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domingo, 12 de mayo de 2019

Cazando obispos a ciegas en el 36.



Empezaremos esta entrada con una noticia publicada en “El Español” –el del siglo XIX no el de Pedro J. Ramírez- donde nos cuentan una sofisticada operación policial. Se publica el día 13 pero recoge unos hechos del día ocho de abril de 1836. Vamos a ello:

“Según comunicación oficial que hemos visto sabemos que noticioso el valiente y decidido teniente de carabineros de Real Hacienda de esta provincia D. Francisco de Bríones de que á las inmediaciones de Medina de Pomar, donde se hallaba destacado, cruzaban algunos contrabandistas, y sobre todo sugetos sospechosos que al parecer iban á aumentar las filas rebeldes, salió de aquel punto el 2 del corriente, acompañado de solos cuatro carabineros de a caballo. Después de haber reconocido varios pueblos y encrucijadas llegó el 5 al pueblo de Villalta. Allí advirtió que se introducía en la posada un sugeto montado en un caballo á pelo, con un costal de paja sobre el lomo, y del diestro una mula ensillada. Recayendo sobre él algunas sospechas trató aquel de acercarse, pero el desconocido echó á correr y se ocultó con velocidad en la misma posada.

Pero al fin fue preso y resultó llamarse Ambrosio López, vecino de esta ciudad de Burgos, á quien se registró en lo más profundo del pajar de la posada en que se había ocultado y se le halló con un pase expedido en el gobierno civil de esta provincia.

Antigua posada de Villalta (Cortesía de "Tierras de Burgos")

La actividad y laudable previsión del patriota Bríones no se contentó con prender á López, sino que mientras verificaba él en persona esta operación, colocó tan oportunamente un centinela en el camino, que á breve rato le avisó pasaba gente sospechosa. Amarró al prisionero, y echando á escape los cuatro transeúntes que se habían divisado montados en sus corpulentas mulas, no le quedó duda de que eran verdaderos delincuentes, pues picaron de espuelas á la primera intimación de alto que se les hizo.

Solo tres carabineros bastaron para alcanzar y prender a los fugitivos, que traídos á la presencia del subteniente Briones, emprendió con ellos y con el mozo, ya antes amarrado, su viaje para la villa de Poza. Al tiempo de poner el parte oportuno al señor comandante general de esta provincia, dice el bizarro Bríones que solo podía manifestar en aquel momento que uno de los aprehendido; le había declarado confidencialmente que pertenecía al estado eclesiástico y era amigo del ex-obispo de León; y que si gustaba seguirle á la facción le ofrecía tres galones en las filas de D. Carlos, una canongía para un hijo que tiene clérigo, á escoger, y la felicidad para el resto de la familia.

El parte le expidió en Poza con fecha del 7 en el momento de su arribo; y disponiéndose para hacer un escrupuloso registro de las maletas y demás prendas de los fugitivos, que sin duda deben ser gente notable, pues el punto de Villalta ni ofrecía comodidad, ni la menor seguridad, teniendo presente la escasa fuerza de cinco hombres incluso él, con que podían contar en un lance para conservar otros cinco hombres también de a caballo.

La Guardia Nacional de Poza se ofreció al momento á custodiar los presos y prestar á los carabineros cuantos auxilios necesitasen”.

Camino de Burgos desde la posada de Villalta (Google)

Este artículo nos deja numerosas dudas originadas por conceptos ya olvidados por el paso del tiempo. Tenemos claro, eso sí, que esto fue una afortunada operación policial en la que miembros de una unidad (¿Militar? ¿Civil?) de policía realizando una ronda por pueblos detenía a una persona que portaba, en sus animales, un saco de forraje y un pasaporte, legal al parecer, expedido por el Gobierno Civil de Burgos. Vamos, lo que entenderíamos razones de peso para detener a alguien. ¿Dónde iba? ¿Por qué una mula ensillada, montar a pelo un caballo y forraje? No solo eso sino que, en sus celada, cayeron otros cuatro transeúntes con aire sospechoso. Finalmente nos aparece la Guardia Nacional de Poza de la Sal.

