Que no te asusten ni la letra ni el sendero de palabras pues, amigo, para la sed de saber, largo trago.
Retorna tanto como quieras que aquí me tendrás manando recuerdos.


domingo, 13 de septiembre de 2020

Sagrajas, inflexión para Alfonso VI de León.



Dejábamos la historia en el lecho de muerte –por llamarlo de alguna manera- de Sancho II de Castilla. La infanta Urraca ha ganado y ve como los castellanos se retiran con el cadáver de su rey para sepultarlo en Oña, aquí mismo. De Zamora también se aleja un mensajero a Toledo para informar a Alfonso. Durante sus ocho meses de exilio toledano, Alfonso y su alférez, Pedro Ansúrez, habían trabado una intensa relación con su huésped y tributario, el rey al-Mamún. Y sellaron un compromiso vitalicio de ayuda y protección tanto para al-Mamún como para su primogénito.


En Zamora numerosos nobles y magnates de León, Galicia, Portugal y Castilla aguardaban a Alfonso. Entre los castellanos estaba el conde de Lara, Gonzalo Salvadórez, dueño y señor de La Bureba, llamado “cuatro manos” por su habilidad guerrera. Nadie iba a levantar la espada contra el rey pero, como en la política contemporánea, habría gestos y cesiones. Asumamos que flotaba una cierta animadversión de los castellanos hacia los leoneses. El rey jurara no haber tomado parte en la traición que costó la vida a su hermano. ¿Importaba el trámite? Sí, y mucho porque, si Alfonso hubiera incurrido en felonía, esa falta le inhabilitaría para ser rey. Otra pregunta: ¿eran creíbles los juramentos? Recordemos esa frase de Enrique de Borbón –“París bien vale una misa”- como referencia a jurar por jurar para obtener un beneficio. Claro que estamos unos cuatrocientos años antes y, en la edad media, el juramento era algo de importancia extraordinaria, con valor legal. Era una vieja costumbre germánica que esa España cristiana conservaba intacta. ¡Incluso había iglesias juraderas! Lugares reservados para hacer juramentos.

Evidentemente hablamos de la famosa jura de Santa Gadea donde Rodrigo Díaz de Vivar, el Campeador, como alférez de Castilla, tomó juramento a Alfonso VI. Tenemos la imagen de Charlton Heston obligando a jurar al rey por la fuerza y generándose un odio real para toda la película. Digo, la vida. Pero, de haber sido, difícilmente hubiera transcurrido de esa forma, y en ese lugar, por mucho que diga el cronista que “Alfonso, humillado, experimentó tal sensación de ira que le cambió el color de la piel”. ¿Cierto o falso? El poema épico del Mío Cid lo relata así pero puede ser una mera reconstrucción literaria muy posterior.

Jura de Santa Gadea según "El Cid" Charlton Heston y
John Fraser (Alfonso VI). Es en el patio de un castillo
(Cortesía de Playmoguardian)


¿Por qué se niega la historicidad del hecho? Porque el Poema nos dice que Rodrigo Díaz de Vivar fue desterrado a causa de la jura, pero nos consta que en aquel momento no hubo tal destierro. Ahora bien, el hecho de que Rodrigo no fuera desterrado en aquel momento no significa que no hubiera jura. Es perfectamente posible, por tanto, que Alfonso se viera sometido al trance del juramento para recuperar la corona. Menéndez Pidal y Luis Suárez consideran verosímil la jura de Santa Gadea. Y, por su parte, tampoco hay nada que descarte la mala relación entre el rey Alfonso VI y Rodrigo que podría tener una vertiente de enemistar política al representar el de Vivar la corriente contraria a Alfonso y a los leoneses.

Rodrigo perdió el rango de alférez del rey, que recayó en el conde de Carrión Pedro Ansúrez pues este caballero había sido siempre el alférez de Alfonso. Más aún, el de Vivar fue favorecido por el rey con un buen matrimonio, bien por él o por congraciarse con los sanchistas castellanos. Ella era la dama asturiana Jimena Díaz, emparentada con la casa real. Y, para rematar el asunto, el rey otorgó al caballero castellano cometidos de alta responsabilidad, como cobrar las parias del reino taifa de Sevilla. Ni rastro de un destierro por la arrogancia de obligar a jurar a un rey.

