Que no te asusten ni la letra ni el sendero de palabras pues, amigo, para la sed de saber, largo trago.
Retorna tanto como quieras que aquí me tendrás manando recuerdos.


miércoles, 14 de agosto de 2019

Fuera de límites: Andrés Manjón y Manjón.



“La inteligencia del hombre varía poco y más tiende a la adaptación al medio qué a la variación”.
Andrés Manjón en Lanjarón, (14 de mayo de 1923).

Tenemos que desandar el camino de la vida hasta el año 1846 a un lugar fuera de Las Merindades (cierto, a veces lo hacemos), llamado Sargentes de la Lora. El día 30 de noviembre nace Andrés Manjón y Manjón. Era hijo de Lino Manjón Manjón y de Sebastiana Manjón Puente, labradores de clase humilde rural que cultivaban tierras propias. Fue el primero de los cinco hijos del matrimonio. Los otros fueron Marta, María, Justa (Metida a monja a los 20 años) y Julián.

Entre los educadores de Andrés destacó su tío Domingo Manjón –hermano de su padre- que era el párroco de Sargentes y quién ayudaría al pago de parte de su formación. Cuenta Andrés en su biografía titulada “Cosas de antaño contadas hogaño (Memorias de un estudiante de aldea)” que era inteligente pero poco dado a estudiar como indicó su tosco -y amigo de los azotes- profesor Francisco Campos, natural de Rocamundo. Esto potenciaría su forma de ver la educación, seguro.


Tras las primeras letras en su pueblo, estuvo seis meses en la preceptoría de Sedano donde confraternizaría con Gabriel Campo quien llegaría a presidente de la Audiencia Provincial de Granada. Luego pasó a Panizares para estudiar latines con Marcos Hugo, párroco del lugar. Tenía once años. De ahí, tras cuatro meses en Cortes (barriada de Burgos), marcha a Polientes (Valle de Valderredible, Cantabria) el año de 1857 para prepararse para entrar en el seminario. Esto solía hacerse en las Preceptorías donde se estudiaba latín y castellano. Solo. No estudió otras materias como la Aritmética, la Geografía o la Historia. La de este lugar la dirigía Liborio Ruiz, militar retirado, y allí estudió Andrés tres años doctorándose de estos estudios en 1860. A estas alturas de su vida todos sus maestros tenían demasiada liberalidad para enseñar las letras con sangre.

Por ello, según palabras de Andrés, cuando ascendió a la Lora lanzó una mirada de compasión a sus antiguos compañeros de Polientes. Luego, con catorce años, enfiló el camino de Burgos para examinarse en el colegio de San Carlos de latín. Los Jesuitas le dijeron que le faltaba un año de latín y de Retórica, Poética, Geografía, Historia, griego… Lo bueno es que descubrió al padre Doncel quien educaba riendo, jugando y bromeando con sus alumnos. Tras haber respondido con brillante suficiencia a cuantas cuestiones sobre Latín, Griego, Historia y Ciencias le formuló un severo tribunal, obtuvo la máxima calificación que se otorgaba entonces en dichos centros ("meritissimus").

En 1862 ingresa –Para algunos gracias a los contactos de su tío Domingo- en el Seminario de San Jerónimo de Burgos como alumno externo. Se hospedó en la Calle Alta (hoy Fernán González), en casa de un Señor llamado Manzano, el cual se dedicaba a hospedar estudiantes. Con 17 años, cuando cursaba el tercer año de filosofía, muere su padre y se convierte en el posible sustento de su familia. Su madre se desplazará a esa ciudad para conminarle a seguir estudiando.


