Que no te asusten ni la letra ni el sendero de palabras pues, amigo, para la sed de saber, largo trago.
Retorna tanto como quieras que aquí me tendrás manando recuerdos.


domingo, 25 de junio de 2023

UNA ABADÍA SINGULAR: SANTA MARÍA DE RUEDA (VILLARCAYO)


Ricardo San Martín Vadillo regresa a esta bitácora gracias a un hueco en su incansable aventura investigadora. Él aprende -y nos enseña- sobre la historia de Las Merindades y la de Alcalá la Real (Jaén), donde reside. Ricardo busca hermanar Jaén y Villarcayo. Presentó en el “VIII Congreso de Abadía”, en Alcalá la Real, el artículo que adjuntamos contando a los allí presentes uno de las mayores curiosidades de Las Merindades: las abadías seglares. El próximo octubre presentará en el Congreso “CAROLVS”, que se celebrará en Alcalá la Real, un artículo sobre Las Merindades en tiempos de Carlos V que esperamos pueda ser publicado también en esta bitácora.
 
Les dejamos ya con el artículo “Una abadía singular: Santa María de Rueda (Villarcayo)”.
 
Santa María de Rueda o Nuestra Señora de Rueda es ciertamente una abadía singular. Es ésta una de las abadías seglares que podemos encontrar en las Merindades de Castilla Vieja, en el extrarradio de la localidad de Villarcayo (Burgos). Las otras son Ribamartín, Rosales, Siones, Tabliega y Vivanco.
 
Una institución peculiar de esta tierra castellana -si bien es cierto que hubo otras abadías seglares en Cataluña, Aragón, Valencia, León, Álava, Guipúzcoa y Vizcaya-, en lo religioso, la de las abadías seglares era una fórmula, cuyo origen puede situarse en el año 1130. Se llamaban así porque los patronos de ellas, aunque legos y casados, se denominaban abades de estos antiguos monasterios secularizados y tenían como derechos el ejercicio del patronato en las iglesias dependientes de dichos monasterios y la percepción de sus diezmos. Sobre esos primeros tiempos y la actitud de la Iglesia ante este tipo de abadías seglares, leemos a la especialista María del Carmen Arribas Magro: “En el siglo XII las abadías seglares eran habituales en Castilla, León, Cataluña, Aragón, Galicia, Navarra, Vizcaya, Guipúzcoa y Álava. El referido III Concilio de Letrán, en 1179, se limitó a prohibir que en adelante los diezmos los percibieran seglares, pero no establecía nada sobre los que hasta entonces los venían percibiendo. Ello se entendió como tolerancia hacia las abadías y la percepción de diezmos por los seglares, además, nunca fue refutada en los ámbitos eclesiásticos”.
 
Arribas Magro sitúa el origen de estas abadías en el inicio de la reconquista, como un modo de premiar a los nobles que ayudaban a expulsar a los invasores: “Que tú y los sucesores de tu reyno tengáis derecho de distribuir en las capillas y monasterios que quisiereis las iglesias de las villas que pudiereis tomar en las tierras de los sarracenos, y de las que hiciereis edificar en vuestro reyno, y corroborándola con el mismo privilegio y la misma autoridad, decretamos que sea licito a dichos grandes retener para sí y sus herederos las iglesias que adquieren por derecho de guerra en las tierras de los sarracenos, o edificaren en sus propias heredades, y retenerse igualmente los diezmos y primicias de todas sus propias heredades, con tal que hagan que los Divinos misterios sean celebrados bien por personas idóneas, y contribuyan con lo necesario para este fin, y asimismo sea lícito a los referidos grandes sujetar dichas iglesias a la potestad de cualesquiera capillas o monasterios”. Tenemos así a esos abades seglares o laicos recibiendo el favor real y la potestad de poder cobrar diezmos, además de privilegios de tipo eclesiástico concedidos a seglares (inusual) y reconocidos por la Iglesia de Roma que los avaló mediante bulas de diversos Papas.

Cortesía de "Tierras de Burgos"
 
Diego Gutiérrez (“Historia del origen y soberanía del Condado y Reyno de Castilla y sucesión de sus Condes hasta su erección a la Real dignidad del reino”-1785) habla en su libro del origen de las abadías seglares y las relaciona con el duque Pedro de Cantabria: “Por cuya causa provienen las abadías seglares que hay en las montañas, como las de Vivanco, Rosales, Ribamartín, Rueda, Siones y otras, que son dueños de los diezmos, y patronos de las iglesias, y curatos, y cuyas abadías son hereditarias, y de sucesión indistintamente de hombres y mujeres”.
 
Así pues, tenemos esos abades seculares o laicos. Joaquín Escriche (1830) los cita como “abades comendatarios”, “abacondes” o “abicondes”, explicando el origen del cargo y su evolución: “Puestos los magnates al frente de los monasterios, por concesión de los reyes o por otros medios que les sugería y facilitaba su prepotencia, no dudaron en usar el nombre de abades como que efectivamente lo eran, pues que tenían a su cargo el gobierno y cuidado de las personas y cosas de estos establecimientos y para comprender en su título con una sola palabra las dignidades que tenían en el siglo se solían llamar “abacondes” o “abicondes”. No sólo gozaban éstos de las abadías durante su vida, sino que las trasmitían por muerte a sus herederos y como unos y otros casi no cuidaban de otra cosa que de recoger las rentas contentándose con nombrar, en las iglesias abaciales, algunos presbíteros. Pero la administración espiritual, la disciplina monástica, se relajó en tal manera que los obispos no cesaron de clamar en busca de remedio hasta que en las Cortes de Alcalá de 1348, Enrique II en Burgos, año 1373, y Juan I en Guadalajara, año 1390, recomendaron que “los hijosdalgo ricos hombres y demás personas legas no pudiesen tener encomiendas en los abadengos y monasterios”.
 
También García Sainz de Baranda (1925) nos ilustra sobre el origen de este tipo de abadías: “Los abades eran los que con título de abadía poseían beneficios que antiguamente eran regulares y se secularizaron después conservando el título de su dignidad incorporada en algunos casos a alguna catedralicia, como sucedía en la catedral burgalesa con el cargo de abad de Foncea. Una de las causas que dieron origen a estas abadías seculares, fue la secularización de muchos monasterios que el primitivo fervor cristiano de la reconquista creó en este territorio burgalés: unos quedaron con título secular solamente como las abadías seglares del norte de la provincia (Rosales, Rueda, Siones, Vivanco, Tabliega y Rivamartín) hoy de carácter nobiliario: otras quedaron afectas a iglesias de derecho común”.
 
Es en los momentos de la repoblación, tras arrebatar tierras a los invasores musulmanes, cuando los reyes deciden potenciar este tipo de propiedad. De este modo, las leyes civiles y las eclesiásticas reconocían a estas iglesias el carácter de “propiedad particular” y conferían a aquellos señores nobles el derecho a administrar sus rentas y proponer el clérigo que las sirviesen. Éste fue el arranque del llamado “derecho de patronato”, un derecho que en las instituciones eclesiásticas se definía como el conjunto de privilegios, con ciertas cargas y obligaciones, que, por concesión de la Iglesia, competen a los fundadores de una iglesia, capilla o beneficio, o también a sus habientes. Este derecho era un acto de gratitud de la Iglesia hacia sus bienhechores, a quienes concedía este privilegio de carácter remunerativo por haber cedido el solar para construir la iglesia, por haberla edificado o haberla dotado. No obstante, llevaba anejas ciertas cargas: los patronos debían de pagar el mantenimiento del clérigo, dotar a la iglesia de lo necesario para el culto (ornamentos sagrados, cirios, imágenes, etc.) y correr con los gastos del sostenimiento material de la iglesia (reparaciones, etc.)
 