También el rey de Galicia -García, ¿lo recuerdan?- estaba calentando por la banda porque esperaba recuperar su corona. Enterado de lo de Zamora cabalgó a León buscando convencer a Alfonso para recuperar su reino o, al menos, la parte que Sancho le había arrebatado. García no acertaba…


En un primer momento Alfonso VI pensó en ir a su encuentro, suprimirle en el campo de batalla y poner así fin al problema. Pero la infanta Urraca -que ya figura en varios documentos como reina- y el alférez Pedro Ansúrez, por evitar un nuevo fratricidio, aconsejaron una solución menos expeditiva. ¿Cuál? Encerrarlo de por vida. Algo así como un precedente del “Hombre de la máscara de hierro” de Alejandro Dumas. Así Alfonso citó a García y lo apresó. Era febrero de 1073. García fue recluido en el castillo de Luna, en Burgos, de donde nunca más saldría hasta el día de su muerte, el 22 de marzo de 1090, diecisiete años después. En este caso no aparecieron los tres mosqueteros para liberar al prisionero.

Alfonso VI se convirtió, definitivamente, en único rey de todos los territorios reconquistados por el impulso de la vieja monarquía asturiana. Asturias y León, Galicia y Portugal, Castilla y sus prolongaciones hacia Álava y La Rioja... Y conservaba una preponderancia indiscutible sobre las taifas musulmanas.

Mejor aún, en el año 1076 será eliminado del tablero otro de los sanchos: Sancho IV de Navarra. El reino había quedado encajonado entre en nuevo León, el creciente Aragón y las taifas cercanas. A partir de un determinado momento Sancho IV se enemista con Sancho Ramírez de Aragón, al que amenaza con ocupar las tierras repobladas en el norte de Huesca. ¿Por qué hizo eso el de Pamplona? Porque quería asegurarse el cobro de las parias de Zaragoza, cuyo rey moro estaba en guerra con Aragón. Por el mismo motivo, el rey de Navarra obligó a una enojosa inactividad a la nobleza guerrera del reino, que tenía vetado atacar al moro.

Y, como si fuese el precursor del dirigente comisionista que se enriquece Sancho IV se forraba el riñón con dinero contante y sonante, ganado, reservas de vinos, pieles, armaduras, lujosas monturas... ¡Y no repartía! Ciertamente, a este Sancho le perdió la codicia. Y, seguramente, la envidia y avaricia de los suyos.

Cortesía de "España Fascinante"

Hay constancia documental de que las tensiones entre Sancho y los nobles navarros alcanzaron extremos “poco saludables”. Reiteradas veces fue necesario renovar los juramentos y los compromisos, pero Sancho los interpretaba siempre a su favor buscando sacar la mayor tajada. La arbitrariedad del rey concitó odios sin fin: en la mentalidad de la época, un rey injusto, dado al vicio y al perjurio, perdía cualquier legitimidad.

El caldo estaba hirviendo y dentro se removían los ocho hermanos legítimos del rey y los dos bastardos. Vale, seis eran mujeres y no cuentan en la sucesión… pero sí en las intrigas en la corte. Los hermanos varones tenían señoríos productivos. -¿Y eso ha frenado la ambición?- Todo esto nos dibuja la situación en el barranco de Peñalén donde el rey Sancho IV se detiene a descansar y... cae por el barranco. Ayudado.

Sancho IV de Navarra

Todas las crónicas apuntan a Ramón de Navarra, sexto hijo legítimo de García Sánchez, y señor de Murillo y Agoncillo. Junto a él se cita siempre a una hermana: Ermesenda, casada con Fortún Sánchez, señor de Yarnoz y de Yéqueda. Sancho IV estaba casado con Placencia de Normandía y tenía dos hijos, pero eran de muy corta edad y no iban a heredar. Pero tampoco los hermanos del rey que habían quedado estigmatizados por el regicidio.

¿Entonces? Los nobles se dividieron en partidarios de Castilla y Alfonso VI de León y partidarios de Aragón. Estos reinos se repartirán Navarra. El rey de León persigue los mismos objetivos que venían buscando los castellanos desde treinta años atrás: Álava, Vizcaya y La Rioja, en torno al poderoso centro monástico de San Millán de la Cogolla. La zona segregada por el lejano testamento de Sancho el Mayor. Y Aragón estaba por el acuerdo.

