Viajemos
a la oscura Edad Media. Oscura no porque el cielo fuese menos azul o el sol
estuviese más apagado sino porque carecemos de la suficiente información
histórica y la que nos ha llegado está, seamos sinceros, trufada de mentiras. Pero,
¡¿Cómo dice eso, Sr. Lebato de Mena?! Queridos lectores, deben comprender que hace
mil años no se buscaba la veracidad de los hechos. El historiador de entonces es
un escritor de leyendas que volcaba en historias -falsas o auténticas- la
esencia de las personas y los acontecimientos relatados. Así tenemos en la
memoria a la condesa traidora, el Fernán González del poema, los jueces de
Castilla, el Cid del cantar o la batalla de Clavijo que no son aceptados por
los historiadores actuales pero que nos muestran el carácter del pueblo que las
creó. Numerosas leyendas recogidas en las crónicas entraron en la literatura y
persistieron en la poesía y el teatro de siglos posteriores. Una de las leyendas
más interesantes, desde este punto de vista, es la del tributo de las cien doncellas
-Cincuenta para matrimonio y cincuenta para concubinato o, según otras
referencias: cincuenta nobles y cincuenta villanas- y de la liberación de esa
carga por intervención y ayuda sobrenatural.
La
primera mención al tema de las doncellas aparece en el siglo XIII en las
Crónicas de Lucas de Tuy y del arzobispo Ximénez de Rada. Se relata la
humillación y vergüenza que produce entre los cristianos hispanos el tributo de
las cien doncellas, iniciado por Aurelio o Mauregato y terminado con la batalla
de Clavijo, o la de Simancas.
Como
ven la creación y el fin del tributo de marras son un par de razones para sospechar
de la falsedad del relato. ¿Empezó con Aurelio (768-774) o Mauregato (783-789)?
La atribución a Aurelio aparece en un texto del obispo Sebastián de Salamanca: “praelia
nulla exercuit, quia cum Arabibus pacem habuit”. Y Lucas de Tuy agregó: “Aurelio
(…) nunca fizo guerra con los caldeos, ante, firmó con ellos paz y [a]
algunas buenas nobles christianas consentió ser ayuntadas por casamiento a los
moros”. Claro que esta frase no significaría, sino que Aurelio permitió los
matrimonios mixtos entre cristianas y moros, pero… Fray Mateo de Anguiano (1649-1726)
optaba por otra teoría: “Desde el año 783, hasta el de 788, con auxilio de
los Moros, y pactos infames, ocupo el Reyno de Oviedo y León, Mauregato, hijo
bastardo en todo del Rey D. Alonso Primero, y de una Mora esclava suya (algunos
escritos la llaman Sisalda). Entre las condiciones del pacto, fue una que
Mauregato avia de pagar cada año en feudo, un tributo nefando de cien doncellas
de sus estados Catholicos: de las quales, las cincuenta avian de ser Nobles, y
las demas del estado general. Corrió el tributo infame algunos años, y con
obligacion de llebarle hasta la raya, y confines del Reyno, donde se hazia la
entrega. Mucho se ofendió Dios deste pecado, y lo mostró con varios sucessos, y
milagrosos acaecimientos, que refieren nuestras Historias. Bramaban los Christianos
sobre este feudo, especialmente los Nobles, que no saben sufrir infamias. Y de
aqui resulto, el que varios Cavalleros esforçados, les quitaron de las manos el
tributo algunas veces; y aun huvo ocasion, en que defendieron a las inocentes
doncellas, los toros de una bacada, jugando contra los Moros sus puntas, y
despedazándolos”. El relato estaba inspirado en fuentes anteriores y
Mauregato (el Moro-Godo) es dibujado como un rey nefasto. Pero, ciertamente,
sus principales apoyos surgieron de la nobleza del reino astur, sin descartar
que los cordobenses cizañeasen y ayudasen. Es tan importante el peso del relato
de las doncellas que cinco años más tarde, Mauregato murió asesinado por los
nobles Arias y Oveco, glorificados como justicieros por la imposición del
tributo. Su sucesor, Bermudo I (789-791), intentó transformar ese pago en
dineros. El destronado y sucesor de Bermudo, Alfonso II el Casto (791-842),
anuló el pago de doncellas durante su reinado al vencer en la batalla de Lutos
(794). Abderramán II (822-852) exigió de Ramiro I (842-850) de Asturias la
reinstauración de tal carga. El nuevo rey de Asturias ordenó a los pueblos entregar
determinado número doncellas.
