Dejábamos a Almazor saqueando Barcelona. Bien.
Vale. No es nuestro tema, ni antes ni ahora. Nos interesa más lo que ocurre en
León. Al fin y al cabo es “nuestro reino”. Está ocupado, sometido al enemigo
cordobés y desgarrado por las luchas internas. Lo tiene todo, ¿verdad? Pues
faltaba un ataque de Almanzor. Será en el año 987. Recordemos que Bermudo II
quiere acabar definitivamente con Ramiro III. Para ello pedirá ayuda a Almanzor
que termina sometiendo León y colocando tropas (para fortalecer la posición de
su rey) en el corazón del reino cristiano. Hoy diríamos que instaló una base
militar de “apoyo a un aliado”.
Bermudo II, rey de León |
Los “aliados” bereberes actuarán como un ejército
de ocupación, es decir, saqueando. Esto daba más alegría a una situación ya
caótica. Bermudo II indicó a Almanzor que su ayuda no era ya necesaria y que
ordenase el retorno de las tropas. Ni caso. Bermudo II no podía más: las
expulsó a punta de lanza. ¡¿Para qué más?! Almanzor se ofendió y desató a los
cuatro jinetes del apocalipsis sobre León. Empezó por el occidente del reino,
por Coimbra. Aniquilan la guarnición del conde Gonzalo Muñoz, ocupa la
población y la destroza. Permaneció siete a años deshabitada y, por supuesto,
en manos moras. Después, Almanzor, enfila León, la ciudad se entiende. Para ese
ataque contará con el apoyo de… ¡los propios condes leoneses!
Debió ser una variación del conocido “plata o
plomo” pero con unas gentes –cual políticos españoles del PP, del PSOE-PSC o
nacionalistas de hoy- acostumbrados a corromperse. En Galicia, Gonzalo Menéndez
rompió su compromiso con el rey de León y se sometió a Almanzor; en Saldaña,
los Banu Gómez se pasaron al ejército invasor y ofrecieron sus servicios como
oficiales y guías en la campaña contra el reino; García Bermúdez, conde de
Luna, e incluso los Ansúrez, todos abandonaron al rey que ellos mismos habían colocado
y se sometían ahora al caudillo de Córdoba.
Castillo de Burgos |
Menos mal que nos queda Castilla. García Fernández,
su conde sigue obsesionado con la idea de construir una coalición cristiana. Se
ha casado con una condesa de Ribagorza; sus hermanas han desposado, una, al rey
de Pamplona, y otra, al conde de Saldaña; de las hijas de García, una se casará
con un conde de Pallars y otra con el mismísimo rey Bermudo II de León...
García acude con sus tropas a orillas del Cea para defender la capital del
reino. Ninguna hueste más les acompaña. Frente a León descubre de qué pasta
está hecho Bermudo II: ha huido hacia Galicia. Los castellanos quieren
presentar batalla, pero todo está perdido y después de tres días de
resistencia, León cae.
Almanzor ordena demolerla por entero. ¿Tan poderoso
era? Sí y no. La puntilla fue la colaboración de las familias leonesas.
Aclaremos que una expedición tan al norte creaba problemas logísticos que
ningún ejército de la época podía resolver sin apoyo local. La nobleza leonesa
ofreció puntos de acampada, caminos francos y zonas libres para el saqueo. El
traidor conde de Saldaña, Gómez Díaz, empieza a atribuirse el título de “imperante
in Legione”, el que manda en León. Gracias a Almanzor. ¿Y Bermudo II? Este
estaba escondido en Lugo.
Era rey de nombre porque la mayor parte de su reino
estaba en manos moras o condales. Aquellas ciudades que veinte años antes
fueron los centros neurálgicos del reino, desde Coímbra hasta Sepúlveda pasando
por Simancas, Zamora o la misma León, habían sido demolidas; la repoblación al
sur del Duero, desmantelada; los condes ya no obedecían al rey sino a Almanzor.
Parece que era el momento de que el caudillo moro pensase
en el futuro de su familia. Su objetivo será transmitir a sus hijos el poder
usurpado. Crear la dinastía amirí. Pero eso no formaba parte de los usos del
califato. Vale, el califa Hisham está recluido en su palacio y el poder
auténtico lo tiene el hayib Abu Amir. Había una anormal separación entre el
poder político y el religioso. Y lo que ahora se proponía nuestro hombre era
oficializar eso. Fundará una monarquía islámica. El califa seguiría siendo
califa, pero Almanzor sería rey y sus hijos heredarían el trono.
Cortesía de "Consuegra Medieval" |
Las figuras relevantes que hubieran podido
bloquearle estaban eliminadas y él, hábilmente, había emplazado contingentes de
guerreros bereberes en los puntos estratégicos del califato. A la tribu
Sanhadja la instala en Granada, a los Maghrawa los sitúa en las montañas de
Córdoba, a los Banu Birzal y a los Banu Ifran los coloca en Jaén. Estos pueblos
bereberes actúan en sus nuevos dominios como un ejército de ocupación;
despóticos, no tardan en ganarse el odio de la población local. Pero eso
entraba en la estrategia de Almanzor: por un lado, privaba a estas tribus
guerreras de apoyo popular; al mismo tiempo, inclinaba a las gentes a pensar
que sólo en Almanzor podían encontrar justicia. Es un régimen de terror
populista.