Reino de Navarra con Sancho Garcés

Así, Navarra reconocía la hegemonía castellana sobre Álava, Vizcaya, parte de Guipúzcoa y La Rioja. Sancho de Aragón prestaba vasallaje a Alfonso, pero sólo en tanto que rey de Pamplona –que se la había quedado-, no como rey de Aragón. Y por otro lado el aragonés se garantizaba una salida al mar Cantábrico entre San Sebastián y Hernani. Desde el punto de vista territorial, la mayor ganancia era para el Reino de León, con aquella Castilla ampliada. Pero desde el punto de vista político, quien asumía la corona navarra era el monarca de Aragón.

Durante su reinado, Alfonso VI, reorganizó internamente sus reinos de tal forma que fomentó la seguridad en el Camino de Santiago; atrajo monjes de Cluny e impulsó la reforma cluniacense en sus monasterios; acogió nobles extranjeros como Raimundo de Borgoña y Enrique de Lorena que casarían con sus hijas Urraca y Teresa; introdujo la liturgia romana; y pasó de la letra visigoda a la carolingia.

Y, mientras, los moros luchaban para que sus taifas sobrevivieran al chantaje cristiano. Los reyezuelos más poderosos están conquistando las taifas menores y acumulando fuerzas para negarse al pago de las parias. El rey de Badajoz, al-Mutawagil, cuya frontera estaba relativamente tranquila, encabeza la oposición: no quiere seguir pagando. Sevilla duda. Zaragoza juega a dos bandas. Y Toledo, por su parte, prefiere mantener la alianza con los cristianos. ¿Era realmente el pagar o no las parias lo que estaba en discusión?


Claro que sí. Pero no era lo único que estaba en juego. El peso político de una taifa estaba asociado a su necesidad de pagar por su protección. Así, para Badajoz, la alianza de León es innecesaria pero para Toledo es fundamental si quiere mantener su poder sobre el triángulo Toledo-Córdoba-Valencia.

Eso lo sabía el asesinado al-Mamún –el que había pactado con Alfonso VI en Toledo- pero no su hijo al-Qadir que rompe los pactos que había heredado. Era el año 1076 cuando el rey expulsaba de Toledo a los partidarios de la alianza con Alfonso VI, fundamentalmente mozárabes y judíos. Como eso que se cuenta del efecto mariposa nuestro aprendiz de brujo... la lió: la rescisión del pacto con León provoca enfrentamientos entre las facciones de la ciudad; el dominio toledano sobre Valencia y Córdoba se tambalea al carecer del refuerzo militar cristiano (¡como que se le independizan!); el rey de Badajoz, al-Mutawagil, aprovecha y ataca el reino de Toledo derrotándolo en 1080.

El nieto de al-Mamún tiene que huir de la vieja capital visigoda y se refugia en Cuenca. La ha fastidiado bien. ¿Cómo puede salvar su vida y recuperar el reino? ¿Se lo imaginan? Pues, pactando con Alfonso VI que es una especie de “Tío Sam” ibérico. Y hay pacto… a cambio del reino de Toledo. Dirán que vaya trato para al-Qadir. El truco para que aceptase será que en cuanto el moro estuviera en condiciones de recuperar también Valencia esta sería para al-Qadir y Alfonso tomaría posesión de Toledo. ¡Toledo de nuevo cristiana! Eso sería todo un golpe de efecto.


Pero los sectores musulmanes de Toledo que habían cooperado a la derrota de al-Qadir acudieron a otros aliados: al-Mutamid de Sevilla, incluso al-Muqtadir de Zaragoza. Y, es que, la alarma entre los reyezuelos del islam hispano era grande. Entendamos que estaban dispuestos a pagar la protección pero no a perder los reinos. Atacaron las fronteras de Alfonso VI simultáneamente tropas de Zaragoza, Badajoz y Sevilla. Dejaremos constancia de que entre las tropas atacantes figuraban cristianos al servicio de los reyes de taifas quienes, en ocasiones, preferían confiar su defensa a mercenarios que depender de caros y volubles príncipes cristianos. Estos no dudaban en retrasar la ayuda militar debida ni en atacar al protegido para incrementar la cuantía de los tributos aprovechando los momentos de dificultad.

