Que no te asusten ni la letra ni el sendero de palabras pues, amigo, para la sed de saber, largo trago.
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domingo, 5 de febrero de 2023

Fernando III (El Santo) 1217-1252

 
 
Recapitulemos brevemente: Alfonso VIII, muere a los cincuenta y nueve años de edad y después de cincuenta y seis de reinado deja un heredero de diez años, Enrique. Es 1214. Este estará bajo la tutela de su hermana mayor tras la rápida muerte de su madre Leonor de Plantagenet. Berenguela, la hermana mayor, era la exesposa -por consanguineidad- de Alfonso IX de León y madre del muchachote Fernando. Las grandes casas castellanas no aceptaban como regente a una mujer emparentada con el enemigo leonés. Berenguela, para calmar las aguas, envía a su hijo Fernando con su padre y se enroca en el castillo de Autillo, en Palencia. Y, cuando las armas estaban desenfundadas… ¡Lapidan a Enrique!

 
El dos de julio de 1217, en Valladolid, en una asamblea popular, la reina Berenguela I de Castilla -reina durante veintiséis días- cedió su corona a su hijo Fernando. Pero la reina se reservaba dar su consentimiento para los actos más importantes del gobierno del chico de unos 16 años (nacido en Peleas de Arriba hacia 1199 o 1201). Pero Fernando III de Castilla será el rey. Fin. Calma y descanso. Ni fue calmada su llegada al trono porque tuvo que escapar de León para reunirse con su madre ni lo será después. Como creo que será necesario comentarlo, Berenguela y Alfonso IX tuvieron cinco vástagos: Leonor, Constanza, Berenguela, Fernando y Alfonso de Molina. Y, una maldad, ¿tendría el título de reina Emérita?

Berenguela I de Castilla
 
El cinco de julio, Alfonso IX, avanza sobre Castilla llegando a Arroyo de la Encomienda, a siete kilómetros de Valladolid. Allí recibió a los obispos de Burgos y Ávila para convencerlo de que no atacara a su hijo, Fernando III de Castilla. Alfonso IX tras ver que no tendría los contingentes de los Lara ni otras para conquistar la ciudad se dirigió a Burgos. Después de realizar un itinerario por diferentes plazas sin tomarlas llegó a Arcos, muy cerca de la capital, y acampó. Al tener conocimiento de que Burgos estaba defendida por el nuevo alférez real de Castilla, Lope Díaz de Haro, regresó a León.

 
Sin el apoyo de Alfonso IX, las tropas castellanas atacaron a los Lara y les arrebataron los castillos de Muñó, Lerma y Lara. Alvar Núñez de Lara atacará Belorado y Nájera, e intentará capturar a Fernando III. Quién fue hecho prisionero fue Alvar. La entrega de todas sus tenencias y las de sus partidarios fue el precio que tuvo que pagar por su libertad. Después marchó al reino de León del que todavía era mayordomo real.
 
En noviembre de 1217 hay tregua entre Castilla y León. Berenguela, segura, se dispone a concertar la boda de su hijo con la princesa alemana Beatriz de Suabia, nieta del emperador Federico Barbarroja y del emperador Isaac II de Bizancio. ¡Dos emperadores! Perdón, ¿he dicho que Berenguela estaba segura? Nos hemos olvidado de los Lara que medio año más tarde hostigan Medina de Rioseco. Aunque fueron rechazados, consiguieron que Alfonso IX se indispusiera con su hijo y le declarara la guerra. ¿Malo? ¿Desagradable? Si les digo la verdad, nada diferente a la política española que leen en la prensa de hoy. Fueron los magnates castellanos los que se enfrentaron al rey leones, ya que Fernando III no quiso guerrear contra su padre.

