasta 1970, solo habrá emigración a medida que los negocios que les habían traído fueron cerrando. La puntilla fue la marcha de los jesuitas en 1967.

La cercanía a Oña implicó la ausencia de escuela. Sí dispuso de casa de concejo junto a la iglesia y de casa rectoral, aunque en los últimos años no vivió allí cura alguno asistiendo las misas un jesuita de Oña. Disfrutaron de un horno comunal y de un juego de bolos junto a la fuente medieval. En esa etapa nunca tuvieron electricidad ni agua corriente.

Nadie recuerda quién marchó el último. La última boda fue la de Eugenio García Tomás y Anastasia Arriaga García el 26 de noviembre de 1960. El último tamayuco fue Ángel Ugarte Acebes el 29 de julio de 1962 y el último enterramiento fue el de Teodoro (según Elías rubio Marcos) o Teodora (según Eduardo Tamayo Aguirre) González González el 30 de abril de 1966.

Entonces, ¿Por qué marchó la gente de Tamayo? ¿Por la filoxera? ¿Por la desviación de la carretera? ¿Por el sorprendente terremoto? ¿Por la falta de servicios? ¿Por su cercanía a Oña? ¿La guerra? ¿La emigración? ¿La endogamia? ¿Todas? ¿Ninguna?

Da igual ya. La cuestión es saber si se recuperará o la instalación de una, o dos viviendas, significa algo o será aquellos de “una golondrina no hace verano”. El ayuntamiento de Oña no tiene capacidad para recuperar todo el “barrio” de Tamayo y su propio estado de ruina impide la reurbanización que sería más sencilla en un descampado.

Ello me lleva a pensar que continuará siendo lo que es hoy: una curiosidad turística alternativa, una sorpresa para montañeros, que permite completar la oferta –ya muy elaborada- de Oña.


Bibliografía:

Catastro de Ensenada.
Diccionario geográfico-estadístico de España y Portugal (1826-1829) - Miñano y Bedoya, Sebastián de, 1779-1845
Diccionario geográfico-estadístico-histórico de España y sus posesiones de ultramar (1846-1850) - Madoz, Pascual, 1806-1870
“Los pueblos del silencio” de Elías rubio Marcos.
Anuario del comercio, de la industria, de la magistratura y de la administración.
Anuario-Riera.
Indicador general de la industria y el comercio de Burgos (1894)
“Historia del condado de Castilla” Fray Justo Pérez Urbel.
“Las Merindades de Burgos: Un análisis jurisdiccional y socioeconómico desde la antigüedad hasta la Edad Media”
“Arquitectura fortificada en la Provincia de Burgos, de Inocencio Cardiñanos Bardeci.





jueves, 21 de enero de 2016

Pero… ¿No teníamos otro lugar donde poner la impresionante iglesia de Villarcayo?


En un documento de TURISMOBURGOS.ORG, cuyos textos han sido redactados por la Universidad de Burgos, se puede leer este ambiguo y exonerador párrafo:

“Villarcayo se ha visto muy transformada en las últimas décadas, debido a su nueva función turística como enclave veraniego y de segunda residencia. Ejemplo de estos cambios lo tenemos en su iglesia parroquial, construida recientemente, habiéndose derribado la primitiva parroquia. Sin embargo, también hay buenos ejemplos de su pasado histórico, especialmente en las casonas solariegas, con grandes escudos, que se alinean en la calle de Santa Marina. En esta calle se encuentran las casas de Díez Isla y Danvila, de los siglos XVII y XVIII. Son restos del noble caserío que tuvo Villarcayo y que se perdió, en gran parte, como consecuencia de un incendio declarado en 1834, durante una de las guerras carlistas”.


Se dice mucho en pocas líneas: el sector económico predominante, el menguado resto del pasado de la villa, su sufrimiento durante la primera guerra carlista, la exculpación de los responsables en la moderna disposición urbana, trabajada durante más de cincuenta años, y el cercano derribo de su iglesia de Santa Marina por ruina con la inmediata construcción de un nuevo templo. Y, de mucho de lo citado, no fueron culpables Castor Andéchaga y demás espadones de Don Carlos. Podríamos buscar excusas de mal pagador en que no interesaba invertir en el mantenimiento de la iglesia, que era pequeña para el número creciente de feligreses, que crearía empleo local, que en aquellos años lo centenario se derribaba y que no es un pecado villarcayés, basta mirar casi todos los pueblos medianos o grandes de España y la película “Se armó el Belén” de Paco Martínez Soria.