En
este momento se integra en el fluir principal de la historia el relato de Simancas
que envió las siete doncellas que le habían señalado mancas de la mano
izquierda. Sabido lo cual Ramiro I renegó del pacto y aprestó sus mesnadas. (¿Renegó
después de enviar otros lotes de chicas?). Abderramán responderá: “Si mancas
me las dais, mancas no las quiero”. Por cierto, actualmente el seis de
agosto se celebran en este pueblo fiestas en memoria de esa mutilación. Y es
poco probable que el nombre del pueblo surja de esta expresión. Más bien, lo
contrario. ¿Qué idioma hablaba Abderramán II? Pero esto es lo de menos.
Simancas
fue conquistada en el año 883 por el ejército de Alfonso III (852-910), y pocos
años después, -cuenta otra variante del tributo- la noble familia de los
Simancas se encontró en la obligación de cumplir parte del tributo aportando
siete doncellas… “(…) en un acto de valentía las jóvenes se atrevieron a
plantar cara a la injusta situación cortándose la mano izquierda a modo de
desafío. Abderramán III (912-929), tras recibir su “lote defectuoso”
indignado sentenció: “Si mancas me las dais, mancas no las quiero””. Esta
leyenda nos trasladará el final del tributo de las cien doncellas a la batalla
de Simancas en el año 939. Allí lucharán el rey de León, Ramiro II, y
Abderramán III, el octavo y último emir independiente y primer califa omeya de
Córdoba. Claro que si no hubo tributo… tampoco nos tenemos que romper los
cuernos para cuadrar tanto relato con fechas y nombres variables.
Monumento a las mancas de Simancas
Otra
razón para suponerla falsa es que la leyenda suena a “cosa conocida”. Los
hombres medievales cultos -sacerdotes, monjes, etc.- valoraban los mitos
clásicos como el relato de “Teseo y el Minotauro” y, en nuestro caso, parece
adaptarse para que el héroe sea ayudado por un santo -y no por Ariadna- para triunfar.
Además,
como vemos, el tributo de las cien doncellas está asociado a la dudosa batalla
de Clavijo. Si esta es falsa, también aquel. En Clavijo se apareció el Apóstol
Santiago convertido en Santiago Matamoros ayudando a Ramiro I de Asturias. Era
el 23 de mayo de 844 cuando derrotarán a Abderramán II (792-852) y eliminarán
el tributo doncellil. ¡Y es una batalla sin rastro histórico fidedigno! Lo más
probable es que Clavijo se basara en las batallas de Albelda o en la de Simancas
del año 939. Entendamos que la utilización de acontecimientos históricos y de
sus protagonistas para fines político sociales posteriores sigue hoy aplicándose
y deja rastros duraderos en en el folklore.
La
narración sobre la batalla de Clavijo tiene variaciones de una fuente a otra: Ramiro
I, monarca asturiano, parte de la corte hacia Castilla la Vieja para contraer
matrimonio en segundas nupcias con Paterna. Con ocasión del viaje real, los
pares de su reino intentan destronarlo. Abderramán II tiene noticia del suceso
y moviliza sus huestes. Para debilitar más a Ramiro I reclama el pago del
tributo de las cien doncellas. Entró Ramiro en La Rioja y ganó a los moros la
plaza de Nájera, continuando después camino de Albelda, ciudad importante del
califato en la cuenca del Bajo Iregua, en donde Abderramán se encontraba
esperando para iniciar la batalla. Aprovechamos la pausa nocturna para fijarnos
que este relato chirría con lo contado sobre las doncellas de Simancas cuya
historia transcurre en un entorno de estabilidad política en León y de
frecuente entrega de chicas a los moros.
