Que no te asusten ni la letra ni el sendero de palabras pues, amigo, para la sed de saber, largo trago.
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domingo, 4 de junio de 2023

Arde el Ebro.

  
Entre los papeles que envejecían entre los cartularios de Valpuesta había algunos que olían a humo. Un humo milenario. Les cuento, a mediados del siglo X hubo un incendio que debió centrarse en La Bureba y alrededores, claro. Fue intenso y virulento. Parece que fue a principios de verano. ¿Qué nos contaban los registros valpostanos? Disponemos de un dosier de doce documentos, datados en el primer semestre de 950, que se refieren al monasterio de Buezo en la Bureba, pero que están insertos en el Becerro Gótico de Valpuesta. Nos ofrecen una perspectiva singular sobre el funcionamiento del campesinado en momentos de crisis. Contrasta con el extremo laconismo de los anales y su preocupación casi exclusiva por los grandes acontecimientos geopolíticos que los convierten, normalmente, en una fuente de escasa utilidad para el estudio de la sociedad o de la economía.

 
Sobre el tema del incendio los “Anales Castellanos Segundos” dicen: “939 sic fuit illo anno iniquo”. Referirse a un año como “iniquo” o nefasto, fechado aquí en el año 939, que es el de la gran victoria cristiana de Simancas… ¿no suena raro? Seguro. Pero todo tiene solución. J. C. Martín, en su revisión crítica del texto, opta por introducir en la fecha una “L” ausente del manuscrito y en un lugar muy poco habitual en el sistema de datación latina (Era DCCCCLXX[L]VII), para obtener la fecha de 959, argumentando que así se soluciona el desorden cronológico de la secuencia y la incongruencia percibida entre la referencia a la iniquidad del año y la situación geopolítica del año 939. El año 959, en cambio, sí se podría considerar nefasto desde la perspectiva castellana, argumenta Martín, por ser el del apresamiento del conde Fernán González por García Sánchez de Pamplona.
 
Aunque… introducir una “X” en vez de una “L” nos generaría un número romano correcto –¿recuerdan sus años escolares cuando tuvieron que transcribir este tipo de números?- dentro del sistema de datación latino-hispánico (Era DCCCCLXXXVII) que nos da la fecha de 949. ¿Es mejor este año o el 959? Creo que lo mejor es buscar un desempate.
 
Los “Anales Castellanos Terceros”, lacónicos a su vez, para los años centrales del siglo X destacan cuatro acontecimientos. Y uno de ellos es del año 949. Que, por cierto, es inusualmente amplio:
 
“949 flamma exivit de mari et incendit plurimas urbes, et villas, et homines, et bestias, et in ipso mari pinnas incendit: et in Zamora unum barrium, et in Carrion, et in Castroxeriz, et in Burgos C. casas, et in Birbiesca, et in Calzada, et in Pontecorvo, et in Buradon et alias plurimas villas combusit”.
 
Aclarado. Fin del misterio. Es el año 949. En este texto, donde -por cierto- no aparecen lugares de Las Merindades, al menos detalladamente, tenemos una confirmación de las especulaciones anteriores. Pero, como cuando se escarba en un área aparecen más cosas de las esperadas, hay otros registros que nos hablan del tema. El “Cronicón Burguense”, otro de los anales, no da la fecha de 939 pero señala el día de la semana, el mes e incluso la hora del incendio.
 
“Era DCCCCLXXVII kalendas iunii die sabbati hora IXa flamina exiuit de mari, et incendit plurimas villas et urbes, et homines, et bestias, et in ipso mari pinnas incindit et in Zamora unum barrium et casas plurimas et in Carrión et in Castro Xorit et in Burgis et in Beruiesca et in Calçda et in Panticorvo, et in Buradon et alias plurimas villas”.


Otra referencia más -¡Será por referencias!- proviene del “Cronicón de Cardeña” y que combina elementos de las dos versiones comentadas: “Era de DCCCCLXXXVII, kalendas juni dia de sábato a hora de nonna, salió flama del mar et ençendió muchas villas et cibdades et omnes et bestias; et este mismo mar ençendió pennas et en Çamora I barrio et en Carrión, en Castro Xeriz et en Burgos C casas et en Briuesca et en Calçada et en Pancoruo, et en Buradón et otras muchas villas”.
 
Lo esencial del relato que tendríamos es que hubo un incendio que sale del mar antes de extenderse desde el oeste e incidir de manera muy notable en la provincia de Burgos y, con especial virulencia, en la comarca de la Bureba. Nos deberíamos preguntar por qué si viene de la parte del mar no parece haber afectado a Las Merindades. Cabe remarcar que Calzada se refiere a un pueblo burebano situado entre Briviesca y Pancorbo y destacamos que se incluya esta intranscendente aldea en la lista porque sugiere una inusitada concentración del fenómeno en la Bureba.
 
