Retomemos la vida y andanzas de Alfonso. Recordemos que los
nobles estaban alterados, que habían exigido que el rey se disculpase y que la causa
es el poder económico… Pero, ¿no tendrían que disculparse los nobles y no el
rey? Al fin y al cabo, fueron estos quienes se levantaron contra el monarca. Es
evidente que, en la mentalidad de aquellos hombres, no. Después del pacto con
los moros, Alfonso tenía enfrente a un bloque hostil preocupante. Los revoltosos
estaban dispuestos a redoblar la apuesta: en enero de 1273 se dirigieron a
Tudela y rindieron homenaje al rey de Navarra. Le presentaron una relación de agravios
que el rey castellano les había infligido y pasaron a ser vasallos del monarca
navarro. ¡¿No acababa de firmar un pacto el rey de Navarra con el de Castilla
para cerrar la puerta a los revoltosos?! Sí, pero...
Enrique I de Navarra
…parece que eso no preocupaba el rey de Navarra, Enrique I. Este
era un obeso caballero que apenas un par de años antes había tenido que
abandonar a toda prisa sus posesiones francesas de Champaña para reemplazar en
el trono a su hermano Teobaldo II, fallecido sin descendencia. Enrique era el
tipo de hombre que huía de los líos: si tenía un problema con el rey de
Francia, por ejemplo, le rendía vasallaje y asunto resuelto; si tenía que
firmar un pacto con Alfonso X, lo hacía también, y si venían los nobles
castellanos a rendirle homenaje, él se dejaba querer y seguía a sus negocios,
que eran lo que verdaderamente le interesaba.
Alfonso X cedió y promovió un acercamiento. Las
negociaciones las llevaron varios miembros de la familia real: el heredero
Fernando de la Cerda (así llamado por un grueso pelo que le adornaba el pecho),
la reina Violante, su hermano el arzobispo Sancho y, además, se ofrecieron a
mediar los maestres de las órdenes militares que podían actuar como instancia
neutral.
Y, mientras, en Granada optan por que se muera el rey Muhammad
I y le suceda su hijo Muhammad II, el cual firma nuevos acuerdos con Alfonso X
que incluyen, entre otras cosas, la ruptura de Granada con los magnates rebeldes.
¡Bien! (creo). A finales del año 1273 empiezan a volver los nobles a Castilla.
Primero los Haro y los Castro. Después los Lara. Al principal protagonista de
la conjura, que era Nuño González de Lara, el rey le confía el cargo de
adelantado mayor de la frontera andaluza: una forma bien vistosa de comprar su
fidelidad. ¿Y el infante Felipe, el hermano traidor del rey? Este tuvo poco tiempo
para saborear la victoria: se lo llevó la muerte en noviembre de 1274. ¿Casualidad
o “justicia divina”?
¿Por qué cedió el rey ante la presión de los magnates? Primero,
porque en aquel momento las armas castellanas estaban en guerra contra los
nazaríes de Granada y los benimerines de Marruecos, y Alfonso X no podía
permitirse en Castilla una tercera guerra que, además, sería civil. De hecho,
mantener a los nobles revoltosos ocupados en la negociación le permitió poner
todo el esfuerzo bélico en la frontera mora y vencer. Otrosí, el rey sabía que
esos nobles eran la punta de un iceberg y una represión al viejo estilo habría extendido
el malestar. Más aún, Alfonso X seguía aspirando a la corona del Sacro Imperio
romano Germánico y nada más inconveniente para ello que enzarzarse en una
querella interna. Pero hay una cuarta razón: la aquiescencia de los nobles
seguía siendo fundamental para asegurar los recursos militares y económicos de
la corona. Por todo eso, Alfonso X cedió. Y mostró debilidad para el futuro.
Alfonso X de Castilla y de León fue “el Sabio” por ser culto
y por promocionar la cultura. Impulsó los trabajos de traducción de Toledo,
elevó el Estudio General de Salamanca al rango de universidad, escribió la
Historia de España y, más aún, del mundo, organizó un observatorio astronómico
de gran nivel y, además, compuso centenares de poesías, lo mismo religiosas que
profanas. Parece que la inclinación personal de Alfonso hacia las letras y las
ciencias era herencia de su madre, la alemana Beatriz Isabel de Suabia, criada en
la singular corte italiana del emperador Federico II Hohenstaufen. Y también
sabemos que su padre, Fernando III el Santo, se había preocupado mucho por
dotar a su primogénito y heredero de una formación excelente en todos los
órdenes. El hecho es que antes de cumplir los treinta años Alfonso ya entraba
en lizas poéticas, algunas de ellas contra los vates de la corte de su padre.