Por ejemplo, en 990, cuando una tremenda hambruna
azotó Al-Ándalus, el dictador ordenó fabricar todos los días, desde el
principio hasta que terminó, 22.000 panes que eran repartidos diariamente entre
los pobres, con lo que los necesitados vieron remediada su situación.
En 991, cuando su hijo Abd al-Malik alcanza la
mayoría de edad, le traspasa el título de hayib, es decir, primer ministro del
califato. Almanzor, por su parte, se investirá de los títulos de “señor”
(sayyid) y “rey generoso” (malik karim).Y al mismo tiempo ordena que en todos
los documentos de la cancillería aparezca su sello, y no el del califa. ¿Así de
fácil? No. Se opuso alguien inesperado: su hijo Abdalá.
Cortesía de Justo Jiménez. |
Expliquemos el drama: tenemos tres protagonistas
llamados Abdalá ben Amir, el hijo que vive en Zaragoza; Abdalá ben Abdelaziz, un
omeya -conocido como Piedra Seca- que es gobernador de Toledo; y Abderramán ben
Mutarrif, gobernador de Zaragoza. Hacia 989 se ponen a conspirar. Abdalá, el
hijo zaragozano de Almanzor, no heredaba los títulos que había obtenido Abd
al-Malik. Terreno fértil para adherirse a la conjura del omeya Piedra Seca que
representaba la vieja legitimidad. Es posible que Subh, Aurora, la madre del
califa participase de alguna manera en el asunto. Y, claro, como no podía ser
de otra manera, Almanzor descubrió el complot. Para que veamos que un hombre
tan ocupado tenía tiempo para informarse sobre las andanzas de la familia.
Y estaba ocupado porque en este 989, en julio,
atacó las posiciones castellanas en las tierras sorianas. Puso sitio a Gormaz
pero fue rechazado por los defensores castellanos. En esta batalla murió el
obispo de Valpuesta, Nuño Vela. Los moros, entonces, enfilan hacia Osma. En
agosto de ese 989 cae la ciudad; en octubre cae Alcoba de la Torre. Toda la
comarca es saqueada, pero Almanzor tiene que levantar el campo. El invierno se
acerca y ningún ejército de la época puede afrontar los fríos sorianos a campo
abierto.
Será en este momento, la llegada de los fríos,
cuando Abdalá, el hijo, huyó. ¿Adónde? A Castilla. Allí el conde García
Fernández le recibió con los brazos abiertos. Una baza estupenda, pensaría. También
huyó Piedra Seca, el omeya, que se refugió en la corte leonesa de Bermudo II. El
tercer peón, el gobernador de Zaragoza Abderramán ben Mutarrif, fue apresado
por su propio hijo Samaya y decapitado. Cría cuervos… ¿Y Aurora? ¿Estaba
implicada en la conjura? Nunca lo sabremos.
Conde García Fernández |
Sabemos que Aurora, Subh, buscó quedarse con el Tesoro
del Estado. Si tenía éxito dejaría sin recursos a Almanzor. ¿Acaso el dinero
del califato no se recaudaba en nombre del califa? Pues al califa -pensó
Aurora- debía pertenecer. El dictador lo supo. Convocó a los visires y les hizo
firmar una orden extraordinaria que trasladaba el tesoro a la ciudad-palacio de
Madinat al-Zahira.
Sofocada esta otra “traicioncita” Almanzor retoma
el control del califato. Abd al-Malik, el hijo preferido de Almanzor, es
enviado a África a aplastar una revuelta bereber. Y él corre a Castilla para
recuperar a su hijo traidor, Abdalá y a Léon a por Piedra Seca.
García está contento con su invitado. La cuestión
es saber por qué se refugió en este condado y no en el reino de León. Quizá fue
porque este estaba en una guerra interna, quizá porque García le pilló más
cerca en su huida… quizá porque Castilla no se doblegaba ante su padre y era un
territorio militarmente más eficiente.
Cortesía de Justo Jiménez |
El dictador de Córdoba lanza otra ofensiva sobre
las líneas castellanas. Pero estas resisten. Tras varias semanas de asedios
Almanzor negociará: o Castilla le devuelve a Abdalá o lanzará un ataque masivo
contra todas las poblaciones y campos de Castilla. Es un punto de inicio de
negociación. Brusco, sí, pero una oferta. García Fernández responde: entregará
a Abdalá si Almanzor se compromete a respetar la vida de su hijo. Almanzor
accede. ¡Sorprendente! La entrega será el 8 de septiembre. Abdalá es
inmediatamente decapitado por orden de su padre. ¡Esto sí entra dentro de la
lógica con Almanzor!
