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domingo, 4 de junio de 2017

…Gozan de cabal salud. (958-966)



Continuamos aquí la historia del final de dos reyes de León. Si no tuvieron ocasión de leerla les invito a hacerlo previamente a esta:


¿Ya? Pues retomemos el hilo...

Fernán González trabajaba por su supervivencia. Los Navarros, en aquel 960, decidieron neutralizarle mediante el viejo recurso de su captura. Se trazó un ingenioso plan que, para los amigos de la historia, se hace conocido. Se concierta una reunión con García I Sánchez en Cirueña (Cerca de San Millán de la Cogolla y de la frontera con Castilla) a la que acude el conde de Castilla con sus hijos Gonzalo y García. Debían de reunirse con un cortejo de unos cinco caballeros pero García Sánchez se acercó con más de treinta. Fernán fue arrastrado a Pamplona, luego a Clavijo y después a Tubía. El ser cuñados no ayudó al castellano. Más bien, como en esas cenas navideñas insufribles, el parentesco político lo empeoró. Aunque no mucho, porque mantuvo la cabeza sobre los hombros. Fernán estuvo confinado el tiempo que necesitó Sancho para atornillarse en el trono.


Escudo de Sancho Garcés.

Y, claro, Abderramán asumió que era mejor que Fernán estuviese cerca de su mano y se lo reclamó a los navarros. García se negó. Es más, el rey de Pamplona, después de esta petición, entendió que Fernán era un producto tóxico y urgió su puesta en libertad.

¿Por qué el califa pidió a Fernán? Para Abderramán el apoyo a Sancho era el primer toque de una gran carambola de billar: Sancho I estaba en deuda con él. ¿Recuerdan las diez fortalezas del Duero a entregar al moro? Todavía no las tenía. Lógico. Pero, ¿era un ingenuo el califa? ¿Creía que Sancho cumpliría? No. Abderramán, zorro político, sabía que nadie en su sano juicio le entregaría el control de su frontera porque se ganaría la enemistad de los grandes linajes nobiliarios. Y, ¿a los nobles que les importaba? Pues, entiéndanme, eran esos linajes -lo mismo el de Castilla que los de Cea, Saldaña y Monzón, y además los de Portugal- los que controlaban la línea del Duero. Y contrariarles significaría la defenestración de Sancho I, el craso.

Estandarte de Abderramán III

Sancho, que fue gordo pero no tonto, lo sabía y nunca entregó las plazas. Pero Abderramán recogió otro as. ¿Recuerdan al depuesto Ordoño IV? Está en Córdoba para pedir ayuda a los sarracenos. Podría valer de algo. A primera vista es un elemento desestabilizador del norte. Una especie de botón nuclear para negociar y obtener contrapartidas. Veremos.

Y, en esto, llegó La Parca a visitar a Abderramán III. Era octubre de 961. Con su muerte salía de escena el segundo gigante político de la partida tras la reina Toda. Bueno, quedaba el conde de Castilla Fernán González pero no podía hacer gran cosa al estar alejado del círculo de Sancho I. ¡Y gracias!

Sancho I estaba resabiado: Para empezar, se casó con una dama de familia muy influyente, Teresa Ansúrez, hija de Asur Fernández, de la poderosísima casa de Monzón; recabó el apoyo de los grandes magnates gallegos: Pelayo González, Rodrigo Velázquez y el obispo Rosendo; y la fidelidad de Fernán González, el último en someterse, se la cobraría poco después.


Afianzado en el interior encaró “las relaciones exteriores” del reino de León. Aliado con su tío García, rey de Navarra, aprovechó la ocasión para estrechar lazos con los condes catalanes Mirón y Borrell quienes se sentían libres de su paz con el difunto Abderramán. Sancho I necesitaba una posición de fuerza porque Alhakén II demandaba las diez fortalezas prometidas a su padre.

Alhakén tenía 47 años al convertirse en califa. Nombrado sucesor a los ocho años y veterano en política y milicia. Fue una copia política de su padre pero con un carácter más moderado. Confió los asuntos militares al general Galib, un eslavo, y la administración del reino a su chambelán al-Mushafi, un berberisco de Valencia. Tras ello, enfiló el asunto de procurarse un heredero, o varios. Alhakén no tenía hijos. Su esposa, Radhia, sólo había podido darle uno que murió a temprana edad. ¿Qué pasaba? ¿No tenía harén? ¿Tenía problemas físicos como le ocurría a Francisco de Asís (esposos de Isabel II)? ¿O era gay? La falta de hijos no era un problema mientras Alhakén fue “el heredero” pero siendo el califa...

