Antes de meternos en harina describiremos el
concepto de religión que tenían los romanos. Evidentemente sabemos que eran politeístas. Disponían
de dioses inmortales pero, a la vez, muy humanos. Seres que decidían sobre la
vida de los mortales. El culto estaba basaba en sacrificios y rituales
tendientes a conseguir el favor divino. Algo sencillo, sin dogmas, verdades
reveladas ni zarandajas varias. Lo importante eran los rituales –no las
creencias- y, también, la participación del pueblo para fortalecer la cohesión
de la sociedad. Un rito social y ciudadano.
El aparato teocrático lo representaban magistrados
religiosos: pontífice máximo, flamines, vestales, augures… Pero las prácticas
religiosas no eran monopolio de los magistrados, ya que éstos eran funcionarios
públicos que debían su cargo a su prestigio social, y este se reafirmaba
gracias al ejercicio de las magistraturas religiosas. Finalmente, los jefes de
familia se encargaban del culto familiar y cualquiera podía realizar
sacrificios y adorar a su dios preferido… sin estridencias ni sacrificios
humanos, por supuesto.
Durante la expansión de Roma por la península
itálica aparece un elemento particular de la religión romana: atraerse a los
dioses vecinos mediante la adopción de su culto y la erección de templos en su
honor, para que, al pactar con ellos, obtuvieran su protección. Los romanos eran
los favoritos de las deidades porque éstas estaban detrás del éxito de sus armas.
Por ello, los romanos presentaban sus guerras como justas. Todas ellas las
hicieron por causas y motivos piadosos y precisamente por eso tuvieron a los dioses
propicios en los peligros.
Ineludiblemente la llegada de Roma a Las
Merindades significó la llegada del culto a sus dioses. El poder romano se basaba
en la adoración de los dioses y en la continuidad de sus cultos. De hecho, la
llegada al cristianismo de ciudadanos romanos generó
angustia entre los politeístas al asociar la decadencia de los viejos dioses
con la decadencia de Roma. Y, aparentemente, tenían razón.
La repetición de los cultos era fundamental para
que conservara esa piedad y religiosidad y fue un rasgo constante en la
historiografía romana. ¿Y eran también supersticiosos? ¡Hombre! Los fenómenos
desconocidos hacían que los romanos buscaran controlarlos mediante
encantamientos, sacrificios o interpretación de sueños. Vamos, nada raro, la
magia permeaba toda la vida romana. Pero Cicerón separaba la religión de la
superstición: a la primera debía cuidarse, a la segunda combatir.
Hemos declarado que la religión romana no
tenía vínculos con la moral, que solo se preocupaba por la correcta
ejecución de las ceremonias y los ritos, reduciéndolo todo a un mero carácter
formal. Pero no tanto, Polibio escribió que "Aprender
a ser sinceros con los dioses es un aguijón que nos incita a decirnos
mutuamente la verdad". Porfirio indicaba que el talante con que se iba
a sacrificar y a participar en los cultos públicos era crucial para la buena y
apropiada relación con los dioses.
Más datos, en el mundo clásico se igualaban
antigüedad y verosimilitud. La antigua religión era digna de fe y próxima a
la verdad porque su autoridad residía en los siglos y en la cercanía a la inicial palabra de los dioses. Con ello, la tradición era la única base segura para
sostener el culto de los dioses y la creencia en ellos.
Entonces, la autoridad de la tradición religiosa
y la unión de los dioses con Roma hacia que el Estado romano se preocupara por
conservar el aparato religioso y los antiguos usos, lo que se ligaba al
convencimiento de que este proceder era congruente con la historia romana.
La persecución de los cristianos –no de los
judíos- se debió a que estos rompían la necesaria paz con los dioses. Los
romanos eran muy abiertos a la adopción de dioses extranjeros, lo que se veía
como un acierto y una manera de atraerse y hacer propias todas las fuerzas
espirituales. Al ser parte integrante de la identidad romana y de la alianza
con los dioses, los cultos debían ser continuados y no podía permitirse su
abandono. Los nobles romanos vieron en el culto religioso un signo crucial del
lazo con la cultura y el pasado glorioso de Roma y que los definía como pueblo.
