Que no te asusten ni la letra ni el sendero de palabras pues, amigo, para la sed de saber, largo trago.
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lunes, 25 de abril de 2016

943: el año que vivimos peligrosamente.


Habíamos dejado nuestro relato en el año 940, con un apaleado Abderramán III, y un Ramiro enfilando otro tipo de problemas: ordenar su casa. El rey veía que ahora León era una potencia regional… ¡muy poco organizada!

Ramiro II de León

Su peso político debía igualar a su nueva extensión territorial y para eso era imprescindible organizarse. Lo que pasaba por dos puntos: controlar el espacio político de la corona y mejorar la Administración. Lo segundo era lo que más problemas traería, dados los necesarios equilibrios entre las poderosas familias leonesas, gallegas, asturianas, castellanas… ¿Cómo reforzó la estructura del reino ante esos terratenientes? Reglamentando las distintas jurisdicciones, es decir, aclarar quién mandaba en cada sitio y con qué competencias.

Miremos la estructura de poder del reino de León: bajo el rey nos encontramos con la curia regia, una suerte de consejo de estado integrado por los grandes notables, tanto eclesiásticos como nobiliarios. Descendiendo vemos una serie de instituciones subordinadas que atendía los negocios de palacio y cuyo origen era, por decirlo suavemente, espontáneo, es decir, fruto de necesidades puntuales. Ramiro buscó racionalizar algo todo esto con el sencillo sistema de definir funciones y nombrar personas para desempeñarlas.


¿Recuerdan que teníamos un primer problema? Exacto, el del control del territorio. Para ello optó por organizar la repoblación. Nunca olviden que reconquista es repoblación. Punto. Razones demográficas, sociales, religiosas, políticas y económicas impulsan a los cristianos del norte hacia las tierras del sur. Hacia la que empiezan a llamar “España perdida”. Y quienes cubren el terreno con lágrimas, sudor y, más veces de las que quisieran, sangre son los campesinos. Sólo después asomaba por la zona el poder político del rey y sus condes, para organiza el espacio y “civilizar” los territorios dentro de la corona, concediendo fueros y reglamentando la vida comunitaria. Vamos, lo normal en el siglo IX.

La cosa cambia un poco con el siglo X cuando junto a la colonización de campesinos libres aparece nítidamente definida la repoblación oficial, de iniciativa regia. Hacia 939 el protagonismo del rey y los nobles crece en las tareas de repoblación. Aun así, el peso principal lo seguían llevando las familias de campesinos que sacrificaban seguridad a favor de libertad. No olviden esta ecuación.


Ramiro II está organizando su territorio. Eso está claro. En especial trata de organizar las nuevas tierras que han quedado en sus manos, es decir, hasta la línea del Tormes. Zonas que no pertenecían al espacio político de León, pero tampoco formaban parte de las divisiones administrativas cordobesas. Eran, ciertamente, una tierra de nadie. Bueno, de sus colonos cristianos.

Colonos solos, sin castillos ni fortalezas que les protejan. Ante esta realidad el rey se pone delante de la manifestación y asume en persona la repoblación de la cuenca del Cea, en León, y se ocupa de instalar en los nuevos territorios grandes contingentes mozárabes, es decir, cristianos que habían huido de Al-Ándalus. No serán ciudades de nuevo cuño sino de localidades que ya conocían las azadas de los colonos. Pero el rey se cuida de introducirlas en el espacio controlado militar, política y económicamente por la corona. Ésta es ahora la nueva frontera del reino.


Como no hay reino grande sin manifestación externa de grandeza, Ramiro II se ocupó también de que sus súbditos vieran físicamente la importancia de la corona mediante la construcción de un nuevo palacio real y el aumento de la corte. También actuando por el lado espiritual, al fin y al cabo la razón de ser del estado, y levantó el monasterio de San Salvador, el de San Marcelo y restaurar el de San Claudio.

