Que no te asusten ni la letra ni el sendero de palabras pues, amigo, para la sed de saber, largo trago.
Retorna tanto como quieras que aquí me tendrás manando recuerdos.


domingo, 11 de octubre de 2020

De moros, franceses, carlistas, cuevas y tesorillos.



Desde niño escuché a mi padre decirme las cuevas de los moros que existían en el Valle de Manzanedo. Me las señalaba cuando pasábamos a sus diferentes alturas mientras caminábamos por la carretera junto al Ebro. Cuevas de los moros… que nunca habían visto uno. Relatos referidos a la "época de los moros" para indicar su antigüedad, de cuando Castilla no sabía cómo se llamaba. Pueden también hacer referencia a la procedencia de los posibles pobladores de algunas aldeas, ya desaparecidas, con iglesias rupestres. Desaparecidos estos quedó el topónimo "moros" aludiendo a aquella procedencia mozárabe. O no. 

Seres voraces de sangre cristiana o adalides de una cultura que el norte bárbaro había perdido son los dos extremos de un arco de percepciones sobre este mundo y sus gentes muy enraizado en los pueblos de Hispania. No era extraño, pues, que mi padre me transmitiese unas tradiciones que exhalaban sus últimos mensajes sobre cuevas de moros, peñas de moros, fuente de los moros y castillos de los moros. Eran lugares misteriosos, quizá relacionados con la muerte y con el más allá, con fantasmas…


Y, por supuesto, lugares de tesoros ocultos. Avara visión acentuada por los escritores románticos del XIX como hace Washington Irving en sus “Cuentos de la Alhambra”: “He notado que las historias de tesoros escondidos por los moros, que prevalecen tanto en España, son muy corrientes entre la gente menesterosa. ¡De tal suerte la benévola Naturaleza consuela con la fantasía la falta de recursos: el sediento sueña con fuentes y fugitivas corrientes; el hambriento, con fantásticos banquetes; el pobre, con montones de oro escondidos! ¡Nada hay, en verdad, más espléndido que la imaginación de un pobre!”

Las leyendas morunas de Las Merindades son similares a las que se pueden encontrar en el resto de Castilla y de España. Citemos la cueva de los moros situada próxima a Quecedo de Valdivielso y que son dieciséis nichos excavados en la pared de roca abiertos al sur y alineados. Probablemente de época altomedieval, entre los siglos VIII-IX. En ese sentido podrían haber visto algún moro pero poco probable que fuesen habitadas por ellos. No hay sitio. Otro ejemplo sería la Torre de los moros de Quintanilla de Sotoscueva o la de Barcenillas de Cerezos. A finales de la década de 1981-1990 Elías Rubio recopiló en Quecedo de Valdivielso frases del estilo: “Se dice que allí vivían (los moros), pero no se sabe más. No es profunda (la cueva de los moros de la población). En Quintanilla de Sotoscueva se decía que las torres de Espinosa y otras habían sido construidas en tiempos de los moros. Incluso que las habían construido los moros. Y en Barcenillas de Cerezos se recogió la idea de que no solo la torre -entiendo que la torre de los Velasco de Espinosa de los Monteros- la hicieron los moros sino, además, que bajaban por un túnel que tenían hecho a buscar agua al río.

Cuevas de los moros (Quecedo de Valdivielso). Cortesía de
"Tierras de Burgos".

Algo así se comentaba en Lomana: que el castillo de la población se comunicaba con el de Frías; y que tenía otro pasadizo que lo unía con la Fuente de los Moros. Ciertamente los moros de estas historias eran unos trogloditas muy laboriosos.

