Recapitulemos
brevemente: Alfonso VIII, muere a los cincuenta y nueve años de edad y después
de cincuenta y seis de reinado deja un heredero de diez años, Enrique. Es 1214.
Este estará bajo la tutela de su hermana mayor tras la rápida muerte de su
madre Leonor de Plantagenet. Berenguela, la hermana mayor, era la exesposa -por
consanguineidad- de Alfonso IX de León y madre del muchachote Fernando. Las
grandes casas castellanas no aceptaban como regente a una mujer emparentada con
el enemigo leonés. Berenguela, para calmar las aguas, envía a su hijo Fernando
con su padre y se enroca en el castillo de Autillo, en Palencia. Y, cuando las
armas estaban desenfundadas… ¡Lapidan a Enrique!
El
dos de julio de 1217, en Valladolid, en una asamblea popular, la reina Berenguela
I de Castilla -reina durante veintiséis días- cedió su corona a su hijo
Fernando. Pero la reina se reservaba dar su consentimiento para los actos más
importantes del gobierno del chico de unos 16 años (nacido en Peleas de Arriba
hacia 1199 o 1201). Pero Fernando III de Castilla será el rey. Fin. Calma y
descanso. Ni fue calmada su llegada al trono porque tuvo que escapar de León
para reunirse con su madre ni lo será después. Como creo que será necesario
comentarlo, Berenguela y Alfonso IX tuvieron cinco vástagos: Leonor, Constanza,
Berenguela, Fernando y Alfonso de Molina. Y, una maldad, ¿tendría el título de
reina Emérita?
Berenguela I de Castilla
El
cinco de julio, Alfonso IX, avanza sobre Castilla llegando a Arroyo de la
Encomienda, a siete kilómetros de Valladolid. Allí recibió a los obispos de
Burgos y Ávila para convencerlo de que no atacara a su hijo, Fernando III de
Castilla. Alfonso IX tras ver que no tendría los contingentes de los Lara ni otras
para conquistar la ciudad se dirigió a Burgos. Después de realizar un
itinerario por diferentes plazas sin tomarlas llegó a Arcos, muy cerca de la
capital, y acampó. Al tener conocimiento de que Burgos estaba defendida por el
nuevo alférez real de Castilla, Lope Díaz de Haro, regresó a León.
Sin
el apoyo de Alfonso IX, las tropas castellanas atacaron a los Lara y les
arrebataron los castillos de Muñó, Lerma y Lara. Alvar Núñez de Lara atacará
Belorado y Nájera, e intentará capturar a Fernando III. Quién fue hecho
prisionero fue Alvar. La entrega de todas sus tenencias y las de sus
partidarios fue el precio que tuvo que pagar por su libertad. Después marchó al
reino de León del que todavía era mayordomo real.
En
noviembre de 1217 hay tregua entre Castilla y León. Berenguela, segura, se
dispone a concertar la boda de su hijo con la princesa alemana Beatriz de
Suabia, nieta del emperador Federico Barbarroja y del emperador Isaac II de
Bizancio. ¡Dos emperadores! Perdón, ¿he dicho que Berenguela estaba segura? Nos
hemos olvidado de los Lara que medio año más tarde hostigan Medina de Rioseco.
Aunque fueron rechazados, consiguieron que Alfonso IX se indispusiera con su
hijo y le declarara la guerra. ¿Malo? ¿Desagradable? Si les digo la
verdad, nada diferente a la política española que leen en la prensa de hoy. Fueron
los magnates castellanos los que se enfrentaron al rey leones, ya que Fernando
III no quiso guerrear contra su padre.
Berenguela I de Castilla
Ante
este giro de la situación, Berenguela, fuerza un acuerdo entre su exmarido,
Alfonso IX de León, y su hijo, Fernando III de Castilla, el pacto de Toro, en
agosto de 1218. En él se reconoce a Fernando como heredero de la corona de León
-solo hay que esperar que se cumpla-; y neutraliza a los peligrosos Lara casando
a su hijo Alfonso con Mafalda de Molina -una Lara-. De hecho, Berenguela
acababa de bloquear el intento de Alfonso IX de apartar a Fernando III del
trono de León y entregarlo a una de las hijas, Sancha o Dulce, tenidas con su
primera esposa. Fernando III y Berenguela consiguieron que el Papa Honorio III
recordara, por bula de julio de 1218, a Alfonso IX que Fernando había sido
reconocido solemnemente heredero de León en el tratado de Cabreros de 1206.
