Que no te asusten ni la letra ni el sendero de palabras pues, amigo, para la sed de saber, largo trago.
Retorna tanto como quieras que aquí me tendrás manando recuerdos.


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viernes, 15 de agosto de 2025

Y, a usted, ¿qué le importa?

Estamos en la audiencia de Bilbao. Es diez de noviembre de 1932 y se sigue el proceso por un delito de robo. Algo leve.
 
El reo se llama Mariano Pascual Mansilla, quien ya había sido juzgado en Roa (Burgos) por pequeños hurtos en 1930 y 1931. Y es el autor de la frase del encabezamiento pronunciada ante la sección segunda de la audiencia de Bilbao. Era la respuesta dada al presidente del Tribunal de Derecho, señor Álvarez Miranda. Curioso punto de partida para un procesado que entró en varias contradicciones. Esta circunstancia le sirvió al abogado defensor, señor Rugama, para pedir la suspensión del juicio y que se abriera una información supletoria, pues su defendido daba síntomas de acusada anormalidad.
 
El fiscal estuvo de acuerdo y el juicio se suspendió. ¿Era una estrategia para librar del delito de robo a su defendido? Podría serlo. Porque se daba la circunstancia de que este procesado tenía pendiente otro juicio por un delito de mayor enjundia: homicidio. Crimen para el que, según el periódico “La región”, se le pedía la pena de cadena perpetua.
 
Para conocer de este otro asunto debemos retroceder hasta el cinco de abril de 1932 y situarnos en el Valle de Mena durante las obras de construcción del embalse de Ordunte. A esta parte de Las Merindades llegaron muchos hombres buscando trabajo, buscando oportunidades. Uno de ellos fue este Mariano Pascual, alias “Primo Carnera”, que como hemos conocido ya era un tipo asocial.
 
Para explicar la situación lean este artículo publicado en “El adelantado de Segovia”:
 
 
Verán que se lió parda; que los vecinos decidieron constituirse en pueblo juzgador; que el brazo de la ley era muy corto; que era fácil aislar una población; y que el nombre de la muchacha no aparece en ningún momento. ¿Para proteger su “virtud” póstuma? Rastreando la prensa de meses posteriores descubrimos que era molinera -lo que podría haber facilitado el acceso carnal por Mariano- pero no nos dice nada sobre su nombre. ¿Quién era la víctima? ¿Cómo se llamaba? Nada… ¡Qué diferente con lo que tenemos hoy en día!
 
Descubrimos que la muchacha se llamaba Juana López gracias a una nota de prensa del 17 de marzo de 1933 donde dejan más claro lo que hizo Mariano: mató y “después escarneció su cadáver”. El fiscal pedía treinta y seis años de prisión. ¿Los cumplió? No lo sabemos.
 
 
Bibliografía:
 
Periódico “La región”.
Periódico “Heraldo de Zamora”.
Periódico “El Debate”.
Periódico “La Libertad”.
Periódico “La voz de Aragón”.
Periódico “El Adelantado de Segovia”.
Periódico “Luz”.
Periódico “Diario de Burgos”.
 
 

domingo, 2 de marzo de 2025

Sangriento Bisjueces.

 
 
Todos tenemos idealizada la vida en el campo, en los pueblitos pequeños de Las Merindades. O, ¿no? Evidentemente la respuesta es “no” porque, de lo contrario, se acaba en este punto la entrada. Nos centraremos en un pueblo que su nombre contiene la palabra juez. Más por jugar con la ironía que porque en este pueblo fuese una norma habitual la acción de la justicia.

 
Nos vamos a trasladar a primeros de noviembre de 1924, el día cinco o seis, cuando el Diario de Burgos nos dice que “esta, mañana se vio sorprendido el público de esta villa (se entiende Villarcayo) con la desagradable noticia de que en el inmediato pueblo de Bisjueces se había realizado un hecho sangriento y qué el autor había sido detenido por los individuos del somaten del expresado pueblo.
 
Vimos marchar al juzgado, compuesto por el digno juez D. Alberto Gil, secretario judicial D. Emiliano Corral y alguacil D. Pablo López, en dirección a dicho pueblo, regresando a las tres horas y al poco rato al vecino del citado Bisjueces Ulpiano Peña Zorrilla, que esposado y conducido por cinco somatenistas armados ingresó en la prisión del partido, pues debido a que la guardia civil había sido reconcentrada en Burgos por el paso del Rey, no existía ningún número en el puesto de esta villa.
 
Por las noticias que hasta nosotros llegan, podemos relatar el hecho en la forma siguiente: Ezequiel Díez Andino, vecino de Bisjueces, a eso de las ocho y media de la noche del día de ayer, salió de su casa y se dirigió a una finca de su propiedad, próxima al pueblo, sembrada de patatas y plantada de berzas, con el fin de ver si en ella había algún ganado para espantarle, y observó que había un bulto tumbado, como si sería una borrica, encaminándose hacia él, y estando como a cuatro o cinco metros de distancia, vio con sorpresa que un hombre se levantó y sin mediar palabra le disparó el desconocido un tiro de escopeta cargada de perdigón, que le hirió en la parte superior del vientre, dándose aquél a la fuga, llevando consigo un cuévano que allí a su lado tenía; parece ser que el agresor fue conocido en el habla por el agredido, e inmediatamente los del Somatén cercaron la casa de aquél, que resultó ser el vecino Ulpiano Peña Zorrilla, y lo detuvieron y apresaron, haciéndose entrega por la mujer de una escopeta, que contenía aún el cartucho descargado y con la que se supone se hizo el disparo.

 
El hecho es objeto de duras recriminaciones, máxime no habiendo ninguna clase de resentimientos entre ambos, y de veras celebraremos que la lesión producida no se agrave y prive de la vida a un hombre honrado y trabajador. Felicitamos a los somatenistas de Bisjueces, por sus servicios en pro de la administración de justicia, y muy especialmente al cabo del repetido pueblo, y maestro nacional D. Cayo Torres García, quien hizo entrega de un atestado al Juzgado. Nos consta también, que el cabo del distrito, D. Juan de Pereda, ha quedado congratulado y altamente satisfecho de tales actos”. La noticia la repetía el “Heraldo alavés” del siete de noviembre de 1924.
 
Claro que, Ezequiel, era un tipo con mala suerte porque el 20 de enero de 1910, a las 14:00 h, se le incendia la chimenea y, para apagarla, se necesitaron varias horas de esfuerzos de los vecinos y las autoridades. Se le quemó parte del tejado generándole unas pérdidas de unas 400 pesetas de ese momento. ¿Y Ulpiano? Vean la sentencia en este recorte:
 
 
Bien. Se hizo justicia. El siguiente hecho noticiable de Bisjueces es una pelea entre dos personajillos: “En el pueblo de Bisjueces fue agredido David Pardo Fernández, de 25 años, natural de Becerra (Lugo), por un compañero de trabajo, Justiniano Antolín, de 28, de la provincia de Palencia, que le causó con una navaja una herida de pronóstico reservado en el costado izquierdo. El agresor se dio a la fuga”. El breve fue publicado el 20 de julio de 1931 en el “Diario de Burgos”. No hay más menciones, o por lo menos no las hemos encontrado. Esperamos que David se recuperase con bien. Por su parte, la prensa de esos años nos habla de un hombre violento nacido en Tabanera de Cerrato (Palencia) que estaba en paradero desconocido y que respondía al nombre de Justiniano Antolín Bueno. Este tipejo, en 1924, había dado una paliza a su novia, que le denunció. No digo que fuese el mismo, ojo. Pero…

 
Quizá para mostrar que estas cosas no van solo de hombres violentos contra mujeres pacíficas les mostramos esta noticia del “Diario de Burgos” del 19 de enero de 1986:
 
“Reyerta en Bisjueces: A las dos de la tarde de ayer se produjo una reyerta en Bisjueces entre F.P. de 51 años de edad y C.F.B. de la misma edad, marido y mujer respectivamente en la que resultó herido grave el primero por arma de fuego. Trasladado urgentemente a la Residencia “General Yagüe” hubo de amputársele el brazo derecho”.
 
