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domingo, 6 de noviembre de 2022

Un menés Patriota y Persa.

  
Hablaremos de un militar que en una guerra civil –una de tantas a las que los políticos nos han empujado- optó por el candidato perdedor y, por tanto, por el “malo”. Supongo que es una consecuencia de la política sobre sentimientos y no sobre necesidades. ¡Venga! No nos desviemos. El protagonista del día nació en Sopeñano (Valle de Mena, Las Merindades) el treinta de marzo de 1787, un año antes de la muerte del rey Carlos III. Fue bautizado con el nombre de Francisco Vivanco y Barbaza-Acuña. Ingresó en el Ejército como sargento voluntario –otras fuentes dicen que como cadete- el 25 de mayo de 1808 en el regimiento de Infantería de Auria de Valencia que estaba al mando de Vicente González Moreno para luchar contra la invasión francesa.
 
Al principio anduvo mucho porque su regimiento marchó a Cataluña pero en Tortosa recularon y terminaron en Bonache de Alarcón donde supieron de la victoria de Bailén. Entonces enfilaron camino de Zaragoza para romper el primer sitio de la ciudad pero los franceses se retiraron antes de su llegada. Los españoles tenían deseos de sangre y caminaron tras ellos alcanzándolos entre Tudela y Alfaro el 20 de agosto de 1808. Pero como los franceses se reforzaron el regimiento de Auria desanduvo el camino hacia la capital aragonesa. Acto inútil.

 
Su unidad fue destacada en Tudela para enfrentarse al refuerzo de 90.000 soldados franceses que había llegado. Estando el Regimiento en Egea de los Caballeros salió Vivanco con una comisión para Zaragoza de cuyas resultas ascendió a Teniente del Batallón ligero de voluntarios de Jaca el primero de Enero de 1809. Se encargó de llevar a Zaragoza dos piezas de artillería desde Jaca lo que le permitió participar en la acción de la villa de Leciñena el 18 de enero. Junto a otros dieciséis hombres se ofreció voluntario para retrasar el avance francés siendo el único superviviente del grupo. En Jaca le habían dado por muerto pero al verle aparecer el Coronel organizó una comida a todos los Oficiales del Batallón como celebración.

 
No permaneció mucho tiempo allí porque tras el enfrentamiento del Monte Oruel el 24 de febrero de 1809 sintió que los patriotas se rendirían y, por ello, escapa de sus líneas el 26 de febrero hacia Cataluña. En su biografía cuentan la anécdota de que, llegando empapado, se le quemó la ropa al secarla y tardó unos cuatro días en poder partir hacia Tortosa. En esta población se presentó ante el mayor General de la División de Aragón, Manuel Obispo, quien el 5 de marzo lo destinó, como Teniente, a la quinta Compañía del primer Batallón de voluntarios de Zaragoza. Esta unidad luchó en la acción de Valdealgorfa en 18 de abril de 1809 y en las de Valjunquera, Torre del Compte (Teruel), Beceite y Alcañiz. El 23 de mayo obtuvo una cruz de distinción.


Los combates siguieron por Aragón y, Francisco, tras la derrota de Belchite escapó a uña de caballo llegando a las once de la noche a la ciudad de Alcañiz. ¡De donde tuvo que huir al día siguiente! Los siguientes meses fueron de hambre, miseria y acciones de guerrilla junto a combates regulares. El Conde de La Bisbal, Enrique José O´Donnell, a principios de 1810, dispuso que la División pasara a operar al interior de Cataluña y en los campos de la ciudad de Lérida donde fue herido Francisco Vivanco. Por ello lo ascendieron a Capitán de Infantería. Y cayó prisionero.
 
Junto a otros prisioneros empezaron el recorrido hacia Francia pudiendo escaparse el 10 de Mayo de 1810 en la villa de Alcubierre (Huesca) y, tras avanzar por Aragón y ser ayudados por paisanos de zonas patrióticas y zonas de control francés como el pueblo de Escatrón donde le dejaron –a él y a los dos soldados que le acompañaban- una mula y un criado con todo lo necesario para alimentarse en el camino. Despacharon al criado a las dos horas de salir. El día 17 de mayo de 1810 se incorpora a la división de Palafox que le destina a la toma del castillo de Alcañiz, que sale mal, y Vivanco se refugia en Teruel. Finalmente, tras pasar por Valencia, se incorpora al Batallón primero de Voluntarios de Zaragoza, que estaba en Tarragona.

 
De la sartén a las brasas, diríamos, porque participó del sitio de Tarragona de 1811 donde estuvo destacado en el fuerte exterior de San Carlos. Fue herido de bala de fusil en la cabeza y su hagiógrafo cuenta esta historia de rencillas: “Pasó al Hospital de sangre que se hallaba en la Marina, para que el cirujano que se había negado acudir al recado que en el acto que fue herido le mandaron diciéndole pasase al mismo fuerte a hacerle la primera cura; por lo que al entrar Vivanco en dicho Hospital, le dijo al expresado cirujano: “Ahora para enmendar la plana puede usted ponerme alguna cosa que me perjudique”. Efectivamente, así lo hizo en aquélla primera cura, y desconfiando de su mala fe, se dirigió al Hospital de sangre de la plaza, y presentándose al cirujano mayor llamado López, le hizo una explicación de lo que le había ocurrido con el otro. Le levantó la cura del primero, y enterándose de lo que le había aplicado, le dijo: “Si no se le hubiera quitado a usted lo que le había aplicado el otro cirujano, no hubiera sido extraño que a las cuarenta y ocho horas hubiese usted ido a la Eternidad”.
 
Pasó al Hospital de Patriarca y, viendo la debilidad de las defensas, Vivanco se reunió con su Batallón en el fuerte de la Cruz. Cuando parecía todo perdido logró armar un contraataque con unos mil hombres acosando a una Compañía de Cazadores franceses. Y… ¡Vivanco, y el general Juan Courten, se rindieron! No llegaron a ser fusilados, eso sí. Pero no se quitaron el miedo a serlo hasta que empezaron a andar hacia Reus. A su llegada les amontonaron en la puerta del convento de San Francisco. No será hasta el tercer día que les dieron “los mendrugos de pan que quedan en los almacenes de provisiones para los ratones y la basura de las sardinas, y aún todo en pequeña cantidad, de cuyas resultas se atracaron de agua”. Nada extraño en esa guerra donde el trato a los prisioneros era terrible.

 
La siguiente noche fue en la iglesia de Cambrils. A la mañana anduvieron hacia el Perelló. Aquí tenemos otra muestra escrita de la fortaleza y honor de nuestro héroe cuando varios Oficiales se quedaron retrasados. Uno de ellos era Lapuerta, un Teniente de su Batallón de Zaragoza, a quien un dragón francés decidió matar por no mantener el ritmo. Vivanco amonestó al gabacho por faltar a todas las leyes divinas y humanas y le salvaron la vida al cargar, entre varios, con Lapuerta hasta acabar la jornada del Perelló.
 
El 21 de julio de 1811 llegaron a Tortosa y fueron recluidos, mandos y tropa, en uno de los calabozos del castillo grande que llevaba unos dieciséis años sin uso y que estaba lleno de porquería y ratas. Los oficiales se quejaron pidiendo que se tuviera “la consideración correspondiente a su clase”. Consiguieron que, acompañados de centinelas, pudiesen bajar cada dos horas a la ciudad cuatro o seis todos los días. Vivanco salió al paseo a los dos o tres días de haber llegado. Tuvo la suerte de hallar una familia conocida con la que pudo concertar su fuga. Esa misma tarde, con la excusa de recoger una camisa que le regalaba una señora, consiguió volver a salir. Todo se desarrolló en la plaza de Tortosa cuando su “centinela enemigo iba alejándose del punto en que se hallaba, Vivanco lo iba ejecutando al mismo tiempo con paso atrás sin quitar la vista de aquél, y en el momento que pudo conseguir llegar a la primera esquina, dio la vuelta, tomando por otra calle por la que salió a la plaza, y después de varias vueltas, logró llegar a la puerta de la casa de la señora con quien había hablado por la mañana, y encontrándola abierta, se entró en ella, y un cuarto bajo desde donde avisó, y al momento bajó la misma, y en el acto le cortó con unas tijeras las patillas, luego vino su marido y lo afeitó”. Esa noche lo trasladaron a una casa segura propiedad de un tío en la que estaban alojados dos oficiales franceses con los que Vivanco cenó. Digamos que esto redondeaba la frialdad y valor de nuestro protagonista.

 
Francisco marcharía de la ciudad vestido de estudiante en compañía del dueño de la casa y otro vecino, con la excusa de ir a cazar. Los tres avanzaron con un borrico, atravesaron el puente de salida sin problema e, incluso, cruzaron un Regimiento de Coraceros acampado en medio del camino. Nadie les preguntó nada. Lo que hace pensar –independientemente de lo que diga el relato de las aventuras de Vivanco- que no había mucho seguimiento de los fugados o que los controles de la población civil eran mínimos. Lo que lleva a la segunda derivada de pensar que si se fugó cuatro veces este muchacho no fue solo por su bizarría.
 
Vivanco hizo noche en la zona límite con Aragón, en una fábrica de papel, y al día siguiente salió, con un guía, en dirección a lo más elevado del puerto de Tortosa para entrar en Aragón. Era el único camino libre de franceses. Fue un viaje penoso que permite al autor de la biografía agigantar la figura del futuro carlista e insistir en que estaba protegido por la divinidad al sobrevivir a una serie de graves contusiones. Bien entrada la noche, llegaron a una masía cuyo casero conocía el guía. Le dijo a Vivanco: “Esta noche no duerme usted en cama, porque se quedaría tullido; le pondré a usted en un pajar y de este modo lo evitaremos y se quedará usted bueno” ¿Durmió sobre paja? No, colgado por debajo de los brazos.