Berenguela I de Castilla
 
Ante este giro de la situación, Berenguela, fuerza un acuerdo entre su exmarido, Alfonso IX de León, y su hijo, Fernando III de Castilla, el pacto de Toro, en agosto de 1218. En él se reconoce a Fernando como heredero de la corona de León -solo hay que esperar que se cumpla-; y neutraliza a los peligrosos Lara casando a su hijo Alfonso con Mafalda de Molina -una Lara-. De hecho, Berenguela acababa de bloquear el intento de Alfonso IX de apartar a Fernando III del trono de León y entregarlo a una de las hijas, Sancha o Dulce, tenidas con su primera esposa. Fernando III y Berenguela consiguieron que el Papa Honorio III recordara, por bula de julio de 1218, a Alfonso IX que Fernando había sido reconocido solemnemente heredero de León en el tratado de Cabreros de 1206. Tras el acuerdo, Berenguela, roba alianzas al rey leonés al quitarle el prometido de una de sus hijas, Juan de Brienne, rey de Jerusalén, dándole la mano de una infanta de Castilla. Esto hace cierta la frase esa de “cuídate de las exesposas”. Por cierto, Fernando III se casará con Beatriz en 1219.

 
Hacia 1224, Fernando III tiene unos veinticinco años y, mientras Berenguela se dedica a poner orden en la política interna, él está en el sur conquistando Andújar, Martos y Baeza, llaves de Andalucía. La ofensiva de Fernando III está abriendo Al-Ándalus para Castilla… con permiso de Alfonso IX de León que toma Cáceres y Mérida; y del joven Jaime I de Aragón con Mallorca. El islam español está definitivamente desfondado.
 
Pero no lo está Berenguela que, en 1230, planea sustraer -sí, robar- un reino. Pongámonos en situación. Alfonso IX de León es ya un sesentón, una edad muy avanzada para la época, que viaja a Santiago de Compostela a agradecer al apóstol sus conquistas. Pero, a la altura de Villanueva de Sarria, enferma gravemente. Morirá pocos días después, el 24 de septiembre. El reino queda en manos de tres mujeres: Teresa de Portugal, y sus hijas Dulce y Sancha. Mujeres que, como se verá, no estarán muy “empoderadas” (Hay que fastidiarse con el neologismo feminista). Fernando de Castilla, empujado por su madre, reivindicó sus derechos y entró en el reino de León.

Alfonso IX de León
 
Pero serán Berenguela y Teresa de Portugal quienes resuelvan el asunto cara a cara. Dos viudas del mismo hombre. Dos matrimonios anulados. Dos madres... Se reunieron en Benavente. Teresa tenía a su favor el deseo de Alfonso IX de que reinase una de sus hijas. Berenguela, el poderoso reino de Castilla, un candidato que ya era rey y la simpatía de una parte importante de la nobleza leonesa y de la Iglesia. Los veleidosos nobles apostaban por el caballo ganador castellano que las garantizaría victorias y riquezas y la Iglesia… la Iglesia había sido sobornada. Así no fue difícil convencer a todo el mundo de que aquellas últimas voluntades eran completamente inviables. De aquella reunión de Benavente salió un tratado: el de las Tercerías, también llamado de Valencia de Don Juan. Berenguela compraba, literalmente, a Teresa los derechos de sus hijas. Lo hacía entregando a la portuguesa pingües compensaciones económicas y territoriales, y especialmente señoríos de fuste en tierras castellanas; señoríos que, eso sí, volverían a Castilla cuando las hijas de Teresa murieran. Para la portuguesa no fue un mal negocio: ganaba mucho más de lo que tenía antes. ¿Qué otra cosa hubiera podido hacer? ¿Convocar a los nobles fieles y abrir una guerra civil dentro de León, guerra que, además, habría sido también una guerra con Castilla? No tenía ni fuerzas ni poder ni riqueza para sostener semejante apuesta. Sancha terminó en el convento cisterciense de Villabuena, en El Bierzo. Y Dulce, con Teresa, fueron al monasterio de Lorvao hasta el fin de sus días.
 
Fernando III fue coronado rey de León el 2 de diciembre de 1230 en Toro. Será rey de dos reinos, no de uno unificado. Nada de Reino de “Castillaleón” a modo de la incongruencia histórica de “catalanoaragonesa”. Castilla y León siguieron conservando sus propias instituciones, sus propias cortes y sus propias leyes, conforme al uso medieval. Y sus propios cargos con sus ocupantes. Pero el rey ya era solo uno, para siempre. Y a los opositores se les calló con oportunidades de riqueza al sur. Reconquistando.