Una pena lo de la protección de datos que no nos permite conocer más del lesionado o de su mujer y de como pudo ser su vida posterior. Probablemente, de seguir juntos, la relación estaría “tocada”.

 
Terminamos esta retahíla de desgracias en Bisjueces con un accidente: “HOMBRE MUERTO. — A las ocho y media de la mañana de ayer fue encontrado muerto en un pajar de Bisjueces Fortunato Ruiz Trechedo Galio, de 53 años, soltero, vecino de la citada localidad y natural de la Merindad de Castilla la Vieja. Al parecer la víctima tropezó con una máquina segadora dándose un fuerte golpe en la cara, ocasionándole la muerte. El trágico accidente -se cree- se produjo en la noche del pasado día 25. Fuerzas de la Guardia Civil practicaron diligencias”. (Diario de Burgos, 30/05/1974).
 
 
 
Bibliografía:
 
Periódico “Diario de Burgos”.
Periódico “Heraldo Alavés”.
Periódico “La voz de Castilla”.
Periódico “El Castellano”.
Periódico “El diario Palentino”.
Boletín Oficial de la provincia de Palencia.
 
 
 

domingo, 26 de enero de 2025

Pedro fue más rápido que Hermenegildo.

 
¿Qué nos lleva a cometer un asesinato? ¿El sufrimiento propio? ¿El desprecio por la vida de los demás? ¿Proteger a los nuestros? ¿El orgullo?
 
En esta entrada nos acercamos a Ciella de Mena que, aún hoy, es una pequeña pedanía del Valle de Mena. Y, también, lo era en 1952. En ese año vivían allí nueve familias. A poco más de un kilómetro de la población existía un molino vecinal. Todos estos elementos son importantes para disponer las piezas de esta tragedia del día de los Reyes Magos.

Ciella de Mena
 
Esa noche dormía Hernemegildo Roqueñí Tercilla, junto a su hijo Julián de 18 años, en el molino al estar moliendo grano. Gente ruda, sufrida, poseedora de un apellido de origen flamenco -de Flandes, no gitano- que, originariamente, se escribía Roquegny y que en el siglo XVII ya lo encontramos en Cantabria en su transcripción fonética. ¡Qué cosas! Hacia los doce de la noche el muchacho, que dormía en la parte izquierda del edificio, se despertó sobresaltado por disparos de escopeta. Llegó a tiempo de ver a su padre herido. Asustado, escapó hacia Ciella avisando a su madre, Cándida Pinedo Velasco, y al resto de los vecinos. Cuando llegaron al molino Hermenegildo estaba muerto.
 
Tras la Guardia Civil llegaron el médico y el Juez de guardia. Se analizó el cadáver y el escenario llegando a las siguientes conclusiones: la víctima recibió dos disparos de escopeta (en el vientre y en la cara) hechos casi a quemarropa puesto que había restos del cartucho dentro de las cavidades. La muerte debió ser en el acto. Sin agonía. ¿Sospechosos? En ese punto tanto vecinos como los guardias civiles miraron al hijo. ¿Por qué? Porque la escopeta, entendían los expertos, se tuvo que disparar dentro del molino y ni Julián ni su padre se despertaron al abrirse la puerta. Además, había rencillas graves entre el Hermenegildo y su hijo. Pero no fue el único familiar detenido: dos cuñados y un hermano de Hermenegildo, Pedro, fueron posteriormente reclamados por el juzgado. Todos residentes en Ciella.

 
La Guardia Civil buscó el arma comprobando que en el pueblo poseía escopeta el alcalde… ¡y el difunto Hermenegildo! Pero la escopeta de Roqueñí, de 16 milímetros, había sido escondida por su madre y, al parecer, una hermana de Julián. Pudo recuperarse esa arma y varios cartuchos. Los técnicos llegaron a la conclusión de que no fue disparada. ¿Entonces? La Guardia Civil estaba en un callejón sin salida. Sin arma homicida.
 
El 25 de enero se envió a la Jefatura Superior de Policía de Vizcaya un oficio del Juzgado de instrucción de Valmaseda solicitando la presencia de funcionarios del Cuerpo General de Policía porque en el Valle de Mena no lograban avanzar el caso y debieron liberar a los detenidos.
 
Llegaron a Las Merindades el comisario jefe del Servicio de Información de la Jefatura, Alejandro Berenguer Guerrero, y los agentes Alejandro del Carmen Ruiz, Vicente Varillas Pérez y Abilio Cuadrado Benito. Tras ponerse al día reconstruyeron los hechos inspeccionando el molino y haciendo disparos con la escopeta del calibre 16mm. a través de los espacios rotos de la puerta “comprobando la posibilidad de que los disparos de autos pudieran haber sido hechos desde el exterior” en contra de la opinión de los técnicos locales. El siguiente paso fue interrogar a los cuatro familiares que fueron detenidos: los cuñados y Julián probaron su coartada.
 
Las sospechas se centraron en Pedro. Era una persona con un pasado oscuro que llevaba cinco años en Ciella. Antes había vivido en Salmantón (Álava) y allí se fueron los policías para confirmar la peligrosidad de ese sujeto. ¿Era él el asesino? Tal vez. En la pizarra de la policía había una serie de puntos contra Pedro Roqueñí:
 
  • Ser persona de mal vivir.
  • De soltero fue acusado por su hermano Salustiano de intentar envenenarle. Y eso que ambos estuvieron encuadrados en el mismo batallón de trabajadores de la compañía Elizalde del bando republicano.
  • Pudo comprobarse que, por mediación de su mujer, entonces novia, quiso envenenar a su futuro suegro.
  • En marzo de 1945 fue condenado a un año, ocho meses y veintiún días de prisión menor y a una indemnización de 1.300 pesetas por causar lesiones graves a su suegro.
  • Había tenido broncas y peleas con Hermenegildo. Con denuncias.
  • Tiene pasión por su madre, para la cual es su hijo predilecto. En la declaración de la madre, Alejandra Tercilla, no se alude a la ocultación de la escopeta a pesar de que declara el día once de enero y el arma se había escondido el siete de dicho mes. Esta fecha parece errónea.
  • La esposa de Pedro escapó del domicilio conyugal hacia Bilbao en el mes de diciembre y, Pedro, dijo que “si no regresaba, alguno de su familia lo pagaría” al parecer por creer que Hermenegildo trataba de sembrar cizaña en ese matrimonio.
  • En la mañana del crimen la esposa de Pedro habló junto al molino con su cuñado Hermenegildo. No se sabe de qué hablaron.
  • Pedro se presentó demasiado rápido en el molino. Llegó el primero a pesar de haber sido avisado el último.
  • La forma histriónica en que actuó ante el cadáver de su hermano. Esas exageradas muestras de dolor serían se supone serían para alejar sospechas.
  • La madre de Hermenegildo abandonó el domicilio de este -¿vivía con él?- en la misma mañana del suceso, trasladándose al de Pedro, para abandonar más tarde el pueblo de Ciella e instalarse en Salmatón (Álava), a unos 15 km, donde falleció el 25 de enero, circunstancia que los investigadores no encontraron clara ni normal. Según otro periódico falleció el 8 de enero de 1952. Pero, entonces, no podría haber declarado el día once de enero.
  • Alejandra acusaba a los dos cuñados asegurando Hermenegildo siempre la había tratado muy bien, lo cual no era cierto.
 