 
De allí partió para Beceite (Teruel) donde se presentó al Coronel Ignacio Nicolau, puesto por los franceses, y -Vivanco- le dijo: “Sé las órdenes que usted tiene con respecto a los fugados del Ejército español y por lo mismo me voy a la fábrica de papel de mis patrones Barranco, de donde no saldré en unos cuantos días, y luego que me reponga un poco, seguiré mi derrota adonde Dios me ayude”. ¡Una muestra más de hombría! Nicolau le contestó: “Vaya usted sin cuidado que nadie le molestará a usted”. No duden que es mentira porque este párrafo permite mostrar la villanía y falta de palabra de los afrancesados. A los tres días, y a las tres de la mañana, un enviado de un sacerdote le chivaba que venían a apresarle por brigante y a fusilarlo. Sin tiempo para vestirse para el frío saltó a la nieve y malvivió hasta llegar a Ateca, a tres leguas de Calatayud (Zaragoza).
 
Allí se unió a la primera División española, mandada por el General Alejandro Basecoux, y como se hallaba en ella el tercer Batallón de su Regimiento, fue destinado en su misma clase a una de sus Compañías. Este Regimiento se movió por las provincias de Madrid, Mancha, Murcia y Valencia, hasta el 12 de Julio de 1812, que se halló en la acción de Caracuel (Ciudad Real), en la que Vivanco se distinguió con la segunda mitad de su Compañía de Granaderos, segundo de Badajoz, desalojando a los enemigos que se hallaban guarecidos en los pajares y castillo. Continuó las operaciones con su mismo Regimiento, y, en 1813, se puso a las órdenes del General Pedro Sarsdfiel, que mandaba la vanguardia del Ejército inglés en Cataluña, compuesta de seis mil infantes y quinientos caballos, todos españoles, con la que se halló en la acción de 6 de Enero de 1814, en el puente de Molins de Rey y en la de 23 de Febrero del mismo año en los campos de Barcelona. Por cierto, Vivanco era capitán desde 1813.

 
Tras liberar Barcelona las tropas del General Sarsdfiel avanzaron hacia la frontera de los Pirineos. Francisco Vivanco también se halló en la entrada a Francia el 23 de agosto del año de 1815, internándose hasta la villa de Pradés. Continuó en Francia hasta que se les ordenó para que retrocediera al Pirineo, y a los pocos días pasó a la ciudad de Vich, en donde permaneció hasta que recibió orden de ir de guarnición a Barcelona, en cuya ciudad permaneció hasta últimos de 1816, cuando salió con su Regimiento para Sevilla, desde cuyo punto fue Vivanco, con varios otros oficiales, en enero de 1817 destinado al Regimiento Infantería de Irlanda, en el que estuvo hasta su extinción, que se verificó en Málaga a mediados de 1818.
 
Vivanco, con el primer Batallón a que correspondía, tuvo entrada en el Regimiento del Rey, primero de línea, en la ciudad de Jaén, desde donde pasó a la de Almería. En este destino debió tener algún problema que no detalla el biógrafo que derivó en que lo destinaran al Ejército de Ultramar que se hallaba en Cádiz en mayo de 1819. Se le adscribió al Batallón ligero, segundo de Cataluña, que mandaba el primer Comandante Francisco Fernández Espadas, el que de acuerdo con el Subinspector Brigadier Gaspar Blanco, le dio la Compañía de Cazadores. No estuvo a gusto y tuvo un trato frío con todos los Oficiales, excepto el primer Comandante y el Capitán más antiguo llamado Ignacio Castellá, que luego pasó a La Habana.

Escudo de Francisco Vivanco
 
Espadas perdió el mando a principios de junio, según contaba Vivanco, porque Enrique José O'Donnell y Anhetan, Conde de La Bisbal, supo que Espadas no le apoyaría en proclamarse primer Cónsul. El Conde dio la orden para que todo el Ejército expedicionario concurriese al Palmar del Puerto de Santa María el día 7 de Julio de 1819, excepto el Batallón de Vivanco, que se le mandó permaneciera en la población de la Isla de León, o San Fernando. De toda aquella tropa sólo había dos oficiales fieles al absolutismo de Fernando VII: Vivanco e Ignacio Castellá.

Enrique José O´Donnell
 
Vivanco contaba que varias veces trataron de asesinarlo y destacaba la fecha del 4 de Enero de 1820, hallándose acantonado su Batallón en la villa de Trebujena. Hacía tres días de la proclamación de Riego en Cabezas de San Juan y era común hablar de la desgraciada muerte que le iban a dar a Vivanco. Este reaccionó “presentándose en la Plaza a la cabeza de sus Cazadores, cuya fuerza era de ciento cincuenta y quizás la mejor Compañía de todo el Ejército, y después de haberla pasado revista, mandó trajeran del almacén varios pares de zapatos que repartió acto continuo”. Diría yo que tropa sobornada y controlada. La descripción que da el relato sobre los hechos militares de Francisco Vivanco roza el histrionismo: “Después de haber hecho algunas reflexiones (Vivanco), se fue a despedir del señor Corregidor, y tanto éste como su señora se le pusieron de rodillas, y llorando amargamente le suplicaron por Dios y por la Virgen se dejase conducir por los demás, pues que de lo contrario, era ya público lo iban a asesinar, pues era el único obstáculo que tenían en todo el Batallón para llevar a efecto el meditado y acordado plan; a cuya súplica contestó Vivanco lleno de fe: “Señores, yo, porque se presenten poderosos obstáculos, no he de variar de dirección, pues que si muero en la demanda no hago sino llenar el hueco de mis deberes, por lo que espero tendrán la bondad de encomendarme a Dios para que me dé acierto y fuerzas”; con lo que se marchó Vivanco a casa del Sr. Cura, Patrón del Capellán del Batallón, llamado Rute (más perverso que todos los demás juntos), y a la de don N. Villagrán y todos le hicieron la misma súplica; contestación dada la misma, poco más o menos”. Resumiendo: Marchó a Lebrija con sus tropas y las entregó al Jefe de Estado Mayor, General Francisco Ferras, en la villa de Utrera, mil doscientos hombres “que el Averno había destinado para hacer la guerra a su Soberano”.

Rafael de Riego
 
La unidad de Vivanco participó en el sitio de la Isla del León, donde estaban Riego y Quiroga, ocupando el puente Suazo el uno de febrero de 1920. Este soldado contaba que el día 9 recibieron orden y contraorden de jurar la constitución y que algún mando intentó pasar su unidad al lado de Riego pero que se le amotinaron los hombres. También quisieron hacer lo mismo con el Batallón de Vivanco, que no tuvo efecto por la fidelidad de la tropa del Rey. Al romper el día diez oyó Vivanco, por las calles de Chiclana música de guitarra y otros instrumentos, tocada por la tropa, y habiendo salido a la calle oyó que decían viva el Rey absoluto y mueran los de las cintas verdes. (Se advierte que el día anterior, a resultas de la proclamación de la Constitución, se llenaron de moños verdes los oficiales de todas clases comprometidos con Riego). También vio que la mayor parte de la División hacia el camino de la Isla de León con Artillería. Vivanco reunió unos cien hombres que pudo juntar y se presentó a Aimerich. Fue enviado a ocupar la venta del Álamo, próxima a la Cortadura del Camino Real de la Isla, donde se pusieron dos piezas de Artillería.

 
El General también se presentó en dicha venta, e informado de la proximidad de dos parlamentarios respaldados por una columna enemiga, ordenó dispararles. Antes de retirarse ordenó a Vivanco que permaneciera esperando y luego que tuviera noticias de hallarse bien cubiertos todos los puestos de la línea, se retirase a Chiclana a darle novedades y comer con él.
 
Finalmente llegó la noticia de la jura de la Constitución por Fernando VII (10 de marzo de 1820) y Aimerich reunió a sus oficiales y les informó. Vivanco le respondió: “Pues mi General, estoy seguro que si el Rey en persona no pasa al campamento y al frente del Ejército le manifiesta que esa es su Soberana voluntad, no lo cree, pues sólo se oye en todo él la única voz de viva el Rey absoluto, y para que usted se llegue perfectamente a entender cuál es su estado, hace tres días que mi Batallón se ha empeñado en proclamarme Coronel, como lo ha hecho, cuyo empeño es transcendental, hasta concluir con el resto de todos los Jefes y Oficiales por traidores a su Soberano, pero sin embargo, yo tengo la suficiente influencia y carácter para contenerlo en la más rigurosa disciplina y subordinación, como lo he hecho en los tres días anteriores. Quizás habrá en cada uno de los Cuerpos algún Jefe u Oficial que reúna iguales circunstancias, y en este caso, sería más fácil que usted consiguiese lo que mejor le pareciera”. Y prosigue Vivanco contándonos que incitó a su superior a marchar a la Corte, con sus tropas, para verificar las palabras de Fernando VII. Evidentemente Aimerich no le hizo caso y dispuso las cosas para reconducir la situación. En la subsiguiente reorganización el Batallón de Vivanco pasaría al Campo de Gibraltar. Cuando iban a salir hacia Medina Sidonia -14 de marzo de 1820- recibió Vivanco la orden de llevar un oficio al Puerto de Santa María para entregarlo a un General de Estado Mayor quien le entregó otro para el Subinspector General, que estaba en Sevilla, quien después de haberlo leído, le dijo: “Yo no entiendo esto”. A lo que contestó Vivanco: “Ni yo tampoco, mi General, siempre será porque soy hombre de bien”. Entendiendo como este tipo de hombre a lo más reaccionario del momento. Le tuvieron unos veinte días en Sevilla antes de reincorporarse a su Batallón, que se hallaba en la ciudad de Algeciras. Vivanco era un militar molesto lo que se reflejaba en las pocas amistades y afinidades que tenía entre la oficialidad. Por ello obtuvo una especie de pase a disposición del General en Jefe, Juan O´Donojú. Todo lo dicho lo destinó el 8 de mayo de 1820 al Depósito de Ultramar, establecido en Écija. Una especie de destierro.


