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domingo, 17 de febrero de 2019

Algo sobre los cultos romanos en Las Merindades.



Antes de meternos en harina describiremos el concepto de religión que tenían los romanos. Evidentemente sabemos que eran politeístas. Disponían de dioses inmortales pero, a la vez, muy humanos. Seres que decidían sobre la vida de los mortales. El culto estaba basaba en sacrificios y rituales tendientes a conseguir el favor divino. Algo sencillo, sin dogmas, verdades reveladas ni zarandajas varias. Lo importante eran los rituales –no las creencias- y, también, la participación del pueblo para fortalecer la cohesión de la sociedad. Un rito social y ciudadano.


El aparato teocrático lo representaban magistrados religiosos: pontífice máximo, flamines, vestales, augures… Pero las prácticas religiosas no eran monopolio de los magistrados, ya que éstos eran funcionarios públicos que debían su cargo a su prestigio social, y este se reafirmaba gracias al ejercicio de las magistraturas religiosas. Finalmente, los jefes de familia se encargaban del culto familiar y cualquiera podía realizar sacrificios y adorar a su dios preferido… sin estridencias ni sacrificios humanos, por supuesto.

Durante la expansión de Roma por la península itálica aparece un elemento particular de la religión romana: atraerse a los dioses vecinos mediante la adopción de su culto y la erección de templos en su honor, para que, al pactar con ellos, obtuvieran su protección. Los romanos eran los favoritos de las deidades porque éstas estaban detrás del éxito de sus armas. Por ello, los romanos presentaban sus guerras como justas. Todas ellas las hicieron por causas y motivos piadosos y precisamente por eso tuvieron a los dioses propicios en los peligros.

Ineludiblemente la llegada de Roma a Las Merindades significó la llegada del culto a sus dioses. El poder romano se basaba en la adoración de los dioses y en la continuidad de sus cultos. De hecho, la llegada al cristianismo de ciudadanos romanos generó angustia entre los politeístas al asociar la decadencia de los viejos dioses con la decadencia de Roma. Y, aparentemente, tenían razón.


La repetición de los cultos era fundamental para que conservara esa piedad y religiosidad y fue un rasgo constante en la historiografía romana. ¿Y eran también supersticiosos? ¡Hombre! Los fenómenos desconocidos hacían que los romanos buscaran controlarlos mediante encantamientos, sacrificios o interpretación de sueños. Vamos, nada raro, la magia permeaba toda la vida romana. Pero Cicerón separaba la religión de la superstición: a la primera debía cuidarse, a la segunda combatir.

Hemos declarado que la religión romana no tenía vínculos con la moral, que solo se preocupaba por la correcta ejecución de las ceremonias y los ritos, reduciéndolo todo a un mero carácter formal. Pero no tanto, Polibio escribió que "Aprender a ser sinceros con los dioses es un aguijón que nos incita a decirnos mutuamente la verdad". Porfirio indicaba que el talante con que se iba a sacrificar y a participar en los cultos públicos era crucial para la buena y apropiada relación con los dioses.

Más datos, en el mundo clásico se igualaban antigüedad y verosimilitud. La antigua religión era digna de fe y próxima a la verdad porque su autoridad residía en los siglos y en la cercanía a la inicial palabra de los dioses. Con ello, la tradición era la única base segura para sostener el culto de los dioses y la creencia en ellos.

Entonces, la autoridad de la tradición religiosa y la unión de los dioses con Roma hacia que el Estado romano se preocupara por conservar el aparato religioso y los antiguos usos, lo que se ligaba al convencimiento de que este proceder era congruente con la historia romana.


La persecución de los cristianos –no de los judíos- se debió a que estos rompían la necesaria paz con los dioses. Los romanos eran muy abiertos a la adopción de dioses extranjeros, lo que se veía como un acierto y una manera de atraerse y hacer propias todas las fuerzas espirituales. Al ser parte integrante de la identidad romana y de la alianza con los dioses, los cultos debían ser continuados y no podía permitirse su abandono. Los nobles romanos vieron en el culto religioso un signo crucial del lazo con la cultura y el pasado glorioso de Roma y que los definía como pueblo.