Con todo lo dicho, a Las Merindades no solo
llegaron las tropas y la cultura “civil” de Roma sino que llegó la religión. Todos
sabemos que el asunto empezó al final de las Guerras Cántabras (29-19 a. C). Por
supuesto esta introducción de la cultura romana fue progresiva y mestiza –no
les importaba el purismo a los itálicos, solo el culto- como lo muestran las
inscripciones votivas a diversas divinidades y las funerarias. Se produjo la
tradicional asimilación de los dioses locales intentándoles ajustar a la
plantilla teológica romana: nombrar las deidades cántabras con los nombres de
los dioses romanos. Evidentemente, esto no significaba que fueran totalmente
iguales, pero facilitaba el paso desde las creencias específicas de los cántabros
a las romanas. De forma elegante a este efecto se le llama “interpretatio”.
Pero aunque es inevitable que se realizasen los
cultos prescritos por la ley y la tradición las marcas de romanización en Las
Merindades son, principalmente, profanas o civiles: el Area Patriniani que
encontraron derruida a comienzos del siglo IX, calzadas, puentes (dos en
Agüera), salinas (las de Rosío), distintos tipos de cerámica, hipocaustos
(Villatomil, Quisicedo de Sotoscueva), un sistema de calefacción utilizada en
Castilla hasta nuestros días, llamada "la gloria", la villa de los
Casarejos, campamentos romanos como el de la Muela… Pena da que Poza de la Sal
esté fuera de nuestra comarca porque allí si se encontraron numerosos restos
oikomorfos.
Sobre restos sagrados poco tenemos –por ahora-. Solo
consta la lápida votiva funeraria de Villaventín. Estaba en la pared del cementerio
y fue sacada de noche y llevada al Museo Arqueológico de Burgos. Llegó a ser
expuesta en el claustro de la catedral como cristiana de la época romana. Tal
vez. Manuel Guerra Gómez entiende que esa lápida refleja las prácticas y creencias
religiosas romanas. Así lo indicaría su decoración y la inscripción: D. M.
LVCRETIA COIVGI PENTISSIME V, o sea, “Diis
Manibus Lucretia coniugipietissime u(oiát)” o más probablemente “u(otum) f(ecit)”: "A los dioses
Manes (o espíritus/ almas de los antepasados), Lucrecia, dedica (hace este
voto/ ofrenda prometida) piadosísimamente a su esposo". Tiene en relieve
tres figuras humanas, enmarcadas en tres arcos La del medio está desnuda y
seguramente representa el alma del esposo.
En los mausoleos romanos no es rara la
representación del alma de un poeta, de un filósofo, etc., entre las figuras de
dos Musas enmarcadas en sendos arcos, o sin arcos. Además, “pietissime/pentissime”,
a veces en su forma adjetival concertada con el substantivo "esposo",
también "esposa" e "hijo/hija" es el epíteto tradicional en
los epitafios paganos romanos, también en los de los cántabros enterrado tras
su romanización.
Juguemos con la palabra “obligar" que proviene
del latín “obligare”. Ella nos sirve para reflejar una práctica religiosa que
consistía en “ligar, atar" la estatua de una deidad hasta que hacía lo que
se deseaba, o sea, para “obligarla". Es presumible que también se
practicase en Las Merindades durante su época romana y tal vez en su periodo no
cristiano, pero no puede demostrarse.
Como verán he introducido un periodo almohadilla
entre el culto a los dioses romanos y la entrada cierta y firme del
cristianismo. Olvidemos el tópico aquel que dice que, en España, el
cristianismo se propagó rápidamente.
Asumamos que en el siglo IV de nuestra era la
zona de la Cantabria clásica no era cristiana en su totalidad. Que haya noticias
de una religión cristiana no permite hablar de cristianización. Hasta el siglo
IV hablaríamos de “situación de conflicto" entre paganismo y cristianismo;
“de lentitud de penetración" y de “pervivencia de antiguas
estructuras".
Las fuentes del siglo IV ofrecen un doble
aspecto de conflicto para el cristianismo: conflictos dentro del mismo sistema
cristiano con una larga lista de herejes y herejías; y conflictos con el
paganismo.
La religión romana resistió, probablemente, en Las
Merindades y otras zonas de Hispania hasta esos años tardíos por varias
razones:
- La lengua: El cristianismo se expandió rápidamente en la zona de habla griega del imperio. La zona latina refrenó esa entrada.
- La localización de núcleos judíos en Hispania no se puede precisar hoy con exactitud en su totalidad. Por medio de ellos se debió de realizar la predicación. Si abundaban, era en zonas muy concretas.