Las abadías seglares y sus abades pronto entraron en conflicto con la Iglesia central. Entendían los obispos que sólo a ellos les correspondía el cobro de diezmos y demás derechos. La familia, el noble y sus parientes, han logrado en los casos de las abadías seculares afianzar sus derechos, prefieren estar ligadas en lo espiritual y contractual a Roma (por ejemplo, en el caso de Rueda: Letrán) que al obispado más próximo. Los conflictos y desavenencias de la abadía seglar de Rueda con el Arzobispado de Burgos fueron numerosos como lo atestigua una ingente cantidad de pleitos.

 
El centro de la vida espiritual y productiva debía girar en torno a los monasterios, el más importante Oña, que por donación o compra asimilará gran cantidad de posesiones. Así fue en la mayoría de los casos, aunque las abadías seglares mantuvieron el pulso. Se iniciarán una serie de pleitos que se prolongarán a lo largo de siglos por hacer valer las prerrogativas regias y papales que consiguieron en el pasado y que tienen documentadas en pergaminos con sello real o en bulas. Así subsistirán varias de ellas hasta el siglo XIV (año 1390) en que las cortes de Guadalajara dispusieron que los nobles no podían tener ni bienes ni encomiendas en los abadengos. Sin embargo, las seis mencionadas lograron mantener sus privilegios y continuar cobrando “los diezmos granados y menudos”.
 
La primera mención que tenemos del lugar de Rueda está en el Cartulario de Rioseco el 14 de noviembre de 1226 al describir una propiedad de Horna perteneciente al monasterio. Allí se hace referencia al término y “heredad de Rueda”: “el otra tierra carrera de Medina ell vn cabo, la carrera dell otro la heredad de Rueda, ençima los de Barahona”.
 
Muy próxima en el tiempo es esta otra referencia de 1238, “si bien el monasterio aparece documentado en 1324 como Santa María de Rueda. A fines de la Edad Media es considerada una granja que, en sí misma, estaba exenta de diezmos y lo había estado siempre. Los lugares de La Quintana de Rueda y Villacanes formaban con la Abadía de Rueda un solo cuerpo de parroquia, si bien eran dos concejos, uno Quintana y el otro formado por La Abadía y Villacanes, lo que indica que el sistema parroquial no siempre estaba organizado en paralelo a la jurisdicción civil. Dos terceras partes de los diezmos los percibía aún en el siglo XVIII el patrón seglar de la abadía. El lugar de Lozares, granja ya en la primera mitad del siglo XVI, con su iglesia dedicada a Santa María, documentada en 1109, también era propiedad de la abadía de Rueda”.
 
He trabajado un documento en el Cartulario del monasterio de Rioseco, estudiado por Cadiñanos Bardeci (2002). Se trata del testamento de Sancha Gómez de Porres que fue redactado el 2 de agosto de 1324. Dice así: “Sepan quantos este testamento vieren commo yo, Sancha Gómez Pérez de Porres, estando en mi sana memoria […] e mando a Santa María de Rueda un manto de plata para un cáliz”.

 
En la abadía de Rueda podemos distinguir dos partes: la más antigua la iglesia y su claustro, con sus canecillos y columnas muy rústicas y una segunda parte, el palacio, construido por varios abades a lo largo del siglo XVI. Félix Palomero Aragón (2002), coincide con anteriores investigadores que datan la fábrica de la iglesia como realizada “a finales del s. XII o comienzos del XIII” y hace un estudio de la inscripción en uno de los astrágalos que sitúa la construcción en la era MCC, lo que equivale al año 1164 d.C. De forma muy breve, también menciona el antiguo palacio cuyo arranque constructivo sitúa cronológicamente en el siglo XVI. Es de planta rectangular; se planeó para tener una torre en cada extremo, aunque tan sólo se observa la occidental. Tras la restauración se creó un patio posterior con la adición de nuevos volúmenes. De la amplia escalera por la que yo ascendía de adolescente sobrecogido por la soledad, el silencio y la desolación del lugar, dice que está muy transformada por las reformas. No menciona el cuarto de concha sobre la escalera, en una esquina y que llamaba la atención por su belleza. Muchos elementos arquitectónicos de la Abadía de Rueda se han perdido con el paso del tiempo y la rapiña: entre ellos debemos mencionar los sepulcros en alabastro de varios de los abades y abadesas que allí vivieron, como el de Nuño Rueda, donde aparecía recogida la inscripción: “Obiit Nunno Rodenci, III Aprilis, Era MCC…”. También se perdieron varios de las columnas y capiteles de la iglesia, alguno de ellos pudo ser recuperado tras las obras de rehabilitación en 1979.
 
Los abades de Rueda lo fueron por tres ramas o apellidos: primeramente, los Rueda o López de Rueda; después los Rueda Herrera y finalmente los Ramírez de Arellano. Del total de abades y abadesas de Rueda en las tres ramas mencionaré tan sólo algunos de ellos: Nuño de Rueda, Men Gómez de Rueda, Alvar Sánchez de Rueda, Alvar Díaz de Rueda, Lope García de Rueda, Martín López de Rueda, Juan López de Rueda, Juan López de Rueda y Porras, Inés de Rueda, Pedro López de Rueda, Juan López de Rueda, Diego Jacinto de Rueda y Herrera, Alonso de Rueda y Herrera Velasco, Francisco Alonso de Rueda y Herrera, Juana de Herrera y Rueda Velasco, Juan Joseph Ramírez de Arellano y Navarra, Carlos Ramírez de Arellano y Salamanca, María Josefa Ramírez de Arellano y Olivares, José María Ramírez de Haro y Ramírez de Arellano, Manuel Jesús Ramírez de Haro y Bellvís de Moncada, María de la Asunción Ramírez de Haro y Crespi de Valldaura. Esta última muerta en 1915 y con ella se extinguieron los abades de Rueda.

 
La historia de los abades de Rueda, también del de Siones, está jalonadas de episodios de rivalidad, enfrentamientos y, a veces, muertes. Así lo demuestran los documentos: entre 1280 y 1300 Alvar Sánchez de Rueda, emparentado con Lope Rodríguez de Obregón, durante una comida familiar comenzó una discusión. Salieron al exterior ambos y desenvainaron sus respectivas espadas; en la lucha el de Obregón cortó una mano al abad de Rueda. En el 7 de marzo de 1494 hay un documento del Registro General del Sello: Seguro a favor de Juan López de Rueda, abad de Santa María de Rueda, en la Merindad de Castilla Vieja, que se recela de Hernando Díaz, vecino de Comparada, y su familia.
 
Prosiguieron las disputas y enfrentamientos familiares: Pleito contra Juan Saravia de Medinilla, Juan López de Bocos, Pedro Saravia de Rueda, Jerónimo de Barahona y Juan Pérez Fernández que trataron de matar al abad de Rueda y amenazaron al licenciado Cano Santillana y a Juan de Herrera Zuazu. O este otro: Amenazas y alboroto (1569). Las causas no se especifican, ni reflejan en los autos o declaraciones de cualquiera de las partes. No obstante, el origen de ese enfrentamiento, con amenazas de muerte y agresiones físicas, debe estar relacionado con la herencia de la misma Abadía. O la percepción y cobro de deudas u obligaciones dinerarias, como ocurre entre miembros de familias emparentadas. Pedro López de Rueda y Herrera estuvo enfrentado con Juana de Céspedes y María de Rueda, aunque, afortunadamente, estas disensiones se dilucidaron en el plano judicial.
 
Por lo que se refiere a la carta de seguro real a favor de Juan López de Rueda, porque se recela de Hernando Díaz y su familia, debe tratarse de un enfrentamiento y malquerencia de un vecino de (Villa) Comparada de Rueda contra el abad. Es del año 1593.
 