Con todo lo dicho, a Las Merindades no solo llegaron las tropas y la cultura “civil” de Roma sino que llegó la religión. Todos sabemos que el asunto empezó al final de las Guerras Cántabras (29-19 a. C). Por supuesto esta introducción de la cultura romana fue progresiva y mestiza –no les importaba el purismo a los itálicos, solo el culto- como lo muestran las inscripciones votivas a diversas divinidades y las funerarias. Se produjo la tradicional asimilación de los dioses locales intentándoles ajustar a la plantilla teológica romana: nombrar las deidades cántabras con los nombres de los dioses romanos. Evidentemente, esto no significaba que fueran totalmente iguales, pero facilitaba el paso desde las creencias específicas de los cántabros a las romanas. De forma elegante a este efecto se le llama “interpretatio”.

Pero aunque es inevitable que se realizasen los cultos prescritos por la ley y la tradición las marcas de romanización en Las Merindades son, principalmente, profanas o civiles: el Area Patriniani que encontraron derruida a comienzos del siglo IX, calzadas, puentes (dos en Agüera), salinas (las de Rosío), distintos tipos de cerámica, hipocaustos (Villatomil, Quisicedo de Sotoscueva), un sistema de calefacción utilizada en Castilla hasta nuestros días, llamada "la gloria", la villa de los Casarejos, campamentos romanos como el de la Muela… Pena da que Poza de la Sal esté fuera de nuestra comarca porque allí si se encontraron numerosos restos oikomorfos.


Sobre restos sagrados poco tenemos –por ahora-. Solo consta la lápida votiva funeraria de Villaventín. Estaba en la pared del cementerio y fue sacada de noche y llevada al Museo Arqueológico de Burgos. Llegó a ser expuesta en el claustro de la catedral como cristiana de la época romana. Tal vez. Manuel Guerra Gómez entiende que esa lápida refleja las prácticas y creencias religiosas romanas. Así lo indicaría su decoración y la inscripción: D. M. LVCRETIA COIVGI PENTISSIME V, o sea, “Diis Manibus Lucretia coniugipietissime u(oiát)” o más probablemente “u(otum) f(ecit)”: "A los dioses Manes (o espíritus/ almas de los antepasados), Lucrecia, dedica (hace este voto/ ofrenda prometida) piadosísimamente a su esposo". Tiene en relieve tres figuras humanas, enmarcadas en tres arcos La del medio está desnuda y seguramente representa el alma del esposo.

En los mausoleos romanos no es rara la representación del alma de un poeta, de un filósofo, etc., entre las figuras de dos Musas enmarcadas en sendos arcos, o sin arcos. Además, “pietissime/pentissime”, a veces en su forma adjetival concertada con el substantivo "esposo", también "esposa" e "hijo/hija" es el epíteto tradicional en los epitafios paganos romanos, también en los de los cántabros enterrado tras su romanización.

Juguemos con la palabra “obligar" que proviene del latín “obligare”. Ella nos sirve para reflejar una práctica religiosa que consistía en “ligar, atar" la estatua de una deidad hasta que hacía lo que se deseaba, o sea, para “obligarla". Es presumible que también se practicase en Las Merindades durante su época romana y tal vez en su periodo no cristiano, pero no puede demostrarse.


Como verán he introducido un periodo almohadilla entre el culto a los dioses romanos y la entrada cierta y firme del cristianismo. Olvidemos el tópico aquel que dice que, en España, el cristianismo se propagó rápidamente.

Asumamos que en el siglo IV de nuestra era la zona de la Cantabria clásica no era cristiana en su totalidad. Que haya noticias de una religión cristiana no permite hablar de cristianización. Hasta el siglo IV hablaríamos de “situación de conflicto" entre paganismo y cristianismo; “de lentitud de penetración" y de “pervivencia de antiguas estructuras".

Las fuentes del siglo IV ofrecen un doble aspecto de conflicto para el cristianismo: conflictos dentro del mismo sistema cristiano con una larga lista de herejes y herejías; y conflictos con el paganismo.