Alhakén II

Necesitaba una mujer que garantizase la descendencia. Eligieron una esclava vascona: Subh –también llamada Zohbeya y Aurora- y que Alhakén llamó Chafar. Este es un nombre de varón. ¿Seguro que el califa no era gay? Bah, da igual, consiguió el heredero. Contamos esto porque la esclava vascona entrará en la historia de Iberia.

Pero las cuitas de entrepierna del moro no le separaron de su objetivo de cobrarse las fortalezas. Para eso estaba otro de los reyes: Ordoño IV, el rey destronado por el califato debía pagar su cuidado desde abril del año 962.


Y la deuda era importante porque desde que le recogió el general Galib en Medinaceli y le llevó escoltado por un destacamento de caballería a Córdoba ha sido un ser patético. Córdoba rodeó al rey destronado con todo el boato exigido. Ordoño, nada más llegar, pidió ver el sepulcro del viejo califa, Abderramán. Una vez ante él, se descubrió, se hincó de rodillas y declamó oraciones con grandes aspavientos. Los cordobeses instalaron a Ordoño en un suntuoso palacio con guardias y esclavos. Alhakén demoró dos días la recepción. Finalmente el rey destronado fue conducido a presencia del califa. El encuentro tuvo lugar en la residencia califal de Medina Azahara. Ordoño compareció vestido como un moro. A medida que se acercaba al trono donde le aguardaba Alhakén, aquel desdichado multiplicaba las reverencias y las prosternaciones. (lo dicho: patético)

Llegado ante el califa, Ordoño se proclamó su vasallo y siervo. El califa, por su parte, se limitó a enunciar una escueta y algo vaga promesa: si Sancho, el rey vigente, no cumplía su palabra (aquello de las diez fortalezas en el Duero), Córdoba ayudaría a Ordoño a recuperar el trono con un ejército que mandaría el gobernador moro de Medinaceli. Y Ordoño, a su vez, respondió que si tal cosa ocurría, juraba vivir siempre en paz con el califa, entregar como prenda a su hijo García y batallar sin descanso contra Fernán González, su ex suegro. (¿Y las diez plazas fuertes?)


Ordoño estaba encantado con la fraudulenta promesa del califa. La finalidad de la misma era asustar a Sancho I para que renovara sus votos. Dos tipos pretendían el trono de León y ambos estaban en deuda con Córdoba. ¿Qué más se podía pedir? Si Sancho, por temor a perder otra vez el trono, cumplía lo pactado, el califa se desharía del desdichado Ordoño. Y si Sancho no cumplía, entonces Alhakén podría atacar León en nombre del propio rey de León: Ordoño. ¡Nunca pudo caer tan bajo corona de Pelayo!

Evidentemente Sancho envió embajadores a Córdoba. La embajada desbordaba condes y prelados. Debían dar seguridades a Alhakén de que estaba a punto de cumplir. ¿Se lo creería el califa? Daba igual, el pelele que mantenía en una jaula de oro era una baza fuerte. Hasta que muere, al parecer por causas naturales, a finales de 962.

Moneda de Alhakén II

La amenaza contra Sancho desaparecía del horizonte y él podría seguir haciéndose el loco acerca de aquel enojoso asunto de las diez fortalezas. Sancho había aprendido mucho y se alía con los catalanes (perdón, con el Condado de Barcelona), Castilla y Pamplona para enfrentarse al moro. Pero Sancho I no está a la altura de las circunstancias. ¿Cómo acogió el califa Alhakén ese frente bélico que abarcaba desde Portugal hasta los condados catalanes? Con calma, reconociendo sus intereses y midiendo los pasos.

Córdoba debía mantener el control político sobre los territorios al sur del Sistema Central y sobre el valle medio del Ebro, y ejercer una presión militar continua sobre las tierras al sur del Duero, entorpeciendo los intentos cristianos de repoblación. Sencilla pero con un punto crucial: Soria. Esta zona era el pasillo entre Córdoba, Toledo y Zaragoza y permitía dominar el valle alto del Duero. Blanco y en botella.

Desde Medinaceli, la base militar del general Galib, las tropas moras podían castigar en pocas jornadas tanto Navarra como Castilla. Además, San Esteban de Gormáz, en ese momento cristiana y posiblemente una de las fortalezas ofrecidas por Sancho el Craso, si estuviese en manos moras taponaría la expansión cristiana y cubriría el flanco de sus territorios. ¡Adjudicado!