Hoy nos centraremos en esa flamante nueva iglesia parroquial, hiperbólica y excesiva para la actual situación. Diré a favor de este edificio que está acorde con el entorno creado el cual se encuentra ligeramente moteado de afortunados vetustos supervivientes. En una anterior entrada les hablé sobre la desaparecida iglesia de Santa Marina y en este, como habrán supuesto, destriparemos la nueva, consagrada en 1969. El arquitecto que firmó el proyecto fue José Luis Gutiérrez Martínez, del colegio de Burgos.


A pesar de lo que se pueda percibir por las líneas superiores el local tiene sus virtudes que no deben ser apartadas por su pecado de origen. Tenemos una silueta atrevida por sus líneas modernistas y “sesenteras” gracias a recurrir a las curvas y al hormigón, inusual por estos pagos. Evoca una tienda de campaña que decrece hacia el altar –lógico punto focal del templo- y sus arcos podrían ser los vientos que sujetan la tienda en tierra. Bueno, viejas historias.

Aparte del estilizado campanario blanco, separado del resto de la fábrica, resalta en el exterior el hastial decorado por una hermosa vidriera de “Luis Quico” que ocupa 210 metros cuadrados de la parte alta del frontis (¡una de las vidrieras más grandes de Europa!), encontrándose entre los símbolos alegóricos que la forman, una representación del Pantocrátor (Cristo sentado sobre la bola del mundo) rodeado de soles y constelaciones, animales marinos y vegetales, además de microbios en los que su tamaño ha sido aumentado millones de veces. Cosmos y microcosmos. Tiene un aspecto lunar, retrofuturista y algo hippie. Su estilo es gaudiano por la influencia que ejerce las formas ideadas por Antonio Gaudí. Las vidrieras tienen dos momentos y lugares para ser contempladas: de noche en horas de culto para aprovechar la iluminación interior, desde la Plaza Mayor, y de día desde el propio altar. Orientada al norte nunca recibe el sol de forma directa ni tenemos contraluces.

En 1977 “Luis Quico” recibe el encargo de manos del párroco Daniel Caballero de ejecutar la vidriera de colores de la fachada -por cierto evoca un frontón clásico-. Se encargó del diseño y construcción de la red de nervios de cemento que dan cuerpo a la vidriera hastial; de las vidrieras que se trabajaron en dos tiempos, 1968 y 1990; y de los mosaicos del Sagrario y del pórtico. Para este artista la iglesia de Villarcayo era su obra más querida.

Luis Quico

El susodicho “Luis Quico” es Luis Francisco Prieto Blanco (Zamora 1931-2008). Un artista polifacético que lo mismo era pintor que escultor, dibujante o ceramista. Su trabajo se ve, o vio, en varios lugares de la villa de Bilbao: las vidrieras del Coliseo Albia, la estación de Renfe, Sarrico y Banco Popular de la Villa de Don Diego… En la ciudad de Zamora y hasta en Sydney (Australia).

El molde de esta estructura se preparó en escayola en un hangar de Madrid y fue traído a Villarcayo en tres grandes camiones. Del encofrado en Villarcayo se encargó Juan José Gutiérrez Varela cuyo equipo trabajó casi artesanalmente el hormigón armado.

En la parte baja de la fachada y flanqueando la puerta que da acceso al interior del templo, se muestran las figuras de los doce apóstoles vestidos con túnicas blancas según la iconografía apocalíptica “y lavaron sus túnicas y las blanquearon en la sangre del cordero”. Son seis por cada lado, con nombre y llevando en sus manos signos identificativos. Están ejecutadas con teselas vidriadas y utilizando técnicas del mosaico bizantino. Se realizó siendo párroco Fermín Baldazo. Durante muchos años el área estuvo pintada de blanco.


El interior es amplio y diáfano, catedralicio lo definiríamos, y llaman la atención del visitante las tres vidrieras que rompen la línea de la cubierta, además de las situadas en los paños laterales.

