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domingo, 25 de septiembre de 2022

Recreación de la carlistada de 1834 en Villarcayo.

 
 
Durante los días 17 y 18 de septiembre se han celebrado las jornadas carlistas de Villarcayo. Bueno, el dieciséis hubo una interesante mesa redonda sobre el asalto de 1834 y del cual ya se habló en esta bitácora. Hoy sobrevolaremos lo que vimos esos días intentando explicar algo de las unidades que participaron en la recreación.

Infantería carlista con uniforme de verano y boina azul
 
Empezaremos con los favorables a Carlos María Isidro, don Carlos. Olvidemos lo que aparece en los álbumes sobre uniformes realizados en el siglo XIX porque presentan trajes que no coexistieron en el tiempo y muestran al ejército con una cuidada apariencia que nunca tuvo. Gracias al cielo hay también fuentes indirectas como las memorias de los soldados, los inventarios y cosas así para abrir el objetivo.

Infantería carlista con capote gris y chapela roja
 
Los carlistas nunca estuvieron bien uniformados. Se repartían uniformes cuando se podía sin un sistema eficiente de reposición y era usual que en un mismo batallón convivieran prendas distintas. Ello se debía a que, de un lado, en los dominios de don Carlos no existía una industria textil significativa, y, de otro, a que tampoco hubo el dinero suficiente para pagar a los proveedores franceses. La tela comprada se distribuía en localidades como Oñate o Vergara donde se congregaba a los sastres, que cortaban el tejido. Luego, este, se repartía entre las casas para que se cosiera. Las mujeres de pueblos enteros se consagraban a esta labor.

Pífano y cantinera isabelinas 
con gorra de cuartel
 
Al principio de la guerra “el soldado ni recibía ni pedía vestuario; la boina y una prenda de uniforme cogida al enemigo eran su vanidad y sus galas”. En el último trimestre de 1834, se observa que “la mayor parte de los soldados no estaban uniformados, ya que los carlistas no tenían otros uniformes que los que quitaban al enemigo”. Un parte de guerra isabelino tras la acción de Nazar, en diciembre de 1834, cuenta que los carlistas, al abandonar el campo de batalla, dejaron tras de sí un reguero de “morriones y gorras”, probablemente los primeros pertenecientes a los Voluntarios Realistas, y las segundas, una forma de describir a las boinas, todavía poco popularizadas. Esto quiere decir que continuaban muchos vistiendo sus uniformes de milicianos fernandinos.


Paulatinamente, las cosas mejoraron. Se fue pasando de una situación en que lo único que se suministraba eran boinas azules, camisas y alpargatas -y el resto eran chaquetas marrones, fajas rojas y pantalones de pana, es decir, ropa de campesinos-, a ser descritos como hombres con chaquetas y con pantalones anchos (rojos, grises y blancos) con boinas blancas, azules y rojas, y alpargatas. En Oñate, algunos ya llevaban capotes grises y pantalones rojos de la infantería francesa, y otros, la chaqueta propia de la región y pantalones de muchos colores.

 
El príncipe Lichnowsky, Félix María Vincenz Andreas un alemán romántico alistado con los carlistas, describirá el arquetipo del soldado carlista, “cubierto con una boina azul, adornada de una larga borla, con alpargatas y una canana en la cintura”, detallando luego que llevaban “capotes de paño gris adornados con vueltas cuyo color variaba según las provincias y pantalones rojos”; “la boina azul con borla de color era el tocado general”.

Soldado de los Guías de Navarra
 
Se podría empezar afirmando que el equipo del soldado carlista -canana y morral- no fue una invención de Zumalacárregui. A él le correspondió el mérito de haberlo adoptado porque eran baratos y funcionales. Y no olvidemos la manta multicolor colgando de los hombros. La famosa canana se había introducido en la infantería ligera española desde su fundación, en el siglo XVIII. La canana es un cinturón de cuero que se abrocha detrás, contiene varios tubos de latón delante y dos bolsillos con dos paquetes de cartuchos cada uno cerrados con una tapa de cuero. La canana era tan practica que la Legión Extranjera francesa la adoptó, convirtiéndose en un elemento diferenciador que valió a sus hombres, cuando regresaron a Argelia, d mote de “vientres de cuero”, ya que el resto del ejército francés seguía equipado al estilo clásico. Ventajas frente a la dura mochila -que también usaban los carlistas-, la cartuchera larga que limitaba el movimiento y los correajes opresores del pecho de los soldados liberales.

 
Pero si algo distinguía a los carlistas era la boina, la chapela: duradera, sufrida, cálida, hidrófuga… De hecho, la Legión Británica pronto se desprendió de sus morriones y adoptó algo “muy parecido al modelo del gorro carlista, la boyna”. Habitualmente se dice que se mantenían rígidas mediante un aro de metal que llevaban en el interior, pero algún observador aseguró que era un aro de sauce, lo que parece verosímil, por ser más sencillo de conseguir y más barato. Y, sobre el color de la prenda, diremos que no era roja, sino que el color más extendido era el azul.