Armas de Fernando III de Castilla
 
En 1231 se firmó el Acuerdo de Sabugal, entre Fernando III y el rey Sancho II de Portugal para delimitar las fronteras y buscar la alianza contra el islam. El nuevo rey leonés entregó al portugués el castillo de San Esteban de Chaves y se comprometió ante él a defender a la reina Teresa. Este segundo pacto no evitó que parte de la nobleza y la Iglesia leonesa mantuviesen su oposición al nuevo monarca castellano. En especial en Galicia. Y Berenguela estará, mientras, organizando el -los- reinos. Entre 1230 y 1233, se reorganizarán sus dos reinos en tres unidades administrativas, gestionadas por un merino mayor: Castilla, León y Galicia. Y, Berenguela -o Fernando- hace más cosas: protege monasterios, dirige las obras de las catedrales de Toledo y Burgos, encarga una crónica sobre los reyes de Castilla y León al obispo Lucas de Tuy... Berenguela es una auténtica mujer de Estado. Cuando Fernando enviude de Beatriz de Suabia, su madre le buscará nueva esposa “con el fin de que la virtud del rey no se menoscabase con relaciones ilícitas” y salgan bastardos protestones. La elegida fue una dama de la casa real francesa, Juana de Dammartín o Juana de Ponthieu. Berenguela murió hacia 1246, con sesenta y seis años de edad y el deber cumplido.

Juana de Ponthieu
 
Y, es que, Fernando III no podía ocuparse de ciertas cosas porque tenía mucho de qué preocuparse al sur. Un sur que era una merienda de… de… de “gente racializada” -ya me entienden- desde 1212. Sin ánimo de ser exhaustivos: Muhammad al-Nasir, el Miramamolín, vencido en Las Navas, vuelve a Rabat, abdica en 1213 y muere envenenado. Le reemplaza su hijo Yakub II, de dieciséis años, gobernado por el visir Abu Said ben Jami. El joven Yakub vivió en el poder diez años mientras el imperio, falto de victorias militares, se descomponía. Le sucedió en el trono almohade su hijo Abdul-Wahid I, pero fue estrangulado ese mismo año. En el puesto de visir se mantenía el viejo Abu Said. Llegaba al trono un hermano del estrangulado, Abu Mohammed Abdallah al-Adil que releva al visir. Un tipo listo. Dos hermanos del califa aspiraban al trono, cada uno de ellos apoyado por las dos grandes fuerzas que desgarraban el imperio al norte y al sur: el rey de Castilla y el jeque de Marrakech. El pobre Abu Mohammed Abdallah al-Adil terminó muriendo ahogado en un baño de su palacio. Era octubre de 1227. Le sucedió su hijo Yahya, pero el imperio almohade estaba condenado a muerte.

 
En Al-Ándalus se movía uno que decía ser descendiente de los Ibn Hud, de algo menos de cuarenta años, y que se sublevó en Murcia y se apodera, también, de Almería y Málaga. Y pronto dejará sentir su peso en Córdoba y Sevilla. Otros caudillos le imitan en otros puntos de Al-Ándalus. Como Muhammad ibn Nasr, en Córdoba, que había nacido en Arjona en 1194, en una familia con amplias propiedades agrarias. Y con experiencia militar frente a los cristianos. Experiencia victoriosa que le laureó de caudillo guerrero. Ibn Hud y Muhammad tienen el mismo sueño: reunificar Al-Ándalus bajo su poder. Sin repartir. Las relaciones entre los dos hombres no tardan en convertirse en una sorda lucha por el poder. ¿Qué es lo que está en juego? Ante todo, el control del rico valle del Guadalquivir. Mientras, Fernando III de León y Castilla decide ahondar la enemistad entre Muhammad e Ibn Hud.
 
Fernando III sitiará Úbeda en enero de 1233. Nadie defiende la ciudad. ¿Por qué? Porque Ibn Hud no quiere socorrerla mientras ande cerca Muhammad, y Muhammad no moverá un dedo si al final es Ibn Hud quien va a quedarse con el trofeo. La caída de Úbeda avivó la hostilidad entre ambos caudillos hasta el borde de la guerra civil. ¡Punto para Fernando! Su victoria en Úbeda arrodilla a Ibn Hud y este le paga un tributo de mil dinares al día. Pero Ibn Hud sigue siendo más fuerte que Muhammad, de manera que Fernando consiente que mesnadas de guerreros cristianos se alineen junto a las tropas de Muhammad que luchan por apoderarse de Sevilla... contra Ibn Hud.