Hubo otros enfrentamientos y episodios de violencia entre los abades seglares: otro abad laico, el de Siones, fue asesinado. Lo podemos leer en “Real provisión de emplazamiento y compulsoria dirigida a Mariana, viuda de Juan de Salazar, abad de Siones, a petición de Juan de Vallejo y Velasco, como marido de Juana Suárez y consortes, vecinos de Villanueva de Mena (Burgos), en el pleito que trata con los primeros, sobre el asesinato del dicho Juan de Salazar”.
 
Hemos de admitir que muchos de los abades tuvieron un poder casi omnímodo sobre las vidas y bienes de los anejos de la Abadía: imponiendo diezmos, impidiendo la pesca o extracción de piedra del río Nela, vetando la tala de árboles y cobrando por una diversidad de conceptos, con lo cual gravaban y dificultaban la vida de sus convecinos, ejerciendo un verdadero poder casi feudal. Todo ello debía crear una doble actitud ante el “señor abad”: por un lado, de forzada sumisión y dependencia, por otro, de belicosa animosidad y animadversión hacia su persona.
 
Todos estos singulares abades, y abadesas, disfrutaron de una larga lista de privilegios y derechos que habían sido concedidos por los reyes y refrendados por la Iglesia de Roma. Entre la lista de privilegios los más notables son:
 
  • Cobrar diezmos. Los abades de la Casa de Rueda tenían el señorío espiritual y temporal, llevaban los diezmos granados y menudos de toda clase de frutos y en ellos no tenía parte el Arzobispado de Burgos. Como decía, privilegios refrendados por Roma. Así lo prueba una bula y ejecutoriales del Papa Paulo V, declarando tocar y pertenecer a los abades de Rueda todos los frutos y diezmos del territorio de aquella Abadía, y una Real Cédula, expedida el 21 de junio de 1708, por la Junta de Incorporación “en que se declaró a favor de los condes de Murillo la propiedad, usufructo y regalías de los diezmos de la dicha Abadía y sus anejos”.
  • Derecho a nombrar y quitar capellanes en la iglesia Santa María de Rueda y otras de su propiedad (Villacomparada de Rueda, La Quintana de Rueda, Villacanes, etc.) El abad, con poder casi omnímodo, “con absoluto desprecio de la solicitud”, pone y quita capellán a su antojo y ni siquiera oye la petición de los vecinos de la Quintana de que nombre como cura beneficiado a persona natural del pueblo.
  • Cobrar derechos y gravamen por enterrarse en Santa María de Rueda y otras iglesias situadas en pueblos de su propiedad: los habitantes de Rueda no sólo pagaban una serie de tasas o impuestos en forma de diezmos, infurción, alcabalas, etc., se veían obligados a pagar impuestos por enterrarse en la iglesia de Rueda. Incluso los que vivían en la Quintana de Rueda, Villacomparada de Rueda o Villacanes debían ser enterrados en Rueda y pagar por ello.
  • Derecho a celebrar en Rueda dos misas tres días a la semana (motivo de conflicto y enfrentamiento con el Arzobispado de Burgos). Así lo atestigua una resolución de 1788: “debía mantener y mantenía y amparava al Excmo. Sr. conde de Murillo y Peñarrubia, como abad “mere lego” de Santa María de Rueda y de su yglesia filial del lugar de Quintana de Rueda, en la posesión en que ha estado y se alla de que el cura capellán y beneficiado de la citada Abadía […] pueda celebrar y celebre dos misas además de los días festivos y de guardar, en los lunes, miércoles y viernes de cada semana […] y no se le inquiete, ni perturbe bajo de todo apercibimiento”.
  • Derecho de pasto de sus ganados: en 1550 una disputa por los pastos colindantes a la abadía de Rueda llega a juicio. En el mismo el abad de Rueda demuestra su derecho de servidumbre y de pasto “desde tiempo inmemorial”: “e digo que teniendo e abiendo tenido y de los otros abades e señores que an seydo de la dicha abadía e casa derecho e serbidumbre de pazer las yerbas e beber las aguas con todos ganados […] usado e acostumbrado ansí continuadamente, de tiempo ynmemorial. Finalmente, se sentenció que: “Fallo quel dicho abad de rrueda […] tener derecho e serbidumbre de pazer con todos sus ganados, de noche y de día, en todo tienpo en el término que se dize a la Pennala (¿Peñuela?) y So las Matas y en los otros términos declarados”.
  • Tenían también los abades de Rueda, exclusividad de pesca en el río Nela, junto a la Abadía. En defensa de tal derecho entablaron pleito con quienes, en su opinión, “invadían” su predio, interfiriendo en sus prebendas. Así lo vemos en el documento “Privilegio de pesca en el río Nela”. Con fecha 4 de noviembre de 1797, el abad, Joaquín Rodríguez de Haro, se querella contra Melchor Fernández y Félix Alonso, por pescar en el tramo del río Nela que discurre bajo las tierras propiedad de la Abadía.
 
Todos estos privilegios y derechos proporcionaban a los abades de Rueda muy sustanciosos ingresos. Esos ingresos se utilizaban para la adquisición de nuevas propiedades que, a su vez, generaban altísimos beneficios económicos, creándose así una “rueda” de ingresos y compra de tierras, molinos, granjas, huertas, viñas, casas, palacios e industrias. En Castilla Vieja poseían todo tipo de bienes: en Villacomparada de Rueda, La Quintana de Rueda, Villacanes, Villarcayo, Medina de Pomar, Granja de Lozares, Andino, Barriosuso, Torme, Mozares, Santa Cruz, Horna, Cigüenza, Céspedes, Campo, Miñón, Villanueva la Lastra, Quintanilla de los Adrianos, El Vado, etc. Y no sólo en Las Merindades, sus propiedades llegaban a lugares como: Logroño, Pamplona, Madrid, Talavera de la Reina, Olmedo, Medina del Campo, Zamora, Motril, Cambil, Ausejo, Segovia y Villanueva de Duero. También en provincias tan lejanas como Córdoba o Granada.

 
Todas esas propiedades proporcionaron a los abades de Rueda pingües ingresos, pero también cargas, gastos de mantenimiento y litigios. En el documento BORNOS, C.461, D.9, se conserva una carpeta con los papeles de pleitos referentes a las propiedades de los condes de Bornos y Murillo y sus antecesores en la Abadía de Rueda, entre 1583 y 1845. Por otro lado, la administración de esas propiedades no fue siempre acertada y algunos de los administradores se aprovecharon de su cargo en beneficio propio.
 
El final de la Abadía de Rueda se produce a partir de 1814. José Ramírez de Haro, décimo conde de Bornos, se casa con Asunción Belvís y Moncada. La familia tenía un patrimonio de fincas rústicas (unas 22.000 Hectáreas, principalmente en Castilla y León), la explotación de una cabaña merina, una industria azucarera en Granada y salinas en Córdoba. Las fincas rústicas no resultaban rentables, ni estaban bien administradas; tan sólo la venta de la lana compensaba económicamente. Entre 1826 y 1846 ese declive sigue aumentando, pero los condes no quieren vender ni deshacerse de propiedades, aunque no sean rentables. Se busca mejorar la administración de todo el estado de Bornos mediante un administrador central que coordine y controle a los de las diferentes provincias. En 1847 murió la condesa y asumió el condado su hijo Manuel Jesús Ramírez de Haro, decimoprimer conde de Bornos, que se casó con Francisca Caracciolo Crespi. El 30 de julio de 1850 nace en Toledo su única hija, María Asunción. La economía familiar se resentía, la morosidad de los arrendatarios era notable y a ello se unía una mala administración. Para tratar de remediarlo se nombra como administrador central a Hilario Zapata, quien pide informes a los administradores provinciales y detecta la rapiña interna en el estado de Bornos. En 1851 se produce el fin de casi todas las abadías seculares. Y se firma el Concordato Iglesia – Estado.
 