Iremos por partes.

¿Quiénes eran los carabineros de Real Hacienda? Eran un cuerpo de recaudadores que procedía de la evolución –o mejora- del cuerpo de Carabineros de Costas y Fronteras, encargados de velar por el Resguardo de Rentas arancelarias y persecución de los defraudadores, vulgarmente llamados contrabandistas. Y, entendamos que, en una zona cercana al frente de guerra con un aumento de población (y de sus necesidades) esta alternativa comercial ganaba enteros. Los carabineros estuvieron siempre mal equipados y fueron, generalmente, poco eficientes. Durante la primera carlistada (1833-1840) la casi totalidad del Cuerpo de Carabineros de Costas y Fronteras se transformó en tropas regulares con sus mandos propios. Ante ello, los capitanes generales de los distritos organizaron Compañías Francas mandadas por oficiales y clases licenciados del Ejército para perseguir el fraude en sus demarcaciones. Causas múltiples, intrigas políticas, situación del país, inmoralidades de los funcionarios de la Hacienda y defectuosa recluta dada a una Institución militar que exigía desde el principio un personal con ciertas condiciones especiales, hicieron que las vacantes producidas fuesen cubiertas a la buena de Dios.


Pasaron a denominarse Carabineros de la Real Hacienda, que aunque tenían la misma organización que sus antecesores dependían en todo y para todo de la Dirección General de Rentas Estancadas. ¿Posibles causas de este cambio? Pues, el empleo de las unidades de carabineros en la guerra civil y la ausencia de mandos que se encuentran, mayoritariamente, en el frente. Se consiguió que cualquier autoridad administrativa por modesta que fuera pudiera tomar providencias contra los Carabineros de la Real Hacienda. La mayoría de los oficiales y jefes pidieron inmediatamente su reintegro en el Ejército -caso del futuro general Serrano-, continuando tan sólo aquellos de escaso ánimo y apocado espíritu. Puede aseverarse que el Real Cuerpo de Carabineros de Costas y Fronteras que creara Rodil en 1829, desapareció en 1833, al sustituirle el de Carabineros de la Real Hacienda, organismo de raíz civil.

La guerra, que siempre tiene un puntito de “sálvese quien pueda”, favoreció la impunidad de alcaldes, jefes políticos y recaudadores que, de rebote, empujó a jefes y carabineros hacia el mismo lado. En cuanto aprehendían algo surgían los problemas porque no era extraño que en el valor de las mercancías despertase pequeñas codicias. Este cuerpo será sustituido por el Cuerpo de Carabineros del Reino, organizado definitivamente por Real Decreto de 6 de agosto de 1842.

Sobre nuestro valiente carabinero Francisco Briones sabemos que en 1832 estaba destinado en la provincia de Burgos con el rango de Cabo y que (¡Gracias ausencia de Ley de protección de datos!) ocupaba un destino con un sueldo asignado de 4.775 reales y cobraba 2.387 reales.

Monumento al cuerpo de Carabineros.

Vale. Ya conocemos a una parte pero me quedo con la duda de porqué, si Ambrosio López tenía un pase del Gobierno Civil de Burgos se le detiene. Y, ¿Qué cosas estaba contrabandeando? ¿Paja? ¿Información? ¿Material de guerra? ¿Era un carlista o no? Todavía es pronto para decidirnos pero… alguien que viaja en esas circunstancias bien podría ser que iba de avanzada legal de otro alguien que necesitaba ocultarse.

Y viendo cómo eran los Carabineros, ¿Era seguro dejar a Ambrosio en manos de la Guardia Nacional? Difícil respuesta sin saber qué era este otro cuerpo armado. La milicia nacional –no me he equivocado de nombre- era el reverso de los Voluntarios realistas y procedía de una idea de las Cortes de Cádiz. Durante el Trienio, será el brazo armado del liberalismo. La nueva milicia de 1834 estaba integrada por voluntarios. Estaba en poblaciones de más de 700 vecinos a razón de una plaza por cada 100 y la formaban “sujetos de notoria honradez, probidad y adhesión a la Reina nuestra Señora Doña Isabel II, y que por su arraigo y cualidades morales, puedan mirar la tranquilidad como un interés personal”.

