En el
966 dejábamos un rey de León de cinco años. La lucha por la regencia entre su
madre y su tía que, por ende, son monjas. Y no nos olvidemos de Bermudo, el
hijo de Ordoño III, pretendiendo la corona con el dispar apoyo de la nobleza
gallega. ¿Suficiente? No lo parece porque los vikingos desembarcarán en
Galicia.
Elvira
Ramírez –la tía- había profesado monja a los doce años en San Salvador y salió para
hacerse cargo de la regencia. Ganó porque tenía apoyos: Castilla, Navarra y los
poderosos condes Rodrigo Velázquez de Galicia, Fruela Vela de Álava y Gómez
Díaz de Saldaña. Frente a ella tenemos a Teresa Ansúrez -la madre- que ha
ingresado en un convento tras su viudez. Pero su ascendente con el rey no genera
apoyos. Sólo la propia familia Ansúrez, los condes de Monzón, la respaldan. No
son suficientes. Teresa abandona.
Elvira lo
hará medianamente bien: aplicó los ritos bizantinos para la liturgia cortesana leonesa;
y mandó embajadas a Córdoba para atemperar las cosas y obtener del califa una
paz ventajosa. Allí su embajada se encontraría con las de Aragón, Navarra y los
grandes condes de Castilla y Gómez Díaz, de Saldaña. Todos tienen claro quién
es el fuerte en este momento y entre ese “todos” están el germano emperador
Otón II y el emperador de Bizancio.
Al-Ándalus
brilla. El absolutismo de los califas ha reducido las querellas internas y maximizado
la riqueza del país. Córdoba controla dos tercios de la Península Ibérica y
domina el norte de África. El califato controla la salida occidental del mar
Mediterráneo. ¡Demasiado!
Y para
agigantar la cruz de los cristianos peninsulares, en el 968, aparecen en
Galicia… ¡los vikingos! Esta vez venían de la Normandía francesa y los mandaba
un tal Gundar, Gunduredo en las crónicas. Las narraciones cifran en cien barcos
y ocho mil vikingos la fuerza de asalto de Santiago de Compostela, famosa por
ser capital de peregrinación, rica y sin fortificaciones. Cuando se plantaron
en Santiago sonrieron al enfrentarse a un ejército comandado por el obispo Sisnando
Menéndez, titular de la sede jacobea. No lo conocían. El bueno de Sisnando II era
todo un ejemplar: Clérigo de maneras despóticas, magnate, conflictivo y
buscapleitos.
Se
enfrentaron en Fornelos (parroquia de Raris), unos veinticinco kilómetros al
sureste de Santiago, el 29 de marzo. En la refriega, una flecha mató al obispo lo
que desorganizó las huestes gallegas. Entonces los vikingos pasaron a la
ofensiva. Y, de pronto, aparecieron los refuerzos del conde Gonzalo Sánchez,
que volvieron a invertir el curso del combate. Los normandos de Gunduredo huyeron
a sus barcos. Se cuenta que perdieron por el camino muchos hombres, muchos
barcos y un nutrido botín que pasó a manos gallegas.
Los
vikingos habían comprobado que estas gentes todavía tenían nervio militar y
que, cada vez más, había señores que capitaneaban las hueste de forma ejemplar.
Lo que no vieron es que estos nobles militares estaban asentando en partes del
territorio cristiano un régimen feudal. Entendamos que a partir de las grandes
campañas del siglo X, quienes ganan nuevas tierras ya no son sólo los
campesinos que se aventuran en tierra de nadie, sino, y en gran medida, la
nobleza militar, que obtiene territorios a cambio de sus servicios en combate,
y los monasterios y obispados, que se benefician de las donaciones que reciben
de los reyes y de los nobles. Los colonos que lleguen a estas tierras no
tendrán la libertad que se respiraba antes. Poseen fueros y privilegios por
estar en zona peligrosa pero no la propiedad de la tierra. Seguro que están
mejor que de donde salieron pero el que manda es el señor de la tierra. Hay
otra razón, no había un Estado capaz de proteger los derechos de los súbditos
por lo cual nada impedía a un señor saltarse la ley y tomar las tierras de
algún pequeño propietario, ya por dinero, ya por la fuerza. El pequeño
campesino buscará un protector. Lo mismo que cuando la descomposición del
Impero Romano de Occidente. Esto le vendrá bien a Castilla que se convertirá en
tierra de libertad y de oportunidades.
