Habíamos dejado nuestro relato en el año 940,
con un apaleado Abderramán III, y un Ramiro enfilando otro tipo de problemas:
ordenar su casa. El rey veía que ahora León era una potencia regional… ¡muy
poco organizada!
Ramiro II de León |
Su peso político debía igualar a su nueva
extensión territorial y para eso era imprescindible organizarse. Lo que pasaba
por dos puntos: controlar el espacio político de la corona y mejorar la
Administración. Lo segundo era lo que más problemas traería, dados los
necesarios equilibrios entre las poderosas familias leonesas, gallegas,
asturianas, castellanas… ¿Cómo reforzó la estructura del reino ante esos
terratenientes? Reglamentando las distintas jurisdicciones, es decir, aclarar quién
mandaba en cada sitio y con qué competencias.
Miremos la estructura de poder del reino de
León: bajo el rey nos encontramos con la curia regia, una suerte de consejo de
estado integrado por los grandes notables, tanto eclesiásticos como
nobiliarios. Descendiendo vemos una serie de instituciones subordinadas que atendía
los negocios de palacio y cuyo origen era, por decirlo suavemente, espontáneo,
es decir, fruto de necesidades puntuales. Ramiro buscó racionalizar algo todo esto
con el sencillo sistema de definir funciones y nombrar personas para
desempeñarlas.
¿Recuerdan que teníamos un primer problema?
Exacto, el del control del territorio. Para ello optó por organizar la
repoblación. Nunca olviden que reconquista es repoblación. Punto. Razones demográficas,
sociales, religiosas, políticas y económicas impulsan a los cristianos del
norte hacia las tierras del sur. Hacia la que empiezan a llamar “España
perdida”. Y quienes cubren el terreno con lágrimas, sudor y, más veces de las
que quisieran, sangre son los campesinos. Sólo después asomaba por la zona el
poder político del rey y sus condes, para organiza el espacio y “civilizar” los
territorios dentro de la corona, concediendo fueros y reglamentando la vida
comunitaria. Vamos, lo normal en el siglo IX.
La cosa cambia un poco con el siglo X cuando junto
a la colonización de campesinos libres aparece nítidamente definida la
repoblación oficial, de iniciativa regia. Hacia 939 el protagonismo del rey y
los nobles crece en las tareas de repoblación. Aun así, el peso principal lo
seguían llevando las familias de campesinos que sacrificaban seguridad a favor
de libertad. No olviden esta ecuación.
Ramiro II está organizando su territorio. Eso
está claro. En especial trata de organizar las nuevas tierras que han quedado
en sus manos, es decir, hasta la línea del Tormes. Zonas que no pertenecían al
espacio político de León, pero tampoco formaban parte de las divisiones
administrativas cordobesas. Eran, ciertamente, una tierra de nadie. Bueno, de
sus colonos cristianos.
Colonos solos, sin castillos ni fortalezas que
les protejan. Ante esta realidad el rey se pone delante de la manifestación y asume
en persona la repoblación de la cuenca del Cea, en León, y se ocupa de instalar
en los nuevos territorios grandes contingentes mozárabes, es decir, cristianos
que habían huido de Al-Ándalus. No serán ciudades de nuevo cuño sino de
localidades que ya conocían las azadas de los colonos. Pero el rey se cuida de
introducirlas en el espacio controlado militar, política y económicamente por
la corona. Ésta es ahora la nueva frontera del reino.
Como no hay reino grande sin manifestación
externa de grandeza, Ramiro II se ocupó también de que sus súbditos vieran físicamente
la importancia de la corona mediante la construcción de un nuevo palacio real y
el aumento de la corte. También actuando por el lado espiritual, al fin y al
cabo la razón de ser del estado, y levantó el monasterio de San Salvador, el de
San Marcelo y restaurar el de San Claudio.
Pero los moros no se dejaban conquistar con frases
tipo “Welcome, cristianos” –por utilizar simplezas contemporáneas- sino que
mantenían una dura actividad guerrera. ¿Que Córdoba ataca ese año 940? Los
castellanos contestan atacando Salamanca. Hacia agosto de 941, León, Córdoba y
Pamplona firman una frágil tregua. Dura un mes. Se rompe por cuenta de los
ataques navarros contra las fortificaciones moras en Huesca.