Y generosos, a tenor de esta historia recogida en Valdelacuesta: “Dicen que bajaban los moros a por agua a la Fuente de los Moros. Y había una pastora cuando eso aquí y estaba criando un niño; y la mora le bajaba un niño a mamar a la pastora unos cuantos días. Y después, un día le bajó unas piedritas en una bufandita, y después que marchó la mora, decía la pastora: -¿Para qué quiero yo esto? y se le quedaron unas piedritas en el bolsillo del delantal y bajó aquí al pueblo y dice: ¿Qué os parece que me ha pasado? Mira, como le doy de mamar a un niño, a un marica, me ha dado unas piedras y he cogido y las he tirado, pero me han quedado aquí algunas. Las miraron y rasparon un poquitín y dice: -¡Si es oro! Corrieron todos a buscarlo y ya no estaba, ya lo había cogido la mora otra vez”. Es curiosa la historia porque nos presenta unos moros huidizos y apartados de los cristianos. Se comportan como duendes de la naturaleza que acuden al contacto humano en los cauces de agua como las lamiak e, incluso, en el momento del pago lo hacen como si de una prueba de pureza fuese al darle el oro cubierto de tierra. Por supuesto la pastora ve esto como una rareza más de los moros, o símbolo de su estupidez, y las tira. Cuando advierte su equivocación retorna al lugar y al no poder recuperar las piedras asume que el pago no puede reclamarse más veces y que la mora las ha recogido.


Comentábamos arriba la épica de los tesoros ocultos por los moros o por antiguos pobladores y como Washington Irving se burlaba de la credulidad hispana. En la literatura en castellano está muy presente el motivo del tesoro escondido desde los relatos medievales a “La celestina” o “El quijote” como cuenta cervantes referido al moro Ricote que vuelve clandestinamente a España para encontrar el tesoro dejado por sus antepasados. En la literatura universal también aparece esta búsqueda de tesoros ocultos: los nibelungos, la isla del tesoro…

En el pueblo de Munilla se decía que había una cueva de los moros y se cantaba:

Ureña, Ureña,
cuánto oro y plata
queda en tu peña.

En general suele ser un tesoro en forma de becerro de oro (evidentes reminiscencias bíblicas) o un toro de oro, o que está escondido en un pellejo de buey o de toro. Y, es que, en la tradición española encontramos numerosos ejemplos acerca de toros, vacas o bueyes de oro o vinculados al oro. En Gerona es bien conocida la leyenda de un mágico buey de oro que se cree que fue abandonado por los judíos. En Huesca tienen una leyenda parecida: “Los montenegrinos codician el toro de oro que, a buen seguro, permanece oculto en algún pasadizo misterioso de los que recorren el interior del monte en cuya base hoy se alza la iglesia de Lanaja".


Pero volvamos más cerca. En Huidobro relataban los viejos del lugar que debajo del dolmen "El Moreco" había una piel de toro llena de oro escondida por los moros. Desconocían la profundidad a la que estaba.

En Valdelacuesta se comentaba que en los subterráneos del castillo de Montealegre había una piel de un buey llena de oro. Y que no se podía entrar porque estaba encantado. El que entraba allí, allí se quedaba. Por su parte, en Cidad de Valdeporres “sabían” que había enterrada una piel de toro llena de oro entre un moral, una higuera y un pino junto al castillo de Cidad… Que si lo había escondido el marqués dueño del castillo… Que una vez, cuando estaban haciendo la vía del Santander-Mediterráneo subieron unos obreros y se pusieron a excavar para encontrarlo, y que sacaron dos empuñaduras de puñal o de espada, y que el marqués de Chiloeches no les dejó continuar cuando se enteró, porque lo hicieron sin permiso.


Si nos movemos hasta Valmayor de Cuesta Urria un residente hablador dejaba constancia a finales de la década de 1990 que: “Oí una vez que si habían ido a donde una adivinadora, que llamaban, y había dicho que aquí, en esta cuesta, en Retuerta, que ahí habían dejado los moros un juego de bolos de oro, todo escondido. Yo eso se lo he oído a la gente mayor de antes”.

En Busnela también tenían adaptada la historia de la bolera de oro de los moros y la situaban en la cueva del oro, en la Peña Dulla, cerca de Pedrosa de Valdeporres.

Una variante de esta búsqueda del tesoro es la opción de encontrárselo porque sí. Esta opción suele tener como protagonistas a pastores, gente que anda por el monte en contacto con las fuerzas telúricas y de la naturaleza cuidando animales. Muchos de ellos convivían con animales astados, con ganado vacuno. De la raza de los toros de oro. Hay que considerar como una concesión a la realidad el hecho de que el héroe de la narración a menudo no consigue quedarse con el tesoro encontrado, no es capaz de recuperar el tesoro, o no lo hace en el momento adecuado. Suele perder el tesoro por tener que ocuparse de su rebaño o porque no se atiene a determinadas condiciones como, por ejemplo, guardar silencio. Nada nuevo si pensamos en el mito de Orfeo.