Sancho II de Navarra |
Y en el
año 970 muere Fernán González, conde de Castilla: guerrero feroz, político
agresivo, caudillo implacable... Fue traidor y leal a sus reyes. Aliado y
enemigo de Pamplona por sangre e intereses. Fernán solo era leal a Fernán. Nació
en 910 en el castillo de Lara. Los Lara eran uno de los grandes linajes del
Reino de León. Desde unos años atrás, el título de conde de Castilla se transmitía
en el interior de esa familia. El padre de Fernán, Gonzalo, fue conde. Su tío,
Nuño, también. Fernán obtiene el condado cuando muere Nuño, después de un breve
gobierno de los Ansúrez.
Podríamos
decir que Fernán González fue una creación del rey Ramiro II: él fue quien
convirtió a aquel veinteañero en conde de Castilla como lo había sido su padre,
Gonzalo Fernández con anchísimos poderes en la zona oriental del reino. Este
Conde debería frenar las recurrentes aceifas moras en tierras castellanas,
pilotar la repoblación y asentar la autoridad del reino en aquellas tierras. Y,
ciertamente, una autoridad se asentó: la suya.
Su
hijo, García, heredaba el condado y la cultura popular empezaba a tejer la
leyenda que dará lugar al Poema de Fernán González. Esta obra crea el
sobrenombre de Fernán, “el Buen Conde” y muchas mentiras.
Fernán
parece que murió en el mejor momento para… el califa. Enemigos débiles y frontera
militar afianzada en el Duero devenían en la hegemonía política de Córdoba. El
califa Alhakén II podía extender sus dominios por el norte de África.
El gozo
de Córdoba no será duradero porque, es connatural a la vida, sus enemigos
aprenden. Tenemos a García Fernández, que desde el 1 de marzo de ese año ya
figura como gobernador de las tierras de Castilla y de Álava, y que a sus treinta
y dos años ha heredado el condado sin que León rechiste. Desde 965 está casado con
la condesa Ava de Ribagorza, una dama de la marca pirenaica, que le permite
señalar su independencia frente a la corona de León. Seguro que estuvo la mano
de doña Toda por el medio.
Pamplona
también está espabilando, aunque no viva doña Toda. El rey García Sánchez, el
hijo de doña Toda, ha muerto en ese mismo año de 970 y le sucede su primogénito
Sancho, hijo del rey y de la condesa de Aragón Andregoto Galíndez. De manera
que el nuevo rey será, además, conde de Aragón. Sancho tiene alrededor de
treinta y cinco años cuando hereda el trono. Poco antes se ha casado con Urraca
Fernández, hija del conde de Castilla Fernán González, la misma que antes había
sido esposa de los reyes de León Ordoño III y Ordoño IV, y que ya tenía al
menos cuatro hijos de sus anteriores matrimonios; con Sancho tendrá otros
cuatro.
El
nuevo rey de Pamplona será el primero en titularse rey de Navarra. Será Sancho
Garcés II; la historia le conocerá como Sancho Abarca. Y con esto nos
encontramos con que las alianzas inclinan la balanza lejos de León, hacia los
Pirineos.
Pensemos
en esto cuando nos dirigimos al reino heredero de Asturias. Es 973 y hay una
reunión en la cumbre. Están Ramiro III, de doce años -sigue siendo un niño pero
ya figura como rey-, su tía la monja Elvira Ramírez, el obispo de Santiago
Rosendo Gutiérrez y otros. Rosendo ha gobernado Galicia, ha extendido la fe por
todo su territorio y es unánimemente respetado tanto por el poder como por el
pueblo. Sin duda él tuvo parte en esa decisión: suprimir el obispado de Simancas.
¿Y por
qué? ¿Recuerdan la victoria de 939 sobre los musulmanes allí? Desde entonces,
Simancas proyectaba León hacia el sur. Suprimir la sede episcopal declaraba que
el reino no podía defenderla, era insegura. ¿Y eso? Lo explicaremos con una comparación.
¿Recuerdan que previo al ataque de Pearl Harbour los Yankees retiraron lo más
precioso que tenían? Pues la sede episcopal era el portaaviones de León. ¿Sabía
Ramiro III que los musulmanes romperían las paces por allí? No. Sabía que el
califato atacaría León porque esa sería la respuesta al ataque de Ramiro III.
Las
relaciones entre Córdoba y los reinos cristianos se habían deteriorado. Castilla
necesitaba expandirse hacia el sur, pero estaba taponada por la plaza mora de
San Esteban de Gormaz; había dos líderes jóvenes en Castilla y en Pamplona, con
ansias de gloria guerrera y energía para acometer nuevas empresas. La
repoblación seguía su camino en las sierras castellanas y en las tierras de La
Rioja, y los colonos provocaban continuos conflictos con los moros de la
frontera.
La
oportunidad de volver a la lucha nos la otorgó el califa al orientar sus
intereses hacia el Magreb. El grueso de su ejército estaba en Ceuta. Era
posible golpear sobre las posiciones sarracenas y recuperar lo perdido por
Sancho el Gordo y Ordoño el Malo.