Entre 1880 y 1887 continúa el declive económico. En 1880 falleció la condesa y María Asunción Ramírez de Haro heredó la pasión familiar por la religiosidad y la administración de fincas. En 1874 se había preparado el matrimonio de su única hija con el conde de Guevara, pero este enlace se pospuso primero y se olvidó después. La condesa no quería enemistarse con el rey Alfonso XII. Fue una época boyante y fructífera, pero en 1880 cayó el precio del grano y se hundieron sus ingresos, amén de que los administradores hacían fraude en su tarea y se enriquecían a su costa. María Asunción Ramírez de Haro y Crespí de Valldaura desheredó a su sobrino Fernando Ramírez de Haro al que había llamado a su lado para administrar el patrimonio. En 1915 María Asunción se casa, en su lecho de muerte con su administrador, el conde de Guevara. Él será quien heredará todas las propiedades y también la abadía de Rueda. Para esa fecha Rueda estaba ya en un estado de abandono lamentable.

 
Así conocí yo la abadía y la visité muchas veces entre 1958 y 1974. Su iglesia estaba semiderruida, llena de zarzas, habían desaparecido muchos de sus preciosos elementos arquitectónicos (sepulcros, capiteles, etc.). El palacio tenía parte de los techos caídos, los suelos podridos, pero conservaba una amplia y bella escalinata de piedra por la cual resonaban los pasos de los niños y adolescentes que la recorríamos, resonando nuestros pasos de forma fantasmal por las estancias.
 
En 1979 la Abadía fue comprada por una familia germano-española (José Boogen Heudorf y su esposa, Begoña Artola Ugarte) y durante tres años (1979 a 1981) la empresa CROFASA llevó a cabo, por orden de los nuevos propietarios, importantes trabajos de remodelación y restauración. En la actualidad se usa de residencia y no se puede acceder a la misma.
 
Esta es la historia de esa abadía seglar que yo recorrí tantas veces en mi infancia y adolescencia. Ya adulto estudié e investigué su historia y la dejé recogida en forma de libro. Los documentos están custodiados en varios archivos que he visitado y consultado:
 
Archivo Histórico de la Nobleza (Toledo). Sección condes de Bornos.
Archivo Histórico Nacional
Archivo General de Simancas (Registro General del Sello)
Archivo de la Real Academia de la Historia
Archivo de la Real Chancillería de Valladolid
Archivo Diocesano de Burgos
Archivo de la Catedral de Burgos
Archivo de la Diputación de Burgos, MOSA
Archivo Histórico Provincial de Burgos
Archivo del monasterio de Santa Clara, Medina de Pomar.
Archivo Municipal de Villarcayo (Corregimiento, Merindades y Villarcayo).
Archivo de la Diputación de Álava (arabadoc)
Cartulario del Monasterio de Santa María de Rioseco (Burgos)
 
 
Y, si quieren saber más sobre la abadía de Rueda les invito a leer “La Abadía de Rueda: Laicidad divina”.
 
 

domingo, 18 de junio de 2023

Gobantes: ¿terminará también olvidado?

 
 
Volvamos al Valle de Losa para encontrar los elementos terminales de la población de Gobantes. Personalmente es un nombre que me trae recuerdos de la infancia al haber sido compañero de clase de un muchacho que se apellidaba como este pueblo. Dicho esto situémonos en Gobantes que está rodeado de Bóveda de la Ribera, Betarres, Criales de Losa, Castriciones, Perex de Losa, Momediano, Návagos, Villate de Losa y Villanueva de Rosales. La vida, que a veces tiene mucho de burla, hizo surgir otro Gobantes en Málaga… que ha devenido en despoblado.

Gobantes (fuente Google)
 
Forma parte de la Junta de Oteo y a duras penas mantiene la condición de pueblo. ¿Por qué se fueron sus vecinos? Seguramente parte de la culpa pudo ser el deseo de una vida mejor en la gran ciudad, la falta de comodidades, la pérdida de su función de centro agrícola por la mejora del transporte y de la maquinaria agrícola… Gobantes dormita en un escondido valluco formado por dos líneas de montes espesamente poblados de encinas, robles y pinos de repoblación. Al norte, el monte de La Barrerilla; al sur, el monte El Hayal; por el este limita con Fuente Nueva, y por el oeste con el lugar de El Cueto.
 
En la cima de un monte al Oeste de Gobantes, se localiza la Cueva de los Moros, sobre la que no tenemos más datos, pero presuponemos de ocupación altomedieval. Aun así la zona estaba poblada ya en la Edad de Bronce pero los primeros datos sobre “Govantes” los tenemos gracias al documento de 1031 en el que se produce el prohijamiento, y donación de bienes, que realiza doña Goto en la persona de Sancho el Mayor de Navarra y su mujer Munia, hija mayor del conde Sancho García, después de la muerte del heredero, el infante García, asesinado en León.
 
En 1311, Juana, casada con Ferrán Sánchez de Velasco, tenía un solar en Gobantes, entre otros bienes, que en el reparto de la herencia fue adjudicada a su hijo Juan Sánchez de Velasco.

Becerro de Behetrías
 
En el Becerro de Behetrías (hacia el año de 1352) se define la población como un lugar solariego de "fijos dalgo e de la orden de Sant Johan. Pagan al rey monedas e servicios quando los de la tierra e non ay otros derechos. Dan alos señores en los dos solares de la orden que han en el uno quatro almudes e en el otro dos almudes de pan medio trigo e medio cevada e del un solar doce mrs e del otro seys mrs Et los otros fijos dalgos que han sus infurciones en sus solares qual mas e qualmenos pan e dineros segunt se abenian e non ai otros derechos”.
 
Debió tener cierta actividad ganadera puesto que se conservaba en su iglesia parroquial de Nuestra Señora de la Nieves un "Libro de pleitos entre Críales y Gobantes sobre pastos" fechado en 1496. En 1591 Gobantes tenía diez vecinos. También un clérigo. El pueblo tenía documentadas, en 1707, tres ermitas dedicadas a Santo Toribio, San Miguel y Santa María, además de la iglesia parroquial de la misma advocación. Actualmente no hay datos que nos permitan ubicar las ermitas.
 
Y entramos en el periodo de los catastros y los diccionarios. En el Catastro del Marqués de la Ensenada tenemos la perfecta radiografía de Gobantes. Era el 31 de octubre de 1752 cuando Juan Ángel de la Peña llegó a la población a reunirse con el sacerdote Atanasio L. de Angulo, los labradores Francisco y Andrés “De Mate” quienes confirmaron que la población era de realengo y pagaba al corregimiento de Villarcayo. La tierra era de secano y tenían manzanos, perales, olmos, nogales y robles situados en las fincas, lindes y caminos.

Catastro del marqués de la Ensenada. 
Relación de vecinos
 
Había un molino harinero en el arroyo de los Llanos, según el catastro, y doce colmenas. También tenían bueyes, vacas, caballos, cerdas y cabras. Este catastro de 1752 recoge, detalladamente, los animales de cada uno de los vecinos de la población. De los nueve vecinos y cuatro viudas que se contabilizan. Estos vivían en doce casas y disponían de una taberna para su solaz tras trabajar en sus tierras puesto que no había jornaleros en este pueblo. Ni pobres. Lo cual podría resultar cómodo para el único clérigo que residía en el lugar. Eso sí, había cuatro hornos entre las casas del lugar. En relación a ello existía un dicho en la zona: “Si vas a Gobantes, lleva pan antes que encontrarás quien te lo coma pero no quien te diga toma”.
 