De ahí nacen las cantigas de escarnio y maldecir, poesías satíricas escritas en
galaico-portugués que el entonces príncipe lanzó contra diferentes
personalidades del reino. Se conservan 453 composiciones de este tipo en la
pluma del rey.
Pero más célebres aún son otras composiciones líricas de distinto
género: las 420 “Cantigas de Santa
María”, poesías religiosas que, siempre en galaico-portugués, cantan
alabanzas a la madre de Dios. Estas cántigas son sin duda el mayor legado de la
poesía medieval española. Y como, además, muchas de ellas incluían partituras
para ser cantadas, también son un tesoro incomparable en el aspecto musical.
Alfonso fue un furibundo lector que se hizo editar cuantas obras
consideraba esenciales. Hacia 1251 encargó la traducción de un viejo texto
hindú que había pasado al mundo árabe a través de Persia: el “Calila y Dimna”. Es
una colección de cuentos ejemplarizantes para educación de príncipes. También auspició
la edición de una versión castellana del sueño de Mahoma sobre el cielo y el
infierno (la “Escala de Mahoma”),
del Libro de “Los
secretos de la Naturaleza” y otra del “Purgatorio de San Patricio”. A un canónigo sevillano llamado
Bernardo de Brihuega le encargó una colección de vidas de santos. En poco tiempo
Alfonso llegó a dirigir un auténtico equipo de escritores que compilaba, traducía,
redactaba o creaba los textos más variopintos. Y no era infrecuente que el propio
rey hallara tiempo para entregarse a la literatura. A propósito de las
traducciones, Alfonso X dio un enorme impulso a lo que luego se conocería como
Escuela de Traductores de Toledo. La novedad con este Alfonso es que no solo se
traduce mucho, sino que además se crea mucha obra nueva, especialmente científica.
Hacia 1250 aparece el “Lapidario”,
un tratado médico-mágico sobre las propiedades de los minerales en relación con
la astronomía; es una compilación de textos griegos y árabes cuya edición se
atribuye al médico judío Yehuda ben Moshé (Yehuda Mosca, le llaman las fuentes
cristianas). También a Ben Moshé, que era rabino de la sinagoga de Toledo y
médico de Alfonso, se le atribuye la traducción y adaptación del “Abenragel”, o sea el “Libro complido de los judizios de
las estrellas”, que fue el tratado de astrología más importante de su
tiempo hasta la aparición de otra compilación ordenada por el propio Alfonso X:
el “Libro del saber de Astrología”
(1279). Pero su joya científica son las “Tablas
Alfonsíes” que son astronomía empírica y no astrología. Pensemos que el
rey había instalado un observatorio astronómico en el castillo toledano de San
Servando y los cálculos realizados admirarán a Copérnico.
Otra iniciativa de Alfonso fue la redacción de una historia
de España que sería la primera crónica histórica escrita en romance. Contó desde
los orígenes bíblicos hasta el reinado de Fernando III, el Santo. ¿Qué buscaba
el rey? ¡A saber! Él dijo que: “Donde por todas estas cosas, yo, don
Alfonsso, después que hube hecho juntar muchos escritos y muchas historias de
los hechos antiguos, escogí dellos los más verdaderos e los mejores que supe; e
hice también hacer este libro, y mandé poner en él todos los hechos señalados
tanto de las historias de la Biblia como de las otras grandes cosas que
acaecieron por el mundo (...). Todos los grandes hechos que acaecieron por el
mundo a los godos y a los gentiles y a los romanos y a los bárbaros y a los
judíos y a Mahoma, a los moros de la engañosa fe que él levantó, y todos los
reyes de España, desde el tiempo en que Joaquín casó con Ana y que Octaviano
César comenzó a reinar, hasta el tiempo que yo comencé a reinar, yo, don
Alfonso, por la gracia de Dios, rey de Castilla”.