Y se mantiene la paz con Castilla. Gracias a esa
paz el rey Bermudo pudo abandonar Galicia, volver a León e incluso casarse con
una hija de García Fernández. Claro que paz no significa no intrigar, no
corromper, contra el conde castellano. Conocemos muy poco sobre esos
movimientos pero debemos tener claro que la codicia y el rencor siempre son buenos
lubricantes para la traición.
Muchos en Castilla prefieren pactar con el moro y
acabar con la guerra perpetua. Entre ellos, el propio hijo de García, Sancho
que veía que se quedaba sin posesiones. Castilla había perdido a manos de
Almanzor buena parte de su extensión pero nada más. No había sumisión como en
los demás casos. Era debido a la voluntad de García Fernández; la orografía de
su tierra y una bien defendida cadena de puntos fuertes guardados por sus
montaraces castellanos.
Medina Alzahira |
Aparece aquí un episodio crucial: la traición de
los infanzones de Espeja. La villa de Espeja está en Soria, cerca de la raya de
Burgos; en la época era un alfoz de Clunia (Coruña del Conde). ¿Y quiénes eran
los infanzones? Recordemos: campesinos con medios suficientes para pagarse un
caballo y unas armas, y que, por ello, gozaban de una autonomía personal muy
notable. Estos, concretamente, prestaban servicio de anubda (vigilancia
fronteriza) en Gormaz y Osma. Es el año 993. La frontera castellana sufre un
nuevo ataque sarraceno. Las huestes de Almanzor se apoderan de Gormaz y Osma.
Un infanzón de Espeja, Añaía Díaz, roba tres caballos y un esclavo y huye a
tierra de moros. Otros dos infanzones, Abolmondar Obecuz y Abolmondar Flaínez,
se enfrentan por un pleito. El conde ha de enviar a un merino para que ponga
orden. De momento, y ante la presión militar mora, los dos infanzones deben
acudir a reforzar las posiciones de frontera en Carazo y Peñafiel, pero no van;
ni ellos ni, por lo que sabemos, ningún otro infanzón del mismo lugar.
Es inevitable pensar que sus voluntades habían sido
corrompidas por el oro de Almanzor. Cuando llega el año 994, los sarracenos toman
Clunia, que deja el camino abierto hacia el interior de Burgos. El frente
castellano se está hundiendo. En esa circunstancia, el propio hijo del conde
García, Sancho, se vuelve contra su padre.
Y detrás esta Almanzor. ¿Por qué? Porque unos años
atrás, en 992, Sancho había acudido a Córdoba para ponerse a la órdenes de Abu
Amir. Buscaba la tranquila sumisión que creían tener los demás territorios de
Iberia. Si García quería libertad, su hijo Sancho quería seguridad. Pero todo
no es un gran problema para García. Tiene fuerza suficiente para acudir a
Espeja, sancionar a los infanzones, restablecer la defensa fronteriza y
contraatacar. Cruza el Duero y ataca Medinaceli, obligando a los moros a
desplazar de nuevo tropas hacia su retaguardia.
Alcozar (Soria) |
El movimiento consigue aliviar la presión sobre el
interior del condado. Pero la defensa se sujeta sobre dos plazas fuertes: Langa
y Peñaranda. Y nos vamos a mayo de 995 cuando García Fernández morirá. ¿Cómo
ocurrió? Los documentos cristianos hablan de una batalla cerca de Alcozar, en
el sitio de Peña Sillada. Las fuentes moras no transmiten una batalla
propiamente dicha, sino más bien un encuentro fronterizo puramente casual. Sea
como fuere, el hecho es que García, al frente de una hueste, combate contra una
tropa sarracena. En la refriega, García sufre un golpe en la cabeza, al
parecer, con una lanza. El conde cae a tierra. La hueste cristiana se dispersa.
Los musulmanes apresan al conde malherido.
Almanzor ordenó que fuera trasladado de inmediato a
Córdoba. Pero la herida de García Fernández era demasiado seria: cuatro días
después expiraba. El dictador de Córdoba fue generoso: entregó el cuerpo de
García a los cristianos cordobeses, que le dieron sepultura en la iglesia de
los Tres Santos. Más tarde será trasladado a San Pedro de Cardeña, como el
propio García dispuso en vida. Al frente del condado de Castilla quedará Sancho
que pactará con Córdoba, tal y como había deseado siempre. Vendrán años de paz
en la frontera, pero será paz a cambio de sumisión. Y la furia de Almanzor
seguirá sacudiendo las tierras cristianas.
Como el fácil saqueo de Santiago de Compostela en
el 997. Podríamos decir que la caída de la pieza castellana facilitó a Almanzor
la toma y destrucción de la ciudad del Apóstol.
Bibliografía:
“Moros y Cristianos”. José Javier Esparza.
“Historia de Castilla. De Atapuerca a Fuensaldaña”.
Juan José García González.
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