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domingo, 15 de septiembre de 2024

Papeles y puentes en Las Merindades. (II)

  
Retomamos el sorprendente recorrido a través de la burocracia asociada a la construcción y mejora de los puentes de Las Merindades de la mano de Ricardo San Martín Vadillo, importante colaborador de esta bitácora digital. Seguro que encuentran similitudes entre el marasmo burocrático de los Austrias y el que padecemos hoy.
  
El documento con signatura 269, Fondo Corregimiento, de los años 1696 y 1697, titulado “Pleito entre el Concejo de Frías y el maestro de cantería Martín de Carasa, vecino de Término, por no haber concluido las obras del puente de dicha localidad” no dice directamente que había un… “desacuerdo entre las partes”. Este legajo de 16 folios en muy mal estado (comidos por los ratones, con pérdida de soporte en la parte superior e inferior de todos los folios, y letra desvaída, todo lo cual conlleva la pérdida de información y una gran dificultad de comprensión del contenido del documento) nos cuenta que los reparos del Puente de Frías se habían rematado con Martín de Carasa, maestro de cantería aunque participó también Pedro de Landeral.

 
El asunto es que “aunque se izo alguna porzión de dicha obra faltta lo más esenzial, a cuya causa esttá a riesgo de que benga vna avenida y la llebe, en graue perjuizio de la uttilidad pública y además esttá deviendo a dicha ziudad el dicho maestro trezientos y ochentta mill treszienttas y nobentta y ocho maravedís (380.398 mrs.) de dinero presttado para la fábrica de dicha obra a dichos maesttros… (roto)”. Era corregidor de las Siete Merindades don Joseph de Miera, (también figura como corregidor don Juan Antonio de Bustamante y Tagle) y depositario del dinero para ese reparo del Puente de Frías don Joseph González de Cartes (En la primera parte de este artículo comentábamos que el documento 248 señalaba que las obras se pagarían con dinero sobrante de los puentes de Hijar y Carcaval). Por su parte integraban el Concejo de Frías: Diego Fernández de Manzanos -alcalde ordinario- y los regidores Ramiro Bernabé de Arredondo, Pedro de Aparicio Galdamiz, Juan de Herrán y Joseph Martínez de Carriedo. El concejo dio un poder a don Pedro de Herrera, de los Reales Consejos, y a Manuel de Escalante, vecino de Villarcayo, para proceder judicialmente contra Martín de Carasa (y sus herederos) y lograr el embargo de sus bienes por incumplimiento de contrato al no haber acabado las obras del puente de Frías y exigir que se acaben las mismas. Pide la ciudad de Frías en el pleito “se aga vista ocular de la dicha puente y ruina que padeze y el estado en que se alla y que por Phelipe de la Lastra, maestro, se a presentado petición con poder de doña María de Arredondo, viuda de Martín de Carasa, en quien se remattó dicha obra… (roto) En un informe de los maestros canteros que ven el estado del puente se lee: “Dijeron […] que an visto la dicha puente y visto y reconozido la primera zepa como se sale de esta ziudad azia la hermita (roto) Santo Cristo, el tajamar de ella está socauado las primeras (roto) que ha hecho quiebra la nariz de dicha zepa; la segunda zepa, como se sigue, está la mayor parte del taxamar desmolido (sic) y arruynado […]. Se puede temer el ybierno se las lleue o por lo menos vna ruina considerable, de forma que si suzede, como está próximo, no se podrá fabricar otra puente con menos de ciento y cinquenta mill ducados (150.000 ducados) por ser muy grande obra antigua y nezesitarse ser muy segura por el caudal tan grande del río y ser vn passo tan prezisso y nezesario…” Acaba así el documento. Afortunadamente aquella previsible ruina no se produjo pues se debieron acometer las obras y reparos necesarios para dejar el puente firme y con la solidez que hoy le vemos. Sin embargo, es una lástima no poder obtener más noticias del estado del puente en 1696 debido a las pésimas condiciones del documento.

 
Sobre ese precioso Puente de Frías también consulté el legajo con signatura 313, del 13 de octubre de 1708, “Solicitud presentada por Manuel de Castañeda y otros, maestros albañiles en la obra del puente de Frías, para que José González de Cartes les pague la cantidad estipulada por él”. Son 12 folios y tres cartas de pago. Si en el anterior documento (signatura 269) veíamos cómo el maestro Cantero Martin de Carasa se veía incurso en un pleito por no acabar las obras a las que se comprometió para el reparo del Puente de la ciudad de Frías, aquí son los maestros canteros los que exigen se les pague su salario por los reparos en el mismo puente. Tan sólo doce años habían pasado (de 1696 a 1708) cuando, debido a las crecidas del Ebro y al empuje del agua, el puente se resintió de nuevo.
 
Don Bartolomé Martínez de la Fuente, como abogado de los Reales Consejos y capitán a guerra de las Siete Merindades, hace saber a Joseph Martínez de Cartes, depositario de los fondos para el reparo del puente, que quedó inconclusa la reparación del puente que se había rematado en el fallecido Martín de Carasa y que Manuel de Castañeda, actual maestro, “que esttá entendiendo en los reparos que falttan para la conclusión de la obra del puente de la ziudad de Frías […] están aprestados los matteriales y los ofiziales trabajando […] con sus tareas y pague el coste de los matteriales conduzidos y otros // gastos que se ban causando […] lo más prontto a lo menos los quarenta y siette mill reales (47.000 rs.) de la cantidad que mandó reparttir […] Manuel de Castañeda”. Actuaba como veedor de las obras del puente mayor el maestro cantero de la ciudad de Frías Francisco Pérez del Herbal (¿?). Fueron “verederos” para averiguar el vecindario de los cinco partidos para el repartimiento de gastos: Manuel de Castañeda, vecino del Valle de Hoz, Pedro Martínez, Juan González de Agüera, Juan de Cervera y Manuel de Solano que recibieron 200 reales cada uno por su trabajo. Fue maestro visitador de las obras Mateo de la Candera, que recibió por el reconocimiento del puente 2.333 maravedís, en Villarcayo, 20 de octubre de 1708.

 
No debió quedar satisfecho con sus emolumentos el maestro cantero, Manuel de Castañeda -documento con signatura 324, Fondo Corregimiento, del año 1710- porque interpone pleito contra Pedro Martínez de Acebedo, por irregularidad en las cuentas del arreglo. Son tan sólo siete folios muy maltratados por la humedad en su lateral derecho (con pérdida de soporte) pero leemos la declaración de Manuel de Castañeda, vecino del Valle de Hoz, a través de su procurador, junto con los herederos de Martín de Carasa, maestro cantero, por los reparos del puente mayor de Frías, sus caminos y calzadas. Dice que se le cometió dicha obra por orden de don Fernando de Acebedo siguiendo lo mandado por reales provisiones.
 
Queda pendiente de un posterior estudio el expediente y legajo con signatura 1987, Fondo Corregimiento, con documentos entre los años 1625 y 1646, “Remate y repartimiento del reparo y aderezo del puente de Valdivielso y de las calzadas y cuestas del Almiñé”. Dicho legajo, por su grosor y número de folios, que estimo en más de doscientos y que los folios están afectados por humedad y pérdida de soporte en la parte inferior de los mismos, deberé trabajarlo en mi próxima visita al Archivo Municipal de Villarcayo. Les diré, de forma resumida, de qué trata y para hacerlo de un modo novelesco tomaré este fragmento con tintes de crónica periodística: “En la uilla de Villarcayo a trece días del mes de abril de mil y seiscientos y veinte y seis años (1626), ante su merçed el liçençiado Miguel de Vrtaza Hernanico (¿?), rejidor y justicia destas Siete Merindades de Castilla Bieja, por el rey nuestro señor, y en presencia y por ante mí Alonso Yñiguez, secretario del rey nuestro señor […] parezió presente Bernabé de la Garza, regidor de la Puente de Valdibielso desta dicha Merindad, y dijo que sabe e dio notizia a su merced de cómo esta noche pasada, como a las nuebe o diez de la noche, se vndió la puente del dicho lugar, que llaman la Puente de Baldibielso, questá fundada sobre el río Ebro, vno de los ríos más cavdalosos de toda España, y la puente de más ynportanzia que ay en España (sic) para el serbizio de la Corte…”

 
Aquella aciaga noche de abril de 1626 se cayó el puente de Puente Arenas. Las obras de su reparo se remataron en el maestro de cantería Pedro de Saravia, en cuatro mil ducados (4.000 ducados). Los más de 200 folios detallan todos los avatares de esa larga serie de reparaciones (1626-1646). ¡Veinte años de obras!
 
También voluminoso es el legajo 1985, de los años 1616 a 1627, “Repartimiento y ejecución de las obras de reparo del Puente sobre el río Jerea en Quintana de Entrepeñas”. Son un total de 159 folios, en un aceptable estado de conservación, aunque algunos de ellos muestran destrozos causados por roedores y por la acción destructiva de la humedad. Comienza con una carta del rey Felipe IV que da cuenta de la petición de Jerónimo de Nisso, en nombre del Concejo de Quintana de Entrepeñas. Dice la provisión real que “… por el término pasaua el río Xerea, el qual tiene vna puente de piedra que llamauan la Puente de Arroyo, la qual por benir el río muy caudaloso se a llebado con las abenidas que auía auido la mayor parte de la dicha puente, lo qual, por ser el camino real por donde se pasauan todas las mercadurías que se trayen de Bilbao, Castro Vrdiales, Portugalete y otros puertos hera nezesario repararse la dicha puente […] para el paso y comercio de las mercadurías y pasaxeros que no podían pasar sin arrodear más de ocho leguas […] lo mandásemos repartir doze leguas en contorno…”

 
Era corregidor de las Siete Merindades de Castilla la Vieja ese año de 1617, don Juan de Villafranca Ortiz, el cual será el encargado de coordinar y llevar a cabo los mandatos reales y de su Consejo en lo referente a hacer repartimiento de aportaciones entre los pueblos de doce leguas alrededor, pregonar la obra, sacarla a subasta, rematarla y controlar los reparos que se efectuasen.
 