Tras el acuerdo, Berenguela, roba alianzas al rey leonés al quitarle el prometido
de una de sus hijas, Juan de Brienne, rey de Jerusalén, dándole la mano de una
infanta de Castilla. Esto hace cierta la frase esa de “cuídate de las exesposas”.
Por cierto, Fernando III se casará con Beatriz en 1219.
Hacia
1224, Fernando III tiene unos veinticinco años y, mientras Berenguela se dedica
a poner orden en la política interna, él está en el sur conquistando Andújar,
Martos y Baeza, llaves de Andalucía. La ofensiva de Fernando III está abriendo Al-Ándalus
para Castilla… con permiso de Alfonso IX de León que toma Cáceres y Mérida; y del
joven Jaime I de Aragón con Mallorca. El islam español está definitivamente
desfondado.
Pero
no lo está Berenguela que, en 1230, planea sustraer -sí, robar- un reino.
Pongámonos en situación. Alfonso IX de León es ya un sesentón, una edad muy
avanzada para la época, que viaja a Santiago de Compostela a agradecer al
apóstol sus conquistas. Pero, a la altura de Villanueva de Sarria, enferma
gravemente. Morirá pocos días después, el 24 de septiembre. El reino queda en
manos de tres mujeres: Teresa de Portugal, y sus hijas Dulce y Sancha. Mujeres
que, como se verá, no estarán muy “empoderadas” (Hay que fastidiarse con el
neologismo feminista). Fernando de Castilla, empujado por su madre, reivindicó
sus derechos y entró en el reino de León.
Alfonso IX de León
Pero
serán Berenguela y Teresa de Portugal quienes resuelvan el asunto cara a cara.
Dos viudas del mismo hombre. Dos matrimonios anulados. Dos madres... Se
reunieron en Benavente. Teresa tenía a su favor el deseo de Alfonso IX de que
reinase una de sus hijas. Berenguela, el poderoso reino de Castilla, un
candidato que ya era rey y la simpatía de una parte importante de la nobleza
leonesa y de la Iglesia. Los veleidosos nobles apostaban por el caballo ganador
castellano que las garantizaría victorias y riquezas y la Iglesia… la Iglesia
había sido sobornada. Así no fue difícil convencer a todo el mundo de que
aquellas últimas voluntades eran completamente inviables. De aquella reunión de
Benavente salió un tratado: el de las Tercerías, también llamado de Valencia de
Don Juan. Berenguela compraba, literalmente, a Teresa los derechos de sus
hijas. Lo hacía entregando a la portuguesa pingües compensaciones económicas y
territoriales, y especialmente señoríos de fuste en tierras castellanas;
señoríos que, eso sí, volverían a Castilla cuando las hijas de Teresa murieran.
Para la portuguesa no fue un mal negocio: ganaba mucho más de lo que tenía
antes. ¿Qué otra cosa hubiera podido hacer? ¿Convocar a los nobles fieles y
abrir una guerra civil dentro de León, guerra que, además, habría sido también
una guerra con Castilla? No tenía ni fuerzas ni poder ni riqueza para sostener
semejante apuesta. Sancha terminó en el convento cisterciense de Villabuena, en
El Bierzo. Y Dulce, con Teresa, fueron al monasterio de Lorvao hasta el fin de
sus días.
Fernando
III fue coronado rey de León el 2 de diciembre de 1230 en Toro. Será rey de dos
reinos, no de uno unificado. Nada de Reino de “Castillaleón” a modo de la
incongruencia histórica de “catalanoaragonesa”. Castilla y León siguieron
conservando sus propias instituciones, sus propias cortes y sus propias leyes,
conforme al uso medieval. Y sus propios cargos con sus ocupantes. Pero el rey
ya era solo uno, para siempre. Y a los opositores se les calló con
oportunidades de riqueza al sur. Reconquistando.
