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domingo, 19 de mayo de 2024

Fernando IV de Castilla: lo que diga mamá.

 
Tenemos a María de Molina de 36 años, viuda del rey castellano Sancho, que será regente del reino hasta que a Fernando le hagan mayor de edad. Sancho IV ha muerto en 1295 dejando un heredero de diez años y otros seis hijos. ¡Seis! Ella luchará por impedir que Castilla se disuelva en la anarquía y la guerra civil. El nombre de la reina madre es María Alfonso de Meneses y desde 1293 ostenta el título de señora de Molina de Aragón. Por eso es María de Molina. De niña vivió en la Corte. Allí conocerá al futuro Sancho IV pero, antes que ser su esposa fue su tía. Aunque un año menor, pero su tía. Y ese parentesco era una baza cuando murió el heredero de Alfonso X, el infante Fernando de la Cerda, y se luchó por ver quién era el sucesor al trono. Recordemos que los cambios legales introducidos por Alfonso X inclinaban la corona hacia los descendientes del De la Cerda. En medio de ese caos, la corte celebraba el bautizo de una bastarda, hija natural del infante Sancho y de Meneses. Oficiaba como madrina una prima de esta dama... ¡María de Molina! El infante Sancho, el padre de la niña a bautizar, quedó prendado de ella. Sancho y María se casaron en 1282.

 
¿Triunfó el amor? Pues… María era tía de Sancho; Sancho estaba legalmente casado con Guillerma de Montcada, aunque nunca habían consumado. Por consiguiente, todo el mundo consideró nulos los esponsales de María y Sancho. El Papa los excomulgó. A partir de ese momento, María se lanzó a conseguir la dispensa papal. Cuando muera Alfonso X, en 1284, Sancho y María serán reyes, pero sufrirán las intrigas de los nobles castellanos, y en particular de la casa de Lara; las aspiraciones de los infantes De la Cerda, que no renunciaban a la corona; la traición del infante don Juan, hermano del rey; la amenaza de los benimerines en el sur...
 
María trabajó entre bambalinas: convenció a su marido para arreglarse con los Lara; y salvó la vida del vencido infante Juan. Buscaba así la anuencia del papa y la neutralidad de Francia para conseguir la dispensa matrimonial. ¿Tan necesario era ese documento papal? Sí. Sancho y María volverían al seno de la Iglesia, a la corona, y su descendencia sería legítima.
 
La muerte de Sancho en 1295 colocó a María al mando para salvar la corona de su hijo Fernando de diez años. Este tipo de situaciones muestran el carácter de la gente. Jaime II de Aragón anuló el compromiso matrimonial de su hija Isabel con el heredero de Castilla; y los Lara, los Haro y los De la Cerda afilaban sus lanzas. Por su parte el infante Juan, aquel hermano traidor de Sancho, se mueve y otro hijo de Fernando III, Enrique el Senador, exige la tutoría del heredero.

María de Molina.
 
Y todas esas fuerzas pelearon por quedarse con el trono de Castilla con las armas en los campos. Aragón, Portugal y Francia jugaron también sus bazas por uno u otro partido. El infante Juan ataca Badajoz y toma Coria y Alcántara. Alfonso de la Cerda, con apoyo aragonés, ataca León. Juan llegará a proclamarse rey de León, Sevilla y Galicia. Alfonso de la Cerda hará lo propio en Castilla, Toledo, Córdoba, Murcia y Jaén. El niño Fernando ya ha sido proclamado rey, pero nadie cree en el futuro del heredero. María de Molina actúa con rapidez. Para derrotar a los grandes linajes recurre a las ciudades y a la Iglesia, que siempre optarán por el poder público de la corona frente al poder privado de los magnates.
 
María convoca Cortes en Valladolid y allí obtiene el apoyo de las principales ciudades castellanas para frenar a los nobles. Los municipios de Castilla constituyen una hermandad con su propio ejército. Pero no es suficiente, además hay que romper el frente nobiliario formado por los De la Cerda, los Lara, el infante Juan y Enrique el Senador. ¿Cómo? El lado más débil es Enrique. El Senador ha exigido quedarse con la tutela oficial del heredero Fernando. Las Cortes de Valladolid le reconocen esa exigencia, pero María, a cambio de una cierta cantidad de oro, conserva la custodia de su hijo: Fernando, pues, seguirá con María de Molina.