El diccionario de Miñano Bedoya, durante la Década Ominosa, nos cuenta que hubo doce vecinos en el lugar lo que se transformaba en cincuenta y siete habitantes. Como vemos el número de residentes no superaba la centena. Unos años después el diccionario Madoz nos contaba que: “Sit. en una hondonada combatida comúnmente por los vientos del N.; el CLIMA, aunque cálido, es bastante sano, y las enfermedades más comunes (son) las de pecho. Tiene 10 casas, igl. parr. bajo la advocación de Nuestra Señora de las Nieves, servida por un cura párroco; cementerio en paraje ventilado, y tres hermosas y abundantes fuentes dentro de la población y varias en el térm., todas de muy buenas aguas por ser de montaña. Confina N. y E. Pérez; S. Eriales, y O. Villate. El terreno es de mediana calidad, comprendiendo un monte bastante poblado, próximo al pueblo. Los caminos son comunales; y la correspondencia se recibe de Rosío. Prod.: trigo, cebada y leña, ganado cabrío, vacuno y yeguar; y caza de liebres y perdices, ind.: la agrícola. Población: 4 vec., 15 alm. Cap. Prod.; 62,800 rs. Imp.: 5,579”.
 
Vemos la radical merma de habitantes en pocos años pero, debemos recordar, era una encuesta que también se empleaba para calcular los quintos. Por eso puede sorprendernos que en el estudio de 1888 los residentes de Gobantes subiesen a unos cincuenta que habitaban en trece casas.

 
Y una iglesia. El templo, como hemos dicho, estaba dedicado a Nuestra Señora de las Nieves, era de origen románico pero esta –estaba- lleno de añadidos. Tiene una nave rectangular de pequeñas proporciones con ábside semicircular y bóveda de cañón y arco de medio punto con impostas que lo separa del resto de la iglesia. El exterior de su ábside era románico con una fábrica de piedra pobre, un ventanal cegado y canes en alero, unos decorados y otros lisos. La portada también era románica, con arco de medio punto y decoración de dientes de sierra y sogueado, bajo pórtico abierto.
 
Carece de torre teniendo una espadaña con dos huecos sin campanas. En la actualidad está en ruinas y sólo quedan en el interior restos de interesantes pinturas en sus muros. Sus libros parroquiales comenzaban en 1608. A efectos diocesanos formaba parte del partido denominado la Montañuela. Irónicamente, su iglesia está catalogada como yacimiento arqueológico Medieval.

Iglesia de Gobantes (cortesía de Maoa)
 
Supongo que el cuidado del templo sería la principal preocupación de Nicanor Manzanedo, el joven – veintinueve años- cura párroco del lugar, y si la viese ahora probablemente lloraría de dolor. Y con él los ochenta y nueve vecinos de Gobantes de 1872. En 1894 había 72 vecinos y en 1904 tenía 74 habitantes de hecho. Entre 1905 y 1911, como mínimo, el párroco era Domingo Ortiz que, supongo, sería descargado de algunas tareas educativas por Isabel Maroto que se encargó de enseñar a los niños de Gobantes, al menos, el trienio que se extendía entre 1908 y 1911. En 1908 había 80 habitantes.
 
En 1950 el pueblo recibe con alegría la luz eléctrica procedente de la subestación de Trespaderne, aunque sus vecinos no llegarían a conocer electrodoméstico alguno, salvo la radio. Ya era hora de recibir la electricidad porque ese año vivían 71 personas en veinte casas.

Anuario Riera (1888)
 
Las ya habituales circunstancias que pasaron durante la segunda mitad del siglo XX redujeron la población de Gobantes, de tal modo que Elías Rubio Marcos lo incluyó en su libro “Los pueblos del silencio”, diciendo que quedó despoblado en 1978. Dijo que “los últimos habitantes de Gobantes fueron Beatriz Hierro y Teófilo Saiz. Los dos vivieron solos en el pueblo durante dos años, hasta que en 1978 lo abandonaron definitivamente. Su marcha supuso que, a continuación, desaparecieran las imágenes de la iglesia, así como sus campanas, aunque estas habían dejado hacía tiempo de tocar a misa y a concejo y también "a vereda de los bueyes" (tres campanadas para que el pastor llevara los bueyes de los vecinos al monte)”. En 2012, según el Instituto Nacional de estadística, vivían tres personas.
 
En sus últimos años, la fiesta mayor de Gobantes era el 24 septiembre aunque se celebraba la Virgen de las Mercedes pero antes fue el 5 de agosto, Nuestra Señora las Nieves.
 
La casa más noble del pueblo, construida en 1765, no ha resistido los embates del abandono, la soledad y la rapiña.
 
Otra cosa que se perderá entre la hojarasca de Gobantes será la leyenda de la Cueva de los Moros, próxima al pueblo, según la cual las moras que habitaron allí acostumbraban a bajar en los atardeceres a la Fuente de la Mora para acicalarse. Les repito que nunca vivieron moros en dicha cueva.
 
 
 
 
 
Bibliografía:
 
“Amo a mi pueblo”. Emiliano Nebreda Perdiguero.
“Las Merindades de Burgos: Un análisis jurisdiccional y socioeconómico desde la Antigüedad a la Edad Media”. María del Carmen Arribas Magro.
Becerro de Behetrías.
Estadística del Arzobispado de Burgos (1872).
Estadística del Arzobispado de Burgos (1863).
Censo de la población de España de 1897. Instituto Geográfico y estadístico.
Censo de población de las provincias y partidos de la Corona de Castilla en el siglo XVI.
Nomenclátor de las ciudades, villas, lugares, aldeas y demás entidades de población de España. Formado por el Instituto nacional de estadística con referencia al 31 de diciembre de 1950.
“Diccionario geográfico-estadístico-histórico de España y sus posesiones de ultramar (1845-1850)”. Pascual Madoz.
“Diccionario geográfico, estadístico, histórico, biográfico, postal, municipal, marítimo y eclesiástico de España y sus posesiones de ultramar”. Dirección de Pablo Riera y Sans.
“Diccionario geográfico-estadístico de España y Portugal (1826-1829)”. Sebastián Miñano y Bedoya.
Anuario del comercio, de la industria, de la magistratura y de la administración.
Anuario Riera.
Indicador general de la industria y el comercio de Burgos (1894).
“Las siete Merindades de Castilla Vieja. Valdivielso, Losa y Cuesta Urria”. María del Carmen Arribas Magro.
“Burgos. Los pueblos del silencio”. Elías Rubio Marcos.
www.verpueblos.com
 

domingo, 11 de junio de 2023

La torre de Villanueva de Mena

 
 
Hoy nos trasladamos a un pueblo tranquilo, asentado en las faldas del monte Redondo y lugar donde se instaló el archivo del Valle de Mena. Una localidad que no sufre directamente el tráfico que se dirige hacia el centro de Las Merindades, pero cuya torre destaca desde la circunvalación del Villasana de Mena.

 
Según el catastro del marqués de la Ensenada, Lorenzo de Vallejo vinculó los bienes que los de este apellido gozaban en Villanueva. Entre las numerosas propiedades se encontraba “una casa al sitio de las Revillas de cuarenta pies de alta y treinta y dos de ancho y su fondo veinte y dos” que coinciden con las medidas de la torre comentada. A mediados del siglo XVIII el mayorazgo estaba en manos de José Martínez de Vallejo, vecino de Anzó. El escudo de la puerta corresponde a Vallejo: en oro, cinco barras, o bandas, de azur con bordura de plata, con siete armiños de sable y en jefe un aspa de gules.

 
Julián García de Baranda decía que una de las ramas de los Vallejo tuvo su solar en Villanueva de Mena, como lo confirman los escudos. A esta rama pertenecía Francisco Vallejo Capacho Sotela que casó con una hija de Pedro Alonso de Huidobro. Ambos fueron padres de Juan de Vallejo que marcharía al valle de Valdivielso y se casaría en El Almiñé. Fue padre de Catalina que se casó con Cristóbal Fernández quienes vivieron en Burgos.
 
