“El
hispano supo entonces que no podía demorarse más. Y, a disgusto, había llegado
a la inevitable conclusión de que tan solo les quedaba una opción: cavar.
Durante
largos días habían trabajado duro, acarretando tierra, cortando raíces,
abriendo el suelo de la montaña. Agradecidos de que el inusual calor se hubiera
llevado pronto los barros del invierno. Bañados en sudor, los hombres del
general habían sachado una zanja enorme.
Una
rampa que se estrechaba según descendía por la ladera. Que terminaba en un pozo
disimulado con ramas y hojarasca.
Un
embudo de tierra que quedó encerrado entre paredes alzadas a prisa con
pedruscos arrancados de aquí y allá. La disciplina de las legiones había
servido una vez más. Habían construido una trampa. Un coso.
Y esa
misma mañana, bien temprano, se habían preparado para cebarla y acabar con
aquel último par de bestias.
Sin
embargo, por sorpresa, antes de poder empezar, a Lucio Trebellio se lo había
llevado al galope uno de los guardias embozados del general, a quien tanto
parecía urgirle tener noticias como para presentarse de improviso en aquel
rincón del fin del mundo. Aun así, Cainos y el resto habían seguido con el
plan.
Y se
echaron al monte para barrer la ladera. Esparcidos, cubriendo todo el terreno
del que fueron capaces, gritando a los cuatro vientos como si espantaran lémures,
descendieron con la pendiente. Acorralando a las fieras. Azuzándolas. Pareció
funcionar.
La
loba, sin salida, había huido hacia el único resquicio que los hombres le
dejaron. Hacia el pórtico de la trampa. Embocando su perdición. Y la bestia
había caído en el foso.
Pero no
el macho. El lobo había escapado. Una vez más.”
El párrafo que han leído corresponde a una
novela reciente en la cual, en el marco del fin de la guerra civil romana entre
Pompeyo y César, se produce la lucha entre unos alimañeros romanos (soldados
encubiertos) y un gran lobo que busca venganza. El autor jugará a lo largo del
texto con las viejas leyendas contadas en los pueblos y relatos al estilo de las
novelas de Jack London, aquellas que los de EGB leímos en el colegio: "La
llamada de la selva" y "Colmillo blanco". Cierto, el lobo es el
protagonista.
En una cuidada presentación histórica nuestro
escritor coloca la construcción de una lobera en el norte español. A su vez
impregna su obra de una angustia pesimista, rendida, que acepta su fin. Un
segundo fragmento de “Donde aúllan las colinas” de Francisco Narla donde el
autor se pone en la piel de la loba apresada. Es ahí donde esta novela breve
arriesga:
“Todavía
sentía el miedo que la había perseguido durante el día.
Las
voces aún resonaban. Aquellos gritos de los hombres la habían obligado a
abandonar la lobera.
Había
corrido alejándose de ellos, pero la acosaron ladera abajo. Había querido
detenerse al notar la tierra recién excavada, al ver las piedras amontonadas.
Pero venían tras ella, azuzándola. Y había seguido hacia delante, sin
comprender.
Se
había ido estrechando y ellos no cejaron. Vio el final y desconfió de aquellas
ramas que olían a savia recién cortada, pero ellos venían, se acercaban. Se
detuvo. Pero ellos venían. Gimió.
No le
quedó otra que avanzar y, entonces, cayó. Había intentado escapar. No pudo. Se
hundió en la trampa.
No se
rindió, y no se rendiría ahora. Quizás atesorando la esperanza que había
sentido al escuchar como él le respondía desde el bosque.”
Describe las actitudes de los hombres y de los
animales. Pero cada uno en su plano, no humaniza a los animales pero les dota
de sentimientos –primarios- y del instinto de venganza.
Y ya pasamos a hablar de la lobera de la
entrada. La lobera Alto el Caballo cuyos restos los encontramos en el monte
homónimo. En el siglo XX dejó de ser útil y el abandono y la repoblación de
pinos realizada en el monte supuso la destrucción parcial de los muros y su
deterioro. Cuando la visitó Judith Trueba Longo su estado era malo pero el
proyecto “Naturaleza y Hombre, Montaña Pasiega” y el Ayuntamiento de Espinosa
de los Monteros -propietario de los terrenos- reconstruyeron los muros con
materiales originales.
La lobera, ubicada en la ascensión a Picón
Blanco, conserva sólo parte de los dos largos muros, de 257 metros en la pared
norte y 302 la del sur. Al parecer los muros estaban conformados por piedras
grandes y regulares, sin mortero ni ripio. Hay restos de dos cabañuelas en el
extremo de las paredes donde se apostaban los alimañeros. Félix Murga decía que
el foso era largo y estrecho, rematado con piedras dispuestas en alero.
La construcción estaría entre los siglos XVII y
XVIII y a sus batidas acudirían personas de espinosa de los Monteros, Montija y
Valle de Soba.
Bibliografía:
“Loberas en la comarca de Las Merindades
(Burgos)” Judith Trueba Longo.
“Donde aúllan las colinas” Francisco Narla.
Fundación Naturaleza y Hombre.
No sé, se me hace difícil una lobera que vaya de abajo arriba
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