Que no te asusten ni la letra ni el sendero de palabras pues, amigo, para la sed de saber, largo trago.
Retorna tanto como quieras que aquí me tendrás manando recuerdos.


domingo, 10 de junio de 2018

Estamos abatanados.



“Apartados en mitad de la noche y acuciados por la sed, caballero y escudero deciden buscar agua en los alrededores. Apenas se habían alejado un trecho y a tientas por entre el cerrado bosque, oyeron el estruendo de una corriente de agua despeñándose no lejos de allí. Se alegraron con la esperanza de, al fin, poder calmar la sed que los atormentaba, pero enseguida se detuvieron espantados por otro ruido aún mayor de un golpear rítmico de maderas y hierros.

Don Quijote decide subir sobre Rocinante y disponerse a hacer frente a aquella terrible aventura que se le ofrecía. Sancho, amedrentado, le ruega a su señor entre lágrimas que espere, a lo menos, la madrugada. Insiste don Quijote en que le apriete las cinchas a Rocinante y que se quede a esperar allí mismo, con la promesa del salario que a su favor había dejado en su testamento en el caso de que no volviera vivo, y pidiéndole, en tal caso, que fuera Sancho hasta el Toboso a dar cuenta de todo lo ocurrido a Dulcinea”.


Este es el inicio de la aventura de los batanes de “El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha” de Miguel de Cervantes Saavedra. Un libro que les recomiendo encarecidamente. En estos párrafos encontramos las características principales de un batán: corriente de agua, maderos, hierros y ruido.

Lo que no nos dice, porque era conocido por todos sus contemporáneos, era la finalidad de ese ingenio: servía para golpear mecánicamente los paños de lana a fin de desengrasarlos y conseguir de ellos un tejido más compacto. Antes eran trabajados manualmente: a pisotones. Ya lo hacían los romanos. El cambio al abatanado mecánico (siglos XII y XIII) fue progresivo pero es cierto que Alfonso X se ocupa en las Siete Partidas otorgando a los batanes el mismo tratamiento que a los ingenios molineros.

Entre los siglos XIV y XVI la extensa profusión de batanes y "molinos traperos" contribuirá al desarrollo de la importante, aunque dispersa, industria pañera castellana cuyo foco principal fue Segovia. Complementariamente, se instalaron en talleres y casas particulares telares para tejer los paños que luego se abatanaban aprovechando la energía de los ríos y arroyos.


Las Merindades formaron parte de este desarrollo industrial. Piensen que estaban entre los puertos del Cantábrico y el foco productivo que era Burgos durante los siglos XIV, XV y XVI. Encontramos batanes en lugares como la ciudad de Frías o la Jurisdicción de San Zadornil. En la segunda mitad del siglo XV consta un conflicto por la construcción de molinos y batanes privados en el lugar de Cueva, en Sotoscueva.

En algunos casos vemos que los batanes aprovechan las sinergias de trabajar con un molino harinero. Lo tenemos en San Millán con el molino y el batán "sitos do llaman la Pezurra" y los que "están sittos do dicen el ttérmino del Madero"; o los que están "do llaman Solahoz" en San Zadornil; y, por supuesto, los que forman el conglomerado existente sobre el río Molinar.

De hecho, Frías fue un importante núcleo productor y suministrador de sayales y derivados (bayetas, blanquetas, alforjas, estameñas, etc.) no sólo en los valles de Tobalina, La Bureba y Losa, sino también en partes de La Rioja y Vizcaya, principalmente Bilbao.

Tendremos ingenios hidráulicos pero no sobre el salvaje Ebro sino sobre el río Molinar que baja de los Montes Obarenes por Ranera y Tobera con un caudal regular e impetuoso. Por desgracia, la actividad textil decayó en el siglo XVII por la crisis económica interna y la competencia de los paños de Flandes favorecidos, no solo, por la plata americana. Los terratenientes exportaban los excelentes vellones de lana merina y demandaban paños de importación.

Batán de Aniezo

A mediados del siglo XVIII, según el Catastro de Ensenada, había hasta ocho batanes o pisones "en los términos de esta ciudad y río que viene y se llama de Ranera". Combinaba actividades artesanales y manufactureras sujetas aún a vínculos gremiales de carácter medieval, y que, técnicamente respondería al modelo económico conocido como “domestic system protoindustrial”.