Dada la primera referencia que hemos dado sobre la torre, esta se halla en lo más alto del pueblo, separada del resto del caserío. Entenderíamos que es posterior a 1470 porque no se cita en las “Bienandanzas e Fortunas” de Lope García de Salazar. La torre es un rectángulo, de lados ligeramente desiguales, con un palacete adosado al Norte, todo lo cual mide 18`20 metros por 9`80 metros. El grosor de los muros es de 1`11 metros de espesor en la parte baja, pero disminuye en la parte superior, cerca ya del tejado.

 
La puerta de ingreso es de arco de medio punto a base de excelente dovelaje con un escudo de armas en el arco. Está situada en la fachada este. Sobre ella un balcón y en el resto de la fachada diversas ventanas de similar tamaño, y diferentes aditelamientos, distribuidas asimétricamente. A la derecha de la puerta la mirada se desvía a una saetera y en la tercera planta se observan dos de las piedras donde podría haberse asentado el cadalso. El cuerpo adjunto dispone de una ventana abalconada y otra adintelada.
 
Al Sur destacan cuatro vanos, todos distintos: uno de arco apuntado con tronera en la parte inferior, otro de arco rebajado, otro mixtilíneo y el más inferior posiblemente abierto el siglo pasado, pues presenta el pronunciado derrame externo característico de las ventanas fusileras. Descentrado y situado hacia la esquina aparece el escudo de los Vallejo.

 
La fachada oeste tiene dos ventanas altas que definiríamos como simétricas, otra pequeña ventana y cinco saeteras. Dos de ellas tienen un ligero engrosamiento, quizá, para armas de fuego y bajo ellas cierto deterioro del muro. Remata la construcción un tejado de teja roja a cuatro aguas.
 
Al norte, tiene adosada una construcción de apariencia similar a la torre y en la que se abren -al oeste- dos ventanas cuadradas, la inferior enrejada, y otro escudo de armas diferente al de los Vallejo y protegido por un guardapolvo. Podría contener un árbol acompañado de tres flores de lis y dos perros, lobos o zorros, empinados sobre el tronco. Un cuerpo adosado, sobre el que más tarde se levantó un piso de ladrillo prensado. También hay en este cuerpo una ventana rectangular. Hoy día la torre posee un revoque descascarillado y amarillento. En los trozos desconchados puede apreciarse el predominio de la mampostería, a base de piedra de toba.

 
Dentro, en el portal, sorprende la columna central que sostiene el armazón interior y la escalinata de piedra a cuya izquierda también corre un zócalo de piedra. Esa columna, ese pie, es de piedra con collarino, en cuyo basamento, por la cara anterior, según se entra, están grabadas las armas de la casa y en la posterior, una flor plegada. En un tiempo cerraba la escalera un tabique de relleno de toba con armazón de roble. Hoy en día es una vivienda moderna y su planta está muy cambiada.


 
Durante la primera guerra carlista esta torre, tras la destrucción del fuerte de Mercadillo en 1836, se convirtió en el referente militar liberal. Será el "fuerte de Mena", la plaza fortificada más importante que poseían las fuerzas isabelinas en este territorio. Entre 1836 y 1838 resistió numerosos ataques por parte de las tropas carlistas dada su importancia geoestratégica al controlar la nueva carretera entre Bercedo y Castro-Urdiales. Una carretera que conectaba las provincias rebeldes y el resto del territorio de Las Merindades y permitía un rápido desplazamiento de las tropas -ya fuesen liberales como carlistas- y de su artillería hacia Burgos.

 
En febrero de 1838, el fuerte de Villanueva de Mena se amplió al conjunto del barrio de Santiago, el contiguo a la torre. Se creó una especie de ciudadela o plaza fuerte dividida en tres zonas: la oriental, que abarcaba el entorno de la iglesia actual y contaba con dos portillos fortificados y con puente levadizo para el acceso al recinto; al oeste de la anterior y comunicada con ella -que contenía la torre actual- estaba la segunda zona que contenía la escasa artillería defensiva; y en el extremo oeste del recinto fortificado y comunicado mediante una poterna subterránea, se dispuso la fortificación de una casa hoy aún existente, para proteger ese flanco del fuerte. El fuerte de Villanueva sufrió cinco duros asedios durante toda la guerra, sin que pudiera ser tomado nunca por las tropas carlistas.

 
En 1842 el gobierno de la nación ordenó la demolición de las obras de fortificación del fuerte, conservándose en la actualidad la torre, la iglesia o la casa fortificada de la poterna, pese a los daños sufridos en los asedios. Cuenta con la declaración de Bien de Interés Cultural.
 
 
 
Bibliografía:
 
“Arquitectura fortificada en la provincia de Burgos”. Inocencio Cadiñanos Bardací.
“Rutas de las Guerras Carlistas en el Valle de Mena”.
“Boletín Oficial de Burgos”.
Web del Ayuntamiento del Valle de Mena.
Web “Castillos del olvido”.
Web “Castillos.net”.
Periódico “El eco del comercio”.
“Las torres de Mena”. José Bustamante Bricio.
Web “Idealista.com”
 
 

domingo, 4 de junio de 2023

Arde el Ebro.

  
Entre los papeles que envejecían entre los cartularios de Valpuesta había algunos que olían a humo. Un humo milenario. Les cuento, a mediados del siglo X hubo un incendio que debió centrarse en La Bureba y alrededores, claro. Fue intenso y virulento. Parece que fue a principios de verano. ¿Qué nos contaban los registros valpostanos? Disponemos de un dosier de doce documentos, datados en el primer semestre de 950, que se refieren al monasterio de Buezo en la Bureba, pero que están insertos en el Becerro Gótico de Valpuesta. Nos ofrecen una perspectiva singular sobre el funcionamiento del campesinado en momentos de crisis. Contrasta con el extremo laconismo de los anales y su preocupación casi exclusiva por los grandes acontecimientos geopolíticos que los convierten, normalmente, en una fuente de escasa utilidad para el estudio de la sociedad o de la economía.

 
Sobre el tema del incendio los “Anales Castellanos Segundos” dicen: “939 sic fuit illo anno iniquo”. Referirse a un año como “iniquo” o nefasto, fechado aquí en el año 939, que es el de la gran victoria cristiana de Simancas… ¿no suena raro? Seguro. Pero todo tiene solución. J. C. Martín, en su revisión crítica del texto, opta por introducir en la fecha una “L” ausente del manuscrito y en un lugar muy poco habitual en el sistema de datación latina (Era DCCCCLXX[L]VII), para obtener la fecha de 959, argumentando que así se soluciona el desorden cronológico de la secuencia y la incongruencia percibida entre la referencia a la iniquidad del año y la situación geopolítica del año 939. El año 959, en cambio, sí se podría considerar nefasto desde la perspectiva castellana, argumenta Martín, por ser el del apresamiento del conde Fernán González por García Sánchez de Pamplona.
 
Aunque… introducir una “X” en vez de una “L” nos generaría un número romano correcto –¿recuerdan sus años escolares cuando tuvieron que transcribir este tipo de números?- dentro del sistema de datación latino-hispánico (Era DCCCCLXXXVII) que nos da la fecha de 949. ¿Es mejor este año o el 959? Creo que lo mejor es buscar un desempate.
 