Pero los moros no se dejaban conquistar con frases tipo “Welcome, cristianos” –por utilizar simplezas contemporáneas- sino que mantenían una dura actividad guerrera. ¿Que Córdoba ataca ese año 940? Los castellanos contestan atacando Salamanca. Hacia agosto de 941, León, Córdoba y Pamplona firman una frágil tregua. Dura un mes. Se rompe por cuenta de los ataques navarros contra las fortificaciones moras en Huesca.

Tumba de Toda en San Millán de Suso

Y es que estos navarros eran de armas tomar. Además, estaban en todas las salsas. Gracias, especialmente, a Toda Aznar, o Aznárez, que era hija de la princesa Oneca de Pamplona y de don Aznar Sánchez de Larraun, y nieta del rey de Pamplona Fortún Garcés, de la dinastía Íñiga. Nació hacia 876, casi con el reino. Cuando le llegó la edad casó con Sancho Garcés, de la familia Jimena.

Ya hemos hablado de cuando Alfonso III, a principios del siglo x, propició el golpe contra el rey Fortún, el abuelo de Toda. ¿Por qué derrocarle? Por “promoro”, lo que debilitaba el frente cristiano. La persona escogida para reemplazarle fue Sancho Garcés, el marido de nuestra dama. ¿Y eso? Mirad, está casado con Toda (nieta de Fortún) y podrá presentar los derechos de su esposa; y porque representa a una familia nueva, los Jimenos, ajena a la vieja querella entre Íñigos y Velascos.


Salvo que la esposa del nuevo rey es una Iñigo. Con 30 años Toda es la clave del equilibrio político en Navarra. Y, pronto, en toda Hispania. Pamplona presentó sus estrategias: alianza férrea con Asturias-León y afirmación del reino desde el Pirineo hasta el Ebro. La cosa funcionará. Navarra absorbe el condado de Aragón, baja la frontera hasta Nájera y marca su territorio frente a los señores musulmanes del valle del Ebro. Internamente la nueva dinastía Jimena reforma la corte, acuñan moneda, estructura el control del territorio en “tenencias” y emparentan con todos. Con todos, todos.

Sancho I Garcés muere en 925 y nuestra protagonista queda viuda a los cuarenta y nueve años con un heredero, su hijo García, menor de edad. Claro que había dos regentes que buscaban impedir la intromisión de los “magnates” en el poder. Lo bueno para Toda, es que fue en nombre de sus derechos cómo su esposo, Sancho, tomó la corona. Por lo tanto, lo fundamental era preservar esos derechos.

Guerreros Cristianos y Musulmanes por Ángel Pinto.

Decisiones de Toda, la navarra: Permanecer viuda y colocar bien a sus hijas. Con respecto a estas chavalas vemos: Sancha, casada en 923 con el rey de León Ordoño II (muerto en 924); Onneca o Iñiga, el mismo año de 923 se había casado con un hijo de Ordoño, Alfonso, que sería Alfonso IV. Tenemos así que, por mor de la política, dos hermanas se convierten en suegra y nuera –Alucinante-. Claro que la prematura muerte de la princesa Onneca solventó el problema. O no. Porque Alfonso cayó en una depresión y se aisló en un convento.

El nuevo rey leonés será Ramiro II… que se casará con ¡otra hija de doña Toda! Será Urraca en 932, una vez que Ramiro renunció a su matrimonio con la gallega Adosinda por parentesco. Mientras tanto, la viuda Sancha –digna hija de Toda-, pasado el luto por Ordoño, se casará primero con el conde de Álava don Álvaro Herraméliz quién tras la guerra civil de 931 pierde sus dominios y, seguramente, la vida. ¿Descansó Sancha? No. Ahora se unirá a Fernán González (932), conde de Castilla. Para el 935 ya tenían dos hijos: Gundisalvo Fredinandiz y Sancius Fredinandiz. Con lo cual ya asoma la “Castilla clásica” en esta historia.