Él mismo lo escribió así: “Esta España tal es como el
paraíso de Dios (...), es bien abondada de mieses, e deleitosa de frutas,
viciosa de pescados, sabrosa de leche e de todas las cosas que de ella se
hacen; e llena de venados e de caza, cubierta de ganados, lozana de caballos,
provechosa de mulos e de mulas; e segura e abastada de castillos; alegre por buenos
vinos, holgada de abundamiento de pan, rica de metales. E España, sobre todas las
cosas, es ingeniosa, y aún temida y muy esforzada en lid; ligera en afán, leal
al Señor, afirmada en el estudio, palaciana en palabra, complida de todo bien;
e non ha tierra en el mundo quel semeje en bondad nin se iguale ninguna a ella
en fortaleza, e pocas ha en el mundo tan grandes como ella. E sobre todas
España es abundada en grandeza; más que todos preciada por lealtad. ¡Oh,
España, non ha ninguno que pueda contar tu bien!”
Esa “Estoria de España”
se vio solapada por un objetivo más grandioso: la “Grande e general
estoria” que contaría la historia de la humanidad desde el Génesis hasta Alfonso
X. ¿Y eso? ¿Recuerdan el trono Imperial? Pues eso. El rey quería que mostrar
que el gran reino castellano y leonés no solo era la cabeza de Hispania, sino que
podía -¿debería?- serlo de la cristiandad. Esta “Grande e general estoria” quedará inacabada, como el propio
título imperial, pero nos ha legado un tesoro cultural. También del escritorio
regio salieron manuales de cetrería y libros de ajedrez, entre otros.
Alfonso X creó la Universidad de Salamanca. Existía el Estudio
General de Palencia desde 1208; de él nació diez años más tarde, como una ampliación,
el Estudio General de Salamanca, que fue el primero en impartir enseñanzas de
Medicina. Los estudios generales eran ya escuelas pluridisciplinares
reconocidas y mantenidas por la corona. Los más importantes de estos estudios
generales eran elevados a “universidad”, es decir, que se reconocía validez universal
a los títulos que expedía. En 1255 el papa Alejandro VI concedió a Salamanca la
bula por la que el viejo estudio se convertía en universidad. Y Alfonso X se
apresuró a dejar su huella: ordenanzas, cátedras —por ejemplo, la de Música—,
una biblioteca con su bibliotecario...
Sepulcro de Fernando de la Cerda
Alfonso X el Sabio recibió amargura los últimos años de su
reinado en Castilla y León. Entre nobles levantiscos, musulmanes recalcitrantes
y herederos codiciosos, el mapa castellano entre 1272 y 1284 fue un caos. Y la
sucesión a la corona trajo una lucha sangrienta. Inquietantes síntomas de debilidad
en un reino que, sin embargo, se había convertido ya en una de las grandes
potencias europeas. La revuelta nobiliaria se entrelazó con la sucesión en el
trono y eso hizo que no hubiera fuerza en el reino que quedara al margen del
drama.
Estamos en 1275. Alfonso el Sabio está en Francia, luchando
infructuosamente por la corona imperial. Ha dejado en Castilla como regente a heredero
el infante Fernando de la Cerda. Alfonso X se reúne con el Papa Gregorio X y,
el rey entiende que jamás será emperador. Por si esto fuera poco, durante su estancia
francesa se entera que los benimerines, la nueva dinastía reinante en el norte
de África, han cruzado el estrecho de Gibraltar. Junto a los moros de Granada están
arrasando los campos desde Écija hasta Jerez
Inciso, los benimerines surgían de la dinastía Banu Marin,
unos bereberes de Argelia que se habían hecho con el poder en el norte de África
cuando se hundió el imperio almohade. En su momento los benimerines habían contado
con el apoyo de los reinos cristianos, porque a todos les convenía destrozar a
los almohades. Pero, una vez dueños de Argelia y Marruecos, los benimerines
planearon un ambicioso juego: estrechar lazos con el reino moro de Granada,
para controlar los dos lados del Mediterráneo occidental, y al mismo tiempo
ganarse fidelidades entre los grandes señores castellanos de Andalucía, para
tener el camino libre en el estrecho de Gibraltar.
La rebelión nobiliaria en Castilla mostró a los benimerines
que el enemigo del norte estaba débil. Ya hemos hablado de que muchos nobles
buscaron apoyo en los nazaríes de Granada, y Granada trabajaba ya para los
benimerines. Cuando Alfonso X estrechó el cerco sobre los nazaríes, los
benimerines no tardaron en enviar tropas; de hecho, muchos ya estaban allí. Y
entre la aristocracia castellana había demasiados nombres “tocados” por el
dinero musulmán. Cómo parece que ocurre hoy con el dinero del reino de
Marruecos. Bueno y de Francia y de Inglaterra… El 12 de abril de 1275, los
benimerines desembarcan en Algeciras y marchan contra Sevilla, Córdoba y Jaén.