- La romanización como arma de doble filo: por una parte favoreció el desarrollo del cristianismo, pero por otra, lo obstaculizó, ya que según Blázquez “la política de Roma nunca tendió a hacer desaparecer ni la religión ni el elemento indígena”. En Las Merindades occidentales pudieron seguir adorando a sus dioses ancestrales bajo su nombre o el romano.
Hay, además, fuentes que hablan de una lenta
introducción del cristianismo. San Valerio, monje del s. VII, dice que en
tiempos de la virgen Eteria (últimos del s. IV) fue cuando comenzó por fin a
resplandecer en aquellos parajes (Gallaecia) la inmensa claridad de la
religión. La misma idea se halla en las actas de Sta. Leocadia de Toledo, y en
las de los mártires Vicente, Sabina y Cristeta de Ávila: “La verdad evangélica se fue extendiendo callada y gradualmente por
todo el mundo mediante la predicación de los apóstoles. Pero a Hispania llegó
tarde. No había lugar donde no se levantase el humo de los sacrificios sacrílegos
con la efusión de la sangre de toros y carneros”.
Aducir una lista de nombres de personajes
importantes dados por la Iglesia hispana al conjunto de la Historia de la
Iglesia, no es un argumento válido en modo alguno. En una población de siete
millones de habitantes ello resulta un tanto escaso. Sabemos, además, que los
cargos eclesiásticos eran bien codiciados por los beneficios que ellos llevaban
consigo. La Iglesia tendía a favorecer las clases económicamente fuertes y sus
estamentos jerárquicos se nutrían de ellas, ya que sus beneficios y donaciones
acrecentaban el patrimonio eclesial.
Sin embargo, las clases elevadas y más las
familias de recio abolengo romano, serían, junto con el pueblo raso, las más
tradicionalistas, y por lo tanto, las más permanentemente paganas. ¿Cómo iba a
considerar mal un viejo patricio romano a su Júpiter Olímpico y equipararlo con
Satanás?
Serán las menguantes clases medias las que se
acerquen a la nueva religión. Es poco probable que lo fuese el ejército que en
el bajo imperio no estaba muy presente en Las Merindades. ¿Por qué descartamos
a las tropas? Pues porque el ejército del siglo IV estaba integrado por veteranos
y sus hijos, bárbaros y gentes del campo. Tres estamentos poco proclives al
cambio.
Junto a muestras de arte paleocristiano
coexisten dioses paganos en Cantabria y cultos paganos en Galicia y Lusitania. Sínodos
como el de Elvira no son signo de una situación de cristianización completa. Los
cánones de Elvira ponen de manifiesto la lucha entre paganismo y cristianismo
en la sociedad hispana del s. IV: sacerdotes cristianos-flamines; prácticas de
magia y hechicería; superstición; pasquines políticos en las Iglesias; poca
asistencia o nula a los oficios divinos, sacrificios a los dioses y recreación
en los mismos...
Hay tres cánones del concilio de Elvira que nos
muestran cómo eran muchos lugares de la Hispania interior -entiendo Las
Merindades entre ellos- y son: El que prohíbe las imágenes en las iglesias
(canon 36); El que señala que era frecuente hacerse cristianos como “uiaticum mortis”
(canon 39); y el que comenta que los amos dejan a sus esclavos poseer ídolos (canon
41).
La arqueología, los concilios, los nombres de
los personajes ilustres y las fuentes literarias dan a entender que paganismo y
cristianismo se combatieron durante el siglo IV en Hispania dentro del proceso
general de crisis ideológica del Imperio. Y por ello, aunque actualmente no
dispongamos de más pruebas oficiales sobre los cultos romanos en Las Merindades
que la indicada estela eso no quiere decir que no se hubieran realizado (eran
de obligada presencia al ser algo así como el genio de Roma). Tras dos mil años
muchos de los elementos arquitectónicos habrán sido reutilizados, reconvertidos
o destruidos.
Bibliografía:
“Tradición y costumbres en la religión romana”.
Miguel Ángel Ramírez Batalla
“Las formas religiosas anteriores al
cristianismo en Las Merindades” por Manuel Guerra Gómez.
“Conflictos entre paganismo y cristianismo en
Hispania durante el s. IV.” Por Javier Arce Martínez.
“Esculturas romanas de la península ibérica”
Para saber más:
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