 
Y de la cabeza vamos a los pies y el problema del calzado para un ejército que se desplazaba a pie. Zumalacárregui, el 8 de enero de 1834, solicitó “el calzado posible, principalmente zapatos”, prueba de que no había ninguna predilección a priori por las alpargatas, sobre todo en invierno. No obstante, el problema era intratable: el 7 de mayo de 1834 transmite su preocupación debido a que multitud de voluntarios estaban descalzos “y no tienen esperanzas de encontrar alpargatas”. El 3 de agosto se queja de que, como ha llovido durante tres días, la tropa estaba descalza...

Artilleros carlistas de azul y boina roja
 
En un detalle siniestro, se distinguía los muertos carlistas “por sus pies curtidos por la intemperie, ya que no usaban zapatos ni calcetines, sino alpargatas”. Aunque parece un detalle falso. Por su parte, los liberales señalaban que “acostumbrados los hombres (los soldados liberales) a usar las alpargatas, y andar diariamente 12 o 15 horas, los zapatos producían muchas bajas, inflamando y llagándoles los pies”. Parece que lo cierto es que se recurría a los unos o a las otras en función de las disponibilidades.

Soldados carlistas con zapatos y con alpargatas.
 
Otra forma de uniformarse, por parte de los carlistas, fue recolectar despojos. El método seguido era drástico: a los prisioneros se les arrancaba la mochila, el uniforme y el calzado. Se les dejaba las camisas; a algunos, también las zapatillas o las alpargatas, pero a ninguno les dejaban los zapatos. Estos eran preferidos por la tropa o eran buscados para revenderlos porque tenían mayor precio. Un prisionero isabelino narra que, tras la batalla de Villar de los Navarros, “se nos mandó desnudar por completo [...]. Recibimos, en cambio de nuestros uniformes, un pantalón viejo y una camisa de una suciedad repugnante”. Ante esos casos, no sorprende que en la capitulación de Mercadillo se estipulara de forma expresa el derecho de la guarnición a conservar el calzado y una muda.

Oficial carlista, gastador, abanderado, soldados de infantería.
 
Todo indica que en el ejército carlista los mandos tenían un vestuario que les diferenciaba de la tropa, pero que, a su vez, era común a todos ellos, sin que permitiera identificar ni la provincia ni el batallón en concreto al que pertenecían. A principios de 1835, se distinguían por ser los únicos que llevaban boina roja. A fines de ese año ya había oficiales vestidos con levita azul, con los botones timbrados con el monograma de don Carlos, y boina roja con distinta borla, según el grado. Por otra parte, nunca dejaron de llevar sus antiguos uniformes del ejército liberal. Hasta en junio de 1837, cuando habían tenido tiempo sobrado para equiparse, dos jefes carlistas acudieron a un parlamento con el enemigo vistiendo el de la Guardia Real. Y, el general carlista participante de la representación en Villarcayo viste chapela azul. En los grabados decimonónicos aparecen con boina roja.

 
La zamarra era prenda característica de los mandos. Estaba hecha de un cordero de un año, que normalmente se forraba en piel blanca y su longitud ideal era la de un Spencer (tipo chaquetilla torera), para que cubriera las caderas incluso a caballo: “nada en el mundo es, a la vez, tan cómodo y tan útil para el servicio; con ella no se nota el frío del invierno; desafía al viento, la lluvia y la nieve; se puede dejar que se seque sobre uno mismo, sin por ello arriesgarse a un resfriado. En verano se lleva abierta, o colgada al estilo húsar, e incluso en esa estación se agradece después de la puesta del sol”. Su principal defecto era que resultaba peligroso ser herido con ella puesta, quizás por el riesgo de infección debido al material con que estaba hecha.

Guías de Navarra asaltando las calles de Villarcayo
 
Sobre los Guías de Navarra, prestigiosa unidad representada en la fiesta de Villarcayo, hay información de fecha muy temprana. Se conoce su uniforme en julio de 1834, el primero completo que tuvieron. Consistía en “una pequeña chaqueta” gris azulada, “adornada en el pecho con galones, llamados sardinetas en el lenguaje de los soldados”; pantalón blanco, boina roja con borla amarilla y alpargatas. Aunque también, según la estación -quizá- “capote gris, con vueltas amarillas, boina encarnada y pantalón del mismo color”. Y, fíjense, las boinas eran rojas a pesar de decirse que eran exclusivas de los oficiales. Pero cuando estas hermosas ropas que hemos visto en Villarcayo se fueron deteriorando los guías vistieron, como los demás, despojos del enemigo.
 