En el folio décimo se describen los desperfectos que tiene el puente: “… por la fuerça del río, que como ba // tan furiosso, que baxa por las montañas y tan apretado y tan rápido, si no se rremedia con dilijencia la acabará de rronper y llebar porque de la dicha puente le tiene llebado el arco postrero de hacia donde sale el sol y las dobelas del segundo arco los tiene socabados y tan maltratados que si no se rremedia presto se los llebará todo…”

 
Contiene el legajo completa información sobre las condiciones que se debían cumplir para la reedificación del puente sobre el Jerea: el maestro -o maestros- cantero en quien se rematen las obras estará obligado a retirar todo lo que esté caído; se ha de hacer el arco del puente que queda hacia oriente que será con buenas dovelas; del arco menor viejo se han se sacar todos los anillos que están helados y ponerle otros nuevos; los cimientos del arco que se haga nuevo deberán ir asentados sobre roca firme; se han de hacer cuatro manguardias (Cada una de las dos paredes o murallones que refuerzan por los lados los estribos de un puente) de treinta pies de largo y cuatro pies y medio de grueso a los lados del puente; los antepechos del puente deberán tener de alto lo señalado en la traza y serán de mampostería, con pasamanos de piedra de grano labrados, redondos y de la mejor piedra; el Concejo de Entrepeñas estará obligado a señalar el monte para cortar maderas para las cimbras y andamios, así como señalar lugar para hacer las caleras; el maestro de cantería deberá dar fianzas buenas y abonadas.
 
Encontré el documento con signatura 1929, Fondo Corregimiento, del año 1743 con el título: “Poder de José de la Biesca, vecino de Tezanos, a Pedro José Fernández de Castañeda, vecino de Tezanillos, para poder cobrar lo que se le adeuda por los reparos en el Puente de Hernán [Peláez]”. Son tan sólo dos folios en mal estado, afectados por humedad en su lateral derecho, lo cual impide su lectura y la comprensión del contenido de los mismos. En efecto, se trata de una escritura de poder de Joseph de la Biesca, vecino de Somo, jurisdicción de Ribasmontán, en la Merindad de Trasmiera, aunque en la actualidad reside en Tezanos, en el valle de Carriedo. Otorga poder al referido José Fernández de Castañeda para cobrar 2.000 reales de vellón que se le adeudan “por razón de los gasttos que se originaron en el quartteo, mejora y rreparos que (roto) (¿se hicieron?) en el Puente de Hernán Peláez y su construzión, como rresulta del despacho que a este fin se (roto) (¿mandó dar?) por dichos señores […] dé y otorgue la cartta o carttas de pago nezesarias que se la satisfagan finiquittos // zesiones y rastos...” Dado en Tezanos, 3 de abril de 1746. En definitiva, un documento que viene a hablarnos de este José de Biesca o Viesca, maestro cantero de Trasmiera, que se ocupó de los reparos del Puente de Rampalay.

 
El siguiente documento, con signatura 876, Fondo Corregimiento, viene a hablarnos y darnos noticia de una denuncia, en el año 1767, por la tala de árboles en el Brezal (La Cerca), para hacer un Puente sobre el río Trueba. “Auto criminal sobre tala de árboles en el Brezal” reza el título del documento, de 15 folios en muy buen estado de conservación, aunque con algunos folios de letra desvaída. Está datado en Villarcayo, en 18 de marzo de 1767, siendo corregidor y capitán a guerra de nuestra villa el licenciado don Felipe Antonio Vadillo. Ante él comparece el regidor de Torres y procurador general de la Junta de la Cerca, junto a Medina de Pomar, Ambrosio Álvarez. Se había convocado a los vecinos del lugar a hacer una tala y desbroce de robles y alisos sin permiso y contraviniendo las órdenes reales sobre montes y arbolado, “aviendo fabricado con dicha madera vn puente nuevo sobre las aguas del río Trueba, en graue perjuicio de dicho pueblo…” Levanta acta y redacta el escribano Juan Ruiz de Revolleda que comparece ante el corregidor Tomás de Baranda, vecino de Torres, el cual declara bajo juramento ser cierto que se realizó dicha tala sin licencia de las autoridades a finales del anterior mes de febrero. Declara que la mitad de los vecinos, convocados por el regidor Miguel Álvarez, acudieron al paraje del Brezal, sitio del Soto, y talaron ocho árboles: cinco robles y tres alisos, y rozaron y desbrozaron toda la zona, “para una puente que se fabricó de nueua plantta sobre las aguas del río Trueua”. Insistió en valorar la utilidad de ese nuevo puente y su uso y dice que “jamás a uisto ni reconocido puentte alguno ni lo a oydo y si sucede algún daño en ella no ay duda que estte pueblo se alla espuestto a sufrir perjicios […] los ganados pueden pasar y ttransittar el río en ttodo ttienpo esceptto en alguna benida (avenida) y el prouecho de dicho puentte sólo es para la jente de a pie…” Prestan también testimonio otros vecinos: Íñigo de Vivanco, José Villamor, Pedro Manuel López de Brizuela y Miguel Zorrilla, cuyas declaraciones coinciden en lo sustancial con la de Tomás de Baranda.

 
Sigue el reconocimiento del lugar donde se cortaron los árboles, conocido como término de las Viñas u Olmillo, por el escribano y el vecino Baltasar de Rueda y se vio que se habían cortado por el pie doce árboles (otros 16 se habían cortado el año anterior para reparar la casa del Concejo). Sigue la declaración de los diputados del pueblo de Torres: Miguel Álvarez y Miguel Zorrilla. Alegó el primero haber hecho la tala de los árboles sin licencia por considerar que no era necesaria y explicó que esos árboles, debido a las heladas, estaban casi inútiles. Para apoyar sus testimonios presentaron como testigo a Gregorio Fernández, vecino de Villamezán que apoyó la construcción del pontón como medio de atender a los ganados y acceder a las tierras labrantías. En términos similares testifica Antonio de Rueda que defiende la construcción y existencia de ese pontón sobre el Trueba: “Que le consta que para dicho pontón se balieron de dos travesaños que tenía el anterior pontón, de dos o tres pies de alisa como madera inútil para otra fábrica de quattro o cinco pies de robre, delgados y como de tres baras de largos. Que en este lugar conoce un reducido rebollarexo, que se le da el nombre de monte y no ttiene maderas de considerazión y ha oído se valieron de una para el pan, que se conoce a este lugar sobre el río Cauce Salado sin el que no se pueden governar sus uecinos y forasteros, que es vien notorio lo riguroso del ibierno del año próximo pasado y que de ello resultó aver suspendido con el yelo porción de maderas, árboles de ttodas expecies […] lo beneficiaron los vecinos deste lugar para reparos del molino de casa de Concexo […] Que el testigo no sólo tiene por necesario dicho pontón, sino aun por preciso…” También defendieron a Miguel Álvarez por la construcción de ese pontón Bartolomé García de la Peñilla y Marco Fernández, vecino de Villatomil.

 
Todo cuanto antecede me hace pensar que detrás de ambas posturas, en contra o a favor de ese nuevo pontón, subyace un enfrentamiento entre dos grupos de vecinos. Lo confirma el hecho de que se recoja por escrito un compromiso de concordia entre ambas partes que dejan la decisión a tomar en manos de don Vicente Antonio García de la Peña, abogado de los Reales Consejos, y asimismo presbítero de Villanueva la Blanca. Pero éste responde: “Por mis obligaciones no puedo aceptar este compromiso y las partes vsarán de su derecho, como les convenga…” Algo así como el castizo: “Apañaos como podáis”.
 
Finalmente, estudié el legajo con signatura 1011, Fondo Corregimiento, de los años 1775-1777, “Pleito entre los Concejos de Escanduso y Casillas sobre obligación del arreglo del Puente sobre el río Nela en el término de Escanduso”. Conjunto de documentos con más de cien folios en muy buen estado y escrito con tinta de buena calidad. Comienza con una real provisión del rey Carlos IV. El procurador Manuel Plaza Isla, en nombre del cura de Casillas, Manuel González de Pereda y otros vecinos de Casillas y de Salazar pleitean con el pueblo de Escanduso por entender que no deben participar en los gastos del reparo del puente de Escanduso, según pretende José López de Brizuela, único habitante del pueblo. Era entonces teniente de corregidor de Las Merindades de Castilla Vieja don Ambrosio Álvarez. De los documentos estudiados se concluye que más que de un puente se trataba de un pontón hecho de maderas trabadas con clavos. Argumenta José López que en 1691 se hizo una escritura de concordia entre los pueblos de Escanduso, Casillas y Salazar por la cual los dos últimos se comprometían a compartir los gastos de mantenimiento de un molino y de un puente sito en el lugar de la Isla, en Escanduso, y así lo habían cumplido. Hasta ahora que se niegan a compartir los gastos de reparo pues ese puente “en esta última auenida la descalzó y puso muy maltratada, de modo que está peligrosa, no sólo para gentes sino es tamuién para cauallerías; no an querido acudir a dicha composición del puente aunque les consta el peligro manifiesto y que no acudiendo pierden el derecho a dicho molino…” Por su parte, los vecinos de Casillas alegan que todos los reparos anteriores del molino y del puente fueron ejecutados por los vecinos de Escanduso y a su costa. Siguen declaraciones de testigos presentados por una y otra parte. Finalmente, se dicta sentencia que obliga a los vecinos de Casillas y Salazar a contribuir en los gastos de composición del molino y puente de Escanduso sobre el río Nela. Asimismo, el licenciado Álvarez, en documento dado en Villarcayo, a 4 de septiembre de 1777, da la razón al vecino de Escanduso, dicta y ordena que se proceda al reparo del puente “buscando personas inteligentes para ello”.

 

Es triste acabar las dos partes de este artículo refiriéndonos al vil metal, pero, cómo decía Francisco de Quevedo, “poderoso caballero es don dinero”.
 