Armas de Fernando III de Castilla
En
1231 se firmó el
Acuerdo de Sabugal, entre Fernando III y el rey Sancho II de Portugal para
delimitar las fronteras y buscar la alianza contra el islam. El nuevo rey leonés entregó al portugués el castillo de San Esteban
de Chaves y se comprometió ante él a defender a la reina Teresa. Este segundo
pacto no evitó que
parte de la nobleza y la Iglesia leonesa mantuviesen su oposición al nuevo
monarca castellano. En especial en Galicia. Y Berenguela estará, mientras, organizando
el -los- reinos. Entre 1230 y 1233, se reorganizarán sus dos reinos en tres
unidades administrativas, gestionadas por un merino mayor: Castilla, León y
Galicia. Y, Berenguela -o Fernando- hace más cosas: protege monasterios, dirige
las obras de las catedrales de Toledo y Burgos, encarga una crónica sobre los
reyes de Castilla y León al obispo Lucas de Tuy... Berenguela es una auténtica
mujer de Estado. Cuando Fernando enviude de Beatriz de Suabia, su madre le buscará
nueva esposa “con el fin de que la virtud del rey no se menoscabase con
relaciones ilícitas” y salgan bastardos protestones. La elegida fue una
dama de la casa real francesa, Juana de Dammartín o Juana de Ponthieu. Berenguela
murió hacia 1246, con sesenta y seis años de edad y el deber cumplido.
Juana de Ponthieu
Y,
es que, Fernando III no podía ocuparse de ciertas cosas porque tenía mucho de
qué preocuparse al sur. Un sur que era una merienda de… de… de “gente
racializada” -ya me entienden- desde 1212. Sin ánimo de ser exhaustivos:
Muhammad al-Nasir, el Miramamolín, vencido en Las Navas, vuelve a Rabat, abdica
en 1213 y muere envenenado. Le reemplaza su hijo Yakub II, de dieciséis años,
gobernado por el visir Abu Said ben Jami. El joven Yakub vivió en el poder diez
años mientras el imperio, falto de victorias militares, se descomponía. Le
sucedió en el trono almohade su hijo Abdul-Wahid I, pero fue estrangulado ese
mismo año. En el puesto de visir se mantenía el viejo Abu Said. Llegaba al
trono un hermano del estrangulado, Abu Mohammed Abdallah al-Adil que releva al
visir. Un tipo listo. Dos hermanos del califa aspiraban al trono, cada uno de
ellos apoyado por las dos grandes fuerzas que desgarraban el imperio al norte y
al sur: el rey de Castilla y el jeque de Marrakech. El pobre Abu Mohammed
Abdallah al-Adil terminó muriendo ahogado en un baño de su palacio. Era octubre
de 1227. Le sucedió su hijo Yahya, pero el imperio almohade estaba condenado a muerte.
En
Al-Ándalus se movía uno que decía ser descendiente de los Ibn Hud, de algo
menos de cuarenta años, y que se sublevó en Murcia y se apodera, también, de Almería
y Málaga. Y pronto dejará sentir su peso en Córdoba y Sevilla. Otros caudillos
le imitan en otros puntos de Al-Ándalus. Como Muhammad ibn Nasr, en Córdoba,
que había nacido en Arjona en 1194, en una familia con amplias propiedades
agrarias. Y con experiencia militar frente a los cristianos. Experiencia
victoriosa que le laureó de caudillo guerrero. Ibn Hud y Muhammad tienen el
mismo sueño: reunificar Al-Ándalus bajo su poder. Sin repartir. Las relaciones
entre los dos hombres no tardan en convertirse en una sorda lucha por el poder.
¿Qué es lo que está en juego? Ante todo, el control del rico valle del
Guadalquivir. Mientras, Fernando III de León y Castilla decide ahondar la
enemistad entre Muhammad e Ibn Hud.
Fernando
III sitiará Úbeda en enero de 1233. Nadie defiende la ciudad. ¿Por qué? Porque
Ibn Hud no quiere socorrerla mientras ande cerca Muhammad, y Muhammad no moverá
un dedo si al final es Ibn Hud quien va a quedarse con el trofeo. La caída de
Úbeda avivó la hostilidad entre ambos caudillos hasta el borde de la guerra
civil. ¡Punto para Fernando! Su victoria en Úbeda arrodilla a Ibn Hud y este le
paga un tributo de mil dinares al día. Pero Ibn Hud sigue siendo más fuerte que
Muhammad, de manera que Fernando consiente que mesnadas de guerreros cristianos
se alineen junto a las tropas de Muhammad que luchan por apoderarse de
Sevilla... contra Ibn Hud.