Visto lo visto los policías se llevaron a Pedro Roqueñí a Bilbao y en la Brigada de Información, tras interrogarlo, confesó.

 
Al anochecer del 5 de enero la madre, Alejandra Tercilla, dio la escopeta de Hermenegildo a Pedro para que la guardara. Temía que cualquier día Hermenegildo disparase a Julián. Pedro la escondió en una cabaña cerca de su casa. Pedro odiaba a su hermano, que le había amenazado en varias ocasiones, no pagaba una deuda de 12.500 pesetas que tenía con su madre, y le había robado un “mallo” y 2.500 pesetas. Además, Pedro asumía que Hermenegildo pretendía crear desavenencias en su matrimonio. El mismo día de Reyes le dijo su esposa que “Gildo” (Hermenegildo) quería verle a solas o ante quien quisiera, lo que pedro interpretó como una amenaza. Durante toda la tarde del 6 de enero, reconoce Pedro que, estuvo pensando cómo matar a su hermano. Hacia las doce de la noche, cogió la escopeta de su hermano y fue al molino. Miró a través de las tablas rotas de la puerta y localizó a Hermenegildo junto a la tolva y a su sobrino dormido a la izquierda. Introdujo los cañones de la escopeta por la parte baja de las tablas y, agachándose, disparó. No sabe si le dio primero en la cabeza o en el vientre. Salió corriendo hacia el pueblo abandonando la escopeta junto a la llamada "Casa Vieja", propiedad de su hermano. Entró en su casa, se acostó y simuló dormir. Un cuarto de hora más tarde fingió despertarse por los gritos de Julián y fue el primero en acudir al molino mostrando mucha ira y pena.
 
Dos horas después, aprovechando la confusión, Pedro trasladaba la escopeta a un carro junto a otra cabaña de Hermenegildo en Ciella. ¡Y se lo contó a su madre! Alejandra, que estaba convencida de que Pedro había matado a su hermano, decidió encubrirlo. ¿Estaría esta decisión relacionada con la muerte de la madre del fratricida? (independientemente de la fecha del óbito).
 
Durante el interrogatorio, uno de los agentes preguntó a Pedro si sentía remordimientos y contestó: “No, no los siento, porque estoy convencido de que, si Hermenegildo hubiera podido matarme a mi sin que se supiese, lo hubiera hecho”.

 
Tenemos claro, por tanto, que este sujeto vio entrar el verano en la cárcel de Bilbao. La vieja cárcel de Larrinaga… donde Pedro buscaba librarse de la condena. El siguiente episodio de la tragedia se produce en septiembre de ese 1952 cuando llega a Ciella el secretario del Juzgado de Instrucción número 1 de Bilbao, para conseguir de Cándida Pinedo y de Julián Roqueñí una declaración firmada favorable a Pedro. ¡¿Qué?! Eso mismo pensó la Guardia Civil del puesto de Artieta que detuvo al “secretario”. Resultó llamarse Manuel Sánchez Souto, de 24 años, soltero y domiciliado en Bilbao. Fue acusado por delito de coacción. Había sido enviado por Pedro para exigir a la madre e hijo de la víctima que declarasen a favor del asesino.
 
Porque Pedro estaba fastidiado. Su delito tenía varios posibles agravantes: nocturnidad, premeditación, alevosía, parentesco... Yo, que no soy abogado, creo que se le aplicaría el artículo 406 del código penal de 1944 condenándole a prisión mayor (un mínimo de veinte años) o muerte. Ya les anticipo que no le aplicaron garrote vil, pero, inicialmente fue condenado a muerte, aunque no se le ejecutó. Aunque piensen que veinte años por matar a un hermano es una condena aceptable. Y, seguro que como el franquismo era una dictadura la condena fue dura. Pues… no lo sé, pero en la Orden de 12 de junio de 1964 se le otorgaba la libertad condicional a Pedro Roqueñí Tercilla que cumplía condena en el penal del Dueso de Santoña (Cantabria). Doce años por matar a su hermano. ¿Dónde fue? ¿Volvió a Ciella de Mena?
 
 
  
Bibliografía:
 
Periódico “Pueblo”.
Periódico “Diario de Burgos”.
Periódico “Pensamiento Alavés”.
www.bisabuelos.com
Código Penal de 1944.
Boletín Oficial del Estado de España.
Periódico “La Vanguardia española”.
Google.
 

domingo, 17 de noviembre de 2024

Una serie de catastróficas desgracias.

 
¿Quién no ha estado perdiendo el tiempo mirando gatitos haciendo monerías en la internet? ¿A que son una cucada? Y, también, son asesinos de personas. ¿Qué no? El 30 de octubre de 1924, en el pueblo de Montejo de cebas del Valle de Tobalina, hallaron el cadáver de “un niño de dos meses de edad, hijo del vecino de ese pueblo Victoriano Herrán, y al parecer le causó la muerte un gato, mordiéndole en la boca y nariz”. No dudemos de este breve de “Diario de Burgos” porque esas adorables bolas de pelo ocultan un “terriblito asesinín” que espera agazapado a clavarte las uñas.

 
Rastreando por la red encontré la respuesta que daba Quora a esta situación: “Sin embargo, siempre es importante supervisar las interacciones entre gatos y niños, especialmente los bebés que aún no pueden controlar sus movimientos. Los bebés pueden herir accidentalmente al gato, lo que podría desencadenar una respuesta defensiva por parte de éste. Además, los gatos pueden percibir a los bebés como presas debido a su pequeño tamaño y a sus movimientos imprevisibles”. Todo pudo ser. Quizá el gato se acercó a curiosear y reaccionó como un depredador. Una pena. La primera.
 
Siguiendo con nuestras noticias trágicas en Las Merindades debemos pararnos, a causa de la lluvia, en el pueblo de Bocos. Situémonos en el 28 de junio de 1901 cuando sobre la zona de Villarcayo cayó durante hora y media un tormentón que concluyó en un ciclón espantoso: Abundante pedrisco y agua con viento que oscureció el cielo. El texto decía “También hemos tenido la desaparición del vecino, de Bocos llamado Fernando Ayala, que venía del mercado de Medina de Pomar a su casa, en la que se presentó el caballo que montaba muy estropeado, lo que indica que hubo de cogerle la tormenta en el camino, pagando el desgraciado con la vida, esperando sea esta la última que tengamos que lamentar”. La tormenta debió ser terrible.
 
