Que no te asusten ni la letra ni el sendero de palabras pues, amigo, para la sed de saber, largo trago.
Retorna tanto como quieras que aquí me tendrás manando recuerdos.


domingo, 24 de febrero de 2019

Ermita de San Antonio de Padua en Villaluenga.



Esta semana nos acercamos hasta uno de los grandes santos de la Iglesia Católica: San Antonio de Padua. Qué, como todos sabemos, ni se llamaba Antonio ni era de Padua. Era Lisboeta y fue bautizado con el nombre de Fernando Martim de Bulhões e Taveira Azevedo. Lo de Antonio le viene de cuando entró en la Orden de los Frailes Menores en 1220. Debió nacer entre el 1191 y 1195.

San Antonio predicando a los peces (José Benlliure)

Es uno de los santos más queridos. Hay ermitas con su advocación por toda España y muchos pueblos celebran sus fiestas el 13 de junio. Por ello daremos antes de meternos en harina un leve repaso a la vida de San Antonio. Fernando Martim de Bulhões ingresó en la abadía agustina suburbana de San Vicente en las afueras de Lisboa, perteneciente a los canónigos regulares de san Agustín. Estudió las Sagradas Escrituras, la teología de algunos doctores de la Iglesia y los clásicos latinos. En 1210 se trasladó al monasterio agustino de Santa Cruz en Coímbra para continuar sus estudios. El martirio de varios sacerdotes en Marruecos en 1220 le llevó a hacerse franciscano y a adoptar el nombre de Antonio en honor de san Antonio Abad a quien estaba dedicada la ermita franciscana en la que él residía. Partió para Marruecos pero enfermó durante el invierno de 1220 y hubo de volver a la península. En el trayecto una tempestad violenta desvió su barco a Sicilia, y allí tuvo noticias del Capítulo General convocado en Asís para 1221. Una vez concluida la reunión, Antonio solicitó a fray Graziano, provincial de Romaña, que lo tomara consigo para que le impartiese los primeros rudimentos de la fe espiritual.

Fue enviado al pueblo de Montepaolo para que sirviera como sacerdote. ¡Era un pico de oro! Enterado Francisco de Asís le envió una carta donde le encargaba predicar y enseñar Teología a los frailes. Luego lo comisionó para luchar contra los cátaros. Después, Antonio, paso a Bolonia y a Padua. El exceso del trabajo le enfermó de hidropesía y, después de la Pascua de 1231, se retiró a la localidad de Camposampiero, con otros dos frailes para descansar y orar. Cuando retornaba a Padua, se detuvo en el convento de las clarisas pobres en Arcella, donde murió el 13 de junio de 1231 con unos 35 años. Gregorio IX lo canonizó 352 días después de su fallecimiento, el 30 de mayo de 1232. La tradición popular pone a San Antonio como remediador de todo tipo de calamidades y miserias. Es llamado el Taumaturgo (obrador de milagros) porque Dios se complace en obrar maravillas por su medio.

Ermita de San Antonio en Villaluenga 

Popularmente se atribuye a San Antonio la facultad de conseguir un buen novio. Quizá por considerar al santo como refugio para todas las necesidades; o por la confusión que el pueblo sufre con estas oraciones: “De una que no creía...", “A la que con santo celo...". Donde se refiere al alma, pero que el pueblo llano cree referidas a “una" mujer.

Recuperar las cosas perdidas es otra de sus facetas. Se basa en una interpretación de unas afirmaciones que aparecen en el Responsorio (“miembros y bienes perdidos/recobran mozos y ancianos") y en los Gozos (“volvéis los bienes perdidos"). Estas son un par de las clásicas oraciones a San Antonio. La palabra “bienes" habría sido interpretada genéricamente y no en su sentido original de hacienda, riqueza, caudal, etc.


