“Apartados
en mitad de la noche y acuciados por la sed, caballero y escudero deciden
buscar agua en los alrededores. Apenas se habían alejado un trecho y a tientas
por entre el cerrado bosque, oyeron el estruendo de una corriente de agua
despeñándose no lejos de allí. Se alegraron con la esperanza de, al fin, poder
calmar la sed que los atormentaba, pero enseguida se detuvieron espantados por
otro ruido aún mayor de un golpear rítmico de maderas y hierros.
Don
Quijote decide subir sobre Rocinante y disponerse a hacer frente a aquella
terrible aventura que se le ofrecía. Sancho, amedrentado, le ruega a su señor
entre lágrimas que espere, a lo menos, la madrugada. Insiste don Quijote en que
le apriete las cinchas a Rocinante y que se quede a esperar allí mismo, con la
promesa del salario que a su favor había dejado en su testamento en el caso de
que no volviera vivo, y pidiéndole, en tal caso, que fuera Sancho hasta el
Toboso a dar cuenta de todo lo ocurrido a Dulcinea”.
Este es el inicio de la aventura de los batanes
de “El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha” de Miguel de Cervantes
Saavedra. Un libro que les recomiendo encarecidamente. En estos párrafos
encontramos las características principales de un batán: corriente de agua,
maderos, hierros y ruido.
Lo que no nos dice, porque era conocido por
todos sus contemporáneos, era la finalidad de ese ingenio: servía para golpear
mecánicamente los paños de lana a fin de desengrasarlos y conseguir de ellos un
tejido más compacto. Antes eran trabajados manualmente: a pisotones. Ya lo hacían
los romanos. El cambio al abatanado mecánico (siglos XII y XIII) fue progresivo
pero es cierto que Alfonso X se ocupa en las Siete Partidas otorgando a los
batanes el mismo tratamiento que a los ingenios molineros.
Entre los siglos XIV y XVI la extensa profusión
de batanes y "molinos traperos" contribuirá al desarrollo de la
importante, aunque dispersa, industria pañera castellana cuyo foco principal fue
Segovia. Complementariamente, se instalaron en talleres y casas particulares telares
para tejer los paños que luego se abatanaban aprovechando la energía de los
ríos y arroyos.
Las Merindades formaron parte de este desarrollo
industrial. Piensen que estaban entre los puertos del Cantábrico y el foco
productivo que era Burgos durante los siglos XIV, XV y XVI. Encontramos batanes
en lugares como la ciudad de Frías o la Jurisdicción de San Zadornil. En la
segunda mitad del siglo XV consta un conflicto por la construcción de molinos y
batanes privados en el lugar de Cueva, en Sotoscueva.
En algunos casos vemos que los batanes aprovechan
las sinergias de trabajar con un molino harinero. Lo tenemos en San Millán con
el molino y el batán "sitos do
llaman la Pezurra" y los que "están
sittos do dicen el ttérmino del Madero"; o los que están "do llaman Solahoz" en San
Zadornil; y, por supuesto, los que forman el conglomerado existente sobre el
río Molinar.
De hecho, Frías fue un importante núcleo
productor y suministrador de sayales y derivados (bayetas, blanquetas,
alforjas, estameñas, etc.) no sólo en los valles de Tobalina, La Bureba y Losa,
sino también en partes de La Rioja y Vizcaya, principalmente Bilbao.
Tendremos ingenios hidráulicos pero no sobre el salvaje
Ebro sino sobre el río Molinar que baja de los Montes Obarenes por Ranera y
Tobera con un caudal regular e impetuoso. Por desgracia, la actividad textil
decayó en el siglo XVII por la crisis económica interna y la competencia de los
paños de Flandes favorecidos, no solo, por la plata americana. Los
terratenientes exportaban los excelentes vellones de lana merina y demandaban
paños de importación.
Batán de Aniezo |
A mediados del siglo XVIII, según el Catastro de
Ensenada, había hasta ocho batanes o pisones "en los términos de esta ciudad y río que viene y se llama de
Ranera". Combinaba actividades artesanales y manufactureras sujetas
aún a vínculos gremiales de carácter medieval, y que, técnicamente respondería
al modelo económico conocido como “domestic system protoindustrial”.
Démonos cuenta que con tantos tejidos producidos
en Frías allí existía una decena de sastres dedicados en exclusiva a su oficio.