  • La primera de las vidrieras altas, representa el misterio de Jesús con la figura de la Virgen, estrella de la mañana, quien anuncia el día que llega Cristo.
  • La central contiene los símbolos de la Eucaristía con panes, espigas, racimos, sarmientos, peces…
  • La tercera de estas vidrieras de la cubierta, la más grande de las tres, ha de ser contemplada a la vez que la del hastial, esto es, mirando hacia los pies del templo. Fue ejecutada en 1990 siendo párroco de Villarcayo Emilio Vadillo. Luce diez círculos que representan los mandamientos, mientras que, debajo de ellos se muestra una cruz rodeada del Tetramorfos, los cuatro símbolos de los evangelistas, símbolos de la Pasión, de la Eucaristía, y un surtidor de agua, símbolo a la vez, del agua de la vida eterna y de Villarcayo, cuyo nombre inicial, pudo ser, entre otros, "Fons Arcayum".
  • En los laterales están representadas en vidrio decorado las catorce estaciones de la Pasión de Cristo.


Añadir que los vidríales del presbiterio son obra de la hija de “Luis Quico”, María del Carmen Prieto, en 2009.

El último elemento a estudiar es el Retablo, también de línea modernista y en cuyo centro destaca un mosaico realizado con técnica romana que enmarca el sagrario. Data de 1990. Encima, una buena talla procedente del siglo XVI, representando a Cristo crucificado, único elemento, junto con algunos objetos del culto, del antiguo templo, que tuvieron a bien no eliminar.


Bibliografía:

“Villarcayo, capital de la comarca Merindades” de Manuel López rojo

Más:

Iglesiade Villarcayo en youtube


Felicidades para Isabelo y Demetrio.


miércoles, 13 de enero de 2016

José María Bernardino Silverio Fernández de Velasco y Jaspe (XV duque de Frías)


Volvemos a tratar la vida y milagros de un Velasco. Otro de los que transitaron el siglo XIX de España: don José María Bernardino Silverio Fernández de Velasco y Jaspe quien…

…Fue Grande de España de primera clase, Maestrante de Sevilla, Gentilhombre de Cámara de S. M. con ejercicio y servidumbre, gran cruz de Carlos III desde 1858, Senador del reino y Diputado a Cortes. Poseía los títulos de Marqués de Belmonte, Berlanga, Caracena, Frechilla, del Fresno, Villarramiel, Frómista, Jarandilla, Toral de los Guzmanes, del Villar de los Grajaneros y algún otro; y los de Conde de Alcaudete, de Salazar, Colmenar de Oreja, Fuensalida que lleva Grandeza de primera clase, Oropesa con Grandeza de primera clase, Salazar, Deleytosa, etc.


Pero era solo un ser humano, con sus defectos y virtudes. José María, nació en París, el 20 de junio de 1836, siendo bautizado al día siguiente en la iglesia de San Luis D’Antin. Era hijo de Bernardino Fernández de Velasco, Duque de Frías, madrileño, y su tercera esposa Ana Jaspe y Macías, gaditana. Sobre su padre les invito a leer la entrada realizada sobre él: ¿Quién es Bernardino V Fernández deVelasco? Aún así, les señalo que su nacimiento en Francia fue debido a que su padre era embajador de España en esa nación.

En 1851, al fallecer don Bernardino, hereda, entre otros, el título de Duque de Frías, lo que conlleva tierras y rentas por toda España.

Un suceso personal iba a trastocar la seria imagen de Don José María llevándole a cambiar su residencia de España a Francia. La causa fue la casada señora Victoria Crampton, de soltera Balfe, cantante de ópera de cierta fama. Era la segunda hija del cantante y compositor irlandés Michael Williams Balfe y la soprano húngara Lina Roser.

Michael Williams Balfe

Estudiémosla un poco por qué influyó en nuestro protagonista. La muchacha nació el primero de Septiembre de 1837, parisina curiosamente. Con dotes para la música y el canto, su padre le dio las primeras lecciones. Luego estudió en el Conservatorio de Paris, en Londres (con maestros como sir William Sterndale Bennett y Manuel Vicente García) y, para ampliar sus estudios, marchó a Italia con 18 años. El 28 de Mayo de 1857 debutó como protagonista en el papel de Amina de la “Sonámbula” de Bellini que se representó en el Lyceum Theatre de Londres con notable éxito. Otros papeles que le darían renombre fueron el de Lucía en la ópera de Donizetti y el de Zerlina en el Don Giovanni mozartiano.