Enrique "el senador"
 
Dionisio de Portugal había visto en el jaleo castellano una excelente ocasión para arañar territorios fronterizos. María hace acopio de entereza, cita al rey portugués y le propone un acuerdo: cederá determinadas plazas de la frontera, pero las casas portuguesa y castellana quedarán unidas por acuerdos matrimoniales entre los respectivos herederos; el de Castilla se casará con una portuguesa y el de Portugal con una castellana.
 
Hay un momento, a la altura de 1296, en el que todo está cabeza abajo: el infante Juan campa a sus anchas por tierras de Palencia, Alfonso de la Cerda sitia Sahagún y Diego López de Haro hace su guerra en Vizcaya; Jaime II de Aragón, más para protegerse que otra cosa, ataca en Murcia y Soria sin que los castellanos puedan hacerle frente, porque en ese mismo momento están ocupados tratando de frenar a los moros de Granada, que también quieren sacar tajada. Son meses críticos en los que María y su hijo Fernando están al borde del naufragio. ¿Qué hacer? María convoca Cortes en Cuéllar y agrupa a sus partidarios. Todos saben que les va la vida en el envite. Las milicias de las ciudades expulsan de Sigüenza a las mesnadas del señor de Lara. El infante Juan también es derrotado en Ampudia (Palencia) y terminará cayendo preso poco después. Pero María no ha apostado solo por la guerra, sino que al mismo tiempo ha intensificado la acción diplomática.

"María presenta a su hijo a las costes de Valladolid"
Antonio Gisbert Pérez
 
La cuestión clave la dispensa papal. ¿Cómo conseguirla? Pagando al nuevo papa Bonifacio VIII que, ahora, es enemigo de Francia. Las Cortes de Valladolid reunieron una buena cantidad de oro con destino a Roma. El papa cedió: el matrimonio de María y Sancho ya era válido. Esto hizo que la causa de los rebeldes perdiese toda razón de ser. El infante Juan prestó juramento de vasallaje al niño rey Fernando. Además, Fernando llegaba, ese año, a la mayoría de edad. Juan Núñez de Lara bajó la cabeza y fue admitido en la corte.
 
Alfonso de la Cerda, por su parte, intentó hacerse fuerte en Almazán (Soria). Tenía el secreto apoyo del infante Enrique el Senador, el único que no ganaba nada con la paz. Pero Enrique murió al poco. En 1303 la guerra civil en Castilla había terminado. Fernando IV de Castilla, se casó con Constanza de Portugal, la hija del rey Dionisio, según lo acordado por la madre del rey. Los moros de Granada, viendo el paisaje, optaron por avenirse a una tregua que implicaba prestar vasallaje a Castilla. Así María de Molina salvó al reino.

 
Y, en esta, aparece el infante Juan Manuel, conocido por ser autor de la colección de cuentos moralizantes “El conde Lucanor” pero que era un trepa con muchos dobleces, duro y ambicioso, protagonista destacado del caos castellano. Este escritor, y otros magnates, vieron la debilidad de carácter del monarca al que le gustaban la caza, las damas y las juergas. Un rey “despistado” es fácilmente manipulable. Y para hacer eso había que separar al rey de su madre. ¿Cómo? Acusando a María de Molina de corrupción.
 
En las Cortes de Medina del Campo, en mayo de 1302, los infantes Enrique y Juan y el señor de Lara denunciaron que María había malvendido las joyas que le legó su marido Sancho IV. ¿Cómo lo refutó María? Luciendo las joyas. Después acusaron a María de Molina de haberse quedado con los subsidios que las Cortes habían destinado a la corona. Para salvarla, intervino Nuño, abad de Santander y canciller de la reina, con las cuentas regias para demostrar que no solo no se había quedado con dinero de la corona, sino que incluso había contribuido con su propio patrimonio a sostener a la monarquía.

Don Juan Manuel
 
A estas alturas, la política castellana solo podía consistir en tres objetivos: apaciguar las relaciones del reino con sus vecinos, fortalecerse frente a la amenaza musulmana y contener las ambiciones nobiliarias. Lo de los vecinos no fue difícil: Fernando IV estaba casado con Constanza, una portuguesa, y las relaciones familiares entre Portugal y Castilla eran fluidas. Con Aragón fijó las fronteras, singularmente en Murcia, con unos tratados: Torrellas en 1304, Elche en 1305, Alcalá de Henares en 1308.
 
María, frente a los nobles, tenía un problema mayor: eran muy ambiciosos y olían sangre. De hecho, hubo una dura guerra civil en Vizcaya. Los protagonistas: el señor de Haro Diego López V y el infante Juan (otra vez él), cuya esposa era precisamente de la casa de Haro, María II Díaz.
 