La oficialidad estaría controlada por el gobierno y era un cuerpo civil cuyos miembros no percibían ningún tipo de haberes y habrían de costearse el vestuario y equipo, lo que sin duda contribuía a excluir del mismo a las clases populares. A pesar de todas las precauciones la Milicia fue un factor de desorden donde solo se alistaron los más politizados y bullangeros.

El nuevo reglamento de 1835 remarcaba el carácter civil de la milicia pero bajo mandos militares. Incluso podían entrar partidarios del pretendiente porque solo estaban excluidos los que “hayan tomado las armas contra los derechos de la REINA nuestra Señora, aunque se hallen indultados”.

Cortesía de "Tierras de Burgos"

Pese a todas las precauciones, la milicia se confirmó como el brazo armado del progresismo, y su actuación fue decisiva para el triunfo del movimiento juntista que en el verano de 1835 lleva a Mendizabal al poder. Una de las labores de su ministerio va a ser precisamente la reorganización de la “guardia nacional”, nombre con el que será designada la antigua milicia. Esta es la milicia que se encuentra Briones en Poza de la Sal.

Bien. Pero hasta ahora hemos estado hablando de Carabineros y de Guardias Nacionales. Y de un pobre. Me dirán: ¿Y los obispos del título?

Para ello tengo que presentarles este artículo que acompañaba al anterior en “El Español”:

“Burgos 7 de abril. Reina en esta población grande impaciencia por saber el objeto de la salida precipitada que ha hecho esta mañana tres horas antes de amanecer el señor de Quinto, gobernador civil interino, acompañado de unos cuantos nacionales de caballería, bastantes individuos de la compañía de artillería de la Guardia Nacional, y algunos individuos del escuadrón de voluntarios de Burgos. Nada se ha traslucido; pero todos convienen en que la expedición debe ser producida por algún acontecimiento inquietante en la provincia, pues el pulso y madurez con que el señor de Quinto se conduce en su vida pública no permite juzgar de otra manera.

ÍDEM 8. Ya estamos en disposición de dar razón circunstanciada y exacta del objeto y resultado de la expedición militar que tenía á Ios burgaleses en la más viva expectación. A las doce y media de la noche del 7 recibió por extraordinario el señor de Quinto, un parte del señor Pérez Roldan, Gobernador civil de Palencia, en que parece le decía con fecha del 6, que en la mañana de aquel día se había fugado de su diócesis aquel obispo, ignorando el traje que llevaba, y los que le acompañaban; pero le indicaba los motivos en que fundaba las sospechas de que el fugitivo debía cruzar esta provincia de Burgos.

Púsose en movimiento inmediatamente la actividad del señor de Quinto, y auxiliado del no menos celoso y patriota el señor de Anteo, comandante general de la provincia, no eran todavía las dos de la mañana cuando aquel se hallaba fuera de la ciudad al frente de la fuerza mencionada, debiendo notarse la extraordinaria celeridad con que, espontáneamente y por puro patriotismo se aprestaron los nacionales de caballería y de la compañía de artillería, modelos verdaderos de noble civismo.

No obstante lo destemplado de la estación se plantaron en pocas horas en el pueblo de Hormazas, donde había alguna sospecha de que el obispo errante debía haber tocado. Pero el señor de Quinto creyó que sin datos seguros y positivos, de los cuales carecía, no le permitía ni su justificación, ni su legalidad atropellar la seguridad personal de ninguno de aquella población, y todos sus vecinos fueron respetados.



