Que no te asusten ni la letra ni el sendero de palabras pues, amigo, para la sed de saber, largo trago.
Retorna tanto como quieras que aquí me tendrás manando recuerdos.


domingo, 24 de febrero de 2019

Ermita de San Antonio de Padua en Villaluenga.



Esta semana nos acercamos hasta uno de los grandes santos de la Iglesia Católica: San Antonio de Padua. Qué, como todos sabemos, ni se llamaba Antonio ni era de Padua. Era Lisboeta y fue bautizado con el nombre de Fernando Martim de Bulhões e Taveira Azevedo. Lo de Antonio le viene de cuando entró en la Orden de los Frailes Menores en 1220. Debió nacer entre el 1191 y 1195.

San Antonio predicando a los peces (José Benlliure)

Es uno de los santos más queridos. Hay ermitas con su advocación por toda España y muchos pueblos celebran sus fiestas el 13 de junio. Por ello daremos antes de meternos en harina un leve repaso a la vida de San Antonio. Fernando Martim de Bulhões ingresó en la abadía agustina suburbana de San Vicente en las afueras de Lisboa, perteneciente a los canónigos regulares de san Agustín. Estudió las Sagradas Escrituras, la teología de algunos doctores de la Iglesia y los clásicos latinos. En 1210 se trasladó al monasterio agustino de Santa Cruz en Coímbra para continuar sus estudios. El martirio de varios sacerdotes en Marruecos en 1220 le llevó a hacerse franciscano y a adoptar el nombre de Antonio en honor de san Antonio Abad a quien estaba dedicada la ermita franciscana en la que él residía. Partió para Marruecos pero enfermó durante el invierno de 1220 y hubo de volver a la península. En el trayecto una tempestad violenta desvió su barco a Sicilia, y allí tuvo noticias del Capítulo General convocado en Asís para 1221. Una vez concluida la reunión, Antonio solicitó a fray Graziano, provincial de Romaña, que lo tomara consigo para que le impartiese los primeros rudimentos de la fe espiritual.

Fue enviado al pueblo de Montepaolo para que sirviera como sacerdote. ¡Era un pico de oro! Enterado Francisco de Asís le envió una carta donde le encargaba predicar y enseñar Teología a los frailes. Luego lo comisionó para luchar contra los cátaros. Después, Antonio, paso a Bolonia y a Padua. El exceso del trabajo le enfermó de hidropesía y, después de la Pascua de 1231, se retiró a la localidad de Camposampiero, con otros dos frailes para descansar y orar. Cuando retornaba a Padua, se detuvo en el convento de las clarisas pobres en Arcella, donde murió el 13 de junio de 1231 con unos 35 años. Gregorio IX lo canonizó 352 días después de su fallecimiento, el 30 de mayo de 1232. La tradición popular pone a San Antonio como remediador de todo tipo de calamidades y miserias. Es llamado el Taumaturgo (obrador de milagros) porque Dios se complace en obrar maravillas por su medio.

Ermita de San Antonio en Villaluenga 

Popularmente se atribuye a San Antonio la facultad de conseguir un buen novio. Quizá por considerar al santo como refugio para todas las necesidades; o por la confusión que el pueblo sufre con estas oraciones: “De una que no creía...", “A la que con santo celo...". Donde se refiere al alma, pero que el pueblo llano cree referidas a “una" mujer.

Recuperar las cosas perdidas es otra de sus facetas. Se basa en una interpretación de unas afirmaciones que aparecen en el Responsorio (“miembros y bienes perdidos/recobran mozos y ancianos") y en los Gozos (“volvéis los bienes perdidos"). Estas son un par de las clásicas oraciones a San Antonio. La palabra “bienes" habría sido interpretada genéricamente y no en su sentido original de hacienda, riqueza, caudal, etc.