Con el rey de Castilla ausente, es el heredero Fernando de la Cerda quien se
pone al frente de las tropas. Fernando, hijo primogénito de Alfonso X y Violante
de Aragón, apenas tenía entonces veinte años, pero llevaba a sus espaldas un
apretado aprendizaje: casado a los catorce años con la infanta Blanca de
Francia (hija de San Luis), armado caballero a esa misma edad, delegado para
los asuntos del reino de León al año siguiente, adelantado mayor del reino de
Murcia en 1272, jefe de guerra contra los moros aquel mismo verano...
El joven Fernando de la Cerda ha intervenido en las
negociaciones con los nobles levantiscos, participó en las asambleas que buscaban
resolver problemas como el cobro de impuestos, representa a Castilla en el
pleito por la corona navarra... Alfonso tenía plena confianza en su
primogénito. Tanta que, antes de marchar a Francia para dar la última batalla
por el título imperial, reúne cortes en Burgos y nombra a Fernando regente del
reino. En aquella crítica primavera de 1275, cuando los benimerines
desembarcaron en Algeciras, Fernando estaba en Valladolid. Inmediatamente se
puso en camino hacia Ciudad Real donde tenían que reunirse los ejércitos
cristianos. Cuando salió de Valladolid ya estaba enfermo. Al llegar a Ciudad
Real murió. No podemos saber qué tipo de enfermedad le llevó a la tumba, pero la
situación que se creaba en el reino era simplemente caótica. Muerto Fernando, es
su hermano Sancho quien se pone al frente de la hueste cristiana: los
benimerines ven frenada su ambición en el valle del Guadalquivir.
Pero el problema sucesorio no será militar, sino político. Y
ahí es donde se desatará el caos. ¿Por qué? Por las reformas legales de Alfonso
X. El derecho tradicional castellano decía que, en caso de muerte del heredero,
el trono debía pasar al segundo en la línea de sucesión, que en este caso era el
infante Sancho, segundo hijo de Alfonso y Violante. Así se había hecho siempre.
Ahora bien, las “Partidas” del
rey Sabio habían introducido en el orden jurídico castellano el derecho privado
romano, según el cual los títulos de sucesión debían pasar a los herederos del
muerto, es decir, a los hijos de Fernando de la Cerda, dos críos que en aquel
momento tenían cinco años, el mayor, y unos pocos meses el segundo. Naturalmente,
Sancho, el hermano del muerto, planteó sus reivindicaciones. Peliagudo problema.
Parece que en un primer momento Alfonso no tuvo inconveniente
en dar satisfacción a Sancho: al fin y al cabo, este era un mocetón de
diecisiete años, despierto y valiente, que ya había escrito páginas dignas de
un rey y que, tras la muerte de su hermano, tomó la espada para frenar a los
benimerines. Para colmo de males muchos nobles del reino veían en Sancho al rey
que necesitaban; Pero la familia política del finado, los reyes de Francia,
quería ver a los hijos de la francesa Blanca en el trono castellano y leonés. Alfonso
X trató de templar gaitas: no tomó ninguna decisión directa sobre la sucesión y
creó un reino en Jaén para el primogénito de Blanca y Fernando de la Cerda. ¡Error!
Eso del reino jienense era insuficiente para los partidarios de los pequeños De
la Cerda y una ofensa para los partidarios de Sancho. Ya se olía a humo en
Castilla.