Tumba de Toda en San Millán de Suso |
Y es que estos navarros eran de armas tomar.
Además, estaban en todas las salsas. Gracias, especialmente, a Toda Aznar, o
Aznárez, que era hija de la princesa Oneca de Pamplona y de don Aznar Sánchez
de Larraun, y nieta del rey de Pamplona Fortún Garcés, de la dinastía Íñiga. Nació
hacia 876, casi con el reino. Cuando le llegó la edad casó con Sancho Garcés,
de la familia Jimena.
Ya hemos hablado de cuando Alfonso III, a
principios del siglo x, propició el golpe contra el rey Fortún, el abuelo de Toda.
¿Por qué derrocarle? Por “promoro”, lo que debilitaba el frente cristiano. La
persona escogida para reemplazarle fue Sancho Garcés, el marido de nuestra
dama. ¿Y eso? Mirad, está casado con Toda (nieta de Fortún) y podrá presentar
los derechos de su esposa; y porque representa a una familia nueva, los Jimenos,
ajena a la vieja querella entre Íñigos y Velascos.
Salvo que la esposa del nuevo rey es una Iñigo. Con
30 años Toda es la clave del equilibrio político en Navarra. Y, pronto, en toda
Hispania. Pamplona presentó sus estrategias: alianza férrea con Asturias-León y
afirmación del reino desde el Pirineo hasta el Ebro. La cosa funcionará. Navarra
absorbe el condado de Aragón, baja la frontera hasta Nájera y marca su
territorio frente a los señores musulmanes del valle del Ebro. Internamente la
nueva dinastía Jimena reforma la corte, acuñan moneda, estructura el control
del territorio en “tenencias” y emparentan con todos. Con todos, todos.
Sancho I Garcés muere en 925 y nuestra
protagonista queda viuda a los cuarenta y nueve años con un heredero, su hijo
García, menor de edad. Claro que había dos regentes que buscaban impedir la
intromisión de los “magnates” en el poder. Lo bueno para Toda, es que fue en
nombre de sus derechos cómo su esposo, Sancho, tomó la corona. Por lo tanto, lo
fundamental era preservar esos derechos.
Guerreros Cristianos y Musulmanes por Ángel Pinto. |
Decisiones de Toda, la navarra: Permanecer viuda
y colocar bien a sus hijas. Con respecto a estas chavalas vemos: Sancha, casada
en 923 con el rey de León Ordoño II (muerto en 924); Onneca o Iñiga, el mismo
año de 923 se había casado con un hijo de Ordoño, Alfonso, que sería Alfonso
IV. Tenemos así que, por mor de la política, dos hermanas se convierten en
suegra y nuera –Alucinante-. Claro que la prematura muerte de la princesa Onneca
solventó el problema. O no. Porque Alfonso cayó en una depresión y se aisló en
un convento.
El nuevo rey leonés será Ramiro II… que se
casará con ¡otra hija de doña Toda! Será Urraca en 932, una vez que Ramiro
renunció a su matrimonio con la gallega Adosinda por parentesco. Mientras
tanto, la viuda Sancha –digna hija de Toda-, pasado el luto por Ordoño, se
casará primero con el conde de Álava don Álvaro Herraméliz quién tras la guerra
civil de 931 pierde sus dominios y, seguramente, la vida. ¿Descansó Sancha? No.
Ahora se unirá a Fernán González (932), conde de Castilla. Para el 935 ya
tenían dos hijos: Gundisalvo Fredinandiz y Sancius Fredinandiz. Con lo cual ya
asoma la “Castilla clásica” en esta historia.
¿Se han perdido? No, ¿verdad? Pasamos a una
cuarta hija, Velasquita, que contraerá matrimonio con un conde alavés Munio, o
Nuño, Vela hacia el año 924 o 925. El conde tuvo la desagradable idea de
morirse enseguida siendo sustituido por Álvaro Herraméliz de problemática
trayectoria, arriba citado, y trastocando los planes de doña Toda. La obediente
Velasquita casó entonces con Galindo de Ribagorza y después con el aragonés
Fortún Galíndez que fue gobernador de Nájera entre 928 y 973. León, Castilla,
Álava, Ribagorza, Aragón... Toda tocaba todos los palos. Y, por si no estaba
suficientemente claro, dichos palos estaban en Álava, Castilla y León. Aliados
en el este.