¿Se han perdido? No, ¿verdad? Pasamos a una cuarta hija, Velasquita, que contraerá matrimonio con un conde alavés Munio, o Nuño, Vela hacia el año 924 o 925. El conde tuvo la desagradable idea de morirse enseguida siendo sustituido por Álvaro Herraméliz de problemática trayectoria, arriba citado, y trastocando los planes de doña Toda. La obediente Velasquita casó entonces con Galindo de Ribagorza y después con el aragonés Fortún Galíndez que fue gobernador de Nájera entre 928 y 973. León, Castilla, Álava, Ribagorza, Aragón... Toda tocaba todos los palos. Y, por si no estaba suficientemente claro, dichos palos estaban en Álava, Castilla y León. Aliados en el este.

¿Y al nene? A García Sánchez lo casa primero con la condesa de Aragón, Andregoto Galíndez, y después, anulado ese matrimonio por razones de parentesco, con Teresa de León, hija del rey Ramiro II. No cabe duda que apostaba fuerte por controlar el mayor reino cristiano de Hispania.

Torre de Covarrubias

No era suficiente para Toda. Influirá en el campo moro. Abderramán (‘Abd al-Rahman III) era sobrino suyo. Y esto evitó que arrasara Pamplona. Eso y que doña Toda tuvo que acudir al campamento andalusí y rendir vasallaje al califa. Al menos, logró que el soberano de Córdoba reconociera los derechos de García, su hijo, el heredero de Pamplona. Doña Toda no le perdonará la humillación. Y, no lo olvidemos, León –y su condado de Castilla especialmente- pagó ese acuerdo porque los ejércitos cordobeses se dirigieron hacia La Rioja para atacar Álava y luego la ciudad de Burgos, que fue completamente destruida.

La venganza fue en Simancas, donde las armas de Pamplona comparecieron junto a las leonesas para descalabrar al califa.

Bonito rollo para situarnos en el momento pero ¿Castilla Vieja? ¿Qué estaba pasando con Las Merindades? Bueno, ahora toca. Pensad que a mediados del siglo X, el Reino de León tiene una seria crisis social. En especial en Castilla. Vamos, que a Ramiro II se le romperá el reino por Castilla.


Así como doña Toda estaba controlando otros reinos, en León era la nobleza la que controlaba a la corona. Sobre todo en sus nuevos territorios. Sobre esas tierras colonizadas por hombre libres, los nobles, en nombre del rey, despliegan físicamente su poder. Vale, los nobles protegían una tierra de frontera y para ello tenían un poder. Un poder limitado, ojo. En el Reino de León el noble no es dueño de la tierra sobre la que ejerce su jurisdicción. Uno es conde en Castilla, pero no es señor de Castilla. Ahora bien, aunque esas tierras no sean suyas, sino del rey o de los colonos, el hecho de prestar protección exige una contraprestación: los campesinos han de mantener al conde y sus tropas. Ésta es la segunda cara del fenómeno, el deber de defensa implica que el defendido pague al defensor. ¿Cómo paga? Con bienes y servicios: grano, mieses, comida, y, también, trabajo. ¡Tachán! bienvenidos al vasallaje típico del feudalismo y su hija la obediencia del campesino otrora libre. Claro que en Castilla ese feudalismo no podrá ser tan “feudal” como en otras partes del reino.

¿Por qué? Uno: Repoblar la frontera se compensaba con derechos, personales y colectivos, que les salvaguardan de algunas de las presiones de los poderosos. Dos: Si vives en el frente de guerra aprendes a defenderte, a manejar armas y eso te hace peligroso e igual al noble. Tres: los nobles hispanos, las grandes fortunas tardoimperiales y godas, tras la invasión musulmana de 711 quedaron arruinadas en la mayor parte de Hispania. Quienes no pudieron o no quisieron pactar con los musulmanes lo perdieron todo. Mantenían preminencia social pero no parné.

Tumba de doña Sancha en la Colegiata de Covarrubias

Así las nuevas tierras de la frontera darán la oportunidad de sumar al nombre la riqueza. Y para esto habrá muchos pretendientes. Pero, ¿Quién trabaja y quién es el amo del trabajo y de sus frutos? ¿Trabajarán los esclavos? En la España repoblada no había esclavos. Eso en el siglo X era una radical novedad. ¿Por qué? Porque la toma de riesgos se ha de compensar con libertad y porque la Iglesia, determinante en el proceso de la repoblación, veta el sistema esclavista porque no es aceptable esclavizar ni a un cristiano ni a un moro, al que hay que convertir.