 
De Sierra Morena hacia abajo, el caos es fenomenal: los partidarios de un caudillo moro luchan contra los del otro mientras el rey cristiano alimenta el enfrentamiento. Apoyado por la aristocracia local mora, Muhammad se proclama sultán de la taifa de Arjona. Sus huestes, enardecidas por las victorias, van obteniendo la fidelidad de ciudades como Guadix, Baza, Jerez, Porcuna, Córdoba o Jaén. Ibn Hud pone sitio a Sevilla en 1233, Muhammad se apodera de la ciudad al año siguiente, pero una nueva sublevación local vuelve a poner a Ibn Hud al frente de la morisma sevillana. El caudillo de Murcia logra tomar Córdoba, pero Muhammad se mantiene fuerte en Arjona y en Granada. Ibn Hud consigue que el califa de Bagdad, máxima autoridad política y espiritual del mundo islámico, le reconozca como gobernante de todo Al-Ándalus. ¡Punto, set y partido para Ibn Hud! Muhammad reconoce a Ibn Hud como emir a cambio de que se le confiera el gobierno de Arjona, Jaén y Porcuna. Aunque, bajo la mesa, siguen las luchas. Embarcados en una larga guerra de desgaste entre sí, los caudillos moros pierden fuerza a ojos vista. Fernando III, entonces, libera Córdoba.
 
Fue en junio de 1236. Algo que se celebró en toda la Europa cristina. Córdoba había sido la primera capital sarracena en España. Sede del califato, siguió siendo el centro del mundo musulmán durante la cruenta etapa de Almanzor. Cuando cayó el “almanzorismo” (neologismo similar a los de zapaterismo, rajoyismo o sanchismo), Córdoba fue ocupada -temporalmente- por castellanos y aragoneses después. Ya no era la capital, pero sí poseía un aura de centro tradicional de la España andalusí. Fernando III lo logró porque pudo centrarse en el sur -y en el frente interior- y porque se había preocupado de firmar pactos estables con aragoneses y portugueses. Por supuesto, la conquista de esta ciudad no fue algo espontaneo sino la pieza que debía caer en el continuo avance hacia Gibraltar: En 1230, Cazorla y Quesada; En 1232, Trujillo; Montiel, Baza, Úbeda y Baeza, en 1233… Todo el flanco oriental del avance cristiano queda protegido. Fernando III se centra en el valle del Guadalquivir: la línea Córdoba-Sevilla. Decide aislar esas ciudades hasta que caigan. Iba a ser un avance pausado, pero, estando las Cortes reunidas en Burgos, le informan que un grupo de almogavares castellanos dominaban un arrabal de Córdoba, la Axerquía. Y, sitiados por los moros, había que socorrerles. Era enero de 1236. Seis meses después la cruz dominaba la ciudad.

 
¿Cómo lo habían conseguido los cristianos? Pues, porque unos musulmanes descontentos con los altos impuestos cobrados por Ibn Hud les habían abierto el camino una oscura noche de diciembre de 1235. La tradición cronística nos ha legado los nombres de aquellos valientes: Martín Ruiz de Argote, Domingo Muñoz, Diego Muñoz, Diego Martínez el Adalid (el adalid era el oficial de los almogávares), Pedro Ruiz de Tafur, Álvaro Colodro y Benito Baños. Los almogávares cursaron aviso al jefe cristiano de la frontera, Alvar Pérez de Castro el Castellano, un noble que había tenido sus más y sus menos con el rey, pero que ahora estaba allí, al pie del cañón. Para ayudar a estos aventureros se movilizan Ordoño Álvarez, mesnadero del rey, con sus huestes; Alvar Pérez de Castro el Castellano, que aguardaba noticias en Martos; el obispo de Baeza, fray Domingo, con sus tropas; y el obispo de Cuenca. Se estaba produciendo una acumulación de soldados por ambas partes. ¡Córdoba era la cabeza de todo su sistema defensivo en el valle del Guadalquivir!
 
