Que no te asusten ni la letra ni el sendero de palabras pues, amigo, para la sed de saber, largo trago.
Retorna tanto como quieras que aquí me tendrás manando recuerdos.


domingo, 27 de abril de 2025

Hemos leído “El problema del “Limes Hispánicus” a fines de la época bajo imperial: una propuesta de solución. Castilla: su nombre y nacimiento”.

 
El mayor pecado que tiene esta obra es su título, más propio de una tesis doctoral que de una publicación a la venta y que puede alejar a un lector popular. Seguramente el deseo de aclarar lo que se ofrecía llevó a este título. Pero, si se dan cuenta, estamos juzgando el libro por su tapa, aunque tenga una foto de Tedeja.

 
Al comprarlo ofrecerán al autor la oportunidad de darles una nueva visión de lo que pudo haber ocurrido en los años que van desde el siglo V hasta el siglo XI en la cordillera cantábrica. De forma alejada al trazo gordo -muy gordo- con que la educación reglada explica este periodo. Aunque puede no ser trazo gordo y sólo ser desconocimiento. Mucho desconocimiento. ¡Como que llamamos a esos siglos “Edad Oscura”! Como decía el profesor García Moreno: “Pues difícil resulta encontrar otro período de la historia peninsular con más mudanzas, en lo político, en lo cultural y en lo social”. El medinés Aniano Cadiñanos López de Quintana estudia los restos arqueológicos largamente conocidos de Las Merindades, la toponimia, los textos históricos y los nuevos yacimientos arqueológicos para obtener nuevas piezas del puzle de la historia. Novedosamente realiza un análisis geoestratégico, auxiliado por sus conocimientos del territorio del que habla, que completa la tradicional visión del catedrático de historia sobre el limes hispano. Le da una vuelta a la historiografía tradicional con respecto a la defensa de Hispania en los últimos siglos del Imperio romano de Occidente presentando una propuesta para el estudio y el debate. Es una lectura recomendable para interesados en la historia militar romana, la arqueología y la historia de España. Pero alejado de la erudición de otros autores más amigos de leguaje obtuso que creen necesario para obras de análisis histórico. Reconozco, a su vez, que se necesita una ligera base de conocimientos para sacarle todo el jugo que tiene el libro.
 
Agustín Azcárate indicaba que “estamos convencidos, por ejemplo, de que la "invisibilidad" de los testimonios materiales de determinados periodos -y los siglos VI al VIII son los siglos "invisibles" por excelencia en la historia europea- tiene muy poco que ver con la existencia o no de dichos testimonios. Son, más bien, nuestros prejuicios ideológicos, nuestras inercias historiográficas y nuestras limitaciones hermenéuticas las que nos impiden "ver" lo que está "ahí" -presente- y sin embargo oculto, porque nuestros instrumentos de análisis no son siempre los más adecuados”.
 
Nos noqueará saber cómo confirma que los francos penetraron por la zona cantábrica; cómo lo intentó controlar el Imperio Romano de Occidente; la independencia de astures, cántabros y vascones; o saber el origen de Medina de Pomar. Sin olvidar temas como el nombre anterior de la primitiva de Castilla; la situación administrativa del Valle de Mena; y la llegada del cristianismo y el mundo eremítico. En palabras de Aniano: “La piedra angular de nuestro trabajo la constituye la que hemos denominado como frontera retrasada de contención; frontera de carácter militar que nos obliga, para entender su composición y finalidad, a repasar los orígenes y reformas operadas en el ejército romano, sobre todo desde tiempos de Constantino, así como a estudiar la evolución del soldado campesino que desembocará en dos categorías de asentamientos: las Clausurae, en la pars occidentis, y los Themas u ordenamiento temático en la pors oríentalis”.

 
El libro fue prorrogado por Juan José García González, catedrático emérito de Historia Medieval y exvicerrector de la Universidad de Burgos: “Al igual que le ha ocurrido en el estudio precedente, el lector interesado en los orígenes de Castilla encontrará en éste una exposición aseada y de fácil lectura de los principales acontecimientos político-militares e institucionales acaecidos en el centro-norte peninsular durante la Tardoantigüedad y de la Alta Edad Media. Reconocerá, igualmente, en sus páginas, como hilo conductor del relato histórico, las tesis del limes hispanicus y de la expansión de los vascones pirenaicos, pero advertirá que, en tanto que la figura de Claudio Sánchez-Albornoz gana presencia al atribuirle a los euskaldunes un protagonismo primordial, Abilio Barbero y Marcelo y Vigil pierden fuelle al relegar la etnia de los cántabros a un cierto segundo plano. […] Es ahora, ciertamente, cuando pasan a cobrar personalidad en el relato, además de los ya redimensionados vascones, los bárbaros invasores de primera generación, los imperiales hispanos o pervasores provinciae y los enigmáticos ruccones, individuos de origen franco que, aprovechando la manifiesta indefensión de los pasos pirenaicos tras el fin del Reino de Tolosa, se deslizaron por el andén litoral con sus espadas, franciscas y sus necrópolis merovingias. Por convergencia de la beligerante idiosincrasia de unos y otros, la Depresión Cantábrica pasaría a convertirse en un crisol generador de poderosas tensiones internas y de constantes amenazas externas. En la misma medida en que la presión aumentaba, los soldados de Cohors Celtibera, acantonada en lulióbriga, y de la Cohors Prima Gallica, residenciada en Veleya, se transformaron en genuinos defensores hispanos del somontano y de la Meseta Superior, al igual que lo harían sucesivamente los indígenas romanizados, los hispanogodos y hasta los musulmanes. La Frontera de Contención Retrasada -en sus orígenes un sistema defensivo de clausurae apoyado en la línea de los Montes Obarenes- nació como respuesta a la invasión de los suevos, vándalos y alanos el año 409, pero realmente estuvo en continua refacción y expansión para atender a las necesidades defensivas suscitadas con la incontinente llegada de nuevos pueblos al centro-norte peninsular”.
 
Este libro recupera partes del anterior trabajo de Aniano “Los Orígenes de Castilla”, prácticamente descatalogado. Lo hace para favorecer la fluidez de los conocimientos.
 
Finalmente decir que es una obra de un valor superior a su precio.
  

domingo, 20 de abril de 2025

“Ni quito ni pongo rey, pero ayudo a mi señor” o Pedro I el Cruel (1350-1369) segunda parte.

 
 
Retomamos la vida de este sangriento rey, Pedro I de Castilla, recordando que en ese año 1355 tanto su madre como su anterior valido había puesto muchos kilómetros entre ellos y el rey. Aun así, en octubre era envenenado el antiguo valido Juan Alfonso de Alburquerque. No creo que haya dudas sobre el instigador, ¿verdad? Pedro I se dirige a Burgos, donde convoca a las Cortes para que le sufraguen un ejército con el que aplastar a los nobles díscolos.
 