Cuando ya iba a rematar el ciclo de las disciplinas filosóficas sufre un suspenso en derecho natural del profesor Domingo Peña, al parecer injusto. Esto le avergonzó y no viaje a Sargentes para las vacaciones. Junto a un compañero, Manuel Campos Salce, vagabundean dedicándose a las ocupaciones más dispares llegando hasta Oviedo donde finalizan su aventura y regresan a Burgos. Allí le esperaba su madre que, dicho llanamente, “le leyó la cartilla”. En esos tres meses de vagabundeo aprendió la gran lección de la vida, reflejada en esta frase suya: “A un suspenso le debo lo que soy”. Normalizada, pues, su situación en el seminario, renovó sin problemas su estatus de alumno aventajado y llegó a reconciliarse con Domingo Peña, a quien no le importó reconocer que Andrés Manjón era uno de los mejores estudiantes que había conocido.

En la epidemia de tifus que se declaró en Sargentes y que mató al médico fueron Sebastiana y su hijo Andrés quienes se centraron en los enfermos. Ella limpiaba casa y enfermos y él rezaba, reconfortaba sus almas y daba las medicinas.

Tras la Revolución Gloriosa de 1868 se fue achicando el espacio de la Iglesia en la vida civil. Fue cerrado el seminario de Burgos. Muchos seminaristas abandonaban sus estudios y Andrés Manjón, a quién según algunas fuentes le quedaban tres años de teología y según otras ya la había cursado toda y estaba pensando en ordenarse, abandonó el Seminario dadas las circunstancias políticas del reino. Bueno, no perdía mucho. Se había librado de un profesorado mediocre y con pocos medios didácticos. Para no perder el tiempo se hizo Bachiller. Estudia las asignaturas en Sargentes y en septiembre de 1869, en convocatoria única, es examinado de todo el bachillerato en el Instituto de Burgos que aprueba con buenas notas. Su siguiente parada es Valladolid. Fija su residencia en una pensión situada en la plaza de San Pablo. Estudia como alumno libre en el Seminario y en la Universidad. Alterna sus estudios con una intensa actividad apostólica. Se hace miembro de la Academia jurídico-escolar en cuyas veladas académicas diserta. Como miembro destacado de la Juventud Católica vallisoletana combate, con la pluma y con la palabra, los nuevos movimientos progresistas y laizantes que comienzan a pulular en los ambientes políticos y universitarios. De esta época datan sus polémicas con Eugenio Montero Ríos, catedrático de Derecho Romano y ministro de la Corona, antiguo ex-seminarista y gran cacique en los medios políticos y universitarios. Andrés Manjón tomó una posición abierta contra los enemigos de las doctrinas pontificias atacando, en un artículo de prensa y en una conferencia, la tolerancia y reconocimiento que Montero Ríos había dado a esta institución en los debates constitucionales de 1870.


Se licenció en junio de 1872 con unas magníficas calificaciones en Derecho civil y canónico. Ese año se desplazó a Madrid para realizar los pertinentes estudios de doctorado en la Universidad Central. Tuvo como residencia el Colegio de San Isidoro.

En posesión del título de Licenciado de Derecho Civil y Canónico, presenta y defiende en 1873 la tesis doctoral sobre el tema: “Diferentes sistemas de la propiedad: principios verdaderos”, donde se fija la doctrina social de la Iglesia frente a las corrientes marxistas. Su título de doctor en Derecho civil y canónico fue expedido el 12 de febrero de 1874. Sigue sin ordenarse sacerdote.

Intentó vivir en Valladolid mediante una Academia para alumnos de segunda enseñanza donde aplicar nuevos métodos de enseñanza. Duró un año. A la par que esta aventura autónoma, en el curso 1873-1874 trabaja como profesor auxiliar de la Cátedra de Historia de la Iglesia, Concilios y Colecciones Canónicas en la Facultad de Derecho de Valladolid. Empujado por sus necesidades económicas opta a auxiliar de la disciplina de Derecho Romano en la Universidad de Salamanca, toma posesión el 10 de febrero de 1874 y aguanta hasta el 15 de julio del mismo año.


Y marchó a Madrid en 1875. Allí estará cinco años. Empezó a trabajar en el conocido colegio de San Isidoro como inspector. A los pocos meses le adjudicaron las clases de Geografía e Historia, y aquí fue donde empezó a mostrarse como pedagogo y maestro. Además hacía proselitismo católico entre parejas amancebadas y preparaba oposiciones a Cátedra de Cánones en la primera vacante.