Con todo, los pelaires y tejedores abundaban dando personalidad a la economía
manufacturera de la ciudad. De un total de 273 vecinos que había en 1752, setenta
y dos eran peraires que "trataban la lana" desde los primeros lavados
hasta la rueca, para lo cual debían previamente baquetearla con varas para que
esponjara, desmotarla para quitar los elementos extraños y aceitarla para facilitar
la soltura de los hilos que se obtenían luego con el cardado. Junto a estos
oficiales, ejercían su actividad treinta y tres tejedores que se dedicaban a la
confección de lienzos y tejidos en sus telares manuales.
Dos tercios de los citados pelaires, cuarenta y
cinco para ser exactos, compartían "el trato de la lana" con otras
actividades. Estos datos muestran la diversificación y la reducida dimensión de
las explotaciones. Lo mismo sucedía con los tejedores que arrojaban, por su
parte, proporciones y datos similares.
Batán de Mosquetín de Vimianzo |
Así, de los 72 pelaires y 33 tejedores que se
incluyen en el Catastro de Ensenada, se pasa a 84 hiladores de lana y 80
tejedores de sayales y lienzos a fines de siglo, aun cuando el número de
batanes se redujera de ocho a seis, según el Interrogatorio del Censo de 1797.
Es más, a principios del siglo XIX se creó en
Frías de la Fábrica Hospicio de Sayales financiada por la Casa del Ducado. La
guerra de la independencia lo destruyó. A mediados del siglo XIX se apreciaron
los primeros síntomas de decadencia definitiva del sector textil en Las
Merindades, que culminará con la práctica desaparición de la industria batanera
al contabilizarse en el Padrón Municipal de Frías de 1882 tan sólo seis
pelaires y doce tejedores de lienzos.
¿Razones para esta desaparición? La incapacidad para
acometer las transformaciones que imponía la revolución industrial –dejar la
fuerza hidráulica y recurrir al vapor-; obstáculos jurídicos; las guerras
carlistas…
Comentábamos más lugares: la Jurisdicción de San
Zadornil. En esta zona, "sobre el
arroio que vaja de Fuente Maior", era posible reconocer dos batanes en
el lugar de San Millán y otro más en la villa de San Zadornil. Además consta la
presencia de "un vatán para saial
sobre el río Valmaestre" en Quisicedo en la Merindad de Sotoscueva,
que en la fecha del Interrogatorio "estaba
descompuesto". Pudo ser la causa una disputa entre herederos.
¿Herederos? Esto quiere decir propietarios, ¿no?
Entonces, ¿Quiénes eran los poseedores de batanes? Solían ser particulares con condición
de hidalguía o miembros del Estado llano. En Las Merindades no hay referencias de
propiedad comunal y su explotación se llevara por riguroso turno entre los
propietarios, y de acuerdo con la participación que tuvieran en el mismo, igual
que en los molinos harineros. Hay pocas propiedades eclesiástica de batanes. Es
el caso de uno de los ocho batanes de Frías, de uno de los dos radicados en San
Millán de San Zadornil y el del batán de la villa de San Zadornil.
Los que estaban en manos de la Iglesia o la
Aristocracia se cedían en arrendamiento a vecinos del pueblo que bien debían
pagar anualmente la oportuna renta expresada, generalmente, en reales, o bien,
entregar una cantidad del paño obtenido. En algún caso, si la explotación
pertenecía a curas beneficiados, podían ejercerla ellos mismos siempre y cuando
dispusieran de algún criado contratado al efecto.
Dibujos de máquina de abatanar de 1886 |
El resto de batanes identificados en el Catastro
de Ensenada eran de particulares. Y solo uno de los de Frías era de un único
propietario: el batán de Cristóbal de Manzano. En la Jurisdicción de San
Zadornil, el segundo batán de San Millán era de Francisco Díaz Alonso.
Tras este inciso sobre los poseedores de batanes
volvemos para una apostilla final sobre el tema del número de batanes
existentes en Las Merindades. Recurriré a los topónimos que nos dejan sombras
de otros posibles batanes. Tal es el caso del de Cigüenza donde uno de los dos
molinos que están sobre el río Nela se encuentra "al sitio del
batán", lo que induce a pensar en una reorientación de la actividad
económica. Con todo, es llamativo que el Catastro de Ensenada no mencione la
existencia de otras explotaciones dedicadas al bataneo de pieles, máxime cuando
en lugares tan importantes como Medina de Pomar, con experiencia hidráulica
solvente, se regentaban hasta trece tenerías.