¿Y al nene? A García Sánchez lo casa primero con
la condesa de Aragón, Andregoto Galíndez, y después, anulado ese matrimonio por
razones de parentesco, con Teresa de León, hija del rey Ramiro II. No cabe duda
que apostaba fuerte por controlar el mayor reino cristiano de Hispania.
Torre de Covarrubias |
No era suficiente para Toda. Influirá en el
campo moro. Abderramán (‘Abd al-Rahman III) era sobrino suyo. Y esto evitó que
arrasara Pamplona. Eso y que doña Toda tuvo que acudir al campamento andalusí y
rendir vasallaje al califa. Al menos, logró que el soberano de Córdoba
reconociera los derechos de García, su hijo, el heredero de Pamplona. Doña Toda
no le perdonará la humillación. Y, no lo olvidemos, León –y su condado de
Castilla especialmente- pagó ese acuerdo porque los ejércitos cordobeses se
dirigieron hacia La Rioja para atacar Álava y luego la ciudad de Burgos, que
fue completamente destruida.
La venganza fue en Simancas, donde las armas de
Pamplona comparecieron junto a las leonesas para descalabrar al califa.
Bonito rollo para situarnos en el momento pero
¿Castilla Vieja? ¿Qué estaba pasando con Las Merindades? Bueno, ahora toca.
Pensad que a mediados del siglo X, el Reino de León tiene una seria crisis
social. En especial en Castilla. Vamos, que a Ramiro II se le romperá el reino
por Castilla.
Así como doña Toda estaba controlando otros
reinos, en León era la nobleza la que controlaba a la corona. Sobre todo en sus
nuevos territorios. Sobre esas tierras colonizadas por hombre libres, los
nobles, en nombre del rey, despliegan físicamente su poder. Vale, los nobles
protegían una tierra de frontera y para ello tenían un poder. Un poder
limitado, ojo. En el Reino de León el noble no es dueño de la tierra sobre la
que ejerce su jurisdicción. Uno es conde en
Castilla, pero no es señor de Castilla. Ahora bien, aunque esas tierras no sean
suyas, sino del rey o de los colonos, el hecho de prestar protección exige una
contraprestación: los campesinos han de mantener al conde y sus tropas. Ésta es
la segunda cara del fenómeno, el deber de defensa implica que el defendido
pague al defensor. ¿Cómo paga? Con bienes y servicios: grano, mieses, comida, y,
también, trabajo. ¡Tachán! bienvenidos al vasallaje típico del feudalismo y su
hija la obediencia del campesino otrora libre. Claro que en Castilla ese
feudalismo no podrá ser tan “feudal” como en otras partes del reino.
¿Por qué? Uno: Repoblar la frontera se
compensaba con derechos, personales y colectivos, que les salvaguardan de algunas
de las presiones de los poderosos. Dos: Si vives en el frente de guerra
aprendes a defenderte, a manejar armas y eso te hace peligroso e igual al
noble. Tres: los nobles hispanos, las grandes fortunas tardoimperiales y godas,
tras la invasión musulmana de 711 quedaron arruinadas en la mayor parte de Hispania.
Quienes no pudieron o no quisieron pactar con los musulmanes lo perdieron todo.
Mantenían preminencia social pero no parné.
Tumba de doña Sancha en la Colegiata de Covarrubias |
Así las nuevas tierras de la frontera darán la
oportunidad de sumar al nombre la riqueza. Y para esto habrá muchos
pretendientes. Pero, ¿Quién trabaja y quién es el amo del trabajo y de sus
frutos? ¿Trabajarán los esclavos? En la España repoblada no había esclavos. Eso
en el siglo X era una radical novedad. ¿Por qué? Porque la toma de riesgos se
ha de compensar con libertad y porque la Iglesia, determinante en el proceso de
la repoblación, veta el sistema esclavista porque no es aceptable esclavizar ni
a un cristiano ni a un moro, al que hay que convertir.