Se hizo socio de la Academia de Legislación y Jurisprudencia, cuyo presidente era Eugenio Montero Ríos. En una de las sesiones en que el político gallego defendía el matrimonio civil, se levantó Andrés para rebatirlo y –pongámonos en su época- derrotarlo dialécticamente. Andrés, seguido de un ardoroso grupo de la juventud estudiosa y combatiente madrileña, se enfrentó de palabra y por escrito contra los prohombres del liberalismo político y religioso y los adalides de la Institución Libre de Enseñanza.

Al quedar vacante la cátedra de Disciplina eclesiástica en la Universidad de Salamanca, se presenta a las oposiciones y queda el primero de doce concursantes, pero… le dan la plaza al número dos. Se dijo que fruto de intrigas de Montero Ríos. Salió a concurso la cátedra de Derecho, disciplina general de la Iglesia y particular de España en la Universidad de Santiago, esta sí la gana. El 29 de abril de 1879 recibe el nombramiento. Cuentan que esto no contentó ni a su madre ni a su tío que ansiaban verlo convertido en Sacerdote. A Andrés no le satisfacía la vida política de Santiago. Quería la universidad Central de Madrid aunque solicitó una vacante en Granada. Y se le adjudicó la Cátedra de Derecho Canónico en esta Universidad, el 17 de abril de 1880 y en la que se jubiló (y reenganchó). El 28 de mayo de 1880 toma posesión oficial de la cátedra.


Será en el año 1883 cuando madure su idea de crear escuelas “para que no sufran los demás lo que él sufrió por falta de Escuela y Maestro”. Será este también el momento en que asuma la presidencia de una sociedad de juventud católica conservadora. Alumnos suyos se inscribieron en ella. Fruto de una polémica periodística sobre la existencia de Dios Andrés entendió la fuerza de este medio y la fuerza de la palabra. Su Cátedra y sus libros, sus discursos y sus hojas a eso tendían: a formar hombres que supieran hablar, escribir y obrar en cristiano.

Por un Real Decreto de 18 de agosto de 1885, el ministro de Fomento, Alejandro Pidal, se reconocía la enseñanza libre. Ese mismo año, el Rector del Colegio-Seminario del Sacro Monte José María Salvador y Barrera, más tarde Obispo de Tarazona y Madrid y luego Arzobispo de Valencia, invitó a Andrés Manjón, el 23 de octubre de 1885, a explicar Derecho Canónico en sus aulas, situadas junto a la Abadía que se alza en un pequeño monte que domina parte de la ciudad, y donde se cursaban el bachillerato y la Teología.

En ese barrio conocerá el abandono en que viven los gitanos y asimilados de la zona y su falta de educación y de futuro. Esta, dicen, fue su caída del caballo –en nuestro caso de la borriquilla “La Morena”- y en dos años decidirá ordenarse sacerdote. Y eso que sus amigos nunca pararon de buscarle esposa y él siempre lo rechazó. Es ordenado el 19 de junio de 1886 y tenía 39 años.


Cuenta un hagiógrafo que “Cuando se presentó en la Universidad sin bigote ni levita y sí con traje talar, estalló en el patio principal una ruidosa salva de aplausos y vítores al Catedrático santo, y él en medio de gran emoción y confundido por aquella espontánea manifestación de simpatía, dio su clase, a la que asistieron gran número de Profesores y alumnos”. Su primera misa será en Santa María de Sargentes el ocho de agosto de 1886.

Consigue ser nombrado el 16 de junio Canónigo en el Sacro Monte y toma posesión a su regreso de Burgos. Dispondrá ahora de dos sueldos: el de Canónigo y el de Catedrático. Los necesitará porque, mientras vivía y daba clases en ese barrio buscaba la solución a la pobre vida de los gitanos del lugar. En aquel mismo año y sin perder tiempo se trajo, siguiendo costumbre muy extendida en su época, a un pariente suyo, Antonio Manjón, para que le sirviera como criado y fuera más tarde sacerdote y cooperador suyo. Se libró de este destino por padecer epilepsia que era un impedimento para el sacerdocio. Fue despachado hacia Burgos.