Este querido y seguido patrono de múltiples lugares tiene una ermita grande en la población de Villaluenga del Valle de Losa. Fue pagada por Gil de Castresana Villota Ortiz de Orive y González de Santa Cruz que era natural de ese lugar. Era el año de 1787. Exactamente en un altozano que domina el valle y cuenca del río Jerea y que se encuentra en los términos de Llana y San Martín de Llana, que eran despoblados y comuneros de Villaluenga y de San Llorente. Esta razón llevó a que estos últimos acordaran contribuir a su mantenimiento. Era un lugar próximo a un antiguo monasterio benedictino bajo la advocación de San Martín. Y, por supuesto, en el camino real entre Burgos y Bilbao.

Los derechos parroquiales también eran comunes a ambas iglesias, por lo que, el parroquiano que sembrara en dichos términos contribuiría con el diezmo a su respectiva parroquia y el forastero mitad a cada una de ellas. Las funciones a realizar en el santuario, desde 1801, las debían ejecutar alternativamente los curas de las dos localidades y percibir los emolumentos correspondientes. En caso de haber ermitaño se le consideraría parroquiano de la iglesia cuyo cura regía el santuario aquel año. Acordaron igualmente que ni uno ni otro, en ningún tiempo, por sí solo y sin la facultad del otro, se permitiese el entierro a alguien en el mencionado santuario.

Gil trabajó en el Real Oficio de Furriera de la Casa Real, desempeñando el cargo de camarero copero de Carlos III. Siendo muy devoto de San Antonio de Padua, ideó en su pueblo construir una ermita en la que se diera culto a este santo.

San Antonio de la Florida

Los planos de ésta se los hizo el arquitecto real –generalmente: Francisco Sabatini- y la ermita, de estilo barroco clasicista, está inspirada en la de San Antonio de la florida de Madrid. No en la actual sino en la que estuvo erigida durante unos treinta años diseñada por Sabatini. El pórtico, con arcos de medio punto de finas molduras, entre pilastras, está rematado por una espadaña coronada por un clásico frontón triangular. Destacaremos la excelente rejería.

La efigie del Santo la talló el escultor de cámara Manuel Álvarez. Con ese nombre entiendo que podría ser Manuel Francisco Álvarez de la Peña (1727-1797) que fue miembro de la primera generación de escultores que se formaron en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Estudió en Roma y por ello le apodaron ¡¡¡el griego!!! por su técnica clásica. Trabajó la madera más que la piedra. Pero entre sus obras en este último material debemos destacar las esculturas para la Fuente de Apolo de Madrid.

Interior de la ermita de San Antonio.
Cortesía de "Valle de Losa"

Tenemos, por tanto, una ermita que está presidida por una gran imagen del Santo que para las procesiones de las romerías resultó demasiado pesada. Será por esto que su patrono encargó a Manuel Álvarez una talla.

“Tiene la estatua de madera que representa a San Antonio, que se venera en su capilla extramuros de los lugares de Villaluenga y San Llorente, arzobispado de Burgos”. La imagen alcanza una altura de 79 centímetros, que con la peana llega a los 88 centímetros. En la mano izquierda aparece sentado sobre un paño y un libro la figura del Niño Jesús. Su luminosa túnica de color rosa contrasta llamativamente con el austero y sencillo hábito del franciscano. También en este caso del cinturón cuelga el Rosario. Los ojos de ambas figuras brillan intensamente por el empleo de pasta vítrea. San Antonio descansa sobre su pie izquierdo mientras que el derecho, con la rodilla ligeramente adelantada, se apoya en la punta de los dedos, formando ambos pies casi un ángulo recto.


Tras la imagen puede leerse en letras doradas la marca del escultor (M. A)LVARE(Z). La humildad del lugar explicaría una escultura sin grandes pretensiones y de materiales baratos.


El Rey Carlos III regaló dos cálices a la ermita y casi todos los empleados de la Casa Real contribuyeron con cuadros, ropas y otros objetos de culto a constituir un tesoro, de los cuales, en la actualidad no queda nada salvo algunos frescos en la bóveda.