De
Sierra Morena hacia abajo, el caos es fenomenal: los partidarios de un caudillo
moro luchan contra los del otro mientras el rey cristiano alimenta el
enfrentamiento. Apoyado por la aristocracia local mora, Muhammad se proclama
sultán de la taifa de Arjona. Sus huestes, enardecidas por las victorias, van
obteniendo la fidelidad de ciudades como Guadix, Baza, Jerez, Porcuna, Córdoba
o Jaén. Ibn Hud pone sitio a Sevilla en 1233, Muhammad se apodera de la ciudad
al año siguiente, pero una nueva sublevación local vuelve a poner a Ibn Hud al
frente de la morisma sevillana. El caudillo de Murcia logra tomar Córdoba, pero
Muhammad se mantiene fuerte en Arjona y en Granada. Ibn Hud consigue que el
califa de Bagdad, máxima autoridad política y espiritual del mundo islámico, le
reconozca como gobernante de todo Al-Ándalus. ¡Punto, set y partido para Ibn
Hud! Muhammad reconoce a Ibn Hud como emir a cambio de que se le confiera el
gobierno de Arjona, Jaén y Porcuna. Aunque, bajo la mesa, siguen las luchas. Embarcados
en una larga guerra de desgaste entre sí, los caudillos moros pierden fuerza a
ojos vista. Fernando III, entonces, libera Córdoba.
Fue
en junio de 1236. Algo que se celebró en toda la Europa cristina. Córdoba había
sido la primera capital sarracena en España. Sede del califato, siguió siendo
el centro del mundo musulmán durante la cruenta etapa de Almanzor. Cuando cayó
el “almanzorismo” (neologismo similar a los de zapaterismo, rajoyismo o
sanchismo), Córdoba fue ocupada -temporalmente- por castellanos y aragoneses después.
Ya no era la capital, pero sí poseía un aura de centro tradicional de la España
andalusí. Fernando III lo logró porque pudo centrarse en el sur -y en el frente
interior- y porque se había preocupado de firmar pactos estables con aragoneses
y portugueses. Por supuesto, la conquista de esta ciudad no fue algo espontaneo
sino la pieza que debía caer en el continuo avance hacia Gibraltar: En 1230,
Cazorla y Quesada; En 1232, Trujillo; Montiel, Baza, Úbeda y Baeza, en 1233…
Todo el flanco oriental del avance cristiano queda protegido. Fernando III se
centra en el valle del Guadalquivir: la línea Córdoba-Sevilla. Decide aislar
esas ciudades hasta que caigan. Iba a ser un avance pausado, pero, estando las
Cortes reunidas en Burgos, le informan que un grupo de almogavares castellanos dominaban
un arrabal de Córdoba, la Axerquía. Y, sitiados por los moros, había que socorrerles.
Era enero de 1236. Seis meses después la cruz dominaba la ciudad.
¿Cómo
lo habían conseguido los cristianos? Pues, porque unos musulmanes descontentos con
los altos impuestos cobrados por Ibn Hud les habían abierto el camino una
oscura noche de diciembre de 1235. La tradición cronística nos ha legado los
nombres de aquellos valientes: Martín Ruiz de Argote, Domingo Muñoz, Diego
Muñoz, Diego Martínez el Adalid (el adalid era el oficial de los almogávares),
Pedro Ruiz de Tafur, Álvaro Colodro y Benito Baños. Los almogávares cursaron
aviso al jefe cristiano de la frontera, Alvar Pérez de Castro el Castellano, un
noble que había tenido sus más y sus menos con el rey, pero que ahora estaba
allí, al pie del cañón. Para ayudar a estos aventureros se movilizan Ordoño
Álvarez, mesnadero del rey, con sus huestes; Alvar Pérez de Castro el
Castellano, que aguardaba noticias en Martos; el obispo de Baeza, fray Domingo,
con sus tropas; y el obispo de Cuenca. Se estaba produciendo una acumulación de
soldados por ambas partes. ¡Córdoba era la cabeza de todo su sistema defensivo
en el valle del Guadalquivir!