 
 
Bibliografía:

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Aramburu-Zabala, M.A. 1991: La arquitectura de puentes de Castilla y León 1575-1650 Valladolid.
Cadiñanos Bardeci, I. 2002: “Los puentes del norte de la provincia de Burgos (I)”. BIFG, nº 224, pp. 375-400
Cadiñanos Bardeci, I. 2002: “Los puentes del norte de la provincia de Burgos (II)”. BIFG, nº 225, pp. 375-400
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Cano Sanz, P. (2003), Fray Antonio de San José Pontones. Arquitecto, ingeniero y tratadista en España (1710-1774). Universidad Complutense de Madrid. Tesis Doctoral.
Cazando Puentes, página web con información sobre muchos puentes: el medieval de Frías, el de Valdivielso (Puentearenas), el de Medina de Pomar sobre el Trueba, el de Trespaderne, el de Oña en la Horadada, el de Santa Marina, en Villarías, el puente del Aire, en Valdenoceda, etc.
Domingo Mena, D. 2015: Caminos de Burgos: Los caminos del norte (siglos XV y XVI). Burgos: Universidad de Burgos. Tesis Doctoral.
García Huidobro de Valdivielso, 2017: “Reparo del puente de Puente Arenas y del paso de los Hocinos a finales del siglo XVI”.
Hombría Maté, P.L. 2018: “La construcción de puentes a la luz de los tratadistas clásicos”.
Losada Varea, C. 2007: La Arquitectura en el otoño del Renacimiento. Juan de Naveda (1590-1638). Universidad de Cantabria, 368 págs.
Nebreda Perdiguero, E. 2016: Amo a mi pueblo. La provincia de Burgos: sus pueblos, su historia, sus personajes, sus iglesias… Burgos: Rico Adrados.
Ojerada, R. 2014: “Los canteros de Trasmiera”, en http://cantabriacreatica.blogspot.com
Nolte y Aramburu, E. 1991: “Breves notas introductorias al estudio etnohistórico del camino real de Burgos a Bercedo (s. XIX)”. Kobie, nº V, año 1991; pp. 179-221.
San Martín Vadillo, R. 2021: Viajeros por las Merindades. Autoedición. 374 páginas.
San Martín Vadillo, R. 2022:  Las Merindades: Documentos para su historia. Autoedición. 392 páginas.
Sojo y Lomba, F. 1935: Los maestros canteros de Trasmiera. Madrid: Huelves y compañía.
 
 
Con mi agradecimiento a María Arce Fueye y a Gustavo Gómez Santamaría por su ayuda y facilidades para realizar mi investigación.
 

domingo, 8 de septiembre de 2024

Papeles y puentes en Las Merindades. (I)

  
Cedemos, agradecidos, este espacio a nuestro colaborador Ricardo San Martín Vadillo que ha elegido esta bitácora para presentarnos un largo artículo, que presentaremos en dos partes, sobre puentes de Las Merindades. Les dejo con él:

 
Mi estancia, un año más en mi pueblo natal, me ha resultado ampliamente satisfactoria y provechosa: además de disfrutar de la presencia de mis hijos, nietos y amigos, me ha permitido acudir al Archivo Municipal de Villarcayo y estudiar una diversidad de documentos relacionados con los ríos (Ebro, Nela, Trueba, Jerea…), caminos, calzadas y puentes de Las Merindades entre los siglos XVII y XVIII.
 
En alguno de mis libros ya estudié los valiosos testimonios de aquellos intrépidos viajeros de muy diversa procedencia que a lo largo de los siglos nos acompañaron y dejaron su visión de Las Merindades en libros, cartas y otros documentos. Esto supone una relación histórica de gran valor sobre los habitantes de los pueblos y ciudades del norte de la provincia de Burgos, así como sobre sus iglesias, casas nobles, montes, ríos, puentes, calzadas, medios de transporte y vida cotidiana de nuestros antecesores. A través de este artículo podrán conocer el estado de caminos, calzadas, ríos y puentes, las penalidades de quienes transitaban por ellos y los denodados esfuerzos de los Concejos locales para mejorar su estado, reparando los puentes viejos y construyendo otros nuevos. También sabrán quiénes fueron aquellos maestros canteros y arquitectos que llevaron a cabo la traza de puentes, caminos y sus reparaciones. Y dineros.
 
Los maestros canteros que se nombran en los documentos de Las Merindades aquí analizados son: Antonio del Castillo, Diego de la Riva (o de Rivas), Pedro del Real, Francisco del Prado, Juan González, Fernando la Riva, José de Biesca, Juan de la Puente Liermo, Andrés de la Puente, Pedro del Río, Martín de Carasa y Pedro de Saravia. Pero hubo otros maestros canteros que construyeron o realizaron reparos en los puentes de Las Merindades: Gonzalo de Rivas, a quien se le adjudicó la reparación del puente de Trespaderne por precio de 75.000 mrs. en 1576; Pedro del Río, el puente de Quintanilla Pienza, en 1583; Juan de Naveda del Cerro, de quien Losada Varea nos dice: “El 6 de agosto de 1597, los maestros Juan de Naveda, Francisco de la Sierra, Juan de la Sierra y Juan de la Riva visitaron el puente de Valdivielso, realizaban las oportunas mediciones y “la declaración y tanteo y condiciones” para su reparación, informando sobre la calzada de Los Hocinos”. En el puente de Quintanilla de Pienza intervino en 1584, Sebastián de Alvear; en el puente de Oña hizo reparos el maestro cantero Francisco de la Lastra en 1645; Antonio de Rivas, en 1654, en el puente de Trespaderne; y en 1679, García de Rivas, Juan de Rivas Ribero y Sebastián Andrés de la Peña. Asimismo, en ese puente de Trespaderne trabajaron los maestros canteros Juan García de la Cárcoba, Simón Cordero y Tomás Gil; Juan López del Campo, en el puente de Moneo (1786); Tomás del Cotero Poza y Tomás de Labarrieta, en Sedano; Agustín Ruiz y Pedro Fol, en el puente de Agüera; Juan de la Dehesa, en el puente de Bercedo; Juan González y Fernando de la Peña, en el puente de Bocos (1734); Francisco Antonio Pérez del Hoyo, trabajó en el puente de Frías en 1776, deteriorado por las inundaciones de 1775; Pedro de Bercedo Velasco y Francisco del Hoyo Toroya, en el puente de Rampalay en el s. XVIII; Juan de la Cueva, labró el puente del Ribero; Juan Ruiz de la Lastra, que era natural del Valle de Hoz; José de la Vega Ruiz, natural de las Pilas; Fernando González de Lara, proyectó el puente de Moneo, que luego construyó Juan de Gandarillas; Bartolomé Goiri que presupuestó el reparo del puente de Villarías en 27.800 reales. Por su parte, el aclamado Fray Antonio San José Pontones, intervino en varias obras de Las Merindades: “once puentes y cinco pontones de nueva planta en las cercanías de Villarcayo”. Puentes en Loma, Espinosa de los Monteros, Agüera de Montija, San Martín de Porres, La Cerca, Quincoces de Yuso, San Llorente, Bocos, Cigüenza, Nofuentes y Quintanilla-Sotoscueva, entre otros. Además, Fray Antonio ejecutó pontones en el valle de Manzanedo, Lastras, San Pantaleón de Losa y dos cerca de Villarcayo.

 
Muchos de esos maestros canteros procedían de la comarca de Trasmiera (Cantabria). Ejemplos de ello son Fray Lorenzo de Jorganes; Sebastián Álvarez, que trabajó en Medina de Pomar y en el puente de Quintanilla de Pienza; Bernardo de Alvear, que hizo la fuente de Medina de Pomar, de 1606; Juan de Naveda Sisniega, que en 1616 estaba trabajando en la capilla mayor de las clarisas de Medina; y Juan Alonso de Cajiga y Pedro de Zuñeda, que labraron en Frías y Quintana en 1654.
 
Comenzaré mi estudio con el documento con signatura 25, Fondo Corregimiento, que está datado el 14 de julio de 1722, “Reparos del puente de Puente Arenas”. Son ocho folios que comienzan con una provisión real de Felipe V dirigida al licenciado don Vasco de Parada y Castillo, corregidor de las Siete Merindades de Castilla la Vieja, referida a los reparos del puente de Puentearenas sobre el río Ebro, caminos y calzadas de los Hocinos, cuesta del Almiñé y vega de Villarcayo. Las obras fueron rematadas en Antonio del Castillo, vecino de Secadura, en precio de 11.400 ducados, pagaderos entre los pueblos de veinte leguas a la redonda. Antonio del Castillo era maestro de obras del convento de las Huelgas. Las condiciones se fijaron en 1696, luego con añadidos en 1717, porque “en los empedrados no llevauan lo que se necesitaua para que quedase el camino en la seguridad, permanencia y comodidad de los trajinanttes, y // vna peña […] en los referidos Ozinos hacía sombra al camino, parecía preciso se cortase con pólbora o pico porque demás de salir su punta casi al margen contrario del camino, en la parte superior de ella, que es muy alta, se veía vn pedazo muy endido y separado que qualquiera juzgaría amenazaua ruina […] que impedía el fázil huello y passo de los carros, la zitada que caya sobre el camino no se decía se cortase pareciendo más precisa…”

 
Se recomendaba poner “antepechos” en la cuesta del Almiñé, diseñada entonces como camino nuevo para el paso de todo género de carruajes por donde antes sólo había una senda penosa para los bagajes. Se mandaba hacer dos puentes y “gastar una peña” por “el camino de la Hoz, que dirigía a la hermita de Nuestra Señora de la Visitación” por “cuesta tan agria”. Se acuerda que, aunque en la postura se había aprobado que no hubiese mejoras en el proyecto de la obra, éstas se terminaron incluyendo para facilitar el tránsito por el nuevo camino. Se nombró a Pedro del Real y a Francisco del Prado, vecinos de Dobro, para hacer esas mejoras y se tasaron en 32.500 reales, “y el que dirigía a el paraje que llamauan el Zepo, inclusso en el cuerpo de la obra del puente de Arenas” costaría 1.000 ducados. El maestro de la obra consideró más conveniente “el camino que dirigía a la hermita por más breue y se allanaua a executarlo en el precio tasado sin alguna // vaja por no poder seruir a camino real la obra de piedra seca executada por el hermitaño que oy sostenía el que se vsaua…” A continuación, se precisaban ciertos pueblos que debían entrar en el repartimiento de costos entre ellos la ciudad de Nájera, Madrigal del Monte, Palenzuela, la villa de Laredo y la Merindad de la Bureba, con sus 406 vecinos. Provisión real fechada en Madrid, el 16 de junio de 1722.
 