El 2 de
septiembre de 974 el conde García Fernández, a pesar de tener embajadores en
Córdoba negociando tratados de paz, ataca la plaza mora de Deza, al sur del
Duero. Las huestes castellanas bajan hasta Sigüenza, en Guadalajara. Saquean a
fondo el territorio. Pasan por Medinaceli, la base del sistema defensivo moro
en la región, pero los sarracenos no son capaces de dar respuesta. Su general,
Galib, está en Córdoba, recién llegado del norte de África, disfrutando de su victoria
en el Magreb.
El
éxito de García dio alas a los cristianos. Inmediatamente se constituyó una
coalición como la de los viejos tiempos: bajo el mando teórico del imberbe
Ramiro III las tropas de León y de Castilla, incluidos los Banu Gómez de Saldaña,
hicieron frente común con los pamploneses de Sancho Abarca y marcharon sobre
las líneas moras. ¿Dónde? San Esteban de Gormaz, cuya sola presencia encarnaba
mejor que ninguna otra cosa la hegemonía militar musulmana en el Duero. Pero el
28 de junio el general Galib al frente de un numeroso ejército.
Las
huestes cristianas levantaron el campo perseguidas por Galib y su veloz
caballería que les alcanzó a la altura de Langa, pocos kilómetros al oeste de
Gormaz. Galib lanzó sus tropas por el valle alto del Duero y más allá. La
derrota no afectó sólo a los castellanos, sino también a los navarros. Los
descalabros de Gormaz, Langa y Navarra tuvieron efectos políticos. La derrota
militar implicaba la caída en desgracia de un partido de la corte de Ramiro III:
el castellano y navarro, cuyos líderes habían mordido el polvo. ¡Y era el bando
de la regente Elvira Ramírez!
La
venganza es un plato que se sirve frío, dicen. El caso es que era el momento de
la madre del rey, Teresa Ansúrez y de los Ansúrez, los condes de Monzón, que no
habían roto los lazos diplomáticos con Córdoba y, con ello, aparecían ahora
como salvavidas de la corona. ¿Su plan? Dejar de guerrear, llevarse bien con
Córdoba y asentar la organización del reino. El Reino de León tenía dos granos
purulentos: la levantisca Castilla, ahora acallada por la derrota, y los
magnates gallegos, que acababan de perder a la regente.
¿Cómo
lo aplicará Teresa? Pidiendo la paz a Alhakén II, el califa. Sencillo. Pero
hubo un problema: el califa moría en septiembre de 976. Y el califato se
enfrentaba a un vacío de poder. Córdoba tenía, como León, un heredero menor de
edad. ¿Quién mandará? Hisham tenía once años y frente a él hay dos partidos:
los suyos, con el visir al-Mushafi como regente, y los de su tío el príncipe
al-Mughira.
Al-Mushafi,
para asegurarse la posición, elimina al príncipe con la colaboración del jefe
de la policía cordobesa, Abu Amir alias Almanzor. Al poco este nuevo intrigante
será el tutor de Hisham además de jefe de la policía, inspector de la ceca y de
herencias vacantes. El joven califa nombró hayib, primer ministro, al entonces
visir al-Mushafi y a Almanzor visir y delegado del hayib.
Para el
año 977 hay títeres en León y en Córdoba. En León, el poder lo tienen los
grandes linajes nobiliarios que en Castilla, Monzón, Saldaña, Cea, Galicia o
Portugal hacen y deshacen a su antojo. Y en Córdoba, la viuda Subh, el hayib
al-Mushafi y el visir Almanzor. En un determinado momento, Almanzor y Subh se
hacen amantes. Sobra alguien. Así que Almanzor usará a Galib para desplazar a
al-Mushafi. Cada peldaño que Galib ascendiera, sería un peldaño que al-Mushafi
bajaría. Galib no poseía ambiciones políticas, pero su buen nombre entre las
masas hacía obligado contar con él: quien ambicionara el poder, ganaría puntos
si exhibía el apoyo del general Galib. Ahora bien, el visir estaba tratando por
todos los medios de conciliarse con el general, y exactamente por los mismos
motivos que Almanzor: el deseo de anular al vecino. ¿Dónde estaba la clave del
apoyo de Galib? Al-Mushafi buscó una solución, digamos, tradicional: pidió para
uno de sus hijos la mano de la hija del general, llamada Asmá. Ese matrimonio
podía crear un bloque de poder realmente indestructible. Pero Almanzor no tardó
en reaccionar.