Esa
noche el rey Ramiro recibió la visita en sueños del apóstol Santiago que le
promete su ayuda. Durante la lucha se abrieron los cielos y surgió la figura de
Santiago en túnica blanca con cruz roja al pecho, espada en mano y montado
sobre un blanco corcel. Ramiro tomó la ciudad de Albelda, e hizo un voto según
el cual tanto él como sus vasallos debían ceder, a perpetuidad y anualmente, a
la Iglesia de Santiago en Galicia una medida de trigo cada labrador, y una de
vino cada cosechero. Además, se anulaba el ominoso tributo de las doncellas, se
instauraba la Orden de Caballería de Santiago y se fundaba el noble solar Camerano
de Valdeosera.
O
sea, ¿Clavijo podría ser la batalla de Albelda con otro nombre? Lo primero que
debemos decir es que, en la zona de Albelda, se produjeron dos batallas. Una hacia
el año 852 con una derrota cristiana y la segunda batalla en 859 en el
denominado Campo de la Matanza, en las cercanías de Clavijo y ganada por Ordoño
I (850-866). Esta última ha creado el mito gracias a su inclusión en la “Historia
Gothica” por el arzobispo Rodrigo Jiménez de Rada. Ahí es donde encontramos el
sueño de Ramiro I y Santiago Matamoros junto con el Voto de Santiago. ¡Bien por
Ramiro I! La pena es que su reinado fue breve y soso, del 842 al 850. Pero esta
relación con la divinidad y esta victoria lo ensalzaron post mortem. Y eso
tenía un precio en forma de dádivas eclesiásticas. ¡¡¡Bingo!!!
Santiago Matamoros
Clavijo
ya era discutida en el siglo XVIII por los historiadores Gregorio Mayans y
Francisco Cerda y Rico. Estudios actuales sostienen que nunca existió el
Tributo de las cien doncellas y que tanto su vigencia, como la aparición de
Santiago Apóstol en Clavijo, fueron un argumento, ideado en el siglo XII, para
justificar la implantación de un sustancioso impuesto, llamado el “Voto de
Santiago”, que se recaudaba en beneficio de los canónigos de Santiago de
Compostela entre los habitantes de Galicia, León y la parte de Castilla sobre
el Duero, en donde se encuentra Las Merindades. Tuvieron que ser las Cortes de
Cádiz las que abolieron el voto de Santiago en 1812, junto con otros
privilegios del Antiguo Régimen, si bien, durante la guerra civil de 1936, con
carácter simbólico se reinstauró. Y, es que, es sospechoso que los documentos
andalusíes no nos hablan de la batalla de Clavijo, ni siquiera para
minusvalorarla o reconocerse vencedores.
Vale,
puede ser. Pero también podemos explicar el tributo de las cien doncellas como
una personificación de la extorsión que sufrían todos los reinos cristianos por
parte del emirato o el califato y la consecuente necesidad de hacer frente a
las cargas fiscales asociadas y al necesario esfuerzo de guerra. De hecho, el
tributo de Mauregato o de Aurelio no solo eran de carne humana, sino que se
incluían 10.000 onzas de oro, 10.000 libras de plata, 10.000 caballos y 10.000
mulos, 1.000 lorigas, 1.000 espadas y 1.000 lanzas. Mucho, ¿Verdad? Lo más
seguro es que sean cifras para adornar la humillación cristiana y exacerbar el
odio a Mauregato o son desbarres de algunos divulgadores. Es decir, acentuar el
relato sentimentaloide como si fuesen nuestros políticos populistas de hoy. Si
les sirve de consuelo, las fuentes árabes hablan de treguas con Mauregato pero
nada de entregar unos bienes de guerra improbables de producir y de aceptar. Claro
que, también podemos anclar la existencia del tributo de las cien doncellas en
una posible convivencia con el califato. ¿Recuerdan el consentimiento de
Aurelio para las bodas de damas nobles asturianas con andalusíes? Pues serviría
para reforzar la paz con Córdoba mediante la celebración de matrimonios mixtos.