Seguimos con el tema acuático. En Barcina del Barco -¡del Barco!- desapareció en el Ebro el joven Hermógenes Fernández Montejo. El periódico “Diario de Burgos” del 21 de enero de 1905 lo da por ahogado, aunque, continua, deja constancia de que el juzgado de Villarcayo es el encargado de buscar el cadáver.
 
Dejemos estos temas aparte y conozcamos una tragedia de corte regio. No por los protagonistas de Las Merindades sino porque recuerda al caso que afectó a Juan Carlos I cuando era niño. Nuestra noticia se produce el primero de julio de 1907 aunque se juzga a Anastasio Alonso a finales de mayo de 1908 en la Audiencia Provincial y con jurado. ¿Los cargos? Homicidio imprudente. La nota de prensa del día 1 de junio de 1908 nos cuenta:


La pregunta era ¿Cómo tenían un revolver? No una escopeta de caza sino un revólver. Suponemos que alguno de ellos tendría licencia para usar ese arma porque no se comenta ninguna pena asociada a su posesión. Claro que podía ser del difunto Benito que estuviese “limpiando el arma” en busca de un “accidente” y su hermano intentó evitarlo.
 
Y, ahora, nos vamos hasta el pueblo de Huidobro para conocer lo que le ocurrió a Vicente Huidobro, vecino del lugar de su apellido. Bueno, por lo menos hasta el 16 de agosto de 1912 cuando se declaró un incendio en su casa. Al notar el fuego fueron en su auxilio vecinos y “autoridades”. La fortaleza del incendio hizo que este se propagase a otras tres casas y tres pajares. Las perdidas fueron de… ¡10.450 pesetas! (unos 62`80 euros). Y, cierto, no hemos contado la inflación. La causa del siniestro fue la imprudencia de Enrique al colocar en la planta baja de la casa carbón vegetal recién elaborado. No sé si tendría seguro, pero, una vez apagado el incendio, el ambiente seguiría muy caliente.

 
Y, por continuar con los accidentes, nos paramos en Medina de Pomar, plaza del corral, agosto de 1904. Visitaremos el incendio de la casa de Balbina Ortiz. Un incendio que tardaron en extinguir dos horas, pero del que salvaron el ganado de la cuadra y los principales muebles de la señora. Los daños ascendieron a 825 pesetas. Para que comparen: un billete a Montevideo en tercera clase costaba unas 120 pesetas, más o menos. Y un periódico no pasaría de los tres céntimos de peseta.
 
Y, por cerrar el capítulo de los incendios. Lean el siguiente breve del periódico “La Acción” del 21 de agosto de 1918:
  

Nos da a entender que hay una epidemia de incendios entre el trigo y el centeno. Yo pienso que no fue casualidad ¿Ustedes?
 
Cambiemos de tercio: “Un cochero de Medina de Pomar (Burgos) se ha suicidado arrojándose desde el puente de dicha población, llamado de la Oradada, al río, sin que hasta ahora haya sido encontrado”. Es curiosa la referencia, escueta, a un suicidio en un momento -5 de agosto de 1892- en que el peso de la Iglesia era tan fuerte. Claro que no existía el acuerdo que parece tener la prensa actual española con respecto a esta desgracia personal. De todas formas, es un breve demasiado breve que no explica mucho. Más bien nada. Salvo una ubicación. También lo publicó el periódico “La Almudaina”, del 12 de agosto de 1892, de forma más extensa: “Dicen de Burgos que, al regresar á Medina de Pomar una familia que había ido á Oña á las fiestas de San Ignacio que celebran los Padres jesuitas, cayó del carruaje el hermano del diputado señor Arnaiz. Y como el cochero no pudo, ó no quiso, detener las yeguas que tiraban del coche, se arrojaron á tierra dos señoritas y una señora que lo ocupaban, sufriendo algunas heridas. En vista de esto, el cochero, en el puente llamado de la Orada (sic), se tiró al río, sin género de duda atemorizado por el accidente que acababa de ocurrir”. Aquí ya tenemos “el contexto” y vemos que venían de Oña; que el cochero llevaba “gente de orden y posibles”; y podríamos deducir -a partir del miedo insuperable del cochero- que tenían una actitud agresiva ante los errores de los criados. Aunque, quizá, lo que sufrió este hombre fue un brote psicótico. Claro que no tenemos suficiente información. Tal vez fue un anarquista de pueblo.
 
Para poder aclararnos debemos tener más información. La encontramos rebuscando entre amarillentos periódicos encontramos este otro texto:
 
 
La publicación “el Oxomense, un Diario Católico con censura eclesiástica, se extendía, como hemos leído, más en este asunto. Lo cual es sorprendente dada la línea editorial del semanario. Vemos que ya no tenemos a la señora que se tira del carruaje -mala señal- y que el cochero no se suicidó inmediatamente, sino que escapó del lugar y se refugió en la caseta de un caminero. Regresó al día siguiente y ayudando a la Guardia Civil algo le ocurre que le empuja a saltar al río. Sobre que los dos últimos fallan al nombrar el puente sobre el río Ebro mejor ni hablamos: es la Horadada. Si se han fijado, nadie ha dado el nombre del cochero, ni de las señoras. Ciertamente, sólo tiene nombre el teniente de la benemérita porque el señor Arnaiz lo es por ser hermano del Arnaiz diputado.
 
Mucho más lacónico es el breve que referimos sobre un suicidio: “Burgos 8. En el vecino pueblo de Medina de Pomar se ahorcó en un corral de su propiedad Bernardo Zorrilla Martínez, de setenta y cuatro años”. Lo publicó el “Heraldo de Madrid” el 8 de agosto de 1929. En este caso sólo sabemos el nombre y nada de las circunstancias que le llevaron a tomas esa decisión.

 
Y cerramos la jornada con un accidente de tráfico de noviembre de 1905 en Gayangos. Lo pueden leer en el recorte que adjunto del “Diario de Burgos”. La noticia está acompañada de otra relativa a un robo de un tapabocas que era una bufanda de gran tamaño y no una forma de anticiparse en el uso de las mascarillas que nos ocultaron durante demasiados meses.
 
Cosas de la vida.
 
 
Bibliografía:
 
Periódico “Diario de Burgos”.
Periódico “El día de Palencia”.
Periódico “La Acción”.
Periódico “El País”.
Semanario “el Oxomense”.
Periódico “La Almudaina”.
Periódico “El Heraldo de Madrid”.
 
 
 
 

domingo, 16 de junio de 2024

Por supuestos parricidas.

 
Rebuscando en la prensa del siglo XIX y principios del siglo XX me encontré con unos detenidos en la cárcel de Villarcayo, al parecer, el 13 de noviembre de 1906 porque la noticia aparecía el día catorce de ese mes. El texto decía: “Por supuestos parricidas. En Villarcayo (Burgos) fueron encarcelados Enrique Huidobro y su esposa Paula Ruiz; por sospecharse que ahorcaron a la madre de Enrique con objeto de robarla”. Levantada la liebre rastreamos el tema en otro periódico del mismo día enterándonos que la víctima se llamaba Lorenza Marquina de 70 años (fallaron en la edad y el apellido para algunos periódicos es Martínez y para otros Marquina). Los que vieron el cadáver dijeron que presentaba “señales de estrangulación y de haber puesto sobre él cuerpos pesados”. Supimos que había muerto el día cinco de noviembre.
 