Este querido y seguido patrono de múltiples lugares tiene una ermita grande en la población de Villaluenga del Valle de Losa. Fue pagada por Gil de Castresana Villota Ortiz de Orive y González de Santa Cruz que era natural de ese lugar. Era el año de 1787. Exactamente en un altozano que domina el valle y cuenca del río Jerea y que se encuentra en los términos de Llana y San Martín de Llana, que eran despoblados y comuneros de Villaluenga y de San Llorente. Esta razón llevó a que estos últimos acordaran contribuir a su mantenimiento. Era un lugar próximo a un antiguo monasterio benedictino bajo la advocación de San Martín. Y, por supuesto, en el camino real entre Burgos y Bilbao.

Los derechos parroquiales también eran comunes a ambas iglesias, por lo que, el parroquiano que sembrara en dichos términos contribuiría con el diezmo a su respectiva parroquia y el forastero mitad a cada una de ellas. Las funciones a realizar en el santuario, desde 1801, las debían ejecutar alternativamente los curas de las dos localidades y percibir los emolumentos correspondientes. En caso de haber ermitaño se le consideraría parroquiano de la iglesia cuyo cura regía el santuario aquel año. Acordaron igualmente que ni uno ni otro, en ningún tiempo, por sí solo y sin la facultad del otro, se permitiese el entierro a alguien en el mencionado santuario.

Gil trabajó en el Real Oficio de Furriera de la Casa Real, desempeñando el cargo de camarero copero de Carlos III. Siendo muy devoto de San Antonio de Padua, ideó en su pueblo construir una ermita en la que se diera culto a este santo.

San Antonio de la Florida

Los planos de ésta se los hizo el arquitecto real –generalmente: Francisco Sabatini- y la ermita, de estilo barroco clasicista, está inspirada en la de San Antonio de la florida de Madrid. No en la actual sino en la que estuvo erigida durante unos treinta años diseñada por Sabatini. El pórtico, con arcos de medio punto de finas molduras, entre pilastras, está rematado por una espadaña coronada por un clásico frontón triangular. Destacaremos la excelente rejería.

La efigie del Santo la talló el escultor de cámara Manuel Álvarez. Con ese nombre entiendo que podría ser Manuel Francisco Álvarez de la Peña (1727-1797) que fue miembro de la primera generación de escultores que se formaron en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Estudió en Roma y por ello le apodaron ¡¡¡el griego!!! por su técnica clásica. Trabajó la madera más que la piedra. Pero entre sus obras en este último material debemos destacar las esculturas para la Fuente de Apolo de Madrid.

Interior de la ermita de San Antonio.
Cortesía de "Valle de Losa"

Tenemos, por tanto, una ermita que está presidida por una gran imagen del Santo que para las procesiones de las romerías resultó demasiado pesada. Será por esto que su patrono encargó a Manuel Álvarez una talla.

“Tiene la estatua de madera que representa a San Antonio, que se venera en su capilla extramuros de los lugares de Villaluenga y San Llorente, arzobispado de Burgos”. La imagen alcanza una altura de 79 centímetros, que con la peana llega a los 88 centímetros. En la mano izquierda aparece sentado sobre un paño y un libro la figura del Niño Jesús. Su luminosa túnica de color rosa contrasta llamativamente con el austero y sencillo hábito del franciscano. También en este caso del cinturón cuelga el Rosario. Los ojos de ambas figuras brillan intensamente por el empleo de pasta vítrea. San Antonio descansa sobre su pie izquierdo mientras que el derecho, con la rodilla ligeramente adelantada, se apoya en la punta de los dedos, formando ambos pies casi un ángulo recto.


Tras la imagen puede leerse en letras doradas la marca del escultor (M. A)LVARE(Z). La humildad del lugar explicaría una escultura sin grandes pretensiones y de materiales baratos.


El Rey Carlos III regaló dos cálices a la ermita y casi todos los empleados de la Casa Real contribuyeron con cuadros, ropas y otros objetos de culto a constituir un tesoro, de los cuales, en la actualidad no queda nada salvo algunos frescos en la bóveda.

Por hablar un poco de Gil de Castresana Villota Ortiz de Orive y González de Santa Cruz podemos decir que era nieto –por parte paterna- de Valentín de Castresana, hijo de Juan de Castresana y de María de Mardones (vecinos de Quincoces) que casó con Mariana Ortiz de Orive, hija de Francisco Ortiz de Orive y de Casilda Fernández de Espiga. Su padre fue Tomás, nacido el 27 de diciembre de 1703. El resto de hijos de Valentín fueron Dionisio, Juan, Matías, Andrés, Mateo, María, Domingo y Francisco.

