Entre los
papeles que envejecían entre los cartularios de Valpuesta había algunos que
olían a humo. Un humo milenario. Les cuento, a mediados del siglo X hubo un
incendio que debió centrarse en La Bureba y alrededores, claro. Fue intenso y
virulento. Parece que fue a principios de verano. ¿Qué nos contaban los
registros valpostanos? Disponemos de un dosier de doce documentos, datados en
el primer semestre de 950, que se refieren al monasterio de Buezo en la Bureba,
pero que están insertos en el Becerro Gótico de Valpuesta. Nos ofrecen una
perspectiva singular sobre el funcionamiento del campesinado en momentos de
crisis. Contrasta con el extremo laconismo de los anales y su preocupación casi
exclusiva por los grandes acontecimientos geopolíticos que los convierten,
normalmente, en una fuente de escasa utilidad para el estudio de la sociedad o
de la economía.
Sobre el tema
del incendio los “Anales Castellanos Segundos” dicen: “939 sic fuit illo anno iniquo”. Referirse a un año como “iniquo” o
nefasto, fechado aquí en el año 939, que es el de la gran victoria cristiana de
Simancas… ¿no suena raro? Seguro. Pero todo tiene solución. J. C. Martín, en su
revisión crítica del texto, opta por introducir en la fecha una “L” ausente del
manuscrito y en un lugar muy poco habitual en el sistema de datación latina
(Era DCCCCLXX[L]VII), para obtener la fecha de 959, argumentando que así se soluciona
el desorden cronológico de la secuencia y la incongruencia percibida entre la
referencia a la iniquidad del año y la situación geopolítica del año 939. El
año 959, en cambio, sí se podría considerar nefasto desde la perspectiva
castellana, argumenta Martín, por ser el del apresamiento del conde Fernán
González por García Sánchez de Pamplona.
Aunque…
introducir una “X” en vez de una “L” nos generaría un número romano correcto
–¿recuerdan sus años escolares cuando tuvieron que transcribir este tipo de
números?- dentro del sistema de datación latino-hispánico (Era DCCCCLXXXVII)
que nos da la fecha de 949. ¿Es mejor este año o el 959? Creo que lo mejor es
buscar un desempate.
Los “Anales
Castellanos Terceros”, lacónicos a su vez, para los años centrales del siglo X
destacan cuatro acontecimientos. Y uno de ellos es del año 949. Que, por
cierto, es inusualmente amplio:
“949 flamma exivit de mari et incendit
plurimas urbes, et villas, et homines, et bestias, et in ipso mari pinnas
incendit: et in Zamora unum barrium, et in Carrion, et in Castroxeriz, et in
Burgos C. casas, et in Birbiesca, et in Calzada, et in Pontecorvo, et in
Buradon et alias plurimas villas combusit”.
Aclarado. Fin
del misterio. Es el año 949. En este texto, donde -por cierto- no aparecen
lugares de Las Merindades, al menos detalladamente, tenemos una confirmación de
las especulaciones anteriores. Pero, como cuando se escarba en un área aparecen
más cosas de las esperadas, hay otros registros que nos hablan del tema. El “Cronicón
Burguense”, otro de los anales, no da la fecha de 939 pero señala el día de la semana,
el mes e incluso la hora del incendio.
“Era DCCCCLXXVII kalendas iunii die
sabbati hora IXa flamina exiuit de mari, et incendit plurimas villas et urbes,
et homines, et bestias, et in ipso mari pinnas incindit et in Zamora unum
barrium et casas plurimas et in Carrión et in Castro Xorit et in Burgis et in
Beruiesca et in Calçda et in Panticorvo, et in Buradon et alias plurimas villas”.
Otra referencia
más -¡Será por referencias!- proviene del “Cronicón de Cardeña” y que combina elementos
de las dos versiones comentadas: “Era de
DCCCCLXXXVII, kalendas juni dia de sábato a hora de nonna, salió flama del mar
et ençendió muchas villas et cibdades et omnes et bestias; et este mismo mar
ençendió pennas et en Çamora I barrio et en Carrión, en Castro Xeriz et en
Burgos C casas et en Briuesca et en Calçada et en Pancoruo, et en Buradón et otras
muchas villas”.
Lo esencial del
relato que tendríamos es que hubo un incendio que sale del mar antes de
extenderse desde el oeste e incidir de manera muy notable en la provincia de
Burgos y, con especial virulencia, en la comarca de la Bureba. Nos deberíamos
preguntar por qué si viene de la parte del mar no parece haber afectado a Las
Merindades. Cabe remarcar que Calzada se refiere a un pueblo burebano situado
entre Briviesca y Pancorbo y destacamos que se incluya esta intranscendente
aldea en la lista porque sugiere una inusitada concentración del fenómeno en la
Bureba.