El rey de León, en una galopada extraordinaria, marcha sobre Sevilla, cruza la taifa y llega hasta Tarifa, en el extremo sur de la Península. Toledo, la vieja capital hispanogoda, cuya herencia reclamaba la corona de Asturias y de León, está ahora sitiada por ejércitos cristianos. Tres siglos y medio después de la invasión musulmana, la ciudad está a punto de volver a la cruz. Mayo de 1085 marcará un punto de inflexión decisivo en la Reconquista. Para el islam fue catastrófico porque perdía una parte notable de su territorio histórico y una urbe relevante y porque era el primer asentamiento estable de la cristiandad en su ámbito soberano.

Los musulmanes de la Península, concluyendo, empiezan a mirar por todas partes en busca de aliados ante el miedo a nuevas conquistas y el peso de las parias. Para su desgracia los encontrarán.


Entendamos que la reconquista de Toledo fue un acontecimiento capital que saltó las fronteras españolas: euforia cristiana y alarma musulmana. Las condiciones para los habitantes de Toledo fueron generosas: serían libres de permanecer en la ciudad bajo dominio cristiano o de marchar a otro lugar con todos sus bienes. Si alguno marchara y después quisiera regresar, se le reconocerían todas sus propiedades. En cuanto a la mezquita mayor, no se cristianizaría, sino que permanecería reservada para el culto islámico. Era evidente que a Alfonso le interesaba, ante todo, poner el pie en la capital y poder proclamar que Toledo volvía a la Hispania cristiana, incluso con una porción de población musulmana.

El 6 de mayo de 1085 quedó firmada la capitulación de Toledo. Alfonso VI ya podía hacer su entrada triunfal. El rey cristiano entró en Toledo el 25 de mayo de 1085. Alfonso no quiso proclamarse emperador en Toledo, aun cuando el título le correspondiese como cabeza de la corona leonesa. El Papa Urbano restauró la sede toledana como primada de España ¡en nombre de la herencia visigoda! La atmósfera de Reconquista lo envolvía todo. En la misma línea, los cluniacenses, siempre apoyados por la reina Constanza, burlaron las cláusulas de las capitulaciones y se adueñaron de la mezquita de Toledo para convertirla en catedral. Y, por supuesto, se conquistó Valencia para al-Qadir lo que disgustó a las taifas circundantes.


El dominio de Toledo convierte a Alfonso VI en dueño de todo el norte del valle del Tajo y, con ello, fortificará plazas como Talavera, Madrid y Guadalajara. No solo eso, aumentan las tierras cultivables entre el Duero y la Cordillera Central. Las huestes leonesas empiezan a presionar también en dirección a Córdoba, Badajoz y Zaragoza. Los libros de historia recogen que sometió a tributación a la taifa de Granada. Los diplomas hablan ya de Alfonso como emperador, y lo hacen con varias fórmulas: “Emperador de toda España”, “Emperador de las dos religiones” y “Emperador sobre todas las naciones de España”. La rebelión contra las parias, iniciada años atrás en Badajoz y Sevilla había terminado con la caída de Toledo. Y, encima, a la muerte de al-Muqtadir de Zaragoza, Alfonso VI había puesto cerco a esa ciudad para conseguir, al menos, un aumento de las parias que cobraba. Pero Zaragoza no cayó.

¿Por qué? Porque acababan de desembarcar los almorávides. Estamos a 30 de junio del año 1086 y setenta mil hombres han puesto pie en Algeciras. Muchos de ellos son africanos negros que aporrean sin cesar gruesos tambores de piel de hipopótamo. Al frente avanzaba un viejo caudillo, flaco y austero vestido con pieles de oveja, Yusuf ibn Tashufin. En seguida se le unirán las tropas de los reyes de Sevilla, Málaga, Granada y Almería. El rey de Sevilla, al-Mutamid, lo expresó así: “Puesto en el trance de escoger, menos duro será pastorear los camellos de los almorávides que guardar puercos entre los cristianos” -no sé si será cierto pero, de serlo, se le concedió y tuvo tiempo de arrepentirse-. Los reyes moros de Sevilla, Badajoz y Granada habían marchado a África para entrevistarse con Yusuf y este les había atendido.