Este desastre ecológico, totalmente fortuito, se introdujo en el imaginario popular cual vida de santos. Así, en los llamados “Votos de San Millán” o “Becerro Galicano de San Millán”, un diploma apócrifo redactado hacia finales del siglo XII, se asoció el incendio con una serie de fenómenos naturales que precedieron la batalla de Simancas, sobre todo un eclipse solar acaecido el 19 de julio de 939, aunque fechado en el falso emilianense en el año 934. Aquí el incendio se describe como una puerta en llamas que se abrió en el cielo, empujado por un viento sur y que quemó gran parte de la tierra.
 
“In terra apparuerunt signa quod furor Domini venturus credebatur esse in ea. In era noningentésima septuagesima secunda, XIIIIa kalendas augusti, lumen solis die VIa feria, amittens lucendi virtutem, obscuratum constitit ab hora secunda in tertiam; IIIIa feria idus octobris, colorem eiusdem solis multi cognoverunt effectum pallidum. Signa magna facta est in celo vento africo. Porta flamea aperta est in celo, et ibant stelle et commovebant se huc adque illuc, maxime plus discurrebant contra vento africo, et mirate sunt gentes de his signis noctis media usque mane. Et fumificus vapor magnam terre partem conbussit”.

 
Los términos genéricos y portentosos con que se describe el incendio y el fecharlo en 934 podrían hacer dudar que fuese el mismo fenómeno pero si recurrimos a otra fuente –una más-, la “Vida de San Millán”, obra de Gonzalo de Berceo, vemos que también se relaciona esta conflagración con los portentos celestiales anteriores a la batalla de Simancas.
 
Por último, en el Poema de Fernán González, elaborado a mediados del siglo XIII, siguiendo la tradición emilianense el incendio se identifica plenamente con la decisiva victoria de Fernán González sobre los musulmanes, aunque anacrónicamente estos ahora incorporan en su hueste a turcos, su caudillo es Almanzor, y la batalla se desarrolla en Hacinas. Poéticamente, el incendio se ha convertido ya en obra de una inmensa serpiente ignívoma, producto de la diabólica magia morisca:
 
“471 Vieron aquella noche una muy fiera cosa:
venía por el aire una sierpe rabiosa,
dando muy fuertes gritos la fantasma astrosa
oda venía sangrienta, bermeja como rosa.
472 Ella tenía el aspecto de que herida venía,
parecía que el cielo, con sus gritos, partía;
alumbraba las huestes el fuego que vertía:
todos tuvieron miedo que a quemarlos venía.
473 No hubo nadie entre ellos de alma tan esforzado
que no tuviera miedo y no fuese espantado;
cayeron muchos hombres en tierra del espanto,
tuvo muy gran temor todo el pueblo cruzado”.
 
Diríamos hoy que en el poema se incorpora a una visión steampunk de la historia, algo un poco loco y un poco épico pero reafirma que hubo un incendio devastador, con una incidencia especial en Castilla y particularmente en la Bureba y cercanías. Pero no nos dice nada de los “daños colaterales” que produjo en esos lugares calcinados.
 
Y llega Pérez de Úrbel, con sus aciertos y sus despistes, que asocia el incendio, académicamente, con la batalla de Simancas, silenciando cualquier referencia al año 949. Y no nos olvidemos de Martínez Díez, que también manejaba la fecha de 939, pero rechazó la historicidad del incendio con el argumento circular de que su ausencia de los “Primeros Anales Castellanos” le restaba verosimilitud histórica, pues, redactados estos en 940, “al año siguiente del pretendido prodigio”, ¡¿cómo no iban a mencionar tan prodigioso hecho?!


Se calla la existencia de cronicones que mencionan el incendio aunque los sitúen en 949 -¡cuán importantes son las fechas!- y se escuda así en la ausencia de una mención en los “Primeros Anales Castellanos”. Ya hemos visto que el baile de fechas puede ser algo, incluso, comprensible. O adaptable a las necesidades.
 