Este desastre
ecológico, totalmente fortuito, se introdujo en el imaginario popular cual vida
de santos. Así, en los llamados “Votos de San Millán” o “Becerro Galicano de
San Millán”, un diploma apócrifo redactado hacia finales del siglo XII, se
asoció el incendio con una serie de fenómenos naturales que precedieron la
batalla de Simancas, sobre todo un eclipse solar acaecido el 19 de julio de 939,
aunque fechado en el falso emilianense en el año 934. Aquí el incendio se
describe como una puerta en llamas que se abrió en el cielo, empujado por un
viento sur y que quemó gran parte de la tierra.
“In terra apparuerunt signa quod furor
Domini venturus credebatur esse in ea. In era noningentésima septuagesima
secunda, XIIIIa kalendas augusti, lumen solis die VIa feria, amittens lucendi
virtutem, obscuratum constitit ab hora secunda in tertiam; IIIIa feria idus
octobris, colorem eiusdem solis multi cognoverunt effectum pallidum. Signa
magna facta est in celo vento africo. Porta flamea aperta est in celo, et ibant
stelle et commovebant se huc adque illuc, maxime plus discurrebant contra vento
africo, et mirate sunt gentes de his signis noctis media usque mane. Et
fumificus vapor magnam terre partem conbussit”.
Los términos
genéricos y portentosos con que se describe el incendio y el fecharlo en 934
podrían hacer dudar que fuese el mismo fenómeno pero si recurrimos a otra
fuente –una más-, la “Vida de San Millán”, obra de Gonzalo de Berceo, vemos que
también se relaciona esta conflagración con los portentos celestiales
anteriores a la batalla de Simancas.
Por último, en
el Poema de Fernán González, elaborado a mediados del siglo XIII, siguiendo la
tradición emilianense el incendio se identifica plenamente con la decisiva victoria
de Fernán González sobre los musulmanes, aunque anacrónicamente estos ahora incorporan
en su hueste a turcos, su caudillo es Almanzor, y la batalla se desarrolla en
Hacinas. Poéticamente, el incendio se ha convertido ya en obra de una
inmensa serpiente ignívoma, producto de la diabólica magia morisca:
“471 Vieron aquella noche
una muy fiera cosa:
venía por el aire una
sierpe rabiosa,
dando muy fuertes gritos la
fantasma astrosa
oda venía sangrienta,
bermeja como rosa.
472 Ella tenía el aspecto
de que herida venía,
parecía que el cielo, con
sus gritos, partía;
alumbraba las huestes el
fuego que vertía:
todos tuvieron miedo que a
quemarlos venía.
473 No hubo nadie entre ellos
de alma tan esforzado
que no tuviera miedo y no
fuese espantado;
cayeron muchos hombres en
tierra del espanto,
tuvo muy gran temor todo el
pueblo cruzado”.
Diríamos hoy que
en el poema se incorpora a una visión steampunk de la historia, algo un poco loco
y un poco épico pero reafirma que hubo un incendio devastador, con una
incidencia especial en Castilla y particularmente en la Bureba y cercanías. Pero
no nos dice nada de los “daños colaterales” que produjo en esos lugares
calcinados.
Y llega Pérez de
Úrbel, con sus aciertos y sus despistes, que asocia el incendio, académicamente,
con la batalla de Simancas, silenciando cualquier referencia al año 949. Y no
nos olvidemos de Martínez Díez, que también manejaba la fecha de 939, pero
rechazó la historicidad del incendio con el argumento circular de que su
ausencia de los “Primeros Anales Castellanos” le restaba verosimilitud
histórica, pues, redactados estos en 940, “al
año siguiente del pretendido prodigio”, ¡¿cómo no iban a mencionar tan
prodigioso hecho?!
Se calla la
existencia de cronicones que mencionan el incendio aunque los sitúen en 949
-¡cuán importantes son las fechas!- y se escuda así en la ausencia de una
mención en los “Primeros Anales Castellanos”. Ya hemos visto que el baile de
fechas puede ser algo, incluso, comprensible. O adaptable a las necesidades.
Pero, ¿qué año
es el correcto? Para eso debemos husmear en fuentes diversas y evitar a autores
que pulen la realidad para ajustarla a sus necesidades. En fin, da igual, el
hecho es que el uno de junio de 949 era viernes y sábado en 939. ¿Suficiente?