Los Guías eran la unidad escogida por excelencia, en donde se mezclaban tanto hombres seleccionados como oficiales y sargentos que no habían satisfecho los exigentes baremos de Zumalacárregui y habían sido destinados a ese cuerpo para redimirse. En él, un buen oficial duraba dos meses fruto del desgaste que sufrían

Un chapelzuri guipuzcoano
 
Para Guipúzcoa, existe el Estado Militar de 1837 que cuenta que “el vestuario de los batallones de esta provincia es capote gris con botón blanco y un trencillo encarnado en el cuello; pantalón grancé de paño y de lienzo, blanco y boina azul”, y cananas negras. Excepción a esta regla era el quinto de Guipúzcoa, los conocidos chapelzuris, famosos por las boinas blancas que Zumalacárregui les había concedido. Los “gorras blancas” combatieron en los alrededores de San Sebastián contra los británicos. Wilhelm Von Rahden, observador militar alemán, menciona que vio en Tolosa a “los barbudos chapelzuris”, lo que puede indicar que la barba también los distinguía.

 
Por último, junto a los uniformes teóricos y las prendas arrebatadas a los muertos, heridos y prisioneros cristinos, hay que mencionar los vestuarios improvisados que se adquirían durante las expediciones. Por ejemplo, en la de Gómez, por falta de tiempo para confeccionar prendas reglamentarias, la tropa suplió con las de milicianos nacionales sus carencias; el primero de Asturias, creado por él, usó casacas y gorras de cuartel, no boinas ni chacó, y el séptimo de Castilla fue equipado con boinas y ponchos de color pardo.

 
De la artillería, se sabe por el Estado Militar de Guipúzcoa que la compañía destinada en esa provincia gastaba boina azul, capote gris con cuello y vuelta azul turquí, granadas de latón en el cuello y botón dorado. Otra versión, referente al Primer Batallón, indica boina azul, capote gris y pantalón encarnado. Ambas respetan el azul tradicional de ese Cuerpo, aunque sorprenden un poco los pantalones encarnados. Tal vez cuestión de existencias en los almacenes. Ratifica el uso de aquel color un testigo que afirmó que la artillería de la División de Castilla llevaba boina azul con borla negra. Otras fuentes sitúan a las unidades de artillería con boina roja, como es el caso de la recreación de Villarcayo.
 
La primera compañía que se formó usaba el uniforme de casaca larga azul, con cuello, vivos y carteras encarnadas, y boina roja con borla negra. El batallón, cuando se organizó, llevaba boina azul con borla negra, capote gris con cuello negro, botón amarillo y las tradicionales bombas en el cuello.

Tropas liberales cargando sus fusiles de chispa
 
Por último, nos fijaremos en el gastador que desfiló por Villarcayo y que aparece en una fotografía anterior. Se les reconocía por su barba más o menos poblada, la boina roja -en nuestro caso aparece con una azul, quizá por corresponder a un regimiento guipuzcoano- y el mandil de cuero flexible, que no lo llevaban siempre puesto. De hecho, era un elemento preciado para robar a los colegas liberales. Al ir armados de hacha se les decía que tenían el empleo de verdugos. Esa arma era para abrir caminos.

Soldado cristino uniformado de azul con vueltas 
en rojo y ancla al cuello ¿Infante de marina?
 
Visto, por encima, la uniformidad de los partidarios de don Carlos nos pasaremos a comentar, también someramente, los colores de los liberales. Estos eran el ejército regular del reino con todo lo que esto significaba: almacenes, fábricas, etc.
 
Los generales isabelinos, durante esa campaña, vistieron la levita azul y el sombrero bicornio, con o sin galón. La Infantería de Línea, al comenzar la contienda, vestía el uniforme que se le había asignado en 1828, con alto gorro cónico, chaquetilla azul, con hombreras y pantalón gris. En los faldones tenía carteras a la walona (es decir, verticales) y de color blanco. En verano usaba pantalón y botín blanco. Esta era la uniformidad de la patrulla del decimoquinto regimiento acuartelada en Villarcayo. Claro que la dureza de la vida en campaña motivó que fuesen abandonadas muchas de estas prendas y el soldado recurriese a otras más cómodas o confortables: gorro de cuartel, alpargatas… Detalles que vimos en la recreación villarcayesa. Y, según muestran cuadros y grabados de la época, poseían unos levitones o capotes cortos de color turquí con cuellos rojos o verdes. La Infantería Ligera tenía un uniforme muy similar a la de Línea, pero sustituyendo el color azul por el verde.

Oficial de artillería isabelino
 
Los oficiales de la Artillería a Pie tuvieron, que ser también reorganizada en 1835, comenzaron a usar la levita larga con dos hileras de botones, utilizando esta prenda con el sombrero cuando no iban con la tropa del regimiento, pero en campaña se usaba también el morrión. Las charreteras que usaban eran de galón y flecos de hilo de plata. En el cuello la bomba de los artilleros.

Voluntarios liberales 

Por supuesto, los ciudadanos de la población que participaron en la trifulca no tenían uniforme, aunque, seguro, algunos desempolvarían viejos trajes militares con los cuales enfrentarse a los carlistas. Que es lo que se ve en la milicia de Villarcayo.
 
Infantería de línea liberal

 
Bibliografía:
 
“Militaria 83. 150 años del inicio de las guerras carlistas”. Sociedad filatélica de La Coruña, Banco Pastor, ayuntamiento de La Coruña.
“El ejército carlista del norte (1833-1839)”. Julio Albi de la Cuesta.
 
Para saber más:



1 comentario:

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