Este gran ejército se dirige a Badajoz, donde les espera el rey al-Mutawagil, el mismo que había intentado apoderarse de Toledo. Alfonso abandona Zaragoza y corre hacia el sur. Lo hace acompañado de contingentes aragoneses y navarros que Sancho ha puesto a su disposición bajo el mando de su propio hijo, el infante Pedro. El refuerzo aragonés incluye caballeros franceses e italianos, cruzados que buscaban gloria en tierras de Huesca. Y al mismo tiempo, otro contingente cristiano se desplaza desde Valencia hacia el oeste: son los castellanos de Álvar Fáñez. Los cristianos convergen en el noroeste de Badajoz, a la vera del arroyo Guerrero, en el paraje que los cristianos llaman Sagrajas y los moros Zalaca.


Alfonso VI necesitaba derrotar a los almorávides para volver a cobrar parias a los reinos musulmanes peninsulares. ¿Podía Alfonso luchar contra aquel ejército? Sus armas nunca habían sufrido un revés serio. ¿Cuántas espadas alineaban los cristianos? Al margen de las exageraciones de los textos de la época, que ofrecen cifras fabulosas, parece que las banderas de Alfonso agrupaban a unos catorce mil hombres, y entre ellos dos mil caballeros. La mayor parte del contingente era castellano y leonés, con los mencionados refuerzos aragoneses. Pero las cifras del ejército musulmán eran muy superiores, en torno a treinta mil guerreros. Conocemos incluso su organización: una primera división en vanguardia, con cerca de quince mil hombres, casi todos andalusíes, bajo el mando de al-Mutamid de Sevilla; una segunda división de maniobra con once mil hombres dirigida por el propio Yusuf, y una tercera unidad de reserva integrada por cuatro mil guerreros negros africanos, armados con espadas indias y jabalinas.

La batalla comienza el viernes 23 de octubre de 1086, con el alba. Los musulmanes envían a su vanguardia. Son las huestes sevillanas de al-Mutamid y los demás reyes de taifas. Los castellanos de Álvar Fáñez los acometen con energía. Este Álvar Fáñez, de unos cuarenta años y señor de Villafañe, al que la tradición hizo lugarteniente del Cid, era en realidad un noble castellano que había servido con el difunto Sancho de Castilla, y que era, sí, amigo y tal vez pariente de Rodrigo Díaz de Vivar, pero que había permanecido junto a Alfonso VI. Su nombre se cita como cabeza de la repoblación en Medina del Campo, Alcocer y Santaver. En el momento del desembarco almorávide estaba en Valencia, respaldando al gobierno taifa de al-Qadir. Los castellanos de Álvar Fáñez hicieron estragos en las líneas andalusíes. Las huestes de las taifas huyeron desordenadas. Los de Álvar Fáñez saquearon los campamentos de Dawud ibn Aysa y del rey de Badajoz, al-Mutawagi.

Alfonso VI, viendo el retroceso de la vanguardia mora, quiso explotar el éxito y avanzó contra la otra línea musulmana, la del propio Yusuf. La maniobra llevó a los leoneses hasta las mismas tiendas de los almorávides. Todo parecía salir a pedir de boca. Ése, sin embargo, fue el momento escogido por el jeque para maniobrar. Como guerrero experimentado que era, el jefe almorávide aguardó hasta el instante preciso para mover sus piezas.


Primer movimiento: una ofensiva de refuerzo a la línea de al-Mutamid. La tarea le fue encargada al general Abu Bakr, un caudillo de las tribus lamtuna, al frente de las cabilas marroquíes.

Segundo movimiento: el propio Yusuf, al frente de sus huestes saharianas, marchó sobre la retaguardia de Alfonso VI, envolviendo al contingente leonés. Y esa maniobra alteró completamente las cosas.

Ahora la situación era la siguiente: en un lado, Álvar Fáñez tratando de frenar a los contingentes marroquíes de Abu Bakr; en el otro, Alfonso VI peleando entre dos fuegos, con enemigos delante de sí y también a su espalda. Toda la clave de la batalla estaba en que los cristianos consiguieran replegarse con orden y vencer la tentación de la fuga, porque una huida en desbandada desorganizaría sus líneas y sería letal.