En 3 de diciembre de 1820 lo apresaron e incomunicaron en la villa de Cabra (Córdoba) por su constante adhesión a los derechos absolutos del Soberano. El primero de marzo de 1821 se le recluyó en su alojamiento, y el catorce del mismo se le amplió al pueblo. El 27 de octubre de 1821 lo trasladaron a la ciudad de Bujalance con las mismas restricciones. Relata que el 3 de Noviembre trataron de asesinarlo dieciséis hombres entre Jefes, oficiales y Nacionales entre diez y once de la noche. Sus palabras sobre el tema resultan significativas de su carácter: “tuvieron que tomar parte para que no lo efectuasen, el Comandante de Armas y Corregidor; mas yo creo firmemente que más contuvo a los asesinos la parte del pueblo que se puso en mi favor”.
 
Entendamos que todo este texto relatado por Francisco Vivanco con retoques para su publicación está impregnado de cierto grado de soberbia y predestinación con trazas de ser Vivanco un protegido celestial. En Bujalace, el 28 de noviembre de 1821 le abre la Capitanía General de Andalucía dos causas por desafecto al sistema constitucional que le degradó. El 4 de Enero de 1822 –Vivanco dice 1823 y también la enciclopedia ESPASA pero, como veremos, esta fecha es ilógica-, pasó a Castro del Rio (Córdoba). Tiempo después se decidieron ir a buscarlo y llevarlo a Sevilla bajo la vigilancia del Sargento mayor de la Real Brigada de Carabineros, Juan Espinosa de los Monteros. En Sevilla se pensaba fusilar a Vivanco. Pero el menés se alió con los carabineros y prohombres de Castro del Río y organizan un pronunciamiento contra el gobierno. Vivanco ordenó que un oficial llamado Ríos saliese en la madrugada del día 26 de junio para la ciudad de Córdoba con el objeto de manifestar a un tal Cuéllar que se había verificado en Castro del Río el pronunciamiento y levantase en armas al regimiento de la ciudad.

 
Y aquí debemos hacer un grave inciso. No es algo extraño en los relatos históricos de primera mano fruto de recuerdos o a causa de errores en las transcripciones. Me explico: las fechas que tenemos en las memorias de Francisco Vivanco no pueden ser correctas, al menos en el año. Es imposible que la fecha sea 1823 porque los cien mil hijos de San Luis entran en España en abril de 1923. Por otro lado, autores como Ubaldo Martínez-Falero del Pozo lo confinan en Cabra en el momento del levantamiento.
 
Volvemos. El Subteniente Cuéllar había reunido el Regimiento provincial en su cuartel y, sabiendo que la oficialidad no le secundaba, soliviantó a la tropa y salieron a la calle. Tenían el problema de los Nacionales cuyo cuartel estaba frente al del ejército. Los venció. Igual que a los Nacionales de la puerta de Sevilla, por la que salieron esa noche para reunirse con Vivanco por la mañana. Eran aclamados por la masa del pueblo tanto porque los liberales del lugar habían escapado como porque siempre se aclama al que tiene las armas. Y las usa. Vivanco organizó una Junta de entre los oficiales que tenían ambas unidades. Se le dio mucha importancia al pronunciamiento de Castro del Río, pues fue la ocasión inicial para los sucesos anticonstitucionales en Madrid pocos días después.

Francisco Vivanco como Coronel en La Habana
 
El primer Regimiento de Infantería “Constitución”, creado por Riego, partió de Lucena hacia Córdoba en cuanto tuvo noticias del pronunciamiento. Informado Vivanco avanzó contra ellos que tuvieron que refugiarse en Montilla. Esta población estaba defendida por un pequeño castillo y cercada con una pared capaz de contener a las armas de Infantería y Caballería. Vivanco debía decidir si retirarse o tomar la población. Atacará. Lo hizo por la puerta del Arco de la Alameda. Tras varios sangrientos avances y contraataques los constitucionales se atrincheraron en el castillete y la iglesia mayor quedando los realistas dueños del resto de la ciudad. Y se retiraron. ¿por qué? Pues Vivanco dice que por que se quedaron sin municiones. Eso sí, deja una muestra de ingenio y valentía al ser el último en retirarse gritando: “a ver, esa Compañía de Cazadores, por aquí; esa Compañía de Granaderos, por allí”.
 
Retornaron tranquilamente a Castro del Río y tras descansar salieron para Bujalance donde llegaron el 4 de julio de 1822, y luego con dirección a Montoro, proclamando en todos los puntos al Rey como absoluto. El día 7 de julio de 1822 estaba la División Real en la villa de Adamuz donde fue sorprendida al alba. Aquí vuelve Vivanco a mostrarse como un “miles gloriosus” al ordenar evacuar a su caballería e infantería y contarnos que se quedó atrás con ocho carabineros para recoger a quienes quedasen descolgados. En fin. Dicho esto, Vivanco fue el primero que rompió el cerco. Arguye que ese portento ha de “atribuirse a un auxilio particular de la Divina Providencia” pero atrás se quedó toda la infantería. Con unos ochenta hombres y todos los caballos escapa el menés.

 
A partir de este momento surgirán discrepancias entre los realistas sobre todo al recibir una carta del General de la División gubernamental con garantías para su rendición. El único que se opone a pactar es Vivanco. Será una constante en su vida esa inflexibilidad. Y, por ello, tras el acuerdo de los demás absolutistas con las fuerzas del gobierno, estuvo primero recluido en una habitación y, una vez que el pueblo estuvo controlado por los constitucionales, le retiraron los carceleros. Vivanco era ya ducho en fugas y sobornó a un lugareño para que le buscase un lugar por donde escapar y un caballo. El sitio para fugarse estaba en un muro de un metro y medio de alto en una callejuela. Saltó el caballo con Vivanco y el guía seguidos enseguida de una patrulla constitucional. Escaparon.
 
El día 21 de julio de 1822, ya solo, llegaba a la ciudad de Lucena y permaneció oculto unos días, hasta que concertó con un contrabandista para que le acompañara a la plaza de Gibraltar donde entró el 2 de agosto de 1822. El 21 de agosto salió de allí para Marsella. Pero en Algeciras estaban al corriente de su salida y partió en su persecución un bergantín. No le pillaron. Vivanco llevaba una carta de recomendación dada por un capuchino, para un rico comerciante español llamado José Guerrero: “Ahí pasa el Capitán Vivanco a incorporarse en los Ejércitos Realistas de Cataluña o Navarra, a quien tratará usted como si fuese a mi propia persona”. Pero ese José Guerrero no le ayudo. Por ello, Vivanco pidió ayuda a… ¡las autoridades francesas! Concretamente al Capitán General Ange Hyacinthe Maxence de Damas de Cormaillon, el Barón de Damas. Le dieron dinero y ayuda para llegar a la frontera española en Cataluña.

Barón de Damas
 
Retomamos las andanzas de Vivanco presentándose ante la Regencia en Seo de Urgel el 4 de noviembre de 1822. Para el día 9 de noviembre era Comandante de Batallón y después nombrado Gobernador de Urgel. El veintinueve defendió la posición frente a las tropas de Mina y con el refuerzo a retaguardia de 5.000 franceses. Nuestro “héroe sin abuela” relató que el Coronel del Regimiento francés Infantería núm. 26 se acercó “a Vivanco y le dijo, agarrándolo del brazo izquierdo: “Señor Comandante. venga usted conmigo, que no es justo que un Jefe tan decidido y valiente como usted, perezca miserablemente, después de haber sido el asombro de los enemigos del Rey y de toda esta División”, conduciéndolo a presencia del General, que lo recibió con un particular agasajo, y luego le dio un pasaporte amplio para que pudiera viajar por donde mejor le acomodase por todos los puntos del Reino de Francia, distinguiéndole de todos los demás en dejarle sus mismas armas, siendo el único, pues a nadie se le había permitido semejante privilegio”. Casi nada.

 
Mucho agasajo pero fue trasladado al frente de Navarra bajo las órdenes de Carlos Manuel O’Donnell y Anhetan, a quien se presentó en la villa de Lumbier a últimos de Diciembre de 1822. Realizó diversas comisiones entre la que se incluye el fiasco de la investigación al Brigadier Santos Ladrón. Cuando el General Conde de España tomó el mando de la División de Navarra, Vivanco formó parte del estado mayor de O´Donnell. El 7 de abril de 1823 entrará en ejército francés en España y O'Donnell ocupó la vanguardia y habiendo llegado a la ciudad de Burgos, allí descanso algunos días, y envió fuerzas para tomar Valladolid, con la que fue Vivanco, llegando hacia el 24 de enero de 1823. Fue atacado en Palacios de Goda (Ávila) y luego comisionado para varios puntos de Castilla la Vieja en busca de las partidas sueltas de todas armas… El 2 de Junio de 1823 salió para Ávila para organizar corporaciones municipales realistas y para encarcelar opositores. Tuvo la ayuda de los que serían las unidades de Voluntarios realistas de la Década Ominosa. Días después llega el General francés Margarit a la ciudad de Ávila. Vivanco se presentó en su alojamiento, y fue preguntado por los presos. Dijo que estaban presos por “traidores a su Dios y a su Rey”. El francés los liberó. Y Vivanco en sus memorias se desquita diciendo que los liberó porque había sido Margarit sobornado.