Tomás de Castresana Ortiz de Orive casó dos veces. Su primera esposa fue Juliana de Villota, hija de Julián de Villota y de Francisca González, vecinos de Villota de la Rivera. Esta dama fue la madre de Gil de Castresana Ortiz de Orive de Villota (nacido el 1 de septiembre de 1740) Fabiana, Blas, Eugenia, Gregorio, Tomás, Bibiana y Manuel. Del segundo matrimonio de Tomás con Teresa de Llanos, hija de Juan de Llanos y de María Cruz de Quintana, vecinos de Robredo, nacieron Silvestre, Tomasa y Escolástica.

En el frontal de la ermita tenemos el escudo de armas del patrono con el campo medio cortado y medio partido. Básicamente son cuatro cuarteles que, por si se acercan a visitarla, les describiremos:


En el primer cuarto (superior izquierda). En su parte izquierda tenemos, de gules con tres saetas de oro con los hierros de plata, atadas con una cinta de gules, y debajo de cada una de las saetas, una estrella de oro. Junto a este tenemos de azur, una torre de plata sobre ondas de agua de azur y plata, y a la puerta, un león rampante de oro, coronado de lo mismo, con una flor de lis también de oro, en la mano. Sobre la torre del homenaje, un águila de oro. Bordura general del mismo metal, con diez sotueres de azur que son… ¡las Armas de Castresana!

El cuarto inferior izquierdo dispone, de azur, un lucero de oro (figura una estrella), bordura de escaques o jaqueles de oro y plata, y estos últimos cargados de una rosa cada uno. Son las armas de Ortiz. Junto al mismo están, de azur, tres estrellas de oro, de ocho puntas, puestas en triangulo: Armas de Orive.

La parte del escudo superior derecha presenta el campo cortado y medio partido. En el primer cuartelado y en el cuarto tenemos, en plata, un roble de sinople; en el segundo, en sable, una torre de plata; y en el tercero, en oro, cuatro fajas de sable. Bordura, de plata, con dos panelas de sinople y la leyenda en letra de sable "Villota".

El último cuarto representaría el apellido González de Santa Cruz. Partido. Primero: en gules, un águila exployada, al natural, picada y membrada de oro, y bordura de gules, con ocho aspas de oro, y segundo: cortado. Primero: en azur, una cruz hueca, de gules, floreteada y fileteada de plata, y segundo: en gules, un castillo de oro; medio partido de plata, con un león de gules.


En el interior de la ermita hay un retrato de Carlos III y otro de Gil. Incluso circula una leyenda que dice que el fundador de esta ermita murió envenenado cuando se dirigía a visitarla.

Para dar esplendor al culto, Gil encargó a sus testamentarios fundasen sobre sus bienes una capellanía. Estos bienes fueron exceptuados de la desamortización a virtud de una reclamación de Benito Agüero Castresana, los que se adjudicaron a éste, en concepto de libres, con arreglo a la ley de 19 de agosto de 1841 y Real decreto de 5 de febrero de 1855, en virtud de sentencia ejecutoria del Juzgado de primera instancia de Villarcayo.

Noticia del Diario de Burgos (12/06/1981)
completando algo la historia de Gil de Castresana.

En esta ermita, el día 13 de junio, coincidiendo con el día de San Antonio, se celebra una romería.


Bibliografía:

“Blasones y linajes de la provincia de Burgos. Partido judicial de Villarcayo” Francisco Oñate Gómez.
“El valle de Losa. Notas para su historia”. Julián G. Sainz de Baranda.
Periódico “Diario de Burgos”.
"Dos imágenes de Manuel Álvarez en la provincia de Burgos" por Inocencio Cadiñanos Bardecí.
Revista “Folclore”.

Para saber más:



Anejos:

La canción de los pajaritos: En estos, para mí, momentos difíciles quiero recordar esta hermosa canción con San Antonio de protagonista que mi padre me cantaba de niño.