Démonos cuenta que con tantos tejidos producidos en Frías allí existía una decena de sastres dedicados en exclusiva a su oficio. Con todo, los pelaires y tejedores abundaban dando personalidad a la economía manufacturera de la ciudad. De un total de 273 vecinos que había en 1752, setenta y dos eran peraires que "trataban la lana" desde los primeros lavados hasta la rueca, para lo cual debían previamente baquetearla con varas para que esponjara, desmotarla para quitar los elementos extraños y aceitarla para facilitar la soltura de los hilos que se obtenían luego con el cardado. Junto a estos oficiales, ejercían su actividad treinta y tres tejedores que se dedicaban a la confección de lienzos y tejidos en sus telares manuales.

Dos tercios de los citados pelaires, cuarenta y cinco para ser exactos, compartían "el trato de la lana" con otras actividades. Estos datos muestran la diversificación y la reducida dimensión de las explotaciones. Lo mismo sucedía con los tejedores que arrojaban, por su parte, proporciones y datos similares.

Batán de Mosquetín de Vimianzo

Así, de los 72 pelaires y 33 tejedores que se incluyen en el Catastro de Ensenada, se pasa a 84 hiladores de lana y 80 tejedores de sayales y lienzos a fines de siglo, aun cuando el número de batanes se redujera de ocho a seis, según el Interrogatorio del Censo de 1797.

Es más, a principios del siglo XIX se creó en Frías de la Fábrica Hospicio de Sayales financiada por la Casa del Ducado. La guerra de la independencia lo destruyó. A mediados del siglo XIX se apreciaron los primeros síntomas de decadencia definitiva del sector textil en Las Merindades, que culminará con la práctica desaparición de la industria batanera al contabilizarse en el Padrón Municipal de Frías de 1882 tan sólo seis pelaires y doce tejedores de lienzos.

¿Razones para esta desaparición? La incapacidad para acometer las transformaciones que imponía la revolución industrial –dejar la fuerza hidráulica y recurrir al vapor-; obstáculos jurídicos; las guerras carlistas…


Comentábamos más lugares: la Jurisdicción de San Zadornil. En esta zona, "sobre el arroio que vaja de Fuente Maior", era posible reconocer dos batanes en el lugar de San Millán y otro más en la villa de San Zadornil. Además consta la presencia de "un vatán para saial sobre el río Valmaestre" en Quisicedo en la Merindad de Sotoscueva, que en la fecha del Interrogatorio "estaba descompuesto". Pudo ser la causa una disputa entre herederos.

¿Herederos? Esto quiere decir propietarios, ¿no? Entonces, ¿Quiénes eran los poseedores de batanes? Solían ser particulares con condición de hidalguía o miembros del Estado llano. En Las Merindades no hay referencias de propiedad comunal y su explotación se llevara por riguroso turno entre los propietarios, y de acuerdo con la participación que tuvieran en el mismo, igual que en los molinos harineros. Hay pocas propiedades eclesiástica de batanes. Es el caso de uno de los ocho batanes de Frías, de uno de los dos radicados en San Millán de San Zadornil y el del batán de la villa de San Zadornil.

Los que estaban en manos de la Iglesia o la Aristocracia se cedían en arrendamiento a vecinos del pueblo que bien debían pagar anualmente la oportuna renta expresada, generalmente, en reales, o bien, entregar una cantidad del paño obtenido. En algún caso, si la explotación pertenecía a curas beneficiados, podían ejercerla ellos mismos siempre y cuando dispusieran de algún criado contratado al efecto.

Dibujos de máquina de abatanar de 1886

El resto de batanes identificados en el Catastro de Ensenada eran de particulares. Y solo uno de los de Frías era de un único propietario: el batán de Cristóbal de Manzano. En la Jurisdicción de San Zadornil, el segundo batán de San Millán era de Francisco Díaz Alonso.

Tras este inciso sobre los poseedores de batanes volvemos para una apostilla final sobre el tema del número de batanes existentes en Las Merindades. Recurriré a los topónimos que nos dejan sombras de otros posibles batanes. Tal es el caso del de Cigüenza donde uno de los dos molinos que están sobre el río Nela se encuentra "al sitio del batán", lo que induce a pensar en una reorientación de la actividad económica. Con todo, es llamativo que el Catastro de Ensenada no mencione la existencia de otras explotaciones dedicadas al bataneo de pieles, máxime cuando en lugares tan importantes como Medina de Pomar, con experiencia hidráulica solvente, se regentaban hasta trece tenerías.