Duque de Angulema
 
Por orden del Capitán General de Castilla la Vieja salió para Valladolid el 25 de octubre y sus memorias indican que permaneció hasta el 7 de noviembre sin destino, al parecer, por sus posturas extremistas. Pidió pasaporte para Madrid, adonde llegó el 12 de noviembre de 1823, poniéndose a disposición del Capitán General, José María de Carvajal y en 9 de abril de 1824 fue destinado al Batallón ligero de La Rioja. El 20 de agosto se le nombra primer Jefe del Batallón ligero de la Unión, con destino en la isla de Cuba, para donde se embarcó en el puerto de El Ferrol con mil y un hombres el día 5 de diciembre de 1824, y desembarcó en La Habana el 16 de febrero de 1825. Vivanco fue nombrado comandante interino del Castillo de Nuestra Señora de África, conocido como el del Príncipe, el 9 de abril de 1825.
 
Hasta el 9 de diciembre estuvo organizando su batallón. Por supuesto cayó enfermo del vómito negro y el segundo año enfermó de calenturas inflamatorias de las que malamente se recuperó durante el ejercicio. El tercer año le molestó una irritación a la vista, que lo tuvo ciego lo menos tres meses. Aquí el texto vuelve a la carga con la manía de que querían asesinar a Vivanco porque era recto, leal al rey y muy religioso.

Castillo del Príncipe de La Habana
 
El 28 marzo de 1828 retornó a la Península para recuperar su salud en Valladolid y Madrid hasta que, en noviembre de 1830, fue nombrado ayudante del subinspector de la VI Brigada de Voluntarios Realistas de Castilla la Vieja en Palencia.


 
Bibliografía:
 
Periódico “Diario de Burgos”.
Real Academia de la Historia.
“Memorias de la vida militar del Mariscal de Campo Francisco Vivanco y Barbaza-Acuña”. Edición de José María González de Echávarri y Vivanco.
“La crónica de Córdoba y sus pueblos”. Asociación Provincial Cordobesa de Cronistas Oficiales.
“Atlas de historia de España”. Fernando García de Cortázar.

domingo, 11 de junio de 2017

Viviano acusa.


Gracias a una pelea que ocurrió en Espinosa de los Monteros hablaremos un poco de lápidas y voluntarios. La información duerme en unos legajos guardados en el Archivo de la real Chancillería de Valladolid a los cuales, siento decirles, no he accedido pero que puede ser un buen pie para algún espinosiego con interés y posibilidades.


Los legajos nos informan de la existencia del Pleito de Viviano Porras Arredondo, marqués de Chiloeches y la Celada y comandante del Tercio de Voluntarios Realistas de infantería de Espinosa de los Monteros, contra Sandalio Arce, escribano del número de Espinosa de los Monteros y sargento del citado tercio, y José María López, su criado. Viviano, o Bibiano, era el esposo de la cuarta “marquesa” de Chiloeches, doña Luisa Francisca Ortiz y Otáñez -hija de Miguel Ortiz de Otáñez- y poseedor del título por matrimonio en 1816.

Bibiano, o Viviano, era hijo de Antonio María de Porras, señor de los lugares de Puentedey y de Quintanabaldo, único Patrón de las Iglesias de Santa María de Dosante, San Miguel de Cornezuelo y Santa Juliana de Cidad; señor también de las casas fuertes de Cidad, y Vega de Estramiana; y de María Josefa de Arredondo y Cea de Guzmán el Bueno. Compartió padres con Antolín María y Andrés.


Bibiano de Porras fue padre de Francisco María, Gabina, María Trifona, Justo, Narcisa y Teodoro. Francisco María de Porras y Ortiz Otáñez heredó el Marquesado. Curiosamente el antecesor de Viviano en este marquesado había sido un declarado liberal, incluso afrancesado, y el de este momento, y su sucesor, serán de la “otra España”. Bibiano obtuvo el cargo de Montero de Cámara en 1832. Pues bien, el marqués acusaba a su subordinado en el tercio de Voluntarios Realistas, Sandalio Arce, de haber custodiado en su casa una lápida de la Constitución y sembrar discordia entre los realistas.

Vale, parémonos aquí. ¿Qué era eso de la lápida de la constitución? ¿Cómo los cien mil hijos de San Luis habían matado a La Pepa se construyeron lápidas para su enterramiento? No. No era así.

Para comprenderlo debemos descubrir “el culto a la libertad” que se promulgó en el trienio liberal (1820-1823): se divulgaron eclécticas imágenes donde se mezclaban figuras femeninas cubiertas por un manto que portaban una cruz; se escribieron letanías para ensalzar a los héroes de la revolución liberal; se divinizó la constitución de 1812 como fuente de luz que disipaba las sombras del despotismo absolutista y que la convertía en la nueva vencedora ante las tinieblas; inclusión de la imagen de la constitución en el triángulo representador de la divinidad; y veneración de las lápidas constitucionales erigidas en los pueblos y ciudades. Por supuesto estas no eran las únicas formulas porque se llegaron a pintar artículos de la constitución en fachadas de iglesias y claustros de conventos. La profanación daba publicidad a la causa constitucional.


Y llegamos a 1823. Cae el régimen constitucional y los realistas tendrán una fiebre iconoclasta que destruirá mucha, casi toda, de aquella simbología y que nos impedirá hoy conocer aquel legado. Es el peligro de las leyes de Memoria Histórica que con la destrucción legal de vestigios históricos eliminan y moldean el pasado a favor de –muchas veces- vergonzosas razones. En este sentido la destrucción de las lápidas constitucionales fueron los actos más reseñados por la historiografía. Pensemos en la baja instrucción del pueblo llano y la carga simbólica de esa lápida en la plaza de la población. Eliminarla, destruirla, destrozarla era dejar patente el fin de la constitución y del liberalismo. Y, al parecer, va Sandalio Arce y oculta una de estas placas heréticas.


No solo eso sino que agrava su situación haciéndolo mientras forma parte de los Voluntarios Realistas ¡nada menos! Asuman que las VR fueron unas unidades paramilitares o parapoliciales que se crearon inicialmente para aprovechar aquella masa de lealistas que se habían movilizado contra la constitución. Una orden del ministerio de la guerra de junio de 1823 los da carta de naturaleza. Podían formar parte de ellos los vecinos de 20 –luego 18- a 50 años, de buena conducta, honradez reconocida, amor al Soberano y adhesión a su causa y a la abolición del sistema constitucional. Los reglamentos de 1824 y de 1826 modificarán alguna de estas condiciones.

Los Voluntarios Realistas fueron la herramienta más poderosa para los absolutistas, como antes los habían sido los milicianos nacionales para los constitucionalistas, y organizados a su vez en núcleos locales y provinciales. Fernando VII depositó en aquellos su confianza ya que el Ejército estaba muy dividido por ideologías antagónicas y no le merecía confianza. Obviamente, los Voluntarios Realistas se mostraron mucho más activos abortando conspiraciones que persiguiendo malhechores. Como en el caso de Viviano frente a Sandalio.

Los voluntarios debían reunirse a la llamada de sus jefes, con armas o sin ellas, hacer servicio dentro de las poblaciones, mantener el orden, custodiar ayuntamientos y lugares públicos, luchar contra el contrabando y ser bomberos. Pero no dependían de los Ayuntamientos sino de las autoridades militares.


Pero en esa convulsa época esta unidad realista también fue refugio de constitucionalistas que, sorteando los filtros, escapaban de la ira del cetro y el báculo. Hay constancia de esto en Potes, San Esteban de Gormaz, Navarrete… Esta inclusión era más fácil cuando se era escribano municipal o se disponía de algún cargo en el lugar al ser los ayuntamientos, en un principio, los calificadores y admisores de Voluntarios Realistas.

La causa contra Sandalio y José María se inicia de oficio el 18 de marzo de 1825, remitiéndose los autos al gobernador y los alcaldes del crimen por parte de la Comisión Militar Ejecutiva de Valladolid. Por auto del 15 de noviembre de 1825 mandan que los autos se envíen a la justicia de Espinosa de los Monteros, para que instancie y determine la causa. La sentencia definitiva se dicta el 18 de mayo de 1826 por Leonardo Diego Madrazo, alcalde ordinario de Espinosa de los Monteros, y al día siguiente se remiten los autos a la Sala de lo Criminal. Finalmente, El gobernador y los alcaldes del crimen dictan auto definitivo el 13 de julio de 1826.


Desconozco cual pudo ser la sentencia –y no niego que me llena de curiosidad- por lo cual solo puedo conjeturar. Y, como ya suponen, esta actividad conduce casi siempre al error. La normativa previa al Reglamento de Voluntarios realistas de 1826 indicaba que sería expulsado quién hubiese pertenecido a la Milicia Nacional o hubiese tenido empleo en el Gobierno Constitucional con solo la delación por parte de individuo sin sospecha que probara sus palabras con tres testigos. Incluso se indicaba que se podría llegar a encarcelar al que intentase formar parte del cuerpo teniendo estas faltas constitucionales.