Fernando
estaba en camino. Partió de Benavente, llegó a Zamora y desde allí a Salamanca;
en todas partes iba sumando a su hueste hombres y armas. Llegó el 7 de febrero
de 1236. Ahora nadie pudo socorrer a los musulmanes. Se rindieron. El 29 de
junio de 1236 las huestes cristianas entraban en la ciudad. Y según la
tradición, fue entonces cuando el rey decidió reparar un agravio histórico:
devolver las campanas de Santiago robadas por Almanzor. Y situadas en la
mezquita de Córdoba. Volverán a Santiago de Compostela... ¡a hombros de
cautivos sarracenos! Los cristianos, eufóricos, se apresuraron a repoblar en
gran número la ciudad. Dice la Crónica que “de todas las partes de España
vinieron pobladores a morar y poblar, y corrieron allí, como dice la historia,
como a bodas de rey. Y tantos eran los que vinieron que faltaron casas a los
pobladores y no pobladores, porque eran más los moradores que las casas...”.
Demasiada gente que no pudo sobrevivir con lo que daba la tierra. Se declaró
una hambruna en la ciudad. Fernando III destinó dinero, provisiones y grano
para Córdoba. Finalmente, el rey se trasladó a la ciudad. No solo por la
hambruna sino porque, ahora, Andalucía estaba desgarrada.
Fernando III de Castilla
El
siguiente punto de ataque será la región de Murcia. Pero esta zona tiene dos
pretendientes: Castilla y León y Aragón. Para Aragón, dominar la rica Murcia
significaba controlar todo el litoral mediterráneo de la península e incorporar
a la corona un auténtico vivero agrario. Y para los castellanos, poner allí los
pies representaba, además, ganar una segunda salida al mar y cerrar las vías de
acceso de los moros hacia el interior de la meseta, en particular mediante el
control de los grandes valles: del Guadalentín, del Segura, del Vinalopó... Más
datos: Cuando Fernando III tomó Córdoba (1236), Ibn Hud quedó muy debilitado y,
para sobrevivir, tributó vasallaje a Castilla. Pero hacia 1238 era asesinado en
el puerto de Almería por uno de sus gobernadores, que se pasó a Muhammad ibn
Nasr. En Murcia quedaban los parientes del difunto como regentes de un reino
tan muerto como su creador. Faltaba saber qué cristiano se lo quedaría. Y esa
decisión la tomaron los parientes de Ibn Hud que sobrevivían entre la pinza de
aragoneses y los musulmanes de Ibn Nasr –“el Rojo”-. Se sometieron y pagaron
vasallaje a Castilla, para que Fernando III les protegiera. El viejo sistema de
parias. Ahora bien, el reino moro de Murcia ya no tiene de dónde sacar el
dinero. Así el vasallaje adoptará una forma mucho mayor de sumisión: en 1243,
Ibn Hud al-Dawla, tío del difunto caudillo murciano, se somete al hijo de
Fernando, el infante Alfonso -futuro Alfonso X-, por el Tratado de Alcaraz.
Murcia se incorporaba materialmente a la corona castellana bajo forma de
protectorado. Los Ibn Hud seguirán gobernando Murcia, pero la soberanía sobre
el territorio y los ingresos de las rentas y tributos corresponden al rey de
Castilla y de León.
Ahora
el objetivo era marcar la línea de frontera con Aragón. Firmarán el Tratado de
Almizra, el 26 de marzo de 1244. Jaime, el de Aragón, retuvo Játiva y los
castellanos se quedaron con la línea Caudete-Sax y el sur de la línea
Biar-Villajoyosa. Castilla ganaba así su anhelada salida al mar Mediterráneo.
Los términos de este pacto se mantendrán durante sesenta años. Algunas
localidades del antiguo reino moro de Murcia no reconocieron el pacto. El
infante Alfonso fue expeditivo: envió a sus tropas. Mano de santo: Lorca pactó
y Mula y Cartagena se rindieron. Pero Alfonso, precavido, mantuvo allí
guarniciones castellanas. De manera que el viejo reino moro de Murcia siguió
siendo un protectorado, pero aquellas ciudades rebeldes pasaron a depender
directamente de la Corona de Castilla y recibieron una abundante repoblación
castellana.
La
cuestión es ¿era factible un protectorado musulmán dentro de un reino
cristiano? Bueno… Lo cierto es que, poco a poco, se fue restando la autonomía
que tenían los Ibn Hud mediante el aumento de las tropas presentes, la creación
de la diócesis de Cartagena (1257); la designación de un adelantado mayor a
modo de delegado del poder regio... Así, la jurisdicción cristiana terminó
siendo la única válida en Murcia.