¡Gracias a Dios los moros estaban tranquilos! ¿Y eso? Pedro I había firmado unas treguas con Granada. Los benimerines recuperaron Algeciras.

 
En 1356 surgió la guerra con Aragón. El detonante fue que diez galeras y un leño aragoneses, armados por mosén Francisco de Perellós, con licencia del rey Pedro IV “El Ceremonioso”, para ir en auxilio de Francia contra Inglaterra. Esas naves arribaron a Sanlúcar de Barrameda en busca de víveres y apresaron en aquellas aguas a dos barcos aliados de la República de Génova, que se encontraba en guerra con Aragón. Pedro I, que se hallaba en dicho puerto, requirió a Perellós para que abandonase su presa. El aragonés dijo: “nones”. El rey castellano se quejó a Pedro IV. El rey aragonés, creyendo débil a su tocayo castellano, declaró la guerra. Sin embargo, Pedro I tomó la iniciativa: acosó a los aragoneses en la zona de Molina de Aragón y el 8 de septiembre de 1356 tomó Alicante. Rápidamente Pedro I pasó a Cuenca, aunque al poco marchó a Sevilla a preparar la campaña de 1357 y reunir fondos para costearla. Pedro IV dedicó el otoño y el invierno a intentar atraerse a distintos nobles castellanos para contrarrestar la ofensiva de su rey. Uno de estos, Juan de la Cerca, yerno del anteriormente decapitado señor de Aguilar de la Frontera, Alfonso Fernández Coronel, marchó a Niebla a tratar de sublevar Andalucía contra Pedro I. fracasó y el rey lo ejecutó.
 
Para entonces ya había comenzado la ofensiva castellana de 1357 contra Aragón: buscaban Tarazona. Pedro IV trató de retrasar las operaciones enemigas con la mediación del experto legado papal, el cardenal Guillermo de la Jugie. El soberano castellano fingió acceder a respetar una tregua de dos semanas, que en realidad aprovechó para tomar Tarazona el 9 de marzo. Pedro I se avino a tratar entonces, alcanzados ya los primeros objetivos de la campaña y el 8 de mayo se firmó una tregua de un año por mediación del legado pontificio. No obstante haberse comprometido a buscar la paz, que en última instancia habían dejado al arbitrio del cardenal, los dos bandos simplemente deseaban aprovechar el cese temporal de las hostilidades para reforzar sus posiciones.
 
Como curiosidad diremos que entre los dos monarcas mediaron cartas de desafío, el cual no llegó a verificarse por exigir el aragonés que Pedro I acudiera al campo de Nules, mientras el castellano lo emplazaba ante los muros de Valencia, ciudad que tenía sitiada Pedro I y a cuyo socorro parecía lógico que acudiese el soberano de Aragón.

 
Pedro I regresó a Sevilla. Siguió desoyendo los consejos del papa que le recomendaba el respeto a su esposa legítima. Para seguir la lucha contra Aragón profanó los sepulcros de Alfonso X el Sabio y de la reina Beatriz de Suabia, despojándolos de las joyas de sus coronas. Cuentan que el rey sedujo a Aldonza Coronel aunque antes lo intentó con su hermana María, viuda del ejecutado Juan de la Cerda. Cuentan que María Coronel se retiró al convento sevillano de Santa Clara para huir de Pedro. E incluso abrasó partes de su cuerpo para resultar horrible al rey de Castilla.

María Fdez. Coronel.
 
En 1358 Enrique de Trastámara entra en Soria con una nutrida hueste mientras Fernando invade Murcia y se dirige contra Cartagena. Pedro I reacciona enviando una flota contra Valencia. Mal paso, porque una galerna destroza dieciséis de las dieciocho naves que componían la escuadra. Pero dice la crónica que al rey de Castilla le bastarán ocho meses para reparar quince de ellas, armar doce más y hacerse traer otras diez galeras del rey de Portugal y hasta tres barcos del rey de Granada, que, recordemos, era aliado suyo. En cuanto tenga la flota lista, Pedro capitaneará una nueva singladura contra Barcelona e Ibiza. También en 1358 Pedro convoca en Sevilla a Fadrique de Castilla, hermano de Enrique de Trastámara, y le mata. Ese mismo año es apresada, y ejecutada al año siguiente, Juana de Lara, señora de Vizcaya y esposa de Tello de Castilla, otro hermano de Enrique. Al parecer el propio Tello avaló la operación -¿y eso? ¡¿Pero si estaba huido en Francia?!-. En las mismas fechas, el infante Juan de Castilla y Aragón es “suprimido” a mazazos como Fadrique. En 1359 es asesinada Leonor de Castilla y Portugal, y también lo será la esposa del infante Juan, Isabel de Lara. Enrique de Trastámara terminó refugiándose en Francia. La lista de cadáveres no dejaría de aumentar en los años siguientes: Gutierre Fernández de Toledo, Gómez Carrillo e incluso el judío Samuel Leví, aquel con cuya ayuda había escapado de Toro. Y sin contar los destierros de gente tan principal como el mismísimo arzobispo toledano, Vasco Fernández de Toledo.

 
Las cosas parecen cambiar hacia septiembre de 1359, cuando Enrique de Trastámara y su hermano Tello derrotan a una hueste de Pedro de Castilla en Araviana (Soria). Allí muere Henestrosa, el tío de María de Padilla y valido del rey. Pedro I ordenará ejecutar a otros dos hermanos Trastámara que tenía presos, Juan y Pedro, de diecinueve y catorce años. Ese año, asesina a su tía Leonor, la exreina de Aragón y madre del infante Fernando, su otro oponente.
 
En 1359, María de Padilla paría un hijo varón, Alfonso, al que Pedro haría reconocer como heredero legítimo. Atentos, los dos hijos varones de Pedro eran “ilegítimos”. Pero el rey sabía cómo solucionarlo: asesinando a Blanca de Borbón y coronando a María de Padilla. Blanca, encerrada en el castillo de Medina Sidonia, fue asesinada en 1361 con veintidós años. Todo hubiera salido bien si no fuese porque María de Padilla moría ese mismo año, probablemente víctima de la peste. Pedro reunió a las Cortes en Sevilla de las que consigue la anulación de sus matrimonios con Blanca y Juana y que María fuera declarada reina post mortem. Ahora Alfonso era heredero legítimo y... ¡muere en 1362! Ahora Pedro I se queda con Juan como posible heredero. Pero era fruto de un matrimonio que el propio rey había hecho declarar nulo. ¡terrible! Por cierto, en 1363 nacerá otro niño bastardo fruto de la relación de Pedro con Isabel de Sandoval. Se llamó Sancho y su tío Enrique lo mantuvo encerrado los ocho años que vivió. Pero…

Pedro I de Castilla.
 
El gusto por la sangre de Pedro I empujó a muchos nobles hacia las filas de Enrique de Trastámara. Esta situación incita a Enrique a tomar la iniciativa. Intenta pactar con Pedro IV de Aragón que preferirá apoyar a su sobrino. Entonces, Enrique, ataca sin el apoyo de Aragón. En la primavera de 1360 el Trastámara se apodera de la villa de Nájera. Pedro el Cruel marcha sobre Nájera con una hueste de diez mil infantes y cinco mil jinetes. Viendo enemigos por todas partes, mandó matar a Pedro Álvarez de Osorio, a los hijos del magnate vallisoletano Fernán Sánchez, al arcediano de Salamanca Diego Arias Maldonado, a un tal Pedro Martínez le hizo cocer en un caldero, y a un tal Pedro Sánchez ordenó asarlo en su presencia. Cuando llegó a las cercanías de Nájera, salió a su encuentro un fraile de Santo Domingo de la Calzada para decir al rey que el santo se le había aparecido para decirle que Pedro se arriesgaba a morir a manos de su hermanastro. Mala idea: Pedro mandó quemar vivo al fraile.
 
Y hecho esto, lanzó a sus tropas contra Nájera. Superados en todos los frentes, las tropas de Trastámara terminaron encerrándose en la ciudad. Los de Enrique estaban perdidos. Pero en ese momento, Pedro abandonó el cerco y regresó a Sevilla. ¿Y eso? Ciertas señales que interpretó de forma supersticiosa: Un soldado que lloraba la muerte de un amigo; la profecía del fraile de Santo Domingo; y un legado pontificio que le esperaba en Aguilar para tratar paces. Enrique de Trastámara puedo escaparse.

 
En Sevilla Pedro ajustició a las tripulaciones de cuatro galeras aragonesas, con su capitán valenciano. Además, firmó un pacto con el rey de Portugal para la entrega recíproca de refugiados. Los desdichados castellanos que habían buscado cobijo en Portugal terminaron en manos de Pedro “El Cruel”, que una vez más hizo honor a su apodo. Ahí cayó Pedro Núñez de Guzmán, padre de Leonor de Guzmán y abuelo de Enrique de Trastámara.
 
Después le tocó a Aragón. Pedro I atacó en la frontera de Zaragoza, desde Berdejo hasta Alhama. Aunque tuvo que firmar unas treguas porque los musulmanes de Granada atacaron plazas castellanas. ¿Y las treguas que tenían firmadas de antes? Bueno, lo que estaba pasando era que el emir Mohamed V, aliado de Castilla, había sido derrocado por una conspiración palaciega en 1359. Su sucesor, Ismail II, hermanastro del anterior, un año después fue asesinado por un cuñado suyo que subió al trono como Mohamed VI. Para afianzarse en el poder se envolvió en la religión y en el enemigo exterior: Atacó Castilla. Tras un ataque exitoso se vieron obligados a retroceder ante la potencia castellana. El 21 de diciembre de 1361 los musulmanes sufren una derrota decisiva en Linuesa. Logran recuperarse pocas semanas después en Guadix pero antes de que llegue la primavera de 1362 Pedro I ha tomado toda la línea al norte del Genil, desde Benamejí hasta Zagra, a setenta kilómetros de la capital granadina. El rey Mohamed VI busca, en vano, la paz al seguir vivo Mohamed V, el amigo de Pedro. Mohamed VI, que había conspirado para elevar al trono a Ismail II y que después había asesinado a este para coronarse, será “eliminado” en Sevilla por mano de Pedro I el Cruel.

Ismail II y Mohamed V
 
Arreglado este asunto retomó Pedro el tema de Aragón. Empezó atacando Ariza, Ateca y toda la línea del Jalón. Calatayud soporta un duro asedio. Al año siguiente, 1363, los castellanos entran por Cariñena y Teruel, atraviesan el sur del Maestrazgo y llegan hasta Segorbe y Sagunto antes de plantarse ante los mismísimos muros de Valencia. La Corona de Aragón está a punto de colapsar. ¿Era Castilla tan fuerte? Quizá, pero disponía de refuerzos navarros y portugueses. El Pedro aragonés está reforzado con las capitidisminuidas huestes de Enrique de Trastámara y el respaldo diplomático de Francia. En tales circunstancias se negoció la paz de Murviedro fechada el 2 de julio de 1363, que significaba la derrota de la Corona de Aragón: Calatayud, Tarazona y Teruel pasaban a Castilla y, al parecer, por parte aragonesa hubo el compromiso de eliminar al Trastámara y a Fernando de Aragón, que efectivamente fue asesinado. Las ventajas obtenidas por Pedro el Cruel eran tales que no se comprende cómo incumplió lo pactado y reanudó la lucha: ocupación de la comarca alicantina y sitio de Valencia en enero de 1364. Al final el papa, hacia 1365, detiene brevemente el combate.

 
La potencia naval castellana hizo estragos en el litoral mediterráneo. Los castellanos llegaron a asolar las costas del Levante y a tomar plazas decisivas del poder aragonés. ¿Pedro I era consciente de que cada victoria suya representaba una amenaza para Francia? Por ello, hacia 1366 Francia atacará a Pedro I. No a Castilla, sino a Pedro. El nuevo rey francés Carlos V, llamado “El Sabio”, tenía un reino arruinado y no podía permitir la victoria de Castilla sobre Aragón. A pesar de la tregua concertada con Inglaterra. No solo eso, una intervención directa en la península ibérica despertaría el recelo de los ingleses y renovaría las hostilidades en territorio francés. Había, además, la necesidad gala de tener una marina de guerra eficaz, como la castellana. Necesitaba la flota de Castilla y eso era posible con un cambio de rey.
 
Aragón no tenía disquisiciones tan exquisitas. Necesitaba derrotar a Castilla y, para ello, necesitaba ya la ayuda francesa. Enrique de Trastámara, el hermanastro del rey Pedro I y aspirante al trono castellano era el embajador aragonés en Francia y consiguió el apoyo de Carlos V para un cambio de dinastía en Castilla. Recurrió para ello a bandas de mercenarios que robaban por territorio francés. Castilla era un buen lugar donde desaguar esas “compañías blancas”, como se las llamaba por el color de sus banderas. En marzo de 1366 cruzaron hasta Aragón al mando del condestable Bertrand du Guesclin. Oficialmente, Enrique las había reclutado en suelo francés. La operación contaba con el respaldo expreso de Pedro IV de Aragón. Pero es que, además, muchos en Castilla estaban deseando levantar las armas contra su rey. La corona de Pedro I el Cruel tenía los días contados. Bertrand du Guesclin o Duguesclin era bretón, de casi cincuenta años, cabezón y bajito, feo, más ancho que largo y fuerte como un toro. Había cobrado del rey de Francia y del papado 200.000 florines de oro por arrastrar a los mercenarios a Castilla. El contingente del Trastámara pasó a Aragón donde recibió refuerzos locales. Acto seguido, Enrique se dirigió a Calahorra que cayó sin oposición. Allí, sus tropas lo proclamaron rey de Castilla y de León. En los días siguientes muchas plazas vecinas se pasaron a su bando. Y en pocas semanas, la mayoría de las ciudades y villas de Castilla. Enrique, confiado, licenció a la mayor parte de las compañías blancas con un soberano estipendio, para que no siguiesen creando problemas en su nuevo reino, y se quedó solo con Duguesclin y sus bretones.

Du Guesclin
 
Pedro I el Cruel perdía pie. Aunque lo primero que hizo cuando se enteró de la caída de Calahorra fue asesinar al caballero Juan Fernández de Tovar por ser hermano del gobernador que había rendido la plaza. El rey legítimo estaba en Burgos cuando cayó Calahorra y se escapó camino de Sevilla. Durante el viaje constató que le estaban abandonando por lo que continuó su fuga hasta Portugal donde reinaba su tío Pedro. Su tío estaba acariciando la baza de invadir Castilla por lo que Pedro I marcha a Galicia y recaló en Santiago de Compostela. Veinticinco días después de su entrada en Castilla casi todo el reino había aceptado como rey a Enrique. Solo Galicia, Sevilla y algunas villas de León permanecían fieles a Pedro. Terminaba ya el mes de junio de 1366 y Sevilla había reconocido a Enrique. Ante tamaño insulto Pedro manda asesinar al arzobispo de Santiago, Suero Gómez de Toledo y, después, embarcó en La Coruña rumbo a Bayona, la de Francia, que estaba en manos inglesas. Allí lo ayudará Eduardo de Woodstock, el Príncipe Negro, heredero de la corona inglesa que sabía que necesitaba Castilla de su lado. Su flota les permitía controlar tanto el Atlántico como el Mediterráneo occidental. También hubo un acuerdo entre Pedro I “El Cruel” y Carlos “El Malo” de Navarra: oro por derechos de paso y alguna cosilla más. Las huestes inglesas, con Pedro I y el Príncipe Negro al frente, cruzaron Navarra al final del invierno de 1367. Con los ingleses venían gascones y aquitanos reclutados sobre el terreno, un contingente de refuerzo llegado desde Londres con centenares de caballeros y arqueros y, en el mismo lote, otra hueste cedida por el rey de Mallorca, Jaime IV, que veía aquí una manera de hostigar a su enemigo el rey de Aragón.

 
A Pedro le habían dicho que Enrique de Trastámara estaba en La Rioja y el 3 de abril se plantó en Navarrete, cerca de Nájera. Ahí estaban Enrique y Duguesclin. ¡A luchar! Enrique y Duguesclin confiaron todo a la caballería, pero los arqueros ingleses anularon la superioridad numérica del ejército Trastámara, compuesto sobre todo por levas de campesinos poco fiables en el combate. Tampoco escogieron bien el lugar del combate y las huestes de Enrique quedaron atrapadas entre el frente enemigo y el río Najerilla. Las diezmaron. Enrique escapó a Francia y Bertrand Duguesclin se entregó al Príncipe Negro y pagó un fuerte rescate para salir libre. Curiosamente, Duguesclin pensaba que su precio era bajo de modo que él mismo lo subió.

 
Pedro tenía la mano ganadora. Y le volvió a cegar el gusto por la sangre. Ordenó matar a todos aquellos que consideraba enemigos, desde el caballero Íñigo López de Orozco, asesinado a sangre fría después de la batalla, hasta los nobles de Toledo, Sevilla y Córdoba que no se habían mostrado suficientemente hostiles al Trastámara. Y, para terminar, Pedro no pagó al Príncipe Negro quién abandonó Castilla en agosto de ese 1367. En cuanto Enrique de Trastámara se enteró montó un nuevo ejército en Francia, cruzó Aragón, pasó a Castilla y volvió a Calahorra. ¡Y es aclamado por toda Castilla! Más de la mitad del reino era suyo sin necesidad de dar una batalla. ¿Y Pedro? Se hizo fuerte en Andalucía, donde recabó la ayuda del rey de Granada. El moro le cedió un ejército de cuantiosa infantería y 7.000 jinetes.
 
El año 1368 tuvo dos reyes en el trono… Hasta que Pedro atacó en el campo de Montiel, en La Mancha, en marzo de 1369. Pedro se dirigía a Toledo, asediada por Enrique. En el camino se encontraron las huestes de los hermanastros. Los del Trastámara no dieron opción: esta vez Enrique tenía más y mejores hombres. Los de Pedro se refugiaron en el castillo de Montiel con su rey a la cabeza. Viéndose atrapado, Pedro envió un mensaje al bretón Duguesclin proponiéndole una rendición por separado previo pago de una formidable suma. Duguesclin accedió. Pedro salió del castillo. Era el 23 de marzo.

 
Bertrand Duguesclin llevó a Pedro al campamento de Enrique. ¡El mercenario tenía honor! Una vez en el campamento de su enemigo, la cólera le venció y se lanzó contra Enrique para matarle. El Trastámara cayó al suelo. Pedro esgrimió su puñal para acabar con la vida de su hermanastro. Alguien levantó a Pedro de los pies, Duguesclin el forzudo, lo que permitió que Enrique sacase su daga apuñalando a su hermanastro. Ahí es cuando el bretón dejó su frase para la historia de Castilla: “Ni quito ni pongo rey, pero ayudo a mi señor”. Enrique ordenó cortar la cabeza de Pedro y la arrojó a un sendero. El resto del cuerpo lo mandó colgar en el castillo de Montiel. Enrique fue reconocido como rey: Enrique II. Con él comenzaba la dinastía Trastámara, que llegaría a reinar tanto en Castilla como en Aragón. La nueva dinastía se consolidó pronto y con ella se produjeron dos hechos aparentemente contradictorios: el avance de la centralización del poder, incluso en cuestiones de fiscalidad, y un nuevo y gigantesco reparto de riqueza entre los miembros de la nueva nobleza.
 
 
 
Bibliografía:
 
“¡Santiago y cierra, España!” José Javier Esparza.
“Historia de castilla de Atapuerca a Fuensaldaña”. Juan José García González y otros autores.
“Atlas de Historia de España”. Fernando García de Cortazar.
“Historia de España. La crisis del siglo XIV. El declive de la civilización medieval y el triunfo de los Trastámara”. Salvat.
 

domingo, 13 de abril de 2025

Pedro I de Castilla: “Sólo puedo prometeros Sangre, lágrimas y…”


Pedro era un chico de tez blanca, con un rostro de cierta majestad, “los cabellos rubios, el cuerpo descollado y ceceaba un poco a la manera andaluza. Se veían en él muestras de osadía y consejo. Su cuerpo no se rendía con el trabajo, ni el espíritu con ninguna dificultad. Gustaba principalmente de la cetrería, era muy frugal en el comer y beber, dormía poco, y fue muy trabajador en la guerra. Dicen que en cambio poseyó una desmedida avaricia, que se dejó dominar por la lujuria y que fue cruel y sanguinario”. Esto lo escribió Pero López de Ayala, cronista y canciller de Castilla, pero, ¿era cierto? Hay autores que le han llamado “El Justiciero” reconvirtiéndole en una especie de proto-demócrata o proto-igualitarista que luchó por “los de abajo” contra “los de arriba”. ¿estamos ante una muestra de presentismo histórico?

Pedro I de Castilla.
 
La última entrada en nuestro clásico resumen de la vida de los diferentes reyes de Castilla terminaba con la muerte de Alfonso XI en Gibraltar en 1350. El nuevo rey, Pedro I, era un chaval de quince años criado a la sombra de su madre María de Portugal. Esta tenía el respaldo del noble portugués Juan Alfonso de Alburquerque, que había sido alférez de Alfonso XI. Juan Alfonso era, ahora, el consejero principal de Pedro, o de su madre.
 
Enfrente estaba el bando de Leonor de Guzmán. ¿Quién es esa? La amante durante veinte años del rey muerto, su principal consejera y tenedora de un gran poder territorial gracias a los señoríos que Alfonso fue otorgando a los diez hijos que Leonor le paría. Y, por si fuese poco, también tenemos el bloque de Leonor de Castilla y Portugal, viuda del rey Alfonso IV de Aragón, que tuvo que salir a escape de ese reino cuando subió al trono Pedro “El Ceremonioso”. Esta Leonor era hermana de Alfonso XI de Castilla y tenía dos hijos: Juan y Fernando. Estos también estaban refugiados en Castilla y eran primos del nuevo rey.

 
La viuda María y su hijo Pedro buscaban preservar la corona; los hijos de Leonor, mantener sus señoríos, y los infantes de Aragón -los primos del rey-, apurar las posibilidades de subir a algún trono. Pero, además, María y la concubina Leonor de Guzmán se odiaban. Se odiaban mucho. ¿Por qué? ¿No era normal tener amantes e hijos bastardos en esos tiempos? Creo que la causa era porque la amante y sus hijos habían sido colmados de posesiones y honores en vida del rey Alfonso… en detrimento de la reina y su hijo. ¡Era la hora de la venganza!
 
Y, si esto no fuera poco, las coronas vecinas -Portugal y Aragón- aprovecharán el caos para sacar partido. Si me permiten la digresión: como aprovechan los nacionalistas, Francia y Marruecos el caos partidista español. Aparentemente, el partido de la amante perdía pie. De hecho, la viuda María ordenó el encierro de Leonor y sus hijos. ¿Maldad? Un poco “rencorosilla” sí era María, pero, esta operación, dejaba libres una serie de altos cargos y prebendas que la nobleza castellana acapararía con alborozo. Y agradecería a Pedro I. La pena es que no fue tan sencillo. En el mismo mes de marzo de 1350, mientras los caballeros del difunto Alfonso XI transportaban el cadáver del rey desde Gibraltar hasta Sevilla, el valido Alburquerque ordenó detener a dos hermanastros del rey: Enrique, conde de Trastámara, y Fadrique, maestre de la Orden de Santiago. No los atrapó y se rebelaron. Su madre Leonor, que era muy artera, movió ficha y concertó el matrimonio de Enrique con Juana Manuel, la hija del poderoso -y difunto- infante don Juan Manuel. Ahora la poderosa era Juana Manuel, claro. La viuda María y su valido Alburquerque “recogieron velas” y aceptaron a los vástagos de Leonor dentro de la corte.

 
Pedro -o su madre- cómo todos los que tienen el poder, destinaron la mayor parte de sus esfuerzos en mantenerlo, pero supieron encontrar un hueco para trabajar por la corona de Castilla. Y, en Castilla, había trabajo que hacer. Llevaba reduciéndose la población desde el siglo XIII y esto se aceleró por carestías, guerras y epidemias. La falta de brazos generaba oscilaciones de precios y salarios al alza, problemas recaudatorios que derivaban en alteraciones en el valor de la moneda, bajada de la productividad y bandolerismo. Los distintos estamentos sociales tenían una lucha soterrada para mantener su parte de la tarta, de resarcirse de las pérdidas por la regresión demográfica y productiva.
 
Hacia 1350, Castilla sufrió un brote de peste negra favorecida por las carestías que vivía la debilitada población. Aparte de la mortandad, que despobló zonas de Castilla, tenemos la emigración de campesinos pobres a las ciudades. La mortandad conlleva una reducción de la oferta de trabajo y un incremento de los salarios. Los precios, a su vez, también suben. Aunque los precios de los productos manufacturados y de los salarios subieron más que los precios de los alimentos.
 
Ante la crisis el gobierno decidió emitir moneda creando inflación. ¿Raro? Sí, porque no existía esa capacidad hace setecientos años. Lo que sí podían hacer -y prácticamente es lo mismo- era alterar el valor de la moneda para obtener más monedas con el mismo oro y plata. ¿Por qué? Para eludir las angustias financieras de la corona causadas por el aumento de los precios, por la creciente complejidad de la administración, por la dificultad recaudadora y por la disminución de las reservas de metal precioso. Pero eso es pan para hoy y hambre para mañana.

Pedro IV "El ceremonioso".
 
Tras conocer lo que se cocía fuera de los palacios retomemos el tema del “juego de tronos” castellano. Cuando Pedro I tenía dieciséis años enfermó de gravedad. Era agosto de 1350. Si moría, el candidato mejor colocado era Fernando de Aragón (hijo de Alfonso IV de Aragón y Leonor de Castilla y Portugal) y eso no gustaba al rey de Aragón, Pedro “El Ceremonioso”. Si un tipo con sangre real aragonesa llegaba al trono de Castilla, ¿qué le impedía conquistar luego el trono de Aragón? Otro candidato era Juan Núñez III de Lara, descendiente de Alfonso X por vía de los infantes de la Cerda. Las ambiciones de Fernando y Juan quedaron en evidencia y cuando el rey se recuperó su madre tomó medidas. María suponía que la instigadora de todas las alteraciones era Leonor de Guzmán. ¿Solución? Leonor será ejecutada en Talavera de la Reina en 1351. Su hijo Enrique de Trastámara, viéndose perdido, huye a Portugal. La viuda María se tomaba su venganza.

Leonor de Guzmán.
 
Creyendo resuelto el problema de los -ahora- Trastámara, Pedro I atacó a Juan Núñez de Lara que intentó fortificarse en sus tierras, pero murió -al parecer, por causas naturales- mientras preparaba su defensa. ¿Finiquitado el tema? No. Pedro debía neutralizar al heredero de Juan, Nuño. Un niño de tres años. El pequeño Nuño también moría pocos meses después. Pedro I se apoderó de Las Encartaciones y los vencidos entregaron a las hijas de Juan Núñez de Lara, Isabel y Juana, en las que recaían ahora los derechos de herencia de su casa. Pedro incorporaba a sus dominios las tierras de Vizcaya, Lerma, Lara y un buen número de villas y castillos. Neutralizó, también, a las hijas de Núñez de Lara matrimoniándolas: a Isabel la casó con Juan de Aragón (hermano del infante Fernando) y a Juana con Tello de Castilla (hermano de Enrique de Trastámara). ¿Enlaces de enemigos?
 
Pero, les recuerdo, la guerra, aunque en la superficie nos parece una mera lucha de poder ajena a la población que sufría las consecuencias, hunde sus raíces en la situación socioeconómica de masa que le sirve de yesca. No era un simple “quítate tú para ponerme yo” sino que -dada la situación de Castilla- teníamos un grupo de gente que apoyaba a los bastardos de Alfonso XI porque rechazaban una la política real caracterizada por el personalismo, el recurso a la ley, la colaboración de la baja nobleza y la protección a los judíos. Los sublevados decían que el rey Pedro cometía violencias contra todos, nobles, ciudadanos y campesinos, aunque hacían más insistencia en los agravios cometidos contra la nobleza.

Enrique de Trastámara.
 
La propaganda -la “bendita” propaganda- de Enrique lo presentaba como un cruzado enviado por Dios -¡por Dios!- para liberar Castilla de las garras del tirano opresor de cristianos y protector de moros y judíos. Los del Trastámara prometieron a una sociedad empobrecida y endeudada que su rey anularía las deudas cristianas con los judíos. Como a los políticos patrios de hoy a Enrique de Trastámara le importaba un bledo el bien nacional y en su jugada sólo veía los beneficios para obtener el trono: atraerse a los pobres rurales y urbanos y asustar a los judíos para que no apoyasen a Pedro I. Lo de los pogromos y esas cosas no le preocupaba.
 
En 1351 Castilla suscribió un pacto con Navarra que garantizaba a Pedro I un cierto respaldo frente a Aragón. Y al año siguiente Pedro se entrevistaba con su abuelo, el rey de Portugal Alfonso IV “El Bravo”, que le aconsejó llevarse bien con sus hermanastros, los hijos de la ejecutada Leonor. Pedro I se centró en otras cosas: intentó atajar la inflación mediante ordenanzas como las dictadas en las Cortes de Valladolid de 1351 (Ordenamiento de menestrales y posturas). Allí el monarca fijó los precios y los salarios, declaró el trabajo obligatorio, dictó normas contra el bandolerismo y no accedió a la petición de la alta nobleza de obtener el control total sobre las behetrías de Castilla. Pedro encargó una investigación sobre los recursos fiscales, las tributaciones, los privilegios y su legitimidad, etc. De esta encuesta deriva la confección del Becerro de las Behetrías que llevamos años consultando para este blog. Su confección amenazo con descubrir muchas arbitrariedades al tiempo que evidenciaba la voluntad real de actuar con plena autoridad. En tales circunstancias, la nobleza, aunque inicialmente dividida en dos facciones -la de Fernando de Aragón, y la de Enrique, Tello y Fadrique de Trastámara-, se unió en un intento de imponerse al rey. Pedro, sintiéndose seguro con la alianza de la pequeña nobleza, los judíos y las ciudades y villas, aceptó el órdago.

 
En el sur del reino se sublevó Alfonso Fernández Coronel, un viejo caballero del partido de Leonor de Guzmán, que se hace fuerte en Aguilar de la Frontera (Córdoba). Contaba con el apoyo del infante Juan de Aragón, aunque fuese de otra facción. Alfonso Fernández quedó sitiado en Aguilar y terminó rindiéndose ante Juan Alfonso de Alburquerque, el valido. Pedro I ordenó degollar y quemar a Fernández Coronel.
 
1352 seguirá brindando alegrías a Pedro I. Ese verano se dirigía a Gijón, cuando el caballero Juan Fernández de Hinestrosa le presentó a una de sus sobrinas. ¿Para qué? ¡Para sacar partido del encuentro, evidentemente! Ella se llamaba María de Padilla y era “muy fermosa e de buen entendimiento e pequeña de cuerpo”, según dicen las Crónicas. El joven Pedro se enamoró e hizo de María su amante. El astuto tío de la moza había conseguido su objetivo: colocar a su sobrina huérfana y engancharse al poder. María había quedado huérfana de padre con quince años y, desde entonces, vivía con su tío, hermano de su madre. Hinestrosa era un noble de cierta importancia y había podido enviar a la joven María a criarse en casa de Juan Alfonso de Alburquerque, el valido del rey. Cuando Pedro marchó a Asturias para enfrentarse con Enrique de Trastámara se detuvo en la localidad leonesa de San Facundo. Allí estaba el valido Alburquerque con su familia. También estaba María. El tío Hinestrosa vio su oportunidad y se dejó caer por San Facundo, rindió homenaje al rey y le presentó a su sobrina. La influencia de María de Padilla sobre Pedro fue intensa. Para afianzar su posición María le da una hija a Pedro el 22 de marzo de 1353: Beatriz.

María de Padilla.
 
Para ese 1353 parecía que el trono estaba seguro: los Trastámara estaban domados, los infantes de Aragón neutralizados y la alianza de la corona con las villas respaldaba al rey frente a los nobles. Y, así, era el momento de casar al rey. La elegida fue Blanca de Borbón, una dama de la familia real francesa que, además, permitiría establecer una sólida y muy conveniente alianza entre Castilla y Francia muñida por el papado. La cosa venía fraguándose desde el año anterior. Pedro siempre se había opuesto, pero la necesidad de estabilidad del reino terminó inclinándole a aceptar este matrimonio. Después de mil dilaciones a causa de sucesivos retrasos en el pago de la dote, el matrimonio terminó celebrándose en junio de 1353. Dos días después de la boda, Pedro abandona a su esposa. ¿Qué estaba ocurriendo? Ocurría “María de Padilla”, que ya le había dado una hija. ¡¿Pecó Pedro de lo mismo que su padre?! Que el rey tuviera una amante e hijos bastardos no era problema, bastaba con que guardara las apariencias, viviera con su esposa legítima y mantuviera a su amante lejos de la corte. Y es justo lo que no hizo. Otras fuentes dicen que el motivo del abandono marital fue la confirmación de la incapacidad francesa para pagar la dote prometida. El rey se sintió burlado y culpó a Alburquerque. Pedro se largó con su amante. Y desterró a su esposa. ¿Consecuencias? Enfadó a la viuda María, al valido Alburquerque, al rey de Francia, al papa y a la nobleza.

Blanca de Borbón.
 
¿Cómo argumentó el rey el destierro? Pedro acusó a su esposa de haber tenido amores con Fadrique, hermanastro (Trastámara) del rey. Para la madre del Pedro aquello debió de ser intolerable tras sufrir el abandono por parte de su marido, Alfonso XI. No solo eso, sino que el partido portugués había perdido pie en la corte. El reino se dividió entre partidarios de Blanca, la esposa, y partidarios de María, la amante. ¿Quiénes estaban con Blanca? La reina viuda María de Portugal, el valido Alburquerque, la gran nobleza, el rey de Aragón y los hermanastros del rey: Enrique de Trastámara, Fadrique y Tello. ¿Quiénes apoyaban a Pedro? La pequeña nobleza, los patricios de las ciudades y la comunidad judía. En realidad, las dos mujeres eran el pretexto para manifestar viejas querellas de poder. Pero con dos novedades: la presencia de un candidato a la corona, Enrique de Trastámara, que concitaba la simpatía del pueblo llano, gran parte de la alta nobleza (estaba casado con una hija del infante Juan Manuel) y el rey de Aragón; y los intereses políticos de Francia, que evidentemente estaban del lado de Blanca de Borbón.
 
La viuda María y Alburquerque escribieron al papa Inocencio VI para que “leyera la cartilla” al rey Pedro. El papa le amenazó con la excomunión. Pedro, obediente, se reunió con Blanca en Valladolid, pero la reconciliación duró dos días. O tres. Luego Pedro volvió a marcharse. Nunca volvería a verla. Cabreado, el partido portugués, a través del valido Alburquerque, rechazó la conducta del rey. ¿Qué hizo Pedro? Cesó a Alburquerque y a casi todos sus altos cargos de la corte. Puso como valido a Hinestrosa, el tío de la Padilla, y en el resto de puestos principales a gente del clan padilla. No fue una sucesión pacífica: el nuevo maestre de Calatrava, Diego García de Padilla, ordenó matar a su predecesor, Juan Núñez de Prado y Pedro mandó a sus tropas contra las plazas que aún eran fieles al valido cesado. Visto lo visto, Alburquerque se refugió en Portugal. Pedro decidió entonces guarnecer la frontera. ¿A quién encargó la misión? A los Trastámara. Pedro I, también, reclamó que Alburquerque le fuera entregado. Les adelanto que el rey de Portugal dijo que no. En ese tiempo se celebraron en Évora las bodas de Fernando de Aragón, marqués de Tortosa y primo de Pedro I, con María, infanta portuguesa. Una parte de nobleza castellana consideraba al infante Fernando como posible sucesor legítimo del trono de Castilla si Pedro muriese sin hijos legítimos varones. A esta boda asistió también Juan Alfonso de Alburquerque, quien contó al monarca portugués una lista de agravios recibidos de Pedro.

Sepulcro de la reina Leonor.
 
Cómo estaban cerca unos de otros, los Trastámara y Alburquerque empezaron a conspirar contra Pedro I con ayuda de la corte portuguesa. El pacto postulaba que la Corona de Castilla fuera para el infante Pedro, hijo del rey de Portugal, como nieto de Sancho IV de Castilla en lugar de para Fernando de Aragón, primo carnal de Pedro I de Castilla. Ante estos enemigos el rey Pedro actuó: se volvió bígamo. ¿¿¿Qué??? Se casó con la viuda Juana de Castro en la primavera de 1354. Ella era hija de una importante casa gallega. Pedro convenció a los obispos de Ávila y Salamanca para que declararan inválido el matrimonio con Blanca antes de “recasarse”. No estaba tal loco, oye. ¿Por qué Juana? Los Castro eran un clan de la alta nobleza, con sangre real en sus venas y aquel enlace le proporcionaría el apoyo de un sector notable de la aristocracia del reino. Pedro abandonó rápidamente a su nueva esposa dejándole en el señorío de Dueñas.
 
Ante aquel nuevo matrimonio la madre del rey, María de Portugal, recurrió de nuevo al papa, y este amenazó nuevamente a Pedro con la excomunión. ¿Fue eso lo que forzó la separación de Pedro y Juana? No es posible asegurarlo. Otras fuentes hablan de que abandonó a su nueva esposa porque los hermanos de ella estaban con el pretendiente portugués y que Pedro no volvió a yacer con ella. El hecho es que, mientras tanto, el partido de Blanca crecía y el de Pedro iba menguando.

María de Portugal.
 
¿Qué hacía mientras María de Padilla? Pues se reponía de su segundo parto, la niña Constanza, segunda hija ilegítima de Pedro I. Aun así, escribía al papa Inocencio VI pidiéndole licencia para fundar un convento de monjas clarisas, dejando entender que su propósito era llevar una vida de penitencia y contemplación. ¿Era verdad o un truco político? ¡A saber! Lo cierto es que ese convento se fundó y fue el Real Monasterio de Santa Clara, en Astudillo.

Monasterio de Santa Clara de Astudillo.
 
Fernán Ruiz de Castro, un hermano de la esposa Juana de castro, se levantó en favor de los Trastámara. Pudo ser por la deshonra a su hermana como porque quería desposar a una hermana de Enrique. Las órdenes militares también se dividieron en el enfrentamiento con el rey. Los nobles rebeldes comenzaron por intentar tomar Ciudad Rodrigo. Luego recorrieron las tierras de la orden de Santiago para aumentar sus fuerzas, sin conseguir que se les rindiese Montiel, por lo que acabaron refugiándose en el gran castillo de Segura de la Sierra y en el de Hornos, en la sierra de Cazorla. El rey contraatacó en la Tierra de Campos, asaltando las fortalezas de Isabel Téllez de Meneses, esposa del valido Alburquerque. No pudo tomar la de Montealegre, pero sí los de Ampudia y Villalba de los Alcores, que se rindieron a finales de junio. Pasó luego por Toro antes de marchar a Sahagún a principios de julio para ir desde allí contra otras fortalezas. Pedro dejó a los infantes de Aragón -aliados suyos- en Salamanca y la Tierra de Campos para estorbar las maniobras del enemigo y marchó a Toledo para tratar de someter las tierras de la orden de Santiago en la región. Luego intentó expugnar Segura de la Sierra cercándola y volver a Ocaña para elegir un nuevo maestre de la orden que le fuese leal. Escogió al hermano natural de María de Padilla, Juan García de Villajera, pese a estar casado y vivir aún el maestre anterior, lo que infringía los estatutos de la orden. Esta elección supuso el cisma de la orden entre los que reconocieron al nuevo maestre y los que no.
 
Pedro I el Cruel trasladó a Blanca al alcázar de Toledo para tenerla mejor controlada. ¡Un error tremendo! La dama logró aunarse con los nobles y clases bajas de la ciudad para levantar esta contra el rey. A Toledo le siguieron otras ciudades: Cuenca, Córdoba, Jaén, Úbeda, Baeza y Talavera. Varios nobles que hasta entonces habían permanecido fieles al rey se pasaron entonces a los rebeldes. También dejaron al rey los infantes de Aragón. Con ellos perdió Pedro I el último apoyo que le quedaba entre la alta nobleza. El antiguo valido Alburquerque, los infantes de Aragón y los bastardos de Alfonso XI fueron estrechando lazos a finales del verano, que exigieron al rey la vuelta con Blanca, el abandono de su amante y el apartamiento de los parientes de esta de los puestos de gobierno.
 
El rey fue a refugiarse a Tordesillas, donde sus exiguas fuerzas quedaron cercadas y a donde acudió la reina Leonor de Castilla y Portugal a presentarle las exigencias de los sublevados, que rehusó aceptar. Entonces los rebeldes de la Liga trataron de apoderarse de Valladolid y Salamanca. Pero solo consiguieron Medina del Campo a finales de septiembre. Aun así, reunieron un ejército de cinco mil caballeros en Medina del Campo. Pedro no podía enfrentarse a esas tropas por lo cual se refugió en Toro… que fue rápidamente cercada por los rebeldes.

Toro (Zamora)
 
Así estaban colocadas las piezas de esta partida de ajedrez cuando, en 1354, Pedro I llega a Tejadillo (Zamora) para entrevistarse la Liga rebelde para solucionar el problema de Blanca de Borbón. Cada partido se presentó con cincuenta caballeros armados. Pedro necesitaba que el otro bando aceptara la nulidad del matrimonio con Blanca y avalara el enlace con Juana de Castro. Y, los otros, no querían. La corona se tambaleaba y, cuando huelen sangre los lobos… Se cruzaban varias conspiraciones para apartar del trono a Pedro. Por un lado, parte de la nobleza apoyaba al infante Fernando de Aragón, hijo de Leonor de Castilla y el rey aragonés Alfonso IV, primo carnal de Pedro y casado con una hija del rey de Portugal. Por otro lado, Enrique de Trastámara. Y no olvidemos al infante portugués Pedro que también era apoyado por los Trastámara. En la reunión Pedro buscaba afirmar la voluntad del rey como base del gobierno y la nobleza pretendía que el poder real estuviese limitado por los privilegios nobiliarios. El rey solo ofrecía una amnistía. Nada más. Los nobles se retiraron para seguir el cerco desde Zamora.
 
Pedro I aprovechó la situación para abandonar Toro y dirigirse a Ureña para estar con María de Padilla. La reina madre se puso en contacto con los nobles rebeldes y les abrió las puertas de su villa de Toro que se convirtió en el cuartel general de los confabulados. Desde allí los nobles conminaron al rey a acudir ante ellos y someterse a su voluntad. Pedro se entregó con el valido Hinestrosa, el tesorero Samuel Leví y el canciller, pese al peligro que suponía. Hinestrosa y Leví fueron encarcelados al llegar a Toro y los rebeldes exigieron la entrega de los sellos reales y la concesión de los oficios cortesanos, que teóricamente dependían de la voluntad del rey.

Pedro I
 
Mientras el rey trataba de que se declarase nulo su matrimonio con Blanca, la reina madre buscaba -y conseguía- que el papa anulara el matrimonio con Juana de Castro. Pedro, a su vez, se relacionará con sus hermanastros y enemigos, a los que se ganó prometiéndoles el oro y el moro. A Tello de Castilla, hermanastro suyo y hermano de Enrique de Trastámara, le ofrece el señorío de Vizcaya. A los infantes Fernando y Juan de Aragón y Castilla, primos suyos y, el primero, eventual candidato al trono, Pedro les ofrece amplios señoríos en el norte.
 
Pedro escapó de su encierro en otoño de 1354. Cuentan que lo hizo gracias a su tesorero, el judío Samuel Leví. Llamó a María de Padilla y se dirigió a Segovia, donde reorganizó a sus partidarios. En marzo de 1355 marchó contra Toro. No pudo tomar la población, pero la reina María liberó a Hinestrosa como señal de paz. Pedro se dirigió a Medina del Campo, donde reorganizó sus huestes para tomar Toledo. Antes de salir hacia allí, el 20 de abril de 1355, despachó una hueste a Galicia para mantener tranquilo a Fernando de Castro, para lo cual también contó con el obispo de Lugo, antiguo confesor del rey. Durante ese abril fueron asesinados por orden del rey: el adelantado mayor de Castilla Pedro Ruiz de Villegas II; el merino mayor de Burgos Sancho Ruiz de Rojas; el escudero Martín Núñez de Carandia...
 
El rey asaltó Toledo y ordena decapitar a dos caballeros del partido de Blanca y, de paso, a otros veintidós vecinos que se habían mostrado demasiado obsequiosos con la francesa. Los Trastámara no llegaron a tiempo para ayudar a los sublevados. El rey desterró a la reina, sin verla siquiera, al castillo de Sigüenza, del que había despojado a su obispo por haber participado en un proceso de excomunión del rey. María de Padilla, en junio de 1355, le da a Pedro, mientras sitiaba Toro, una tercera hija llamada Isabel mientras Juana de Castro le da un varón: Juan. ¡Un chico! ¡Un Heredero! O posible heredero porque pasará casi toda su vida encerrado en el castillo de Soria, prenda de las luchas por el trono castellano. Esto contradiría la afirmación de que Pedro no volvió a ver a Juana de Castro desde la boda. O, en su caso, “llegó y venció”. En toro entró a sangre y fuego. La madre de Pedro, María de Portugal, puso tierra por medio y se marchó a su país de origen, donde falleció por causas naturales en 1357, con cuarenta y cuatro años de edad.

 
Y paramos el relato de la vida del rey de Castilla Pedro I en este momento para descansar de tanta sangre. Lo retomaremos la próxima semana.
 
 
 
Bibliografía:
 
“¡Santiago y cierra, España!” José Javier Esparza.
“Historia de castilla de Atapuerca a Fuensaldaña”. Juan José García González y otros autores.
“Atlas de Historia de España”. Fernando García de Cortazar.
“Historia de España. La crisis del siglo XIV. El declive de la civilización medieval y el triunfo de los Trastámara”. Salvat.