Seguramente era eso lo que intentaban Álvar Fáñez y el rey Alfonso cuando Yusuf sacó su última carta, la jugada decisiva: un ataque de la reserva africana, aquellos cuatro mil senegaleses con sus espadas indias y sus tambores y escudos de piel de hipopótamo. La reserva africana, fresca, con sus energías intactas, arrolló literalmente a los cristianos. Los senegaleses llegaron incluso hasta la posición del rey Alfonso. La maniobra de Yusuf había resuelto la batalla. Espoleadas por el contraataque, las huestes andalusíes que habían huido en dirección a Badajoz volvieron al frente. Ahora las huestes cristianas no sólo habían perdido la iniciativa, sino que además estaban en franca inferioridad. No quedaba otra opción que retirarse. Fue el final.

Dicen las crónicas de la época que sólo cien caballeros cristianos lograron volver vivos. Entre los caídos se cita al conde de Asturias Rodrigo Muñoz y al conde de Álava Vela Ovéquez. Los cálculos más recientes arrojan la cifra de unas siete mil bajas en total, es decir, la mitad de la fuerza inicial. El propio Alfonso VI salió de allí herido en un muslo por un lanzazo; abandonó el campo sangrando profusamente, y aún tuvo que cabalgar cien kilómetros, de noche, hasta llegar a Coria. Las bajas musulmanas también fueron muy cuantiosas, particularmente entre las huestes de las taifas, verdadera carne de cañón de Yusuf.

Cortesía de "Templarios en Extremadura"

Victoriosos, los almorávides se entregaron al macabro ritual de costumbre. Decapitaron a los muertos y a los desgraciados que cayeron presos. Acumularon en grandes túmulos las cabezas cortadas. A las sanguinolentas pirámides subieron los almuédanos para llamar a la oración. Y después cargaron las cabezas en carros que viajarían hasta las principales ciudades de Al-Ándalus y el Magreb para dar fe de la victoria.

La derrota de Sagrajas no tuvo consecuencias inmediatas. Yusuf no la aprovechó para avanzar contra el norte cristiano: seguramente no tenía tropas suficientes, ni ganas para meterse en el fregado. Tampoco confianza en los reyes de taifas que habían de ayudarle. Por otro lado, en aquel momento murió el heredero de Yusuf, y el viejo caudillo debía regresar a África. Los almorávides habían llegado como una ola, y como una ola se retiraban. Pero lo que quedaba era un panorama complicado que Alfonso supo leer con celeridad. Para empezar, los Reinos de taifas habían encontrado un protector ante el que doblaban la cerviz y que les permitía liberarse del pago de las parias y del ataque norteño. Para el leonés era momento de buscar nuevas alianzas y afianzar los territorios reconquistados. ¿Cómo?

¡Mediante una Cruzada! Que es un buen método para movilizar tropas externas y recoger voluntarios por la fe. Pero hubo la respuesta esperada. Sí llegaron caballeros con sus huestes, y en particular gentes de Borgoña, la tierra de la reina Constanza de León. Hubo una campaña de cruzada: la que acosó Tudela en 1087, pero fue un fiasco.

Afortunadamente la alianza con Aragón fue sencilla porque Sancho Ramírez entendía que los Almorávides dificultarían la toma de Zaragoza. Y en ese clima había que eliminar los puntos de fricción entre ambos reinos: las tierras de Navarra que habían pasado a Castilla; y la expansión aragonesa Cinca abajo, en la taifa de Zaragoza, que era aliada del rey de León. Cuando hay ganas todo se soluciona. Alfonso reconoció a Sancho como rey de Aragón y Navarra pero se creaba un “condado de Navarra” que lo diferenciaba de Aragón y le dejaba las manos libres en el Bajo Cinca. Sancho, por su parte, reconocía como castellanas Álava, Vizcaya, La Bureba y Calahorra. Esta alianza, firmada en la primavera de 1087, ofrecía al moro un sólido frente en el este de la Península.