Sin olvidar la Reconquista. Castilla atacará las bases benimerines en Algeciras y Gibraltar. Esta campaña de Algeciras fue producto de los pactos de Castilla con Aragón: los dos reinos necesitaban limpiar el mar de bases musulmanas, y el único modo de hacerlo era apoderarse de puntos fuertes como Algeciras y Gibraltar y someter a vasallaje al reino de Granada. Fue en 1309. Conquistaron Gibraltar, pero no Algeciras porque algunos nobles abandonan al rey.

 
Juan Manuel no era un erudito dedicado al cultivo de las artes, sino que, más bien, era un maquiavélico personaje aliado al partido de los nobles, pero miembro exclusivo del partido de Juan Manuel. Diríamos que como alguno de los políticos de más alto nivel de la España actual: sin palabra, mentiroso (bueno, que cambiaba de opinión) egoísta… Juan Manuel era nieto del rey Fernando III, el Santo. Sus padres, el infante Manuel y Beatriz de Saboya, ostentaban el título de adelantados del reino de Murcia, un lugar donde Castilla rozaba con los musulmanes de Granada y los aragoneses. Su padre murió cuando él tenía dos años y su madre seis años después. Así, Juan Manuel, fue adelantado del reino de Murcia con ocho años de edad. Se crio en la corte de Castilla con Sancho IV, que era su sobrino, pero que le doblaba en edad, y allí se ganó fama de ingenioso e inteligente. Pero… en 1298, los aragoneses, ante el caos castellano, ocuparon Murcia, y el joven Juan Manuel, de dieciséis años, quedó sin tierras. María de Molina le entregó el marquesado de Villena (Alarcón, Belmonte, etc.), pero él quería Murcia. Y se enfadó y se alejó de la corona.
 
Sabía que para recuperar -y ampliar- su Murcia debía acercarse a Aragón. En 1299 pactó un matrimonio con la infanta Isabel de Mallorca, pero Isabel morirá antes del enlace. En 1303 intentó arreglarse directamente con Jaime II, rey de Aragón, y le pidió Murcia; solo obtuvo la mano de una hija de Jaime, Constanza... una niña de tres años. Cuando se enteró Fernando IV de Castilla intentó liquidarle. Juan Manuel buscará protectores y se acercará a los nobles que conspiraban contra el rey, en especial a Enrique el Senador, y, tras la muerte de este, al infante Juan. La paz entre Aragón y Castilla acabó con las esperanzas de Juan Manuel, porque Murcia era ya legalmente aragonesa.
 
Juan Manuel cambió su plaza de Alarcón por Cartagena y llevó a vivir consigo a la infanta Constanza, si bien bajo palabra de no consumar el matrimonio hasta que la niña hubiera cumplido los doce años. ¡Toma!

 
Gibraltar capitula en septiembre de 1309. En ese mismo momento el rey de Aragón está sitiando Almería. Solo queda Algeciras. Juan Manuel ha acudido allí con su hueste. Forma junto al infante Juan. En ese punto, Juan Manuel, Juan y otros señores abandonan la partida porque, decían, el rey Fernando IV les adeudaba varias soldadas. Naturalmente, Fernando IV se tomó muy a mal la traición y multiplicará las maniobras para liquidar a su molesto tío Juan. María de Molina frustró un intento de asesinato del infante. Juan Manuel, viendo lo malo de la amistad con el infante Juan, buscó reconciliarse con el monarca. Fernando IV nombrará a Juan Manuel mayordomo mayor, cargo de enorme relieve en la corte.
 
¿Era leal ahora Juan Manuel? Quizá sí, o quizá no. Fernando IV, centrado en la Reconquista, cedió y cedió. En eso se le parecen los actuales Gobiernos de España. Volvamos a la edad media. En aquel momento había una guerra civil en el reino nazarí: el rey de Granada luchaba contra el gobernador de Málaga. Buena ocasión para meter la cuchara y sacar provecho. En el verano de 1312, tras solventar en Martos (Jaén) el juicio y ejecución de los hermanos Carvajal, Fernando IV marchó hacia el frente. Pero murió el 7 de septiembre de 1312, de noche, con veintiséis años. Parece que la culpa fue de una trombosis coronaria.