El documento con signatura 27 del Fondo del Corregimiento nos habla sobre el Puente de Rampalaiz (Rampalay). Se trata de una Real Provisión ganada por José de Biesca, o Viesca, vecino de Somo, contra Diego de la Riva, vecino de Setién, por el Puente de Rampalay. En otros sitios este puente es llamado de Hernán Peláez. El pliego está fechado en el 23 de julio de 1737. Es un legajo de 22 folios: “Reparos que se han de hacer en el Puentte que llaman Rampalaiz, caminos y calzadas, sitto en términos del lugar de Quintanilla y Colinas”. Se remató en 80.000 reales en Diego de la Riva, “maestro de arquittectto y de canttería” y el coste se repartió entre ciudades y villas en un radio de veinte leguas. Al parecer lo ejecutaron Juan González y Fernando de la Riva, maestros canteros, pero figura, a su vez, que fueron multados con 50 ducados de vellón cada uno. Desconocemos la causa aunque nos consta que se presentó al concurso Joseph de la Biesca, maestro en cantería y puentes, a quien se le asignó la obra por mucho menos precio (60.000 reales, una cuarta parte menos), realizando la obra del puente “con la calidad de la adjudicación que se pedía”. Presentó fianzas para “los reedifizios, reparos y calzadas de el Puente de Ranpelaez (sic), sitto sobre el río Hebro, en sesentta mill reales vellón”, salieron fiadores Joseph de Viesca y su mujer, Clara de la Llama, con su casa y corralada, una huerta de limones y naranjos, un solar, una viña, otra casa, otros solares, un molino, etc. La apuesta era fuerte y lo que arriesgaban era mucho pues quedaban hipotecados hasta que se acabase la obra del puente con toda perfección.

 
Ya con anterioridad había habido un pleito por ese puente de Rampalay (doc. Signat. 141, Fondo Corregimiento) de 14 de noviembre de 1662 titulado “Pleito interpuesto por Juan Rodríguez, vecino de Covanera, por el repartimiento para el Puente de Hernán Peláez, se acompaña vecindario de Sedano de 14 de noviembre de 1655”. Es un legajo de 21 folios. Alega y protesta Juan Rodríguez, en representación de los vecinos, que en el repartimiento hecho para reparar dicho puente a los 294 vecinos de Sedano se les ha incluido en el repartimiento y solicita se les deje fuera del mismo. Presentaron el censo para probar su protesta. Juan de Arce, escribano de Sedano certificó que tienen 225 almas de vecindad. El texto aclara que Juan Rodríguez pide que se les bajen sesenta y tantos vecinos en el repartimiento, pero se dictamina en el auto “no auer lugar a su pretenssión” por no presentar poder legítimo para representar a los vecinos, no señalar los lugares incluidos en aquella jurisdicción, no probar tener 225 habitantes y porque de hacerles la rebaja solicitada se debería hacer nuevo repartimiento. Vuelve a escribir Juan Rodríguez contradiciendo lo anterior y a su vez Andrés de la Puente, cantero. El juez del caso, Juan Buelta de Velasco, dicta que se debe hacer baja de sesenta y nueve vecinos, por no tener más que 225 almas. El maestro de cantería para esa obra fue Juan de la Puente Liermo (¿?).
 
Este deseo de eximirse del repartimiento para la construcción y reparo de un puente también ocurrió en 1676 y en 1677 con el Puente de Trespaderne. Del año 1667 es el legajo con signatura 195, del Fondo Corregimiento, de 56 folios (faltan algunos folios, portada incompleta por paso del tiempo): “Pleito entre los Concejos de Trespaderne y Reinosa, por los repartimientos a pagar para el reparo y mejora del puente sobre el río Nela”. Diego Fernández, en nombre del lugar de Trespaderne, dice que “por el dicho lugar pasaba el río Nela, en que ay vna puente de piedra por la qual hera paso y camino real para nuestra Corte y para los puertos de Vilbao, Santander, Castro de Vrdiales, Logroño, Vitoria, Orduña y otras partes porque no hauía otro camino ni vereda para los pasajeros, biantes, arrieros y trajineros […] (roto) hera preciso luego y sin dilación alguna adereçar y reparar la dicha puente y calçada de las labores y reparos que vbiese menester hasta dejar vno y otro firme y en toda perfección, para lo qual sería menester más de veinte y seis mil ducados (26.000 ducs) y porque el dicho lugar hera de poca vecindad y no tenía propios ni rentas y sus vecinos estauan muy pobres y alcançados sin caudal…” Dada en Madrid, el 23 de mayo de 1676 y dirigida al corregidor de las Siete Merindades de Castilla la Vieja, don Alonso de Tinoco de Castilla (Véase el artículo de Lebato de Mena, “¿Corregidores?”, en 7 MERINDADES, de 23 de diciembre de 2014). Los gastos de reparos anteriores se habían repartido “entre los lugares del contorno de la dicha puente”, pero ahora se proponía se repartiese entre las villas y ciudades del entorno de 30 leguas, pero la villa de Reinosa, presidida por don Jerónimo Pelegrín, corregidor, alegó “no es de vtilidad […] ni se deue hacer el repartimiento entre sus vecinos por ser solo de vtilidad para para el lugar donde está sita (Trespaderne)…” (en 1 de enero de 1677). Siguen una diversidad de documentos de los pueblos de Villarcayo, Trespaderne y Reinosa defendiendo sus posturas. Hay un informe interesante con detalles de los destrozos en el puente y el lugar, redactado por los maestros canteros, en que lo vieron junto con el corregidor de Villarcayo: “por el camino y calçadas reales que lleuan de la Oradada, que están pegantes a el río Ebro y entre vnas peñas muy yncunbradas, y abiendo llegado a el sitio que se nonbra Santa Evlalia, junto de vna ermita, reconozió su merçed a estar llebado vn gran pedazo de paredón que pegaba con dicho río Ebro de bara y media de alto, y aviéndose medido parezió thener de largo dicho paredón duzientos y veinte y ocho pies y de ancho tres pies asta ygualar con la calçada...” Prosiguen viendo el lugar y “se reconozió que el dicho río abía llebado dicho pedazo de paredón que está pegante vna peña y dicho río Ebro, el qual parezió thener veinte y siete pies de largo y diez de alto y por en medio del dicho paredón corre vna fuente que baja de las peñas y sierras […] tanbién se alló y reconzió estar llebado y caydo otro pedazo de paredón de quarenta y dos pies de largo y ocho de alto, según la medida que se yço, de forma que el paso está peligroso […] y aviendo llegado a el sitio que dijeron se nonbraba el vallejo de Balde San Julián se reconozió que desde orillas del río Ebro sale vn paredón alto a ygualar con la calçada del qual dicho río se a llebado la metad de dicho paredón, como cinco pies de alto. Y aviéndose medido parezió thener de largo çiento y ochenta y tres pies; y prosiguiendo por dicho camino y calçada, abiendo llegado a el sitio que se dize el primer orado, reconozió su merçed estar llebado vn gran pedazo de paredón que sale desde el mismo río a ygualar con la calçada nueba, pagada a vnas peñas, y aviéndose medido parezió thener de alto veinte y siete pies y de largo noventa pies, y tanbién está llebada la calçada, y porque no çesase el paso dichos rejidores y personas dijeron que el dicho Conzejo de Trespaderne lo abía conpuesto con vnas maderas en el ynterin que se mandaua por su magestad conponerse en toda forma y seguridad, lo qual está con mucho riesgo y peligroso”. Prosiguió la inspección del lugar en “el sitio que se dize la Esilla” (¿Dehesilla?), allí el Ebro se había llevado otro paredón desde sus cimientos de unos 157 pies de largo y 14 de alto, “y por dicho sitio se vio que pasa vn arroyo, baja y deziende de las sierras”. Más adelante vieron que el río Ebro se había llevado un antepecho que estaba sobre la calzada, como de tres pies de alto y 40 de largo.

 
Asimismo, vieron el camino y calzada de la Horadada en el sitio que llamaban “el Espolón de Tartalés”, donde el Ebro se había llevado un pedazo de pared de 26 pies de largo y 14 de alto, “y echo los demás daños, abía crezido de tal calidad que abía sobrepuesto al dicho camino y calzada // más de diez y ocho pies en alto…” y se había llevado los antepechos de dicha calzada y se ha llevado el río Ebro otro pedazo de paredón de 45 pies de largo y 10 de alto, que estaba debajo de dicho río, “y en dicha cascada y camino, a do dizen el Prado de Barzenillas, asimesmo está llebado otro pedazo de paredón que pega con dicha calçada y tiene 130 pies de largo y ocho de alto”. Más adelante dice que “legado junto avna puente de piedra que se nonbre la Puente Nueba de la Oradada reconozió su merçed estar llebado otro gran pedazo de paredón que sale y está fundado sobre vna peña y pegado con dicho río  Ebro, de forma que por aber llebado dicho paredón y calçada se a quedado solo la dicha peña y no se puede pasar por dicho sitio sino con mucho riesgo y peligro por estar dicha peña muy pendiente y auiéndose medido lo que así está llebado parezió thener duzientos y diez y seis pies de largo […] tanbién está llebado otro paredón de seis pies de alto y 63 de largo; la qual dicha calçada declarada // es de la dicha Puente Nueba, ques donde acaba y feneze asta la de dicho lugar de Trespaderne que enpieza, tendrá de largo legua y media, poco más o menos, y por algunas partes tanbién está descalzada y de calidad que su paso es peligroso”.

 
En Trespaderne se juntan en 1676 los vecinos en Concejo abierto y toman cuentas de las obras en el puente a Francisco Fernández de Quintanilla y Andrés García Saravia, regidores. Al primero se le hace cargo, de forma muy detallada, de 1.433 reales y medio; siguen los descargos. Al segundo se le computan y cargan los gastos en ese puente y su reparo por un total de 1.855 reales y bajados 1.450 reales.
 