Pierdo la pista a este matrimonio hasta el año 1908. No sé si permanecieron en prisión preventiva o les dejaron ir a casa. ¡A saber! No lo dijo la prensa. Pero si pegamos un rápido repaso a la situación de la libertad provisional, con fianza y sin fianza, en la España de principios del siglo XX, vemos que podías estar en la calle a la espera de juicio si el delito era inferior a seis meses y un día; que no te fueses a fugar; y que te presentases al llamamiento del juez o tribunal que conociere de la causa. Aun así, seguirías en la calle, con fianza siempre, cuando el delito tuviera señalada pena superior a seis años de prisión; tener buenos antecedentes penales o nulo riesgo de fuga; y que el delito no hubiera producido alarma. En todo caso, el procesado debía comparecer los días que le fueren señalados en el auto respectivo, y además cuantas veces fuere llamado ante el juez o tribunal que conociera de la causa. ¿Qué creen ustedes? ¿Qué estuvieron en su casa esperando el juicio? ¿Qué matar a tu madre no causa alarma? Igual no. Hoy en día con cosas peores estas en la calle -o en la televisión-.

Ayuntamiento y juzgados de Villarcayo
 
Saltemos a abril de 1908 cuando en la Audiencia Provincial de Burgos se inició el juicio por jurado procedente del juzgado de Villarcayo. En el banquillo estaban Enrique Huidobro, Paula Ruiz Terán -su esposa-, Eusebia Terán Marquina -su suegra- y Toribio Ruiz Huidobro –un vecino-. Los dos primeros como autores y los segundos como encubridores de un delito de parricidio.
 
¿La víctima? Fue Lorenza Martínez Ruiz, viuda, de 60 años de edad, vecina de Huidobro y perteneciente a una clase media rural. Vivía sola asistida por una vecina cuando la necesitaba y rehuyendo la ayuda de sus hijos. Madrugadora, llevaba su ganado al campo y, al anochecer, se encerraba en casa abriendo solo a conocidos cercanos. Durante todo el día 6 de noviembre de 1906, nadie vio a Lorenza, pero al anochecer Paula Ruiz Terán observó que a la puerta de la casa se hallaba la vaca de Lorenza como esperando a que la abriesen. Paula fue a contárselo a Toribio Ruiz que ya lo había visto, extrañándole.
 
Ambos guardaron la vaca en su cuadra y Paula propuso a Toribio que subiera a ver si ocurría alguna novedad, contestando este que subiera ella. Paula replicó que no se atrevía a subir, porque antes había llamado y no la habían contestado; Toribio, en vista de esto, y temiendo que hubiese ocurrido alguna desgracia, la aconsejó que diera parte al alcalde, pero al final lo hizo él.

 
El alcalde de Huidobro lo comunicó al juez municipal de Villaescusa del Butrón, y este, a las once de la noche, llegó ante la casa de Lorenza. El juez, el alcalde y varios testigos entraron con Paula y vieron que, al final de la escalera, y a la mitad del pasillo, se hallaba el cadáver de Lorenza Martínez atravesado con una de las piernas saliendo por entre los barrotes de la barandilla. Estaba vestida con “ropa de diario” y tenía las medias puestas. Pero estaba descalza y sin el pañuelo del pelo. El cuerpo tenía al cuello una soga que le daba tres vueltas, anudada la última, y el resto de la soga suelta.
 
Revisaron toda la casa encontrando solo revueltas las ropas de la cama y pudo comprobarse que habían sido robadas las ropas contenidas en un arca. ¿Dinero? No se encontró nada en la casa cuando Lorenza debía tener unas 250 pesetas fruto de la reciente venta de un novillo.
 
En la autopsia se indica que las tres vueltas de la cuerda dejaron en la piel del cuello tres surcos horizontales, sin que por la parte correspondiente al primer nudo estuviera más elevado, lo cual demuestra que el cadáver no había estado suspendido del cordel. El cuerpo tenía una contusión en el ala izquierda de la nariz, la oreja izquierda, región temporal y parte superior del cuello del mismo lado. Otra en la parte lateral derecha del cuello, y cuatro en la lateral izquierda, observándose perfectamente las huellas de uñas y dedos. En el abdomen se encontraron señales de haberse ejercido una violenta presión, quizá con las rodillas, y en el muslo izquierdo huellas de dos dedos.

 
El informe médico concluye que la muerte de Lorenza Martínez fue debida a asfixia por estrangulación. Que participaron dos personas dada la presión sobre el vientre y la estrangulación hecha con las manos. La cuerda se colocaría postmortem para simular un suicidio. Se afirma que la muerte no debió de ocurrir en el sitio donde se encontró el cadáver. Conjeturan que la víctima fuese sorprendida en la cama durante el sueño y luego dejada en las escaleras. El crimen debió tener lugar entre las ocho y las once de la noche del día anterior.
 
El principal sospechoso será Enrique, hijo de Lorenza, y su mujer Paula Ruiz. La muerta solía decir que deseaba saber con anticipación el día de su muerte, para quemar todos sus bienes y no dejarles un cuarto a sus hijos. A pesar de que Enrique y Paula pasaban estrecheces económicas. Cuentan que dijo a las vecinas que sus hijos eran muy malos y por ello rechazó siempre el auxilio que la ofrecían aquellos. Sus vecinos declararon que Paula había insultado una vez a su suegra, apedreándola hasta obligarla a refugiarse en su casa, y que otro día la había querido estrangular.
 
Enrique y Paula fueron procesados junto a Eusebia Terán, madre Paula. Los indicios en que se basó el juez fueron:
 
  • La actitud de turbación de Paula al descubrirse el cadáver de Lorenza y las palabras que dijo a Isidra: “¿qué va a ser de mí? ¿Dónde me meteré yo?”
  • La circunstancia de haber desaparecido Enrique del pueblo el mismo día en que se descubrió el delito, diciendo que iba a Sedano a vender unos yugos.
  • El haber reconocido los procesados como suya la cuerda que se encontró en el cuello de Lorenza. Dijeron que se la habían cambiado por otra a Lorenza, la señora que no quería estar con ellos.
  • El haber escrito Eusebia, valiéndose de su vecino Toribio, a Susana Fonturbel, de Sedano, para qué diese la noticia del suceso a Enrique.
  • Una segunda carta de Eusebia a Enrique, tras la detención de Paula, advirtiéndole que le buscaba la Guardia Civil y aconsejándole que entregase su dinero al esposo de Susana Fonturbel, como hizo.
  • Otros indicios reflejados en cartas y declaraciones de testigos.
 
La fiscalía calificó los hechos con los delitos de parricidio y de robo. Con los agravantes de nocturnidad y abuso de superioridad respecto a Enrique Huidobro Martínez y Paula Ruiz Terán, pidiendo para ellos la pena de muerte y para Eusebia Terán y Toribio Ruiz la de tres años de prisión y de presidio correccional, respectivamente. La defensa negó la participación de los procesados en el delito solicitando su absolución.

 
Las sesiones se sucedieron desde el día siete de abril de 1908 hasta los primeros días de junio cuando se resolvió el juicio. La prensa comentó que en aquella primera sesión hubo un numeroso público. Supongo que porque todavía no existía la telebasura para retrasmitirlo. Presidía el Tribunal el presidente de la Audiencia provincial, Zumalacárregui y los magistrados Pelayo -que actuaba como ponente- y Larrumbide. Sostenía la acusación el teniente fiscal García Alonso y de la defensa estaba encargado el señor Revilla; procurador, Miegimolle; y secretaría del Licenciado Capua. Los acusados aparecieron templados. Bueno no. Paula Ruiz estaba enferma y le dieron quinina para bajarle la fiebre y aguantar el juicio. Por ello, declaró sentada. Y, aun así, hubo un receso para que descansase. Todos negaron las acusaciones. En la sesión de la tarde comparecieron varios testigos.
 