Su carrera duraría pocos años, pero mientras conoció Dublín y Birmingham antes de volver a Londres al concluir la temporada de 1857. De allí a Italia, donde actuó en 1858, obteniendo un brillante éxito en Turín. Todo iba estupendamente y en la temporada de 1859 consiguió un contrato de exclusiva en el Teatro Drury Lane, donde interpretó sus tres papeles de referencia, pero no revalidó el éxito obtenido dos años antes; en buena parte por la limitación de sus facultades vocales, más evidente que antes por el mayor aforo de este teatro. 

Teatro Drury lane de Londres

En diciembre de 1859 Victoria viajó con su padre a San Petersburgo. Guapa y descocada se granjeó un gran éxito entre la colonia británica. Estos caballeros le obsequiaron con un regalo a escote. Así conoció Victoria al embajador inglés ante la corte zarista, el baronet sir John Fiennes Twistleton Crampton, de 55 años, con el que se casó en menos de tres meses, el 31 de marzo de 1860… ¡Victoria aún no había cumplido 23 años!

Con igual rapidez Michael Balfe obtuvo de su yerno -tres años mayor que él y al que se dirigía como "Sir John"- un préstamo de 1.000 libras para saldar una deuda por la que ya había sido demandado y que no consta fuera devuelto.

Esa boda permitió que Victoria, ya Victoire Crampton, se pasease por los salones más destacados de Madrid del brazo de su marido que, a la sazón, ya era embajador de su Graciosa Majestad Británica en la corte española. Salones que eran la zona de alterne de José María Bernardino, que contaba en ese momento con 24 años. Este se pavoneaba por dichos salones disfrutando de su fortuna, planta y posición y coqueteando con las damas, señoras y señoritas, de su círculo. Sobre el carácter del Duque de Frías escribieron muchos, señalando que el Duque de Frías era afable, caballeroso y cortés.


Por ejemplo, era socio del Casino de Madrid desde el 16 de febrero de 1857. Su influencia debió de ser importante, porque en 1862 era el Presidente del mismo. Vale, estuvo solo cuatro meses: ocupó la presidencia entre diciembre de 1861 y mayo de 1862.

El matrimonio de Victoria con el baronet reventó. Tenemos a una dama extranjera, casada con un embajador y, quizá ya, vinculada sentimentalmente con un Grande de España que debe normalizar su situación. Ella instó y obtuvo la anulación por el tribunal de La Rota el 20 de noviembre de 1863 alegando impedimento matrimonial por impotencia. La imagen que queda de toda esta aventura de boda, préstamo y divorcio invita a especular con una conspiración familiar y la sensación de encontrarnos ante una cazadotes.

A primeros de Octubre de 1864 “El Contemporáneo” publicaba el permiso regio para el matrimonio. Aunque parece que el matrimonio de Don José María no fue bien visto por Isabel II, quién le negó la entrada en palacio, por lo que el Duque de Frías devolvió su llave de gentilhombre de cámara y las insignias de la gran cruz de Isabel la Católica. Podríamos ver, quizá también, una cierta tensión amorosa entre la reina y el gentilhombre. O no. Se casaron el 12 de octubre de 1864, en la ciudad de Londres. Las arras entregadas ascendían a más de dos millones de reales en alhajas y dinero.

Isabel II

Cambiemos de tercio. Nuestro hombre fue diputado durante la legislatura de 1863 a 1864 por el distrito de Puente del Arzobispo (Toledo) con 211 votos. Siguió en la de 1864 a 1865 por Briviesca (Burgos) con 229 votos –del cual será sustituido- y por Puente del Arzobispo con 467 votos de 467 emitidos. En las elecciones de 1865 a 1866 será diputado por Toledo capital con 3.169 votos.

Su primer hijo, Bernardino, nació el 1 de mayo de 1866, en la casa familiar de Madrid, sita en la calle Fomento, nº 2. Al poco tiempo, el duque marchó a Francia. Tenía residencia en Biarritz y París, donde también vivía su hermanastro Bernardino (fallecido en 1874), a quién nombró heredero en su testamento: “por el gran cariño que ha manifestado siempre y al que yo he procurado corresponder”. Su hija, Mencía, ya nació en París en 1867, viviendo la familia en la residencia del abuelo materno, en la calle Presbourg, junto a los Campos Elíseos.