Fernando estaba en camino. Partió de Benavente, llegó a Zamora y desde allí a Salamanca; en todas partes iba sumando a su hueste hombres y armas. Llegó el 7 de febrero de 1236. Ahora nadie pudo socorrer a los musulmanes. Se rindieron. El 29 de junio de 1236 las huestes cristianas entraban en la ciudad. Y según la tradición, fue entonces cuando el rey decidió reparar un agravio histórico: devolver las campanas de Santiago robadas por Almanzor. Y situadas en la mezquita de Córdoba. Volverán a Santiago de Compostela... ¡a hombros de cautivos sarracenos! Los cristianos, eufóricos, se apresuraron a repoblar en gran número la ciudad. Dice la Crónica que “de todas las partes de España vinieron pobladores a morar y poblar, y corrieron allí, como dice la historia, como a bodas de rey. Y tantos eran los que vinieron que faltaron casas a los pobladores y no pobladores, porque eran más los moradores que las casas...”. Demasiada gente que no pudo sobrevivir con lo que daba la tierra. Se declaró una hambruna en la ciudad. Fernando III destinó dinero, provisiones y grano para Córdoba. Finalmente, el rey se trasladó a la ciudad. No solo por la hambruna sino porque, ahora, Andalucía estaba desgarrada.

Fernando III de Castilla
 
El siguiente punto de ataque será la región de Murcia. Pero esta zona tiene dos pretendientes: Castilla y León y Aragón. Para Aragón, dominar la rica Murcia significaba controlar todo el litoral mediterráneo de la península e incorporar a la corona un auténtico vivero agrario. Y para los castellanos, poner allí los pies representaba, además, ganar una segunda salida al mar y cerrar las vías de acceso de los moros hacia el interior de la meseta, en particular mediante el control de los grandes valles: del Guadalentín, del Segura, del Vinalopó... Más datos: Cuando Fernando III tomó Córdoba (1236), Ibn Hud quedó muy debilitado y, para sobrevivir, tributó vasallaje a Castilla. Pero hacia 1238 era asesinado en el puerto de Almería por uno de sus gobernadores, que se pasó a Muhammad ibn Nasr. En Murcia quedaban los parientes del difunto como regentes de un reino tan muerto como su creador. Faltaba saber qué cristiano se lo quedaría. Y esa decisión la tomaron los parientes de Ibn Hud que sobrevivían entre la pinza de aragoneses y los musulmanes de Ibn Nasr –“el Rojo”-. Se sometieron y pagaron vasallaje a Castilla, para que Fernando III les protegiera. El viejo sistema de parias. Ahora bien, el reino moro de Murcia ya no tiene de dónde sacar el dinero. Así el vasallaje adoptará una forma mucho mayor de sumisión: en 1243, Ibn Hud al-Dawla, tío del difunto caudillo murciano, se somete al hijo de Fernando, el infante Alfonso -futuro Alfonso X-, por el Tratado de Alcaraz. Murcia se incorporaba materialmente a la corona castellana bajo forma de protectorado. Los Ibn Hud seguirán gobernando Murcia, pero la soberanía sobre el territorio y los ingresos de las rentas y tributos corresponden al rey de Castilla y de León.

 
Ahora el objetivo era marcar la línea de frontera con Aragón. Firmarán el Tratado de Almizra, el 26 de marzo de 1244. Jaime, el de Aragón, retuvo Játiva y los castellanos se quedaron con la línea Caudete-Sax y el sur de la línea Biar-Villajoyosa. Castilla ganaba así su anhelada salida al mar Mediterráneo. Los términos de este pacto se mantendrán durante sesenta años. Algunas localidades del antiguo reino moro de Murcia no reconocieron el pacto. El infante Alfonso fue expeditivo: envió a sus tropas. Mano de santo: Lorca pactó y Mula y Cartagena se rindieron. Pero Alfonso, precavido, mantuvo allí guarniciones castellanas. De manera que el viejo reino moro de Murcia siguió siendo un protectorado, pero aquellas ciudades rebeldes pasaron a depender directamente de la Corona de Castilla y recibieron una abundante repoblación castellana.
 
La cuestión es ¿era factible un protectorado musulmán dentro de un reino cristiano? Bueno… Lo cierto es que, poco a poco, se fue restando la autonomía que tenían los Ibn Hud mediante el aumento de las tropas presentes, la creación de la diócesis de Cartagena (1257); la designación de un adelantado mayor a modo de delegado del poder regio... Así, la jurisdicción cristiana terminó siendo la única válida en Murcia.