Pero esta breve reseña tiene un aire triste y amargo y no todo fue así. Retornemos al siglo XVIII para ver los esfuerzos de ilustrados en nuestra tierra. La primera (1752) fue la fábrica de telas y cuerdas de cáñamo y lino para los bajeles reales en Berrueza. El promotor fue el armador cántabro Juan Fernández de Isla cuyo jefe de los empleados era Lope María de Porras, vecino de Espinosa de los Monteros. Se contrataron a cuarenta y un fabricantes de cordelajes, cuarenta y tres de telas y maestros de telares procedentes de Cataluña y Aragón. Pero –siempre hay un pero, bueno, dos- los costes salariales, que llegaban a triplicar los comúnmente pagados; y las Guerras napoleónicas la hundieron.


Hacia 1760 la Real Compañía Guipuzcoana de Caracas establece en Valdenoceda su fábrica de bayetas, mantas, barraganes, franelas, estameñas, sargas, sayales y otros géneros. Estuvo dotada con catorce telares corrientes y 84 empleados. Buscaba competir los géneros extranjeros en Venezuela y fomentar la producción española. La pérdida de los virreinatos americanos la borró de la memoria.

A estas experiencias habría que añadir el recuerdo o la existencia, no contrastada de un molino de papel en el siglo XIII que para Quintana Iturbe en “Historia de la ciudad de Frías” (Vitoria, 1887) constituiría, por tanto, una de las primeras fábrica papeleras de la Península ibérica.

Como en el caso de los molinos de harina, los bataneros no vivían exclusivamente del batán. La actividad era estacional como consecuencia de la falta de agua en verano. El trabajo lo podía hacer un solo obrero, y los miembros de la familia. Este trabajo dentro del hogar garantizaba la transmisión del oficio de generación en generación. El batanero colocaba los paños en la pila del batán para conseguir un bataneo uniforme. Calculaba la cantidad de paños adecuada; la remojaba durante todo el proceso; y atendía el artilugio a fin de que no se produjeran averías. Esta operación podía durar para cada remesa unas veinticuatro horas continuadas en verano y algo más en invierno, por estar más fría el agua.


A su término, los paños eran golpeados con una pala de madera sobre una losa de piedra cercana al batán para eliminar las arrugas causadas por el bataneo. Tras todo esto, se secaban antes de devolvérselos a los tejedores que los habían traído para enfurtir. Las piezas bataneadas sufrían una merma que oscilaba entre un cuarto y un quinto del volumen inicial entregado, dependiendo del tejido y la lana.


Bibliografía:

“Ingenios hidráulicos en Las Merindades de Burgos” Roberto Alonso Tajadura.


Anexos:




FUNCIONAMIENTO Y ESTRUCTURA DE LOS BATANES

Sebastián de Covarrubias en su “Thesoro de la lengua castellana, o española”, de 1611, define batán como "cierta máquina ordinaria de unos maídos de madera mui gruesos que mueve una rueda con el agua, y éstos golpean a vezes un pilón donde batanan los paños para que se limpien de azeite y se incorporen y tupan". Clarísimo.

Primero, como en un molino, se canalizaba el agua para que golpease la rueda vertical con fuerza. El golpeo del agua contra sus paletas la hacía girar y transmitir la rotación a su eje. Este se apoyaba en su otro extremo en un soporte o banco que facilitaba su rotación. El eje disponía de unas levas conectadas a unos mazos de madera, normalmente de roble, que basculaban hacía delante y hacia atrás para golpear los paños de la lana.

Estos "mazos de péndulo", instalados por parejas, estaban sujetos verticalmente al potro, una estructura o armazón de madera apoyada en cuatro patas fuertemente ancladas al suelo y que soportaban un bastidor superior del que pendían para su balanceo los mazos para lograr el bataneo. De la solidez y estabilidad de esta estructura dependía, en gran medida, la precisión y efectividad de los mazos.

Los paños de lana se colocaban sobre una bancada, a la distancia conveniente, para que recibieran, alternativamente, los impactos de los mazos del batán. Esta pila debía contar con un desagüe que aliviara el agua con que se remojaba la lana durante el proceso.



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