Por hablar un poco de Gil de Castresana Villota Ortiz de Orive y González de Santa Cruz podemos decir que era nieto –por parte paterna- de Valentín de Castresana, hijo de Juan de Castresana y de María de Mardones (vecinos de Quincoces) que casó con Mariana Ortiz de Orive, hija de Francisco Ortiz de Orive y de Casilda Fernández de Espiga. Su padre fue Tomás, nacido el 27 de diciembre de 1703. El resto de hijos de Valentín fueron Dionisio, Juan, Matías, Andrés, Mateo, María, Domingo y Francisco.

Tomás de Castresana Ortiz de Orive casó dos veces. Su primera esposa fue Juliana de Villota, hija de Julián de Villota y de Francisca González, vecinos de Villota de la Rivera. Esta dama fue la madre de Gil de Castresana Ortiz de Orive de Villota (nacido el 1 de septiembre de 1740) Fabiana, Blas, Eugenia, Gregorio, Tomás, Bibiana y Manuel. Del segundo matrimonio de Tomás con Teresa de Llanos, hija de Juan de Llanos y de María Cruz de Quintana, vecinos de Robredo, nacieron Silvestre, Tomasa y Escolástica.

En el frontal de la ermita tenemos el escudo de armas del patrono con el campo medio cortado y medio partido. Básicamente son cuatro cuarteles que, por si se acercan a visitarla, les describiremos:


En el primer cuarto (superior izquierda). En su parte izquierda tenemos, de gules con tres saetas de oro con los hierros de plata, atadas con una cinta de gules, y debajo de cada una de las saetas, una estrella de oro. Junto a este tenemos de azur, una torre de plata sobre ondas de agua de azur y plata, y a la puerta, un león rampante de oro, coronado de lo mismo, con una flor de lis también de oro, en la mano. Sobre la torre del homenaje, un águila de oro. Bordura general del mismo metal, con diez sotueres de azur que son… ¡las Armas de Castresana!

El cuarto inferior izquierdo dispone, de azur, un lucero de oro (figura una estrella), bordura de escaques o jaqueles de oro y plata, y estos últimos cargados de una rosa cada uno. Son las armas de Ortiz. Junto al mismo están, de azur, tres estrellas de oro, de ocho puntas, puestas en triangulo: Armas de Orive.

La parte del escudo superior derecha presenta el campo cortado y medio partido. En el primer cuartelado y en el cuarto tenemos, en plata, un roble de sinople; en el segundo, en sable, una torre de plata; y en el tercero, en oro, cuatro fajas de sable. Bordura, de plata, con dos panelas de sinople y la leyenda en letra de sable "Villota".

El último cuarto representaría el apellido González de Santa Cruz. Partido. Primero: en gules, un águila exployada, al natural, picada y membrada de oro, y bordura de gules, con ocho aspas de oro, y segundo: cortado. Primero: en azur, una cruz hueca, de gules, floreteada y fileteada de plata, y segundo: en gules, un castillo de oro; medio partido de plata, con un león de gules.


En el interior de la ermita hay un retrato de Carlos III y otro de Gil. Incluso circula una leyenda que dice que el fundador de esta ermita murió envenenado cuando se dirigía a visitarla.

Para dar esplendor al culto, Gil encargó a sus testamentarios fundasen sobre sus bienes una capellanía. Estos bienes fueron exceptuados de la desamortización a virtud de una reclamación de Benito Agüero Castresana, los que se adjudicaron a éste, en concepto de libres, con arreglo a la ley de 19 de agosto de 1841 y Real decreto de 5 de febrero de 1855, en virtud de sentencia ejecutoria del Juzgado de primera instancia de Villarcayo.

Noticia del Diario de Burgos (12/06/1981)
completando algo la historia de Gil de Castresana.

En esta ermita, el día 13 de junio, coincidiendo con el día de San Antonio, se celebra una romería.


Bibliografía:

“Blasones y linajes de la provincia de Burgos. Partido judicial de Villarcayo” Francisco Oñate Gómez.
“El valle de Losa. Notas para su historia”. Julián G. Sainz de Baranda.
Periódico “Diario de Burgos”.
"Dos imágenes de Manuel Álvarez en la provincia de Burgos" por Inocencio Cadiñanos Bardecí.
Revista “Folclore”.