Pero
Almanzor le ofreció algo que le atrajo más: éxitos militares. Así en 977 le
planificará una campaña en la frontera sur del Reino de León, un territorio
fácil. Simultáneamente, un decreto del califa -por supuesto, inspirado por
Almanzor y la viuda Subh- otorga a Galib nuevas dignidades políticas en
detrimento de al-Mushafi, mientras concede al propio Almanzor el mando sobre
las tropas acantonadas en Córdoba, la capital. Al viejo al-Mushafi le quedaba
una última carta: el compromiso matrimonial de su hijo con la hija de Galib, la
codiciada Asmá. Pero Almanzor no era hombre que se detuviera ante compromisos
ajenos. Sin es fuerzo, logró que se anulara el contrato, que ya estaba firmado,
y más aún, pidió la mano de Asmá para sí mismo. Galib, evidentemente, apostó a
caballo ganador y accedió al matrimonio.
Al-Mushafi,
el viejo hayib, estaba perdido y lo sabía. En la primavera de 978 se desatan
los acontecimientos. Para empezar, Almanzor dirige una nueva campaña contra la
frontera cristiana. Fue en Ledesma, cerca de Salamanca, otra vez para
desmantelar la obra de los repobladores. La expedición es fácil y breve, pero
la propaganda la airea con grandes voces en la capital. Con su popularidad en
alza por la victoria, Almanzor procede entonces al segundo movimiento de su maniobra:
el 29 de marzo de 978, el viejo al-Mushafi es destituido, detenido y
encarcelado junto a sus hijos. ¿Por qué? ¿Importa? Almanzor ordena desahuciar
el palacio familiar de al-Mushafi. El viejo hayib moriría cinco años más tarde,
en prisión, asesinado.
El
triángulo que gobernaba Córdoba tiene ahora a Galib. Pero el vértice más
poderoso es Almanzor, que asumía los cargos, y rentas, que antes desempeñaba
al-Mushafi. En este momento comienza la dictadura de Almanzor. Sorprende la
facilidad con que Almanzor golpeó dos veces, en dos años consecutivos, contra
las fronteras de León. ¿Qué estaba pasando allí? ¿Nadie contestaba? Sí, alguien
contestaba: el conde de Castilla, García Fernández, estaba dispuesto a dar guerra.
Gormaz se
mantenía musulmana y con ella controlaban a los cristianos del alto Duero. Ahí actuará
García Fernández. El conde de Castilla ya es un poder autónomo respecto al rey
de León, pero sigue reconociendo la superioridad jerárquica de la corona. Por
tanto, García acude donde Ramiro III y le pide refuerzos. Va a ser que no. ¿Por
qué León se negó? Miedo a las iras de Almanzor.
El moro
había golpeado en Salamanca, Cuéllar y Ledesma. Estos eran puntos fuertes que servían
de columna vertebral a la colonización de la Meseta norte. Tras ese duro golpe
León no estaba para recibir más del potente ejército creado por Almanzor. Pero
el conde de Castilla no se frenará y recurrirá a sus mesnadas, sus campesinos
en armas, sus hombres de frontera incrementados gracias a las ventajas
sociales, jurídicas y económicas de los fueros. Esto hacía que las
posibilidades de ascenso social en Castilla fuesen mayores que en cualquier
otro lugar de la España cristiana. Y, con ello, las de luchar. Atraídos por ese
horizonte de vida más libre, muchas personas habían acudido a Castilla desde el
norte y el oeste. Y ésas eran las gentes que García Fernández tenía ahora bajo
su mando. Gentes acostumbradas a levantarse tras una aceifa y a la guerra y al
saqueo de los campos musulmanes del sur.
Atacó en
el verano de 978. Empezó por Gormaz y la rinde. Penetra en territorio enemigo:
ataca y saquea Almazán donde aniquila a la guarnición mora; Barahona, ídem;
elude la cercana Medinaceli y toma sobre Atienza. García Fernández solo parará
ante el invierno regresando con un botín enorme. El conde entrega parte al
infantazgo de Covarrubias, un señorío eclesiástico regentado por la abadesa
Urraca, su hermana.
Se ha
recuperado la plaza -esencial- de Gormaz, se ha batido el territorio hasta la
frontera misma del dispositivo de defensa moro, se ha golpeado con dureza a las
orgullosas armas de Córdoba y se ha protegido de nuevo a los colonos que por su
cuenta y riesgo han ido instalándose entre las sierras de Soria, Guadalajara y
Segovia. Una victoria extraordinaria.
¿Y Almanzor?
Nos sorprende que no reaccionase pero, seguramente, estaba en otras tareas:
hacerse con todo el poder, es decir, dar un golpe de Estado. ¿Será el golpe de
estado de las sonrisas?
Bibliografía:
“Moros
y Cristianos” José Javier Esparza.
“Atlas
de historia de España” Fernando García de Cortazar.
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