Pasado este momento los cronistas cristianos, que son clérigos y abogan por la
lucha sin límites con el infiel, transmutarán las bodas en raptos, en el
tributo de las cien doncellas.
Como
la batalla de Clavijo tiene ese tufo a falsedad parece que debió ser necesario
apuntalar el voto de Santiago o ampliar el número de cristianos perjudicados
por los moros y de los héroes matamoros. Así surge el relato “Tributodoncellas 5.0”de
que se reunió la nobleza cristiana de los diferentes reinos con los emisarios
califales. En esa reunión se levantó indignado el conde Fernán González
(910-970) afirmando que esas doncellas no iban a ser castellanas y lo mismo
contestaron los reyes de León y de Navarra. Y, por si esto fuera poco, los
mensajeros del califa fueron decapitados allí mismo. Me recuerda, un poquito, a
la película “300” y el descalabro de los enviados de Jerjes.
Abderramán
III salió a castigar la osadía de los cristianos. Ante ello, el rey de Navarra
sugirió plantear batalla encomendándose a San Yago, milagroso santo enterrado
en Galicia que ya les había ayudado en Clavijo. Por su parte, Fernán González
dijo que también en Castilla tenían un protector: San Millán de la Cogolla. El
rey de León aceptó el reto, y todos los cristianos pasaron la noche rezando, seguros
de su derrota, pero ansiosos de sacrificarse por eliminar el tributo de las
cien doncellas. ¿Problema? Pues que ese tributo se había terminado en la
batalla de Clavijo, unos cien años antes. Si se tuvo que hacer una segunda
batalla fue o bien porque Clavijo no existió o porque, entonces, no impidieron
el pago en doncellas. O porque esa batalla estaba lejos en el tiempo para una
recaudación efectiva. Incluso podríamos llegar a pensar, absurdamente seguro,
que fue una elaboración castellana para resaltar su nueva fuerza político militar y su capacidad de imponer un santo en igualdad con un Apostol.
Los
cristianos antes de entrar en batalla, se hincaron de rodillas y se
encomendaron a Santiago y San Millán. Viendo esta sumisión cristiana, los
musulmanes atacaron. Pero en el cielo aparecieron dos caballeros: obviamente
eran Santiago y San Millán. Ganaron los cristianos y, por segunda vez, se
terminó el tributo de las cien doncellas.
San Millán Matamoros
Pero
que no existiese el tributo de las cien doncellas -Creo que ya lo tenemos
claro- no impidió que diversas casas nobiliarias creasen laureles propios en
torno a las cien doncellas anuales. Citaremos dos: Los Figueroa y los Miranda.
Figueroa
Si
viajan a la localidad de Bordel (La Coruña) encontrarán en ella la torre de
Peito Bordel, donde dicen que encerraban a las muchachas antes de ser
embarcadas en la ría de Betanzos para su forzado cautiverio en la ciudad de
Córdoba. Así fue durante años, hasta que le tocó a la hija de un hidalgo. Según
una versión, el padre de la joven, que no la quería entregar, ideó un plan para
acabar con tal deshonroso tributo. Según otras versiones serían los cinco
hermanos de la joven los que idearon el plan. Se disfrazaron de mujer y se
introdujeron entre las que iban a ser embarcadas, atacando a los musulmanes con
ramas de higuera ya que sus lanzas estaban rotas, liberando a las mujeres. Otra
versión dice que se escondieron entre las higueras para, con apoyo de la
población local, atacar a los raptores. Evitando así la entrega de las
muchachas y que éstas cumplieran la promesa de… ¡amputarse las manos! antes que
servir a los musulmanes cordobeses. Parece que la población de Simancas no era
muy original. Con todo, las armas de los Figueroa tienen cinco hojas de higuera.
En el escudo de los Miranda figuran cinco bustos de doncellas cargadas en el
pecho de una venera de oro; en orla dos serpientes de sínople, anudados sus
cuellos en el jefe y las colas en la punta. Los cinco bustos recordarían la hazaña
de Alvar Fernández de Miranda, que en desigual combate con los árabes liberó a
cinco nobles muchachas destinadas a engrosar el harén del Emir, en cumplimiento
del tributo de las cien doncellas.