Castilla
ya había acabado con un problema moro. Le quedaba otro caudillo: Muhammad ibn
Yusuf ibn Nasr que entró en Granada el mismo año en que Ibn Hud fue asesinado.
Ibn nasr era el beneficiario de la expansión castellana en Andalucía. A cambio
de su complicidad, Muhammad -Muhammad I- obtenía el reino de Granada extendido
por las actuales provincias de Granada, Almería y Málaga, además de algunas
posiciones en la provincia de Jaén. Siguiendo la costumbre islámica, el nuevo
rey se puso un sobrenombre que evocaba la guerra santa: al-Galib bi-llah, “el
victorioso por Dios”. Pero pasará a la historia por su apodo de al-Ahmar, o
sea, “el Rojo”, por el color de sus barbas. Una de las primeras cosas que
ordenó el nuevo rey fue construir un palacio digno de su alcurnia: la Alhambra,
que se llama así, “la roja”, ¿adivinan por qué? Muhammad el Rojo estaba
tranquilo porque sabía que Fernando III no pararía hasta llegar a la
desembocadura del Guadalquivir. Allá lejos. Salvo Jaén. ¿Jaén? Sí porque era
parte del reino de Granada y estaba en un lugar que hacía daño a los
castellanos al ser un vigía adelantado sobre el valle del Guadalquivir.
Hablamos, además, de una localidad que gozaba de una prosperidad más que
notable. Fernando III había intentado tomar Jaén en dos ocasiones, en 1225 y
1230, sin conseguirlo. Las crónicas musulmanas evalúan el número de sus
defensores en más de 50.000 hombres, lo cual seguramente es una exageración,
pero dan fe de la importancia que se concedía a la ciudad. Por supuesto,
Muhammad al-Ahmar no ignoraba todo esto. De hecho, para afianzar sus
posiciones, entre 1243 y 1245 las huestes del nazarí prodigaron las correrías
por la región, desde Andújar hasta Martos. Si Fernando III quería asentar su
hegemonía en la zona, estaba obligado a tomar Jaén.
Fernando
III diseño una estrategia de aislamiento. Envió columnas hacia Jaén y
Alcaudete, por un lado, y hacia Arjona por el otro. De esta manera evitaba que
los distintos puestos fuertes musulmanes pudieran prestarse socorro. Mientras
las mesnadas ponen cerco a sus objetivos, un intenso trabajo se desata en la
retaguardia: talar árboles, arrancar viñas... Se trata de reducir al mínimo las
posibilidades de abastecimiento del enemigo. Arjona cederá a los pocos días: la
ciudad capitula y la línea defensiva de Muhammad en el norte se desmorona. Para
Fernando quedaba libre el camino a Jaén. Después de un cerco atroz durante el invierno
entre 1245 y 1246 Jaén se rindió. El 28 de febrero de 1246, el rey nazarí
acudió al campamento de Fernando III y le besó la mano y se convirtió en
vasallo del rey de Castilla. Los moros evacuarán Jaén de manera inmediata con
sus pertenencias. Muhammad al-Ahmar pagaría un tributo anual de 150.000
maravedíes durante veinte años. El rey nazarí de Granada quedaba como vasallo
del castellano, con el deber de servirle tanto en la paz como en la guerra, y
obligado a acudir a las Cortes de Castilla, donde se sentaría entre los
magnates del reino. Buen negocio para Muhammad.
El rey de Granada rinde Vasallaje a Fernando III
Dominada
Córdoba, Jaén y el reino de Granada era el momento de visitar Sevilla. Para
conquistarla deberá generar problemas a los almohades en su exiguo territorio
de Marruecos y, a su vez, aislar Sevilla para que no pudiera recibir refuerzos
de África. Fernando III azuzará las querellas de la familia almohade apoyando a
uno de los hermanos conspiradores, Abu al-Ala. Para aislar Sevilla se
enfrentará a unos poderes locales dispuestos a sobrevivir. Sevilla era una
ciudad bien defendida y bien abastecida, permanentemente avituallada a través
del puente de Triana; disponía de refuerzos constantes procedentes de África,
que llegaban a la ciudad por el Guadalquivir; además, las taifas cercanas, como
la de Niebla, compartían el objetivo de resistirse a la expansión cristiana.