Correrá el año 1888 cuando eclosione la obra de Andrés Manjón: sus escuelas del Ave María. La idea era una escuela para pobres, campestre, entre flores y jardines, con mucho sol y agua, aire e higiene, y en la que los niños estén como en su casa y vean a todas horas maestros alegres. Cumplirían dos principios básicos: Dios y Patria. Compró una casa con jardín (un carmen) e instaló allí la primera escuela. Para 1892 disponían dos cármenes: uno para niños y otro para niñas.


Andrés, además, recurre a la sociedad pidiendo en el Sagrario del Sacro-Monte y en la Capilla de sus Escuelas pan y ropa para los niños. Poco a poco se va conociendo su obra y médicos, farmacéuticos o religiosos se ofrecen para trabajar con él y ayudar en la obra de conquistar espiritualmente Granada y España. Muchos niños asisten a las Escuelas, muchos comen habitualmente, casi todos ellos son vestidos dos veces al año; algunos estudian carrera, otros aprenden oficio y en toda la ribera del Darro se oyen voces infantiles que cantan el Ave María.

Será en 1893 cuando sus escuelas del Ave María alcancen Sargentes de la Lora. ¿Por qué lo hizo? “Por ser mi pueblo y necesitarlo mucho; porque, si es frío y pobre, el frío favorece el estudio y la pobreza fomenta la humildad; porque el aislamiento contribuye al recogimiento y a la modestia en el vestir, y finalmente, porque allí se contaba con algunos medios para fundar y sostener la fundación”. La constituirá en la casa de su madre tras una reforma y la dirigirá Francisca López Manjón, sobrina del Fundador. Posteriormente levantó un colegio para niñas y párvulos. Durante el año 1916 se construyó un edificio para escuela de niños y con los mismos fines que el de niñas. La madre de Andrés se ofreció a ser criada, cocinera e inspectora de las alumnas de aquel Colegio. Falleció el 25 de febrero de 1898 a los 74 años de edad.


Enemigo de cargos y ostentaciones, rechazó las propuestas a rector de la Universidad y a decano de la Facultad de Derecho Canónico que se le hicieron en mayo y diciembre de 1899 respectivamente, a senador por la Universidad en 1902 y a vicerrector en 1908; sin embargo, formó parte de numerosos tribunales universitarios y desarrolló brillantes lecciones magistrales como el discurso de apertura del curso académico 1897-1898 en la Universidad sobre las condiciones pedagógicas de una buena educación o aquellas en las que expuso su visión de una enseñanza centrada en el alumno. En 1900 fue nombrado Hijo Predilecto de la ciudad de Granada y en 1909, la Diputación Provincial de Burgos le nombró Hijo Predilecto de su tierra natal.

La obra pedagógica de Andrés Manjón debe situarse en su momento histórico: pérdida de las colonias de Cuba y Filipinas; lucha de partidos y constituciones, pronunciamientos militares y guerras civiles; desarticulación política y social; retraso en el terreno de la industria, agricultura, comercio, vivienda y urbanismo; falta de clase media; analfabetismo... Añora una Patria unida, culta, próspera, a la altura de los pueblos más desarrollados. La educación, entiende, es será el arma para ganar el futuro. Netamente regeneracionista. Pero alejado de la frase de Ganivet: “Despensa, escuela y siete llaves al sepulcro del Cid”. “Chocaba” con la Institución Libre de Enseñanza.


Citemos las palabras pronunciadas, en 1898, por Santiago Ramón y Cajal, en el Ateneo de Madrid, en las que alaba a Andrés Manjón “como catedrático distinguido, canónigo del Sacro Monte, publicista, sacerdote ejemplar y, sobre todo, como pedagogo y modelo de los hombres que España necesita para su regeneración”. Incluso Miguel de Unamuno, rector de la Universidad de Salamanca fue a conocerlo en 1903. “¿Quién es aquel campesino burgalés? ¿Quién es aquel padre Manjón para que el pueblo, sobre todo el humilde, inmerso en el mar negro de la pobreza, lo quiera y lo alabe encarecidamente? ¿Es un embelecador o un santo?”. Después de visitar durante cuatro horas el Ave María, escribió, una conmovedora página en el álbum de firmas de las Escuelas.

