La imagen actual de un sacerdote es la de una
persona entregada a la difusión de la palabra de Dios, pastoreo de su grey y al cuidado de los pobres. Aunque, desgraciadamente, también aparecen personas que, pervirtiendo las
funciones y el respeto a su cargo, abusan de una posición preponderante. Son
humanos mal que nos pese y actúan como tales. No es algo excepcional, si leemos
los periódicos del siglo XIX y XX nos encontramos con casos repugnantes y con
casos heroicos. Les presentaré dos, uno de cada tipo, que están alejados en el
tiempo pero no en el espacio. Después hincamos el diente al sangrante plato
principal.
Casa de Villacomparada de Rueda |
Pecado: Trasladémonos
al pueblo de Rucandio, el de Burgos porque hay otro en Cantabria, donde
Silverio Cuevas Lorente, cura párroco del lugar en aquel abril de 1900 y amancebado
con su sirviente Benita Saiz Fernández, decidió suprimir el fruto de su lujuria
de la forma más expeditiva: estrangulando a la niña.
Bizarría:
Frente
a esta muestra de carácter corrompido les presento la valentía del párroco de
Extramiana quien, en 1892, repelió a tiros de pistola el asalto a su residencia
espantando a seis ladrones que, desgraciadamente, se dirigieron a Quintanilla
Monte Cabezas donde atacaron la rectoría… ¡Donde el sacerdote se defendió a
dentelladas y patadas! Y lo puso en fuga.
Como ven había de todo en la viña del señor pero
siempre es más llamativo el recuerdo de las “bestias pardas” que se escondían bajo
el vuelo de una sotana que los que se desvivían por sus convecinos. Y la peor de
entre ellas parece que fue la alimaña cazada en 1925 que, además, fue
reincidente. Recordamos un asesinato por “violencia de género” o “violencia
machista” –términos semánticamente peculiares, por cierto- y que ya causó un
gran escándalo en su tiempo. Otrosí, fue durante la dictadura de Primo de
Rivera y se necesitaban noticias impactantes que desviasen la atención y
mostrasen la dureza legal del régimen.
Clemente Huidobro Marquina. |
Seguro que han escuchado la historia del cura de
Villacomparada de Rueda, Clemente Huidobro Marquina, que mató a Dolores
González González una vez y lo intentó dos. Lo consiguió entrado el año
nuevo de 1925 cuando le descerrajó siete tiros. Pero ya lo había intentado unos
meses antes. Fue en junio de 1924 y la causa se vio –siguiendo la más reputada
tradición española- tras el asesinato de la muchacha, en febrero de 1925.
Desandemos el camino hasta un viernes de junio
de 1924. Pocos días antes, o quizá la víspera de ese día, cuando Dolores
paseaba con Agapito Peña, que supongo era su novio, fue amenazada de muerte.
Algunas fuentes añaden un disparo por parte de Clemente para amedrentarles. Así
que ese viernes de junio la chica ya sabía con quién se tenía que enfrentar. Y Clemente
Huidobro fue a la huerta donde estaba trabajando Dolores y la incitó a mantener
relaciones sexuales que ella rechazó airada. Entonces él le dijo que estaba
dispuesto a matarla y sacando la pistola hizo un disparo al aire. Ella marchó a
contárselo a sus padres seguida por el cura que seguía lanzando propuestas
tales como que estaba dispuesto a colgar los hábitos y marchar a América para
casarse con ella.
Al llegar a casa la chica se lo contó a su madre.
Sorprendentemente, el cura entró en la habitación y dijo: “¡He dicho que te mataba y te mato!”. Y disparó. Atravesó el
vientre de la muchacha. La madre se abalanzó contra él y sujetó su mano impidiendo
que hiciera nuevos disparos. El disparo atrajo al padre de la moza que vio al sacerdote aún sujeto por su esposa. El ensotanado peleó con ambos hasta que por fin
se liberó y se marchó a Villarcayo.
Otra versión –avanzo que en la prensa de la
época esto es normal- dice que al día siguiente de amenazar a la muchacha y a
su novio y enterado de que iba a ser denunciado a las autoridades, Clemente se
presentó en el domicilio de Dolores, y a cuatro pasos de distancia hizo un
disparo sobre la joven y la hirió gravemente en el hipocondrio izquierdo. Tras
ello, golpeó al padre y mordió en un hombro a la madre, supongo que para
zafarse de ella. Luego ya coincide en la marcha a Villarcayo.
En el juicio por el homicidio figura una tercera
versión: “(…) por lo que llegó una vez,
en que iba acompañada del vecino Agapito Peña, a amenazarla de muerte, y el día
26 de Junio último, encontrándola en la calle, la hizo varios disparos de
pistola con el propósito de matarla, causándole heridas gravísimas”. Y
empalmamos con la escapada a Villarcayo.