Prosiguen los documentos dando detalles del estado del puente y los destrozos causados por la fuerza del agua del río Ebro en sus crecidas:  “… a bisto el testigo que el estribo questá pegante a la zepa vltima de dicha puente se a rrajado y echo bizio y está peligro de aplanarse, de que resultará vndirse toda la puente, cuyo peligro está amenazando, y tanbién las dichas crezidas se an llebado gran cantidad de terreros de la otra parte de dicha puente y el río se está ynclinando azia aquel sitio, lo qual separe ser nezesario // atajar con vn fuerte paredón, que de otra forma es fázil el dejar dicho río la puente exsenta y sin agua, y tanbién dichas crezidas se an llebado muchas piedras de las manguardias y antepechos de dicha puente, todo lo qual es necesario y muy preziso se adereze y conponga con toda brebedad porque de lo contrario cada día serán mayores los daños; y tanbién sabe que ará como veinte y quatro años , poco más o menos, que las dichas crezidas socabaran las cepas de dicha puente y bieron otros daños, por lo qual este dicho lugar pareçió ante su magestad y señores de  su Real Consejo y pidió que se rreparase como se mandó así y se rrepartió su costo entre las çiudades, villas y lugares de algunas leguas en contorno…”

 
El día 14 de julio de 1677, en Trespaderne, ante el señor corregidor, comparece Juan García del Campo, vecino de Villapanillo, y dice “Sabe que junto a este dicho lugar está vna puente de piedra antigua que tiene ocho arcos, por la qual pasa el río Nela que ba a juntar con el de Ebro como vn tiro de arcabuz de dicha puente, la qual con las grandes avenidas de dicho  río Nela que a bido  en los años antezedentes la a puesto muy maltratada, y más las quatro çepas prinzipales por la parte de azia la uilla de Oña que por los cimientos y parte que está dentro del agua las a socabado y sacado muchas piedras de calidad que a bydo el testigo que se an hecho concabidades que los pescadores entran dentro, por lo qual el estribo de la zepa vltima, ques en la parte donde bate más el agua, se a tajado y querido se aplanar y está con mucho peligro de vndirse, y tanbién el dicho río se [ha] ynclinado azia aquella parte y llebado vnos pedados (¿pedazos?) de terreros y tierra, y si no se ataja con vn fuerte paredón a poca dificultad puede acabar a ronper dichos terreros y dejar dicha puente en seco y asimismo a llebado // muchas piedras de los antepechos y manguardias de dicha puente…”
 
El testigo Pedro Saravia, vecino de Arroyuelo, dice que “sabe que desde dicha puente sale vna calçada muy antigua que ba por orillas del río Ebro, que llaman de la Oradada, que será como legua y media de larga asta llegar a la Puente Nueba, que se nonbra de la Oradada, la qual dicha calçada hestá fundada sobre paredones rezios, que muchos de ellos entran el dicho río Ebro y los está batiendo el agua y arrimados a vnas peñas de mucha altura y en partes por ser tan angosto el sittio están picadas las peñas para en // ellas fundar dichos paredones a los quales y dichas calçadas las dichas avenidas de dicho río Ebro a llebado muchos pedazos y otros socaba los que solo en partes las dichas peñas que pegaban con el río, por lo que algunos días estubo dicho paso sin nabegazión, y los arrieros dethenidos con sus requas por lo qual se les obliga a los vezinos a conponer dichos pedazos los más prezisos con ramón, leña y remata (sic) (retama), con que desde entonzes ha corrido así, pero se pasa con mucho peligro respecto de la poca seguridad de la dicha retama y [a] los arrieros les obliga a pasar a pasar cada macho de por sí y con mucho miedo, y abrá cerca de dos años que pasando vn pasajero con vna mula ensillada y enfrenada se le cayó y despeñó y mató porque los dichos paredones están en alto y aber muchos despeñaderos y así es muy vtil y conbeniente el que vno y otro se adereze y conpon- // ga con toda brebedad de no cesará el comerzio y trajinería por ser la dicha puente y caminos de la Oradada tan preziso y nezesario para los puertos de Laredo, Bilbao, Castro, Santander y toda Bizcaya y de ella a la Corte de su magestad, l´Andaluzía, la Estremadura, Mancha y Valladolid, Burgos y todo el reyno…” Se dice que es cierto que hay otro posible paso hacia la Corte por los Hocinos: (…) sin que aya otro camino más conbeniente y a propósito porque, aunque ay otro passo que es el que se nonbra de los Ozinos, que ay del uno al otro cuatro leguas de ystanzia (sic) y son dos puertos cerrados, mas es muy mexor, más brebe el de la dicha Oradada, y más en tienpo de niebes que el dicho de los Ozinos ser zerrado muchos días y no se puede nabegar…”

 
Siguen similares declaraciones y testimonios de otros vecinos de lugares próximos al puente de Trespaderne sobre el Ebro (Juan Gil de Celada, Juan González de Obregón, Matías de la Hoya -¿Olla?-, Toribio Bragado, Juan López Frías, Pedro Martínez, etc.), todos ellos describen con detalle el mal estado del puente, las grandes avenidas causadas por el río Ebro, los destrozos que éste causa en el puente y en la calzada, los perjuicios que se le siguen a los arrieros y otros mercaderes.
 
A continuación, se especificaban las condiciones que se debían cumplir en los reparos en el Puente de Trespaderne. Desgraciadamente la información es incompleta por estar dos folios rotos e imposible conocerlas con detalle. Leemos que se deberá hacer de buena piedra con su argamasa hasta rellenar el hueco de lo que está socavado; se ha de demoler la parte que está rajada y volver a hacer conforme a la traza (habría sido un valioso documento que se encontrasen los planos de la obra), se deberán de mirar las demás cepas (pilones) del puente. Se han de usar estacas de madera de haya de siete pies haciéndolas entrar en la tierra; la piedra labrada con toda perfección; el maestro o maestros canteros en quien se remate la obra han de hacer y fabricar pegado a el río Ebro en el sitio de la Horadada, en donde dicen Santa Eulalia un paredón de 228 pies de largo y tres de grueso; y en el Vallejo de Valde San Millán se deberá hacer otro paredón de 183 pies de largo, dándole el mismo grosor que tenía; se ha de hacer en el camino de la Horadada y lugar del Primer Orado (¿Horadado?) otro paredón pegando al río Ebro, sacándole desde los cimientos con piedra firme y una longitud de 90 pies y 27 de alto, que es el sitio cerca de Trespaderne que se ha arreglado de madera de forma provisional.

 
En el lugar de la Esilla del Arenal del pollino (?) se hará otro paredón de 157 pies de largo y un arco de dos pies de hueco, de piedra, cal y arena, con sus tirantes, para que pasen las aguas que bajan de la sierra. Tendrá cuatro pies de grueso y la altura a nivel de la calzada. Se debe hacer asimismo un paredón en las viñas de Tartalés de 36 pies de largo y, más adelante, se han de fabricar tres pedazos de paredón de 40 pies de largo y tres de alto. Donde el texto dice el Espolón, pegando al río Ebro, debían construir un paredón de seis cimientos de 26 pies de largo y 14 de alto. No terminaban ahí las condiciones al figurar que había que construir otro paredón de 240 pies de largo con sus calzadas y cobijas en forma adecuada y en el sitio conocido como Valdeciervos se han de reforzar unos 100 pies de largo y cuatro de alto y se hará un portillo entre dos peñas, que levantará tres pies y 27 de largo. Como vemos todo estaba detallado y -no lo olvidemos- tasado. Siguiendo el pliego tenemos que en el arenal, que llaman la Valluezca Salada, hay otro pedazo de paredón que se debe levantar de 18 pies de largo y 12 de alto; en el término que llaman la Callejuela se ha de hacer un paredón de 26 pies de largo y alto; en la calzada que comienza en el oriente se ha de abrir camino por donde hoy está, de unos 500 pasos de largo; en el Espolón del Prado de Barcenillas hacer un paredón unos 200 pies de largo y 14 pies de alto; un paredón de 129 pies de largo desde la Peña hacia el meridiano elevando su calzada a nivel de la Peña y bajando y rebajando la dicha peña a pico y con barrenos; donde dicen Lastrilla se ha de picar la peña, donde hay una enebrilla seca, con pólvora o a pico rebajándola todo lo que fuere posible y en la falda de la peña se ha de picar para asentar un paredón de 54 pies de largo y 20 de alto; en el esconce hacia el calero del último “orado” (¿horadado?) hacer otro paredón de 75 pies de largo y 21 de alto. Otra condición es que al principio del “orado”, junto a la peña nueva, se levantaría un paredón y calzada de 63 pies de largo y 6 de alto.
 
No solo había que hacer muros de contención, sino que el pliego de condiciones los maestros contratados deberán empedrar ciertos pedazos de la calzada de la Horadada que están socavados, terraplenándolos con toda perfección. A quien realice las obras de la Horadada se le dará los montes, canteras y pastos francos para extraer piedra y conseguir forraje para los animales. También recibirán pan, vino y demás mantenimientos para los trabajadores.
 
El pago de los maestros canteros era mediante tercios: una parte para comprar materiales de madera, piedra, cal y demás; otra parte para la fábrica de dicho puente y calzadas que se deberán entregar acabadas a la perfección (habrá un control final de lo realizado por parte del Concejo de Trespaderne); y la última parte se destinará a pagar a los oficiales y trabajadores del puente y calzadas. El último apartado establece que se pagará la traza pero que se debe ir contra don Juan Antonio de Cubillas que es quien cobró los diferentes repartimientos, la traza y condiciones que se hagan de la futura obra. Se firma todo ello en Villarcayo, a 30 de marzo de 1677.

 
Otro de los documentos que he tenido ocasión de consultar en el Archivo Municipal de Villarcayo, referente a los Puentes de Las Merindades, es el que tiene por signatura 248, Fondo Corregimiento, es del año 1696 y se titula “Petición de Pedro del Río, vecino de Liérganes, y maestro de cantería que fue de la obra de Quintanilla, sobre pago efectos del puente”. Son diez folios y se refieren al reparo del Puente de Quintanilla de Pienza, sobre el río Trueba. Se ordena al comienzo del documento que los 13.300 ducados que sobraron de la construcción de los puentes de Hijar y Carcaval, sitos en Matamoros, se empleasen en el de Quintanilla. Manda el corregidor de las Siete Merindades de Castilla la Vieja, don Antonio de Cubillas Venero, que de esos 13.300 ducados se les dé a los maestros canteros del puente de Quintanilla 5.054 reales y se proceda al cobro de lo repartido para la obra de ese puente (orden de Gabriel de Aresti en septiembre de 1682). Curiosamente dentro del mismo documento se hace referencia a las obras en el Puente de Frías, ejecutadas por el mismo Pedro del Río, con dinero librado del Puente de Matamoros, todo ello inserto en diversos escritos de libramientos, y cobros, interviniendo don Juan Antonio Cubillas, el pagador Bartolomé de Cárcamo, vecino de Torres, y depositario del dinero para el Puente de Quintanilla; así como Simón de la Torre, Miguel de Noriega, Pedro Gómez de la Barrena, abogado de los Reales Consejos, etc.
 