Solo queda pactar. El pacto entre señor y
campesino contendrá protección por un lado, servicio por el otro. El señor
intentará por todos los medios que esos servicios crezcan y crezcan, para su
propio enriquecimiento. Y el campesino intentará hasta donde pueda que los
servicios se mantengan dentro de un límite razonable que no merme su libertad. Y,
además, está el rey que teme que su poder sea cercenado por los nobles para lo
que se apoya en las comunidades de campesinos, así, en grupo. Es como esa
escena de las películas de crimen donde todos apuntan a todos y se mantiene un
tenso equilibrio. Muy tenso.
Y claro, lo que está muy tenso aumenta su riesgo
de quiebra. Y esta se produjo en Castilla de la mano de Fernán González. En el 942
el conde de Castilla, que era la mano derecha del rey y había acompañado su
ascenso, se rebela. Tengamos en cuenta que, tras el 912 y la batalla de
Simancas, la frontera había desbordado el Duero y aumentado su territorio.
Esa tierra de aluvión, con vascones, cántabros y
godos acostumbrados a una frontera peligrosa disfrutaban de mayores libertades
forales. ¡Bien! Pero esta identidad social y cultural no tenía una identidad
política. Los territorios de Castilla quedaban bajo la jurisdicción de
distintos condes con atribuciones y comarcas variables. Porque los condes -hay
que insistir en ello- no eran señores de las tierras que gobernaban, sino que
ejercían su gobierno en nombre del rey y sobre las comarcas que éste les
encomendaba. No solo eso sino que había tensión en la corte sobre quienes
obtenían los cargos de condes en Castilla, o en las diferentes zonas, alfoces o
comarcas de la misma. Era una lucha entre leoneses y castellanos.
Cuanto más se consolidaban los nuevos clanes castellanos,
y su influencia en León, más dura era la refriega. Y ya nos es obligado hablar
de los Lara (Fernán González era un Lara) y de los Assures o Ansúrez. Casi
siempre oponentes. Los Ansúrez controlaban entre el Ebro y el Arlanzón, y los
Lara entre el Duero y el Arlanza.
Fernán González, el Lara, era íntimo del rey, o
eso creía, porque después de Simancas el rey no confía la repoblación del área
sur castellana a Fernán, sino a Assur Fernández, de la familia de los Ansúrez. La
“broma” tuvo unas consecuencias políticas inmediatas: Fernán había perdido el favor
regio (¿Desconfianza? ¿Castigo? ¿Diversificación de favores y riesgos?). Ramiro
había entregado a Assur Fernández un área que abarcaba en línea recta norte-sur
desde Peñafiel, en Valladolid, hasta Cuéllar, en Segovia. Le acababan de
taponar la expansión al sur a Fernán González, que había llegado hasta
Sepúlveda y, ahora, quedaba encajonado ante la muralla del Sistema Central.
El rey Ramiro, para colmo, nombraba a Assur
Fernández conde de Monzón. En resumen, el principal beneficiario de la batalla
de Simancas (939) no era Fernán, sino su rival. El conde de Castilla veía
limitado su poder y, en su lugar, crecía la influencia de los Ansúrez. Parece
que Fernán González vio en todo esto una afrenta insoportable, una
manifestación de ingratitud por parte del rey a quien tanto había servido. Y
así se incubó la rebelión. Corriendo el curso de 943, el conde de Castilla y
yerno de doña Toda de Pamplona, que ya era el hombre más poderoso del reino
antes de cumplir los cuarenta años, tomaba la decisión más grave de su vida.
Nada hacía presagiar esta acción por parte de
Quien había recibido en 932 la gestión del macrocondado de Castilla; de aquél
que acompañó a su rey en la primavera del 933 cuando se paró el ataque a Osma y
San Esteban de Gormaz; la espada que acudió en la razzia contra la fortaleza de
Mayrit (Madrid); y el hombre que en la primavera del 942 –por orden de Ramiro
II- ayuda a García de Pamplona contra al-Tuyibi en Tudela y que por ello sufrió
una inmediata aceifa contra Castilla.
