Nuestro ciclo sobre San Juan de la Hoz, como
todas las cosas en la vida, termina. Y lo terminaremos con su muerte, no la del
edificio sino la física, la de las personas. La que duele.
Los ritos funerarios son un muestrario de los
comportamientos sociales de un momento histórico determinado. Y de ahí su
principal valor. Durante las excavaciones en San Juan de la Hoz se localizaron
numerosos osarios que procederían del levantamiento de los enterramientos que
estuvieron bajo la iglesia románica y que tuvieron que moverse por el derrumbe
del siglo XVIII.
Iglesia de San JUan de la Hoz Cortesía Tierras de Burgos |
Tenemos así:
Osario
del Noroeste: fuera de la iglesia, construido con pobres
muros de mampostería adosados al exterior del templo que afeaba el templo.
Osario
del presbiterio: En el lateral sur, a 38 cm de distancia del
banco románico, se halló una fosa con cabecera enmarcada por dos piedras
talladas y tres baldosas rojas y completada con mampuesto. Tuvo que ser la
tumba de algún personaje pero se halló vacía.
Pero sí se contabilizaron restos óseos de
adultos revueltos, unos 23 individuos. Y un poco alejado un esqueleto adulto pero
en una tumba destruida o quemada. Estaba en decúbito supino con la cabeza al
oeste. Le faltaban los brazos y la pierna izquierda.
Parece que el presbiterio era la zona de
enterramiento de los frailes del lugar.
Osario
del crucero y la nave: En este se encontraron monedas de
diferentes épocas entre los restos humanos. Dado que los huesos de las manos
estaban manchados de cardenillo se dedujo que se produjeron por la tradición
del óbolo del difunto.
Se recuperaron, a su vez, rosarios del siglo
XVIII, medallas y cruces de madera tallada, cuentas de azabache, cristal,
clavos, cerámica, aretes y fragmentos de madera que empujan hacia la idea del
empleo de ataúdes. Estos restos vieron alterado su “eterno descanso” por las
obras de reforma del siglo dieciocho. Por ello, pocos restos óseos se pudieron
recoger para el estudio correspondiente. Así, los cráneos (125-130) fueron
enterrados en una fosa común en el claustro y el resto se empleó como material
de relleno de la zona estudiada.
Osario
del claustro: A casi un metro y medio de la cata se encontró
un cráneo cubierto por una teja de buena factura, una moneda del rey Alfonso V
(999-1028) y restos de cerámica. Además, cuatro esqueletos –uno con el cráneo
bajo una teja y los otros con monedas de Sancho IV (1284-1295) y Enrique IV (1454-1474)
y Felipe II- antes del nivel prerrománico. Una vez llegado a ese nivel, nada.
Desplazados a un metro de distancia del muro
sur, en dicho lateral norte, se encontraron resto de una posible fosa y varios
esqueletos incompletos. La prospección encontró tras estos un muro de 70 centímetros
de ancho y 80 centímetros de altura de buena mampostería sobre el que va el
grijo del claustro.
Tras el murete se encontró la losa de una
sepultura que protegía una tumba de cabecera redondeada. Dentro: un esqueleto
encorvado (fue metido a presión porque no cabía en una muestra de humor negro o
–seriamente visto- de situación chusca). El padre Argáiz deja escrito que en el
claustro se encontraba una piedra con el nombre del abad Nicolás.
Y, por supuesto, tenemos la conocida necrópolis altomedieval del monasterio
que correspondió a los enterramientos del monasterio dúplice, más allá del
arroyo Somorroyo que bordea el centro religioso. En las sucesivas campañas se
encontraron 84 enterramientos y la ausencia de tumbas más allá de lo acotado.
Pero un total de 67 individuos. A saber: 37 hombres, 27 mujeres, 5 niños y 3
indeterminados.
La conservación de las tumbas está condicionada
por el tipo de roca sobre la que se excavó: Roca caliza al sur (7 metros) con
entalladura de las tumbas más perfecta y mejor la conservación; unos 5 metros
centrales con roca poco compacta y tumbas peor conservadas; y el lateral norte
(unos 4 metros) que es un espacio con roca muy somera y donde los
enterramientos son de deposición.