Alega Pedro del Río que se está procediendo judicialmente contra él pero que se debe ir contra don Juan Antonio de Cubillas que fue el receptor del dinero de los repartimientos del Valle de Val de San Vicente (1.200 reales), Valle de Villaescusa (600 reales), “que es contra quien se debe prozeder y no contra mí por tener pagado el libramiento, pues así es de Justicia”. Ordena don Pedro Gómez de la Barrena – el abogado de los Reales Consejos- que se pague al maestro cantero Pedro del Río y que el depositario, Bartolomé de Cárcamo, rinda cuentas de lo recibido y abonado para el puente de Quintanilla Pienza. Añade que el citado maestro consintió que los 5.054 reales se pagasen a don Juan Antonio de Cubillas, corregidor de las Siete Merindades. ¡Un lío de cobros y pagos en que no se sabe bien quién recibió esos 5.054 reales! El 9 de septiembre de 1696, el corregidor de Villarcayo, don Felipe de Valdivielso, constata que hay 13.300 ducados prevenidos para las obras en el Puente de Frías y que en efecto consta que el que fue corregidor de las Siete Merindades, don Juan Antonio de Cubillas, cobró ciertas cantidades del repartimiento para el puente. Después de leído todo el documento desconozco el final del embrollo y no tengo datos claros para saber lo acontecido en torno al pago que se debió hacer al maestro cantero Pedro del Río. ¿Recibió o no recibió los 5.054 reales por su trabajo? A veces, los puentes y los dineros se los lleva la corriente…

 
Como bien dice Ricardo, los dineros se los lleva la corriente tanto ayer como hoy. Continuaremos con el mundo de los pontifex -constructores de puentes en latín- la próxima semana. 
 
 
Bibliografía:
 
Álvarez Llopis, E. 2018: "Un itinerario histórico: el camino Laredo-Burgos en la Edad Media" en Caminería Histórica. Actas del VIII Congreso Internacional, Madrid, Minist. de Fomento, CEDEX-CEHOPU, 2008, pp. 1-18
Aramburu-Zabala, M.A. 1991: La arquitectura de puentes de Castilla y León 1575-1650 Valladolid.
Cadiñanos Bardeci, I. 2002: “Los puentes del norte de la provincia de Burgos (I)”. BIFG, nº 224, pp. 375-400
Cadiñanos Bardeci, I. 2002: “Los puentes del norte de la provincia de Burgos (II)”. BIFG, nº 225, pp. 375-400
Cagigas Aberasturi, A.I. 2016: Los maestros canteros de Trasmiera. Universidad de Cantabria. Tesis Doctoral, 1.115 páginas.
Cámara, C. et al. 1998: “Juan de Naveda, en torno a su actividad en Burgos (1607-1631) y el ejercicio de la profesión”. BIFG, nº 216, (1998/1), pp. 43-59.
Cano Sanz, P. (2003), Fray Antonio de San José Pontones. Arquitecto, ingeniero y tratadista en España (1710-1774). Universidad Complutense de Madrid. Tesis Doctoral.
Cazando Puentes, página web con información sobre muchos puentes: el medieval de Frías, el de Valdivielso (Puentearenas), el de Medina de Pomar sobre el Trueba, el de Trespaderne, el de Oña en la Horadada, el de Santa Marina, en Villarías, el puente del Aire, en Valdenoceda, etc.
Domingo Mena, D. 2015: Caminos de Burgos: Los caminos del norte (siglos XV y XVI). Burgos: Universidad de Burgos. Tesis Doctoral.
García Huidobro de Valdivielso, 2017: “Reparo del puente de Puente Arenas y del paso de los Hocinos a finales del siglo XVI”.
Hombría Maté, P.L. 2018: “La construcción de puentes a la luz de los tratadistas clásicos”.
Losada Varea, C. 2007: La Arquitectura en el otoño del Renacimiento. Juan de Naveda (1590-1638). Universidad de Cantabria, 368 págs.
Nebreda Perdiguero, E. 2016: "Amo a mi pueblo. La provincia de Burgos: sus pueblos, su historia, sus personajes, sus iglesias…" Burgos: Rico Adrados.
Ojerada, R. 2014: “Los canteros de Trasmiera”.
Nolte y Aramburu, E. 1991: “Breves notas introductorias al estudio etnohistórico del camino real de Burgos a Bercedo (s. XIX)”. Kobie, nº V, año 1991; pp. 179-221.
San Martín Vadillo, R. 2021: Viajeros por las Merindades. Autoedición. 374 páginas.
San Martín Vadillo, R. 2022:  Las Merindades: Documentos para su historia. Autoedición. 392 páginas.
Sojo y Lomba, F. 1935: Los maestros canteros de Trasmiera. Madrid: Huelves y compañía.
 
Con mi agradecimiento a María Arce Fueye y a Gustavo Gómez Santamaría por su ayuda y facilidades para realizar mi investigación.
 
 

domingo, 3 de marzo de 2024

Frontera natural y castillos de frontera en Las Merindades.

 
 
Recuperamos a nuestro amigo Ricardo San Martín Vadillo para que nos deleite con un poco más de su conocimiento histórico a través de un artículo que en su día presentó como ponencia en las “X Jornadas de Frontera”. Un rápido repaso, acompañado de las -a veces contradictorias- opiniones de otros autores, de los orígenes de Castilla Vieja. Además, nos adjunta una soberbia bibliografía para que cualquiera pueda profundizar en el estudio de Las Merindades. Creo que no necesito deciros más:
 
“Vn puerto vyen çerrado
de un solo forado,
ese puerto vyen guardado
ese ovo fincado”.
 
Este fragmento del anónimo Poema de Fernán González nos sirve de introducción a la tesis de nuestro trabajo: la importancia de la frontera natural en Las Merindades, el norte de Burgos, apoyada por una diversidad de castillos y torres que dieron el nombre a la primigenia Castilla.
 
La invasión musulmana (711 d.C.) supuso el final del reino visigodo y el comienzo de una nueva era. Fue en las actuales Merindades donde apareció el condado como unidad administrativa. Aparecieron, además, unas subdivisiones administrativas inferiores (s. X), los alfoces (del árabe “alhauz”, comarca o distrito), esas unidades de organización en torno a un valle donde podemos encontrar un castillo o torre torres fortificadas. Todo ello se saltará al sistema organizativo de las tenencias.

Recostrucción Castillo de Toba (Cortesía de ZaLeZ)
 
Pero para todo lo dicho ocurriese Las Merindades tuvieron que oponerse a los musulmanes. En tal sentido, mi trabajo defiende la capital importancia que jugó la orografía: montes, puertos, desfiladeros, hoces y ríos; así como una línea bien organizada de castillos, fortalezas, torres, casas fuertes, etc. Existió, por lo tanto, una doble línea fronteriza: una frontera natural y una frontera levantada por manos cristianas. Esa doble frontera se mantenía frente a los árabes desde los años posteriores a la invasión y de ella dice la Crónica de Alfonso III: “castris cum villis et visulis suis…”
 
La frontera natural estaba constituida por una serie de montes: la sierra de la Tesla (al sur de Las Merindades); sierra de Tudanca (en el suroeste); los montes de Ordunte y Somo (en el norte), los montes de La Peña (en el noreste); Sierra Salvada y monte de Santiago (en el este), sierra Arcena (en el oeste) y los montes Obarenes (en el suroeste). Sánchez Domingo (2007) habla de “cuatro bóvedas anticlinales: Leva, la Tesla, Frías y Humión”.

Desfiladero de La Horadada
 
Además, disponían de una diversidad de desfiladeros y portillos fácilmente controlables y donde el paso estaba vigilado por los lugareños. Tal es el caso del desfiladero de la Horadada que controlaba el tránsito desde la Bureba a Las Merindades; desfiladero de los Hocinos, controlaba el paso desde Burgos y Logroño; los Cañones del Ebro, desfiladero de la Eme, paso de Valdelateja a Pesquera; desfiladero del Oca, entre Medina de Pomar y Oña; desfiladero de Sobrón, camino hacia Miranda de Ebro; desfiladero de Herrán, paso hacia Álava; desfiladero de los Tornos, paso entre Tudanca y Cidad; desfiladero del Jerea, acceso al valle de Tobalina; desfiladero de Palancas, entre Lándraves y Munilla; desfiladero de Pancorbo, paso de Burgos a Vizcaya y Álava; portillo de Lunada; portillo de la Sía; puerto de los Tornos; puerto de la Magdalena (paso entre el Valle de Mena y el valle de Losa); puerto del Escudo (paso entre Burgos y Santander); puerto de la Mazorra (entre Burgos y Las Merindades); puerto de la Eme; y puerto de Angulo. Si esto no fuese suficiente la protección se complementaba con los ríos Ebro, Nela, Trueba, Trema, Rudrón, Jerea, Purón, Oca y otros.
 
Del valor defensivo de montañas, desfiladeros, hoces y ríos nos habla el anónimo monje de Arlanza que, hacia 1255, escribió el Poema de Fernán González. Lo dice de este modo:
 
“Era Castyella Vyeja un puerto bien cerrado
non avya más entrada que un solo forado
tovyeron castellanos puerto vyen guardado”.
 
 
Otro autor que enfatiza la importancia de la orografía del terreno como elemento coadyuvante a su defensa es Luciano Serrano: “Las embestidas moras contra esta región, llamada siempre de Álava y Castilla por los historiadores musulmanes, fueron tan frecuentes y tan asoladoras, que sólo lo abrupto de su terreno y las defensas de Pancorbo, Cellórigo, Ibrillos, Grañón y Pazuengos lograron conservar la independencia que estas tierras siempre habían gozado. Encontramos en historias árabes que el año 792 los enemigos entraron en el país, arrasando sus cultivos y dando muerte a más de nueve mil cristianos; e idénticas irrupciones se repiten, casi periódicamente, durante el siglo IX; las señalan con complacencia las crónicas árabes en 823, 838, 849, 855, 860, 861, 863, 865, 866, 881 y 903”.

 
Nuestro añorado Julián García Sáinz de Baranda nos ilustra sobre cuáles eran los puntos de penetración agarena, así como cuál sería entonces la línea de frontera: “La frontera cristiana en el siglo IX, tenía por el sur, la margen derecha del Ebro, los montes de la Demanda, Sierra de San Lorenzo, los montes Obarenes y Sierra de Cantabria, la sierra de Testa, que defendían las tierras de Navarra, Provincias Vascongadas y Merindades de Castilla la Vieja. Los pasos del Ebro señalaban los caminos de penetración; la hoz de Foncea, el desfiladero de Pancorbo, la Horadada y sobre ellos, alertas y vigilantes, defendiéndolos, los castillos de Buradón, Cellórigo, Pancorbo, Lantarón y Tedeja”. En otro texto nos comenta que: “La Bardulia. Este territorio constituyó, como se verá, el más fuerte valladar contra las huestes del Islam al que durante dos siglos estuvieron acometiendo sus defensas y aunque en ocasiones fueron los cristianos derrotados, por la fuerza del número de los musulmanes, no se atrevieron éstos a penetrar a fondo en el recinto de sus valles por temor a salir malparados de la resistencia y ataques cristianos, lanzados desde sus estrechos desfiladeros, angostas hoces y profundos valles, ya que podían ser fácilmente batidos desde los riscos y defensas naturales”.
 