También en la primavera de 1087 Alfonso VI se relacionará con Mío Cid que obtiene la tenencia de Dueñas, Gormaz, Langa y Briviesca y, además, se le encomienda que los reyezuelos de Zaragoza y Valencia, al-Mustaín y al-Qadir respectivamente, no caigan bajo la presión almorávide. Y Rodrigo obtiene un buen pago: el derecho de herencia de todas las tierras que conquistase.

En el flanco Occidental recolocó al mozárabe Sisnando Davídiz en Coimbra para fortificar toda la región. Sisnando debía de ser por entonces un anciano, pero dio pruebas de una energía considerable: organizó la repoblación de Tentugal, Castañeda, Arauca y Penela, levantando fortalezas en cada una de ellas, y además instaló en Coimbra a su primer obispo, de nombre Paterno.

Todo muy organizado pero había problemas con Valencia. Allí gobernaba al-Qadir, en virtud de su pacto con Alfonso. Pero cuando Álvar Fáñez marchó a Sagrajas, la posición de al-Qadir flaqueó y Valencia era una tierra muy deseada por sus riquezas agrarias y comerciales. La codiciaba al-Mundir, el rey de Lérida; la codiciaba su sobrino y enemigo, al-Mustaín, rey de Zaragoza, y la codiciaba también el conde de Barcelona, Berenguer Ramón II, el Fratricida, que aún no había tenido que exiliarse y trataba de ampliar su poder a costa del sur.

Valencia, en fin, estaba en peligro. El rey de Lérida y el conde de Barcelona eran aliados; el rey de Zaragoza y el de León, también. Así se construyeron los bandos del combate. Pero el Cid tenía sus propios criterios. Cuando al-Mundir de Lérida y el Fratricida de Barcelona emprendieron una ofensiva conjunta para tomar Valencia, el Cid les salió al encuentro. Rodrigo consiguió levantar el asedio de la ciudad, pero los moros de Lérida se hicieron con Sagunto (que entonces se llamaba Murviedro) y establecieron allí un baluarte inexpugnable que les permitía amenazar Valencia.


El tema estaba complicado por lo que Rodrigo Díaz viajó a Toledo para entrevistarse con Alfonso y pedirle refuerzos. Cuando volvió a Valencia halló al fratricida asediando la ciudad. El Cid lo logró expulsar… y empezó a cobrar las parias de Albarracín, Alpuente y la propia Valencia.

Pero Alfonso VI estaba preocupado por Aledo y no por Valencia. O no en el mismo grado. Aledo era un pueblo de Murcia situado a pocos kilómetros de las costas mediterráneas; era el vigía de los pasos entre Levante y Andalucía; y una lanzadera para partir la España musulmana en dos. El rey emplazó allí un baluarte a cargo del castellano García Giménez. Desde aquí podía acosar a los moros de Alicante, Granada y Almería. Para conseguir desbordar el vaso político, el rey de la kora de Murcia, Ibn Rasiq, se proclama independiente de la taifa de Sevilla, a la que pertenecía. Entre las correrías de García Giménez y la rebeldía del murciano Ibn Rasiq, los reyes moros volvieron a sentirse acosados. Necesitaban suprimir la plaza de Aledo. Pero solos no podían. ¿Y a quién pidieron auxilio? Al emperador almorávide Yusuf ben Tashfin.

El verano de 1088 el emperador almorávide cruzó de nuevo y enfiló Aledo. Alfonso VI, cuando se enteró del desembarco, reunió un ejército de dieciocho mil hombres, marchó sobre el lugar y ordenó al Cid que se le uniera en Villena para reforzar la plaza. Pero el Cid no acudió. ¿Problemas logísticos? ¿Miedo a perder Valencia? ¿Porque le resultaba indiferente Alfonso? ¿Porque se perdió por el camino a la altura de Molina de Segura? Alfonso VI desterró por segunda vez al Cid. Y Rodrigo decidió entonces actuar por su propia cuenta.

No nos olvidamos de Aledo. La fortaleza no cayó. Los almorávides no valían para trabajos de asedio. Yusuf volvió a África. Eso sí, con la determinación de que la próxima vez que desembarcase en la península Ibérica lo haría para quedarse.