Otro tema tesorero es aquel en que el tesoro se convierte en leña y que luego vuelve a convertirse en oro. Véase, por ejemplo, la versión de “El tesoro y la leña” recogida en Cillaperlata: “Que fue a atender una señora de Mijangos, vieja, mayor, a otra señora, y que la dieron, en vez de dinero, un poco de leña; y, por el camino, dijo: -Pero ¿para qué bajo esto? y que lo tiró. Pero que se le había quedado un poco en lo de la falda... Y cuando llegó a casa, que era oro. Volvió adonde lo había tirado, pero ya no lo encontró”. Los paralelos de este cuento son abundantísimos en todo el mundo. Incluso han leído una variante de este unos cuantos párrafos antes. Una de las Leyendas alemanas de los hermanos Grimm, la de “La señora Halla y el campesino”, mostraba a esta deidad pidiendo a un campesino que la ayude a reparar su carro. Cuando el hombre termina de hacerlo, ella se lo agradece de este modo: -Recoge las astillas y tómalas como propina. Y luego siguió su camino. Al hombre las astillas le parecieron una inútil tontería, y sólo recogió un par para entretenerse, Cuando llegó a casa y metió la mano en su bolso, la astilla se había convertido en oro puro; enseguida se volvió para coger las otras que había dejado allí, pero, aunque buscó por todas partes, era demasiado tarde y no había ya nada. Aquí, al menos, no dice que la señora Halla las recogiese.

Una curiosidad, la guerra de la independencia también dejó su huella entre el nomenclátor de las poblaciones de Las Merindades. Así en Quintanilla de Sotoscueva hay un prado llamado del picadero que la sabiduría popular asocia a que era lugar donde los franceses domaban caballos.


Hasta ahora hemos visto tesoros mágicos o de tiempos antiguos, de tiempos de los moros. Pero tenemos una variante que son los tesoros carlistas. Leyendas difundidas por toda España. Y el mundo. El mito se adapta, incluso, a los tesoros nazis escondidos por media Europa. Entre los recuerdos que aún se conservan hay muchos sobre el miedo que inspiraban las partidas carlistas que se dedicaban a saquear los pueblos o que se llevaban forzosamente a los jóvenes para incorporarlos a sus filas. Pero también abundan las historias sobre tesoros que se escondieron por campesinos que querían ponerlos a salvo de los atacantes o por los carlistas que no podían cargarlos en sus cabalgadas. Pero lo que más miedo daba no era la retirada de los carlistas, evidentemente, sino su llegada. En la conversación mantenida por Elías Rubio Marcos en Barcenillas de Cerezos donde un confidente recordaba que “cuando la guerra de la carlistada, (había) oído decir a mis abuelos que los soldados se metían en los árboles y se salvaban. Pedro Maqueta se salvó durante la guerra. Se decía: Si no es por un árbol viejo, matan a Pedro Maqueta. Era un obrero, y se refugió dónde podía. Pedro Maqueta era de Espinosa, y trabajaba en la vía”.

Así que ya lo saben: si se mueven por Las Merindades, y quieren hacer dinero, acompáñense de una pala y tengan los oídos abiertos a estas historias.

Bibliografía:

“Héroes, santos, moros y brujas (Leyendas épicas, históricas y mágicas de la tradición oral de Burgos)”. José Manuel Pedrosa, César Javier Palacios y Elías Rubio Marcos.
"Los alfoces de Arreba, de Bricia y de Santa Gadea. Los valles de Bezana y de Zamanzas". María del Carmen Arribas Magro.


2 comentarios:

  1. Como siempre interesantísimo. Me resulta curioso que en Galicia disocien la etimología 'mouros' de los moros, atribuyéndoles solamente el carácter de duendes, de genios malévolos cuando en el resto de España es mas que obvia la relación. Un ejemplo https://es.wikipedia.org/wiki/Mouro

    ResponderEliminar

Por favor, tenga usted buena educación. Los comentarios irrespetuosos o insultantes serán eliminados.