¿Era Sandalio un constitucionalista refugiado bajo el ala de los Voluntarios realistas que salvó una lápida de su destrozo? ¿Quién era Sandalio Arce? ¿De donde era la lápida? ¿Por qué se atrevió a ello? Y finalmente, ¿eran ciertas las acusaciones?

Quizá la más fácil de responder es la filiación de este espinosiego “lapidofilo”. Parece que el linaje procede de Asturias y una rama del mismo llegó a Espinosa a fines del siglo XV. Como curiosidad, y muestra de posterior supervivencia, nos lo encontramos en 1840 como Montero de Cámara de la reina Isabel II. Podríamos deducir con este y otros indicios su clara filiación liberal y que este juicio no le lastró definitivamente.


Junto al desarrollo del pleito, Cosme de Velasco (Quizá el montero Cosme Damián de Velasco -1816- ) y Antolín de Pomar, otros vecinos de Espinosa de los Monteros, se querellaron contra Sandalio de Arce por lo que estampó contra ellos en cierto escrito de la causa. ¿De qué pudo acusarles? Puede que les acusase de liberales lo que, en los años de la Década Ominosa era terrible.

El escribano del pleito fue Alonso de Liébana Mancebo desde su escribanía “Liébana Mancebo” e, irónicamente, este asunto está adjetivado como “pleitos olvidados”.




Bibliografía:

“Las imágenes en la cultura política liberal durante el trienio (1820-1823): el caso de Barcelona” por Jordi Roca Bernet de la Universidad Autónoma de Barcelona.
Archivo PARES.
 “Los cuerpos de Voluntarios realistas” Federico Suarez.
Diario Balear.
“Los Monteros de Espinosa” Rufino Pereda Merino.


Para Saber más:



miércoles, 21 de agosto de 2013

(24/11/1822) Villarcayo: Expolio y fuga, o de cómo un Diputado Foral de Vizcaya saqueó la Villa Constitucional.

Villarcayo no solo sufrió durante las Carlistadas sino también durante el Trienio Liberal pero en este caso no ardió. O, al menos, no de forma generalizada.

De esta época la mayor parte de la gente conoce la anotación, minúscula, de la sublevación de Riego (y su Himno). Les aviso que, si no desean recorrer los próximos párrafos, lean las aventuras de Salvador Monsalud, protagonista de una serie de “Los Episodios Nacionales” de Benito Pérez Galdós. Queda dicho.

Debemos saber que el Trienio Liberal nace el 7 de marzo de 1820 tras la promesa de Fernando VII de jurar la Constitución y el juramento efectivo el 9 de Marzo. Las Cortes se reunirían el 9 de julio. La pieza clave fue la Junta provisional cuya misión consistió en asegurar el éxito de la sublevación liberal iniciada el 1 de enero en Cabezas de San Juan.

La Junta Provisional, auspiciada por el Rey, bajo la fórmula de Órgano consultivo, ejerció amplísimos poderes y gobernó el país en la sombra, ya que sus dictámenes, acordados generalmente por unanimidad, nunca tuvieron carácter público. Las decisiones importantes necesitaron su aprobación al aunar las facultades de una Regencia Provisional, de la Diputación permanente de las Cortes y del Consejo de Estado. En ella se depositó la soberanía nacional, hasta traspasarla a las nuevas Cortes.

Legalizada la revolución con la sanción real que reconoció la obra de las Cortes de Cádiz, la transición se inició con la promulgación, por orden cronológico, de los decretos de carácter político, económico y social. Con ello se volvió al sistema jurídico interrumpido en 1814 sin discusión ni enmienda de los textos, pero con las limitaciones que imponían los seis años transcurridos. En la práctica el retorno como si nada hubiera pasado fue imposible, ya que habían ocurrido hechos muy graves como la destrucción de la obra gaditana, la persecución de sus más eminentes promotores o la represión de las nuevas tentativas y sobre todo la división del país en dos partes irreconciliables.

Fernando VII y su Camarilla

Irónicamente, este retorno al pasado se olvidó de tener un gobierno ajustado a su propia legalidad constitucional y así, como no se fiaban del rey felón, el Gobierno no lo eligió el rey. La elección de primerísimas figuras de las Cortes de Cádiz, como Agustín Argüelles, enconó el mutuo recelo y resentimiento entre liberales y corona, por lo que fue el primer error del Trienio Liberal.

El Nuevo Régimen tenía en la cúspide al enemigo y en la base graves movimientos telúricos: Las Juntas Provinciales, las Sociedades Patrióticas y el Ejército sublevado. Estos mimbres dieron lugar a la espiral que llevaría al poder a la fracción exaltada. Y si fuera poco, los propios moderados ayudaron con su indefinición.



Las medidas para contener a los realistas y uniformar al país bajo el credo liberal tampoco evitaron el comienzo de una sorda pero evidente oposición. La exigencia generalizada de juramento a la Constitución, enseñanza de la Ley fundamental desde el púlpito y la escuela o la separación de empleados de sus puestos por razones políticas incentivaron los radicalismos.

Los curas, como en 1808, se oponían por la perdida de poder que suponía el Nuevo Régimen, bien directamente o de rebote, por la reducción del margen Real. (Supresión del Tribunal de la Inquisición y la promulgación de la ley de Libertad de Imprenta y disminuir el clero regular en número y poder económico).

Junto a los problemas expuestos, más la tensión frente a las testas coronadas europeas, tenemos la crisis económica, ya fuese endógena, exógena o heredada.

Si no fuesen pocos problemas los Liberales se dividieron en dos bloques, los doceañistas, por haber participado en las Cortes de Cádiz, y los veinteañistas, para estos la revolución no había llegado a su fin.

Un problema que parecía ir desapareciendo era el de las Sociedades Patrióticas para ser sustituido por las Sociedades Secretas. La división de los moderados y exaltados tuvo su reflejo en la masonería con la escisión de los más radicales que formaron la sociedad secreta de los comuneros e hijos y vengadores de Padilla: la Comunería debía ser considerada como un movimiento en defensa de la Constitución con claro matiz nacionalista donde el supremo jerarca se llamaba el Gran Castellano y ejercía su poder sobre comunidades, merindades, castillos, fortalezas y torres.

Las Cortes continuaron las reformas inconclusas en la etapa gaditana, destacando la legislación socio-religiosa con la supresión de las vinculaciones, la prohibición a la Iglesia de adquirir bienes inmuebles, la reducción del diezmo, la supresión de la Compañía de Jesús y la reforma de las comunidades religiosas. Esta ley suprimía todos los monasterios de las órdenes monacales, prohibía fundar nuevas casas y aceptar nuevos miembros, al mismo tiempo que facilitaba 100 ducados a todos aquellos religiosos o monjas que abandonasen su orden. Los liberales buscaban con estas reformas aumentar los ingresos del Estado y quebrantar cualquier oposición religiosa a su política.

En este segundo objetivo consiguió un efecto contrario: el rey y sus partidarios decidieron hacer frente de modo activo al proceso revolucionario, y el rey con el apoyo del nuncio, se negó en principio a sancionar la ley. El enfrentamiento entre el rey y los liberales (tanto exaltados como moderados) fue constante, comenzando siempre con una actitud de firmeza por parte del monarca y terminando con su claudicación.

A partir de octubre de 1821 los exaltados provocan alzamientos y asonadas a lo largo de toda España. Aunque no llegó a una situación de guerra civil, el Gobierno tuvo que transigir con los rebeldes exaltados concediéndoles paulatinamente lo que en el fondo buscaban: una participación en los resortes del poder.

La pérdida de las elecciones de 1822 por los moderados y el que la intentona de la Guardia de Infantería de palacio fuera abortada por la Milicia Nacional y no por el Gobierno el 17 de julio hizo saltar el gobierno moderado de Martínez de la Rosa (Alias Rosita la Pastelera).


Milicia Nacional

A partir de julio de 1822 el poder lo ejercen los exaltados con el Gobierno de Evaristo de San Miguel primero y posteriormente, cuando ya había comenzado la intervención francesa, con el Álvaro Flórez de Estrada. La falta de autoridad del Gobierno se tradujo en un endurecimiento de la vida política con posturas irreconciliables y acciones extremistas como matanzas, deportaciones y destrucciones.

Y en este ambiente de odio, donde los revolucionarios casi luchaban entre ellos, la alianza entre el Púlpito, el antiguo régimen y la Corona, la llamada contrarrevolución realista, avanzaba. Empezó con pequeños alzamientos de “inconexas partidas guerrilleras” y terminó convirtiéndose en la primera guerra civil de la historia contemporánea en España.

La impotencia de los realistas para vencer al liberalismo, junto con la petición de ayuda de Fernando VII, forzó la intervención militar extranjera en los asuntos internos españoles decretada el 20 de octubre de 1822 en el Congreso de Verona. La invasión, que se encomendó a Francia por la desconfianza que provocaba en la cancillería austriaca la posible participación rusa, se inició el 7 de abril de 1823. No se produjo la resistencia popular que esperaba el Gobierno liberal y los tres ejércitos formados precipitadamente al mando de Espoz y Mina, Ballesteros y el conde de La Bisbal se rindieron sin apenas combatir.