El rey, cansado y enfermo a sus cincuenta y cinco años, parece
incapaz de dar una a derechas. ¿Ha perdido el juicio? Un importante sector de
la nobleza cree llegado el momento de arreglar las cuentas pendientes no
cobradas. Corre el año 1277 cuando se desata una conjura en la corte. Sus
protagonistas: el infante Fadrique, hermano del rey, y Simón Ruiz, señor de los
Cameros. Alfonso descubre la conjura y reacciona de forma brutal. La Crónica de
Alfonso X lo cuenta así: “Y porque el rey supo algunas cosas del infante
Fadrique, su hermano, y de don Simón Ruiz de los Cameros, el rey mandó al
infante don Sancho que fuese a prender a don Simón Ruiz de los Cameros y que le
hiciese luego matar. Y don Sancho salió de Burgos y fue a Logroño y halló allí
a don Simón Ruiz y apresólo. Y ese mismo día que lo apresaron, apresó Diego
López de Salcedo en Burgos a don Fadrique por mandado del rey. Y don Sancho fue
a Treviño y mandó quemar allí a don Simón Ruiz. Y el rey mandó ahogar a don
Fadrique”. Un documento posterior, los “Anales” de Alfonso X, añade una precisión suplementaria: don
Fadrique murió asfixiado en un arca cerrada y llena de hierros puntiagudos.
Horroroso.
Sancho IV de Castilla
¿Qué se proponían Fadrique y Simón de los Cameros? Su
objetivo era declarar incapaz a Alfonso X y coronar al infante Sancho. Pero en
la conjura no estaban solo aquellos dos: también se cita como implicados a Lope
Díaz III de Haro, señor de Vizcaya, con su hermano Diego López de Haro; a
Ramiro Díaz y a Pedro Álvarez de las Asturias; a Fernán Ruiz de Castro y Fernán
Ruiz de Saldaña, y tal vez también a los Lara. En definitiva, los nombres más
importantes de la nobleza castellana. ¿Y el infante Sancho qué pensaba de todo
esto? La conjura se había organizado para coronarle a él, pero Sancho no dudó
en obedecer a su padre y ejecutar a Simón Ruiz. ¿Estaba Sancho en el ajo? La
historia no nos lo dice, así que puede usted pensar lo que guste.
Semejantes alteraciones en la Corte dieron un balón de
oxígeno a los benimerines que se movían en el sur. Después de haber sido
rechazados en Jaén y Sevilla, los invasores se hacen fuertes en Algeciras.
Alfonso X sitia la ciudad por tierra y mar, pero el caos en el campo cristiano
es tan intenso que las tropas castellanas se quedan sin víveres. Es asombroso:
un asedio donde los que pasan hambre y sed no son los sitiados, sino los
sitiadores. Cuando el rey benimerín de Marruecos, Abu Yusuf Yacub, se entera de
la situación, envía una flota que destroza a la armada castellana, captura y
degüella masivamente a los marineros, desembarca en Algeciras y contraataca a
los sitiadores. En agosto de 1279, los cristianos levantan el campo. Alfonso X
se ve obligado a firmar una tregua. Aquello fue la gota que colmó el vaso.
Sepulcro de Alfonso X
Alfonso había entrado en barrena. Cada vez menos gente le
obedecía. A la altura de 1282, el infante Sancho, numerosos nobles y algunas
importantes ciudades se levantan y llegan al extremo de desposeer al rey de sus
poderes: lo mismo que querían hacer Fadrique y Simón. Pero Alfonso se resiste:
maldice a su hijo, le deshereda en testamento y, aún más, pacta con los
benimerines para recuperar lo perdido. Desde bases seguras en Sevilla, Murcia y
Badajoz, el viejo rey Sabio intenta recomponer el paisaje: entrando a viva
fuerza en unos sitios, comprando voluntades en otros. Sancho, desheredado,
pierde el apoyo de nobles tan relevantes como Lope Díaz III de Haro y se
esfuerza por retener a sus partidarios. El caos es formidable. Y la guerra
entre padre e hijo podría haberse prolongado durante años de no ser porque Alfonso
X abandonará la contienda. Decidió morirse en abril de 1284 en Sevilla, con
sesenta y dos años. El reino se desmoronaba.
Sancho no perdió el tiempo: el 30 de abril se hizo coronar
en Toledo. Será Sancho IV. La mayor parte de los nobles y ciudades, incluidos
muchos de los que habían acatado la voluntad de Alfonso X el Sabio, le rendirán
homenaje. Pero detrás quedaba el complejísimo pleito sucesorio derivado de los
derechos de los infantes De la Cerda. Un asunto que iba a teñir de sangre la
historia castellana de los años posteriores.
Bibliografía:
“¡Santiago y cierra, España!” José Javier Esparza.
“Historia de Castilla. De Atapuerca a Fuensaldaña”. Juan
José García González.
“Atlas de Historia de España”. Fernando García de Cortázar.
Blog “Tras las huellas de Heródoto".
Periódico “Diario de Sevilla”.
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