Padre mío san Antonio,
suplicad al Dios inmenso
que con su gracia divina
alumbre mi entendimiento

Para que mi lengua
refiera el milagro
que en el huerto obrasteis
de edad de ocho años.

Desde niño fue criado
con mucho temor de Dios,
de sus padres estimado
y del mundo admiración.

Fue caritativo
y perseguidor
de todo enemigo
con mucho rigor.

Su padre era un caballero
cristiano, honrado y prudente,
que mantenía su casa
con el sudor de su frente.

Y tenía un huerto
donde recogía
cosechas y frutos
que el tiempo traía.

Por la mañana, un domingo,
como siempre acostumbraba,
se marchó su padre a misa
cosa que nunca olvidaba.

Y le dice: «Antonio,
ven acá, hijo amado,
escucha que tengo
que darte un recado.

Mientras yo estoy en misa,
gran cuidado has de tener;
mira que los pajaritos
todo lo echan a perder.

Entran en el huerto,
pican el sembrado,
por eso te advierto
que tengas cuidado».

Cuando se ausentó su padre
y a la iglesia se marchó,
Antonio quedó cuidando
y a los pájaros llamó:

«Venid, pajaritos,
dejad el sembrados,
que mi padre ha dicho
que tenga cuidado.

Para que mejor yo pueda
cumplir con mi obligación,
voy a encerraros a todos
dentro de esta habitación».

Y los pajaritos
entrar los mandaba
y ellos, muy humildes,
en el cuarto entraban.

Por aquellas cercanías
ningún pájaro quedó,
porque todos acudieron
cuando Antonio los llamó.

Lleno de alegría
San Antonio estaba,
y los pajaritos
alegres cantaban.

Cuando se acercó su padre,
luego los mandó callar;
llegó su padre a la puerta
y comenzó a preguntar:

«Ven acá, Antoñito,
dime, hijito amado,
de los pajarillos
¿qué tal has cuidado?»

El niño le contestó:
«Padre, no tenga cuidado
que, para que no hagan mal,
todos los tengo encerrados».

El padre que vio
milagro tan grande,
al señor obispo
trató de avisarle.

Acudió el señor obispo
con gran acompañamiento
quedando todos confusos
al ver tan grande portento.

Abrieron ventanas,
puertas a la par,
por ver si las aves
se quieren marchar.

Antonio les dice entonces:
«Señores, nadie se agravie,
los pájaros no se marchan
hasta que yo no lo mande».

Se puso en la puerta
y les dijo así:
«Ea, pajaritos,
ya podéis salir.

Salgan cigüeñas con orden,
águilas, grullas y garzas,
avutardas, gavilanes,
lechuzas, mochuelos y grajas.

Salgan las urracas,
tórtolas, perdices,
palomas, gorriones
y las codornices.

Salga el cuco y el milano,
zorzal, patos, y andarríos,
canarios y ruiseñores,
tordos, jilgueros y mirlos.

Salgan verderones,
y las cardelinas,
también cogujadas
y las golondrinas».

Al instante que salieron
todos juntitos se ponen,
escuchando a san Antonio
para ver lo que dispone.

Antonio les dice:
«No entréis en sembrado,
marchad por los montes,
los riscos y prados».

Al tiempo de alzar el vuelo
cantan con dulce alegría,
despidiéndose de Antonio
y su ilustre compañía.

El señor obispo,
al ver tal milagro,
por diversas partes
mandó publicarlo.

Árbol de grandiosidades,
fuente de la caridad,
depósito de bondades,
padre de inmensa piedad.

Antonio divino,
por tu intercesión
la eterna mansión.





domingo, 17 de febrero de 2019

Algo sobre los cultos romanos en Las Merindades.



Antes de meternos en harina describiremos el concepto de religión que tenían los romanos. Evidentemente sabemos que eran politeístas. Disponían de dioses inmortales pero, a la vez, muy humanos. Seres que decidían sobre la vida de los mortales. El culto estaba basaba en sacrificios y rituales tendientes a conseguir el favor divino. Algo sencillo, sin dogmas, verdades reveladas ni zarandajas varias. Lo importante eran los rituales –no las creencias- y, también, la participación del pueblo para fortalecer la cohesión de la sociedad. Un rito social y ciudadano.