Solo queda pactar. El pacto entre señor y campesino contendrá protección por un lado, servicio por el otro. El señor intentará por todos los medios que esos servicios crezcan y crezcan, para su propio enriquecimiento. Y el campesino intentará hasta donde pueda que los servicios se mantengan dentro de un límite razonable que no merme su libertad. Y, además, está el rey que teme que su poder sea cercenado por los nobles para lo que se apoya en las comunidades de campesinos, así, en grupo. Es como esa escena de las películas de crimen donde todos apuntan a todos y se mantiene un tenso equilibrio. Muy tenso.

Y claro, lo que está muy tenso aumenta su riesgo de quiebra. Y esta se produjo en Castilla de la mano de Fernán González. En el 942 el conde de Castilla, que era la mano derecha del rey y había acompañado su ascenso, se rebela. Tengamos en cuenta que, tras el 912 y la batalla de Simancas, la frontera había desbordado el Duero y aumentado su territorio.


Esa tierra de aluvión, con vascones, cántabros y godos acostumbrados a una frontera peligrosa disfrutaban de mayores libertades forales. ¡Bien! Pero esta identidad social y cultural no tenía una identidad política. Los territorios de Castilla quedaban bajo la jurisdicción de distintos condes con atribuciones y comarcas variables. Porque los condes -hay que insistir en ello- no eran señores de las tierras que gobernaban, sino que ejercían su gobierno en nombre del rey y sobre las comarcas que éste les encomendaba. No solo eso sino que había tensión en la corte sobre quienes obtenían los cargos de condes en Castilla, o en las diferentes zonas, alfoces o comarcas de la misma. Era una lucha entre leoneses y castellanos.

Cuanto más se consolidaban los nuevos clanes castellanos, y su influencia en León, más dura era la refriega. Y ya nos es obligado hablar de los Lara (Fernán González era un Lara) y de los Assures o Ansúrez. Casi siempre oponentes. Los Ansúrez controlaban entre el Ebro y el Arlanzón, y los Lara entre el Duero y el Arlanza.

Fernán González, el Lara, era íntimo del rey, o eso creía, porque después de Simancas el rey no confía la repoblación del área sur castellana a Fernán, sino a Assur Fernández, de la familia de los Ansúrez. La “broma” tuvo unas consecuencias políticas inmediatas: Fernán había perdido el favor regio (¿Desconfianza? ¿Castigo? ¿Diversificación de favores y riesgos?). Ramiro había entregado a Assur Fernández un área que abarcaba en línea recta norte-sur desde Peñafiel, en Valladolid, hasta Cuéllar, en Segovia. Le acababan de taponar la expansión al sur a Fernán González, que había llegado hasta Sepúlveda y, ahora, quedaba encajonado ante la muralla del Sistema Central.


El rey Ramiro, para colmo, nombraba a Assur Fernández conde de Monzón. En resumen, el principal beneficiario de la batalla de Simancas (939) no era Fernán, sino su rival. El conde de Castilla veía limitado su poder y, en su lugar, crecía la influencia de los Ansúrez. Parece que Fernán González vio en todo esto una afrenta insoportable, una manifestación de ingratitud por parte del rey a quien tanto había servido. Y así se incubó la rebelión. Corriendo el curso de 943, el conde de Castilla y yerno de doña Toda de Pamplona, que ya era el hombre más poderoso del reino antes de cumplir los cuarenta años, tomaba la decisión más grave de su vida.

Nada hacía presagiar esta acción por parte de Quien había recibido en 932 la gestión del macrocondado de Castilla; de aquél que acompañó a su rey en la primavera del 933 cuando se paró el ataque a Osma y San Esteban de Gormaz; la espada que acudió en la razzia contra la fortaleza de Mayrit (Madrid); y el hombre que en la primavera del 942 –por orden de Ramiro II- ayuda a García de Pamplona contra al-Tuyibi en Tudela y que por ello sufrió una inmediata aceifa contra Castilla.