En el barrio del Triunfo de Granada, en 1900 no había escuela alguna, y Andrés creó una donde acudieron tantos niños que no se cabía, y hubo necesidad de ampliarla al poco tiempo. Andrés visitaba a diario sus escuelas y las iba organizando hasta que en septiembre de 1901 se encargó de las mismas Pedro Manjón, al ser ordenado de Sacerdote.

Podríamos decir que las escuelas del Ave-María formarían parte de la corriente pedagógica de las “escuelas nuevas” pero para pobres. Situación en un entorno campestre, programas escolares, de trabajos manuales, la vocación y el aprendizaje de artes y oficios, acordes con sus aptitudes y su espíritu vocacional. En la forma de dar las clases predominaba el diálogo sobre el monólogo, los juegos y los métodos orientados a grabar en el alumno ideas y hechos de las diversas disciplinas escolares.


En 1905 las necesidades de educación en Granada no decrecen pero el dinero de las escuelas del Ave María no aumentaba. Por suerte llegó el Conde de Agrela y colaborará en la creación de la escuela del barrio de San Cecilio inaugurada en 1907.

Andrés creó, incluso, una escuela de maestros formados en su filosofía. Publicó un libro titulado “El Maestro mirando hacia dentro”, en el que se detallaban las virtudes del buen Maestro, tomando como base las teologales y cardinales. Repetía muchas veces: “Educad a los jóvenes, que en ellos se cifra la esperanza de la Patria; haced buenos Maestros, que en ellos se funda la Sociedad y predicadles piedad, laboriosidad y competencia, que son las tres principales virtudes del buen Educador”.

Sus escuelas se expandieron por las provincias de Granada, Sevilla, Huelva, Almería, Córdoba, Alicante, Salamanca, Valencia, Albacete, Badajoz, Ciudad real, La Coruña, Navarra, Cantabria, Vizcaya, Asturias, Madrid, Barcelona, Gerona, Huesca, Orense, León, Palencia, Valladolid, Toledo, Cuenca y, por supuesto, Burgos. Y Allende de nuestras fronteras se fundaron en México y Buenos Aires. En 1921 la matrícula llegaba a los dos mil alumnos, niños y niñas.


Pero, como habrán podido ir intuyendo, la tarea formativa de Andrés Manjón y Manjón se complementaba el proselitismo católico: “han sido, pues, y son desde su nacimiento nuestras Escuelas una Institución Catequística. Para el Catecismo se fundaren, con el Catecismo viven y al Catecismo están ordenadas todas sus enseñanzas”.

El rey Alfonso XIII y su gobierno seguían con interés la acción de Andrés y así, con motivo de la mayor edad del rey y la creación de la Orden de caballeros de Alfonso XII, este fue nombrado para tal distinción. Se creó en Granada una suscripción popular para costearle las insignias. Los fondos se destinaron a más espacios escolares. Cuando Alfonso XIII visitó Granada se acercó, el 30 de mayo de 1904, hasta las escuelas del Ave-María a saludar a Andrés y se asombró de la tarea de instrucción que realizaban con más de mil alumnos. Por cierto, cuenta algún biógrafo que el rey preguntó por qué no portaba la insignia otorgada y la respuesta fue que se la habían comido los niños. El rey estuvo casi una hora, debido a la apretada agenda oficial. Un numeroso grupo de niños con dos bandas de música infantiles y de las propias escuelas desfilaron ante Alfonso XIII. Al Borbón le llamó la atención las arboledas de los jardines de la Casa Madre. Anduvo por distintas aulas, preguntando y observándolo todo. Uno de los recursos docentes que más llamó su atención fue el mapa de España en relieve, con sus ríos, lagos y mares de agua.

