Lleguémonos
a Villarcayo (todavía sólo Villarcayo, nada de "de la Merindad de Castilla
la Vieja") para "observar" su templo parroquial. Recios
contrafuertes enmarcaban un edificio más renacentista que gótico, sin trazas
-ni remotas- de románico y que poseía una humilde entrada decorada por un
sencillo tímpano. Una estrecha ventana entre cada dos contrafuertes tamiza la
luz al interior. La entrada difícilmente permite el paso de dos personas a la
vez.
El
templo de Villarcayo, que pertenecía al arciprestazgo de Medina, estaba en
obras ya el 26 de junio de 1558 cuando el reverendo licenciado Villoslada,
arcipreste de Salas y visitador del obispado de Burgos, estudiaba las obras de la
misma.
El
interior que nosotros hubiéramos podido ver estaba formado por una única nave, alzada
a finales del siglo XVI, de crucería sencilla y algo gótica. Parece que con
base en otra... Ejem, ¡Pasemos al altar mayor! Este era una pieza renacentista,
en dos cuerpos, con la efigie de Santa Marina y cuatro relieves coronados con
un Cristo crucificado. Databa de 1564 y el carpintero A. A. González pasó al
cobro 1.125 maravedís por mudar el altar y hacer los asientos. ¿Mucho? ¿Poco?
Si tenemos en cuenta que la primera custodia se compró en 1574 por 1.222
maravedís y Pedro de Rivas, un cantero, cargó 40.134 Mrs.... En 1563 se colocó
la pila bautismal.
Retablo y nave principal |
El
retablo se encargó a Sebastián López, de Villapanillo, por un importe no
superior a 600 ducados y con figuras de media talla (no talladas enteras),
menos Santa Marina, el Cristo, el niño Jesús y los cuatro angelitos. Costó
realizar los pagos acordados por el trabajo dada la precariedad de ingresos de
esta parroquia.
Pero
la falta de monetario nunca fue un freno porque hacia 1650 se decide que una
población como Villarcayo, cabeza de Las Merindades y corregimiento, necesita
una iglesia de mayor tamaño para lo cual se derribó parte de la misma. Constatamos
por ello que eso de derribarla no es algo tan reciente. Se buscó alargar la
nave principal frente al altar mayor y hacer una torre "por no haber ni sitio donde poner las campanas" con su
escalera de caracol. Por suerte, ayudaba al pago el obispado.
Retablo mayor |
Durante
la guerra de independencia sufrió el saqueo -algo común a muchos templos y
palacios- de muchos de sus elementos de valor: la lámpara grande donada por el
general Manuel de la Torre y Angulo; candelerillos del sitial donde se exponía
el Santísimo Sacramento; una corona de plata maciza... en fin, una lista larga.
Para qué engañarnos.
El
local disfrutó una nueva reforma antes de ser demolido. En 1882, siendo cura
ecónomo Juan Boezo Gómez, se acuerda con Miguel Zorrilla, maestro de
albañilería y pintor, su arreglo por 7.400 reales de vellón. Se tuvo que
trabajar en las áreas que determinó el peritaje previo de Julián Mediavilla: rearmar
la cubierta sobre la nave central para evitar su desmoronamiento, cambiar vigas
sobre la nave de la capilla de la Virgen de la Soledad, cambiar 1.500 tejas
para evitar humedades, corrección de las canalizaciones de pluviales, revoque
de paredes interiores y exteriores, arreglar o construir nuevas mesas de
capillas y armarios. Y trasladar la vieja pila bautismal a la capilla de la
Soledad.
Sigamos
nuestro viaje virtual -lo que tiene existencia aparente y no real- y levantemos
la mirada hacia la torre terminada en 1636. ¿Lo han mirado todo? Pues bajemos
ya la mirada para, en la distancia, ver el coro con su órgano preservado en un
armario del siglo XVII. Y, para terminar el paseo, giremos observando nuestro
entorno y visitemos las diferentes capillas:
- La de los Dolores: Un espacio grande, con altura y cinco altares, con sus efigies de estilo churrigueresco (XVII), que estaban dedicados a la Soledad, San José, San Roque, Santa Gertrudis y San Antonio. Albergaba también dos Cristos, uno crucificado y otro con la cruz a cuestas que eran usados en las procesiones.
- La del Carmen, en el lado de la epístola, cuyo altar estaba coronado por los escudos de los Peña y Rueda. No contentos con ello, en el lienzo frontero con la verja de entrada lucían un exagerado escudo, mantelado, adornado de casco, lambrequines, borduras de cabezas y estrellas de ocho puntas con la chula inscripción: "Esta capilla, su bóveda y sepultura son, del señor don Josef de Linares Salazar, Isla, Gómez de las Bárcenas, vecino que es de esta villa de Villarcayo y de sus sucesores".
- La de la Purísima.
- La de San Isidoro, con altar hijo de la misma mano que el mayor, terminado en 1726.
- La del Rosario. Comentemos la visita del arzobispo Manuel Samaniego y Jaca que abroncó a los mantenedores de la misma por su mal estado. Era 1729.
Por
cierto, no debo olvidarme de la sacristía. Esta guardiana de secretos,
confesiones y elementos litúrgicos la encontrábamos a la izquierda del altar (según
mirábamos nosotros) y era una pieza amplia y cuadrada. En su frente podíamos
disfrutar de un altar del siglo XVII, con efigie del Crucificado de regular
talla, uno y otro de madera al natural. También había una escultura de la
Inmaculada y una cruz gótica (siglo XIV) de bronce sin esmaltes.
Capilla de la Virgen de los Dolores (¿?) |
Quizá
esas ansias de ofrecer siempre más sitio a los feligreses impulsó en el
tardofranquismo fuertes deseos de renovación que llevasen a descartar, de
manera brusca, esta memoria pétrea y, buscando la "modernidad",
eliminar nuestro pasado. Adiós a las sepulturas dotadas, a las pinturas
murales, a los trabajos de forja, a un espacio impregnado de ancestral
religiosidad... y a otro edificio que engarzaba Villarcayo con su pasado.
Da
igual, ya es la nada. Lo pasado, para este caso, pasado está.
Bibliografía:
"Villarcayo,
capital de la comarca Merindades" por Manuel López Rojo.
"Villarcayo
y la Merindad de Castilla la Vieja" de Julián Sainz de Baranda.
Villarcayo.net
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Por favor, tenga usted buena educación. Los comentarios irrespetuosos o insultantes serán eliminados.