Pero, ¿qué año es el correcto? Para eso debemos husmear en fuentes diversas y evitar a autores que pulen la realidad para ajustarla a sus necesidades. En fin, da igual, el hecho es que el uno de junio de 949 era viernes y sábado en 939. ¿Suficiente? Hay más pruebas, digamos, circunstanciales aparte del día del año –que parece una interpolación- como la poca trascendencia histórica de ese 949. Me explico: sólo en las versiones más novelescas que contienen el incendio se le asocia con la batalla de Simancas. El incendio sería un portento cósmico más que resaltase el apoyo divino a esta victoria. Y, a contrario sensu, no hay razones para mover un hecho de 939 a 949.
 
Evidencia número uno: El “año inicuo” en los “Anales Castellanos Segundos” no se vincula con la batalla de Simancas (aquí fechada en 938) y, además, una victoria que no permitiría que un año se catalogase en Castilla como nefasto. Todos estos problemas se resuelven si el “anno iniquo” fuese el 949, fácilmente cambiado a 939 en un error de copia.
 
Evidencia número dos: El factor “Buezo” que es lo hallado en Valpuesta. Fíjense en este dato: en toda Castilla han sobrevivido 200 documentos del siglo X y de ellos doce -¡doce!- son del pueblo burebano de Buezo y todos del año 950. Reflejan hambre y donaciones campesinas a monasterios. Vale, bien. Hagamos de abogado del diablo y preguntemos: ¿esto podrá deberse a que todos los monasterios tenían una documentación así de voluminosa en un año cualquiera? Y, entonces, ¿cómo es que sólo ha sobrevivido la del modesto monasterio de Buezo?


En otras colecciones de documentos de la meseta norte el año 950 también es atípico. Si tomamos como referencia el periodo comprendido entre 930-969 vemos que la segunda mayor concentración que encontraremos entre toda la diplomática castellana del siglo X se produce en el Becerro Gótico de San Pedro de Cardeña con 14 transacciones y una media de tres documentos por año. Pero, indirectamente, nos permite ver que la supervivencia de la documentación de Buezo no es algo atípico. En las documentaciones de Sahagún y León también se aprecia que el 950 fue un año propicio para la generación de documentación.
 
Analizando los lugares señalados se comprueba la concentración de actividad ese año de 950 y, en especial, en los primeros seis meses. Una parte de esta abundancia diplomática del año 950 es consecuencia del incendio. Y otra no. El fuego podría ser el origen de documentos de factura campesina y, aun así, no de todos ellos.
 
Con respecto a los destinatarios y a los tipos de transacción, en cambio, sí observamos diferencias: mientras en Castilla son los monasterios los receptores de las donaciones, en León son compradores particulares e instituciones. ¿Por qué donaciones frente a ventas? Porque el tipo de institución receptora decidiría la forma de transacción.
 
Profundizando en los datos contenidos en los papeles de Buezo vemos que no se comentan los motivos o las circunstancias que están detrás de la donación. Lo bueno es que muchas de estas donaciones contienen un aire de reciprocidad. Nos lleva a pensar en la posibilidad de que fuesen las instituciones quienes determinasen la forma legal de la transacción.
 
Miremos, ahora, la composición de los donantes. En un estudio que analizó el siglo X se vio que el cuarenta y seis por ciento de los enajenadores eran hombres individuales, mientras que los matrimonios suponían el veintinueve por ciento. Aunque, en un muestreo menor para el año 950, las proporciones son diferentes ya que los matrimonios suponen el cuarenta por ciento, además de lo que parece ser una alta incidencia de progenitores solteros, que interpretamos como viudas –madres con hijos sin referencia al padre– y viudos, padres con hijos sin mención de la madre. Las mujeres, infrarrepresentadas en la mayoría de registros altomedievales, aquí tienen casi el mismo protagonismo que los hombres y el doble en los casos de presumible viudedad. Parece desproporcionadamente alto el número de grupos familiares mermados que buscan apoyo –de instituciones o simplemente de vecinos más acomodados– en momentos de crisis. Incluso en las transacciones protagonizadas por matrimonios o individuos, y cuando a priori no hay indicios de desestructuración familiar, las circunstancias concretas recogidas en algunas de estas actas apuntan hacia grupos familiares también disfuncionales. Algo gordo pasó. ¿Un incendio devastador?

 
Un ejemplo que nos acerca a la desesperación detrás de las donaciones valpositanas es la explicación que nos ofrece Sanzone por su donación al monasterio de Buezo el 1 de junio de 950: “Que sea conocido por todos los hombres el bien y esencia piadosa que me hicisteis este año nefasto, [todo] por la misericordia honrosa y la salvación de vuestra alma. Yo yacía en vuestra puerta desecho e hinchado por el hambre, y no me fiaba en mi alma de vivir un solo día más sobre la tierra; me moría de hambre [para que] mi hijo comiera pan. Y Dios inspiró en vosotros el buen espíritu y por vuestra honrosa misericordia os apiadasteis de mi aquel conocido calendas [1º] de junio, y [así] apartasteis para mí la ración de comida de uno de vosotros, es decir, el régimen de pan de todos los días, para que lo comiera como un compañero más, y además una cabra con leche, con la cual revivió mi hija, y arropasteis mi cuerpo con una saya y un manto, lo cual me hizo bien; por esto mi alma desconfiaba de seguir en esta vida, desde el día del calendas de junio hasta el día de san Cristóbal”.
 