Los “Anales Castellanos Terceros”, lacónicos a su vez, para los años centrales del siglo X destacan cuatro acontecimientos. Y uno de ellos es del año 949. Que, por cierto, es inusualmente amplio:
 
“949 flamma exivit de mari et incendit plurimas urbes, et villas, et homines, et bestias, et in ipso mari pinnas incendit: et in Zamora unum barrium, et in Carrion, et in Castroxeriz, et in Burgos C. casas, et in Birbiesca, et in Calzada, et in Pontecorvo, et in Buradon et alias plurimas villas combusit”.
 
Aclarado. Fin del misterio. Es el año 949. En este texto, donde -por cierto- no aparecen lugares de Las Merindades, al menos detalladamente, tenemos una confirmación de las especulaciones anteriores. Pero, como cuando se escarba en un área aparecen más cosas de las esperadas, hay otros registros que nos hablan del tema. El “Cronicón Burguense”, otro de los anales, no da la fecha de 939 pero señala el día de la semana, el mes e incluso la hora del incendio.
 
“Era DCCCCLXXVII kalendas iunii die sabbati hora IXa flamina exiuit de mari, et incendit plurimas villas et urbes, et homines, et bestias, et in ipso mari pinnas incindit et in Zamora unum barrium et casas plurimas et in Carrión et in Castro Xorit et in Burgis et in Beruiesca et in Calçda et in Panticorvo, et in Buradon et alias plurimas villas”.


Otra referencia más -¡Será por referencias!- proviene del “Cronicón de Cardeña” y que combina elementos de las dos versiones comentadas: “Era de DCCCCLXXXVII, kalendas juni dia de sábato a hora de nonna, salió flama del mar et ençendió muchas villas et cibdades et omnes et bestias; et este mismo mar ençendió pennas et en Çamora I barrio et en Carrión, en Castro Xeriz et en Burgos C casas et en Briuesca et en Calçada et en Pancoruo, et en Buradón et otras muchas villas”.
 
Lo esencial del relato que tendríamos es que hubo un incendio que sale del mar antes de extenderse desde el oeste e incidir de manera muy notable en la provincia de Burgos y, con especial virulencia, en la comarca de la Bureba. Nos deberíamos preguntar por qué si viene de la parte del mar no parece haber afectado a Las Merindades. Cabe remarcar que Calzada se refiere a un pueblo burebano situado entre Briviesca y Pancorbo y destacamos que se incluya esta intranscendente aldea en la lista porque sugiere una inusitada concentración del fenómeno en la Bureba.
 
Este desastre ecológico, totalmente fortuito, se introdujo en el imaginario popular cual vida de santos. Así, en los llamados “Votos de San Millán” o “Becerro Galicano de San Millán”, un diploma apócrifo redactado hacia finales del siglo XII, se asoció el incendio con una serie de fenómenos naturales que precedieron la batalla de Simancas, sobre todo un eclipse solar acaecido el 19 de julio de 939, aunque fechado en el falso emilianense en el año 934. Aquí el incendio se describe como una puerta en llamas que se abrió en el cielo, empujado por un viento sur y que quemó gran parte de la tierra.
 
“In terra apparuerunt signa quod furor Domini venturus credebatur esse in ea. In era noningentésima septuagesima secunda, XIIIIa kalendas augusti, lumen solis die VIa feria, amittens lucendi virtutem, obscuratum constitit ab hora secunda in tertiam; IIIIa feria idus octobris, colorem eiusdem solis multi cognoverunt effectum pallidum. Signa magna facta est in celo vento africo. Porta flamea aperta est in celo, et ibant stelle et commovebant se huc adque illuc, maxime plus discurrebant contra vento africo, et mirate sunt gentes de his signis noctis media usque mane. Et fumificus vapor magnam terre partem conbussit”.

 
Los términos genéricos y portentosos con que se describe el incendio y el fecharlo en 934 podrían hacer dudar que fuese el mismo fenómeno pero si recurrimos a otra fuente –una más-, la “Vida de San Millán”, obra de Gonzalo de Berceo, vemos que también se relaciona esta conflagración con los portentos celestiales anteriores a la batalla de Simancas.
 
Por último, en el Poema de Fernán González, elaborado a mediados del siglo XIII, siguiendo la tradición emilianense el incendio se identifica plenamente con la decisiva victoria de Fernán González sobre los musulmanes, aunque anacrónicamente estos ahora incorporan en su hueste a turcos, su caudillo es Almanzor, y la batalla se desarrolla en Hacinas. Poéticamente, el incendio se ha convertido ya en obra de una inmensa serpiente ignívoma, producto de la diabólica magia morisca:
 
“471 Vieron aquella noche una muy fiera cosa:
venía por el aire una sierpe rabiosa,
dando muy fuertes gritos la fantasma astrosa
oda venía sangrienta, bermeja como rosa.
472 Ella tenía el aspecto de que herida venía,
parecía que el cielo, con sus gritos, partía;
alumbraba las huestes el fuego que vertía:
todos tuvieron miedo que a quemarlos venía.
473 No hubo nadie entre ellos de alma tan esforzado
que no tuviera miedo y no fuese espantado;
cayeron muchos hombres en tierra del espanto,
tuvo muy gran temor todo el pueblo cruzado”.
 
Diríamos hoy que en el poema se incorpora a una visión steampunk de la historia, algo un poco loco y un poco épico pero reafirma que hubo un incendio devastador, con una incidencia especial en Castilla y particularmente en la Bureba y cercanías. Pero no nos dice nada de los “daños colaterales” que produjo en esos lugares calcinados.
 
Y llega Pérez de Úrbel, con sus aciertos y sus despistes, que asocia el incendio, académicamente, con la batalla de Simancas, silenciando cualquier referencia al año 949. Y no nos olvidemos de Martínez Díez, que también manejaba la fecha de 939, pero rechazó la historicidad del incendio con el argumento circular de que su ausencia de los “Primeros Anales Castellanos” le restaba verosimilitud histórica, pues, redactados estos en 940, “al año siguiente del pretendido prodigio”, ¡¿cómo no iban a mencionar tan prodigioso hecho?!


Se calla la existencia de cronicones que mencionan el incendio aunque los sitúen en 949 -¡cuán importantes son las fechas!- y se escuda así en la ausencia de una mención en los “Primeros Anales Castellanos”. Ya hemos visto que el baile de fechas puede ser algo, incluso, comprensible. O adaptable a las necesidades.
 
Pero, ¿qué año es el correcto? Para eso debemos husmear en fuentes diversas y evitar a autores que pulen la realidad para ajustarla a sus necesidades. En fin, da igual, el hecho es que el uno de junio de 949 era viernes y sábado en 939. ¿Suficiente? Hay más pruebas, digamos, circunstanciales aparte del día del año –que parece una interpolación- como la poca trascendencia histórica de ese 949. Me explico: sólo en las versiones más novelescas que contienen el incendio se le asocia con la batalla de Simancas. El incendio sería un portento cósmico más que resaltase el apoyo divino a esta victoria. Y, a contrario sensu, no hay razones para mover un hecho de 939 a 949.
 
Evidencia número uno: El “año inicuo” en los “Anales Castellanos Segundos” no se vincula con la batalla de Simancas (aquí fechada en 938) y, además, una victoria que no permitiría que un año se catalogase en Castilla como nefasto. Todos estos problemas se resuelven si el “anno iniquo” fuese el 949, fácilmente cambiado a 939 en un error de copia.
 
Evidencia número dos: El factor “Buezo” que es lo hallado en Valpuesta. Fíjense en este dato: en toda Castilla han sobrevivido 200 documentos del siglo X y de ellos doce -¡doce!- son del pueblo burebano de Buezo y todos del año 950. Reflejan hambre y donaciones campesinas a monasterios. Vale, bien. Hagamos de abogado del diablo y preguntemos: ¿esto podrá deberse a que todos los monasterios tenían una documentación así de voluminosa en un año cualquiera? Y, entonces, ¿cómo es que sólo ha sobrevivido la del modesto monasterio de Buezo?