Hay más pruebas, digamos, circunstanciales aparte del día del año –que parece
una interpolación- como la poca trascendencia histórica de ese 949. Me explico:
sólo en las versiones más novelescas que contienen el incendio se le asocia con
la batalla de Simancas. El incendio sería un portento cósmico más que resaltase
el apoyo divino a esta victoria. Y, a contrario sensu, no hay razones para
mover un hecho de 939 a 949.
Evidencia número
uno: El “año inicuo” en los “Anales Castellanos Segundos” no se vincula con la
batalla de Simancas (aquí fechada en 938) y, además, una victoria que no
permitiría que un año se catalogase en Castilla como nefasto. Todos estos
problemas se resuelven si el “anno iniquo” fuese el 949, fácilmente cambiado a
939 en un error de copia.
Evidencia número
dos: El factor “Buezo” que es lo hallado en Valpuesta. Fíjense en este dato: en
toda Castilla han sobrevivido 200 documentos del siglo X y de ellos doce
-¡doce!- son del pueblo burebano de Buezo y todos del año 950. Reflejan hambre
y donaciones campesinas a monasterios. Vale, bien. Hagamos de abogado del
diablo y preguntemos: ¿esto podrá deberse a que todos los monasterios tenían
una documentación así de voluminosa en un año cualquiera? Y, entonces, ¿cómo es
que sólo ha sobrevivido la del modesto monasterio de Buezo?
En otras
colecciones de documentos de la meseta norte el año 950 también es atípico. Si
tomamos como referencia el periodo comprendido entre 930-969 vemos que la
segunda mayor concentración que encontraremos entre toda la diplomática
castellana del siglo X se produce en el Becerro Gótico de San Pedro de Cardeña con
14 transacciones y una media de tres documentos por año. Pero, indirectamente,
nos permite ver que la supervivencia de la documentación de Buezo no es algo
atípico. En las documentaciones de Sahagún y León también se aprecia que el 950
fue un año propicio para la generación de documentación.
Analizando los
lugares señalados se comprueba la concentración de actividad ese año de 950 y,
en especial, en los primeros seis meses. Una parte de esta abundancia
diplomática del año 950 es consecuencia del incendio. Y otra no. El fuego
podría ser el origen de documentos de factura campesina y, aun así, no de todos
ellos.
Con respecto a
los destinatarios y a los tipos de transacción, en cambio, sí observamos diferencias:
mientras en Castilla son los monasterios los receptores de las donaciones, en
León son compradores particulares e instituciones. ¿Por qué donaciones frente a
ventas? Porque el tipo de institución receptora decidiría la forma de transacción.
Profundizando en
los datos contenidos en los papeles de Buezo vemos que no se comentan los
motivos o las circunstancias que están detrás de la donación. Lo bueno es que muchas
de estas donaciones contienen un aire de reciprocidad. Nos lleva a pensar en la
posibilidad de que fuesen las instituciones quienes determinasen la forma legal
de la transacción.
Miremos, ahora,
la composición de los donantes. En un estudio que analizó el siglo X se vio que
el cuarenta y seis por ciento de los enajenadores eran hombres individuales,
mientras que los matrimonios suponían el veintinueve por ciento. Aunque, en un muestreo
menor para el año 950, las proporciones son diferentes ya que los matrimonios
suponen el cuarenta por ciento, además de lo que parece ser una alta incidencia
de progenitores solteros, que interpretamos como viudas –madres con hijos sin
referencia al padre– y viudos, padres con hijos sin mención de la madre. Las mujeres,
infrarrepresentadas en la mayoría de registros altomedievales, aquí tienen casi
el mismo protagonismo que los hombres y el doble en los casos de presumible
viudedad. Parece desproporcionadamente alto el número de grupos familiares
mermados que buscan apoyo –de instituciones o simplemente de vecinos más
acomodados– en momentos de crisis. Incluso en las transacciones protagonizadas
por matrimonios o individuos, y cuando a priori no hay indicios de
desestructuración familiar, las circunstancias concretas recogidas en algunas
de estas actas apuntan hacia grupos familiares también disfuncionales. Algo
gordo pasó. ¿Un incendio devastador?
Un ejemplo que
nos acerca a la desesperación detrás de las donaciones valpositanas es la explicación
que nos ofrece Sanzone por su donación al monasterio de Buezo el 1 de junio de
950: “Que sea conocido por todos los
hombres el bien y esencia piadosa que me hicisteis este año nefasto, [todo] por
la misericordia honrosa y la salvación de vuestra alma. Yo yacía en vuestra
puerta desecho e hinchado por el hambre, y no me fiaba en mi alma de vivir un
solo día más sobre la tierra; me moría de hambre [para que] mi hijo comiera
pan. Y Dios inspiró en vosotros el buen espíritu y por vuestra honrosa misericordia
os apiadasteis de mi aquel conocido calendas [1º] de junio, y [así] apartasteis
para mí la ración de comida de uno de vosotros, es decir, el régimen de pan de
todos los días, para que lo comiera como un compañero más, y además una cabra
con leche, con la cual revivió mi hija, y arropasteis mi cuerpo con una saya y
un manto, lo cual me hizo bien; por esto mi alma desconfiaba de seguir en esta
vida, desde el día del calendas de junio hasta el día de san Cristóbal”.