La pena es que Sanzone no explicita la causa de la hambruna, aunque sí la cronología del proceso. El documento se fecha el 1 (calendas) de junio de 950, pero se refiere al año inmediatamente anterior (isto anno pessimo) y más específicamente al notorio (notum) primer día de junio. Exactamente un año después, ya recuperado, Sanzone está agradeciendo la ayuda que el monasterio le prestó en aquel momento. Notamos que el otro día mencionado, San Cristóbal, es el 10 de julio: durante 40 días, por lo tanto, el monasterio le había cuidado; un periodo de tiempo sospechosamente bíblico, pero aquí expresado en términos muy precisos que sugieren verosimilitud. El 1 de junio (de 949), recordemos, era el día exacto en que, a la novena hora, se desató el incendio.
 
¿Por qué la documentación se produce en el primer semestre de 950 en vez de en los meses posteriores al incendio de junio 949? La caridad recibida por el necesitado, caso de Sanzone, no tendría por qué generar documentación. En cambio, el periodo más duro del año agrícola se da hacia el final del invierno, cuando los escasos recursos disponibles se han ido gastando. Es en este periodo, ya a principios de 950, cuando diferentes familias, muchas de ellas echando en falta miembros fundamentales sacar adelante la pequeña explotación, buscan sobrevivir vendiendo una modesta propiedad a cambio de sustento o entregándose con todo su exiguo patrimonio al cenobio.
 
Y, llegados a este punto, toca indagar en la causa de ese incendio (obviando la serpiente sarracena). Los primeros que hablaron de un terremoto fueron Cesáreo Fernández Duro, Gabriel Puig y Larraz, Ismael Calvo Madroño e Ursicino Álvarez Martínez. Este último asoció el incendio con la erupción de un volcán submarino. Genial. Solucionado. Y la confirmación de la teoría del terremoto nos la da el Ministerio de Fomento del Reino de España que en el “Catálogo sísmico de la Península Ibérica (880 a. C.-1900)” lo presenta como cierto aunque no desglosa ni ubicación ni epicentro ni nada. Pero hay un problema: que estamos ante un ejemplo más del llamado Efecto Cascada que genera la internet.

 
Se habla de terremoto hasta en la Wikipedia pero los relatos de 939, 949 o 959 no refieren nada de un terremoto. Vale, es cierto que los terremotos han sido y son causa de devastadores incendios, sobre todo en el ámbito urbano, pero la realidad geológica de la Meseta Norte, prácticamente inerte como demuestran los registros de sismicidad histórica del Ministerio de Fomento, refrena esta euforia sísmica del 949.
 
Otro posible origen del incendio proviene de la disposición de los lugares dañados por el incendio que siguen las principales vías romanas de la Meseta Norte. ¡Que eran los caminos aprovechados por las aceifas musulmanas! ¿Tendría un origen bélico el incendio? Entonces, ¿por qué no se habla de una aceifa? En principio, porque esa expedición no figura entre los autores árabes como Ibn-Idhari.
 
Dejemos volar la imaginación y sopesemos alguna alternativa más: la acumulación de material inflamable como consecuencia de un proceso de deforestación rápida y descontrolada, temperaturas extremas y vientos fuertes; o un meteorito que explicaría la distribución lineal de los núcleos meseteños afectados y que se reproduciría en los anales de 1180.
 
Podemos decir que el incendio que podemos asumir del año 949 destaca por ser uno de los escasos sucesos no geopolíticos documentados. Es extraordinario, también, haber dejado huella en los registros documentales principales, tanto la analística como la diplomática. Y, en tercer lugar, parece haber sido extraordinaria la envergadura del desastre, tanto por su descripción analística como por su huella documental. Y en todo esto son fundamentales los documentos de Valpuesta.
 
 
Bibliografía:
 
“El gran incendio castellano de 949. Huella diplomática y memoria histórica de un desastre natural”. David Peterson.
Wikipedia.
Linkfang
“Catálogo sísmico de la península Ibérica”. Ministerio de Fomento de España.

 

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