En dicha población consiguió que un amigo le
llevase a Burgos en su automóvil. Conocido el suceso salieron, persiguiéndolo, dos
o cuatro Guardias Civiles (la prensa baila la cifra) en otro coche. Ya en
Burgos lo detuvieron en la fonda donde solía alojarse. Había solicitado una
habitación para la noche. En ese momento se encontraba de sobremesa fumando un
puro y cuando vio a los agentes les dijo: “¿Venís
por mí? Pues vamos, la he matado”.
La benemérita condujo al criminal a Villarcayo
donde ingresó en la cárcel. La muchacha herida estuvo en estado grave, pero se
recuperó.
Se le acusó del delito de homicidio frustrado en
la persona de Dolores González. Claro, a esas alturas (16 de febrero) la
protección de la Audiencia Provincial de Burgos estaba reforzada dada la
expectación del caso y la siempre habitual querencia al morbo y la crónica
negra. Daba igual, la vista se hizo a puerta cerrada. El fiscal pedía 12 años
de prisión. Fue condenado a 10 años y un día de prisión mayor.
¿Notan algo raro en esto? Yo me encuentro con la
peculiaridad de que quien dispara contra una feligresa, un alma de su grey, no
es enviado lejos del lugar. Parte de los lugareños pudieron tener –a toro
pasado- cierta culpa en el crimen. Tras el acto de junio de 1924, Clemente Huidobro
bajaba casi todos los días a Villacomparada desde Bocos (residía allí) y entraba
en casa de los vecinos participando de su cordialidad hasta la madrugada. ¡Sin
reproches por ello! Incluso le eran admitidos los convites de vasos de vino que
agradecían los parroquianos.
Claro, tras saberse el asesinato, y siguiendo
una muy humana tendencia exculpatoria, muchos residentes en Villacomparada de
Rueda se escudaban en las influencias del cura, el poder de sus familiares, de
las protecciones de los de arriba…
Los vecinos le valoraban las recientes obras de
arreglo de la iglesia. En esa Navidad de 1925 seguía la torre desmantelada, pero
el interior y el pórtico estaban ya rematados. Las hizo Clemente por propia
voluntad sin tener claro el origen de las 2.500 pesetas de coste. Se rumoreó
que procedían de un legado instituido por un señor fallecido en Villarcayo para
la reparación de la iglesia.
Pero, ¿por qué mató a Dolores? Porque no accedió
a sus demandas de trato carnal… ¿O porque dejó de acceder a las mismas? ¿Y eso
se sabía? ¡Qué decirles! Era, y es, un pueblo pequeño en una comarca con poca
población donde los cotilleos se difundirían con la velocidad de los arrieros y
esta historia había tenido ya capítulos menores. Se tenía que saber que el cura
estaba encelado con Dolores, que no cedía en su postura.
Lo chocante es que durante la instrucción del
proceso por homicidio frustrado no se decretó ningún tipo de prisión
provisional a la espera de juicio y el sacerdote salió el 23 de septiembre con una
fianza de unas muy respetables 3.000 pesetas de 1924. Ni siquiera tuvieron la
prevención de obligarle a residir lejos de la víctima o quitarle cualquier arma
de fuego.
Le sorprendió, incluso, a Clemente que en una
entrevista carcelaria concedida a “El liberal” comenta el asunto de 1924 con las
siguientes palabras que nos muestran pinceladas del carácter del sacerdote y de
su época:
“Además,
si yo disparé la primera vez contra ella fue por defenderme de sus padres y no
por otra cosa. Pero, en fin, aquello no tuvo importancia, y se hubiera
arreglado. Un año de cárcel, y después a Madrid o a otro punto cualquiera, y
hasta olvidarlo todo...”
Libre, Clemente, recuperó la pistola que tenía escondida.
El 29 de Septiembre, buscó en el campo a Dolores, quién al verle y temiendo una
agresión, se encerró corriendo en su casa, saliendo al poco acompañada de
varias personas lo que obligó al cura a retirarse.
El juicio por este delito se produjo el 16 de
febrero de 1925, es decir, tras cometer el asesinato de Dolores. Evidentemente,
esto distorsionó el ambiente de forma imposible amen de resultar totalmente
superfluo.
Superado el Homicidio nos queda el asesinato.
Bibliografía:
Periódico “El Liberal”.
Periódico “El correo militar”.
Periódico “la opinión”.
Periódico “La correspondencia de España”.
Periódico “El Papa-moscas”.
Periódico “El heraldo de Madrid”.
Periódico “El imparcial”.
Periódico “El sol”.
Periódico “La correspondencia militar”.
Periódico “La época”.
Periódico “La libertad”.
Periódico “La Nación”.
Periódico “La voz”.
Revista “Mundo Gráfico”.
Revista “Nuevo Mundo”
Periódico “Crónica de Las Merindades”.
“Crónica negra de 1925” por Carlos Maza Gómez.
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