En la sesión del día ocho de abril comparecieron otros once testigos, pero no los peritos por lo cual el ministerio fiscal solicitó la suspensión de la vista hasta nuevo señalamiento. El tribunal accedió porque, además, faltaban más de treinta testigos que por efecto del temporal de nieve, no pudieron llegar a Burgos. ¡Aquellos abriles anteriores al cambio climático!
 
Volvieron las sesiones en junio. Y volvieron a la pasarela todos los testigos. La novedad era la extinción de la responsabilidad penal de Paula Ruiz Terán. ¿Falta de pruebas? No: defunción. Falleció en la cárcel. ¿Recuerdan que en las primeras sesiones estaba enferma? Pues eso. Por su parte Enrique Huidobro contestó al fiscal que, a las siete y media de la noche, y contra costumbre, fue a casa de su madre encontrándola sana. Sabía que tenía el dinero de la venta del novillo. Dijo que se llevaba bien con su madre y que cuando ella estaba enferma le llamaba. Afirmó que le desagradaba que Gregoria entrase en casa de su madre. Dice que no tenía noticia alguna de que su difunta mujer hubiese cambiado la soga con que apareció ahorcada Lorenza; que su madre se recogía pronto cerrando sus puertas; que no recuerda haber ido a llamar a la puerta de su madre ninguna noche; que el día del asesinato volvió de Villaescusa de Butrón con Pedro de Diego y se fue a su casa. Allí encontró un pobre al que dio albergue en el pajar. Luego marchó a afeitarse. Afirmó que marchó de Huidobro con Sebastián Corrales; que desde hacía unos 15 días había proyectado, con Federico Marquina, ir a Burgos; que llevaba unos 45 duros por la venta de una vaca; que entregó esa cantidad a Federico, por haber recibido una carta donde se le decía que su madre había aparecido ahorcada y que cuando fuese a Huidobro le detendría la guardia civil. Negó haber dicho “estoy perdido” al leer aquella carta. Desconocía que hubiesen apresado a su mujer y que no proyectaron asesinar a Lorenza para robarle. Negó que desde la casa del barbero marchase con Paula a la casa de su madre para matarla. Tampoco conocía al pobre que hospedó, pero recordó que dijo ser de la zona de Villadiego. Habiendo contradicción entre lo declarado ante la policía y lo declarado en el juicio el presidente del tribunal mandó leer la primera declaración que Enrique reconoció.

 
Eusebia Terán dijo que tenía buenas relaciones con Lorenza y que la vio el día de su asesinato en la fuente del pueblo. Que sabía que había vendido un novillo. Desconocía que su yerno Enrique hubiese pedido dinero a su madre, y que cuando este vendió el ganado ya habían matado a Lorenza. Añadió que cuando salió del pueblo con dirección a la cárcel de Villarcayo, se despidió diciendo “adiós para siempre” pero porque era ya una mujer mayor y que los disgustos del juicio la matarían. Reconoció que le dijo a Enrique Huidobro que entregara el dinero a Federico Marquina.
 
Toribio Ruiz vivía en la casa junto a la de Lorenza y reconoció que se escuchan los ruidos y conversaciones. Sabía lo de la venta del novillo, que su vecina no vivía con estrecheces y que, en ocasiones, discutía con sus hijos. Que el día cuatro de noviembre fue el último que vio a Lorenza, no notando nada extraño en la casa de ella al día siguiente. Dijo que el día seis, cuando vino del campo, Paula fue a su casa preguntando por su esposa. Como no estaba Paula le pidió que bajase y juntos ataron la vaca de Lorenza en su cuadra. Luego ella le pidió que subiera al cuarto de Lorenza. Se negó diciendo que subiese Paula que dijo que no lo hacía porque tenía miedo. Toribio terminó su declaración diciendo que en la carta que escribió a Enrique le decía que entregase todo su dinero a Federico Marquina incluido lo obtenido por la venta de los yugos. No asistió al reconocimiento del cadáver de Lorenza.
 
La siguiente sesión, la del día dos de junio de 1908, estaba dedicada a los peritos. Estos fueron Manuel y Julián Gallo. Escucharon la lectura de su informe pericial donde decían que la muerte debió ser intencionada y que esta debió ocurrir unas cinco horas después de comer.

 
Tras ellos siguieron las declaraciones de los testigos. Así, Pablo Corrales dijo que la puerta de la escalera se hallaba abierta y que en un pasillo estaba tendida Lorenza, con una soga al cuello y las ropas revueltas. Dijo que conocía a Lorenza y su situación económica. Que una tal Gregoria entraba en casa de Lorenza, y que Enrique había discutido con esa señora. Comentó que cuando entró Paula en la habitación, al encontrar allí el cadáver de su suegra, hizo un gesto y se quedó tranquila; que se decía en los pueblos limítrofes que los procesados habían matado a Lorenza.
 
El testigo Andrés Huidobro era sobrino de Enrique, y confirmó lo dicho por Toribio sobre la negativa a subir a la planta de la casa de Lorenza (¿cómo lo sabía si no estaba con Toribio y Paula cuando se produjo esa conversación?). Cuando subieron arriba encontraron el cuerpo de Lorenza y, Andrés, dijo que Paula pronunció las frases “dónde me iré”, “dónde me meteré yo”. Andrés recordó que en el pasado Gregoria se enfrentó con Paula y Enrique en casa de Lorenza, diciéndoles que se fuesen. Añade que la puerta que había en la escalera estaba cerrada por fuera y que la muerta debía tener unos mil reales (250 pts.) en casa de los que solo se encontraron cuarenta céntimos de peseta.
 
El testigo Casimiro Campillo, pariente de Enrique, dice que tenía buenas relaciones con Lorenza; que no sabía si los hijos de Lorenza le habían pedido dinero y que supo de la muerte de Lorenza al día siguiente; que la difunta tenía miedo de la nuera y no solía abrir la puerta a desconocidos. A preguntas del letrado dice desconocer cuando había vendido el ganado Lorenza. Otro testigo: Dámaso Marquina sabía de la mala relación de Lorenza y sus hijos y que Paula parecía tener miedo.
 
Isidra Díez, testigo, era la esposa de Toribio, recuerda que su casa comparte tabiques con la de Lorenza; que la muerta tenía un escondite en el desván y que no la había visto desde el día de Todos los Santos. Dijo que el día seis marchó a casa del maestro a donde la fue a buscar Toribio para preguntarle si sabía algo de Lorenza; que en el reconocimiento del cadáver no oyó decir nada a Paula y que estando en su casa oyó pisadas. A preguntas del defensor dijo que su marido tenía buenas relaciones con los hijos de Lorenza; y que la puerta de abajo estaba cerrada y la de arriba abierta.

 
Hubo más testigos que no añadieron nada a la investigación como fueron Carlos Huidobro, Francisca Alonso, Pilar Terán, Álvaro Huidobro (primo de Enrique), Joaquín Gómez, Córdula Ruiz o Victoriana Terán. Tampoco los careos concluyeron nada.
 