El aparato teocrático lo representaban magistrados religiosos: pontífice máximo, flamines, vestales, augures… Pero las prácticas religiosas no eran monopolio de los magistrados, ya que éstos eran funcionarios públicos que debían su cargo a su prestigio social, y este se reafirmaba gracias al ejercicio de las magistraturas religiosas. Finalmente, los jefes de familia se encargaban del culto familiar y cualquiera podía realizar sacrificios y adorar a su dios preferido… sin estridencias ni sacrificios humanos, por supuesto.

Durante la expansión de Roma por la península itálica aparece un elemento particular de la religión romana: atraerse a los dioses vecinos mediante la adopción de su culto y la erección de templos en su honor, para que, al pactar con ellos, obtuvieran su protección. Los romanos eran los favoritos de las deidades porque éstas estaban detrás del éxito de sus armas. Por ello, los romanos presentaban sus guerras como justas. Todas ellas las hicieron por causas y motivos piadosos y precisamente por eso tuvieron a los dioses propicios en los peligros.

Ineludiblemente la llegada de Roma a Las Merindades significó la llegada del culto a sus dioses. El poder romano se basaba en la adoración de los dioses y en la continuidad de sus cultos. De hecho, la llegada al cristianismo de ciudadanos romanos generó angustia entre los politeístas al asociar la decadencia de los viejos dioses con la decadencia de Roma. Y, aparentemente, tenían razón.


La repetición de los cultos era fundamental para que conservara esa piedad y religiosidad y fue un rasgo constante en la historiografía romana. ¿Y eran también supersticiosos? ¡Hombre! Los fenómenos desconocidos hacían que los romanos buscaran controlarlos mediante encantamientos, sacrificios o interpretación de sueños. Vamos, nada raro, la magia permeaba toda la vida romana. Pero Cicerón separaba la religión de la superstición: a la primera debía cuidarse, a la segunda combatir.

Hemos declarado que la religión romana no tenía vínculos con la moral, que solo se preocupaba por la correcta ejecución de las ceremonias y los ritos, reduciéndolo todo a un mero carácter formal. Pero no tanto, Polibio escribió que "Aprender a ser sinceros con los dioses es un aguijón que nos incita a decirnos mutuamente la verdad". Porfirio indicaba que el talante con que se iba a sacrificar y a participar en los cultos públicos era crucial para la buena y apropiada relación con los dioses.

Más datos, en el mundo clásico se igualaban antigüedad y verosimilitud. La antigua religión era digna de fe y próxima a la verdad porque su autoridad residía en los siglos y en la cercanía a la inicial palabra de los dioses. Con ello, la tradición era la única base segura para sostener el culto de los dioses y la creencia en ellos.

Entonces, la autoridad de la tradición religiosa y la unión de los dioses con Roma hacia que el Estado romano se preocupara por conservar el aparato religioso y los antiguos usos, lo que se ligaba al convencimiento de que este proceder era congruente con la historia romana.


La persecución de los cristianos –no de los judíos- se debió a que estos rompían la necesaria paz con los dioses. Los romanos eran muy abiertos a la adopción de dioses extranjeros, lo que se veía como un acierto y una manera de atraerse y hacer propias todas las fuerzas espirituales. Al ser parte integrante de la identidad romana y de la alianza con los dioses, los cultos debían ser continuados y no podía permitirse su abandono. Los nobles romanos vieron en el culto religioso un signo crucial del lazo con la cultura y el pasado glorioso de Roma y que los definía como pueblo.

Con todo lo dicho, a Las Merindades no solo llegaron las tropas y la cultura “civil” de Roma sino que llegó la religión. Todos sabemos que el asunto empezó al final de las Guerras Cántabras (29-19 a. C). Por supuesto esta introducción de la cultura romana fue progresiva y mestiza –no les importaba el purismo a los itálicos, solo el culto- como lo muestran las inscripciones votivas a diversas divinidades y las funerarias. Se produjo la tradicional asimilación de los dioses locales intentándoles ajustar a la plantilla teológica romana: nombrar las deidades cántabras con los nombres de los dioses romanos. Evidentemente, esto no significaba que fueran totalmente iguales, pero facilitaba el paso desde las creencias específicas de los cántabros a las romanas. De forma elegante a este efecto se le llama “interpretatio”.