En otras colecciones de documentos de la meseta norte el año 950 también es atípico. Si tomamos como referencia el periodo comprendido entre 930-969 vemos que la segunda mayor concentración que encontraremos entre toda la diplomática castellana del siglo X se produce en el Becerro Gótico de San Pedro de Cardeña con 14 transacciones y una media de tres documentos por año. Pero, indirectamente, nos permite ver que la supervivencia de la documentación de Buezo no es algo atípico. En las documentaciones de Sahagún y León también se aprecia que el 950 fue un año propicio para la generación de documentación.
 
Analizando los lugares señalados se comprueba la concentración de actividad ese año de 950 y, en especial, en los primeros seis meses. Una parte de esta abundancia diplomática del año 950 es consecuencia del incendio. Y otra no. El fuego podría ser el origen de documentos de factura campesina y, aun así, no de todos ellos.
 
Con respecto a los destinatarios y a los tipos de transacción, en cambio, sí observamos diferencias: mientras en Castilla son los monasterios los receptores de las donaciones, en León son compradores particulares e instituciones. ¿Por qué donaciones frente a ventas? Porque el tipo de institución receptora decidiría la forma de transacción.
 
Profundizando en los datos contenidos en los papeles de Buezo vemos que no se comentan los motivos o las circunstancias que están detrás de la donación. Lo bueno es que muchas de estas donaciones contienen un aire de reciprocidad. Nos lleva a pensar en la posibilidad de que fuesen las instituciones quienes determinasen la forma legal de la transacción.
 
Miremos, ahora, la composición de los donantes. En un estudio que analizó el siglo X se vio que el cuarenta y seis por ciento de los enajenadores eran hombres individuales, mientras que los matrimonios suponían el veintinueve por ciento. Aunque, en un muestreo menor para el año 950, las proporciones son diferentes ya que los matrimonios suponen el cuarenta por ciento, además de lo que parece ser una alta incidencia de progenitores solteros, que interpretamos como viudas –madres con hijos sin referencia al padre– y viudos, padres con hijos sin mención de la madre. Las mujeres, infrarrepresentadas en la mayoría de registros altomedievales, aquí tienen casi el mismo protagonismo que los hombres y el doble en los casos de presumible viudedad. Parece desproporcionadamente alto el número de grupos familiares mermados que buscan apoyo –de instituciones o simplemente de vecinos más acomodados– en momentos de crisis. Incluso en las transacciones protagonizadas por matrimonios o individuos, y cuando a priori no hay indicios de desestructuración familiar, las circunstancias concretas recogidas en algunas de estas actas apuntan hacia grupos familiares también disfuncionales. Algo gordo pasó. ¿Un incendio devastador?

 
Un ejemplo que nos acerca a la desesperación detrás de las donaciones valpositanas es la explicación que nos ofrece Sanzone por su donación al monasterio de Buezo el 1 de junio de 950: “Que sea conocido por todos los hombres el bien y esencia piadosa que me hicisteis este año nefasto, [todo] por la misericordia honrosa y la salvación de vuestra alma. Yo yacía en vuestra puerta desecho e hinchado por el hambre, y no me fiaba en mi alma de vivir un solo día más sobre la tierra; me moría de hambre [para que] mi hijo comiera pan. Y Dios inspiró en vosotros el buen espíritu y por vuestra honrosa misericordia os apiadasteis de mi aquel conocido calendas [1º] de junio, y [así] apartasteis para mí la ración de comida de uno de vosotros, es decir, el régimen de pan de todos los días, para que lo comiera como un compañero más, y además una cabra con leche, con la cual revivió mi hija, y arropasteis mi cuerpo con una saya y un manto, lo cual me hizo bien; por esto mi alma desconfiaba de seguir en esta vida, desde el día del calendas de junio hasta el día de san Cristóbal”.
 
La pena es que Sanzone no explicita la causa de la hambruna, aunque sí la cronología del proceso. El documento se fecha el 1 (calendas) de junio de 950, pero se refiere al año inmediatamente anterior (isto anno pessimo) y más específicamente al notorio (notum) primer día de junio. Exactamente un año después, ya recuperado, Sanzone está agradeciendo la ayuda que el monasterio le prestó en aquel momento. Notamos que el otro día mencionado, San Cristóbal, es el 10 de julio: durante 40 días, por lo tanto, el monasterio le había cuidado; un periodo de tiempo sospechosamente bíblico, pero aquí expresado en términos muy precisos que sugieren verosimilitud. El 1 de junio (de 949), recordemos, era el día exacto en que, a la novena hora, se desató el incendio.
 
¿Por qué la documentación se produce en el primer semestre de 950 en vez de en los meses posteriores al incendio de junio 949? La caridad recibida por el necesitado, caso de Sanzone, no tendría por qué generar documentación. En cambio, el periodo más duro del año agrícola se da hacia el final del invierno, cuando los escasos recursos disponibles se han ido gastando. Es en este periodo, ya a principios de 950, cuando diferentes familias, muchas de ellas echando en falta miembros fundamentales sacar adelante la pequeña explotación, buscan sobrevivir vendiendo una modesta propiedad a cambio de sustento o entregándose con todo su exiguo patrimonio al cenobio.
 
Y, llegados a este punto, toca indagar en la causa de ese incendio (obviando la serpiente sarracena). Los primeros que hablaron de un terremoto fueron Cesáreo Fernández Duro, Gabriel Puig y Larraz, Ismael Calvo Madroño e Ursicino Álvarez Martínez. Este último asoció el incendio con la erupción de un volcán submarino. Genial. Solucionado. Y la confirmación de la teoría del terremoto nos la da el Ministerio de Fomento del Reino de España que en el “Catálogo sísmico de la Península Ibérica (880 a. C.-1900)” lo presenta como cierto aunque no desglosa ni ubicación ni epicentro ni nada. Pero hay un problema: que estamos ante un ejemplo más del llamado Efecto Cascada que genera la internet.

 
Se habla de terremoto hasta en la Wikipedia pero los relatos de 939, 949 o 959 no refieren nada de un terremoto. Vale, es cierto que los terremotos han sido y son causa de devastadores incendios, sobre todo en el ámbito urbano, pero la realidad geológica de la Meseta Norte, prácticamente inerte como demuestran los registros de sismicidad histórica del Ministerio de Fomento, refrena esta euforia sísmica del 949.
 
Otro posible origen del incendio proviene de la disposición de los lugares dañados por el incendio que siguen las principales vías romanas de la Meseta Norte. ¡Que eran los caminos aprovechados por las aceifas musulmanas! ¿Tendría un origen bélico el incendio? Entonces, ¿por qué no se habla de una aceifa? En principio, porque esa expedición no figura entre los autores árabes como Ibn-Idhari.
 
Dejemos volar la imaginación y sopesemos alguna alternativa más: la acumulación de material inflamable como consecuencia de un proceso de deforestación rápida y descontrolada, temperaturas extremas y vientos fuertes; o un meteorito que explicaría la distribución lineal de los núcleos meseteños afectados y que se reproduciría en los anales de 1180.
 
Podemos decir que el incendio que podemos asumir del año 949 destaca por ser uno de los escasos sucesos no geopolíticos documentados. Es extraordinario, también, haber dejado huella en los registros documentales principales, tanto la analística como la diplomática. Y, en tercer lugar, parece haber sido extraordinaria la envergadura del desastre, tanto por su descripción analística como por su huella documental. Y en todo esto son fundamentales los documentos de Valpuesta.
 
 
Bibliografía:
 
“El gran incendio castellano de 949. Huella diplomática y memoria histórica de un desastre natural”. David Peterson.
Wikipedia.
Linkfang
“Catálogo sísmico de la península Ibérica”. Ministerio de Fomento de España.