 
Castilla ya había acabado con un problema moro. Le quedaba otro caudillo: Muhammad ibn Yusuf ibn Nasr que entró en Granada el mismo año en que Ibn Hud fue asesinado. Ibn nasr era el beneficiario de la expansión castellana en Andalucía. A cambio de su complicidad, Muhammad -Muhammad I- obtenía el reino de Granada extendido por las actuales provincias de Granada, Almería y Málaga, además de algunas posiciones en la provincia de Jaén. Siguiendo la costumbre islámica, el nuevo rey se puso un sobrenombre que evocaba la guerra santa: al-Galib bi-llah, “el victorioso por Dios”. Pero pasará a la historia por su apodo de al-Ahmar, o sea, “el Rojo”, por el color de sus barbas. Una de las primeras cosas que ordenó el nuevo rey fue construir un palacio digno de su alcurnia: la Alhambra, que se llama así, “la roja”, ¿adivinan por qué? Muhammad el Rojo estaba tranquilo porque sabía que Fernando III no pararía hasta llegar a la desembocadura del Guadalquivir. Allá lejos. Salvo Jaén. ¿Jaén? Sí porque era parte del reino de Granada y estaba en un lugar que hacía daño a los castellanos al ser un vigía adelantado sobre el valle del Guadalquivir. Hablamos, además, de una localidad que gozaba de una prosperidad más que notable. Fernando III había intentado tomar Jaén en dos ocasiones, en 1225 y 1230, sin conseguirlo. Las crónicas musulmanas evalúan el número de sus defensores en más de 50.000 hombres, lo cual seguramente es una exageración, pero dan fe de la importancia que se concedía a la ciudad. Por supuesto, Muhammad al-Ahmar no ignoraba todo esto. De hecho, para afianzar sus posiciones, entre 1243 y 1245 las huestes del nazarí prodigaron las correrías por la región, desde Andújar hasta Martos. Si Fernando III quería asentar su hegemonía en la zona, estaba obligado a tomar Jaén.
 
Fernando III diseño una estrategia de aislamiento. Envió columnas hacia Jaén y Alcaudete, por un lado, y hacia Arjona por el otro. De esta manera evitaba que los distintos puestos fuertes musulmanes pudieran prestarse socorro. Mientras las mesnadas ponen cerco a sus objetivos, un intenso trabajo se desata en la retaguardia: talar árboles, arrancar viñas... Se trata de reducir al mínimo las posibilidades de abastecimiento del enemigo. Arjona cederá a los pocos días: la ciudad capitula y la línea defensiva de Muhammad en el norte se desmorona. Para Fernando quedaba libre el camino a Jaén. Después de un cerco atroz durante el invierno entre 1245 y 1246 Jaén se rindió. El 28 de febrero de 1246, el rey nazarí acudió al campamento de Fernando III y le besó la mano y se convirtió en vasallo del rey de Castilla. Los moros evacuarán Jaén de manera inmediata con sus pertenencias. Muhammad al-Ahmar pagaría un tributo anual de 150.000 maravedíes durante veinte años. El rey nazarí de Granada quedaba como vasallo del castellano, con el deber de servirle tanto en la paz como en la guerra, y obligado a acudir a las Cortes de Castilla, donde se sentaría entre los magnates del reino. Buen negocio para Muhammad.

El rey de Granada rinde Vasallaje a Fernando III
 
Dominada Córdoba, Jaén y el reino de Granada era el momento de visitar Sevilla. Para conquistarla deberá generar problemas a los almohades en su exiguo territorio de Marruecos y, a su vez, aislar Sevilla para que no pudiera recibir refuerzos de África. Fernando III azuzará las querellas de la familia almohade apoyando a uno de los hermanos conspiradores, Abu al-Ala. Para aislar Sevilla se enfrentará a unos poderes locales dispuestos a sobrevivir. Sevilla era una ciudad bien defendida y bien abastecida, permanentemente avituallada a través del puente de Triana; disponía de refuerzos constantes procedentes de África, que llegaban a la ciudad por el Guadalquivir; además, las taifas cercanas, como la de Niebla, compartían el objetivo de resistirse a la expansión cristiana.
 