Pero
volvamos a la trama profunda del relato del tributo de las cien doncellas.
Hemos comentado ya que esta historia suena a conocido y es porque sigue la
línea de los relatos épicos de los clásicos grecolatinos: el combate entre el
bien y el mal, el héroe que dirige a su pueblo a la victoria con la ayuda de la
deidad, la entrega de las adolescentes a las manos de la muerte, ritos
iniciáticos de las muchachas, etc.
Los
investigadores del tributo de las cien doncellas ven cierto paralelismo con el
mito de Teseo que fue recogido por varios autores clásicos, entre los que
destaca Plutarco quien sintetizó varias tradiciones al respecto. Teseo fue hijo
de Egeo, mítico fundador de Atenas, y de Etra. Otra versión de su nacimiento lo
convierte en hijo de Poseidón. La vida de Teseo es una concatenación de
episodios iniciáticos.
Teseo con Egeo.
Estando
en Atenas con su padre, vinieron los embajadores del rey Minos para hacer
efectivo el pago del tributo que tenía pactada la ciudad con el reino insular.
Este tributo se había firmado para apaciguar al rey Minos debido a la extraña muerte
de su hijo de la que hacía culpable a los atenienses. El tributo consistía en
la entrega de un grupo de siete chicos y otras tantas muchachas en edad
casadera y todos vírgenes. Eran conducidos a Cnosos donde el rey los introducía
en el laberinto del Minotauro. Teseo se presentó voluntario a la ofrenda. Camino
de Creta pararon en el oráculo de Delfos donde Apolo les aconsejó que se
encomendaran a la diosa Afrodita. En Creta fueron conducidos al laberinto, pero
Ariadna, la hija de Minos, una de las diferentes manifestaciones de la diosa
Afrodita, se enamoró de Teseo y le dio información acerca del monstruo y del
laberinto. Además, le entregó un ovillo de hilo para encontrar la salida. Teseo
mató al Minotauro y, gracias al ovillo, escapó. La muerte de la bestia concluyó
con el tributo.
Si
ahora observamos las estructuras básicas del relato de las cien doncellas o de
Ramiro I y el de Teseo veremos que tienen los mismos elementos estructurales y
de evolución: hay un tributo para apaciguar la embestida de la representación
del mal. El pago consiste en la entrega anual del grupo de jóvenes vírgenes en
edad de contraer matrimonio. Se efectúa el pago hasta que aparece la figura del
héroe que, ayudado por la deidad correspondiente, consigue derrotar al mal,
ante el que se encuentra en notable minoría, y concluye el tributo. Debemos
matizar que el relato hispano se refiere solo a chicas.
José
Antonio Quijera Pérez creyó que el mito peninsular no procedía del griego y
presumía encontrarse ante dos variantes formales de un arcaico tema
mediterráneo. Así la variante peninsular habría llegado a través del filtro
altomedieval, pero asentado sobre una línea de pensamiento precristiano muy
arcaico. La variante griega muestra las marcas de la helenización sobre su
substrato anterior, que asocia objetos simbólicos atestiguados con anterioridad
al helenismo. Con ello entenderíamos que los lugares donde nos dicen que se
desarrolla el mito -Creta, La Rioja, León, Castilla o Asturias- no deben ser
considerados como los focos de creación y propagación del tema mítico.
Si
les parecen pocas “pruebas de la veracidad” del tributo tenemos la constancia
de las procesiones de doncellas. Bueno, de parte de ellas. Estas procesiones
representaban la iniciación femenina al matrimonio y existen, también, fuera de
la península ibérica. Recuerden que van vestidas de blanco, de novias. En el
pueblo de Solorzano, cerca de Albelda, se localiza una de estas procesiones que
se asocia con el tributo… y con la fertilidad de los campos. Pero, de los más
de veinte rituales de doncellas existentes en la Península tan sólo unos pocos miran
hacia el tributo. El resto ha creado un mito particular. La procesión de Santo
Domingo de la Calzada está relacionada con la vida de su santo, por ejemplo.