Castillo de San Esteban de Gormáz

Alhakén, bueno su general eslavo Galib, desencadenó la ofensiva en el año 963. Fue una operación, como se dice ahora, quirúrgica. Los ejércitos moros concentraron su acción en tres puntos: San Esteban de Gormáz, que cayó sin remedio; al norte, Calahorra, desde donde podrían frenarse los intentos de expansión navarros y alaveses sobre La Rioja; y al sur, Atienza, que amenazaba las tierras moras en el alto Tajo. Tres golpes decisivos. El frente cristiano de Sancho se diluyó.

¿Qué les pasó a los leoneses -incluidos castellanos- en esas batallas? ¿Cómo pudo Galib apoderarse de Calahorra, a un paso de Nájera? Hubo, por un lado, una pésima dirección política y, por otra, se comprobó que Pamplona no tenía fuerza militar para defenderse sin sus aliados. El califa demostraba lo que de verdad eran esos reinos cristianos: caudillos mal avenidos.

Añadamos que León, con tanto “juego de tronos”, era un marasmo ingobernable lejos del esplendor de una década atrás con Ordoño III. Es lo que tiene depender de las casas nobiliarias, de los señores territoriales a los que se debe corona y poder: que siempre quieren más y son insaciables. La corona se debilita. Ante ello se necesita un carácter y una fuerza que no tuvieron ni Sancho, el Gordo, ni Ordoño, el Malo. Resaltemos que los últimos años del Gordo, perdida la fuerza militar, fueron inestables políticamente.

(Ángel Pinto)

En 965, los nobles de Galicia se revuelven. ¿Por qué? No hace falta pensar mucho: por poder e influencia. En el siglo X, los magnates gallegos se sentían marginados y, para que el asunto fuese completito, estaban en guerra entre ellos. Los del norte del Duero contra los del sur. ¿Y eso? Sancho el Craso no solo se apoyó en los moros para recuperar el poder sino que “cometió” el pecado de no mimar a los gallegos y reforzarse en las grandes familias condales de León y Castilla: condes de Cea, Saldaña, Monzón (con una Ansúrez de Monzón se había casado él) y, finalmente, el de Castilla (Fernán González). Traducido a dineros quería decir que iba poco a las manos de los gerifaltes gallegos y mucho a los territorios repoblados y a los condes de las zonas de donde sacaba su fuerza Sancho I el Craso. Por compararlo con el presente, es lo mismo que los presidentes de las comunidades autónomas de España que, cuando el gobierno central es débil y necesita unos votos, los prestan a cambio de inversiones y competencias del estado. Los demás se ponen a llorar y a declararse abandonados por parte del Gobierno de España.

¿Esa marginación concernía a todos los magnates gallegos? Nunca concierne a todos. Se ha constatado que el malestar era muy vivo en lo que hoy es Portugal. El rey decide coger el toro por los cuernos y viaja a Galicia. El mapa que encontró eran unos nobles del norte de Galicia más favorables a Sancho que los del sur. A los del norte los capitaneaba Rodrigo Velázquez. A los del sur, Gonzalo Menéndez y Gonzalo Núñez.

Castillo de Medinaceli

Sancho tenía la idea de reforzar las huestes de Rodrigo Velázquez. Pero, por el camino, uno de los Gonzalo consigue entrevistarse con el rey en, dicen, el monasterio de Cástrelo do Miño. El conde Gonzalo esta obsequioso y ofrece al rey algo de picoteo. Y entre estas viandas hay una apetitosa manzana. Sancho siempre fue un glotón. A los pocos minutos, el rey empieza a encontrarse mal. Pasan las horas y el malestar no remite; al contrario, se agrava. El séquito del monarca decide retirarse a León para atender al enfermo. Nunca llegará. Sancho muere, envenenado, por el camino. Era el año 966. Sancho I el Craso fallecía a los treinta y cuatro años de edad por causa de la comida. Bueno, en cierta forma.


Su viuda, Teresa Ansúrez, se metió monja. El trono: vacante. Sancho tenía heredero, Ramiro, pero era un niño de cinco años. Los nobles gallegos pensaban en otro heredero al trono: Bermudo, el hijo de Ordoño III y Urraca Fernández. Muchacho de veinte años y sin derecho directo al trono. ¿Solución? La regencia que gestionaría el vacío de poder. Regirá Elvira Ramírez, la hija de Ramiro II, hermana de los reyes Ordoño III y Sancho I. La tenían de monja con lo cual la exclaustran y la suben al trono. Parece claro. Pero la viuda de Sancho, parece que enclaustrada a su pesar, intenta participar en el tema del trono. Mientras, al sur, crece la figura del futuro Almanzor.


Bibliografía:

“Historia de España” de Salvat.
“Moros y cristianos” José Javier Esparza.
“Historia del condado de Castilla” Fray Justo Pérez de Úrbel.



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