Pero aunque es inevitable que se realizasen los cultos prescritos por la ley y la tradición las marcas de romanización en Las Merindades son, principalmente, profanas o civiles: el Area Patriniani que encontraron derruida a comienzos del siglo IX, calzadas, puentes (dos en Agüera), salinas (las de Rosío), distintos tipos de cerámica, hipocaustos (Villatomil, Quisicedo de Sotoscueva), un sistema de calefacción utilizada en Castilla hasta nuestros días, llamada "la gloria", la villa de los Casarejos, campamentos romanos como el de la Muela… Pena da que Poza de la Sal esté fuera de nuestra comarca porque allí si se encontraron numerosos restos oikomorfos.


Sobre restos sagrados poco tenemos –por ahora-. Solo consta la lápida votiva funeraria de Villaventín. Estaba en la pared del cementerio y fue sacada de noche y llevada al Museo Arqueológico de Burgos. Llegó a ser expuesta en el claustro de la catedral como cristiana de la época romana. Tal vez. Manuel Guerra Gómez entiende que esa lápida refleja las prácticas y creencias religiosas romanas. Así lo indicaría su decoración y la inscripción: D. M. LVCRETIA COIVGI PENTISSIME V, o sea, “Diis Manibus Lucretia coniugipietissime u(oiát)” o más probablemente “u(otum) f(ecit)”: "A los dioses Manes (o espíritus/ almas de los antepasados), Lucrecia, dedica (hace este voto/ ofrenda prometida) piadosísimamente a su esposo". Tiene en relieve tres figuras humanas, enmarcadas en tres arcos La del medio está desnuda y seguramente representa el alma del esposo.

En los mausoleos romanos no es rara la representación del alma de un poeta, de un filósofo, etc., entre las figuras de dos Musas enmarcadas en sendos arcos, o sin arcos. Además, “pietissime/pentissime”, a veces en su forma adjetival concertada con el substantivo "esposo", también "esposa" e "hijo/hija" es el epíteto tradicional en los epitafios paganos romanos, también en los de los cántabros enterrado tras su romanización.

Juguemos con la palabra “obligar" que proviene del latín “obligare”. Ella nos sirve para reflejar una práctica religiosa que consistía en “ligar, atar" la estatua de una deidad hasta que hacía lo que se deseaba, o sea, para “obligarla". Es presumible que también se practicase en Las Merindades durante su época romana y tal vez en su periodo no cristiano, pero no puede demostrarse.


Como verán he introducido un periodo almohadilla entre el culto a los dioses romanos y la entrada cierta y firme del cristianismo. Olvidemos el tópico aquel que dice que, en España, el cristianismo se propagó rápidamente.

Asumamos que en el siglo IV de nuestra era la zona de la Cantabria clásica no era cristiana en su totalidad. Que haya noticias de una religión cristiana no permite hablar de cristianización. Hasta el siglo IV hablaríamos de “situación de conflicto" entre paganismo y cristianismo; “de lentitud de penetración" y de “pervivencia de antiguas estructuras".

Las fuentes del siglo IV ofrecen un doble aspecto de conflicto para el cristianismo: conflictos dentro del mismo sistema cristiano con una larga lista de herejes y herejías; y conflictos con el paganismo.


La religión romana resistió, probablemente, en Las Merindades y otras zonas de Hispania hasta esos años tardíos por varias razones:

  • La lengua: El cristianismo se expandió rápidamente en la zona de habla griega del imperio. La zona latina refrenó esa entrada.
  • La localización de núcleos judíos en Hispania no se puede precisar hoy con exactitud en su totalidad. Por medio de ellos se debió de realizar la predicación. Si abundaban, era en zonas muy concretas.
  • La romanización como arma de doble filo: por una parte favoreció el desarrollo del cristianismo, pero por otra, lo obstaculizó, ya que según Blázquez “la política de Roma nunca tendió a hacer desaparecer ni la religión ni el elemento indígena”. En Las Merindades occidentales pudieron seguir adorando a sus dioses ancestrales bajo su nombre o el romano.