Galo Diez recalcó que escuchó a Paula decir “¡ay, Isidra!, ¿dónde iré yo? ¿dónde me meteré yo?”. Manuel Huidobro contó que le preguntó a Enrique porqué se afeitaba a la noche y este le respondió que pensaba ir de viaje. (¡Ya está! Tenía pensado largarse con el dinero). Pues… Sebastián Corrales testificó que tenían confirmado el viaje quince días antes; que fue a avisar a Enrique para ir juntos a Sedano (¿pero no volvió enrique de Burgos?), vendiendo una vaca que le valió 40 duros, regresando, Sebastián, al día siguiente.
 
Luego se interrogó al maestro del pueblo que dijo que Eusebia (¿no sería Isidra?) estuvo en su casa hasta que la llamaron para ir a casa de Lorenza; dijo que vio la puerta de la escalera cerrada; que una vez Paula llegó a apedrear a Lorenza hasta que la señora llegó a su casa.
 
Antonio Alonso Terán, secretario del juzgado municipal, dijo que encontraron a Lorenza tendida en el suelo; que en las ropas de la cama en que dormía observaron algún desorden; y que cuando subió Paula dijo que la soga había sido suya. Añade que el juez determinó procesar al matrimonio al percibir que Paula no demostraba sentimiento por la muerte de Lorenza; que al preguntar el juez a Paula si tenía dinero dijo ésta que tenía 900 reales, pero en su domicilio no encontraron nada. Al interrogar a Paula sobre dónde estaba ese dinero, contestó que su marido se lo debía haber llevado.

 
El juicio se reanudó a las cuatro de la tarde del día siguiente, ya comidos y dispuestos para la siesta, con las declaraciones de Vicenta Martínez, Pedro de Diego y Francisca González. Después declaró Julián Ruiz, alcalde del pueblo, que manifestó que Lorenza se quejaba del mal trato de sus hijos y le contó los disgustos que le proporcionaban sus descendientes.
 
La tabernera del pueblo, Paula Marquina, conocía a Lorenza porque acudía allí a hacer compras y a realizarle confidencias, llorando y lamentándose de lo mal que la trataban sus hijos. Añadió que vio a Paula apedrear e insultar a Lorenza diciéndola: “¡Que te mato!”. Para la tabernera los asesinos eran Enrique y Paula. Claro que su testimonio pudo haber estado desvirtuado porque un hijo suyo había matado a otro de Enrique y Paula.
 
Saturnina Marquina, pariente de Toribio, oyó como Enrique insultaba a Gregoria porque ayudaba a Lorenza cuando estaba enferma. Juan González, otro primo de Toribio, dijo que, tras la bronca de Enrique y Paula con Gregoria, Lorenza les echó de casa diciéndoles: “Ya que no queréis asistirme vosotros, dejad a Gregoria que lo haga”.
 
Testificó también Hilario Cerezo que era el jefe de la cárcel de Villarcayo. Dijo que había escuchado a la difunta Paula decir: “Enrique, por Dios, no me descubras”. Este empleado público preguntó a otros presos -como Guillermo García- si habían escuchado algo y declara que le dijeron que Paula dijo a Enrique que no dijese nada o la perdía. Hilario dijo que Enrique escribió una carta a su mujer con el texto: “Ten cuidado con el pico, pues lo que hablamos ayer ya lo sabe el jefe”. Ese papel figuraba como prueba de cargo.
 
Otro recluso -deseoso de colaborar con la justicia- declara que escucho decir a Paula: “No me descubras que me pierdes, y si te preguntan si la rompí el vestido, dices que no”.
 
El fiscal, en sus conclusiones, instó al jurado a que decidiese el veredicto en función de los rumores vertidos por los testigos. Que se fijase en la mala relación entre los acusados y Lorenza para declararles culpables -ya solo a Enrique- y que añadiesen como elemento inculpatorio el deseo de alejar a Gregoria del lado de su madre. Recordó que la muerte fue por estrangulamiento y que, no habiendo hallado ningún otro al que cargarle el muerto (supongamos ese vagabundo) y siendo claros beneficiarios de la muerte… ¡¡¡Tenían que haber sido ellos!!! ¿Cuándo lo hicieron? Después de que se afeitase Enrique. Sobre los cómplices las pruebas de cargo se derivan de la carta que envió a través de los hijos de Toribio a Enrique -presente en el sumario- indicándole que quitase de en medio el dinero. 

 
El abogado defensor, en su alegato, no dudaba de la inocencia de Enrique (Paula ya no importaba, diría que incluso podía ser más útil muerta que viva). Aun así, descartó que las frases de la difunta Paula pudiesen significar reconocimiento de la culpabilidad siendo muestras de su angustia e incertidumbre. Igualmente desechó las frases contadas por los reclusos de Villarcayo. Incluso la carta enviada por Enrique a Paula que, dijo, se refería a Gregoria. El defensor Revilla hizo notar al jurado que Enrique salió de Huidobro el día 5 a las once de la noche, en compañía de Sebastián Corrales y Federico Marquina, y cuando regresaban de Burgos para Sedano, Enrique recibió una carta en que le decían que su madre había aparecido muerta. Al saberlo sollozó y dijo “¡Ay, madre de mi alma!”
 
¿Cuál fue la sentencia? Les presento las conclusiones que se publicaron en el “Diario de Burgos”, pero les indico que el fiscal solicitó la repetición del juicio con un nuevo jurado:
 

 
Bibliografía:
 
Periódico “El Noroeste”.
Periódico “Diario de Burgos”.
Periódico “El Pueblo”.
Periódico “Heraldo Alavés”.
Periódico “El Castellano”.
“Pasado y presente de los fines de la prisión provisional en España”. José Antonio Alonso Fernández.
Dibujos de José María Bueno.
Blog “Tierras de Burgos”.
 

domingo, 12 de mayo de 2024

Sangre negra en el XIX

 
 
Todos los que peinamos canas recordamos el periódico “El Caso” con Margarita Landí y otros periodistas que relataban la España negra, negrísima, de mediados del siglo XX. Seguramente no todos los casos que aparecían en sus páginas se resolvían. Pero, al menos, ellos realizaban su seguimiento porque la prensa generalista iba olvidándose de los pocos incidentes fatales que relataban. Desde siempre.

 
Tras la lectura de muchos periódicos del siglo XIX hemos encontrado un ramillete de referencia a actos criminales y muertes sucedidos en Las Merindades. De algunos se sabe algo y de otros nada. ¿La causa? La noticia no tenía garra suficiente, no había periodistas para seguir la noticia, censura, no se atrapó al culpable…
 
La primera noticia la recogemos del periódico “El Popular” que hablaba de una banda de salteadores en Salinas de Rosío el día 17 de agosto de 1846: “Estos días ha aparecido una cuadrilla de siete ó ocho ladrones; no hay conformidad en el número, ni tampoco en los que de ellos se han presentado con armas. Lo positivo é indudable es, que en el monte del pueblo do Návagos, distante media hora de esta villa, cogieron y apalearon á un pastor, por la resistencia que les hizo a declarar quien era el más acomodado vecino”. ¿Siguieron por la zona? ¿Hay muestra de nuevos asaltos? ¿fueron capturados? Silencio.
 