Terminado el reinado de Isabel II, el duque de Frías regresó a España y su tercer hijo, Guillermo, nació en 1870 en Madrid, también en la calle Fomento. A los pocos días del nacimiento de su tercer hijo, el 22 de enero de 1871, fallecía Victoria debido a unas fiebres reumáticas. Fue enterrada en la catedral de Burgos y existe una calle en la ciudad castellana con su nombre.


Poco después, don José María regresó a Biarritz y, quizá, ya residió en su villa conocida como “Villa Frías” de Biarritz. Esta era la antigua villa Candas, o Clemence, construida en 1860 que se encontraba frente a la capilla Imperial y, vendida por la viuda del duque en 1893, fue derribada en 1920.

Desde 1880 el Duque volvió a aparecer en los periódicos, y a ser personaje de actualidad, por su boda con María del Carmen Josefa de Copertino Rosa Jenara Pignatelli de Aragón y Padilla, natural de Nápoles y nacida el 18 de septiembre de 1855 (24 años) e hija del Conde de Fuentes. La boda tuvo lugar en Biarritz el 28 de Octubre de ese año y fueron testigos, entre otros, los Duques de Alba y de Tamames. Para entonces el duque se encontraba rehabilitado ante la Corte y puesto a disposición de la reina regente tras el fallecimiento de Alfonso XII. Como vemos esta ya era una boda de postín.

En 1882 presidió el duelo por el entierro del primer Presidente del casino de Madrid, Mariano Téllez Girón Beaufort, Duque de Osuna, celebrado en Beuaring (Bélgica). Don José María retornó a finales de 1883, instalándose en Madrid y participando en la vida política al ser elegido senador por Canarias.


En 1883 participó en el asunto del Copón de Santa Clara que se estudió en el Blog Relatos en Las Merindades.

En 1886 fue nombrado Gobernador Civil de Madrid, teniendo que dejar el senado. La elección causó cierta extrañeza ya que llevaba mucho tiempo fuera de cargos públicos. En 1887 fue diputado a Cortes, por el distrito de Cervera de Pisuerga (Palencia), formando parte del partido liberal en sustitución de Luis Polanco Labardero. Por cierto, era defensor del estatus de la aristocracia.

Don José María Fernández de Velasco falleció a la una y cuarto de la madrugada del 19 de mayo de 1888, en su domicilio de Madrid, sito ahora en la calle Mayor 15, a consecuencia de una pleuroneumonía aguda. Moría así este hombre definido como “de estatura elevadísima, de barba larga y entrecana y (que) había sido cuando joven de figura arrogante”. Sus funerales fueron una muestra de la importancia del personaje: gran cortejo, las máximas autoridades en su funeral y entierro, y notas biográficas en la prensa.


Dejó tres hijos de su primer matrimonio, dos de los cuales, Bernardino y Guillermo, serían sucesivamente duques de Frías. Y, según la publicación “La época” en el obituario que le dedicó el 15 de octubre de 1886, también un patrimonio mermado:

“Esta casa, así como en nobleza, era una de las primeras en bienes y palacios, adornados de magníficos muebles y riquísimos tapices, que se han vendido en estos últimos tiempos. Tenía cinco o seis administraciones en España verdaderamente importantes. De estas positivas grandezas, recuerdo de un glorioso pasado, no le queda casi nada a la casa actual. El último girón era el histórico y más que regio castillo de Oropesa, rodeado de importantes tierras, y fue adquirido hará unos tres años por el Sr. D. Enrique Gutiérrez de Salamanca.”

Fue enterrado en Madrid.

Bibliografía:

Relatos en Las Merindades.
Periódico EL CLAMOR PÚBLICO
Periódico EL CONTEMPORÁNEO
Congreso de los Diputados de España.
Senado de España
Revista LA ÉPOCA
Gaceta del Casino de Madrid.
Periódico LA CORRESPONDENCIA DE ESPAÑA

Anejo:

Mencía Fernández de Velasco Pacheco y Balfe: Nació en Paris el 5 mayo de 1867 y falleció en Madrid el 24 de mayo de 1948. Fue XX Condesa de Fuensalida, XVI Marquesa de Berlanga, Grande de España. Con fecha del 16 agosto de 1891 se le concede Real carta de sucesión en el título de Conde de Fuensalida, con grandeza de España de primera clase a favor de doña Mencía Fernández de Velasco y Balfe, por fallecimiento de su padre el Conde don José Bernardino Fernández de Velasco y Jaspe, Duque de Frías. Le sucedió su sobrino.