 
María se encontraba con su “día de la marmota” al repetírsele lo que ya había vivido: Fernando IV dejaba un heredero de poco más de un año, Alfonso. María, de unos cincuenta años, luchará por su nieto. Si le deja la viuda de Fernando, Constanza, dispuesta a apoyarse en las casas de Lara y de Haro. Por si fuera poco, aparecen en escena el infante Pedro, hermano del difunto rey Fernando IV -e hijo de María-, de poco más de veinte años que ve llegado su momento y su hermano el infante Felipe. Siguen zascandileando el veterano infante Juan “el de Tarifa”, que desea cortar las ambiciones del infante Pedro, y el infante Juan Manuel, que sigue obsesionado por acrecentar sus dominios en el sureste, a caballo entre Castilla, Granada y Aragón.
 
Todos quieren ser el tutor del pequeño Alfonso. Tutelar al heredero otorga al beneficiario un enorme poder en el reino. Y, si algo irreparable le ocurriera al niño, nadie mejor situado que el tutor para cortar el bacalao. ¡Y necesitamos un regente! Ambas funciones podían coincidir, pero no tenía por qué. Pero, ¿quién tenía que decidir sobre la identidad del tutor y del regente? Las Cortes. María de Molina encomendó la protección de su nieto Alfonso al obispo de Ávila mientras se decidía quién asumiría el poder. Un bando quería que la regencia fuera para el hermano del rey muerto, el infante Pedro, y ahí estaban María de Molina y Constanza; otro partido buscaba la regencia para el infante Juan, y ahí estaban el infante Juan Manuel y otros magnates. El partido de Pedro iba a ganar, pero Constanza cambió de bando y alteró el equilibrio de poder. En 1313 se llegó a un acuerdo: la regencia sería compartida por los infantes Pedro y Juan, pero la custodia física del niño rey quedaba en manos de María de Molina.
 
Durante seis años, los infantes Pedro y Juan disputaron por aparecer como la primera espada del reino. Juan, perro viejo, tenía a los magnates: Juan Núñez de Lara, Juan Manuel, Tello de Molina, incluso el infante Felipe, hermano de Pedro. Y Pedro se apoyaba sobre María de Molina y los concejos de Ávila y Valladolid, que no eran poca cosa. Hubo Cortes en Palencia en 1313 y la división llegó al extremo de que allí se dictaron dos ordenamientos distintos, uno por cada bando. Los maestres de las órdenes militares tuvieron que hacer de mediadores, sin gran resultado.

Fernando IV
 
En eso murió la viuda Constanza y se refuerza María de Molina. ¿Resultado? Pedro actuaría como regente en los territorios que le eran fieles, y Juan haría lo propio en los suyos, mientras María se quedaba con la custodia del pequeño heredero Alfonso. Eso fue la “Concordia de Palazuelos” (1314), ratificada en las Cortes de Burgos al año siguiente. El principal problema político del reino quedaba solucionado. Pero eso no fue óbice para que la violencia siguiera adueñándose de Castilla en un sinfín de disputas territoriales.
 
Y llegamos al verano de 1319 donde en una razzia por las tierras moras morirán el infante Pedro junto al infante Juan. Las consecuencias políticas del llamado desastre de la Vega de Granada fueron amplísimas. Al morir los dos hombres más importantes del reino se levantó la veda para los magnates: Juan Manuel, Juan el Tuerto, Tello de Molina, el infante Felipe, etc. rompieron a conspirar. Hubo sublevaciones en toda Castilla y nadie parecía capaz de detener el caos. María de Molina, terriblemente afectada por la muerte de su hijo Pedro, pero no hundida, pidió ayuda al papa, que envió a un cardenal para poner orden. Se llegó a una solución de compromiso: que la tutoría del niño rey Alfonso quedara compartida por los infantes Juan Manuel y Felipe y la propia María.
 
Lo último que hizo María de Molina fue llamar a los caballeros del concejo de Valladolid y pedirles bajo juramento que defendieran con su vida al pequeño rey Alfonso. Y hecho esto, expiró el 1 de julio de 1321.
 
Sin María de Molina todo se vino abajo. El infante Juan Manuel, el infante Felipe y Juan el Tuerto se quedaban con la custodia del heredero mientras guerreaban entre sí. Fueron años de pesadilla: entre los nobles, en el norte, y los moros en el sur, no hubo paraje de León y de Castilla que no conociera el saqueo. Y así seguirán las cosas hasta 1325, cuando Alfonso, con solo quince años, sea declarado mayor de edad. Será Alfonso XI y pasará a la historia como “el Justiciero”.
 
 
 
Bibliografía:
 
“¡Santiago y cierra, España!” José Javier Esparza.
“Atlas de la historia de España”. Fernando García de Cortázar.
www.reyesmedievales.esy.es
 

  

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