Esto es, resumido, todo el recorrido del Trienio Liberal y de la Constitución de 1812. Pero retrocedamos hasta el año anterior al desastre, el año 1822. Hemos visto que el régimen Democrático estaba manga por hombro. Eso, por supuesto, influía en Las Merindades donde las bandas de Cuevillas y Zabaleta, desde ese verano, ejercían el dominio de la comarca, bloqueando Villarcayo. La guarnición de la villa, compuesta de algunos soldados de los regimientos de Bailén y Soria, apenas si podía controlar tierras de Losa y de la Merindad de Sotoscueva.

Entrado el otoño, los liberales pudientes de Villarcayo marcharon a Burgos capital sin que las victorias ante partidas Realistas les frenasen. E hicieron bien porque Villarcayo pasaba por afecta al régimen nuevo, real o por odio a Medina de Pomar que era Realista. Algunos autores añaden la disputa por el Juzgado de 1ª Instancia. Los realistas medineses, numerosos en las bandas de la fe (Otro nombre de los Realistas), no dejarían pasar la ocasión de fastidiar al vecino.


Reg. Bailén

La ocasión surgió con el fusilamiento del realista Gabino Fernández, confidente de la partida de Zabaleta. Al amanecer del 24 de noviembre de 1822, el grupo del brigadier Fernando Zabala, de cuatrocientos hombres, se lanzó gritando y disparando sobre Villarcayo. El destacamento constitucional y los voluntarios Nacionales del pueblo huyeron perseguidos de cerca por los Realistas. Resultado: La villa quedó desprotegida y fue saqueada.

Derribando puertas, quebrando ventanas, balcones, los Realistas cayeron sobre las casas y Palacios y, sobre todo, sobre lo que contenían. Imaginen: dinero, joyas, ropas, muebles, acaparados con la ayuda de amenazas, fueron “trasladados”, con la aquiescencia del brigadier, que desde una ventana de la plaza controlaba la requisa.

Don Teófilo López Mata, en su escrito, redondea la descripción con descripciones que entendía ofensivos: “(…) las gentes desnudas, al huir enloquecidas de los ultrajes de la soldadesca. Las ráfagas del pillaje azotaron despiadadamente al vecindario, esquilmado y lanzado en el breve espacio de unas horas a la miseria mas completa, citándose el caso de que un solo vecino perdiera, entre plata labrada, diamantes y dinero, la cantidad de doscientos mil reales, suma elevadísima dentro de la modesta economía de aquella época”

 
Al mediodía, la partida de Zavala abandonó el lugar. Señala don Teófilo que dejaron los cuerpos de tres soldados y de un voluntario nacional, aprehendidos en la razzia, salvándose cuatro constitucionales de la villa; que tomados como rehenes, llevaron hasta Orduña, donde fueron canjeados por dinero.

El alférez Fernando Diez de Villanías y quince voluntarios de Villarcayo llegaron, ya en diciembre, asustados y agotados a Burgos recibiendo cada uno el socorro de cinco reales diarios, concedido por el Ayuntamiento burgalés, impresionado por el lastimoso aspecto de los fugitivos.



El día 16 de Diciembre de 1822, desde San Sebastián, la “Gaceta de Madrid” informaba de los hechos de Villarcayo y completa la información. Esta transcripción nos permite descubrir los sistemas de propaganda Constitucional. Lean:

Al amanecer del 24 del pasado entró en Villarcayo el forajido Zavala con su gavilla de ladrones en número de 300 á 400 infantes y 100 caballos. Cometió los excesos más atroces, é hizo un horroroso saqueo. Entre los efectos robados se llevaron un considerable número de alhajas de plata, pertenecientes a varios ciudadanos de aquella población. Esta cuadrilla de forajidos se retiró a su guarida acostumbrada luego que supo que se acercaba una columna de valientes, que salió de Burgos al primer aviso. Parece que Cuevillas “el viejo” entró también el 27 en la misma villa, y se tiroteó con la expresada columna, retirándose hacia Losa, mientras que esta se reunía con otra de mas fuerza, al mando del comandante Oráa, azote de Merino, destacado sobre el camino de Briviesca para observar movimientos, proteger el convoy, y esperar en todo caso según mejor conviniese.

Por avisos posteriores se ha sabido que Zavala y Merino estaban el 2 en Orozco con 500 infantes y 200 caballos. El mismo día 2 salió el valiente general Torrijos de Pamplona para Lumbier á encontrarse con O´Donnell que tenia 2 o 300 (¿?) hombres. Guergué anda haciendo mil exacciones por los pueblos de la Rioja; pero no se pasaran muchos días, ni quizá muchas horas, sin que sepamos que estos tres principales grupos han sido desbaratados. Entonces se volverá á decir que muchos se restituyen á sus casas, que han quedado despavoridos, y de allí á cuatro días se les volverá á ver acuadrillados…, porque los pueblos, los ayuntamientos, y los clérigos sobre todo, lo querrán así. Lo fomentarán, ¿y no lo pagarán?

¿Hasta cuando pues hemos de estar dando pruebas irrefragables dé que somos los más fuertes, y de que sin embargo son los resultados cual si fuéramos los más débiles? ¿Transigen acaso los cabecillas, los principales agentes de la facción? Bien se ve que no; al contrario todo lo aventuran al éxito de la fuerza; ¿Pues, por qué no usamos nosotros de toda la que tenemos? Desengañémonos, la facción se vence; pero no se extermina en el campo del honor, porque la facción no lo tiene. Contra asesinos, ladrones y cobardes la única guerra que hay que hacer es la de quitarles encubridores, guaridas y cebo que los alimente”.

Curiosamente en la versión “canónica” no aparece la mención a los ajusticiados que hubiera servido como látigo de curas y absolutistas. Muertos que si aparecen en la “Relación histórica de las operaciones militares del cuerpo de guipuzcoanos realistas acaudillados por el presbítero coronel D. Francisco María de Gorostidi desde su formación en defensa de su religión y de su Rey hasta la suspirada libertad de su Majestad y su familia escrita por una comisión de oficiales del Primer Batallón de Guipuzcoa quienes la dedican a la M.N. y M.L. provincia”.

Tras explicar los movimientos de tropas Realistas y Liberales, exponen las razones para desplazarse a Villarcayo: Reducir la presión sobre las Vascongadas. Respecto al saqueo indican que, bueno, fue fruto de “un calentón” tras el sufrimiento del ataque y que no era algo organizado (lo cual contrasta con las versiones Constitucionalistas y la que posteriormente sería práctica carlista). Nos dice también que avanzaron desde Orduña por lo cual pasarían por Trespaderne y Medina de Pomar, sin tocarles. Comenta, además, una escaramuza en el Valle de Losa.

“Terminada así esta acción nos retiramos á Aramayona, y los enemigos á Ochandiano, en cuyo camino encontraron la columna de Jáuregui, que venia á todo andar con esperanza de hallarse en el combate; pero de todos modos dejaron de perseguirnos, por que Jáuregui, se retiró á Guipuzcoa, el Jefe político de Bilbao á esta villa y D. Julián Sánchez regresó con celeridad á Santander, en cuya provincia Cuevillas aprovechándose de su ausencia había hecho una incursión hábil y atrevida. De esta manera pudimos estar con algún descanso varios días en las inmediaciones de Orduña, donde se nos incorporó el Sr. Zavala: y vino también al mismo sitio á refugiarse con nosotros el Sr. Merino con las reliquias de su gente., que pudo salvar en medio de la persecución viva y tenaz, que después de diferentes combates desgraciados sufrió durante muchos días; sin que tantas desgracias y miserias hubiesen podido abatir su corazón magnánimo. De esta manera todos reunidos descansábamos tranquilamente reponiéndonos para muchas empresas, y nuestros jefes conferenciaban principalmente sobre el modo de sostenernos durante el invierno que era cruel. El enemigo por su parte no se descuidaba, destinó á Vizcaya dos regimientos, tres á Guipuzcoa y otros tres á Álava: en este estado creímos conveniente el llamar su atención seriamente hacia la provincia de Burgos, y al efecto se puso la mira en Villarcayo, para donde salieron los Srs. Zavala y Merino, con una fuerza de 100 caballos y 500 infantes, guipuzcoanos y vizcaínos: nuestro coronel Gorostidi y Artalarrea, no fueron á esta expedición y se separaron desde las inmediaciones de Orduña, con alguna poca gente, con el objeto de reunir los destacamentos sueltos de ambos batallones y llamar con ellos la atención del enemigo, en Vizcaya y Guipuzcoa.

Nuestra columna expedicionaria, habiendo andando toda la noche, llegó el 24 al amanecer á Villarcayo después de haber rodeado esta villa, mandó el Sr. Zavala principiar el ataque, en que el enemigo tuvo desde luego tres muertos y algunos seis heridos, pero la guarnición compuesta de algunos 200 hombres de toda tropa, abandonó sin mas resistencia este pueblo, en el que los jefes quisieron hacer observar á nuestra tropa una buena disciplina, pero como se había peleado por las calles en guerrillas, aunque la tropa cercana á los jefes estuviese en formación, no se pudo evitar el que varios soldados de estas hubiesen entrado desbandados en las casas y cometiesen tal vez en ellas algunos excesos, que aunque sensibles era irremediables.

Se disminuye en la retirada la columna expedicionaria. Gorostidi reúne los dispersos.