Periódico "La acción".

Una anécdota sobre la forma de educar que se aplicaba en estas escuelas ocurrió el 30 de noviembre de 1911 cuando Andrés fue obsequiado por los Profesores y niños del Ave María del Triunfo con un regalillo. El director de este Colegio ensayó con los niños lo que habían de decir a Don Andrés:

“—Ave María, ¿da Vd. su permiso?
—¡Adelante!
—¿Cómo sigue Vd., Don Andrés.
— Bien, ¿y vosotros?
—Nosotros bien, gracias a Dios, ¿y su familia?
—Mi abuela se ha muerto.

Suponiendo los niños que Don Andrés les diría está bien, ellos deberían decir: “Nos alegramos, gracias a Dios”; pero al contestar Don Andrés “mi abuela se ha muerto”, ellos inocentemente contestaron a una: “Nos alegramos, gracias a Dios”. La ocurrencia del Maestro y la inocencia de los discípulos provocó una carcajada general, de la que se valió Don Andrés para dar esta lección a sus Maestros: “La rutina atrofia las facultades del educando, y Dios, que es la Sabiduría increada, para algo nos dio el entendimiento; el rutinario aprende palabras, pero no ideas”.

Primera escuela del Ave María (1888)

Otra de las vías que empleó para difundir la cultura y su ideario fue la prensa. De joven publicó varios artículos que le permitieron redondear sus ingresos. Por el primer artículo le dieron 25 pesetas, y por un segundo artículo 15 pesetas… “No es la prensa, hoy por hoy, la panera que me haya de alimentar, pero reconozco que es una palanca de primer orden” dijo. En Granada, colaboró en “La Independencia de Almería” bajo el pseudónimo de Canta Claro contra las Escuelas laicas, cuando durante los años 1908 y 1909 estaba en boga la enseñanza o escuela ferrerista. Estos artículos compusieron el libro “Las Escuelas Laicas” (1910) que disfrutó de una tirada de 30.000 ejemplares y que definía aquellos centros de anticristianos, antihumanos y ateos. En su cruzada contra la secularización de la enseñanza, no dudó en desplazarse a Valladolid en 1913 para defender en el Congreso Catequético Nacional una memoria sobre la conveniencia de establecer el Catecismo como asignatura central en la escuela.


Publicaba en periódicos o Revistas Católicas como “Universo”, “Gaceta del Sur”, “Ora et Labora”, la “Revista de Educación Hispano Americana”… Con dieciocho años redactó novela de costumbres castellanas titulada “Raimundo y Ramona” que se quedó en el cajón y se ha perdido. Pero cuando demostró sus aptitudes de escritor y propagandista católico fue desde la fundación de sus célebres escuelas. Citamos “El Pensamiento del Ave-María” donde explica el principio de sus Escuelas, los males que afligían a la Patria en materia de educación, los remedios de esos males y los frutos que él obtuvo con su trabajo personal.


Además de los muchos trabajos propios de su ministerio sacerdotal, durante años fue consiliario del Centro Social Católico de Obreros de Granada y aportó sustanciosas colaboraciones en los más importantes foros eclesiásticos nacionales. La memoria y ponencia sobre la escuela católica como alternativa pedagógica, presentadas en V Congreso Católico Nacional, celebrado en Burgos en 1899, y, sobre todo, su discurso sobre Derechos de los padres de familia sobre la educación de sus hijos, leído en el VI Congreso Católico Nacional, celebrado en Santiago de Compostela en 1902, alcanzaron verdadera resonancia nacional. Posteriormente, en noviembre de 1907, leyó una memoria en la Asamblea Regional de Asociaciones Obreras Católicas, convocada para debatir sobre La acción social del clero.

Andrés Manjón no solo escribió, no solo creó escuelas sino que también compró más de treinta cuevas para que viviesen con una renta baja o inexistente familias gitanas e, incluso, en fechas señaladas distribuyó alimentos.