Pero esta breve reseña tiene un aire triste y
amargo y no todo fue así. Retornemos al siglo XVIII para ver los esfuerzos de ilustrados
en nuestra tierra. La primera (1752) fue la fábrica de telas y cuerdas de
cáñamo y lino para los bajeles reales en Berrueza. El promotor fue el armador
cántabro Juan Fernández de Isla cuyo jefe de los empleados era Lope María de
Porras, vecino de Espinosa de los Monteros. Se contrataron a cuarenta y un
fabricantes de cordelajes, cuarenta y tres de telas y maestros de telares procedentes
de Cataluña y Aragón. Pero –siempre hay un pero, bueno, dos- los costes
salariales, que llegaban a triplicar los comúnmente pagados; y las Guerras
napoleónicas la hundieron.
Hacia 1760 la Real Compañía Guipuzcoana de
Caracas establece en Valdenoceda su fábrica de bayetas, mantas, barraganes,
franelas, estameñas, sargas, sayales y otros géneros. Estuvo dotada con catorce
telares corrientes y 84 empleados. Buscaba competir los géneros extranjeros en Venezuela
y fomentar la producción española. La pérdida de los virreinatos americanos la
borró de la memoria.
A estas experiencias habría que añadir el
recuerdo o la existencia, no contrastada de un molino de papel en el siglo XIII
que para Quintana Iturbe en “Historia de la ciudad de Frías” (Vitoria, 1887)
constituiría, por tanto, una de las primeras fábrica papeleras de la Península
ibérica.
Como en el caso de los molinos de harina, los
bataneros no vivían exclusivamente del batán. La actividad era estacional como
consecuencia de la falta de agua en verano. El trabajo lo podía hacer un solo
obrero, y los miembros de la familia. Este trabajo dentro del hogar garantizaba
la transmisión del oficio de generación en generación. El batanero colocaba los
paños en la pila del batán para conseguir un bataneo uniforme. Calculaba la
cantidad de paños adecuada; la remojaba durante todo el proceso; y atendía el
artilugio a fin de que no se produjeran averías. Esta operación podía durar
para cada remesa unas veinticuatro horas continuadas en verano y algo más en
invierno, por estar más fría el agua.
A su término, los paños eran golpeados con una
pala de madera sobre una losa de piedra cercana al batán para eliminar las arrugas
causadas por el bataneo. Tras todo esto, se secaban antes de devolvérselos a los
tejedores que los habían traído para enfurtir. Las piezas bataneadas sufrían
una merma que oscilaba entre un cuarto y un quinto del volumen inicial
entregado, dependiendo del tejido y la lana.
Bibliografía:
“Ingenios hidráulicos en Las Merindades de
Burgos” Roberto Alonso Tajadura.
Anexos:
FUNCIONAMIENTO
Y ESTRUCTURA DE LOS BATANES
Sebastián de Covarrubias en su “Thesoro de la
lengua castellana, o española”, de 1611, define batán como "cierta máquina ordinaria de unos maídos de madera mui gruesos que
mueve una rueda con el agua, y éstos golpean a vezes un pilón donde batanan los
paños para que se limpien de azeite y se incorporen y tupan".
Clarísimo.
Primero, como en un molino, se canalizaba el
agua para que golpease la rueda vertical con fuerza. El golpeo del agua contra sus
paletas la hacía girar y transmitir la rotación a su eje. Este se apoyaba en su
otro extremo en un soporte o banco que facilitaba su rotación. El eje disponía de
unas levas conectadas a unos mazos de madera, normalmente de roble, que
basculaban hacía delante y hacia atrás para golpear los paños de la lana.
Estos "mazos de péndulo", instalados por
parejas, estaban sujetos verticalmente al potro, una estructura o armazón de madera
apoyada en cuatro patas fuertemente ancladas al suelo y que soportaban un
bastidor superior del que pendían para su balanceo los mazos para lograr el
bataneo. De la solidez y estabilidad de esta estructura dependía, en gran
medida, la precisión y efectividad de los mazos.
Los paños de lana se colocaban sobre una bancada,
a la distancia conveniente, para que recibieran, alternativamente, los impactos
de los mazos del batán. Esta pila debía contar con un desagüe que aliviara el
agua con que se remojaba la lana durante el proceso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Por favor, tenga usted buena educación. Los comentarios irrespetuosos o insultantes serán eliminados.