Que no te asusten ni la letra ni el sendero de palabras pues, amigo, para la sed de saber, largo trago.
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domingo, 26 de mayo de 2019

¿León de piedra? ¿Hombre de piedra?



Este hallazgo se encuentra en el Museo de Las Merindades de Medina de Pomar (Burgos) y procede de Villaventín (Junta de Traslaloma, Burgos). No sabemos a ciencia cierta qué es esa piedra porque está –como se dice en el mundillo-descontextualizada al recuperarse en la esquina de una casa. La pieza podría ser romana, o manierista. Lo romano lo tenemos claro pero cuando hablamos de manierista nos referimos a una corriente artística donde se rechazó el equilibrio y la armonía de la arquitectura clásica. La búsqueda del ideal estético y armónico del Renacimiento pleno es sustituida por la personalidad del artista. Evidentemente esta divergencia nos dejaría una pieza que bien podría tener 2.000 años o solo unos 500 años. Por lo menos, está claro que en ambas posibilidades la pieza formaría parte de algún tipo de instalación hidráulica.



Cuando la observen verán una piedra tallada con fines ornamentales; un cubo escuadrado con alguna rotura; un bajorrelieve realizado en piedra de toba. La altura de la pieza es de 60-61 cm, mientras que su anchura es de 46-47 cm y su fondo de 29-30 centímetros. Estas medidas tendrían como unidad de medida el pie romano (30 cm) lo que es un punto a favor de esta hipótesis. De color amarillento pálido no parecen detectarse ni marcas de cantería ni rasgos epigráficos; tampoco son claras las posibles huellas del instrumental de talla.

Solo tenemos esculpida, y por completo, una de las caras con un rostro -a elegir- de león antropomorfo o de persona aleonada, casi centrado, captado en un arrebato de cólera que le deforma grotescamente y le inyecta los ojos en furia. Irradia fuerza y vigor. Diríase que representa a una fuerza de la naturaleza, tal vez un dios que adopta rasgos y comportamientos propios de un león. Por la cara opuesta, la trasera, la pieza presenta un vaciado casi total, con una oquedad cuadrada y fondo plano. La profundidad del vaciado de la boca nos informa del grosor de la cara frontal: 10 centímetros.




Los ojos –donde parece haberse centrado los esfuerzos del escultor- poseen unas pupilas redondas que diríamos desorbitadas y son prominentes bajo las expresivas y pobladas cejas. La nariz, roma y descentrada, asoma entre un espeso bigote y la abultada frente. Su gran boca abierta parece lanzar un profundo e inquietante rugido. La cabellera cae verticalmente unida al bigote y despegándose de la cara, así como la barba, que fueron sencillamente trabajadas. Entenderíamos que el artista conocía su trabajo y estaba suficientemente dotado de recursos. Incluso debía de trabajar este tipo de elementos prácticos al reforzar la boca ante roturas mediante el engrosamiento proporcionado por el bigote y el labio inferior.

Parte posterior.

Miremos esa cara trasera donde nos describen que, en la base de la cubeta, existe un canalillo que discurre recto hasta alcanzar el fondo donde se remata en una pequeña perforación circular y sobre ella, en su vertical, se observa otra de idénticas características. Vale. Pero el asunto es saber si la cara de león y esta canalización posterior fueron talladas a un tiempo. ¡¿Anda que si el rebaje fuese muy posterior?! Supongamos que es coetáneo, entonces serviría para ubicar el epistomium o llave. O supongamos que hubiese sido retallado posteriormente para algún uso espurio. Recuerden la cabeza de Medusa haciendo de basa en un aljibe de Constantinopla.

De entrada este sillar formaría parte de un canal de agua o de una fuente porque el vaciado trasero, la huella del specus (canal de un acueducto) y la perforación de la boca parecen indicar que por allí pasaba agua. Pero si piensan que podría ser un vierteaguas, una gárgola, olvídense porque ni por su forma ni por sus dimensiones lo sería. Además, la pieza se complementaría con tuberías de plomo o cerámica. José Ángel Lecanda Esteban y Alberto Monreal Jimeno asumen que, por su monumentalidad formó parte de una pieza notable. ¿Una fuente ornamental?


Y… más: ¿se cuidaba tanto la apariencia de las fuentes? Bueno, tenemos que comprender la importancia del agua para la supervivencia de las culturas del Mediterráneo. Grecia y Roma consideraban sagradas las fuentes y se les dedican altares votivos y otros monumentos. El agradecimiento a los dioses por el milagro del agua se represente con la figura o el rostro de una divinidad acuática. A veces, sin embargo, en la materialización de estas obras parece subyacer la idea de que el agua es un tesoro a defender, por lo que se las hace acompañar de advertencias en forma de conjuros y anatemas o por animales disuasorios.

La primera deidad de la lista sería Neptuno/Poseidón representado como un hombre maduro, barbado y de largos cabellos frecuentemente desordenados, que puede mostrar un aspecto a veces brutal y terrible, como corresponde a sus arrebatos de ira que desencadenan tempestades y caos. Quédense con la descripción y compárenla con la de nuestra piedra.