Castillo de Aledo

Con Yusuf, y sus tropas, en África los reinos de taifas estaban, nuevamente, a merced de Alfonso de León… y pactaron con él. A un precio mayor porque todos ellos habían traicionado a León en la batalla de Sagrajas. Y, todo ello, en un complicado paisaje político estimulado por el propio Alfonso VI para enfrentar a unas taifas con otras. León invadirá la Sevilla de al-Mutamid saqueando sus campos como represalia por la batalla de Sagrajas. Con lo cual, de paso, acentuaba el odio de al-Mutamid hacia Badajoz que se había librado de la represalia a base de oro.

Para 1090 Rodrigo Díaz de Vivar, en uso de su derecho, se ha construido un auténtico reino en el este, a caballo entre Valencia, Cuenca, Teruel y Castellón. Hasta ese día esas tierras obedecían, por medio de Rodrigo, a Alfonso VI de León. A partir de ahora obedecerán sólo al Cid. Rodrigo era un factor de distorsión en Levante. Por ello, no resultó tan sorprendente la petición del rey de la taifa de Lérida, al-Mundir, al rey de Aragón de alianza para combatir al Cid. También pidió ayuda a Berenguer Ramón II de Barcelona e incluso a al-Mustaín de Zaragoza.

Pero…¡¿estos no eran enemigos entre sí?! Sí, lo eran. Pero el interés hace extraños compañeros de cama. Aunque no siempre porque ni Sancho Ramírez ni al-Mustaín accedieron a la petición de al-Mundir. Ninguno quería problemas con Rodrigo. Incluso el rey de Zaragoza se chivó al Cid. Resumiendo, el único apoyo que consiguió el moro de Lérida fue el del conde de Barcelona. Rodrigo, que se sabía en inferioridad de condiciones, esperó al Fratricida en el Pinar de Tévar, en el Maestrazgo. Berenguer Ramón II cayó preso junto a muchos de sus caballeros. El botín fue enorme: sólo por el rescate de los prisioneros obtuvo 80.000 marcos de oro (1`8 toneladas de oro) y consiguió las parias de Denia. La del Campeador era una grata posición de fuerza.

A Berenguer Ramón II le esperaban en Barcelona los agrios días que finalmente le conducirían al destierro y a la muerte. Y el Campeador quedaba como dueño absoluto de Levante, a las puertas de Valencia y en tratos ya con Aragón y Zaragoza para firmar una alianza política que consolidara su poder. Pero en algún momento de esta campaña, después de la batalla de Tévar, Rodrigo Díaz de Vivar recibió una importante carta. Se la enviaba la reina Constanza, la esposa de Alfonso VI. Informaba que su marido, el rey de León, marchaba sobre Granada para combatir a los almorávides, que habían vuelto a desembarcar en España. ¿Qué estaba pasando en el sur?


El verano de 1090 no solo había traído buen tiempo sino que era el momento elegido por el caudillo almorávide para apoderándose de Al-Ándalus. Frente a la debilidad de los reyes de taifas, corruptos y vendidos al cristiano, Yusuf representaba la ortodoxia religiosa y la potencia militar. Una buena propaganda le había convertido en la esperanza del pueblo andalusí y en particular de los alfaquíes, los doctores del islam. Yusuf marchó contra Toledo dado que su verdadero enemigo era Alfonso VI, al que todos habían pedido auxilio. Entendía que si destruía Toledo tendría con ello la necesaria prueba de su fortaleza ante sus nuevos súbditos andalusíes.

Alfonso corrió hacia Toledo. También Sancho Ramírez de Aragón, que aportó sus tropas para frenar a los invasores. Y Toledo resistió. Yusuf cambió de objetivo: Granada.

Alfonso VI de León.

Alfonso VI también marchará hacia allí para responder a las demandas de los reyes de taifas de Sevilla y Granada.

Y Rodrigo Díaz de Vivar.

La expedición Leonesa será inútil. Un reino de taifas tras otro caen en manos de Yusuf: Córdoba, Málaga, Granada, Sevilla...



Bibliografía:

“Moros y Cristianos”. José Javier Esparza.
“Historia de Castilla. De Atapuerca a Fuensaldaña”. Juan José García González.
“La Castilla del Cid”. José Luis Martín en Cuadernos de Historia 16.
“El Cid and the reconquista”. De la serie MEN AT ARMS
“Historia de España”. Salvat.
“Atlas de la historia de España”. Fernando García de Cortazar.



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