Respecto a la importancia de la orografía de la zona insiste también Villalba Ruiz de Toledo: “Se configura así una primera zona de ocupación cierta y convenientemente documentada, en la que la propia orografía jugaría un papel defensivo de primer orden. Los montes de La Peña actúan de formidable barrera natural que abraza sin fisuras al núcleo colonizador, al que únicamente se podría acceder -no sin dificultades- por la pendiente que corona Bercedo. Castrobarto se erige pues en el punto idóneo para vigilar los posibles intentos militares destinados a poner en peligro a las comunidades dependientes de Taranco”.

(Cuadernos de historia medieval)
 
Jesús Brun, en su libro, enfatiza la importancia de las defensas naturales: “Los árabes prefirieron casi siempre la calzada romana del Ebro que desde Medinacelli llegaba hasta el desfiladero de Pancorbo; luego, siguiendo siempre el curso del río, atravesaban el valle de Tobalina presentándose en Medina de Pomar, Espinosa de los Monteros y los valles de Mena y Losa. Todo el camino estaba jalonado de castillos y fortalezas, aprovechando las defensas naturales que ofrecían una sucesión de sierras que en dirección sudeste noroeste comienzan en los montes Obarenes, continuando con la Sierra La Llana, Sierra de Oña y la Tesla”.
 
De modo similar García González escribe: “El carácter laberíntico del escenario mostraba todo su esplendor en la vertiente meridional donde se sucedían de poniente a levante los sinclinales colgados de las loras, los sinclinales genuinos de Valdivielso, Villarcayo, Tobalina y Miranda de Ebro […] Entre Peña Amaya, a occidente, y la Sierra de Toloño, a oriente, la vertiente de aguas al Ebro formaba un peculiar escalón interior al que sólo podía accederse por los forados o desfiladeros que tajaban los ríos comarcanos […] La caracterización del territorium Castellae como una comarca enclavada, circunscrita, protegida por crestas y forados, es de una operatividad extrema para entender su configuración y trayectoria originaria. Se perfilaba, en efecto, como una especie de reducto interior, excepcionalmente bien resguardado, inevitablemente abocado a una temprana cohesión social e institucional, mucho menos expuesto que las llanadas circunvecinas a las agresiones foráneas”.

Calzada romana en El Crucero
 
Aquella “Castella” recogida en las crónicas musulmanas del año 768 como “kashtellah”, para el 791 como “al-Quilé” o “al-Quilá” y el 15 de septiembre del año 800 como “Castilla”, cuando el abad Vítulo, junto con su hermano, el presbítero Ervigio, fundó el Monasterio de San Emeterio y San Celedonio de Taranco, en el Valle de Mena, en el “territorio de Castilla”. Allí habían llegado los foramontanos para hacer presuras -apropiarse de tierras sin amo- y “escalidarlas”, -limpiarlas, roturarlas y cultivarlas-, haciendo productivo el terreno.
 
Fueron Las Merindades frontera natural y fortificada. Entendamos que desde tiempos del rey Sancho Garcés III éstas fueron tierras de frontera: “Su frontera occidental estaba señalada por una línea que arrancando en el mar, junto a Santander, seguía por la divisoria occidental del río Miera (dejando la Trasmiera, Laredo y Vizcaya para Navarra) y pasaba luego entre Bricia y Arreba, al oeste de Villarcayo (dejando la Vieja Castilla, Bureba y Álava para Navarra); después lograba los antiguos límites tarraconenses, llegando al oeste de los monasterios de Rodilla y Atapuerca, hasta tocar en el Arlanzón, casi a las puertas de Burgos”.
 
Pero no debemos olvidar que muchos de los castillos que vemos son construcciones nobiliarias de los siglos XIII, XIV y XV. Los que debieron hacer frente a la invasión musulmana durante finales del siglo VIII y el IX fueron, entre otros, los de Tedeja, Arreba, Cellórigo, Buradón o Término. De muchos de ellos no queda nada y de otros tan sólo exiguos restos.

Fortaleza de Tedeja
 
Junto con la mencionada frontera natural, incluido los ríos, esos primeros castillos se mostraron eficaces en la defensa de Las Merindades. Así lo recoge Villalba Ruiz de Toledo: “Las crónicas cristianas y musulmanas nos informan de diferentes operaciones militares andalusíes desde el 816, que se sucederán de forma más o menos constante durante cerca de veinte años. Pero será el año 822 cuando verdaderamente podamos iniciar realmente la observación de la efectividad de la red defensiva desplegada por los primeros pobladores del sector oriental castellano”.
 
La relación más conocida de aquellos primeros castillos sería:
 
  • Tedeja: fortaleza conocida en las crónicas como Tetela, Tetelia, Teteja, Tutel; controlaba el paso del Ebro y del Oca por el desfiladero de la Horadada; tenía un carácter defensivo, no de morada. Hay una dilatada serie de documentos sobre ella, desde el 790 al 1366. Está ligada a los nombres de Galindo Velázquez (1035); Fortún López (1037-1050); Galindo Ovecoz (1055); Sancho Fortunionis (1059); Laín Ovecoz (1067); Gonzalo Salvadores (1082); Gundisalvo Salvadores (1083); Didaco Sangaiz (1083); Eneco López (1103) y Bermudo Gutier (1121). Situada sobre una elevación cónica, tiene una posición privilegiada sobre el desfiladero de la Horadada y contrala el acceso a Las Merindades desde Burgos y la Bureba, por Briviesca y Oña. Su origen, según algunos autores, pudo ser una turris romana. Sus murallas alcanzaban una altura máxima de tres metros, con torres semicirculares no equidistantes, una antemuralla aterrazada y un foso de unos doce metros de ancho al noroeste (hoy acolmatado). Estaba hecha de mampostería recogida con argamasa de cal y arena. Tedeja era una pieza clave en la línea fortificada Amaya-Victoriaco. De su relevancia escribe Cadiñanos López-Quintana: “Es evidente que Tedeja a mediados del siglo XI constituía un punto militar y administrativo de primer orden en las Merindades”. Se han llevado a cabo campañas de excavación arqueológica durante varios años desde 1992.
  • Arreba: hubo un recio castillo antes del año 1000 que jugó un importante papel estratégico contra los árabes. En un documento de 1139 se dice: “Ego Alfonsus Hyspanie Imperator una cum uxore mea Berangaria …/… Et pretera do vobis monasterium de Hoz, quod est situm in alfoz de Arrebis”. Este castillo de Arreba era el centro sobre el que se dirimían las acciones de guerra en la zona noroeste de Burgos, cerca ya de Cantabria.
  • Cellorigo: sobre dos riscos en los montes Obarenes defendía el desfiladero de Foncea que da acceso a la Rioja desde Las Merindades. Bajo mando y control del conde Vela Ximénez fue baluarte defensivo eficaz contra el islam (882).
  • Buradón: controlaba el desfiladero de las Conchas de Haro vigilando el tránsito entre Álava, Castilla y la Rioja.
  • Término: cerca de Santa Gadea, entre Pancorbo y Petralata. Hoy sólo quedan restos del castillo y de la cerca exterior.
  • Pancorbo: tuvo dos castillos (el Santa Engracia y el de Santa Marta), ambos controlaban el paso del desfiladero (paso de Castilla Vieja a la Bureba). Aquí hubo sangrientos enfrentamientos entre moros y cristianos con suertes alternas para cada bando.
  • Lantarón: defendía los desfiladeros de Besante y Sobrón; controlaba el paso entre sierra Arcena y los Montes Obarenes. Estuvo construido por encima del actual balneario de Sobrón. Consta como señor del castillo en 881, Gonzalo Téllez.
  • Frías: Una situación privilegiada en un espolón peñascoso, asomado al vacío, sobre el pueblo, controlando el valle y el puente sobre el Ebro.
  • Mijangos, Misanicos o Montealegre: de muy difícil acceso, en las faldas de la Tesla; tuvo un importante papel de control en el paso de mercancías: sal y lana; en la actualidad sólo se mantienen las paredes con cubos en tres de sus esquinas. Debió formar parte de una línea defensiva: Frías, Tedeja, Medina de Pomar…
  • Pontecerci: antiguamente conocido como Focecerci, estuvo cerca del actual Herrán, a la entrada del desfiladero del Purón o de Herrán, en la sierra de Arcena y controlaba el paso de Burgos a Álava por el término de Los Puentes.
  • Toba: de muy difícil acceso en el Valle de Valdivielso, a los pies de la Tesla; no pudo ser otro que el conocido como castillo de Malvecino. En la actualidad totalmente en ruinas, sólo conserva restos de una torre.
  • Cuevarana: sobre el Ebro y el Oca, en un risco. Aparece citado por el historiador Ibn Hiyyan, quien dice que Abderraman III “atacó la fortaleza de Oña, su llano y el monasterio del mismo nombre”. De la ubicación de este lugar dice Gregorio Argaiz en el s. XVII: “Cuevarana…/… junto a la puente de la Peña Horadada, sobre una cueva y peña que está en la junta del río Vesga con el Hebro”. No se conserva nada del mismo en la actualidad.
  • Petralata o Petralara: cerca del portillo del Busto; se cita en un documento de Oña de 1209. Estaba en la línea montañosa que va desde Oña a Pancorbo, controlaba, junto con el castillo de Frías, el tránsito entre Las Merindades y la Bureba.
  • Castrobarto: fue “castra diminuta” levantado por los colonizadores foramontanos. Tenía una situación excelente, cerca del río Salón y en la ruta de Losa a Berberana. Controlaba los pasos de la Magdalena y del Risco. Fue solar de un linaje belicoso: los García de Salazar, después pasó a los Velasco.
  • Poza de la Sal: el actual castillo de los Rojas es del siglo XIV; se erigió sobre otro anterior del siglo IX levantado por el conde Diego Rodríguez Porcelos.
  • Virtus: en el noroeste de la provincia, era una enorme mole pétrea; perteneció a los Porres.
  • Castro Castellae Veteris, que Julián García Sáinz de Baranda identificaba con Medina de Pomar. La romana Vellica cambió el nombre por el árabe “medina” (ciudad fuerte).
  • Hocinos u Ocinos: nada se conserva de él, pero debió estar situado cerca de la actual granja con ese nombre, sobre el Ebro. Controlaba el acceso al desfiladero y el paso entre Burgos, Logroño y Las Merindades.
  • Amaya: prerromana, romanas y visigodas. Primeramente, fue tomada por Tariq, luego fue conquistada por el conde Rodrigo en 860. De su importancia cantaba el juglar en el Poema de Fernán González: “Harto era Castilla un pequeño rincón / cuando Amaya era cabeza e Itero mojón…”
 
Jesús Brun lo resume de forma clara: “Todas estas fortalezas […] fueron las primeras avanzadillas que el reino astur-leonés colocó en su extremo oriental. Siempre protegidos por los riscos de la montañosa orografía, se apoyaban en ella para aumentar sus capacidades defensivas, convirtiendo las cimas en almenas, los desfiladeros en murallas, los ríos en fosos, hasta transformar toda aquella región en una enorme fortaleza plagada de torreones, atalayas y alcázares que dificultaron en extremo el acceso de los moros”.