Se trasladó la pequeña columna á Villadiego, y la Guardia Nacional se puso inmediatamente sobre las armas, así como algunos de caballería del escuadrón franco de Palencia que allí se hallaban de guarnición. En breve rato cubrieron todas las avenidas de Villadiego vigilantes centinelas, y el señor de Quinto expidió desde allí en todas direcciones las oportunas órdenes para que se retuviese á todo transeúnte que según las instrucciones que acompañaba inspirase el menor recelo, así como se pusiese singular esmero en no vejar al que marchase con su pasaporte en regla y sin motivo para sospechar de su persona.

Así dispuesto el plan de batida que oportunamente había concebido la autoridad civil de la provincia, regresó esta á Ia capital á tomar nuevas luces, acompañada de cuatro nacionales de caballería; y sin descansar más que muy cortas horas, volvió á emprender su expedición entre las tinieblas de una noche oscura y frigídísima, porque le manifestó un arriero que en Villalta habían detenido los carabineros á varías personas sospechosas”.

¡Vaya cómo corrían las noticias! Y, encima, ¡Por boca de arriero! ¿Serían clérigos los cuatros “delincuentes” que detuvo Bríones? Por su reacción ante la detención casi diría que sí. Porque era normal la fuga de sacerdotes y obispos hacia el campo carlista. Diría que incluso podría ser el obispo de Palencia o cualquier otro prelado. En esta misma bitácora se habló de la fuga del obispo de Mondoñedo Francisco López Borricón.

El Eco del Comercio (13/04/1836)

Ese mismo ejemplar de “El Español” nos informaba –cual Fake news moderna- la detención del obispo de Orense entre Villalta y Posadas. Lo curioso es que en la columna siguiente se preguntaban por la identidad de los capturados en Villalta. ¡Si hasta coincidía el número de individuos y las fechas! ¡¿Pero cuantos obispos creían que pasaban por la zona fugados?!

“Acaba de saberse que entre Víllalta y Posadas ha sido arrestado por unos carabineros el obispo de Orense, que con otras 2 personas y 2 criados se dirigía á la facción: si es cierto no cabe duda que ha sido una captura feliz, porque sus papeles podrán aclarar muchas cosas”.

En su edición del 16 de abril de 1836 corrigió ese despiste.

El obispo detenido era Carlos José Laborda y Clau, conde de Pernia, (1783-1853). Estudió teología en Lérida y se doctoró en la Universidad de Huesca. Fue racionero de Pertusa y cura de su pueblo natal (Barbuñales); canónigo de la colegiata de Tamarite y arcipreste de Tarazona. Durante el Trienio Liberal estuvo exiliado en Francia. A su vuelta fue arcipreste de Zaragoza y presidente del Hospital General. En 1831 obtuvo el obispado de Palencia.

El Nacional (14/04/1836)

Principalmente se le recordaba por la epidemia de cólera de 1834 que cercenó la décima parte de su feligresía. Sufrió el anticlericalismo de la época y, quizá, esto le ayudó a tomar cierta decisión: cuando el gobernador civil de Palencia solicitó el censo de los edificios que debían ser desocupados y del clero que debía ser exclaustrado, Laborda abandonó su diócesis. ¿Ya no aguantaba más? ¿Valentía para optar por el carlismo? ¿Simplemente exiliarse?

Emprendió la fuga disfrazado de comerciante, con un pasaporte falso y cerca de cuarenta mil reales en oro, pero como ya sabemos fue casualmente pillado en Villalta (Las Merindades de Burgos) por Francisco Briónes y sus carabineros. Culpable de desobediencia al gobierno y de fuga de su puesto fue condenado a destierro en Ibiza durante el tiempo que durase la guerra. Pero como no hay mal –ni bien- que cien años dure regresó a su diócesis en 1844.

El eco del comercio (15/04/1836)


Bibliografía:

Periódico “El Español”.
“Estado de los empleados que componen la Real Hacienda de España” (1932)
“Recuerdos de la guerra carlista (1837-1 839)” Príncipe Félix , Lichnowsky.
“La Primera Guerra Carlista”. Tesis doctoral de Alfonso Bullón de Mendoza y Gómez de Valugera.
Periódico “El eco del Comercio”.
Periódico “La Revista Española”.


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