Declararía a Castilla como condado vasallo del Reino de León. Para muestra de ello se construirá la torre de Covarrubias sin permiso del rey.



Anexos:

El poder condal en Castilla entre el 926 y el 931. Hagamos ahora un repaso de los diferentes magnates con atribuciones condales que dominan el territorio castellano en esta época.

Nuño Fernández: Nuño Fernández ostenta el título de conde de Castilla y de Burgos desde el 921. Es muy difícil conocer su posición en el conflicto entre Alfonso Ordóñez (Alfonso IV) y Alfonso Froilaz. Y es que en un documento del 25/II/926 aún aparece con estos títulos en una donación del presbítero Aliemo y su nieto Elleca al monasterio de San Pedro de Cardeña, reinando Alfonso Ordóñez en León. En este documento aparece otro nombre con dignidad condal, “Roderico Fredinandiz, comite” quizás su hermano.

Sin embargo es esta su última aparición en la zona. En un documento del 20-III-927 que narra un litigio entre el monasterio de Santa María del Puerto en Santoña y un tal Cixila, aparece un “domno Nunu Comite” que puede ser Nuño Fernández, pero ya reconociendo a Alfonso Froilaz como rey, tal y como ocurre en otras zonas como Liébana, Santillana del Mar, etc. Desde ese momento ya no se vuelve a tener noticia de él.

Fernando Ansúrez: Fernando Ansúrez aparece como conde en Castilla en el 929 quizás sustituyendo a Nuño Fernández. En concreto se disponen de dos documentos del monasterio de San Pedro de Cardeña fechados el 1-X-929 y 24-XI-929 con su nombre. En el último confirmó la donación de Villagonzalo Pedernales a San Pedro de Cardeña por parte de Flámula, la viuda del antiguo conde Gonzalo Téllez. No se vuelve a tener noticia de él desde esta fecha en Castilla coincidiendo con los sucesos de la renuncia al trono de Alfonso IV y su posterior arrepentimiento y conflicto con Ramiro II.

Álvaro Herraméliz: Álvaro Herraméliz domina el condado de Álava, siendo nombrado por primera vez en el 924 (sin ser citado conde) y desde esta base parece que dominó el condado de Lantarón y el de Cerezo. En un documento del 28-VIII-929 confirma en un documento de Valpuesta la venta de un tal Araspio de sus bienes al presbítero Severo, “reinando don Alfonso en León y Álvaro Herraméliz en Lantarón”.

Parece que apoyó a Alfonso IV, pues estaba casado con una hermana de la mujer del rey, frente a Ramiro II pues desde el 931 ya no se vuelven a tener noticias de él en Castilla. El 11/I/931 aparece en Viguera junto al rey de Navarra confirmando un documento junto con el rey García Sánchez.

Gutier Núñez: Gutier Núñez aparece como conde en Burgos en el difícil año del 931, en pleno enfrentamiento entre Alfonso IV y Ramiro II. En un documento del monasterio de San Pedro de Cardeña firmado el 1-III-931 dice “Adefonso rey en León y conde en Burgos Gutier Nunniz”. Poco después otro documento del monasterio de San Pedro de Arlanza referente al monasterio de San Martín de Tabladillo con fecha 24-VI-931 sigue reconociendo a Alfonso IV como rey.

Dice Pérez de Urbel que este magnate debía de ser un importante con conde gallego hermano de Gotona, viuda de su hermano el rey Sancho y que pudo ser nombrado conde para asegurar la fidelidad de esta importante familia. Si es así, la caída de Alfonso IV también provocó la suya. Años después, en el 935, parece que recuperó la confianza real pues aparece en León confirmando una donación real a la sede episcopal leonesa.




Bibliografía:

Programa de radio “Plaza de Armas”
“Moros y Cristianos. La gran aventura de la España Medieval” por José Javier Esparza.
“Historia de Castilla. De Atapuerca a Fuensaldaña” Juan José González García.
Guías-viajar.com



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