Hay, además, fuentes que hablan de una lenta introducción del cristianismo. San Valerio, monje del s. VII, dice que en tiempos de la virgen Eteria (últimos del s. IV) fue cuando comenzó por fin a resplandecer en aquellos parajes (Gallaecia) la inmensa claridad de la religión. La misma idea se halla en las actas de Sta. Leocadia de Toledo, y en las de los mártires Vicente, Sabina y Cristeta de Ávila: “La verdad evangélica se fue extendiendo callada y gradualmente por todo el mundo mediante la predicación de los apóstoles. Pero a Hispania llegó tarde. No había lugar donde no se levantase el humo de los sacrificios sacrílegos con la efusión de la sangre de toros y carneros”.

Aducir una lista de nombres de personajes importantes dados por la Iglesia hispana al conjunto de la Historia de la Iglesia, no es un argumento válido en modo alguno. En una población de siete millones de habitantes ello resulta un tanto escaso. Sabemos, además, que los cargos eclesiásticos eran bien codiciados por los beneficios que ellos llevaban consigo. La Iglesia tendía a favorecer las clases económicamente fuertes y sus estamentos jerárquicos se nutrían de ellas, ya que sus beneficios y donaciones acrecentaban el patrimonio eclesial.

Sin embargo, las clases elevadas y más las familias de recio abolengo romano, serían, junto con el pueblo raso, las más tradicionalistas, y por lo tanto, las más permanentemente paganas. ¿Cómo iba a considerar mal un viejo patricio romano a su Júpiter Olímpico y equipararlo con Satanás?


Serán las menguantes clases medias las que se acerquen a la nueva religión. Es poco probable que lo fuese el ejército que en el bajo imperio no estaba muy presente en Las Merindades. ¿Por qué descartamos a las tropas? Pues porque el ejército del siglo IV estaba integrado por veteranos y sus hijos, bárbaros y gentes del campo. Tres estamentos poco proclives al cambio.

Junto a muestras de arte paleocristiano coexisten dioses paganos en Cantabria y cultos paganos en Galicia y Lusitania. Sínodos como el de Elvira no son signo de una situación de cristianización completa. Los cánones de Elvira ponen de manifiesto la lucha entre paganismo y cristianismo en la sociedad hispana del s. IV: sacerdotes cristianos-flamines; prácticas de magia y hechicería; superstición; pasquines políticos en las Iglesias; poca asistencia o nula a los oficios divinos, sacrificios a los dioses y recreación en los mismos...

Hay tres cánones del concilio de Elvira que nos muestran cómo eran muchos lugares de la Hispania interior -entiendo Las Merindades entre ellos- y son: El que prohíbe las imágenes en las iglesias (canon 36); El que señala que era frecuente hacerse cristianos como “uiaticum mortis” (canon 39); y el que comenta que los amos dejan a sus esclavos poseer ídolos (canon 41).

La arqueología, los concilios, los nombres de los personajes ilustres y las fuentes literarias dan a entender que paganismo y cristianismo se combatieron durante el siglo IV en Hispania dentro del proceso general de crisis ideológica del Imperio. Y por ello, aunque actualmente no dispongamos de más pruebas oficiales sobre los cultos romanos en Las Merindades que la indicada estela eso no quiere decir que no se hubieran realizado (eran de obligada presencia al ser algo así como el genio de Roma). Tras dos mil años muchos de los elementos arquitectónicos habrán sido reutilizados, reconvertidos o destruidos.


Bibliografía:

“Tradición y costumbres en la religión romana”. Miguel Ángel Ramírez Batalla
“Las formas religiosas anteriores al cristianismo en Las Merindades” por Manuel Guerra Gómez.
“Conflictos entre paganismo y cristianismo en Hispania durante el s. IV.” Por Javier Arce Martínez.
“Esculturas romanas de la península ibérica”


Para saber más: