Tratamos hoy una trama de venganzas y traiciones. Estamos en el verano de 1808. La victoria de Bailén ha sido el 19 de Julio y el Rey José I Bonaparte evacua la Villa y Corte el día 1 de Agosto. Establecerá su nueva Corte en Vitoria el 22 de Septiembre, en vísperas de la entrada de su hermano en España.
El XIII Duque de Frías y Sumiller de Carlos IV entre los años 1792 y 1802 se había pasado al bando Francés. Desempeñó para José I el cargo de Mayordomo Mayor, esto es, el encargado de la organización de Palacio y su gobierno, teniendo jurisdicción tanto civil como criminal privativa en su interior. Se hallaba siempre junto a la persona del Rey.
Por ello hemos de entender que se retiró tras su rey, tanto para servirle como para protegerse. Recordemos que su último empleo fue el de embajador de la España Napoleónica ante la corte del emperador de los franceses. Sabía a quienes se enfrentaba y, por ello, mejor lejos. (Se encontraba en el mismo país que Fernando VII, ojo).
Es fácil entender, por tanto, que por parte de los patriotas “se le tenía ganas” y que una denuncia referente a que escondía armas y valores en los sótanos de su palacio fuese, sino factible, si deseable.
¿Y tenía sitio para más de mil fusiles, banderas y dineros en su palacio? Ante todo, el palacio del duque de Frías fue derribado. Cuenta don Ramón de Mesonero Romanos en su obra “El antiguo Madrid. Paseos histórico-anecdóticos por las calles y casas de esta villa” que el Palacio, primeramente una casa-jardín con huerta, tenía 187.200 pies cuadrados en total y que la finca fue adquirida para el Ducado en 1739. Por tanto, sí había sitio. Vamos, observen en el plano su tamaño y el del Palacio Real.
El XIII Duque de Frías y Sumiller de Carlos IV entre los años 1792 y 1802 se había pasado al bando Francés. Desempeñó para José I el cargo de Mayordomo Mayor, esto es, el encargado de la organización de Palacio y su gobierno, teniendo jurisdicción tanto civil como criminal privativa en su interior. Se hallaba siempre junto a la persona del Rey.
Por ello hemos de entender que se retiró tras su rey, tanto para servirle como para protegerse. Recordemos que su último empleo fue el de embajador de la España Napoleónica ante la corte del emperador de los franceses. Sabía a quienes se enfrentaba y, por ello, mejor lejos. (Se encontraba en el mismo país que Fernando VII, ojo).
Es fácil entender, por tanto, que por parte de los patriotas “se le tenía ganas” y que una denuncia referente a que escondía armas y valores en los sótanos de su palacio fuese, sino factible, si deseable.
¿Y tenía sitio para más de mil fusiles, banderas y dineros en su palacio? Ante todo, el palacio del duque de Frías fue derribado. Cuenta don Ramón de Mesonero Romanos en su obra “El antiguo Madrid. Paseos histórico-anecdóticos por las calles y casas de esta villa” que el Palacio, primeramente una casa-jardín con huerta, tenía 187.200 pies cuadrados en total y que la finca fue adquirida para el Ducado en 1739. Por tanto, sí había sitio. Vamos, observen en el plano su tamaño y el del Palacio Real.
Plano de Madrid de Juan López Frías (1812) |
Nuestro inmueble se encontraba en la plazuela del Duque de Frías (84) (llamado así por razones evidentes), junto a la calle de Góngora (bautizada así por el convento de las Góngoras (21) hasta el año 1961 que deciden honrar al poeta Luis de Góngora). El “nuevo y elegante” caserío al que se refiere don Ramón son las calles Almirante, Augusto Figueroa y, la citada, de Góngora que, hoy, están cerca de la boca de metro de Chueca. La fachada del palacio coincidiría con los números 3-5-7 de la calle Piamonte.
Por supuesto que no todo era el palacio sino que la finca estaba compuesta por la casa principal, varias construcciones accesorias, jardín y huerta. Se encuadraba, aproximadamente, entre las calles Barquillo, Piamonte, Libertad e Infantas.
No podemos describir la situación que se producía en Madrid durante el vacío de poder tras la captura de Fernando VII y la retirada de José I y esto nos lleva a presuponer que la justicia funcionaría como en el periodo de Carlos IV, en el antiguo régimen. Así nos aparece la orden del Excelentísimo señor Decano Gov. Interino del Consejo (Suponemos del Consejo de Castilla) instigando a que se aclare la denuncia.
No podemos describir la situación que se producía en Madrid durante el vacío de poder tras la captura de Fernando VII y la retirada de José I y esto nos lleva a presuponer que la justicia funcionaría como en el periodo de Carlos IV, en el antiguo régimen. Así nos aparece la orden del Excelentísimo señor Decano Gov. Interino del Consejo (Suponemos del Consejo de Castilla) instigando a que se aclare la denuncia.
A grosso modo, el derecho penal del Antiguo Régimen era fragmentario, cruel y poco definido. En España seguían en vigor la Novísima Recopilación, los Fueros y Las Partidas, pero en la práctica los Tribunales solían hacer gala de arbitrariedad, dejando de ceñirse a los textos escritos.
Y con esta somera descripción del entorno nos presentamos en el 26 de Agosto del venturoso 1808. Se delata al Duque de Frías (a la sazón Diego Pacheco Téllez-Girón Gómez de Sandoval, también llamado Diego Fernández de Velasco y Pacheco o Diego Pacheco Téllez Girón Fernández de Velasco y Enríquez) diciendo que tiene armas y dinero escondido en un zulo oculto en el sótano. ¡Ah! Lo hacen mediante un auto (Que hoy es una decisión del juez que no “llega” a sentencia).
Más nombres: Don Ignacio Martínez y Villena y don Vicente duque de estrada que podrían ser los investigadores. Los documentos indican, también, la participación de un arquitecto municipal haciendo las veces de perito judicial. Este último responde al nombre de Santiago Gutiérrez de Arintero.
Se crea la comisión judicial que acompañada de un par de agentes de la autoridad se presentan en el Palacio del Afrancesado, cuyo nombre de pila nunca aparece, y, según relata la diligencia de reconocimiento, recorren los sótanos, husmeando en todos los recovecos y ofreciéndonos una descripción de la distribución del mismo. (Para los legos en derecho, hoy una diligencia es un acto del secretario judicial en la que se refleja, básicamente, lo que ha hecho el funcionario).
La diligencia recoge los resultados de la pesquisa: NADA.
Conclusión: O no había tesoro o no lo encontraron. Y así lo reconocieron los señores don Ignacio Martínez y Villena y don Vicente duque de estrada, amén del arquitecto del ayuntamiento. Toda una pena porque las tropas españolas estaban faltas de armas y dineros.
Probablemente nunca existieron esos fusiles. ¿Por qué razón iban a ocultarlos los franceses? ¿Y las banderas? ¿Y el dinero? ¿Acaso pensaban que habría una quinta columna de afrancesados en armas? No tiene lógica salvo el deseo de denostar a una de las figuras que optaron por la modernidad que querían imponer los franceses. Figura que mantenía amistades y lealtades entre los patriotas porque vemos el mimo con que se trató todo el asunto.
Más nombres: Don Ignacio Martínez y Villena y don Vicente duque de estrada que podrían ser los investigadores. Los documentos indican, también, la participación de un arquitecto municipal haciendo las veces de perito judicial. Este último responde al nombre de Santiago Gutiérrez de Arintero.
Se crea la comisión judicial que acompañada de un par de agentes de la autoridad se presentan en el Palacio del Afrancesado, cuyo nombre de pila nunca aparece, y, según relata la diligencia de reconocimiento, recorren los sótanos, husmeando en todos los recovecos y ofreciéndonos una descripción de la distribución del mismo. (Para los legos en derecho, hoy una diligencia es un acto del secretario judicial en la que se refleja, básicamente, lo que ha hecho el funcionario).
La diligencia recoge los resultados de la pesquisa: NADA.
Conclusión: O no había tesoro o no lo encontraron. Y así lo reconocieron los señores don Ignacio Martínez y Villena y don Vicente duque de estrada, amén del arquitecto del ayuntamiento. Toda una pena porque las tropas españolas estaban faltas de armas y dineros.
Probablemente nunca existieron esos fusiles. ¿Por qué razón iban a ocultarlos los franceses? ¿Y las banderas? ¿Y el dinero? ¿Acaso pensaban que habría una quinta columna de afrancesados en armas? No tiene lógica salvo el deseo de denostar a una de las figuras que optaron por la modernidad que querían imponer los franceses. Figura que mantenía amistades y lealtades entre los patriotas porque vemos el mimo con que se trató todo el asunto.
Supongo que el duque de Frías se decantó por la nueva dinastía al conocer el paño que representaba Fernando VII y que, tras una brutal guerra, descubrirían los demás españoles. Pero, eso es una suposición.
Si desean leer los documentos…
Bibliografía:
Fondos documentales de los Archivos Nacionales del Ministerio de Cultura del Reino de España (O denominación equivalente).
Hola, me gustan mucho tus artículos, este de Frías es genial. Me gustaría charlar un poco contigo. Mi correo es robertopmg@terra.es.
ResponderEliminarSaludos.
Te agradezco los halagos (que a todos gustan). Por otro lado, lo interesante en un blog es la participación y la comunicación entre todos los lectores.
ResponderEliminarCon ello quiero invitarte a que, libremente, cuelgues tus opiniones sobre la historia de Las Merindades.
Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.
ResponderEliminarFiate de Roberto, es el de Cronica Merindades, el periodico de Las Merindades. Aitor Lizarazu
ResponderEliminarHola, me ha resultado muy interesante este articulo de Diego Fernándezde Velasco y más aún porque he estado investigando sobre su vida y la de su hijo, mediante los documentos del archivo de la casa de Frías que se encuentran en la Sección Nobleza del A.H.N.
ResponderEliminarMe encantaría poder compartir mas info sobre este personaje tan excepcional.
Te dejo mi correo por si quieres que hablemos de ello. luisgigi93@hotmail.com
Entre Fernando VII el desado, aunque le va mejor lo del felón y el rey José I no hay color. Mejor el hermano de Napoleón.
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