El Sr. Zavala y Merino, pasaron con su columna á Losa; en este intermedio la guarnición de aquella villa, se había replegado á una columna al mando de Manresa, y en combinación con otra de Santander, vinieron á atacar á la nuestra á Losa, pero aunque evitó su encuentro aquí, se halló de nuevo alcanzada en Villalba por la columna enemiga de Bilbao, al mando del coronel De Pablo, con la cual escaramuzó la nuestra, mas de media hora, y desembarazándose así de este ataque, continuó sin ser inquietada su marcha á Orduña, donde llegó con mucha disminución, por que la viva persecución que había sufrido en su retirada había causado mucha dispersión en esta columna, ayudada tal vez del disgusto que tenían en andar por aquella parte: nuestro Coronel y Artalarrea se hallaban á esta sazón en las inmediaciones de Guernica, donde se les fueron reuniendo todos estos dispersos en gran número. Merino regresó desde Orduña á principios de Diciembre al teatro de su gloriosa campaña en Castilla, y el Sr. de Zavala le dio un refuerzo de 200 caballos y 400 infantes, bien que estos á breve tiempo volvieron atrás no acomodándose á vivir entre solos castellanos: Cuevillas se separó también en Orduña dirigiéndose con su gente hacia la Montaña.”

Francisco María Gorostidi, sacerdote, tomó parte activa en las revueltas constitucionales, y fue coronel del "cuerpo de guipuzcoanos realistas", que se organizó en 1822. Fernando VII, en premio de sus servicios, le concedió una canonjía cardenalicia en Santiago de Compostela.



Vale, sabemos cual era la situación de esos años y hemos explicado lo que pasó en Villarcayo. Nos falta conocer a sus protagonistas:

Jerónimo Merino Cob: (Villoviado 1769-Alencón 1844). Segundo hijo, de doce, fue un niño de cuerpo larguirucho, delgado, de rostro cetrino y ojos muy negros y penetrantes; serio para su edad, hablaba poco y tenía pocos amigos. Uno de ello el cura párroco de Villoviado, don Basilio, que le inculcó la vocación hacia el servicio de Dios.

Fue paje del cura de Covarrubias que le enseñó unos pocos latines y teologías durante tan sólo un año y medio. Con estos mimbres teológicos representaba el típico “cura de misa y olla” Merino era de poca inteligencia pero de fabulosa memoria y gran astucia, carácter orgulloso, terco y minucioso, intuitivo y anárquico, callado, frío y poco comunicativo. (¡Jo, un líder nato!)

El 16 de enero de 1808 un destacamento de cazadores franceses pernoctó en Villoviado. Por la mañana, el oficial francés, falto de acémilas, cargó sobre el cura Merino los instrumentos musicales del regimiento. En Lerma dejó este servicio y vuelto a su pueblo rasgó su sotana cogió una escopeta en la venta de Quintanilla y al primer francés que vio descerrajó un tiro.

En la lucha, sólo si estaba en condiciones de superioridad respecto a los franceses, atacaba. Formó una milicia y sus cuadros de mando. También se le ocurrió que cada guerrillero debía llevar consigo dos caballos, uno de repuesto. Otra medida fue el sistema de correos y espionaje que montó.

El Empecinado ayudó a Merino a formar su primera guerrilla. Aun estaban lejos los tiempos en que aquél se convirtiera en comunero tragacuras. Terminó la guerra como brigadier y con el cargo de gobernador y comandante militar de Burgos, pero fue un nombramiento de breve duración. Marcha a Madrid y conocerá al Rey al haberse negado a leer en la misa, la Constitución de Cádiz (1813). Ganó así una canonjía en la catedral de Palencia. Pero tras un altercado armado regresa a Villoviado.

Al inicio del Trienio Liberal, Merino, decide unirse a los que consideran la Constitución como un «trágala». Se va al monte de nuevo y alza a 1.400 mozos a sus órdenes. Frente a él estará Juan Martín (el Empecinado). En Salas de los Infantes traban ambos combate y pierde el cura. La suerte cambiará en Tordueles, a orillas del Arlanza. Merino será apresado en el mismo Tordueles, por don Eugenio de Aviraneta, su antiguo teniente, ahora secretario del Empecinado. Le lleva a la cárcel de Lerala de la que en pocas semanas estará de nuevo libre y dispuesto a seguir su particular pugilato con sus enemigos y consigue hacer salir a toda prisa de Valladolid al Empecinado y a Aviraneta, mientras los realistas de la ciudad se lanzan a la calle y las campanas de las iglesias celebran ya la victoria del cura.



En 1822 Merino es cobijado en las Clarisas de Lerma, escapando del Empecinado. En el convento pasa algunos meses y cuando se reincorpora a la lucha, el día 2 de enero de 1823 será derrotado y de nuevo, el día 6. Esta situación se repite unos días más tarde cuando tiene que correr ante el general Obregón, en Roa.

El 11 de octubre de 1823 los realistas de Lerma piden una recompensa para Merino. Fernando respondió con un nombramiento de mariscal de campo para el cura con destino a Segovia. Pero el cargo será por poco tiempo. En su retiro de Villoviado da la impresión de que busca ahora la paz.

Muerto Fernando VII, Merino vuelve a las andadas y dos semanas después del óbito se encontraba a la cabeza de una tropa de 11.000 hombres. La caga en Montes de Oca y marcha a Portugal, a entrevistarse con don Carlos, en la que se enfrentaron dos caracteres. Uno altivo y radical, Merino, y vacilante y bonachón, don Carlos.

Regresa a España como comandante y jefe del Ejército de Castilla la Vieja. Y, sigue fastidiándola. Merino es un guerrillero, no un militar. Zumalacárregui le recomienda que divida a sus hombres de cien en cien y se aplique a hacer la guerra en tierra de Burgos. La guerra acabaría mal para don Carlos y éste se fue adentrando en las provincias norteñas y luego en Francia. Merino hizo lo mismo y tuvo que expatriarse también. Sus restos serán repatriados en 1968 y enterrados en Lerma.

Manuel Fernando Zavala Vidarte: Militar. Nacido en Meñaca (Vizcaya) el 29 de mayo de 1788; fallecido en Madrid el 4 de diciembre de 1853. Casado dos veces, sus cinco hijos nacieron y se criaron en Munguía, zona de la que era todo su entorno familiar.

En 1808 estudiaba matemáticas, abandonándolas para alistarse en una partida contra los franceses. El 1 de noviembre de 1809 pasó al 1er Batallón de Infantería de Voluntarios de Vizcaya, donde ascendería hasta sargento 1º. En noviembre de 1811 pasó al Regimiento de Cazadores de Caballería de Vizcaya, tomando parte en las acciones de Guernica y Nabarniz. El 8 de mayo de 1812, se le nombró subteniente de caballería con destino a la División que se estaba organizando en el Señorío. Unos meses más tarde fue ascendido a alférez, y poco después se incorporaba al Regimiento de Húsares de Cantabria. Participó en la batalla de Vitoria y en el control del Bidasoa para evitar el regreso a España de las tropas francesas que huían.

Tras deambular por diversas unidades y solicitar destinos que no eran aceptados, ante la posibilidad del envío a ultramar, solicitó el retiro. Según su testimonio, en junio de 1820, recibió órdenes a través del general Pedro Agustín Echebarría para "reunir y formar tropas que operasen contra el llamado sistema constitucional". Abandonó su residencia de Munguía y se trasladó a Guipuzcoa. Gaspar Jáuregui, a quien había propuesto unirse a la sublevación, denunció sus actividades, y. en consecuencia fue apresado. Durante el traslado de San Sebastián a Bilbao, fue liberado por sus colaboradores. A pesar de ello fue juzgado en rebeldía y condenado a la pena de muerte.

Tomó parte en la sublevación de Salvatierra, y en la primavera de 1822 sostuvo diversos enfrentamientos en la provincia de Vizcaya contra las tropas liberales; mientras fue engrosando sus tropas hasta alcanzar la cifra de 9.000 infantes y 300 caballos. El 24 de agosto de 1822, se reunieron en Villanueva de Araquil (Navarra) los distintos responsables de las guerrillas realistas de las tierras vascas y acordaron nombrar a Zavala comandante general y presidente de la Junta Gubernativa interina de las tres Provincias Vascongadas.

Su actividad fue premiada por la Regencia con el ascenso a coronel y el nombramiento de comandante general de las Provincias Vascongadas. Puesto al frente de una División participó en las acciones de Añorbe, Echarria, Amar, Estella (14.10.1822), Dicastillo (15.10.1822) y Villarcayo (24.11.1822). El marqués de Mataflorida le responsabiliza de ser uno de los elementos fundamentales de la Regencia de Urgell.

El general Francisco Eguía le confirmó en su puesto de comandante general de las Provincias y le ascendió a brigadier. Poco después era nombrado mariscal de campo (1.03.1823). Eguía le consideraba uno de sus mejores hombres, por lo que para manifestarle su aprecio le proporcionó "la ocasión de entrar triunfante en Madrid", al mando de la Segunda Brigada de las tropas vascongadas, bajo las órdenes del mariscal de campo Vicente Quesada. Las desavenencias entre ambos motivaron que éste le desposeyese del mando, cuando se encontraba en Segovia y le fijase la residencia en Madrid.

Derrotados los liberales y restablecidas las instituciones abolidas por la Constitución, las Juntas Generales de Vizcaya nombraron por aclamación a Zavala diputado general por el bando gamboino. Pero el Gobierno no le dejó salir de Madrid. A fines de 1823 reclamó contra su situación, mientras solicitaba el restablecimiento de la Inquisición y reclamaba contra el general Quesada, quien había marginado a los realistas, admitiendo en el Ejército a los impurificados.