Castilla deberá ejecutar una operación que cubra, simultáneamente, varios frentes: cercar la ciudad por tierra, romper la vía de abastecimiento de Triana, taponar el Guadalquivir desde su desembocadura, evitar que los sitiados pudieran ser auxiliados por la cercana taifa de Niebla... Demasiado para las armas castellanas del momento. Fernando III necesitaba refuerzos y los recibió de Jaime I de Aragón. Pero también necesitaba barcos que no pidió a Jaime I porque hubiera supuesto saltarse las líneas de frontera acordadas entre los dos reinos. Una cosa era un puñado de lanzas y otra cosa… Castilla construirá su marina de guerra de mano de Ramón de Bonifaz y Camargo. Como nota referida al terruño les diremos que los Bonifaz construyeron el siglo XV una torre en Lomana (Las Merindades). Ramón acudió a los principales puertos de Castilla: Bermeo, Guetaria y las cuatro villas cántabras. Y a León, porque consta que a la llamada acudieron numerosos marineros de Avilés y gallegos. ¿Cuántos barcos logró reunir Ramón? Trece barcos de vela más cinco galeras encargadas por el rey en Santander. Suficiente. Llegaron a San Lucar de Barrameda en agosto de 1247. Y allí, como era de temer, aguardaban los barcos almohades. No solo la flotilla mora que habitualmente protegía la entrada del río, sino también los barcos que traían refuerzos de África. La marina castellana iba a librar su primera batalla... ¡Victoriosa! Una vez limpia la desembocadura del Guadalquivir, Bonifaz puso proa a Sevilla. Dominando el río y ambas márgenes solo queda el obstáculo de la barrera tendida por los moros entre Triana y la Torre del Oro: un puente de grandes barcazas amarradas con gruesas cadenas. Los barcos de Bonifaz lo atacarán el 3 de mayo de 1248. Bonifaz escogió sus dos naves más pesadas: dos carracas de carga. Hizo adosar en sus proas enormes tablas de madera erizadas de clavos y hierros aserrados, como una gigantesca maza de guerra... naval. Y cuando más firme soplaba el viento, las dos carracas se lanzaron a toda velocidad contra el puente moro. Reventado el puente de Triana, la ciudad tardó muy poco en caer. Los moros aún pudieron rechazar un par de asaltos en Sevilla y Triana, pero la resistencia era imposible. La rendición se produjo el 23 de noviembre de 1248, cuando el rey moro de Sevilla, Axataf, pidió audiencia al rey Fernando y le entregó las llaves de la capital. Fernando III no se parará allí y conquistará Medina Sidonia, Arcos de la Frontera, Sanlúcar, Lebrija, Rota, Jerez, Santa María del Puerto...

 
En la primavera de 1252 Fernando III prepara una expedición militar sobre el norte de África para reprimir y asustar a los musulmanes. Pero el 30 de mayo de 1252 muere con cincuenta y tres años. Dice la crónica que murió de hidropesía -una anormal retención de líquido en los tejidos- que es síntoma de otros males. ¿Tumores, trastornos circulatorios, alguna otra enfermedad? La salud del rey había empezado a preocupar diez años atrás. Ya entonces su hijo Alfonso se hizo cargo de algunos asuntos de Estado, y en particular de la cuestión murciana.

 
Al anochecer del 30 de mayo de 1252, el rey sintió que había llegado la hora final. Fernando ordenó retirar cuantos adornos en su cámara connotaran la dignidad regia y decoraron la habitación como el interior de una iglesia. Cuando el rey escuchó la campanilla que anunciaba la llegada del Viático, y conforme a una tradición ancestral, pidió que le llevaran una soga y se la puso al cuello. Después ordenó que se le depositara sobre un lecho de cenizas. Era el trance de la penitencia. Acostado sobre las cenizas Fernando exclamó: “Desnudo salí del vientre de mi madre, que era la tierra. Desnudo me ofrezco ahora a ella. Señor, recibe mi alma entre la compañía de tus siervos”. De tal guisa recibió el rey el último sacramento. Acto seguido pidió una daga y una cruz y, en gesto de mortificación, comenzó a herirse el torso mientras besaba una y otra vez el crucifijo. Tras todo este “tratamiento”, el monarca expiró en la madrugada del 31 de mayo de 1252.
 