Fuente de Pompeya

Y ¿si es al revés? El rostro sea de un animal… ¡o de un ser híbrido! Ejemplos no faltan: en algunas de las pinturas de los vasos cerámicos griegos de figuras negras aparecen fuentes públicas cuyas bocas reproducen cabezas de animales como leones, panteras, lobos, jabalíes... De hecho, la propia palabra "grifo" parece derivar de los animales fabulosos que adornaban las llaves del agua. El agua, en una asociación lógica, se hace salir por las abiertas fauces de estos animales. A veces, sin embargo, se sustituyen por rostros humanos grotescos cual máscaras.

Las fuentes en Roma estaban rodeadas de leyendas. Vemos esas cabezas de animales en las fuentes pompeyanas donde se adornaba el caño con máscaras de toro o de león que arrojaban el agua a un pilón. Una pieza similar a la de Villaventín la tenemos en una fuente adosada a la conducción de "San Lázaro", en Mérida, junto a la "casa del Anfiteatro".

Casa del Anfiteatro de Mérida.

O, -¿quién no la conoce?- la famosa Boca de la Verdad colocada en el pórtico de Santa María in Cosmedin de Roma. Un personaje mitológico relacionado con algún tipo de divinidad fluvial, de largos cabellos, barbas y bigotes y dotado de pequeños cuernos, con perforación de la boca entreabierta y de los dos ojos. La nuestra tiene en común con ella el vaciado de la boca, el tratamiento del cabello o los rasgos de la cara.

Este tipo de trabajos “faciales” no estaban solo restringidos para bocas de fuentes. Muestras similares podemos verlos en metopas, esculturas, frescos o en máscaras de teatro. Esta últimas cumplían ciertos convencionalismos para que representasen tipos o estados de ánimo como la cólera: arqueamiento de cejas, ceño fruncido, ojos furiosos, boca muy abierta... Por su parte, el tipo de sátiro presenta una nariz chata y roma que asociada a los seres libidinosos y lascivos, ojos salvajes, cabellera desordenada, greñuda y el perfil bestial. Vamos, que por este lado la imagen de Villaventín representaría un colérico sátiro.


Ni que decir tiene que ese sistema de concebir las fuentes y que tanta aceptación tuvo, encontró, como tantos otros usos, formas e ideas del mundo clásico, un amplio eco o, mejor dicho, una línea ininterrumpida en el occidente europeo. Así, por ejemplo, podría sin dificultad establecerse una larga relación de fuentes musulmanas decoradas con leones, entre ellas la famosa de la Alhambra.

Igualmente, en el románico se encuentran reflejos de esta iconografía de máscaras y cabezas monstruosas y animalescas en ménsulas y canecillos. ¡Y ya no les digo lo que ocurrirá con el Renacimiento y en el Neoclasicismo! Llega a abusarse de esos viejos usos, copiándose y repitiéndose formas y temas que no resulta fácil saber si son del 1550 o del año 50. Para determinar su época es necesario el contexto arqueológico… ¡que es lo que se ha perdido en esta pieza!

Pompeya (Cortesía de Arturo Gonzalo Aizpiri)

¿Cómo podemos “obtener” cierto contexto arqueológico? Empecemos por estudiar Villaventín y los restos romanos localizados en la comarca. Aquí también se localizó una lápida funeraria romana. Recordemos la existencia de Salinas de Rosío, la villa de San Martín y de la calzada que pasa por el Valle de Losa. La fecha de la lápida nos lleva a la romanización tardía, siglo IV. Cerca, y siguiendo uno de los pasos naturales entre Losa y la cuenca del Nela-Trueba por el valle del río Salón, en Villatomil (Medina de Pomar), apareció una conducción de agua a la que se ha atribuido una cronología romana.

No se ha encontrado en el entorno resto de población romana aunque es posible que forme parte de una red de alcantarillado que vertiese al río, procedente de un lugar alejado aún indeterminado. Quizá relacionado con Salinas de Rosío. Los restos romanos encontrados, eso sí, señalan una ocupación continuada desde el siglo I al IV d. C. No nos olvidemos del poblado indígena romanizado de Momediano. Su extensión era grande y parece que contó con dos murallas. Conclusión: hubo romanos y, también, romanizados relacionados con el agua.


¿Y elementos que apoyen la idea renacentista? Hoy no hay datos para asociarlo a la etapa moderna aunque abundan los blasones y escudos nobiliarios que incluyen entre sus elementos hombrones y mascarones pero tan distintos al que nos ocupa, que no cabe establecer relación alguna entre ambos. ¿Fuentes? Tampoco. Y las existentes en comarcas próximas no tienen embocaduras con una iconografía de este tipo.

Se apuesta por Roma dada la calidad formal de la pieza, sus paralelos estilísticos e iconográficos, sus medidas y el entorno arqueológico de la zona en que se encontró. Situable entre los siglos II y IV de nuestra era.



Bibliografía:

“El relieve antropomorfo de Villaventín (Burgos)”. Lecanda Esteban, José Angel y Monreal Jimeno, L. Alberto.




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