Al mismo tiempo se vio obligado a hacer frente a las acusaciones de los vecinos de Laredo y Villarcayo, que acusaban a las tropas de Zavala de comportamientos vandálicos durante la guerra contra los constitucionales. Dichas acusaciones fueron sobreseídas (21.07.1825), al considerar la poca disciplina de las fuerzas guerrilleras y la resistencia que habían realizado los liberales en ambas villas.

Restablecido el poder absoluto de Fernando VII, le fue reconocido el empleo de coronel vivo y efectivo de caballería, se le concedió la licencia ilimitada y posteriormente pasó a la situación de excedente. El Consejo Supremo de Guerra le negó el reconocimiento del nombramiento de mariscal recibido durante su actividad guerrillera.


Fernando Zavala

El 30 de enero de 1827 fue nombrado jefe de brigada interino de los Voluntarios Realistas de Palencia. Tres años más tarde fue ascendido a brigadier reconociéndole la antigüedad de su nombramiento en el Trienio; puesto a las órdenes del capitán general de Guipúzcoa se le encomendó el mando de los Paisanos Armados de las Provincias Vascongadas. Su principal misión consistía en exterminar las fuerzas liberales de Mina que habían entrado desde Francia.

Poco después se retiró a su casa de Munguía y comenzó su actividad política. En 1831 fue elegido representante de la anteiglesia de Munguía, en las Juntas Generales celebradas en Guernica. En 1833 volvió a acudir a Guernica en representación de Munguía. Fue propuesto para Diputado General Gamboino, resultado elegido en primer lugar, por lo que pasó a desempeñar, en unión de Pedro Pascual de Uhagón, el puesto de diputado general. Al producirse el fallecimiento de Fernando VII, asumió la dirección militar del levantamiento militar en su provincia, en calidad de comandante general de Vizcaya y envió fuerzas a los territorios cercanos a fin de extender la sublevación.

Durante la primera guerra carlista conoció el favor del pretendiente (llegó a Mariscal de Campo) y la caída en desgracia (con la desposesión de todos sus cargos) y su confinamiento a la espera de destino. Volvió al favor Carlista y participó en el sitio de Bilbao, en la batalla de Oriamendi y en la Expedición Real en calidad de Ayudante de Campo de S.A. el Infante don Sebastián Gabriel.

Tras el abrazo de Vergara, Zavala fue uno de los generales que acompañaban a la escolta de don Carlos en el momento de cruzar la frontera hispano francesa. Por orden del Pretendiente permaneció junto a la frontera en espera de encontrar la oportunidad de regresar a España, hasta que fue detenido por la policía francesa.

En 1849 se acogió a la amnistía decretada el 8 de junio, tras la guerra de los matiners, y el 13 de agosto recibió el pasaporte de manos del Cónsul español en Bayona. Seis días más tarde llegaba a Bilbao, desde donde se trasladó inmediatamente a Munguía. En cuanto militar quedaba en situación de cuartel a las órdenes de uno de sus compañeros en el bando carlista, el teniente general Antonio Urbistondo, que en ese momento ocupaba la Capitanía General de Navarra y las Provincias Vascongadas.

Su máxima preocupación a partir de ese momento fue lograr el reconocimiento de los ascensos y recompensas conquistados en las filas del Pretendiente. Con tal finalidad se trasladó a Madrid el año 1850. Todos sus intentos resultaron vanos.

Ignacio Alonso Zapatero (Cervera del río Alhama 1767- Portugalete 1835?) Fue llamado Cuevillas por el lugar de procedencia de su padre. En 1791 Ingresó en el resguardo. Dos años después fue trasladado a la Ronda de Santo Domingo de la Calzada, ciudad en la que ascendió a la categoría de teniente montado y cuyas tierras circundantes llegó a conocer bien, convirtiéndolas en el futuro en el escenario de muchas de sus acciones. Allí permaneció hasta 1801, cuando fue destinado a Lora para pasar en 1804 a Castro Urdiales como cabo principal de Ronda. Fue durante estos años en el Resguardo, donde Cuevillas aprendió a perseguir por terrenos agrestes y mal comunicados, a bandidos y contrabandistas. Un oficio este último que, según algunos autores, él mismo había desempeñado durante su juventud.


Carabineros de Resguardo

La participación de Cuevillas en la contienda tuvo lugar desde los inicios de la revuelta contra los Bonaparte. Así lo parece indicar que en la temprana fecha de 23 de junio de 1808 fuese nombrado coronel de Guerrillas.

Casado con Catalina Remon, enviudó poco antes de iniciarse la Guerra de la Independencia, en la que se destacó como guerrillero en numerosos enfrentamientos con el ejército francés. El 4 de mayo de 1810 contrajo nuevas nupcias con Dominica Ruiz de Vallejo y Torre quien, a partir de ese momento, le acompañó en todas sus correrías. Y no solo ella sino que su primogénito, Ignacio Alonso Remon o Cuevillas el Joven, también. Resultó llamativo que le acompañase su esposa, natural del valle de Mena, pero era una amazona soberbia que cabalgaba al «estilo americano» y que protagonizó numerosas coplillas:

"La mujer de Cuevillas
gasta calzones
y se monta a caballo
como los hombres"

Dominica no sólo colaboraba con su esposo en las labores de intendencia y vitualla -además de cuidar a la familia- sino que también era un soldado más. Cuentan las crónicas que en Santo Domingo de la Calzada segó la vida de tres soldados galos.

Una cojera y varios desencuentros con el militar liberal Tomás Renovales hicieron que en 1812 Ignacio Alonso, por aquel entonces comandante de Guerrillas y capitán de Húsares de Cantabria, pasase, por orden gubernamental, a la categoría de retirado, siendo recompensados sus servicios con el empleo de comandante general de los Resguardos de la provincia de Burgos. Y luego de los de Palencia.

En 1821 encabezó una partida contra la Constitución; al año siguiente la Regencia de Urgell lo nombró comandante general de La Rioja y de las Merindades de Castilla la Vieja. En 1823 tomó el mando de la 2ª brigada, a las órdenes de Vicente de Quesada y, poco después, era nombrado Gobernador de Burgos. Sus méritos militares le merecieron ser designado comandante de las armas de Bilbao en 1824 y, en 1825, brigadier. Separado de las armas en 1833, se sublevó de nuevo en Burgos a favor de Don Carlos y participó en las contiendas que después se siguieron.

Marcelino Oráa Lecumberri, Beriáin (Navarra) (1788 - 1851) Militar español que tuvo gran relevancia durante la Primera Guerra Carlista. Llamado por sus soldados "el Abuelo" y por los carlistas "Lobo Cano".

Guerrillero en Navarra con Francisco Espoz y Mina, acabó la guerra siendo un gran conocedor del territorio vasco-navarro. Estuvo encargado de escoltar a los soldados franceses hechos prisioneros por el caudillo navarro hasta las playas guipuzcoanas donde eran entregados a la armada inglesa. De ésta recibía armas y municiones que a su vez transportaba a Navarra. Gran resonancia tuvo cuando consiguió llevar desde la playa de Deva en Guipúzcoa hasta Navarra un pesado cañón de batir que le entregó un buque británico, empleando para el transporte bueyes que lo arrastraban por los caminos de montaña durante la noche y que relató Benito Pérez Galdós en sus “Episodios Nacionales” y en una novela de Cecil Scott Forester que fue llevada al cine (Pero el argumento de ambas no guarda relación con el hecho realizado por Oráa).

Continuó en el ejército durante la paz, y fue ascendido a coronel en 1829, siendo nombrado en 1831 jefe del Regimiento Inmemorial Dado su buen conocimiento del territorio en el que operaba Zumalacárregui durante la Primera Guerra Carlista, fue el jefe isabelino que con más éxito consiguió enfrentarse a la táctica guerrillera del jefe carlista. Actuó en el sitio de Morella, tomada por Ramón Cabrera, fracasó y se retiró a Alcañíz.


Marcelino Oráa

El fracaso del sitio de Morella provocó una crisis ministerial en Madrid, de la que dan buena cuenta los Diarios de Sesiones de Las Cortes de la época, y el gobierno decidió la sustitución del general Oráa por el mariscal de campo D. Antonio Van Halen al frente del ejército del Centro

En marzo de 1840 es nombrado gobernador y capitán general de Filipinas. Senador electo por Navarra en 1840. Desde el primer momento promovió obras útiles como fomentar la enseñanza, dictar un reglamento para el puerto, perseguir a los malhechores, etc., pero no siempre consiguió la aprobación en el terreno político, mostrando algunos su disgusto por el rigor con que procedió Oráa en las dos represiones que hubo de efectuar.

Relevado en 1843, regresa a la Península, siendo nombrado vicepresidente de los Negocios de Ultramar, y cuatro años más tarde pasa a ocuparse del Despacho Universal de Guerra. Empeorada su salud, abandona los cargos oficiales, y regresa a su lugar de nacimiento, donde falleció.

Oráa adquirió gran reputación en el Norte por sus marchas rápidas y arriesgadas y su movilidad extraordinaria. Escribió una obra de justificación política y militar titulada “Conducta militar y política del Teniente General D. Marcelino Oráa”. Ed. Fortanet, Madrid, 1851.



Bibliografía:
“Burgos, capitanes insignes II” de Fray Valentín de la Cruz.
“Villarcayo, capital de las Merindades” de Manuel López Rojo.
Historia de España (La revolución Frustrada) de Salvat.
Enciclopedia Auñamendi.
“Los episodios Nacionales” de Benito Pérez Galdós.
“Burgos durante el periodo constitucional” de Teófilo López Mata.
NYPL.
Foro El Gran Capitán.
Navarros Ilustres.