Sus restos fueron inhumados en la Capilla Real de Sevilla. Siglos más tarde será trasladado a la catedral hispalense. En su tumba se inscribió este epitafio escrito en latín, castellano, árabe y hebreo: “Aquí yace el muy honrado Fernando, señor de Castilla y de Toledo y de León y de Galicia, de Sevilla, de Córdoba, de Murcia, de Jaén, el que conquistó toda España, el más leal, el más verdadero, el más franco, el más esforzado, el más apuesto, el más granado, el más sufrido, el más humilde, el que más temió a Dios, el que más Le hizo servicio, el que quebrantó y destruyó a todos Sus enemigos, el que alzó y honró a todos Sus amigos, y conquistó la ciudad de Sevilla, que es cabeza de toda España”.

Fernando III de Castilla
 
A la ceremonia funeraria de Fernando III acudió el rey moro de Granada, y lo hizo acompañado de cien nobles sarracenos que portaban antorchas en señal de duelo. El trono quedaba ocupado por Alfonso, treinta y un años, con experiencia política y militar y una gran cultura para el momento.
 
Fernando había reinado treinta y cinco años en Castilla y veintidós en León. Llevó la frontera de la corona de Castilla hasta Cádiz y Huelva. Para siempre. La lengua cortesana dejó de ser el latín para emplearse el castellano. Unificó las leyes del reino con una nueva recopilación del Fuero Juzgo visigodo. Un corpus jurídico que estuvo en vigor hasta el siglo XIX. No solo dejaba una corona poderosa sino, también, un reguero de hijos. Con su primera esposa, la alemana Beatriz de Suabia, había tenido diez vástagos. Uno de ellos será el heredero de la corona, Alfonso, que casará con una hija de Jaime I de Aragón. Su segunda esposa, la francesa Juana de Dammartin, le dio otros cinco hijos y, entre ellos, a la que será reina de Inglaterra, Leonor de Castilla. En la abundante progenie del rey Fernando encontramos dos arzobispos de Sevilla, varios señores de la guerra, un conde francés, un senador de Roma, varias monjas castellanas... Todo un fresco de la Europa medieval. Estuvo orientado -como si fuese un político español jubilado- a Europa. De hecho, en los últimos años de su vida envió una embajada a Inglaterra, a la corte de Enrique III, proponiéndole una cruzada sobre el norte de África, para la cual Fernando permitiría el paso de las lanzas inglesas por Castilla. De aquella embajada quedó seguramente el compromiso de casar al heredero inglés, Eduardo, con una hija de Fernando, Leonor. Esta -la cruzada, claro- no era una ocurrencia aislada. Desde el matrimonio de Fernando III con Beatriz de Suabia, en 1221, había caballeros de la Orden Teutónica en sus reinos, concretamente en Zamora y en Higares. En 1229 habrá un convento de la española Orden de Calatrava en Pomerania (Prusia). Más aún: consta que en 1246 el rey Fernando negoció con el Papa y con Balduino de Constantinopla el envío de 1.500 guerreros castellanos (300 caballeros, 200 arqueros, 1.000 peones) al recién creado imperio latino de Constantinopla. Si la aventura no llegó a hacerse realidad fue porque Balduino no pagó los 40.000 marcos de plata que debían sufragar la expedición.

 
Fernando III, fue canonizado en 1671 por el papa Clemente X, un pontífice muy hispanófilo pero la santidad fernandina tenía un sustrato diocesano y sevillano. Hoy San Fernando sobrevive en las memorias como patrón de Sevilla, de otras tres ciudades españolas, de una ciudad venezolana y de otra colombiana, de la universidad tinerfeña de La Laguna, del Arma de Ingenieros del Ejército español... Él fue quien mandó levantar las catedrales de Burgos y León, y también quien unificó los estudios generales de Salamanca y Palencia, que Alfonso X elevará enseguida al rango de universidad: la primera universidad española.

San Fernando III de Castilla
 
 
 
Bibliografía:
 
“¡Santiago y cierra, España!”. José Javier Esparza.
“Historia de España”. Colección de SALVAT.
“Atlas de Historia de España”. Fernando García de Cortázar.
“Singularidad del proceso de canonización de Fernando III el Santo”. Ulpiano Pacho Sardón.

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