Frías.
 
Las algaras, razias, aceifas y algazúas fueron escalonadas, pero constantes a lo largo de los siglos. Según la Crónica Pacense, “Hacia 732 hizo Abderramán I una entrada asoladora en Vasconia, por las riberas del Ebro y en los confines de Cantabria, apoderándose el monarca de Miranda de Ebro, Revenga, Haro, Cenicero, Alesanco y de todo el valle del Oja y del Tirón”. Los Anales Complutenses ponen en 788 o 798 la incursión de un ejército árabe hasta el castillo de Sotoscueva. De igual modo, el Chronicon Sampiri indica que “en la era 876 arrasaron los cordobeses Sotoscueva”. En la narración de Aben Adhari se cuenta: “En el año doscientos cincuenta y nueve (de la Hégira) (863-864), salió Abderramán, hijo de Mohamed, contra los castillos de Álava y Al-Quile, y era alcaide Abdukaelik y los entró y dio muerte a los hombres y destruyó la fábrica y se extendió por las llanuras de lugar en lugar, asolando sembrados y cortando frutos. Con este motivo hizo salir Ordorño (I), a su hermano, a la estrechura de Al-Feg (debe ser Pancorbo) para que cortara el paso a los musulmanes acometiéndolos allí, más adelante, Adulmelik y le batió en la estrechura hasta que les hizo huir y los dispersó, después llegó el resto de las tropas y derramó su sangre impunemente la caballería por todos los lados y resistieron los enemigos de Dios con gran sufrimiento. En fin, fueron puestos en fuga y concedió Dios a los muslimes las espaldas de ellos e hicieron súbita matanza y fueron muertos diecinueve condes, de sus grandes alcaides”.
 
Del castillo de Oña hay varias referencias en documentos árabes, al describir la campaña de Abd-al Rahman III, en 934, contra Álava y al-Qila’, aparece una mención a la fortaleza de Oña como una de las principales de la zona: “mientras en una de sus jornadas se dirigía al-Nasir a la fortaleza de Oña.”

Vistas desde Tedeja
 
En Encinillas, cerca de Trespaderne, sitúa Argaiz una batalla (conocida popularmente como de la paja): “Saliendo después a la vista de Trespaderne, se ve a la otra parte del Hebro, al Oriente el campo de Negrodía, con más de quinientas sepulturas amojonadas a los pies, y cabecera, cada vna con dos losas y en medio vna hermita de Nuestra Señora de Encinillas, que muestra todo el auer tenido aquí algún suceso funesto, y desgraciado la nación de los Godos, y españoles contra los árabes, de que no teníamos escritas noticias, como lo merecían demostraciones tan grandes aunque ya se sabe por diligencia de Hauberto que dize fue aquí vna gran batalla y victoria que huvo de los árabes el infante Don Pelayo, el año de setecientos y veinte y seis a nueue de agosto. Donde les mató nueue mil moros. Anno Domini 726 Pelagius rex, contra sarracenos fortisime pugnar prope quian vrbem et occcidir in pralio septem millia IX de augusto”.
 
Hay dos posibles posturas respecto al grado de penetración de la invasión árabe en estas tierras. La de aquellos que creen que los sarracenos no lograron la conquista de estas tierras y la de aquellos investigadores que opinan que la penetración y conquista fue total. De igual modo hay una doble interpretación de cómo pudo ser la conquista musulmana en la zona de Las Merindades: hay quienes creen que fue una conquista militar, con sometimiento forzado de la población y dirigentes; y otra línea de opinión que considera que fue una conquista pactada entre invasores e invadidos.

 
Entre los primeros, Sánchez Albornoz asegura que “el territorio que va desde la llanura del Duero hasta los montes Cantábricos fue ocupado por los berberiscos invasores”. Entre los segundos se cuenta Julián García Sainz de Baranda que entendía que “muchos historiadores, Mariana, Guevara, Fonseca están conformes en que los árabes no pasaron en esta tierra, de la Peña Horadada y así debió ser, porque todo este territorio, estuvo vigilándolo y defendiéndolo el Duque D. Pedro de Cantabria y sus hijos D. Alfonso, que fue Rey de Asturias y D. Fruela, tomando por base para la defensa y el ataque, los castillos que sobre las montañas dejaron los romanos”. Julián también recogía palabras del padre Mariana: “en ningún tiempo pasaron los moros de un lugar que en Vizcaya (sic) se llama Peña Horadada” y, él mismo opinaba que “es un hecho histórico que las tierras de Cantabria, Medina de Pomar, Valle de Losa, Valdegovía no llegaron a ser dominadas por los moros.”
 
El historiador Luciano Serrano escribía: “Hemos afirmado que la Cantabria y tierras de Villarcayo, Losa y Añana no fueron dominadas por los árabes; es un hecho histórico perfectamente establecido. Cuando en 739 es nombrado rey de Asturias Alfonso I, agrega a este reino toda la Cantabria y la mayor parte de Vasconia, es decir, la Berrueza, Álava, parte de Guipúzcoa y Vizcaya, que había heredado de su suegro, último gobernador de Cantabria, en tiempo de los visigodos. Según la Crónica del Pacense, autor contemporáneo de la invasión árabe, hacia 732 hizo Abderrahmán I una entrada asoladora en Vasconia y por riberas del Ebro, incluidas en el ducado de Cantabria: si entró allí como enemigo, debió ser porque dichas regiones no estaban sometidas a su poderío. Ningún autor árabe señala dominio musulmán alguno en Cantabria y riberas del Ebro desde Sobrón a Manzanedo, sino sólo incursiones pasajeras”.
 
Cadiñanos Bardeci, a su vez, mantiene: “La invasión árabe tuvo su límite norte en el paso de la Horadada (Oña), cerca de Medina. Nunca pasaron de aquí para establecerse de forma fija como lo ha demostrado P.L. Serrano. En el Cartulario de San Millán se dice “nunca las crónicas cristianas ni musulmanas señalan fortaleza alguna que de modo permanente poseyeran los árabes más acá de Nájera, o sea Haro, Montes Obarenes, Bureba y Tobalina”.

 
También mantiene esta línea de opinión Maíllo Salgado: “La dominación musulmana en la meseta, la parte más expuesta del cuadrante noroeste peninsular, cuando existió, no pasó de ser una ocupación militar poco densa […] la cuenca del Duero se convertiría en una zona de correrías de los cristianos del norte y de los musulmanes del sur, en que ni unos ni otros ejercieron una hegemonía política ininterrumpida y firme”. Y prosigue un poco más adelante: “La única frontera que existió realmente fue el Sistema Central, y sólo algunos puntos marginales al norte de la cordillera estuvieron en manos andalusíes”. Martínez Ochoa mantiene una postura menos extrema: “Es cierto que en esta franja de la Península la invasión musulmana se reduce a una serie de ataques fronterizos, incursiones rápidas de los ejércitos árabes. Pero son campañas lo suficientemente frecuentes y destructoras como para impedir la estabilización de los cristianos en estos valles”.
 
Frente a esas fuerzas invasoras de Las Merindades se organizó una defensa con fuerzas locales como señala Martín Viso: “…una serie de sitios de altura, así como alia plurima castella quod longe est prenotare, por lo que debía existir un patrón generalizado de estructuras locales dotadas de castella. Tales lugares se alejaban del modelo feudal de castillo y debían ser básicamente refugios organizados y gestionados por las comunidades, construidos, por tanto, con técnicas relativamente sencillas”.
 
Sanz Pascal (2012) propone una clasificación de esos castillos que acabamos de comentar en tres grupos:
 
  • De primera generación: se trataría de fortificaciones de gran tamaño, ubicadas a gran altura, surgidas tras la caída del imperio romano y de sus civitates, respondiendo a un nuevo sistema de explotación y ocupación del territorio.
  • De segunda generación (750-1000): se trataría de castillos poco conocidos, surgidos en un periodo de inestabilidad profunda tras la invasión musulmana, la caída del reino visigodo y una profunda fragmentación territorial.
  • De tercera generación (a partir del 1000): serían el resultado material de la consolidación de las estructuras de poder a gran escala como los diferentes condados y reinos que se documentan ya a partir del siglo XI. Son castillos mejor conocidos y mejor conservados hasta el presente.
 
Respecto al valor de aquellas fortalezas podemos leer en Villalba Ruiz de Toledo: “Los territorios colonizados en la primitiva Castilla entre los últimos años del siglo VIII y el 842 aproximadamente, estaban defendidos por una serie de fortalezas que dan su nombre al territorio. Serían éstas las de Castrobarto, dominando las tierras de Losa y Villarcayo; Torre de Tudela, al norte de Losa, en tierras alavesas; castro de Villalba, en las alturas que separan los valles de Losa y Valdegovía; Torre de Alcedo en Álava; Casto Siero en la región alta del Ebro; Castillos de Cuevarana, junto a Peñahorada, sobre una peña que domina el Vesga en su conexión con el Ebro, para impedir la entrada en Traspaderne y que, por tanto, defienden el curso del Ebro desde Valdenoceda hasta Miranda; Castillo de Tetelia, en el término y peña de Tedeja, defendiendo el valle de Tobalina occidental; Castillo de Mijangos, que completa la defensa del valle de Tobalina; Castillo Monte Tesla, en el recinto interior de Valdivielso; y plazas fuertes de Frías y Lantarón, surgidas como desafío a las fortificaciones musulmanas de Pancorbo, vitales para cerrar la entrada a Castilla por La Rioja.”
 
Ciertamente Castilla es Al-Quilá, la tierra de los castillos: ellos fueron su defensa, así como sus montañas, ríos, desfiladeros y pobladores.
 
 
Ricardo San Martín Vadillo.
 
 
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