Y enfermó. Los que le acompañaban y convivían con él percibieron la pérdida progresiva de fuerzas físicas. Víctor Escribano, Decano de la Facultad de Medicina, amigo del enfermo y de su obra, y como él, burgalés y Catedrático, estaba preocupado. Ocultó prudentemente la enfermedad y aconsejó llevar al enfermo al Balneario de Lanjarón, a ver si allí recuperaba, con el descanso y variación de aguas, el apetito. Marchó el diez de mayo de 1923 acompañado del Médico pero aumentó la inapetencia y la, pérdida de fuerzas. Volvió el enfermo a Granada convencido de la gravedad del mal: un cáncer de estómago. Fue voluntad suya ser enterrado en las Escuelas, en el suelo para ser pisado y el nombre que figuraría sería dos letras: “A. M.” ¿Ave-María o Andrés Manjón?

Falleció la madrugada del 10 de julio de 1923 y a su velatorio acudieron multitud de personas de toda condición. Todas las campanas de la Ciudad tocaban a muerte. Incluso subieron al Sacro-Monte el Alcalde de Granada, Eduardo Navarro Senderos para solicitar del Cabildo y parientes que el cadáver fuera llevado triunfalmente a Granada y quedara expuesto en el salón de sesiones del Ayuntamiento para que todos los granadinos tuvieran el consuelo de verlo. No se quiso pero se hizo.


Una comitiva formada por el Arzobispo, el Gobernador Civil con la representación del Rey y su Gobierno, el Rector de la Universidad en nombre propio y del Ministro de Instrucción Pública; los niños del Ave María cantando y llorando, gitanos agradecidos…todos querían llevar el cadáver y no pocas veces tuvo que intervenir la fuerza pública para calmar los ánimos e imponer orden. El Salón de sesiones del Ayuntamiento quedó convertido en Capilla ardiente durante la noche del 10, el día 11 y la mañana del 12.

El Ayuntamiento en sesión solemne del día 11 pidió al Gobierno que se concedieran al cadáver honores de Capitán General con mando en plaza, y el Gobierno accedió gustoso, “teniendo en cuenta los grandes servicios prestados a la Patria por Don Andrés Manjón”. El día 12, después de celebrar en la Capilla ardiente la Misa el Obispo de Guadix, Ángel Marquina paisano y amigo del difunto, se trasladó el cadáver a la Catedral para celebrar el funeral. Después, tras pasear por la universidad, subieron hasta las escuelas del Ave María, en las que esperaban al cadáver más de 1.000 niños. Fue enterrado bajo el altar mayor de la Capilla de las Escuelas.

El pensamiento y acción de Andrés Manjón estuvieron determinados por el servicio intelectual a la Iglesia y por la atención educativa a los más pobres, e ideológicamente se encuadró en la corriente “casticista”, originada por Menéndez Pelayo y defensora de la regeneración de España mediante la recuperación de sus valores tradicionales y católicos, frente a la “europeísta”, propugnada, entre otros, por los krausistas y por los hombres de la Institución Libre de Enseñanza y partidaria de abrir el horizonte cultural español a la nueva mentalidad científica europea.


Bibliografía:

“Apuntes para una biografía de d. Andrés Manjon” por un maestro.
“Semblanza histórica de Andrés Manjón”. P. Esteban IBAÑEZ.
“Manjón, educador”. Victorino de Arce.
Semblanza en la Real Academia de la Historia por Pedro Álvarez Lázaro.
Revista “Cabas”. “La herencia educativa de Andrés Manjón: aprender jugando en las escuelas del Ave María”. Cristina Mª Moreno Fernández. Universidad de Granada
MCN Biografías. Artículo de J. R. Fernández de Cano.
Universidad Carlos III
Fundación Ave María de Granada.
“Proyecto Nacional de cultura Granada Costa” Artículo de Carlos Benítez Villodres.
Revista “La Hormiga Ilustrada”.
Periódico “La acción”.


Para saber más:



Dedicado a Juana en este doloroso día. Para que este recordatorio de un personaje cercano a su tierra le reconforte.



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