Castilla
deberá ejecutar una operación que cubra, simultáneamente, varios frentes:
cercar la ciudad por tierra, romper la vía de abastecimiento de Triana, taponar
el Guadalquivir desde su desembocadura, evitar que los sitiados pudieran ser
auxiliados por la cercana taifa de Niebla... Demasiado para las armas
castellanas del momento. Fernando III necesitaba refuerzos y los recibió de Jaime
I de Aragón. Pero también necesitaba barcos que no pidió a Jaime I porque hubiera
supuesto saltarse las líneas de frontera acordadas entre los dos reinos. Una
cosa era un puñado de lanzas y otra cosa… Castilla construirá su marina de
guerra de mano de Ramón de Bonifaz y Camargo. Como nota referida al terruño les
diremos que los Bonifaz construyeron el siglo XV una torre en Lomana (Las
Merindades). Ramón acudió a los principales puertos de Castilla: Bermeo,
Guetaria y las cuatro villas cántabras. Y a León, porque consta que a la
llamada acudieron numerosos marineros de Avilés y gallegos. ¿Cuántos barcos
logró reunir Ramón? Trece barcos de vela más cinco galeras encargadas por el
rey en Santander. Suficiente. Llegaron a San Lucar de Barrameda en agosto de
1247. Y allí, como era de temer, aguardaban los barcos almohades. No solo la
flotilla mora que habitualmente protegía la entrada del río, sino también los
barcos que traían refuerzos de África. La marina castellana iba a librar su
primera batalla... ¡Victoriosa! Una vez limpia la desembocadura del
Guadalquivir, Bonifaz puso proa a Sevilla. Dominando el río y ambas márgenes solo
queda el obstáculo de la barrera tendida por los moros entre Triana y la Torre
del Oro: un puente de grandes barcazas amarradas con gruesas cadenas. Los
barcos de Bonifaz lo atacarán el 3 de mayo de 1248. Bonifaz escogió sus dos
naves más pesadas: dos carracas de carga. Hizo adosar en sus proas enormes
tablas de madera erizadas de clavos y hierros aserrados, como una gigantesca
maza de guerra... naval. Y cuando más firme soplaba el viento, las dos carracas
se lanzaron a toda velocidad contra el puente moro. Reventado el puente de
Triana, la ciudad tardó muy poco en caer. Los moros aún pudieron rechazar un
par de asaltos en Sevilla y Triana, pero la resistencia era imposible. La
rendición se produjo el 23 de noviembre de 1248, cuando el rey moro de Sevilla,
Axataf, pidió audiencia al rey Fernando y le entregó las llaves de la capital.
Fernando III no se parará allí y conquistará Medina Sidonia, Arcos de la
Frontera, Sanlúcar, Lebrija, Rota, Jerez, Santa María del Puerto...
En
la primavera de 1252 Fernando III prepara una expedición militar sobre el norte
de África para reprimir y asustar a los musulmanes. Pero el 30 de mayo de 1252
muere con cincuenta y tres años. Dice la crónica que murió de hidropesía -una
anormal retención de líquido en los tejidos- que es síntoma de otros males. ¿Tumores,
trastornos circulatorios, alguna otra enfermedad? La salud del rey había
empezado a preocupar diez años atrás. Ya entonces su hijo Alfonso se hizo cargo
de algunos asuntos de Estado, y en particular de la cuestión murciana.
Al
anochecer del 30 de mayo de 1252, el rey sintió que había llegado la hora
final. Fernando ordenó retirar cuantos adornos en su cámara connotaran la
dignidad regia y decoraron la habitación como el interior de una iglesia.
Cuando el rey escuchó la campanilla que anunciaba la llegada del Viático, y
conforme a una tradición ancestral, pidió que le llevaran una soga y se la puso
al cuello. Después ordenó que se le depositara sobre un lecho de cenizas. Era
el trance de la penitencia. Acostado sobre las cenizas Fernando exclamó: “Desnudo
salí del vientre de mi madre, que era la tierra. Desnudo me ofrezco ahora a
ella. Señor, recibe mi alma entre la compañía de tus siervos”. De tal guisa
recibió el rey el último sacramento. Acto seguido pidió una daga y una cruz y,
en gesto de mortificación, comenzó a herirse el torso mientras besaba una y
otra vez el crucifijo. Tras todo este “tratamiento”, el monarca expiró en la
madrugada del 31 de mayo de 1252.