La siguiente noticia necesita entender lo que son los “hermanos de armas” -los “Brothers in arms” de aquella serie de televisión-: aquellos que luchan juntos en la guerra o, en una versión más humilde, aquellos que hicieron el servicio militar juntos. Se entiende que esos muchachos desarrollan un vínculo tan fuerte como el de la sangre. ¡Cómo si fuesen hermanos de leche! Luchan juntos, viven juntos y mueren juntos. Más aún si deben servir a la patria en tierras lejanas u hostiles. Y no les digo nada si al vínculo de hermandad le añadimos la consanguineidad. En este caso varios periódicos repitieron la noticia, que “La España” hacía proceder de un remitente bribiescano.

El nuevo observador 08/11/1852
 
En este caso sí fueron capturados los asesinos. ¿Se dan cuenta que desconocemos el nombre de todos? Y, si eso fuera poco, no sabemos cuando ni donde se realizó el juicio. ¿Fue justicia militar o criminal? Diríamos que se juzgaron como civiles al estar ya licenciados, pero… ¿Y si los militares pusieron sordina al tema para no manchar su imagen?
 
Y si hablamos de militares podemos fijarnos en este asesinato de un Guardia Civil del puesto de Villasante que se produjo en junio de 1863. No sabemos el día exacto pero fue antes del veintitrés, que es cuando se publica este breve: “Días pasados fué muerto un guardia civil del puesto de Villasante, por un pasiego de las cabañas de la Sía, término de Espinosa; según parece, el guardia con otro compañero, trataron de prender al pasiego por una de las muchas fechorías que tiene hechas: el pasiego salió corriendo por un prado y cuando saltó la pared se parapetó detrás de ella y le pegó al guardia un balazo que lo atravesó, de cuyas resultas murió, según dicen, en el acto. El pasiego parece que, aunque de presencia despreciable por lo raquítico y ruin de su estatura, es pájaro de cuenta, y ha sido encausado diferentes veces; es conocido con el mote de Foro; la Guardia Civil de Medina, Villarcayo, Villasante y parte de los del puesto de Valnera, están en su persecución y creo que lo capturen pronto porque bien necesario es, pues un hombre que tiene ideas tan perversas y se encuentra en su caso, será capaz de cometer cualquier atentado”.
 
En este caso, al menos, tenemos un mote: “Foro”. Pero, también, una absoluta despreocupación por el policía muerto. ¿Otra visión de la vida y la muerte?

 
Quizá esa aceptación de la muerte fue modificada, levemente, con los años -y otra guerra civil- porque para enero de 1887 empiezan a preocuparse por el nombre de la víctima. El periódico “La Iberia” publicaba el fallecimiento -¿casual?- de Narciso Martínez González.
 
 
Y, ya que nos hemos salido del mundo del crimen, visitaremos un curioso incidente que terminó en suicidio y del que se hicieron eco varios periódicos el cinco de agosto de 1892: “Telegrafían de Burgos, diciendo que al regresar de Medina de Pomar una familia que había ido a Oña para asistir á las fiestas de San Ignacio, cayó del carruaje el hermano del diputado Sr. Arnaiz. El cochero, Alejo Val, no detuvo á las mulas, sino que corriendo siguió con ellas á la carrera, por lo cual una señora y dos señoritas que ocupaban el coche con intención de auxiliar á don Valeriano Arnaiz, se arrojaron a tierra, sufriendo algunas heridas. El coche sigue, no obstante, corriendo, y á los pocos momentos choca con un carro, con tan mala suerte, que una yegua queda en el suelo herida. Ya no corre el coche, pero si el cochero, que lo abandona todo y se va á dormir a la caseta de un peón caminero. Ayer la Guardia civil trató de levantar la yegua y entonces aparece el cochero, el cual dice que va por unas palancas para facilitar á aquel animal la ascensión; pero apenas llega al puente de la Horadada se arroja al río, donde pereció. Su cadáver no ha sido extraído”.
 
Otro periódico anotaba que había “motivos para creer que el cochero estaba algo perturbado”. ¿Por qué estaba perturbado? ¿Lo estaba antes de que se desbocasen los caballos o fue a causa de este accidente? Más aún, ¿era miedo lo que tenía?

Puente del cañón de La Horadada.
 
En este caso ya tenemos varios nombres que alejan la noticia de un chascarrillo o un relato de corrala. Identifican a Alejo Val, el cochero, del cual “La correspondencia de España” nos dice que tenía 27 años y que se tiró al Ebro el lunes, 1 de agosto de 1892. El día nueve publicaba la recuperación del cuerpo. Como nota curiosa, “El católico Balear” incluía la noticia arriba transcrita el día once de agosto. Cosas del periodismo del siglo XIX. Otro de los nombres que aparece es Valeriano Arnaiz, hermano de un tal diputado Arnaiz. Valeriano solo tiene importancia por ser hermano de Clemente Arnaiz y Ezquerra que la prensa titulaba como “diputado”. Consultada la base de datos del Congreso de los Diputados del Reino de España no consta este individuo. En otras fuentes ya lo presentan como “diputado provincial” por la zona de Villarcayo y Miranda, con perfil independiente, al menos desde 1891 y que falleció en junio de 1936. Es decir, formaba parte de la Diputación Provincial de Burgos, de la que llegó a ser presidente. Quizá por eso el bombo a esta noticia. Los poderosos Arnaiz estaban vinculados a Medina de Pomar. Y, pensando mal, quizá por ese poder tuvo miedo el cochero de tal forma que terminó suicidándose.
 
Ese mes de agosto de 1892 también conoció un asunto más turbio, pero menos sangrante y que terminó con una brillante acción policial que recogía “El Papamoscas” el día siete:
 
 
Como vemos el cura de Extramiana no necesitó quien le defendiese. Y casi ni el de Quintanilla-Montecabezas que era diestro en la lucha aun teniéndose que enfrentar a gente armada con revólveres y cuchillos.
 
Es una pena la falta de los nombres de estos probos hombres de Iglesia, y el de sus amas, pero la siguiente noticia incluye la identificación de su protagonista: “en la noche del 21 trató de fugarse de la cárcel de Villarcayo (Burgos), el preso José Díaz, no habiendo logrado su intento por haberse apercibido el vigilante D. Prudencio Cifuentes”. Esta breve nota la publicaba el periódico “La correspondencia de España” el 26 de octubre de 1894. Nos pica la curiosidad por saber la razón de su detención y procesamiento. Por cierto, bien por Prudencio.
 
Terminamos este recorrido por la prensa truculenta del siglo XIX con un caso publicado el 3 de marzo de 1899:
 

¿Capturó la Guardia Civil al criminal? Si nos fiamos del rumor que extendió “El Papamoscas” del 9 de abril de 1899 debemos creer que sí pero… ¡no nos dan nombre alguno!
 
 
 
Bibliografía:
 
“Diario Oficial de Avisos”.
Periódico “El correo militar”.
Periódico “El siglo futuro”.
Periódico “El popular”.
Periódico “La España”.
Periódico “El nuevo observador”.
Periódico “La correspondencia de España”.
Periódico “La Iberia”.
Periódico “El clamor público”.
Periódico “El Papamoscas”.
Periódico “Diario de Burgos”.
Periódico “El diario español”.
Periódico “El genio de la libertad”.
Periódico “El País”.
Periódico “El Cantábrico”.