En
León capital celebran una fiesta, las Cantaderas, donde chicas procedentes de
las parroquias de San Marcelo, San Martín, Santa Ana y Santa María del Mercado recorren
las calles de la ciudad antigua para postrarse ante el califa. Una excusa
promocional de la ciudad a ritmo de mercado medieval con tres heroínas, Elvira,
Leonor Garavito y Leonor de Quiñones, que avergüenzan a reyes y nobles. No está
claro si las cien doncellas eran todas de la ciudad o de todo el reino.
Lope de Vega y Carpio
El
tributo de las cien doncellas fue un elemento recurrente en el teatro. Así, Lope
de Vega, en su obra teatral “Las famosas asturianas”, sostiene que el monarca
que se comprometió a pagar el tributo fue Alfonso II, pero en su versión las
doncellas, al ver que iban a ser ofrecidas como tributo, acusan a los
cristianos de cobardía y provocan su reacción para que luchen y consigan
impedir el vergonzoso pago. Repitió con “Las doncellas de Simancas”. Otros
autores fueron Rafael García Santisteban con su opereta “El tributo de las cien
doncellas” que llevaba música de Francisco Asenjo Barbieri; Luis de Guzmán y su
comedia famosa titulada “El blasón de don Ramiro y libertad del fuero de las
cien doncellas”; o Manuel Fernández y González, un clásico del folletín
decimonónico, nos dejó “El tributo de las cien doncellas”.
Junto
a tradiciones escritas y orales, el Tributo de las Cien Doncellas también ha
llegado hasta nuestros días a través de la escultura como la representación que
existe en la Iglesia de Santa María de la Victoria de Carrión de los Condes. En
efecto, en las arquivoltas de la fachada románica de esta Iglesia del siglo XII
aparecen representados moros, doncellas y toros. Estas esculturas recuerdan
cómo una milagrosa manada de toros evitó que los musulmanes se apoderasen de
cuatro muchachas en esa ciudad palentina, por si no habíamos hablado de lugares
diversos con doncellas entregadas.
Curiosamente
en Las Merindades parece que no se ha asentado nada sobre este tributo de las
cien doncellas a pesar de que, de haber existido, varias mozas hubieran tenido
que ser entregadas anualmente a los poderes de Al-Ándalus. De lo que no nos
debimos librar fue del pago del Voto de Santiago.
Bibliografía:
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tributo de las cien doncellas. Un viejo mito mediterráneo”. José Antonio
Quijera Pérez.
España en la historia.
FJT
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“Diario de Burgos”.
http://pucelaproject.com
Periódico
“La Razón”.
https://www.parlamento-larioja.org
Revista
“Etheria Magazine”.
“Aproximación
a la procesión de las cien doncellas de Sorzano. Orígenes y sentido actual”.
Jesús Gonzalo Moreno.
Periódico
“Diario de León”.
Periódico
“ABC”.
https://www.tradicionesyfiestas.com
https://www.cirkwi.com
Xacopedia.
España
Fascinante.
“La
ideología mahometana y su influencia revolucionaria en la invasión y conquista
de España”. Julián García Sainz de Baranda.
“Notas
histórico-críticas sobre el poema de “Fernán González”. Fray Justo Pérez de
Urbel.
“Catalogación
de documentos medievales de la Rioja Burgalesa”. Flor Blanco.
“Del
Burgos de antaño. Claros linajes burgaleses: Los Sanzoles”. Ismael García Rámila.
“Las
fiestas de doncellas en Logroño”. Consolación González Casarrubios.
“Santiago
Matamoros en la historiografía hispano-medieval: origen y desarrollo de un mito
nacional”. Luis Fernández Gallardo.
“Así
fue… el tributo de las cien doncellas”. Enrique Ossorio Crespo.
“Ficción
y realidad en Don Alfonso el Casto”. Gabriel Maldonado Palmero.
“Revista
de Folklore” número 389.
“Diccionario
enciclopédico gallego-castellano”. Eladio Rodríguez González.
“Las
cien doncellas: trayectoria de una leyenda”. M. Manzanares de Cirre.
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