Declararía a Castilla como condado vasallo del
Reino de León. Para muestra de ello se construirá la torre de Covarrubias sin
permiso del rey.
Anexos:
El poder condal en Castilla entre el 926 y el
931. Hagamos ahora un repaso de los diferentes magnates con atribuciones
condales que dominan el territorio castellano en esta época.
Nuño
Fernández: Nuño Fernández ostenta el título de conde de Castilla y de
Burgos desde el 921. Es muy difícil conocer su posición en el conflicto entre
Alfonso Ordóñez (Alfonso IV) y Alfonso Froilaz. Y es que en un documento del 25/II/926
aún aparece con estos títulos en una donación del presbítero Aliemo y su nieto
Elleca al monasterio de San Pedro de Cardeña, reinando Alfonso Ordóñez en León.
En este documento aparece otro nombre con dignidad condal, “Roderico Fredinandiz, comite” quizás su hermano.
Sin embargo es esta su última aparición en la
zona. En un documento del 20-III-927 que narra un litigio entre el monasterio
de Santa María del Puerto en Santoña y un tal Cixila, aparece un “domno Nunu Comite” que puede ser Nuño
Fernández, pero ya reconociendo a Alfonso Froilaz como rey, tal y como ocurre
en otras zonas como Liébana, Santillana del Mar, etc. Desde ese momento ya no
se vuelve a tener noticia de él.
Fernando
Ansúrez: Fernando Ansúrez aparece como conde en Castilla en el 929
quizás sustituyendo a Nuño Fernández. En concreto se disponen de dos documentos
del monasterio de San Pedro de Cardeña fechados el 1-X-929 y 24-XI-929 con su
nombre. En el último confirmó la donación de Villagonzalo Pedernales a San
Pedro de Cardeña por parte de Flámula, la viuda del antiguo conde Gonzalo
Téllez. No se vuelve a tener noticia de él desde esta fecha en Castilla
coincidiendo con los sucesos de la renuncia al trono de Alfonso IV y su posterior
arrepentimiento y conflicto con Ramiro II.
Álvaro
Herraméliz: Álvaro Herraméliz domina el condado de Álava,
siendo nombrado por primera vez en el 924 (sin ser citado conde) y desde esta
base parece que dominó el condado de Lantarón y el de Cerezo. En un documento
del 28-VIII-929 confirma en un documento de Valpuesta la venta de un tal
Araspio de sus bienes al presbítero Severo, “reinando don Alfonso en León y
Álvaro Herraméliz en Lantarón”.
Parece que apoyó a Alfonso IV, pues estaba
casado con una hermana de la mujer del rey, frente a Ramiro II pues desde el
931 ya no se vuelven a tener noticias de él en Castilla. El 11/I/931 aparece en
Viguera junto al rey de Navarra confirmando un documento junto con el rey
García Sánchez.
Gutier
Núñez: Gutier Núñez aparece como conde en Burgos en el difícil año
del 931, en pleno enfrentamiento entre Alfonso IV y Ramiro II. En un documento
del monasterio de San Pedro de Cardeña firmado el 1-III-931 dice “Adefonso rey en León y conde en Burgos
Gutier Nunniz”. Poco después otro documento del monasterio de San Pedro de
Arlanza referente al monasterio de San Martín de Tabladillo con fecha 24-VI-931
sigue reconociendo a Alfonso IV como rey.
Dice Pérez de Urbel que este magnate debía de
ser un importante con conde gallego hermano de Gotona, viuda de su hermano el
rey Sancho y que pudo ser nombrado conde para asegurar la fidelidad de esta
importante familia. Si es así, la caída de Alfonso IV también provocó la suya.
Años después, en el 935, parece que recuperó la confianza real pues aparece en
León confirmando una donación real a la sede episcopal leonesa.
Bibliografía:
Programa de radio “Plaza de Armas”
“Moros y Cristianos. La gran aventura de la
España Medieval” por José Javier Esparza.
“Historia de Castilla. De Atapuerca a
Fuensaldaña” Juan José González García.
Guías-viajar.com
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