Todas las tumbas presentan un aspecto
rudimentario tanto por la roca como por la hechura tosca, mediante puntero y
hacha, que comenzaba labrando los pies y, dada la pendiente, picaban hacia la
cabeza buscando simultáneamente el plano horizontal.
Cuando visiten esta necrópolis verán tumbas de
tipo bañera, de inicio antropomorfo, biformes, antropomorfas y de deposición
con un tamaño tirando a grande (más de 1`50 metros). Las de menos tamaño la
encuadraríamos en tumbas de niños o de adolescentes por lo cual es lógica la
preponderancia de los tamaños grandes: es un monasterio. Y, no se crean, de
jóvenes hay una cuarta parte de las tumbas. ¿Causa? Pensemos en las personas
ofrecidas como postulantes o novicios a la espera de su ingreso en la vida
monacal. Y si se preguntan por las tumbas infantiles podemos suponerlas fruto
del enterramiento de los niños de los trabajadores del lugar. O no.
Para saber la antigüedad de las tumbas solo hay
que fijarse en ellas. ¡Salta a la vista la época! Bueno, si sabemos mirar. Unas pistas:
- Si son sepulturas de bañera serán del siglo VIII
al IX (excepto las infantiles que llegan al XI).
- Si son Biformes van del IX al X
- ¿Antropomorfas? Siglos X a XI.
- Las de deposición son del periodo final de la
necrópolis porque no tienen forma y porque están situadas en donde la roca falla.
Desde la construcción de la iglesia románica
(Siglo XII) la necrópolis se abandona.
Si nos fijamos en la forma de las cabeceras y
del encaje de la cabeza también es un elemento para determinar la edad. Así, la
forma redondeada es la más antigua lo que sumado a la desigualdad en la hechura
de los hombros, los pies estrechos, la falta de encaje de las losas… nos sitúan
en la línea de los siglos VIII hasta el XI. Y el encaje del occipital de la
cabeza se abandona hacia el siglo XI. De hecho, solo 30 de 84 tienen oquedad
occipital y, estas, abundan en el lateral sur que es una zona de roca de mejor
clase y las más antiguas.
Otro aspecto a analizar es la orientación de las
tumbas. En el medievo la norma era una orientación de oeste (cabeza) a este
(pies) y la mayor parte de estas tumbas lo cumplen. Los incumplimientos,
generalmente entre las biformes, son causados por la calidad de la roca más que
por saltarse la dinámica general. ¿Qué les llevaba a estas gentes del medievo a
orientar así las tumbas? Podría ser una pervivencia de los cultos solares donde
la puesta de sol señalaría la región de los muertos. Si a esto le sumamos que
las losas que las cubrían tenían orificios para libaciones y la disposición de
monedas en las manos de los cadáveres, pues, tendríamos la clara supervivencia
de cultos paganos cubiertos por el barniz del cristianismo. Claro que podría no
ser eso sino buscar orientar las cabezas mirando hacia Jerusalén, la luz de la
verdadera vida.
Curiosamente el estudio de la orientación de las
tumbas puede descubrir la estación en que fueron necesitadas. En San Juan de la
Hoz la mayoría de los enterramientos se producen en dos periodos punta: de
marzo a mayo y de agosto a noviembre. ¿Seguro? O, al menos, nos dice que las
tumbas se labraban evitando los meses de mayor frío y de mayor calor.
Si se acercan a verlas tengan en cuenta el
deterioro que han sufrido causado por su antigüedad, la calidad de la roca, los
estragos de la vegetación, el expolio de las lajas de cobertura y la fragilidad
de la roca. No aumenten la degradación, por favor.
Y ya que han salido las losas de cobertura un
par de veces debemos hablar de ellas.
Se han hallado pocas porque, como en otros
lugares, se reutilizaron. Se supone, al carecer de encajes, que estarían
posadas sobre la tumba y calzadas con piedras menores. Alguna losa procedía de
la reconversión de una rueda de molino y en otras se encontraron orificios que
se han asociado a ofrendas paganas. Con ello podríamos asumir su supervivencia
en zonas rurales y montañosas.
Bibliografía:
“El conjunto arqueológico del monasterio de San
Juan de la Hoz de Cillaperlata (Burgos)” por Josefina Andrio González, Ester
Loyola Perea, Julio Martínez Florez y Javier Moreda Blanco.
Para saber más:
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