La pena es que
Sanzone no explicita la causa de la hambruna, aunque sí la cronología del proceso.
El documento se fecha el 1 (calendas) de junio de 950, pero se refiere al año
inmediatamente anterior (isto anno pessimo) y más específicamente al notorio
(notum) primer día de junio. Exactamente un año después, ya recuperado, Sanzone
está agradeciendo la ayuda que el monasterio le prestó en aquel momento. Notamos
que el otro día mencionado, San Cristóbal, es el 10 de julio: durante 40 días,
por lo tanto, el monasterio le había cuidado; un periodo de tiempo sospechosamente
bíblico, pero aquí expresado en términos muy precisos que sugieren verosimilitud.
El 1 de junio (de 949), recordemos, era el día exacto en que, a la novena hora,
se desató el incendio.
¿Por qué la
documentación se produce en el primer semestre de 950 en vez de en los meses posteriores
al incendio de junio 949? La caridad recibida por el necesitado, caso de
Sanzone, no tendría por qué generar documentación. En cambio, el periodo más
duro del año agrícola se da hacia el final del invierno, cuando los escasos
recursos disponibles se han ido gastando. Es en este periodo, ya a principios
de 950, cuando diferentes familias, muchas de ellas echando en falta miembros fundamentales
sacar adelante la pequeña explotación, buscan sobrevivir vendiendo una modesta
propiedad a cambio de sustento o entregándose con todo su exiguo patrimonio al
cenobio.
Y, llegados a
este punto, toca indagar en la causa de ese incendio (obviando la serpiente
sarracena). Los primeros que hablaron de un terremoto fueron Cesáreo Fernández
Duro, Gabriel Puig y Larraz, Ismael Calvo Madroño e Ursicino Álvarez Martínez.
Este último asoció el incendio con la erupción de un volcán submarino. Genial.
Solucionado. Y la confirmación de la teoría del terremoto nos la da el
Ministerio de Fomento del Reino de España que en el “Catálogo sísmico de la
Península Ibérica (880 a. C.-1900)” lo presenta como cierto aunque no desglosa
ni ubicación ni epicentro ni nada. Pero hay un problema: que estamos ante un
ejemplo más del llamado Efecto Cascada que genera la internet.
Se habla de
terremoto hasta en la Wikipedia pero los relatos de 939, 949 o 959 no refieren
nada de un terremoto. Vale, es cierto que los terremotos han sido y son causa
de devastadores incendios, sobre todo en el ámbito urbano, pero la realidad
geológica de la Meseta Norte, prácticamente inerte como demuestran los registros
de sismicidad histórica del Ministerio de Fomento, refrena esta euforia sísmica
del 949.
Otro posible
origen del incendio proviene de la disposición de los lugares dañados por el
incendio que siguen las principales vías romanas de la Meseta Norte. ¡Que eran
los caminos aprovechados por las aceifas musulmanas! ¿Tendría un origen bélico
el incendio? Entonces, ¿por qué no se habla de una aceifa? En principio, porque
esa expedición no figura entre los autores árabes como Ibn-Idhari.
Dejemos volar la
imaginación y sopesemos alguna alternativa más: la acumulación de material
inflamable como consecuencia de un proceso de deforestación rápida y
descontrolada, temperaturas extremas y vientos fuertes; o un meteorito que explicaría
la distribución lineal de los núcleos meseteños afectados y que se reproduciría
en los anales de 1180.
Podemos decir
que el incendio que podemos asumir del año 949 destaca por ser uno de los
escasos sucesos no geopolíticos documentados. Es extraordinario, también, haber
dejado huella en los registros documentales principales, tanto la analística como
la diplomática. Y, en tercer lugar, parece haber sido extraordinaria la
envergadura del desastre, tanto por su descripción analística como por su
huella documental. Y en todo esto son fundamentales los documentos de
Valpuesta.
Bibliografía:
“El gran
incendio castellano de 949. Huella diplomática y memoria histórica de un
desastre natural”. David Peterson.
Wikipedia.
Linkfang
“Catálogo
sísmico de la península Ibérica”. Ministerio de Fomento de España.
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