Para saber más:



Anejos:

La canción de los pajaritos: En estos, para mí, momentos difíciles quiero recordar esta hermosa canción con San Antonio de protagonista que mi padre me cantaba de niño.

Padre mío san Antonio,
suplicad al Dios inmenso
que con su gracia divina
alumbre mi entendimiento

Para que mi lengua
refiera el milagro
que en el huerto obrasteis
de edad de ocho años.

Desde niño fue criado
con mucho temor de Dios,
de sus padres estimado
y del mundo admiración.

Fue caritativo
y perseguidor
de todo enemigo
con mucho rigor.

Su padre era un caballero
cristiano, honrado y prudente,
que mantenía su casa
con el sudor de su frente.

Y tenía un huerto
donde recogía
cosechas y frutos
que el tiempo traía.

Por la mañana, un domingo,
como siempre acostumbraba,
se marchó su padre a misa
cosa que nunca olvidaba.

Y le dice: «Antonio,
ven acá, hijo amado,
escucha que tengo
que darte un recado.

Mientras yo estoy en misa,
gran cuidado has de tener;
mira que los pajaritos
todo lo echan a perder.

Entran en el huerto,
pican el sembrado,
por eso te advierto
que tengas cuidado».

Cuando se ausentó su padre
y a la iglesia se marchó,
Antonio quedó cuidando
y a los pájaros llamó:

«Venid, pajaritos,
dejad el sembrados,
que mi padre ha dicho
que tenga cuidado.

Para que mejor yo pueda
cumplir con mi obligación,
voy a encerraros a todos
dentro de esta habitación».

Y los pajaritos
entrar los mandaba
y ellos, muy humildes,
en el cuarto entraban.

Por aquellas cercanías
ningún pájaro quedó,
porque todos acudieron
cuando Antonio los llamó.

Lleno de alegría
San Antonio estaba,
y los pajaritos
alegres cantaban.

Cuando se acercó su padre,
luego los mandó callar;
llegó su padre a la puerta
y comenzó a preguntar:

«Ven acá, Antoñito,
dime, hijito amado,
de los pajarillos
¿qué tal has cuidado?»

El niño le contestó:
«Padre, no tenga cuidado
que, para que no hagan mal,
todos los tengo encerrados».

El padre que vio
milagro tan grande,
al señor obispo
trató de avisarle.

Acudió el señor obispo
con gran acompañamiento
quedando todos confusos
al ver tan grande portento.

Abrieron ventanas,
puertas a la par,
por ver si las aves
se quieren marchar.

Antonio les dice entonces:
«Señores, nadie se agravie,
los pájaros no se marchan
hasta que yo no lo mande».

Se puso en la puerta
y les dijo así:
«Ea, pajaritos,
ya podéis salir.

Salgan cigüeñas con orden,
águilas, grullas y garzas,
avutardas, gavilanes,
lechuzas, mochuelos y grajas.

Salgan las urracas,
tórtolas, perdices,
palomas, gorriones
y las codornices.

Salga el cuco y el milano,
zorzal, patos, y andarríos,
canarios y ruiseñores,
tordos, jilgueros y mirlos.

Salgan verderones,
y las cardelinas,
también cogujadas
y las golondrinas».

Al instante que salieron
todos juntitos se ponen,
escuchando a san Antonio
para ver lo que dispone.

Antonio les dice:
«No entréis en sembrado,
marchad por los montes,
los riscos y prados».

Al tiempo de alzar el vuelo
cantan con dulce alegría,
despidiéndose de Antonio
y su ilustre compañía.

El señor obispo,
al ver tal milagro,
por diversas partes
mandó publicarlo.

Árbol de grandiosidades,
fuente de la caridad,
depósito de bondades,
padre de inmensa piedad.

Antonio divino,
por tu intercesión
la eterna mansión.





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