La religión romana resistió, probablemente, en Las Merindades y otras zonas de Hispania hasta esos años tardíos por varias razones:

  • La lengua: El cristianismo se expandió rápidamente en la zona de habla griega del imperio. La zona latina refrenó esa entrada.
  • La localización de núcleos judíos en Hispania no se puede precisar hoy con exactitud en su totalidad. Por medio de ellos se debió de realizar la predicación. Si abundaban, era en zonas muy concretas.
  • La romanización como arma de doble filo: por una parte favoreció el desarrollo del cristianismo, pero por otra, lo obstaculizó, ya que según Blázquez “la política de Roma nunca tendió a hacer desaparecer ni la religión ni el elemento indígena”. En Las Merindades occidentales pudieron seguir adorando a sus dioses ancestrales bajo su nombre o el romano.


Hay, además, fuentes que hablan de una lenta introducción del cristianismo. San Valerio, monje del s. VII, dice que en tiempos de la virgen Eteria (últimos del s. IV) fue cuando comenzó por fin a resplandecer en aquellos parajes (Gallaecia) la inmensa claridad de la religión. La misma idea se halla en las actas de Sta. Leocadia de Toledo, y en las de los mártires Vicente, Sabina y Cristeta de Ávila: “La verdad evangélica se fue extendiendo callada y gradualmente por todo el mundo mediante la predicación de los apóstoles. Pero a Hispania llegó tarde. No había lugar donde no se levantase el humo de los sacrificios sacrílegos con la efusión de la sangre de toros y carneros”.

Aducir una lista de nombres de personajes importantes dados por la Iglesia hispana al conjunto de la Historia de la Iglesia, no es un argumento válido en modo alguno. En una población de siete millones de habitantes ello resulta un tanto escaso. Sabemos, además, que los cargos eclesiásticos eran bien codiciados por los beneficios que ellos llevaban consigo. La Iglesia tendía a favorecer las clases económicamente fuertes y sus estamentos jerárquicos se nutrían de ellas, ya que sus beneficios y donaciones acrecentaban el patrimonio eclesial.

Sin embargo, las clases elevadas y más las familias de recio abolengo romano, serían, junto con el pueblo raso, las más tradicionalistas, y por lo tanto, las más permanentemente paganas. ¿Cómo iba a considerar mal un viejo patricio romano a su Júpiter Olímpico y equipararlo con Satanás?


Serán las menguantes clases medias las que se acerquen a la nueva religión. Es poco probable que lo fuese el ejército que en el bajo imperio no estaba muy presente en Las Merindades. ¿Por qué descartamos a las tropas? Pues porque el ejército del siglo IV estaba integrado por veteranos y sus hijos, bárbaros y gentes del campo. Tres estamentos poco proclives al cambio.

Junto a muestras de arte paleocristiano coexisten dioses paganos en Cantabria y cultos paganos en Galicia y Lusitania. Sínodos como el de Elvira no son signo de una situación de cristianización completa. Los cánones de Elvira ponen de manifiesto la lucha entre paganismo y cristianismo en la sociedad hispana del s. IV: sacerdotes cristianos-flamines; prácticas de magia y hechicería; superstición; pasquines políticos en las Iglesias; poca asistencia o nula a los oficios divinos, sacrificios a los dioses y recreación en los mismos...

Hay tres cánones del concilio de Elvira que nos muestran cómo eran muchos lugares de la Hispania interior -entiendo Las Merindades entre ellos- y son: El que prohíbe las imágenes en las iglesias (canon 36); El que señala que era frecuente hacerse cristianos como “uiaticum mortis” (canon 39); y el que comenta que los amos dejan a sus esclavos poseer ídolos (canon 41).

La arqueología, los concilios, los nombres de los personajes ilustres y las fuentes literarias dan a entender que paganismo y cristianismo se combatieron durante el siglo IV en Hispania dentro del proceso general de crisis ideológica del Imperio. Y por ello, aunque actualmente no dispongamos de más pruebas oficiales sobre los cultos romanos en Las Merindades que la indicada estela eso no quiere decir que no se hubieran realizado (eran de obligada presencia al ser algo así como el genio de Roma). Tras dos mil años muchos de los elementos arquitectónicos habrán sido reutilizados, reconvertidos o destruidos.


Bibliografía:

“Tradición y costumbres en la religión romana”. Miguel Ángel Ramírez Batalla
“Las formas religiosas anteriores al cristianismo en Las Merindades” por Manuel Guerra Gómez.
“Conflictos entre paganismo y cristianismo en Hispania durante el s. IV.” Por Javier Arce Martínez.
“Esculturas romanas de la península ibérica”


Para saber más:



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