Sus
restos fueron inhumados en la Capilla Real de Sevilla. Siglos más tarde será
trasladado a la catedral hispalense. En su tumba se inscribió este epitafio
escrito en latín, castellano, árabe y hebreo: “Aquí yace el muy honrado
Fernando, señor de Castilla y de Toledo y de León y de Galicia, de Sevilla, de
Córdoba, de Murcia, de Jaén, el que conquistó toda España, el más leal, el más
verdadero, el más franco, el más esforzado, el más apuesto, el más granado, el
más sufrido, el más humilde, el que más temió a Dios, el que más Le hizo
servicio, el que quebrantó y destruyó a todos Sus enemigos, el que alzó y honró
a todos Sus amigos, y conquistó la ciudad de Sevilla, que es cabeza de toda
España”.
Fernando III de Castilla
A
la ceremonia funeraria de Fernando III acudió el rey moro de Granada, y lo hizo
acompañado de cien nobles sarracenos que portaban antorchas en señal de duelo.
El trono quedaba ocupado por Alfonso, treinta y un años, con experiencia
política y militar y una gran cultura para el momento.
Fernando
había reinado treinta y cinco años en Castilla y veintidós en León. Llevó la
frontera de la corona de Castilla hasta Cádiz y Huelva. Para siempre. La lengua
cortesana dejó de ser el latín para emplearse el castellano. Unificó las leyes
del reino con una nueva recopilación del Fuero Juzgo visigodo. Un corpus
jurídico que estuvo en vigor hasta el siglo XIX. No solo dejaba una corona
poderosa sino, también, un reguero de hijos. Con su primera esposa, la alemana
Beatriz de Suabia, había tenido diez vástagos. Uno de ellos será el heredero de
la corona, Alfonso, que casará con una hija de Jaime I de Aragón. Su segunda
esposa, la francesa Juana de Dammartin, le dio otros cinco hijos y, entre
ellos, a la que será reina de Inglaterra, Leonor de Castilla. En la abundante
progenie del rey Fernando encontramos dos arzobispos de Sevilla, varios señores
de la guerra, un conde francés, un senador de Roma, varias monjas
castellanas... Todo un fresco de la Europa medieval. Estuvo orientado -como si
fuese un político español jubilado- a Europa. De hecho, en los últimos años de
su vida envió una embajada a Inglaterra, a la corte de Enrique III, proponiéndole
una cruzada sobre el norte de África, para la cual Fernando permitiría el paso
de las lanzas inglesas por Castilla. De aquella embajada quedó seguramente el
compromiso de casar al heredero inglés, Eduardo, con una hija de Fernando,
Leonor. Esta -la cruzada, claro- no era una ocurrencia aislada. Desde el
matrimonio de Fernando III con Beatriz de Suabia, en 1221, había caballeros de
la Orden Teutónica en sus reinos, concretamente en Zamora y en Higares. En 1229
habrá un convento de la española Orden de Calatrava en Pomerania (Prusia). Más
aún: consta que en 1246 el rey Fernando negoció con el Papa y con Balduino de
Constantinopla el envío de 1.500 guerreros castellanos (300 caballeros, 200
arqueros, 1.000 peones) al recién creado imperio latino de Constantinopla. Si
la aventura no llegó a hacerse realidad fue porque Balduino no pagó los 40.000
marcos de plata que debían sufragar la expedición.
Fernando
III, fue canonizado en 1671 por el papa Clemente X, un pontífice muy hispanófilo
pero la santidad fernandina tenía un sustrato diocesano y sevillano. Hoy San
Fernando sobrevive en las memorias como patrón de Sevilla, de otras tres
ciudades españolas, de una ciudad venezolana y de otra colombiana, de la
universidad tinerfeña de La Laguna, del Arma de Ingenieros del Ejército español...
Él fue quien mandó levantar las catedrales de Burgos y León, y también quien
unificó los estudios generales de Salamanca y Palencia, que Alfonso X elevará
enseguida al rango de universidad: la primera universidad española.
San Fernando III de Castilla
Bibliografía:
“¡Santiago
y cierra, España!”. José Javier Esparza.
“Historia
de España”. Colección de SALVAT.
“Atlas
de Historia de España”. Fernando García de Cortázar.
“Singularidad
del proceso de canonización de Fernando III el Santo”. Ulpiano Pacho Sardón.
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